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ATENAS Y VENEZUELA:

El proyecto bolivariano a la luz del ideal democrático clásico


Pedro Abellán Artacho

Que en Venezuela se han vivido unos cambios muy profundos en los últimos 10 años es
algo que ni partidarios ni detractores niegan. Sin embargo, las diferencias impregnan todas las
demás opiniones y, en la amarga contienda política, la objetividad es la que más sufre. Por eso
es tan apropiado en este caso el método comparativo, que permite poner en valor los hechos
cuestionados en medida con otros y aprovechar las reflexiones sobre sucesos de otros lugares
y tiempos para entender mejor nuestros objetos de estudio. Nuestro referente para la
comparación será la Atenas Clásica y los cambios que la convirtieron en el modelo de
democracia clásico.

El punto clave del cambio que aconteció en Atenas, y por el que hoy la recordamos, fue
tanto la extensión de la ciudadanía –del sujeto de la soberanía- como la posibilidad que tuvo
todo ciudadano de ejercer esa soberanía de forma directa. Una participación en el gobierno
basada en la igualdad de oportunidades para intervenir y ser escuchado –isegoría-, en la
rotación en la mayoría de cargos, en la igualdad frente a la ley –isonomía- y en la orientación
de lo común hacia “algún bien” –Koinonía- (Benéitez 2005, 41). ¿Existen puntos en común
entre este modelo y los cambios ocurridos en Venezuela?

La incorporación de nuevos ciudadanos al Demos.


Cuando se habla del modelo Ateniense, rápidamente suele ser descalificado por la
existencia de esclavos, o la exclusión de las mujeres y de los metecos de la ciudadanía. Los
fundamentos democráticos actualmente reclaman, ciertamente, la dotación de la ciudadanía a
todos los afectados por las decisiones y considerados autónomos1. Sin embargo, no se suele
recordar que en el estado democrático más antiguo del mundo, como se le suele llamar a
Estados Unidos, también hubo personas sin derechos de ciudadanía durante largo tiempo.
¿Qué ciudadanía implica, por tanto, la democracia?

1
Sobre el problema de la inclusión en la teoría contemporánea me remito a la obra de Dahl (1992),
donde argumenta la necesidad de un criterio no arbitrario en el juicio por el que una parte de la
población queda fuera del demos. El criterio que se toma es la “presunción de autonomía personal” que
no tendrían, por ejemplo, los niños. Esta autonomía se entiende como la capacidad para juzgar qué es lo
mejor para uno mismo, y se presupone salvo prueba en contrario. Como criterio que es, requerirá de un
juicio para cada caso y en cada época. Pero piénsese lo fácil que sería excluir a la mujer, al esclavo y al
extranjero de aquel momento histórico a través de este criterio que actualmente consideramos como
válido.

1
El caso de los metecos griegos es revelador. No sólo es que su autonomía fuese
cuestionable (razón por la que las constituciones actuales siguen poniendo límites a los
derechos políticos de los extranjeros) sino que además la “restricción del derecho de
ciudadanía al nacido de padre y madre ciudadanos, que hace Pericles en el 451/0 a.C” “se
consideraba que favorecía a las clases popular y media, ya que la aristocracia siempre tuvo
vínculos con los ciudadanos influyentes de otras comunidades griegas”: los metecos “eran, con
frecuencia, ricos” (Benéitez 2005, 47 y 55).

