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Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales PLED-CCC
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La crítica estructuralista a Europa y la
modernidad
Susana Murillo
El período de tres décadas que va desde 1945 hasta mediados de los setenta
constituye a nivel mundial una etapa particular para la economía capitalista. La
complementación entre taylorismo y fordismo, en tanto formas predominantes de
organización del trabajo, con la teoría económica keynesiana y las políticas
welfaristas constituyeron un nuevo modo de “dar respuesta” a la cuestión social,
constituyeron en ese sentido una nueva estrategia de gobierno de la fuerza de
trabajo y de administración de la contraposición entre trabajo y capital. Estas
tecnologías de gobierno de los sujetos y las poblaciones supusieron la construcción
Pero no sólo el humanismo liberal era discutido en las décadas de 1950 y 1960. La
interpretación del Cristianismo en clave humanista se desarrolla entre la segunda
mitad del siglo XIX y la primera del XX. El proceso tendió a la revisión de las
doctrinas cristianas a fin de adaptarlas al mundo moderno; un mundo con respecto
al cual la Iglesia católica había adoptado, durante siglos, a partir de la
Contrarreforma, una posición de neto rechazo. A partir del Renacimiento, la
autoridad espiritual de la Iglesia, fue declinando cada vez más: la cultura del
humanismo había invertido la imagen que el cristianismo medieval había construido
del hombre, la naturaleza y la historia; ello fue reforzado por la Reforma protestante,
las filosofías racionalistas, y desde el siglo XIX por las ideologías liberales y
socialistas. En el siglo XX la Iglesia se vio obligada a abandonar progresivamente la
visión del mundo que había heredado del Medioevo. En el intento de acercamiento
de la Iglesia al mundo moderno, la encíclica Rerum Novarum de León XIII de 1891
construyó una doctrina social que se contraponía a ciertos modos del liberalismo y
al socialismo en cualquiera de sus facetas. En polémica con éste último, se
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reafirmaba el derecho a la propiedad privada, pero atenuándolo con un llamado a la
solidaridad entre clases en pos del bien común y a la responsabilidad recíproca
entre individuo y comunidad. Contra el liberalismo invitaba al Estado y a las clases
más fuertes a ayudar a los grupos sociales más débiles. Después de la primera
guerra mundial, en el clima de desilusión general frente a las ideas de progreso, la
Iglesia profundizó su incidencia en los procesos sociales. Y lo hizo tanto en el plano
político -autorizando la formación de partidos de masas de inspiración cristiana-
como en el doctrinario -proponiéndose como portadora de una visión, una fe y una
moral capaces de dar respuesta a las necesidades más profundas del hombre de
esta época. Es, en este marco, que se encuadra el Humanismo cristiano, del que
puede considerarse al francés Jacques Maritain como su iniciador. Éste sostuvo que
el Humanismo renacentista era la raíz de los problemas que atravesaba la sociedad,
dificultades de las que el nazismo y el estalinismo eran la expresión más degradada.
Con Maritain, la invención de la modernidad como modo de ocultar las
desigualdades, adquiere un nuevo rostro: ella, y no la explotación de los
trabajadores, sería la responsable del desgarramiento humano. En su libro
Humanismo integral, examinó los desarrollos del pensamiento llamado “moderno”
desde la crisis del cristianismo medieval hasta llegar al individualismo liberal del
siglo XIX y a los denominados totalitarismos del siglo XX. Estos puntos de llegada
fueron presentados como un efecto del Humanismo antropocéntrico, desarrollado a
partir del Renacimiento. El hombre moderno que surge en el Renacimiento lleva
sobre sí el pecado de soberbia, pues prescindió de Dios, colocó en su lugar a la
razón y construyó un saber científico de la naturaleza que terminó destrozando al
hombre mismo. En efecto, Darwin y Freud, según Maritain, asestaron los golpes
mortales a la visión optimista y progresista del humanismo antropocéntrico.
