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de la soledad
José Antonio Ramos Sucre
Las palabras del Comandante Chávez “Hoy tenemos Patria” nos dicen
y nos seguirán diciendo que hemos vencido la imposición del destierro
y la alienación. Patria o Matria para nosotros significa refundación,
reconocimiento y pertenencia. Hace 15 años las generaciones más
jóvenes estaban hambrientas, perseguidas o idiotizadas. Hoy las
juventudes venezolanas se pronuncian y se mueven en diversidades
activas, manifiestas, con rostro propio. Hoy deseamos y podemos
vivir luchando por mejorar y profundizar nuestro anclaje a esta tierra
venezolana. Hoy la política no es tabú o territorio tecnócrata. Hoy la
participación es ley y movimiento continuo.
Decía Martí que no hay igualdad social posible sin igualdad cultural,
esta es una verdad luminosa que nos habla de la necesidad de alcanzar
una cultura del nosotros histórico, que nos una en la inteligencia, el
pecho y los sentidos hacia la Patria Nueva, hacia la afirmación de la
vida en común, para todos y todas.
¡Chávez Vive!
Elogio
1. a edición (digital), 2016
Correos electrónicos
comunicacionesperroyrana@gmail.com
atencionalescritorfepr@gmail.com
Páginas web
www.elperroylarana.gob.ve
www.mincultura.gob.ve
Diagramación e ilustraciones
Arturo Mariño
Edición
Juan Carlos Torres
Corrección
Yanuva León
1 Félix Armando Núñez. “Prólogo”. Obras de José Antonio Ramos Sucre. Ediciones
del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas Artes, Caracas, 1956.
Aún sin graduarse de abogado en 1914, es nombrado oficial Elogio de la soledad
de la Dirección de Derecho Público Exterior del Ministerio de
Relaciones Exteriores de los Estados Unidos de Venezuela. Gra-
duado en 1917 no ejerce la profesión sino de manera esporádica. La indiferencia no mancilla mi vida solitaria; los dolores pasados y presentes
me conmueven; me he sentido prisionero en las ergástulas; he vacilado con
Con frecuencia Ramos Sucre se ganó la vida como profesor de los ilotas ebrios para inspirar amor a la templanza; me sonrojo de afrentosas
Historia y Geografía Universal, Historia y Geografía de Vene- esclavitudes; me lastima la melancolía invencible de las razas vencidas.
zuela, Latín y Griego, en el Liceo Caracas, hoy Liceo Andrés Be- José Antonio Ramos Sucre
llo. Obtuvo su doctorado en Leyes en 1925. Recibió la Orden del
Libertador en grado de Comendador, el 24 de junio de 1927. El La obra poética de José Antonio Ramos Sucre está en per-
poeta trabajó en el servicio interno del Ministerio de Relaciones manente revaloración por su singularidad, hermetismo y sim-
Exteriores como intérprete y traductor hasta el 26 de noviembre bología. Él percibió el contexto artístico e intelectual venezolano
de 1929 cuando, al inicio de la Gran Depresión, se le nombró como mediocre y conformista. Contra esto innovó en el campo
cónsul en Ginebra. de la poesía al ser uno de los primeros venezolanos en cultivar
enfermedad. Sin resultados satisfactorios parte para Italia y se Ramos Sucre sobresale por la universalidad y cosmopoli-
interna en un sanatorio. Apesadumbrado y sin esperanzas de tismo de su poesía, sin aparentes ataduras a una identidad re-
cura, suspende el tratamiento y asume su cargo como cónsul gional, rechazando cualquier elemento que lo identifique con el
en marzo de 1930. A los pocos días hace su primer intento de costumbrismo característico en los escritores de su generación.
suicidio. Ramos Sucre realiza otro intento de suicidio el mismo Por esta razón las jóvenes vanguardias intelectuales en Vene-
día en que cumplía sus 40 años, sin embargo muere cuatro días zuela, a partir de los años cincuenta, encuentran en él un ejem-
después. Sus restos reposan en el panteón de la familia Ramos plo e influencia notables en movimientos como Sardio, Tabla
Martínez, ubicado en el viejo Cementerio de Santa Inés de la Redonda y El Techo de la Ballena.
ciudad de Cumaná. Ludovico Silva nos recordó que el contacto con las prosas
de Ramos Sucre de los poetas de la generación de 1958 tuvo un
Juan Carlos Torres efecto revolucionario:
Al contacto con este gran poeta, los jóvenes creadores sintieron que había,
décadas atrás, quienes los respaldaran en su empeño de transformar los
esquemas poéticos que, de una u otra manera, pese a la revolución del grupo
“Viernes” persistía en nuestras letras. No solamente se desterró el temor
sacramental a los metros y a la rima (desterrados en cuanto a “obligación”, proyección entre las élites intelectuales del país que sustituyeron
por supuesto, y no de un modo absoluto), sino que de una vez por todas
comenzaron a surgir por doquier libros de poesía (en prosas), entre los cuales
a las gomecistas.