Este punto nos introduce un tema clave: como Aristóteles supo apreciar, lo característico
de la democracia no es que los que gobiernan sean “muchos o pocos, sino si son propietarios o
no-propietarios” (Cánfora 2004, 41). En Atenas, los libres no-propietarios alcanzaron los
derechos políticos, empezando por el derecho a asistir a la asamblea. Sin embargo, esto
provocó que se abriera un “abismo (…) entre libertad y esclavitud”, pues la diferencia pasó a
ser entre “personas” y “no-personas” (categoría que incluía a las mujeres) (Cánfora 2004, 35-
36). Esta consideración de seres humanos como “no-personas” nos resulta llamativa,
principalmente porque hoy manejamos un concepto de “persona” y de “derechos” abstractos
(y no sustantivos), de tal suerte que el costo de designar a un ser humano como “persona” es
relativamente bajo. Pero en Atenas significaba mucho. En cualquier caso, sería incorrecto
limitar el sentido de democracia a un mero sistema de gobierno entre aquellos designados
como “personas”, independientemente de los que se dejen fuera: estaríamos olvidando que
siempre hemos llamado “democráticas” a las ampliaciones del demos que hizo Clístenes,
destinadas a incluir a muchos “extranjeros, esclavos y metecos” (Benéitez 2005, 44).

En Venezuela, antes de los cambios recientes, había 4 millones de ciudadanos que ni


siquiera estaban censados (Fernández Liria y Alegre Zahonero 2006, 116). Es decir, no sólo no
eran ciudadanos y no podían votar; ni siquiera existían en sentido jurídico. Estas personas,
como se puede suponer, coincidían con las capas más pobres de Venezuela, y simplemente
carecían de todo derecho político. Es más, incluso estaban ausentes de los medios de
comunicación: todos hemos visto las telenovelas venezolanas, que muestran un mundo blanco
y de clase alta, ocultando lo demás (Gott 2005).

Efectivamente, en Venezuela existe otra línea de discriminación a parte de la clase: la


étnica. Pero la integración de los indígenas, como parece lógico, no puede ser de igual forma
que la del resto de ciudadanos. La democracia “trata a lo igual de forma igual (y) a lo desigual
de forma desigual” (Schmitt 2002, 12), y por tanto se requiere una integración respetuosa con
sus tradiciones y diferencias, tal y como proclama todo el capítulo VIII del Título 3 en la

2
Constitución Venezolana. Su incorporación supone también, sin duda, un avance democrático
de calado.

La igualdad sustantiva y el depositario de la ciudadanía.


Pero lo más interesante para la teoría es el profundo desinterés que aquellas capas
mostraban antes de 1999 por censarse, conscientes de que con ese acto sólo ganarían un
estatus jurídico que de nada les serviría en su vida real. No obtendrían sanidad, ni educación,
porque no eran derechos del ciudadano; pero tampoco voz política.

Para entender que la ciudadanía no significase isegoría en Venezuela hay que hablar del
“puntofijismo”, un pacto que derivó en la alternancia entre dos grandes partidos. Ni siquiera es
necesario rescatar las historias de fraudes electorales: cuando la política se plegó a las
demandas neoliberales de ajuste, pese a la victoria en 1988 de Carlos Andrés Pérez con “un
programa de izquierda reformista”, quedó claro que "daba un poco igual lo que se votara; de
todas formas, iba a gobernar el FMI" (Fernández Liria y Alegre Zahonero 2006, 109). La
evolución de la riqueza del decil más pudiente y el agravamiento de la pobreza muestran,
efectivamente, que los gobiernos de los 90s no pensaban en los intereses de los pobres,
mayoría de la población2. Era por tanto un gobierno que, en términos Aristotélicos, se llamaría
“Oligarquía”.

Esta pobreza extrema, por su parte, impedía la participación de facto, pues ejercer
cualquier derecho requiere unas “condiciones materiales”: Fernández Liria pone el ejemplo de
la incapacidad para ejercer derechos con un dolor de muelas; pero imagínese con hambre
(2006, 119). Los derechos por tanto eran de papel. De esta necesidad de cubrir necesidades
sustantivas para que los derechos sean efectivos se tenía plena conciencia en Grecia. Por esto,
al conceder la ciudadanía a aquellos que no vivían de las rentas, sino de su trabajo diario 3, se
dotaron unos recursos en compensación por su asistencia a la asamblea, a los tribunales e
incluso a los actos culturales, el teatro y las fiestas (Benéitez 2005, 55). En Venezuela el estado
se ha hecho ahora responsable del bienestar mínimo de su población; un trabajo canalizado a
través de las Misiones, y objetivable en el aumento de indicadores como el IDH4.