“Acheronta movebo”, moveré el infierno, había dicho Freud, no obstante, afirma
Maritain, con él la soberbia de la razón se hunde en la ciénaga de los instintos. El
proceso habría sido completado con Hegel y Marx en cuyos escritos radicaría el
núcleo de los totalitarismos del siglo XX. Contra ese humanismo antropocéntrico,
Maritain sostiene el Humanismo cristiano, integral y teocéntrico que encuentra en
Dios el núcleo de lo humano y asume a éste como pecador redimido por el concepto
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cristiano de gracia y libertad. El hombre no es pura naturaleza ni pura razón: su
esencia se define como persona en la relación con Dios y con su gracia. La persona
encuentra en sí y en su amor a Dios, a su prójimo, respecto de quien tiene la
obligación de la caridad y caridad es amor. Maritain distingue en la persona
humana dos tipos de aspiraciones, las connaturales y las transnaturales.
Las primeras deben ser colmadas, pero la realización de las mismas no lo deja
completamente satisfecho porque existen en él también las aspiraciones
transnaturales que lo impulsan al mundo de lo trascendente y que sólo pueden ser
satisfechas por la gracia divina. Este humanismo teocéntrico tiene la tarea de
reconstruir una “nueva cristiandad” que sepa reconducir la sociedad. Pero esta
renovada civilización cristiana deberá evitar repetir los errores del Medioevo, y
deberá preocuparse por integrar las actividades profanas con el aspecto espiritual de
la existencia. La interpretación cristiana que Maritain dio del humanismo fue
acogida en forma entusiasta en algunos sectores de la Iglesia y entre varios grupos
laicos. Tuvo influencia sobre jóvenes intelectuales de Acción francesa, se refugió en
EE UU donde estaba enseñando en el momento en que se desató la segunda guerra.
Entre 1945-48 fue embajador de Francia en el vaticano. En 1947 presidió la
delegación francesa en la Segunda Asamblea General de la Unesco (México). Inspiró
numerosos movimientos católicos comprometidos con la acción social y la vida
política, por lo que resultó ser un arma ideológica eficaz sobre todo contra el
marxismo. Así, el período de posguerra contempló, en muchos casos. las luchas
entre cristianos y marxistas; y, en otros, las alianzas, en un complejo proceso aún
no dilucidado.
El humanismo marxista
Pero el humanismo socialista tuvo aristas diversas. Durante los primeros cuarenta
años de la U.R.S.S., el humanismo socialista había planteado la lucha de clases
como modo de acabar con la estructura desigual de la sociedad. Este concepto,
como vimos, es abandonado en la década del ’50. Sin embargo, en 1959 se produce
la revolución cubana que invalida la idea de que AL no puede accionar contra los
amos tradicionales y que su sumisión a EE.UU. es inevitable. Esa revolución rompe
también con el concepto de que todo proceso revolucionario en AL está
necesariamente ligado a las burguesías nacionales y muestra la importancia de la
integración de las masas a los movimientos de transformación. En este sentido, esa
revolución puso en primer plano a la organización de las masas campesinas y a la
participación popular. También colocó en el centro de las miras la idea de
enfrentarse al imperialismo y gestó en muchos jóvenes la idea de que el humanismo
socialista de la U.R.S.S expresaba intereses expansionistas. La revolución cubana
reclamó un nuevo concepto de humanismo que tenía antecedentes desde los años
20. Esta idea estaba centrada en la idea de hombre nuevo planteada por Ernesto
Guevara. Idea, que fue retomada por Salvador Allende, aunque éste priorizó la vía
pacífica al socialismo. Así decía Allende en 1971: "Pisamos un camino nuevo;
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marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula
nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas -particularmente al humanismo
marxista-".
El humanismo existencialista
En los años sesenta surgen formas de pensar que se oponen a la idea de hombre y
al humanismo. Se trata, entre otras, de una corriente de pensamiento –el
estructuralismo– que adopta una posición antihumanista. No se puede pensar al
estructuralismo como una Escuela. Es un estilo de investigación en el que se suele
incluir a pensadores de diversos campos de las ciencias sociales y las humanidades.
Tales como la antropología (Claude Lévi-Strauss), la crítica literaria (Roland
Barthes), el psicoanálisis (Jacques Lacan), la filosofía, entendida como “política de la
verdad” (Michel Foucault), o el marxismo (Louis Althusser). La mayoría de ellos,
negó reiteradamente ser “estructuralista”.
