Sei sulla pagina 1di 2

MÚSICA ENTRE DOS MUNDOS

Irene de Juan Bernabéu

Este concierto nos sitúa, en efecto, entre dos mundos: el primero en Rusia, todavía zarista en el
momento de composición de este concierto, una Rusia que se inmortaliza en el arte en las manos
de Tolstoi, Repin o Mussorgksy, y que lejos de ser amable, ofrece una imagen artística
monumental, ancestral y trágica, imagen que se refleja en el Concierto nº 2 de Sergei
Rachmanninov. El otro mundo es el de la América re-conocida, admirada por Dvorak y
‘descubierta’ como inspiración dentro de la música clásica. Una América que comparte con Rusia
una naturaleza tamaño XXL, una América que guarda dentro de sí su mejor tesoro musical: el de
su propia música, los ritmos y melodías afroamericanas, hasta el momento ignorados por los
compositores de música ‘académica’, y de súbito admirados y utilizados por Dvorak en sus obras
del periodo americano.

Esos dos mundos quedan representados por dos obras-icono, sin duda entre las más queridas
por el público, y entre las más utilizadas por la cultura popular, llegando a ser imagen sonora de
películas y anuncios de televisión de dudoso gusto. De lo que no cabe duda, es de que ambas
logran captar la atención del oyente de principio a fin, probablemente por la gran capacidad de
expresión emocional y ‘narración’ del conflicto que ambas comparten.

El Concierto para piano nº 2 de Segei Rachmaninov (1873-1943) supone para el compositor la


salida de la crisis emocional más profunda de su vida. Las malas críticas en el estreno de su
Primera Sinfonía, unidas a otros factores personales, sumieron al compositor en un estado de
profunda tristeza y paralización creativa que sólo pudo remediar con el trabajo realizado junto al
médico y psicólogo especializado en conductas alcohólicas, Nicolai Dahl. Las sesiones de
hipnosis reafirmándole como compositor, y repitiendo la fórmula “Usted empezará a escribir su
Concierto… usted lo escribirá con gran facilidad… el Concierto será de excelente calidad…”
parece que surtieron efecto, porque lo cierto es que Rachmaninov se desbloqueó y pudo
canalizar las energías en la composición de su obra, estrenada completa el 27 de octubre de
1901 en San Petesburgo.

Conociendo los antecedentes, no es difícil conectar el primer movimiento a la sublimación de un


camino desde el sufrimiento hasta el triunfo: las campanadas fúnebres con las que se presenta el
piano nada más comenzar el primer movimiento, el primer tema del concierto, a manos de la
orquesta, fuertemente ruso y trágico, acompañado por un piano que sobrevive entre fuertes
arpegios-ola; un segundo tema que anhela un mundo mejor y nos regala unos pocos instantes de
contemplación y serenidad, y, en adelante, un desarrollo in crescendo que nos presenta un
nuevo tema, fundamental dentro de la arquitectura del primer movimiento porque es el tema del
triunfo, que comienza anunciándose algo tímido, como respuesta a la llamada del tema trágico en
la orquesta, y que culminará en las manos del pianista en una sección ‘Alla marcia’, en la que
explícitamente triunfa sobre la tragedia del primer tema, enunciada simultáneamente por la
orquesta. En su música, Rachmaninov venció a su propio drama.

El segundo movimiento se halla entre los momentos más poéticos de la historia del piano,
comparable, y quizás inspirado por, el movimiento lento del 5ª concierto para piano y orquesta de
Beethoven. El piano despliega un acompañamiento de arpegios, calmo pero sumamente
expresivo, sobre el que despliega la flauta, en conversación con el clarinete, el tema principal del
movimiento, una suerte de ensoñación que el piano se encargará de parafrasear y desarrollar.
Cierra el concierto un tercer movimiento musculoso y afirmativo. El compositor-pianista mira de
frente al combate con la vida, digo, con la orquesta.

Obra magistral que reafirmó el talento compositivo de Rachmaninov e impulso con fuerza su larga
carrera.

