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Antígonas
Ítalo Calvino
Puede resultar paradójico, pero, contrario a la naturaleza poco erótica del cliché, un fenómeno
que realmente represente aquella frase banalizada hace que se reactive en toda la fuerza
iluminadora que alguna vez gatilló en su público. Así, el objetivo de este trabajo es demostrar
que “Antígona” merece el título de clásico. No “clásico” en un sentido de antiguo y
tradicional, ni en tanto libro “que las generaciones de los hombres […] leen con previo fervor
y con una misteriosa lealtad” (RAE, 2017, p. 430), sino en el sentido de Calvino: clásico es
aquella obra que jamás calla ni puede ser callada. El título de “clásico” es uno disputado,
pero me parece una categoría esencial que permite consagrar obrar que ayudan a definir una
sociedad, ilustrando sus preocupaciones y sueños. La forma en que se pretende defender la
condición clásica de “Antígona” es a través de un estudio comparado de tres distintas
representaciones e interpretaciones que se le han hecho: la de Bertolt Brecht, la de Jean
Anouilh y la de Leopoldo Marechal. Las dos primeras ambientadas en la Segunda Guerra
Mundial; la última en la Guerra del Desierto.
Sófocles, autor de esta obra, es uno de los tres grandes dramaturgos de la Grecia
Clásica. Nació en Colono, una aldea cercana a Atenas, en una familia adinerada. La fecha de
su nacimiento se cree, está “entre los años 497-494 a. C.” (Crespo, 2008, p. 53). Tuvo una
nutrida educación, y desde joven ya destacaba “por su belleza y por sus excelentes aptitudes
para la música y danza.” (Crespo, 2008, p. 53). Siempre se movió entre las altas esferas de la
comunidad helénica (se relacionó con importantes políticos, filósofos, artistas). Tan venerado
fue, que incluso Aristófanes reconoció su grandeza. Sabemos que Antígona fue representada
el año 442 a. C, y que gozó de una recepción absolutamente favorable. Murió entre el 406-
405 a.C. (Crespo, 2008, p. 54).
No son demasiadas las obras que logran viajar a través del tiempo respetadas tanto en
su versión original como en las fieles interpretaciones que se le hacen. El enfrentamiento de
Antígona con Creonte, dice Santiago Alba Rico a través de Steiner, “integra los cinco
conflictos que definen la ‘condición humana’” (2018). Estos son “entre hombre y mujer,
entre jóvenes y viejos, entre individuo y sociedad, entre vivos y muertos, entre humanos y
dioses.” (2018). Sin embargo, como todo texto, Antígona está sujeta a debates. Si bien
podemos pensarla como hace Steiner (en tanto fiel representante de la condición humana),
se puede decir, como Matthew Santirocco, que este “enfoque conflictivo nos incita a hacer
las preguntas incorrectas” (trad. propia; 1980, p. 180). Así, “un acercamiento válido a la obra
podría ser el considerarla no en términos de conflictos encarnados en sus personajes, sino en
términos de un tema que actúa como contexto dentro del que todos estos conflictos se
representan” (trad. propia; Santirocco, 1980, p. 180). Nietzsche declara a Eurípides como el
asesino de la tragedia, en tanto su obra representa un impulso racionalizador que el concepto
mismo de tragedia no acepta. Santirocco explica que es este moverse del mito a la razón el
espíritu de la época de Sófocles. Así, “la función de la tragedia en el siglo quinto a.C en
Atenas era, al menos en parte, exponer y explorar estos desplazamientos culturales, ya sea
afirmando valores y conceptos tradicionales, ya sea cuestionando su continua validez” (trad.
propia; Santirocco, 1980, p. 180). En Antígona “los personajes apelan a la justicia, pero cada
uno la define de manera distinta, por lo que el conflicto no lo es tanto entre la justicia y la
injusticia sino, más bien, entre un tipo de justicia y otro”. (trad. propia; Santirocco, 1980, p.
181). En fin, las interpretaciones y los usos de esta obra no faltan: fue “usada para introducir,
desarrollar o explicar temas como la justicia (Euben), el racionalismo político (P. J.
Ahrensdorf), la libertad de expresión como libertad política (A. Saxonhouse); el conflicto
entre lo privado y la ley pública (J. Butler)” (Zappulla, 2011, p. 116). Personalmente,
interpreto cada perspectiva como una razonable; no es, claro, un juicio de tibieza liberal, más
bien lo que afirmo rotundamente es que esta obra exige y necesita de todas esas
interpretaciones. Santiago Alba Rico dice usar los conflictos que nombra Steiner como un
parámetro para juzgar el progreso de una sociedad (cómo se procesa cada conflicto
culturalmente, se supone, demuestra el nivel de “civilización” existente). Si queremos
aprovechar esta obra, entonces, hay que representarla tantas veces y de tantas maneras como
necesitemos para dejar clara nuestra situación como sociedad.