Este heterogéneo grupo de investigadores comparte, sin embargo, una actitud
general de rechazo a las ideas del humanismo, que son el núcleo central de las
interpretaciones del existencialismo, el humanismo marxista, el cristianismo, el
liberalismo o el socialismo soviético de la persona. El estructuralismo utilizó
métodos que tendieron a dejar de lado la conciencia o intención individual. Trató de
elaborar estrategias investigativas capaces de dilucidar las relaciones sistemáticas y
constantes que se constituyen en la condición de posibilidad del comportamiento
humano, individual y colectivo, y a las que se da a veces el nombre de estructuras.
Aunque sus diversos representantes lo hicieron con miras diversas, el
El antihumanismo de Althusser
En paralelo con esta línea de análisis Althusser considera al humanismo como una
forma de ideología. La ideología forma parte de toda totalidad social y se conforma
en un conjunto de prácticas que construyen creencias, modos de ver el mundo, de
relacionarse consigo mismo y con los demás. La ideología es inconciente y es un
producto de relaciones sociales que se constituyen a espaldas del conocimiento y la
voluntad individual. Ella es el suelo sobre el que se asienta la constitución de los
sujetos y lo que se denomina la conciencia de los mismos. Hay en la ideología un
carácter imaginario (en el sentido psicoanalítico) a través del cual los sujetos se
vinculan con sus condiciones de existencia de modo que para toda conciencia está
irremediablemente vedado el conocimiento entendido a la manera de adecuación
entre sujeto y objeto. No hay sujetos sino en la ideología y por la ideología. Porque
todo sujeto se constituye como tal en una familia y en ella en unos ideales que de
modo inconsciente lo constituyen a partir de la identificación imaginaria con ellos.
Ideales que las figuras parentales toman de la propia cultura, también de modo
inconsciente. Pero a partir de esa identificación, en la ideología los hombres viven la
relación imaginaria con su mundo de modo “natural”, “evidente”. Es en la ideología
que los sujetos toman conciencia de su mundo y es también en ella donde rompen y
forman nuevas formas de conciencia. De ahí que la Ciencia es para Althusser un
proceso sin sujeto, una actividad colectiva en la que lo fundamental es la
articulación de los conocimientos con la praxis revolucionaria. Dicho de otro modo:
las prácticas ideológicas constituyen a los sujetos y tienden a profundizar las
relaciones de dominación de modo inconsciente, aun cuando ellas son también
espacios de lucha; lo que Althusser llama “ciencia” es un conjunto de conocimientos
teóricamente organizados producto de luchas colectivas y a la vez instrumentos o
cajas de herramientas de esas luchas que no tienen un sujeto y que deben
modificarse constantemente en relación a las prácticas revolucionarias. En ese
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contexto, el concepto de “humanismo” es por ende para Althusser una ideología
pues en esa coyuntura histórica, en sus usos y efectos tiende a prolongar de nuevas
maneras la dominación y la soportable de modo ilusorio, imaginario, el
desgarramiento producto de la sociedad basada en el egoísmo del liberalismo
burgués. En las condiciones de fines de los años ´50 y ´60, Althusser consideraba
que el humanismo como ideología cumplía una activa función en los movimientos de
rebeldía: impulsa al abandono del análisis teórico de las condiciones de dominación
y su reemplazo por un peligroso concepto de espontaneísmo de las masas que podía
conducir a consecuencias fatales.
Foucault presenta puntos en común con este planteo, sin embargo comienza a
romper con el estructuralismo. Uno de los puntos centrales de divergencia será la
centralidad dada a la historia. Luego de los estudios de Lévi-Strauss sobre las
sociedades y de Lacan sobre el inconsciente, se aboca a la tarea de reconstruir las
verdades- evidencia en las que estamos construidos y rechaza toda idea de una
esencia del hombre que se realiza en la historia. Para ello intentará, en un análisis
que denomina “arqueológico”, indagar en las capas de las memorias colectivas que
nos constituyen más allá de nuestra conciencia y voluntad. Él eludirá la palabra
“estructura” por el carácter cerrado o fijo que este término evoca. También rechazó
el concepto de ideología, al cual analizó y presentó como una “falsa conciencia”,
ignorando los aportes de Althusser y sus vinculaciones con el psicoanálisis. En su
lugar hablará de “saber” entendido como “a priori histórico”, como una especie de
película de pensamiento invisible, unos códigos del ver y del hablar presentes en
una cultura. Códigos que no están dichos de modo explícito, pero que atraviesan las
acciones y pensamientos de los miembros de esa cultura. No son relaciones
evidentes sino que se trata de modos de hablar y de ver que, en gran parte, no se
perciben concientemente pero que condicionan las prácticas sociales.