Los cuadernos del destierro, de Rafael Cadenas, se destaca como paradigma. Se Esta selección continúa el plan nacional “Pueblo que lee no
volvió, bajo este impacto, a leer a Rimbaud y a los surrealistas y se asimiló en come cuento”, que busca posicionar en el pueblo y en el imagi-
nuestro país de una vez por todas el espíritu de la lírica moderna. Corresponde
a Ramos Sucre, de este modo, un sitial como gran adelantado, y por ello no
nario colectivo una cantidad significativa de autores y autoras
debe sorprender a nadie que en su época fuese considerado como un ente que proponen una ética y una poética revolucionarias. También
extraño poseído por calenturas y demonios. Lo que había hecho no era otra queremos con la entrega de este material que el pueblo tome la
cosa que incorporar la poesía venezolana a la modernidad. Su cultura y sus
dones poéticos le ayudaron, aunque la fragilidad y la cortedad de su existencia
palabra para leer y activar puntos de lectura que sirvan para
–“antes de tiempo y casi en flor cortada”, que diría Garcilaso– le impidieron que la literatura de nuestras autoras y autores fluya por calles
llevar su revolución hasta el punto en que solo pudieron llevarla después y plazas, por ciudades y caseríos. La consigna es “el pueblo lee
grandes poetas como Vallejo y Neruda.2
al pueblo”. Quedan en tus manos lector y lectora estas páginas
para no comer cuento, para empoderarte colectivamente de la
Su obra al igual que su vida fue corta, pero de gran inten- palabra de nuestra bella Venezuela.
sidad. En sus poemarios La Torre de Timón, El cielo de esmalte
Mucho se ha encarecido el encierro en que guardan a la mu- Sobresale en el concurso de los fieles ingenuos por la seve-
jer española los varones de su sangre. Se ha visto en la custodia ra majestad que levanta su hermosura decaída. Luce las galas
escrupulosa el trasunto de la opresión musulmana en el harén últimas de la juventud con el doliente esplendor de la tarde, y
del invasor morisco. Se ha dicho que un adventicio espíritu de aridece y blanquea sus cabellos el implacable otoño que arranca
recelo y de severidad doméstica construyó la cerrada casa del las hojas trémulas. Las melancólicas memorias de sus años juve-
español a imitación de la de su huésped secular. niles sugieren la nostalgia de espléndidos festejos en un castillo
Pero el uno y el otro fueron independientes y originales al señorial abandonado, y a oscurecer de lágrimas sus ojos viene,
levantar sobre el suelo mismo de la lid moradas inaccesibles. A en el umbral de la vejez, un mensaje del pasado radiante en el
tanto forzaba en toda Europa la necesidad de aquellos tiempos recuerdo de anticuadas músicas.
siva protección a la mujer obedece tal vez a la virtud primitiva se dilata cual la humareda lenta del incienso, y abomina del siglo
y fundamental del orgullo español, que tiene por variantes la entre un rumor de fúnebres latines.
devoción a la pureza del nombre, el culto de la probidad y la Ocupa su alma el pensamiento de lo que es divino e inmor-
pasión por la justicia. tal desde que tuvo el espejo para su belleza mustia la censura
Gracias a ese mismo germen innato y multiforme del or- pesimista de la calavera, y viste desde entonces los sombríos
gullo, el carácter del español se ostenta sensiblemente igual, colores que simbolizan la desolación de nuestra vida y que son
entero y magnífico a través de toda la historia. Su más lejano propios para lamentar el estrago irremediable del tiempo. La in-
antepasado fue capaz del susceptible pundonor, de la fe exalta- juria de los años no oscurece el espejo de sus ojos que alumbran
da, del amor vehemente, de los celos iracundos que intrincan, si con vivo esplendor, como en virtud de un rito perenne. Ellos
no mancillan de sangre, el enredo de la comedia calderoniana. prestan a su rostro religiosa gravedad y la exhiben agotada y
penitente cual si extenuara su vida el culto de un numen adusto.