La figura de Creonte como tirano la deja clara Hemón cuando lo desafía (si bien todos
le tienen miedo, dice, él puede porque es su hijo). Llega a decirle que “[q]uisiera que actuases
de tal modo que pudiera ser tu amigo; que no dijeras que sólo tú tienes razón y ningún otro
la tiene.” (Brecht, 1948, p. 40) Incluso Los Ancianos se muestran indecisos. Creonte
responde: “Y que los caballos guíen el carro en lugar del cochero. ¿Es eso lo que queréis?”
(Brecht, 1948, p. 41).
Cuando Antígona está cerca de ser muerta, dialoga con Los Ancianos. Estos se
lamentan de su muerte, pero Antígona, ya habiéndolos interpelado antes, no compra sus
sollozos: “Os lamentáis, como si ya estuviese muerta. Alzáis los ojos hacia el cielo azul y no
osáis mirarme al rostro. Sin embargo, realicé un acto sagrado, para cumplir un deber
sagrado.” (Brecht, 1948, p. 49). Los Ancianos ya no parecen como un conjunto neutro,
despolitizado, cuando intervienen. Antígona nos permite entenderlos como sujetos que
pueden ser juzgados; así, cada vez que hablan, parecen relatores de lo que sucede, ante la
impaciencia del espectador que ahora los ve cómo actores políticos cómplices de algo.
Tiresias, el oráculo, llega ante Creonte para advertirle sobre su funesto devenir (y el
de la comunidad). Los Ancianos critican al rey. Llega un mensajero a avisar sobre la derrota
de su pueblo contra Argos. En una parte dice que “[e]l pueblo de Argos, señor, recurrió a mil
astucias. Combatieron las mujeres y ayudaron los niños.” (Brecht, 1948, p. 62). Esto no hace
sino dejar más claro el contraste entre un pueblo unido y uno guiado por las pasiones de un
solo individuo.
La obra concluye con un Creonte, casi muerto por su hijo (que se suicida al lado de
Antígona), rendido. Su rendición es también la aniquilación de su indefenso pueblo.
“Antígona” de Jean Anouilh
PERSONAJES
Antígona; Creón; El coro; Ismena; Hemón; La nodriza; El mensajero; Los guardias.
Escrita en 1944 en París, durante la ocupación nazi.
Comienza con un monólogo de “El prólogo”. Todos los personajes están presentes, pero
haciendo sus cosas en segundo plano, sin interactuar con el público (Antígona sola, lacónica;
soldados bebiendo y conversando, etc…). “El prólogo” introduce a cada personaje dando
detalles importantes de su historia y describiendo su porvenir. Lo interesante de ello es cómo
hace saber al público que esto no es sino una obra de teatro; que el futuro de cada personaje
ya está dicho y que será, necesariamente, consumado.
La discusión llega a tal nivel de tensión que Creón no puede tolerarla más: llama a
los guardias para que se lleven a Antígona. Ismena lo reprocha; él responde: “Ella era la que
quería morir. Ninguno de nosotros tenía fuerza bastante para convencerla de que viviera.
Ahora lo comprendo; Antígona nació para estar muerta. Quizá ni ella misma lo supiera, pero
Polinice era sólo un pretexto. Cuando tuvo que renunciar a ese pretexto, encontró otro en
seguida. Lo que importaba pata ella era negarse y morir.” (Anouilh, 1944, p. 186) Luego se
suma Hemón, quien sufre el desmoronamiento de su mundo. Su amada morirá, y su figura
paterna lo ha decepcionado. Huye “herido de muerte”, como dice el coro.
Ante la amenaza de que el pueblo se tome el castillo, Creón manda a los guardias que
cuidaban a Antígona (menos a uno) a defenderlo. El que se queda con Antígona tiene un
diálogo largo con ella, coloquial, en el que le cuenta sobre las jerarquías militares, algo de su
vida personal, etc. Es tan “humana” la relación que Antígona le pide que le escriba una carta
a Hemón (a cambio de un anillo de oro para el guardia).
El cambio de escena es abrupto: cuando todavía se está redactando la carta, entran los
demás guardias, y luego salen todos del escenario. Entra el coro y el mensajero. El coro
anuncia la muerte de Antígona; el mensajero, más detalladamente, cuenta cómo Creón, al
escuchar una voz distinta procedente de dentro de la fosa, ordena, histéricamente, que se
quiten todas las piedras que la tapaban. Cuando logra entrar, ve a su hijo al lado de una
Antígona que se había suicidado. Hemón intenta herir a su padre con la espada, pero falla, y
opta por enterrársela en su propio estómago. Creón entra en escena luego de este monólogo,
de lo más sereno. Dialoga un poco con el mensajero, que le cuenta que también había muerto
su esposa. Creón prosigue, tranquilo. Pregunta por sus deberes del día, y desaparece de
escena.