Independientemente del objeto de estudio, la investigación estructuralista había
tendido a hacer resaltar lo inconsciente y los condicionamientos en vez de la
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conciencia o la libertad humana. A diferencia del humanismo, rechaza la idea de
que la conciencia sea transparente para sí misma o que pueda conocer el mundo
como en una especie de “reflejo”. El saber, comprendido como “a priori histórico”, no
implica que sus transformaciones signifiquen un “progreso en el conocimiento”
(saber no es conocimiento sino el fondo de códigos culturales sobre el que se
asientan todos los conocimientos efectivos, desde los filosóficos hasta los culinarios);
antes bien, los cambios en los códigos culturales significan un reagrupamiento, una
resignificación en los modos de ver y hablar.
Todo lo dicho tiene efectos sobre la concepción de la historia. En este sentido no hay
en la historia ni homogeneidad en un momento determinado (esto significa, no hay
un sentido único que lo atraviesa todo) ni hay transformaciones acumulativas de un
momento a otro de la historia. En ese sentido, Foucault -de modo análogo a
Althusser, a Bachelard o a Levi-Strauss; y tras reconocer los aportes de Marx,
Nietzsche y Freudpone el acento en los cortes, las rupturas, antes que en las
continuidades de la historia.
En un período (por ejemplo, en el renacimiento) la compleja red de códigos de la
mirada y la palabra respecto de la locura, el amor, el delirio o la muerte no tiene un
sentido homogéneo y único, no obstante durante ese período podemos encontrar
relaciones entre los diversos modos de pensar o percibir a la muerte o a la locura. El
saber de un período y un lugar reconoce relaciones y dispersiones: por ejemplo el
saber del Renacimiento sobre la locura supone diversas formas de ver y hablar de la
locura, formas diversas que tienen vinculaciones entre sí. Hoy podríamos pensar
que en ciertas zonas de Latinoamérica el saber sobre el delito, supone ciertos
códigos que no son idénticos pero que se reconocen mutuamente.
Ahora bien, en toda cultura hay, en la larga duración, transformaciones radicales de
esos códigos del saber, transformaciones que hacen que podamos pensar que
estamos ya en otra cultura, en otro suelo, en un modo diverso de ver y hablar acerca
de la economía, la política, la pobreza, el amor o la muerte. Así entre 1970 y el
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presente en Latinoamérica de modo paulatino, pero sin pausa han cambiado los
modos de ver y pensar al Estado, la política, el trabajo, las relaciones de género, etc.
A estas transformaciones de los códigos de una cultura, Foucault las llamó
“mutaciones”, para indicar que la transformación histórica no es acumulativa y que la
historia no es lineal.
Y al período que transcurre entre dos mutaciones del saber, lo denominó “episteme”.
Así habló de una episteme renacentista, una clásica (siglo XVII hasta la revolución
francesa) y una moderna desde entonces hasta la década de 1970. La formación de
una episteme no supone la acumulación de los sentidos presentes en la anterior,
con lo cual se borra toda idea lineal de la historia, sí se mantienen elementos de la
anterior (así la escuela y la familia moderna subsisten hoy día) pero el sentido que
estos elementos cobran en la nueva episteme, en la nueva formación cultural es
diverso (la escuela y la familia toman en la sociedad actual, posmoderna,
significados, características y roles distintos a los que tenían en la sociedad salarial).
La episteme es el suelo inconsciente sobre el que transcurre nuestra vida cotidiana,
ella conforma la zona más profunda de nuestras relaciones sociales; en un segundo
nivel surgen los dichos, los gestos, las discusiones, los pensamientos, los amores, en
fin las prácticas de todo tipo de las que sí tenemos conciencia y sobre ellas se
constituye un tercer nivel, de carácter reflexivo que son los conocimientos científicos
y filosóficos que analizan ese suelo profundo (la episteme) y esas prácticas
habituales atravesadas por los códigos epistémicos. Este conocimiento reflexivo será
el que establezca qué de esos códigos en los que los hombres viven su cotidianeidad
es aceptable y qué es rechazable, qué es verdadero o falso, qué es justo o injusto.