2
Mark Weisbrot y Luis Sandoval (2008) estiman que los pobres o extremadamente pobres sumaban el
80% de la población en 1999. Para 2007 se había reducido a un 42.5%. Ver anexo para las cifras de
CEPAL sobre la evolución de la pobreza y de la riqueza del decil más pudiente.
3
“toda la literatura ridiculiza a la polis gobernada por los hombres del trabajo”. En Attilio Levi 1968, 154.
4
“desde 1980 hasta el año 2000 Venezuela experimentó un valor de desarrollo humano que oscilaba de
0,765 a 0,793 (…) pero, a partir del año 2000, el indicador muestra un crecimiento sostenido superior a
0,800”, según publicó el PNUD el 5/10/2009 en su página venezolana; consultado el 6 de junio de 2010
en http://www.pnud.org.ve/content/view/205/78/

3
Hasta que entran los no propietarios, la igualdad ateniense era claramente sustantiva: los
propietarios, que a su vez solían ser iguales en términos de su ascendencia familiar, accedían al
gobierno. Carl Schmitt afirmaría que “la homogeneidad” “es propia de la democracia” y que “la
igualdad sólo posee un interés y valor políticos mientras tenga una sustancia” (2002, 12-13).
Sin embargo, cuando se amplió el demos, la propiedad dejó de ser el elemento sustancial de
esa igualdad. Por su parte, Schmitt afirma que en Atenas el elemento sustantivo era la areté,
es decir, la virtud política (ídem). Pero los griegos sabían que no todos los ciudadanos eran
virtuosos. (Manin 1998, 21) ¿Quedaba algún elemento sustantivo de esa igualdad?

La igualdad económica y política


Como ya hemos dicho, las condiciones materiales resultan imprescindibles para ejercer
derechos de ciudadanía. En este sentido, ya hemos visto las compensaciones griegas por asistir
a las asambleas y espectáculos; también hemos hablado de que el estado venezolano se ha
hecho responsable del bienestar de su ciudadanía a través, principalmente, de las Misiones.
Esta es una vía de generar igualdad entre los ciudadanos. Pero hay otro aspecto en el que
ambos coincidieron, y fue en los repartos de tierras.

En el caso Ateniense, fue Solón quien amplió la base material de la igualdad poniendo
un límite a la adquisición de tierras. En el caso venezolano, en 2001 se aprobó la Ley de Tierras,
que permitía a los campesinos acceder a la propiedad de los abandonados grandes latifundios
(Fernández Liria y Alegre Zahonero 2006, 101). Pero también se les dio “títulos de propiedad a
quienes habían construido humildes viviendas con sus manos” (Ibíd., 144).

Esto se une a las medidas que tratan de romper viejos intereses para permitir la
igualdad política de los ciudadanos, de forma previa a la institucionalización de la toma de
decisiones. En el caso Ateniense ya hemos hablado de Clístenes y las castas. En Venezuela,
Fernández Liria nos habla de la creación de un verdadero estado de Derecho, donde las leyes
puedan pasar por encima de los privilegios. Más adelante veremos la articulación de la
isegoría.

Cánfora y el ciudadano en armas


Otro fundamento para la igualdad podría ser una concepción étnica de la ciudadanía;
sin embargo, en la época de Pericles, los nietos de un meteco podían llegar a ser ciudadanos si
sus padres habían nacido libres en Atenas, por lo que no parece sostenerse. Más interesante
es la propuesta de Luciano Cánfora (2004), quien argumenta que en ningún momento se alteró
el depositario de la soberanía ateniense, pues este siempre fue “la comunidad de hombres en
armas”: lo único que habría ocurrido es un aumento del número para incluir a los marineros de

4
“la flota más poderosa del mundo griego” (P. 32-34). De esta forma, la identidad sustancial
entre los ciudadanos continuaría intacta, pues en ambos momentos “el cuerpo decisorio es el
cuerpo combatiente” (p.35). Así consigue explicar el autor que la ciudadanía sea vista como un
bien precioso, de forma exclusiva, aunque en momentos de peligro y desesperación,
“intuyeron las posibilidades que encerraba la ampliación drástica de la ciudadanía”, y así lo
promovieron en las ciudades aliadas (p.44).

