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LA INFAMIA NEOCOLONIALISTA DE LA CICIG

Armando de la Torre

Aquí desde hace casi once años nos movemos oficialmente a contrarreloj de la historia de

la civilización.

El colonialismo de otrora ha renacido de pronto para nosotros no dentro de los parámetros

de los antiguos Estados nacionales sino adherido a ese “Gran Hermano” que llamamos

“Organización de las Naciones Unidas” (ONU), “donde cinco iguales son más iguales que los

demás.”

Y como es de esperar, también han renacido los lamebotas locales de esa improvisada

Metrópoli global neocolonialista con sede en Nueva York.

Y por eso, bajo el pretexto de reciclados supuestos neocolonialistas como, por ejemplo, en

nuestro caso, ayudar a nosotros, a los infelices colonizados, en el sector justicia.

Lo más notable y dolorosos aquí en Guatemala es que el nuestro es el único Estado-Nación

sobre toda la faz de la tierra que se haya acomodado oficialmente a tal nuevo orden mundial como

si fuera legítimo, y durante cuatro periodos presidenciales sucesivos, es decir, del 2007 a la fecha.

¡Cuán degradante!

Y todo a instancias de grupo afines al de los desorientados hijos de esta patria décadas atrás

que la sumieron caprichosamente durante treinta y seis años en un mar de lágrimas y de sangre. Y

que una vez vencidos por las beneméritas y poco reconocidas Fuerzas Armadas de Guatemala,

corrieron a refugiarse bajo las faldas del poder neocolonial mediante la promoción de ese engendro

maquiavélico conocido por sus siglas como “C.I.C.I.G”.


Caso único en la historia contemporánea del entero planeta y que a muchos guatemaltecos

de buena voluntad les resulta psicológicamente imposible de digerir como parte de la realidad

histórica.

Pero, amigos, sí es nuestra realidad.

Y, en el entretanto, algunos otros languidecen en las cárceles sin que se haya demostrado

legalmente que la hubiesen merecido, e incluso algunos que ya han muerto en ella.

Crimen repugnante al que nosotros, los todavía libres, nos hemos acomodado

perezosamente.

Muy pocas han sido en la historia las razones que hayan justificado moralmente

levantamientos armados. Pero esta bota asesina sobre los pescuezos de todos los que aquí vivimos

la creo una razón válida a los ojos de otros hasta para una insurrección armada contra ese engendro

diabólico de la CICIG. Que ha aniquilado hasta sus raíces últimas entre buena parte de la

población, poco o nada alerta, del desmoronamiento de la diminuta estructura que nos restaba

nuestro edificio ético nacional.

Y así todo permanece inmovilizado, también la inversión extranjera y el consiguiente

desempleo de nuestras masas laborales, ante el casi absoluto mutismo por parte de muchas cabezas

supuestamente pensantes entre nosotros y, sobre todo, por nuestras autoridades legítimas,

previamente obligadas por ley constitucional a defender nuestra soberanía colectiva.

Y así, tres conocidos magistrados de la Corte de Constitucionalidad, y una no menos

conocida ex Fiscal General, añadido algún que otro oportunista calculador en la Corte Suprema,

han osado impunemente por neutralizar cualquier intento de los guatemaltecos por recuperar la

integridad de nuestro ordenamiento jurídico vigente. Muy en especial para todos quienes
laboramos y siempre pagamos nuestros debidos impuestos, y nos hemos hecho un modo honesto

de vida en esta tierra tan singular.

De todo esto concluyo una vez más que lo más enfermo en los poderes soberanos del Estado

es el Poder Judicial, sin perspectiva alguna de mejora en tanto se mantenga vigente el monopolio

corruptor de la CICIG, enteramente al servicio de poderes del extranjero.

Y de esa manera nos vemos reducidos todos a un verdadero Estado de indefensión frente a

los desmanes de unos poquísimos abusadores, tanto nativos como llegados de fuera, y con escasas

esperanzas de poderlos expulsar.

Recuerdo que un gran jurista alemán de principios del siglo pasado, Rudolf von Ihering,

acuño la frase de que “el Derecho es un mínimo de moral”. Y de otros más cercanos a nuestros

tiempo, Hayek, Kelsen y el filósofo K. R. Popper, habían llegado a la muy realista conclusión de

que no se ha de aspirar a un aumento del número de casos en los que supuestamente hemos hecho

justicia sino más bien poner todo nuestro énfasis cívico en disminuir los casos de injusticia.

Lo que es armonizable con esa verdad de sentido común de que siempre “es preferible

tolerar cien delincuentes libres que retener a un inocente en prisión.”

Desde estas perspectivas, el triunfo de la corrupción entre nosotros, mediante la CICIG, es

total. Y de ello todos habremos de dar cuenta inevitablemente un día ante nuestros descendientes

y ante la divina justicia.

Y, para añadir injuria sobre ofensa, CODECA, el CUC, FRENA y otros grupillos

delincuenciales, para cuyo control precisamente se pretextó a ese gran engaño llamado CICIG,

continúan con sus erráticas destrucciones de fuentes de trabajo para los hombres y mujeres

honrados tales como hidroeléctricas y minerías, hostigamiento de inocentes en la forma de robos

de energías casi exclusivamente en las áreas rurales, las más pobres del país.
Y todo ello, simultáneo a su incesante labor de zapa del prestigio internacional de

Guatemala, con lo que logran embusteramente mantener su posición en el país.

Todos ellos, muy lamentablemente, también con la aquiescencia de algunos “señoritos” del

sector productivo del país, tontos útiles al servicio de burócratas internacionales como el Secretario

General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, ex Presidente, recuérdese, de la Internacional

Socialista y que jamás se ha dignado poner un pie en Guatemala.

Es más, los probables escenarios definitivos que tan sigilosamente nos preparan los

tenemos ya a la vista y a relativa corta distancia: Cuba, Venezuela y Nicaragua…

(Continuará)

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