Pero entonces la verdad, la belleza o la justicia están en última instancia
condicionadas por los códigos de cada cultura, no son principios universales. Su
intento de universalización es una tentativa de dominación (aunque estimo, a parir
de los hechos históricos de los últimos años, que la inversa también es posible). Las
ciencias y la filosofía se conforman paulatinamente como tecnologías de poder que
coadyuvan a sancionar qué es lo aceptable y lo rechazable en una cultura. Qué es lo
Mismo (aquello en lo que podemos reconocernos, con lo que podemos identificarnos:
la moral, la decencia, las buenas costumbres) y lo Otro (aquello que siendo interior a
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una cultura, sin embargo ella rechaza, al tiempo que lo necesita para ser desde la
alteridad; por ejemplo: los pobres peligrosos, los locos, los criminales, las brujas). En
fin… cada cultura tiene espejos en los que mirarse e identificarse y objetos que la
conforman pero que ella rechaza. Así entonces, para Foucault, como para los
estructuralistas en general, no hay un substrato último, no hay un en sobre el que
transcurra la historia, esto lo presenta Foucault en la metáfora de la mesa de
disección: no hay una especie de mesa, soporte o substrato inmutable, sobre el cual
se realice el descubrimiento de lo que las cosas son a lo largo de la historia o en el
que el hombre, entendido como una esencia se realice paulatinamente. Por el
contrario, las palabras y las cosas tienen un entrecruzamiento tal que no es posible
separar lo que es, del pensar y nombrar el ser. Cuando las sociedades piensan,
nombran, clasifican, manipulan a “las cosas”, les dan sentidos y estos sentidos
conforman la realidad. La realidad, entonces, es esta articulación indiscernible del
cuerpo de las cosas, de la carne de los acontecimientos y del modo en que cada
cultura los significa. En Foucault, los códigos de una cultura que instalan
clasificaciones, taxonomías, jerarquías, conforman un orden el cual surge del
atravesamiento de las cosas en su ciega oquedad por las rejillas de la mirada y la
palabra que las sociedades construyen sobre ellas sin saberlo. Es como si
tuviésemos un caos sobre el que se arrojase una red, veríamos ese caos no como
caos sino a través de las grillas que la red instala en él. Pero nuestra mirada nunca
podría distinguir con claridad qué pertenece al orden íntimo de las cosas, de los
cuerpos y al de los trazos que pinta la red. No obstante, el conocimiento científico y
filosófico sirven también para reconocer ese suelo profundo, esas grillas, esa red en
la que se hunden nuestras evidencias cotidianas. Estos conocimientos, permiten
comprender por qué somos como somos, en qué códigos estamos construidos sin
saberlo. Para ello la arqueología, como método, trata de aislar los diferentes estratos
horizontales dentro de los cuales cada episteme está constituida.
Bibliografía básica:
Foucault, Michel 1999 (1968) Las palabras y las cosas (México: Siglo XXI), Prefacio.
Althusser, Louis 2004 (1965) “Marxismo y humanismo” en La revolución teórica
de Marx (México: Siglo XXI).
Bibliografía de ampliación:
Derrida, Jacques 1998 (1968) «Los Fines Del Hombre» Traducción de C. González
Marín en Derrida, J., Márgenes de la filosofía, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 145-174.
Edición digital Derrida en castellano.
http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/textos.htm
Derrida, Jacques 1966 La estructura, el signo y el juego en el discurso de las
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Heidegger, Martín 2000 (1946) Carta sobre el humanismo en
http://www.usma.ac.pa/eticos/1/Humanismo_R3.html (31 of 31)09/15/2006
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Khrushchev, Nikita 25de febrero de 1956 Informe Secreto al XX Congreso del
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Maritain, Jacques 1999 (1936) Humanismo integral:: Problemas temporales y
espirituales de una nueva cristiandad (Madrid: Ediciones Palabra).
Marx, Karl y Engels, Federico 1985 (1845) (Primera Publicación 1932)“La
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http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/feuerbach/1.htm.
Sartre, Jean Paul 1979 (1960) Crítica de la Razón dialéctica (Buenos Aires:
Losada). Prólogo (págs. 9-12)