Ciertamente, Levi aporta un argumento bien documentado, pero que hay que matizar
con lo ya visto: el concepto de la ciudadanía sí fue ampliado, porque se incluyó a los no-
propietarios tras un periodo de “timocracia” (Kinder y Hilgemann 1999, 55). Sin embargo,
podemos preguntarnos si esta idea de ciudadano-combatiente como elemento de la igualdad
sustantiva de la nación también es aplicable a Venezuela.

Efectivamente, en la tradición liberal las constituciones han venido recogiendo el


derecho y el deber de defender a la patria, y la Constitución Venezolana de 1999 no es menos:
en su articulo 322 afirma que “la seguridad de la Nación es competencia esencial y
responsabilidad del Estado”, pero su defensa también es “responsabilidad de los venezolanos”.
Lo interesante es que esta afirmación se volvió realidad con la escenificación de la
recuperación de la soberanía que supuso la bajada de los cerros de los más pobres durante el
golpe de Estado de 2002.

Sin embargo, el artículo 324 deja my claro que “sólo el estado puede poseer y usar
armas de guerra”. Pese a esta disposición legal, en el ámbito político Fernández Liria nos habla
de una “revolución pacífica pero armada”, y de que “se ha activado (con la Misión Miranda)
una Reserva Militar formalmente vinculada a la Fuerza Armada Nacional con más de 85.000
ciudadanos dispuestos a defender con las armas en la mano la Soberanía Nacional y la
Constitución” (2006, 150). En su discurso a estos reservistas, Chávez habló de “la fusión cívico-
militar que se ha transformado en una de las más fuertes columnas de la Venezuela
bolivariana"5.

Además, los conceptos de “guerra asimétrica” y de “defensa integral de la Nación”


apuntan en esta dirección de un pueblo que defiende su independencia. Pienso que no hace
falta insistir en cómo se refuerza el sentimiento de igualdad al contraponer a la comunidad un

5
“Venezuela: a 3 años del golpe Chávez entrena reservistas y se prepara para una guerra asimétrica”,
Publicado por La Revista Zoom, el 16 de abril de 2005 y consultado el 5 de Mayo de 2010 en
http://revista-zoom.com.ar/articulo363.html?var_recherche=movilizacion

5
enemigo común que pone en peligro la Soberanía Nacional. Pero si me gustaría hablar
brevemente del concepto de esta soberanía.

La soberanía como condición de Democracia


Parece evidente que para que un gobierno pueda ser calificado como democrático tiene
que tener poder de decisión sobre los asuntos que afectan a sus ciudadanos. Si estas
decisiones se tomasen en algún lugar distinto de dicho gobierno, por muy democrática que
fuera su organización, no podremos dar ese nombre al sistema. Consciente de este hecho,
Cánfora afirma que “Independencia (soberanía plena) y democracia van juntas” (2004, 32).

Para la antigua Atenas, esta independencia suponía mantener su hegemonía sobre las
otras ciudades-estado, bajo el riesgo de que llegase el fin de la democracia a través de las
alianzas de las clases oligárquicas con potencias extranjeras 6. También en Venezuela se hace
patente esta idea: por esto dice Fernández Liria que "lo primero que ha tenido que hacer el
gobierno de Chávez ha sido intentar garantizar la soberanía nacional frente a las injerencias
extranjeras, fundamentalmente de Estados Unidos" (2006, 112).