De: La torre de timón, 1925. Arrepentida de profanos coloquios y ávida de dolores,
guarda para la cruz inflexible la confidencia de sus cuitas. Con
desear para su frente, por piadosa imitación, la corona de san-
grientas espinas ahuyenta el recuerdo de las fiestas. Para expiar
las mundanas ilusiones satisface el extremo de la enmienda y LA CONVERSIÓN DE PABLO
eleva sobre el yermo de su vida, para alumbrar el resto de su
viaje, el cirio de cadavérica luz.
La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar una lon- El nenúfar blanco surgía de la piscina, entre los ánades so-
tananza trémula. Su mente padece la visión de los jinetes del berbios de lucir en sus plumas el rubor de las llamas. El ciprés
exterminio, descrita en las páginas del Apocalipsis y en un co- confundía en el polvo las hojas tenues, en el cruce de las aveni-
mentario de estampas negras. das. Sufría, vestido de luto, el riego de una llovizna de cristal.
La voz popular decanta la lluvia de sangre y el eclipse y Un doméstico, abastecido de un tridente de hierro y de una
advierte la similitud con las maravillas de antaño, contemporá- linterna en la cintura, recorría dando voces el jardín aciago. Los
neas del rey Lear. pavones ruantes animaban las horas indolentes de la cerrazón.
Un capitán, desabrido e insolente con su rey, fija la tienda La princesa de China, de talle esbelto, apareció de punti-
de campaña, de seda carmesí, en medio de las ruinas. Los sol- llas a lamentar la corola decadente de las flores criadas bajo una
indeleble, después de fatigarse vanamente en la apertura de un su abanico de marfil, recordando los signos de una caligrafía
camino. El golpe de sus hierros no encontraba asiento y se per- noble.
día en el vacío.
De: El cielo de esmalte, 1929.
De: El cielo de esmalte, 1929.
EL DUENDE BAJO LA RÁFAGA DE ARENA
El cardenal me circunvenía y agasajaba desde cuando Una muchedumbre de hormigas había practicado sus gale-
sorprendí sus trampas en el juego. Yo había militado en garitos rías en el suelo de nuestra tienda de campaña. Insinuaban en las
innumerables. venas una saliva cáustica. Nos defendíamos sufriendo un barniz
La ambición terrestre lo había desviado de contraer los vo- general de aceite de palma.
tos del sacerdocio. Los murmuradores le imputaban el proyecto La aridez consentía apenas el sicomoro y el aloe.
de ganar cabida y mando en una familia arrogante, por medio Visitábamos profundamente los desiertos de una raza infe-
de un casamiento secreto. liz para abastecernos de marfil y de cortezas perfumadas. Espe-
Se acercaba constantemente al objeto de sus afanes. Una rábamos aumentar en una sola vez los tesoros del comercio y los
mujer del linaje soberbio se desvelaba al lado de su consorte, recursos de la medicina. Las preseas de la flora debían usarse en
bizantinos y el desvarío de Dante, un poeta absurdo, sepultado Unos ciegos habían sido desviados de la muerte o del cauti-
allí mismo. verio. Los recogimos para llevarlos a un lugar habitado y feraz,
He rastreado los motivos del cardenal en contra de mi donde pudieran vivir de la compasión. Navegamos a la sirga,
persona y dignidad. Acaso me creyó en la pista de sus relacio- por un río seco, durante una semana.
nes culpables con una ralea sindicada. Un niño díscolo, el más Nos anunciamos por medio de cohetes al divisar el vecin-
consentido de sus servidores, me derribó en su palacio, enre- dario de casas de paja, en donde esperamos alojar los desvalidos.
dándome con un hilo invisible, y yo lo azoté a mi satisfacción. Las casas de paja, de un dibujo circular, se prolongaban en apo-
El cardenal lo había tomado de los brazos de una mujer aviesa, sentos subterráneos.
reliquia de una tribu de idólatras. Un ministro del rey vino a preguntarnos el objeto de nuestro
viaje. Yo lo insté a mediar en obsequio de mi interés civilizador.
De: El cielo de esmalte, 1929. El rey me llamó a su presencia y me regaló un caudal de
resinas, de bálsamos y de hojas. Aproveché la entrevista para
despertar su misericordia, refiriéndole el caso de los ciegos.
Se holgó extremadamente de saberlo y decidió mostrarme
al punto los méritos de su presente. Ensayó con los desgraciados
el efecto de las hojas narcóticas y murieron en medio de un El rebelde
embeleso.
De: El cielo de esmalte, 1929.
