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Nunca le parece bien lo que hace o realiza; siempre está descontento, y haga lo que haga
termina con la sensación de insatisfacción consigo mismo y con los demás. De esta manera,
sus intercambios con el ambiente siempre son pobres y deficientes, no correspondiendo a lo
que necesita o a lo que desea en cada momento.
El neurótico ni toma del ambiente aquello que necesita para mantener su equilibrio y una
sana supervivencia, ni contribuye a dar al ambiente aquello que el ambiente reclama de él y
que serviría para conformarlo, al contribuir como uno más del grupo al que pertenece. En
este intercambio, tanto el individuo como el ambiente y la sociedad se van configurando
mutuamente en un continuo dar y tomar. Ambos se van transformando por influencias
mutuas, y sin esa interrelación, uno u otro deja o interrumpe este proceso, ambos, ambiente
e individuo, se verán afectados.
La persona debe aprender a darse cuenta de cuáles son sus necesidades y cuáles son las
necesidades de la sociedad o comunidad a la que pertenece, para que los intercambios se
realicen de la mejor manera posible.
Pero, ¿qué sucede cuando las necesidades dominantes de la persona entran en conflicto con
las de la sociedad? Aquí es el individuo el que tiene que distinguir si puede diferir la
satisfacción de su necesidad, si lo cree factible por considerar que es mejor hacerlo de ese
modo, o si su necesidad es tan imperiosa que tiene que satisfacerla aunque tenga que
enfrentarse con la sociedad en que vive y, en consecuencia, con su rechazo y
desaprobación. Esta elección no siempre es fácil.
Pero cuando no puede discriminar, ni tomar una decisión precisa, ni sentirse satisfecho con
la que ha tomado, ambos, individuo y ambiente, se ven afectados.
Este proceso de intercambio con el ambiente puede verse distorsionado, ya sea porque los
intercambios que se realizan son pobres o porque son malos o insatisfactorios para uno y
otro, afectando al buen funcionamiento. Cuando esto se produce, aparecen dos clases de
signos: unos subjetivos, que son todos los que el paciente nos transmite (depresión, tristeza,
apatía), y otros objetivos, que son los que observa el terapeuta, como pueden ser sus
movimientos, sus gestos, sus conductas repetitivas, su lenguaje, su mirada o su aspecto
físico en general.
En toda terapia subyace una idea de salud, y es hacia ese lugar donde el terapeuta orienta,
de uno u otro modo, su quehacer y a su paciente. De la misma manera, subyace una idea de
enfermedad que, además de utilidades diagnósticas, implica y determina toda la estructura
del proceso terapéutico. Para abordar el funcionamiento anormal del organismo desde la
Gestalt se hace necesario considerar dos puntos importantes.
El primero es que los trastornos no son mentales sino del organismo. La división
mente y cuerpo en Gestalt no existe, trastorno es, una interferencia con el proceso
de formación y asimilación de la gestalt. Interferencias que distorsionan y
desequilibran la tendencia del organismo a la integración y la autorrealización.
El otro punto es que estos trastornos del funcionamiento no son categorías fijas,
solamente representan al paciente en referencia a los procesos actuales. De esto, se
deduce que en Gestalt la enfermedad la trabajamos en función de la salud.
La primera capa es la de las máscaras, los clichés; son señales sin significado,
propias de un encuentro casual. Es el ser superficial que banaliza las relaciones
humanas.
La segunda es la capa donde jugamos y representamos roles, la capa de roles y
juegos psicológicos, el niño bueno, el importante, el matón, la niña encantadora,
cualquier rol que queramos representar. Son los estrato superficiales, sociales, los
estratos del “como sí”. Es lo que nos hacemos que somos. Esta capa sintética es
donde hacemos un show de lo que no somos para manipular el entorno. En el
trabajo terapéutico es el encuadre inicial, hablar en primera persona y
responsabilizarse.
Si trabajamos y atravesamos este estrato de jugar roles, vivenciamos la anti
existencia, la nada, la vaciedad, es el tercer estrato, el del impasse, la sensación de
estar atascado y perdido. Este impasse está marcado por una actitud fóbica: la
evitación. Evitamos el sufrimiento de la frustración. Al no atravesar esta capa
permanecemos inmaduros y con la necesidad de manipular el mundo. La nada no
existe para nosotros, está basada en el darse cuenta de la nada, con lo que hay que
darse cuenta de algo, luego algo hay ahí. Encontramos que al aceptar y atravesar
esta nada, este vacío, el desierto empieza a florecer. Nada equivale a real, verdadero.
La nada es nada mientras estamos bajo la compulsión de hacer de ella un algo. Una
vez que aceptamos la nada, todo se nos da por añadidura. La nada entonces, se
convierte en una pantalla sobre la que podemos ver todas las cosas, “un fondo” ante
el cual surgen libremente todas las figuras.
Una vez que no tenemos que ser creativos, cualquier cosa que hagamos es nuestra
creación, una vez que no tenemos que estar iluminados, nuestra toma de conciencia
del momento es iluminación, una vez que dejamos de estar preocupados de esto o
aquello y sentimos una nada con respecto a tales estándares, nos percatamos de que
somos lo que somos. En el trabajo terapéutico hay que sostener el malestar.
Detrás está el estrato de la muerte o fase implosiva, es la muerte o el temor a la
muerte, es el contacto con lo muerto de dentro de nosotros, aparece como muerte
por la parálisis catatónica: nos encogemos, nos contraemos y comprimimos, en una
palabra: implotamos. Una vez que logramos un contacto verdadero con lo muerto de
este estrato implosivo
Se convierte en una explosión, la capa de la muerte retorna a la vida y esta
explosión es el nexo con lo auténtico de la persona, que es capaz de vivenciar y
expresar sus emociones auténticas. Es la resurrección después de la muerte. Hay
cuatro tipos fundamentales de explosiones del estrato implosivo:
1. La explosión de la pena genuina, se trata del trabajo sobre una pérdida
importante o una muerte que no ha sido asimilada.
2. La explosión hacia el orgasmo, en el bloqueo sexual
3. La explosión hacia la ira
4. La explosión hacia la alegría
La mayor parte de nuestro representar roles está diseñado para controlar justamente estas
explosiones, la capa de la muerte. El temor a la muerte es que si explotamos creemos que
ya no podremos sobrevivir (no nos querrán más, nos castigarán, nos ignorarán, no nos
valorarán), la persona completa es aquella que es capaz de explotar en las cuatro
emociones.
El problema del neurótico no es que no pueda manipular, sino que sus manipulaciones son
dirigidas hacia la preservación y el cultivo de su impedimento, en lugar de estar dirigidas a
deshacerse de él. Si logra aprender cómo dedicar tanta inteligencia y energía al apoyarse en
sí mismo como lo pone en hacer que su ambiente le apoye, entonces tendrá que tener éxito.
Su capacidad para manipular es su mayor logro, su punto fuerte, y su incapacidad para
enfrentar su crisis existencial es su punto flaco.
Ambos se necesitan y uno intenta controlar al otro, y así lo que hacen es no encarar la
realidad, se dejan controlar por la situación. Es una fractura de la autorregulación con el
entorno. El perro de arriba es una manera de protegernos, como un padre que hemos creado
dentro de nosotros, que quiere que mejoremos inmediatamente con independencia de la
situación de la persona, el de abajo responde con autocomplacencia o sabotaje. Los dos
representan dos roles inútiles ante un yo ineficaz y tolerante.