Debe matizarse que esta identidad entre democracia y soberanía se basa una concepción
particular de la libertad, claramente compartida en ambos ejemplos, pero que Hannah Arendt
desmonta exitosamente, negando que libertad sea sinónimo de soberanía, sino más bien
incompatibles. Arendt nos ayuda a entender que soberanía y libertad son diferentes, y mucho:
el soberano hace lo que su voluntad manda; el libre, comprende las limitaciones del mundo y
trabaja sobre ellas para ir a donde quiere:

«Esta identificación de libertad y soberanía es quizá la consecuencia más dañina y


peligrosa de la ecuación filosófica de libertad y libre albedrío, ya que lleva a una negación
de la libertad humana —es decir, si se comprende que, sean lo que sean los hombres,
jamás son soberanos—, o bien a la idea de que la libertad de un hombre, de un grupo o de
una entidad política se puede lograr sólo al precio de la libertad —o sea, la soberanía— de
todos los demás (...) En rigor, negar la libertad por la existencia de la no soberanía del
hombre es tan poco realista como peligroso es creer que puede ser libre el individuo o el
grupo sólo si es soberano (...) Si los hombres quieren ser libres, deben renunciar
precisamente a la soberanía»7

Las oligarquías aliadas por encima de los estados


Sin embargo, sí es cierto que la propia democracia puede estar en jaque ante injerencias
externas. Este juego entre clases sociales es minuciosamente relatado para el caso de Atenas

6
A este respecto, véase la obra de Attilio Levi (1968)
7
Hannah Arendt en Entre el pasado y el futuro (1996, 176-177), citado por Victor Alonso Rocafort,
(2009, 45) (negrita añadida)

6
por Attilio Levi: “se coaligaron, pues, contra el gobierno popular ateniense, junto a la misma
oposición conservadora, los conservadores de toda Grecia (1968, 148). De hecho, cabe
recordar que el propio Clístenes fue desterrado en 508 a.C. por presiones de la oligárquica
Esparta (Kinder y Hilgemann 1999, 55).

En Atenas, la aristocracia se dividió en dos, aliándose una parte con las clases medias y
otra con las clases más populares. Fue una situación de oportunidad (la salida de tropas
formadas por aristócratas para la defensa del statu quo en Esparta) la que permitió a los
demócratas llevar a cabo su revolución (Attilio Levi 1968, 142). En Venezuela, también
encontramos una estructura de oportunidad, pero no por el ausentamiento de una parte de la
aristocracia y por un agravio puntual, sino en el contexto de la contradicción profunda entre
un gobierno oligárquico y su discurso reclamando la legitimidad democrática 8 , unido al
surgimiento de un liderazgo que personalizara las aspiraciones de cambio de sistema. Esto
permitió la revolución por las urnas.

En este contexto de cambios, se teme la intervención exterior por parte de aliados a los
sectores que “se sienten efectivamente amenazados, pues han perdido los tradicionales
mecanismos de reproducción de sus intereses” (Lanz 2002, 61); o, mejor dicho, de sus
“privilegios” (Fernández Liria y Alegre Zahonero 2006, 99). El papel de aquella Esparta
oligárquica lo ocuparía hoy Estados Unidos: Fernández Liria acusa a este país de injerencia,
tanto resucitando a partidos políticos de izquierdas pero antichavistas (p.97) como
directamente en el golpe de Estado de 2002 (p. 112)9. Pero también nos habla el autor como
representantes de este pensamiento oligárquico de medios de comunicación (PRISA), cuya
manipulación es fácilmente demostrable; y también de organismos internacionales como el
FMI o el Banco Mundial, cuyas directrices mostraron su carácter oligárquico en la misma
historia económica venezolana.