Una crónica inicia el episodio de un aventurero desen- Los nómades, reducidos a la indigencia, habían fijado su
gañado de sus correrías y lastimado por la pobreza. No había tienda de campaña en medio de un llano roído por el fuego. Los
alcanzado ninguna presea en medio de los sobresaltos del cam- caballos, prácticos en el arte de acertar con la hierba debajo de la
pamento. Supo a caso la destitución de un rey y su cautiverio de nieve, mordían y trituraban la paja renegrida. Habían sido sol-
casi tres decenios sin otra compañía sino la de su enano. tados de unos carros innobles. Una polvareda fortuita venía del
El aventurero interrumpe la crítica de las rapsodias homé- horizonte a malograr la faena de los herreros y de los albéitares,
ricas en el original griego, único solaz de su decadencia, para oficios reivindicados para satisfacer las preguntas de la policía.
abrazar en vano la empresa de soltarlo. El cautivo había sido un Los naturales del país, fieles de un dogma tiránico, vigila-
déspota soberbio y se le acusaba de haber lanzado su jauría al ban la actitud de los peregrinos y los acusaban de impíos y de
misma escena puede escogerse el símbolo del buitre, enemigo cometa, en el principio de los siglos.
de los moribundos, con el objeto de significar el estrago de su Decidieron alejarse en las últimas oscilaciones del otoño.
voluntad empedernida. Volaban los cristales de la nieve precoz. Las ráfagas del polo di-
solvían el sudario de una virgen insepulta, en la noche estigia,
De: El cielo de esmalte, 1929. en el límite del mundo.
Lastimaron, antes de su viaje, la fe de los indígenas con el
sacrificio de un perro en la actitud del crucifijo. Consultaban
de ese modo el éxito de sus pensamientos y requerían el arribo
inmediato y el socorro de la noche. La invitaban a fustigar sin
tregua la pareja de cuervos de su carro taciturno.
La hueste famélica se dirigió al encuentro de un sol precipitado.
De: El cielo de esmalte, 1929.
EL VÉRTIGO DE LA DECADENCIA ENTRE LOS ESCLAVOS
Asisto en el Coliseo romano al sacrificio de los mártires su- La iglesia inmemorial cabía en la sombra de un roble. Yo
blimes. Se han juntado en el centro del estadio y sugieren el caso admiraba el altar de plata dorada, primor bizantino. Registré el
de una cohorte diezmada, sensible al mandamiento del honor. coro y los muebles de encina esculpida.
Las fieras soltadas de su cárcel rodean la turba lastimosa, Allí se efectuaron unas exequias inolvidables. El cortejo de
agilitándose para el asalto. Las espaldas flexibles ondulan volup- unos hombres enlutados se anticipaba al féretro de un joven.
tuosamente y las zarpas agudas, hincadas en el suelo, avientan Portaban sendas linternas. El consejo de los ancianos se había
mangas de polvo. reunido para decidir el restablecimiento de una ceremonia anti-
La muchedumbre de los espectadores, animada de una gua, en señal de tribulación.
crueldad gozosa, rompe en un clamor salvaje. Reproduce el es- La virgen más bella del lugar montaba el caballo del difunto
La carroza del caudillo sanguinario solivianta el polvo de No me atrevía a interrumpir con la voz el sosiego de los
la ruta de fuego. Su escolta ha recogido las tiendas de campaña olivos uniformes. Yo veneraba su follaje de un color cetrino.
sobre el lomo de unos perros inicuos. El tizne del incendio re- Habían crecido, conforme una ley, en el circuito de unos sauces
leva la tez bisunta y los cabellos lacios de los guerreros enjutos, impasibles.
efialtos y vestiglos, delirio de un bonzo. Los residuos de un acueducto romano aumentaban la ma-
El mandarín, astuto y perezoso, gato sibarita, socava el auge jestad del valle sombrío. Una balanza adornaba la frente de un
de la horda montés. Su discurso indirecto, proferido a sovoz en templo ultrajado por las generaciones infieles y significaba las
una entrevista con los invasores, divierte el estrago a una lonta- amenazas irremisibles de la justicia en un mundo superior.
nanza quimérica. Su frívolo cincel refina la corola de marfil de Yo me perdía adrede en las avenidas, invocando los difun-
peregrino tunante, el apólogo de la calavera nihilista, en el sitio sitaba en el curso del sueño. Yo despertaba con la memoria de
del vendaval. Un astrólogo señalaba ese día el equilibrio de los haberme fatigado en una persecución inverosímil y descubría en
elementos. mis dedos el tizne de una mariposa nocturna.
