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Libro y contenido.

José Luis Arellano Reyes


23 de abril de 2010

A lo largo de toda su historia el hombre ha dejado huella de su

pensamiento, deseos, sentimientos y temores. Esta constante propensión

hacia el exterior nos habla de la naturaleza humana, de su necesidad de

expresión.

Cualquier medio a su alcance ha sido suficiente vehículo expresivo

para contarle al otro lo que somos y recrear el mundo como dioses, llenándolo

con seres nuevos, maravillosos, brillantes o sombríos. Estas creaciones,

nuestras por mor de ser humanas, van adoptando en cada época formas muy

diversas. Desde las pinturas rupestres de Altamira hasta las grandes ediciones

de lujo y los archivos electrónicos, los textos son la manifestación de lo que

somos: seres necesitados, incompletos, cuya realización se encuentra,

precisamente, encontrándose a sí mismo a través del encontrarse con el otro.

Texto y libro, fondo y forma, forma y contenido, el texto mismo ha

producido su propio debate. Pero más allá de cualquier discusión, el texto ha

sobrevivido a la persecución. En alas del lenguaje, las ideas que somos, los

textos en que nos convertimos, han sobrevivido - y con ellos nosotros mismos-

gracias a la posibilidad de adecuación, de adaptación a las diferentes formas

que se adoptan para su expresión.

En este sentido, hablar hoy del libro, es hablar de nosotros mismos, de

nuestra pertenencia a la humanidad, de la tecnificación de la expresión. Es


hablar de la expresión cultural con más poder de transformación. El texto que

se convierte en libro, en disco, en audio, en archivo es, él mismo, siempre

texto con ropajes coloridos.

Pero este énfasis en el texto-contenido más que en el libro, es una

invitación a la lectura de nosotros mismos. La reflexión como estrategia para

guiar al sujeto a poner atención sobre sí mismo, alude a la incertidumbre de la

época, a la angustia de no encontrar sentido. Recuperación del otro sí, pero no

a costa de uno mismo; leernos a partir de la lectura del otro; reflexionarnos al

reflexionar sobre los otros: reconocernos en el otro es el sentido. Y el texto, en

cualquier forma que haya adquirido -libro, disco, archivo- es básicamente el

camino.

Todos hemos sido testigos de su existencia - el libro- de su

transformación. Pero a fuerza de tenerlo tan presente lo olvidamos, y al

olvidarlo nos olvidamos de nosotros mismos. Parafraseando a Gadamer

diremos que hay que demorarse en el texto, porque demorarse en el texto

implica demorarnos en nosotros mismos.

Ejemplo celebre es Sor Juana con sus libros. Reflexión profunda y

sostenida que al amparo de su biblioteca, dialogó con todos y ninguno.

Celebrar, entonces, el día internacional del libro, es celebrar con todos

nuestro encuentro, en el contenido.

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