La respuesta defensiva regional


No es de extrañar, por tanto, que Venezuela cancelara su deuda con estos organismos en
pro de su independencia 10 . Pero, igual que Atenas pudo mantener su democracia sólo
manteniendo la hegemonía entre las polis griegas, pues de otra forma las alianzas
conservadoras no habrían dudado en intervenir, podemos detectar los intentos venezolanos

8
En este sentido, cabe recordar “los genios invisibles” de los que habla Ferrero, y el miedo que provoca
romper un principio de legitimidad para hacerse con el poder. (1988, 34)
9
Fernández Liria y Alegre Zahonero (2006) se remiten en este respecto a El código Chávez, de Eva
Golinger (editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005)
10
Venezuela dice “chao” al FMI, publicado en la BBC el 14 de abril de 2007. Consultado el 1 de Junio de
2010 en http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_6556000/6556709.stm

7
para construir apoyos. En este sentido Gibbs habla de un “contraproyecto regional” (2006,
275).

Éste incluiría el proyecto ALBA frente a ALCA, lo que según Gibbs supone una propuesta
alternativa de forma de globalización, más preocupada por la redistribución de la riqueza entre
los países. En este mismo sentido, Venezuela suministra petróleo a precios asequibles a países
pobres, con el propósito de reforzar su desarrollo y reforzar su soberanía. Y también ha
prestado dinero a Argentina y ecuador para la cancelación de los préstamos de las
“instituciones financieras con sede en Washington”, cuestionando el paradigma neoliberal de
globalización (2006, 276)

La participación efectiva en el gobierno


Quizás por lo que más se recuerda el modelo Ateniense sea por la participación
efectiva de sus ciudadanos en el gobierno de forma directa, tanto a través de la asamblea
como en las múltiples magistraturas colectivas, la mayoría elegidas por sorteo entre los
ciudadanos que se presentasen voluntariamente –al igual que los importantes tribunales. La
soberanía no sólo estaba en el pueblo de forma nominal, sino que éste la ejercía y se
autogobernaba. Esta característica, que muestra magistralmente Bernard Manin (1998),
permite a este autor marcar la diferencia entre los sistemas representativos actuales y la
democracia.

El sorteo constituía un seguro contra los “chanchullos electorales”, pero también se


"derivaba de la negación de toda superioridad humana, incluida la que deriva del talento, para
basarse en una absoluta y abstracta igualdad" (Attilio Levi 1968, 147). Los atenienses percibían
la tendencia oligárquica de la elección Más allá, lo que realmente componía el espíritu de este
mecanismo era el principio de rotación: la “alternancia entre mando y obediencia”, que hacía
más virtuoso al ciudadano en ambas funciones (Manin 1998, 43). A este respecto, hay que
considerar la desconfianza de los atenienses hacia la profesionalización de la política,
considerando que de dejar la política a profesionales, éstos “la llegarían a dominar” (ídem, 47).

Puesto que el poder lo tenía y ejercía el pueblo continuamente, todos los cargos
estaban sometidos a un riguroso control político; incluso podía denunciarse a un magistrado
por “mala administración”, en cualquier momento, por propuesta de cualquier ciudadano. La
asamblea y los tribunales eran los encargados de juzgar. La responsabilidad no se limitaba a
salir del puesto, sino que era personal puesto que, si se juzgaba culpable, se imponían multas y
se privaba de derechos políticos. Además, se hacía un control previo a ocupar el puesto, y otro
al salir. Otro de los límites impuestos a los magistrados eran los mandatos cortos, pero

8
también la imposibilidad de salir elegido por sorteo dos veces para algunos cargos, así como de
presentarse dos años seguidos (esta limitación era fáctica y no legal, debido a la dilatación de
la rendición de cuentas de los cargos sorteados). Por el contrario, los electos sí podían ser
reelegidos cada año, como ilustra el hecho de que Pericles ocupara supuesto durante más de
30 años. Algo coherente con el propio espíritu de la libertad de elección (ídem).

Si “lo que hace representativo a un sistema no es el hecho de que unos pocos


gobiernen en lugar del pueblo, sino que únicamente son seleccionados mediante la elección”
(ídem, 58), debemos decir entonces que Venezuela es un sistema representativo, pues no se
contempla el sorteo en la constitución, aunque sí que introduce elementos de autogobierno
muy destacables.

