Sei sulla pagina 1di 2

EL NO CAMBIO

El “no cambio” se inaugura con frases como la de la de la nueva ministra de trabajo, Magdalena
Valerio, cuando afirma que “no se puede derogar alegremente la reforma laboral”. Frase que podría
haber dicho igualmente el presidente de la CEOE o Rajoy.
Cabe preguntar entonces a la nueva ministra si dado que no se puede derogar la reforma laboral
con alegría deberemos seguir soportándola con pesadumbre y paciencia cristiana.
Sin embargo Pedro Sánchez, el 15 de julio de 2014 afirmaba: “La primera medida que tomará el
próximo gobierno socialista será derogar la reforma laboral de Rajoy para recuperar cuanto antes
los derechos de los trabajadores. El PSOE no va a permitir que se recorten”.
Como ven el “no cambio” tiene un protocolo y unos plazos, unido todo ello por el hilo de oro de la
retórica, que en ocasiones tanto se parece a la mentira. No es mala manera de empezar a no
cambiar.

Quizás sorprenda que cuando muchos desempolvan y engrasan la retórica hueca del "cambio" que
no cambia nada yo hable de la involución que lo cambia todo, pero es que hay cuestiones
principales y cuestiones accesorias, y así como la peripecia reciente de Pedro Sánchez y sus
ministros es accesoria y cosmética, lo ocurrido con Italia y sus ciudadanos es primordial y grave.
Más que nada porque marca una tendencia que de una u otra forma ha afectado ya a varios países
europeos como Grecia, Italia, y también España (¿el Sur?), donde ya no son los ciudadanos los que
deciden, y dónde por tanto el voto se ha vuelto inútil y pura farsa.

Estas intervenciones exteriores en lo que es la soberanía de un país merecen calificarse de golpes


de Estado, de mayor o menor envergadura, aunque siempre inaceptables y graves. Nada hay más
deprimente para un ciudadano (que se cree libre) que comprobar que su opinión o su voto no vale
nada, y que su libertad vale menos aún, es decir, que nada puede cambiar a través de las urnas. De
ahí el cabreo que se produjo estos días en Italia ante las manifestaciones prepotentes de un
comisario alemán, Günter Oettinger, que intentaba decir a los italianos como debían votar, supongo
que para no disgustar a Merkel y a los bancos alemanes.

Los golpes de Estado hasta ahora eran algo ajeno a la Europa democrática y moderna, un acto
irracional y poco serio que solo podía ocurrir en países exóticos, poco civilizados, por no decir
bárbaros. Que fueran a veces europeos muy civilizados y famosos los que fabricaran estos golpes
en otros sitios conviene dejarlo en la sombra mediante un efecto túnel de nuestra óptica manipulada.
Aunque no se descarta tampoco que, fronteras adentro, los planes y maniobras ocultas hayan
estado presentes más de una vez. Según documentos desclasificados, la diplomacia británica se
planteó la posibilidad de un golpe de Estado en Italia para evitar que la izquierda accediera al poder
en las elecciones de 1976. Kissinger también andaba en ello. Sea como fuere, esas elecciones las
ganó Andreotti, el mafioso.

Se supone que de lo que tocaba hablar ahora es sobre el giro que implica tener a Pedro Sánchez
como nuevo e inesperado presidente del gobierno, pero como no creo en ningún cambio que
patrocine el PSOE (salvo que el PSOE que inaugure Pedro Sánchez sea muy distinto del que le
precede) o cualquiera otro de los partidos autonombrados socialistas o socialdemócratas
(neoliberales en realidad) que han ido desapareciendo recientemente por el sumidero de la historia
al no coincidir envoltorio con contenido, quiero ocuparme de esta otra cuestión, más seria, y no
hacer de la necesidad virtud. Era necesario echar al PP, el gran padrino junto al PSOE de la
corrupción sistémica que ha hundido a España..

Es poco virtuoso haber tardado tanto tiempo en desinstalar del gobierno de un país serio a una tropa
a la que nadie en su sano juicio invitaría a la boda de su hija. De manera que el hecho no merece
mayor aplauso aunque si un suspiro de alivio y una reconvención por la tardanza.

Pero como digo, si hay una cuestión principal y grave entre las muchas que hoy nos zarandean en
estos posmodernos tiempos difíciles, es la cuestión de la democracia.

Sin comerlo ni beberlo y casi de un día para otro, nuestro progreso político se ha detenido en seco y
hemos vuelto rápidamente a la casilla de salida. Entre tanto se completa ese bucle involutivo todo es
desorden, y nadie sabe lo que se oculta a la vuelta de la esquina, hablemos del proyecto personal
de cada uno o del proyecto de toda Europa.
Hay plena consciencia de este hecho, de que la democracia tal como la conocimos hoy está en el
alero, pero la interpretación de esta evidencia es muy variada según quien opine. Hay a quien este
hecho le causa angustia, y hay quien lo jalea y alienta.
He leído estos días dos artículos sobre el tema:
Uno está firmado por Jorge Marirrodriga que lo titula “El dios mercado como juez de la buena
política” dónde aborda con humor el tema, en si trágico, de los funerales de la democracia.
Hablando sobre las recientes elecciones en Italia y las desafortunadas palabras del comisario
alemán, Günter Oettinger, dice: “estas cosas pasan por no preguntarse qué dirán los mercados
antes de meter la papeleta en la urna correspondiente y no, por ejemplo, si el candidato es un
incompetente”. O también: “La opinión de los mercados es la prueba del algodón para los
candidatos a gobernar cualquier país”.
Aunque tamizada por la ironía, el artículo expresa una preocupación grave por la muerte de la
democracia.

El otro artículo está firmado por Lluis Bassets que lo titula: “Doble ración populista”, y comienza
diciendo: “Hay verdades inconvenientes” que no conviene decir en público ni que conozcan los
ciudadanos simples. Hace referencia de nuevo a las palabras del comisario alemán, las cuales
aunque inoportunas se limitan a expresar una verdad amarga: la democracia ha muerto. Dado que
esta es una verdad incontestable y que en resumen estamos a expensas de lo que quiera ordenar el
señor mercado, que no es nadie pero lo es todo, conviene aceptar de buena gana esta sumisión y
no incurrir en populismo ni en vanas aspiraciones democráticas que no nos podemos permitir. Aquí
se da una “doble revolución liberal”: por una parte se da por cierto que es imposible que la voluntad
política y el interés general controle el mundo del dinero (un nuevo totalitarismo). Y por otra se
estima conveniente que los ciudadanos no lo sepan (un nuevo oscurantismo).

En vista de todo ello opinamos que PODEMOS debe seguir siendo la oposición.
No nos engañemos: la única oposición en España frente al bloque que representa y defiende los
intereses de Ángela Merkel y los bancos alemanes, es decir, del mercado, es PODEMOS. Los
demás partidos (PSOE, PP, y C's) están a las órdenes que vengan de Alemania, o de ese ente
metafísico pero demasiado humano que llaman “el mercado”, que es quien manda y dirige digan lo
que digan las urnas y dicte lo que dicte el interés general.

Esta es la triste realidad de la involución antidemocrática en nuestro país y por extensión en Europa.

Potrebbero piacerti anche