Diez años atrás, en el verano de 1891, el compositor checo Antonin Dvorak (1841-1904) decidió
emprender su aventura americana: viajar a Nueva York a hacerse con el cargo de director del
Conservatorio Nacional, tras una larga insistencia de su fundadora Jeannette Thurber. Allí entre
muchos alumnos que buscaban adoptar el paradigma compositivo europeo, encontró a algunos
otros que le mostraron lo que para Dvorak sería el verdadero tesoro de su viaje: el contacto con la
música negra e indígena de los Estados Unidos - en ella estaba el futuro de la música americana,
de acuerdo al compositor-. Su estrecha amistad con su alumno Harry T. Burleigh le serviría para
sumergirse en el estilo de música mencionado, en sus ritmos, patrones melódicos y recursos
armónicos más frecuentes. De ese idilio con la música nativa americana nació la Sinfonía del
Nuevo Mundo, la novena y última de su catálogo.

Estrenada en el Carnegie Hall de Nueva York el 15 de diciembre de 1893, se puede considerar a


esta sinfonía como la primera gran obra “mestiza” de la historia de la música. Lo es por la fusión
de elementos extraídos de la música nativa (cantos espirituales negros, danzas americanas,
escalas autóctonas), con procedimientos compositivos propios de la música occidental europea
(estructura sinfónica, orquestación, manejo del material temático…); incluye, además, un
elemento extramusical como inspiración: el poema épico “La canción de Hiawatha” (1855), del
poeta norteamericano Henry Wadsworth Longfellow, obra que Dvorak había leído mucho antes
de caer por los Estados Unidos.

La sinfonía se abre, tras una introducción entre la evocación y la amenaza, con un Allegro
monumental en el que ya se pone de manifiesto la combinación entre lo épico (primer tema), lo
lírico (el espiritual negro que conforma el segundo tema, extraído por cierto, del espiritual negro
“Swing long, sweet cheriot”), y, además, la danza (tema de transición entre el épico y el lírico). Un
desarrollo muy “europeo” en su construcción de lo pastoral a lo combativo, y una sección final en
la que el espiritual negro del segundo tema se reconvierte y agiganta, serán los momentos más
representativos del movimiento.

Al Largo de la Sinfonía le sucede como al del concierto de Rachmaninov, su inspiración poética


los ha filtrado en el imaginario sonoro popular. Es el tema principal, protagonizado por el corno
inglés, que bien suscribe las palabras de Dvorak sobre Iowa, el lugar en el que inspiró el
movimiento: “Las praderas eran tristes hasta la desesperanza”. Todo el Largo se enmarca dentro
de la escena de funeral de la obra poética de Longfellow, un funeral que, lejos de acabar en la
pesadumbre, finaliza conectando con el triunfo de la vida. Así, en los últimos minutos del
movimiento podremos escuchar “el canto de las aves y la vida animal”, auténtica metáfora del
ciclo de la vida y la continuación de ésta a pesar de las pérdidas.

Un tercer movimiento Scherzo, de molde muy Beethoveniano -recuerden aquellos que lo tengan
en la cabeza, el Scherzo de la novena sinfonia del compositor de Bonn-, incorpora de nuevo la
energía rítmica a la sinfonía. “La boda de Hiawatha”, siguiendo con la épica de Longfellow, es la
que inspira esta escena: la danza rítmica y racial en un impetuoso crescendo sin concesiones
abrirá el movimiento, mientras que, contrastando, aparecerá en la sección central un amable
tema, de cadencia muy americana, para aportar el elemento lírico.

Finaliza la sinfonía a lo grande: un tema-coloso amenaza en el viento-metal, generando una


expectación que ya no se perderá hasta llegar al último de los compases de la obra. Junto al
coloso, el amor, inspirada canción lírica que aporta luz y paz, y nos permite un paréntesis dentro
de la energía imparable que domina el movimiento. En el desarrollo encontraremos de nuevo la
presencia del conflicto, nuevas batalla, en esta ocasión con personajes procedentes de los otros
movimientos de la sinfonía (nuevamente recuerdo de la Novena beethoveniana). Escucharemos al
poético tema del movimiento lento convertirse en un auténtico gigante capaz de medirse con el
coloso protagonista de este movimiento. ¿Quién vencerá? Dejo a la orquesta que se lo cuente…

Potrebbero piacerti anche