La constitución venezolana reconoce el “derecho a participar en los asuntos públicos,


directamente o por medio de sus representantes elegidos” (Art. 62). Pero además, comparte
con Atenas el espíritu del zoon politikon, es decir, la idea de que la participación en la política,
en lo común, es lo que nos permite desarrollar la parte más humana de nosotros mismos. Así,
continúa ese mismo artículo diciendo que “la participación del pueblo en la formación,
ejecución y control de la gestión pública es el medio necesario para lograr el protagonismo que
garantice su completo desarrollo, tanto individual como colectivo”. La democracia como única
vía para la realización personal y colectiva.

Los diversos medios para esta participación, que aquí no podremos entrar a
pormenorizar, se establecen en el artículo 70: “las elecciones, los referendos, las consultas
populares, la revocación del mandato, las iniciativas legislativas, constitucional y constituyente,
el cabildo abierto y la asamblea de ciudadanos y ciudadanas cuyas decisiones serán de
carácter vinculante”.

Algunos elementos son comunes a la mayoría de nuestros actuales sistemas políticos,


como los referendos y las iniciativas legislativas, si bien Venezuela es en general más garantista
de estos derechos. Quizás el elemento más llamativo es la revocabilidad de los cargos y
magistraturas de elección, que recoge el artículo 72 de la Constitución venezolana, y que se
lleva a consulta popular por la solicitud de un 20% del censo a partir de la mitad del mandato.
El candidato se considera revocado si más electores de los que le apoyaron piden su
revocación, pero sólo puede hacerse una solicitud por mandato. Además, otro límite clásico de
los sistemas representativos lo encontramos en el artículo 199: “los diputados o diputadas a la
Asamblea Nacional no son responsables por votos y opiniones emitidos en el ejercicio de sus
funciones”.

9
Pero sí que se insiste en la responsabilidad de los cargos: por ejemplo, de los jueces.
Aunque en el sistema venezolano responden a un sistema profesional meritocrático (art. 255),
“son personalmente responsables, en los términos que determine la ley, por error, retardo u
omisiones injustificados, por la inobservancia sustancial de las normas procesales, por
denegación, parcialidad y por los delitos de cohecho y prevaricación en que incurran en el
desempeño de sus funciones”.

Pero si algo acerca a Venezuela a la Atenas clásica es la recuperación de las asambleas,


que han tenido distinto nombre, pero que en cualquier caso son grupos de ciudadanos libres
reunidos para ejercer la política. Por ejemplo, “las parroquias y los municipios tienen derecho a
decidir participativamente un 20% de los presupuestos municipales” (Fernández Liria y Alegre
Zahonero 2006, 126). A este respecto, Ellner distingue entre los seguidores de Chávez a unos
“hardliners”, que apostarían por la sustitución de las estructuras representativas por las
participativas, y a unos “softliners”, que apostarían por la complementariedad (p.152). Chávez
se habría ido apoyando más en los primeros según este autor. En cualquier caso, no se
entiende el desarrollo de una estructura estatal paralela y participativa sin considerar las
resistencias que el antiguo aparato burocrático presentaba para desarrollar las políticas
sociales que el pueblo había reclamado con sus votos (Gott, 2008)

De hecho, en la reforma de la constitución que fue rechaza en 2007 profundizaba aún


más estas prácticas reconociendo como Poder del estado al Poder Popular, e introduciendo
como vías de participación política los entes económicos participativos que se están
emprendiendo en Venezuela. Se habló de los Círculos Bolivarianos, después de Consejos
Comunales. Hoy se habla de las comunas como las futuras “unidades político-territoriales para
la construcción del tejido social de la Revolución” cuyo principal objetivo es “garantizar la
apropiación colectiva de los medios de producción para desplazar el modelo capitalista y
generar la transformación de las condiciones sociales y materiales de las comunidades” 11.