La obra concluye con los soldados del principio, tomando vino y jugando cartas, tan
despreocupados como le corresponde a su rol.
Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal
PERSONAJES
Facundo Galván; Lisandro Galván; Antígona Vélez; Carmen Vélez; Martín e Ignacio Vélez; El
viejo; Coros de mujeres y hombres; Brujas
Escrita en 1951, sitúa la obra en la pampa argentina, en el contexto de la Guerra del Desierto.
Comienza con el funeral de Martín, celebrado como la tradición indica, en paralelo al cuerpo
de su hermano, también muerto, que yace solitario en algún lugar de la pampa. Las mujeres,
quienes se ocupan del cuidado de la casa y de las preparaciones de las cosas, no saben dónde
está Ignacio. Solo saben que de él no se puede hablar.
“- La tierra lo esconde todo. Por eso Dios manda enterrar a los muertos, para que la tierra cubra y
disimule tanta pena.
- ¡Está prohibido enterrar a Ignacio Vélez!
- Lo sé. Pero yo conozco una ley más vieja.” (Marechal, 1951, p. 17)
La sensación que transmite el coro de mujeres es de profunda incomodidad, de una desazón,
como si el actuar de Galván implicara una incongruencia con el normal transcurrir de la vida,
y que nada volverá a su cauce original si no se remedia esta afrenta a las “leyes viejas”
(referencia y apropiación de la “hibris”).
Los hombres conversan afuera de la casa, poniéndose al tanto del paradero de cada
persona en ese momento; ellos se preocupan del orden, del control. Por eso las mujeres se
presentan a priori como peligro, y son culpables hasta que se demuestre su complicidad con
el macho.
“- Mi padre sabía dictar leyes, y todas eran fáciles. Murió sableando pampas junto al río.
- Las leyes de tu padre voy siguiendo.
- ¡No, señor! Él no habría tirado su propia carne a la basura.
- ¡También él supo castigar!
- ¡Jamás lo hizo por encima de la muerte! Dios ha puesto en la muerte su frontera. Y aunque los
hombres montasen todos los caballos de su furia, no podrían cruzar esa frontera y llegarse hasta
Ignacio Vélez para inferirle otra herida.
- No hace falta: Ignacio Vélez ha recibido lo suyo.
- ¡Ha recibido más de lo suyo!
- ¿Qué más?
- La tierra sucia y los pájaros hambrientos.
- ¡Le pertenecen también!
- ¡No, señor! Dicen que Ignacio Vélez recibió tres heridas en la pelea. Y está bien, porque las
recibió más acá de la muerte y entraban en lo suyo. Lo que no está bien, ¡y lo gritaría!, es la
vergüenza que recibe ahora del otro lado de la muerte, porque no entra en lo suyo. (Al coro de
Hombres.) ¡Ni en lo de ustedes, hombres!” (Marechal, 1951, p. 24)
Luego de esta discusión, los coros comparten sus lamentos. Lo que les subyace es la idea de
que antes tenían propósito, pero ahora, que ni siquiera a un muerto se le da entierro, hay
incertidumbre y tensión.
Están todos, menos Facundo Galván, reunidos para cumplir la condena. Se hace de
todos conocido el amor de Lisandro y Antígona, lo que les permite entender por qué Antígona
actuaba de tal manera. Pero la condena estaba hecha, y los hombres solo siguen órdenes.
Unos sujetan a Lisandro, otros suben y amarran a Antígona al caballo. El caballo parte al
galope hacia el horizonte. Lisandro se suelta de sus verdugos, desaparece unos segundos, y
luego reaparece galopando raudo en su caballo junto al de Antígona. Solo se ven dos puntitos,
juntos, a lo lejos. Hasta que son muertos por las lanzas de los indios.
La obra cumple con la definición de clásico que hace Ítalo Calvino: esta no se agota en su
primera lectura; es maleable, atractiva, transversal. A través de la descripción que se ha hecho
de las obras de Brecht, Anouilh y Marechal, me parece que se puede afirmar esto. Así,
Antígona no es necesariamente una obra que se deba reducir a los supuestos conflictos
encarnados por sus personajes, ni tampoco a su condición de respuesta a un contexto
determinado. Es tan útil tanto para denunciar la conducta irresponsable de un tirano como
para ilustrar los conflictos rurales, ajenos a los centros culturales y políticos que, por lo
general, llaman la atención. Lo que heredamos de Sófocles es un mapa para comprendernos
y desde el que criticar; una obra inmortal a la que podemos acudir para entendernos sea cual
sea la situación.
Bibliografía
Santirocco, M. (1980). Justice in Sophocles’ Antigone. Philosophy and Literature, 4 (2), 180-
198 pp.
Real Academia Española (RAE). (2017). Borges esencial. Rio de Mouro: Alfaguara.
Reading Antigone through Hannah Arendt’s political philosophy (congreso, 2011). 5th
Mediterranean Congress of Aesthetics.