Sin embargo, esta dotación de objetivo sustantivo a los instrumentos de la


participación nos remite a un problema que, si bien no tiene cabida en el estudio comparado,
si debe mencionarse porque introduce un elemento a comparar. El problema es la definición
de los elementos que componen el sistema democrático y, por tanto, de los enemigos del
mismo sistema. Ferrero nos recuerda que, si bien “la democracia (…) tiene derecho a defender,
incluso con la fuerza si fuera necesario, su supervivencia” (Ferrero 1988, 180), “suprimir una

11
Según publica la Asamblea Nacional en su página web. Consultado el 1 de junio de 2010 en:
http://www.asambleanacional.gob.ve/index.php?option=com_content&task=view&id=21831&Itemid=2
7

10
de las dos opciones –la de la mayoría o la de la minoría- equivaldría poco más o menos a
mutilar la voluntad soberana del pueblo”(ídem, 173). A este respecto, al definir el Socialismo
no como la voluntad de la mayoría, sino como sinónimo de Estado de Derecho (algo que
Fernández Liria destaca, 2006, 106) se corre el peligro de definir como enemigo a una parte de
la población sí demócrata, pero no socialista.

En este sentido, las estructuras de participación directa pecan de un alto grado de


“encapsulamiento”; Hawkins demostró mediante estudio de campo y entrevistas que los
participantes en los círculos bolivarianos eran en su gran mayoría miembros de otras
organizaciones directamente pro-chavistas. El 37% de votantes que decidieron votar por
Manuel Rosales en 2006 estaban, por tanto, infrarrepresentados. Si bien el autor encontró un
profundo sentimiento democrático en los círculos, el contexto de confrontación socavaba ese
espíritu, con decisiones como no proporcionar medios de las misiones "a los
golpistas"(Hawkins, 2005, p 123).

En Atenas, por su parte, una amplia facción de las clases altas aceptó entrar en las
reglas del juego del autogobierno del pueblo, aunque existiera una “minoría de señores que no
acepta el sistema” (Cánfora 2004, 40). En Venezuela, la caída a la mitad de la participación en
la elecciones de 2005 (a un 25%)12, cuando la oposición decidió no presentarse, muestra la
escasa percepción de la población sobre las diferencias entre los partidos chavistas y deja claro
sobre qué línea está el debate político.

Conclusión
Las similitudes entre ambos casos han quedado patentes. En ambos, el pueblo no
propietario –amén de los indígenas venezolanos- adquirió el status de ciudadanía. Pero
además, de una ciudadanía entendida de forma sustantiva, basada en una igualdad política y
económica. Dentro de la política, hemos visto como Venezuela ha incorporado elementos
importantes de “democracia” frente al “sistema representativo” (en los términos de Manin).
Pero también la necesidad en ambos casos de defender la soberanía de la clase que anhela sus
privilegios, y que encuentra un significativo apoyo en la esfera internacional.

Por otro lado, esa defensa de la soberanía plantea el problema de su incompatibilidad


con la libertad en sentido arendtiano. Esta no es una cuestión meramente teórica, sino que se
relaciona con la definición de los enemigos de la soberanía, que no de la libertad. Quienes
apoyamos el progreso socialista de Venezuela no podemos olvidar este punto, a riesgo de

12
http://www.idea.int/vt/country_view.cfm?id=236#pres

11
eliminar a una minoría y, por tanto (en palabras de Ferrero) “mutilar la voluntad soberana del
pueblo”.

Bibliografía
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164. Madrid: Revista de Occidente, 1968.

Benéitez, Benita. «La Ciudadanía de la Democracia Ateniense.» Foro Interno, nº 5 (2005): 37-
58.

Cánfora, L. «El acta de nacimiento: la democraica en la antigua Grecia.» En La Democracia:


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Dahl, Robert. La Democracia y sus Críticos. Barcelona: Paidós, 1992.

Ellner, Steve. «Revolutionary and Non-Revolutionary paths of radical populism: directions of


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Anexos (fuente: CEPALSTAT)

Porcentaje de personas indigentes en Venezuela

Porcentaje del ingreso nacional total correspondiente al decil más rico

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