De: El cielo de esmalte, 1929. De: El cielo de esmalte, 1929.
EL ERROR VESPERTINO EL DUELO
Unos jinetes bravíos me escoltaban durante la visita al país El galán quedó tendido en el suelo de nieve, entre los árboles
de las ruinas legendarias. Nos detuvimos a maravillar los ara- disecados por el invierno. Salía del baile de máscaras, animado
bescos y perfiles de un puente de arcos ojivales. de la pasión de los celos, a demandar un desagravio. Recibió en
Invadimos la ciudad fatídica por una avenida de cipreses el pecho la aguda lámina del hierro.
violados. Yo me extasiaba en el ambiente de pureza, a la vista de La dama vestida de terciopelo azul, motivo de la discordia,
un cielo de tintes ideales. La imagen de un alminar brillante se presenció el curso y el desenlace del conflicto sangriento. Le
dibujaba en el río de linfas indolentes. atribuían en secreto uno de los apellidos más nobles de Francia.
Yo adelantaba, peregrino del desencanto, en el sosiego El mágico de ropilla escarlata sostiene en sus brazos al mo-
inverosímil. ribundo y escucha las últimas palabras, enunciadas con la voz
unas tumbas idénticas. La dama sucumbe en la sala del piso de pórfido, al lado de
su lebrel blanco.
De: El cielo de esmalte, 1929. Ha divisado en la penumbra de los aposentos la figura mor-
tal de Empous, una larva de ojos de envidia y cabeza de asno,
repulsada por Mefistófeles.
De: El cielo de esmalte, 1929.
EL Monólogo EL ESPEJO DE LAS HADAS
El caballero de los pensamientos desvariados registra el La virgen de la espada al cinto visita el remanso profundo
mar. Se apoya de espaldas en una roca perenne. Deja de la mano para ver la imagen de su galán, devuelta de entre los muertos.
y en el suelo el sombrero y la espada. Contenta su propósito sin bajar del caballo rebelde.
Un ave feudal, de librea cenicienta, domina el aire desierto. La virgen ciñe en ese momento una corona de ortigas, la del
¡Cuántas batallas se libraron a la vista de las torres! rey Lear, víctima de su presunción.
El caballero descubre la imagen de su vida en la soledad del Se envanecía de su felicidad al ensalzar con elogio redun-
pájaro altivo. ¿No sucumbe en la amargura y rehúsa la socie- dante los méritos del galán y la escucharon los celadores del
dad desde el rapto de su amada, el día de una incursión de los orgullo, los aviesos ministros del Destino.
infieles? La muerte asume el gesto de un viejo socarrón e interrum-
encuentran en más de una conseja de romeros infantiles, recita- Las hadas setentrionales, reconciliadas con el niño Jesús y
da en una etapa vespertina. partícipes de la fiesta de su nacimiento, se compadecieron de un
amor desventurado y permiten la aparición de la sombra en la
De: El cielo de esmalte, 1929. cuenca de su lago de zafir.
De: El cielo de esmalte, 1929.
LA REDENCIóN DE FAUSTO LA JORNADA DEL EREMITA
Leonardo de Vinci gustaba de pintar figuras gaseosas, um- Yo asistí en su agonía al ciervo de edad prolongada y reco-
brátiles. Dejó en manos de Alberto Durero, habitante de Vene- gí el collar de bronce, de monedas romanas, soltándolo de su
cia, un ejemplar de la Gioconda, célebre por la sonrisa mágica. cerviz.
Ese mismo cuadro vino a iluminar, días después, la estan- Los gentiles habían atribuido al ciervo una longevidad pro-
cia de Fausto. digiosa, según se refiere en muy doctos escritos, y Nuestro Señor
El sabio se fatigaba riñendo con su bachiller presuntuoso, despertó por medio de uno de ellos la vocación de San Huberto.
de cuello de encaje y espadín, y con Mefistófeles, antecesor de Nadie había logrado seguir la pista del ciervo de edad pro-
Hegel, obstinado en ejecutar la síntesis de los contrarios, en longada. Las zarzas humildes y sin nombre dejaron de trabarse
equivocar el bien con el mal. Fausto lo despidió de su amistad, delante de mí, el día de hallarlo en su última hora. Unas flores
La imagen de las torres se dibujaba en el mar. Unos pájaros San Francisco de Sales aconsejaba dirigir invectivas al de-
tenues las rodeaban con su vuelo metódico. No podían sostener- monio, para alejarlo de nuestra presencia. Yo había leído en otro
se en sus pies elementales, falsos. escritor ascético la costumbre saludable de arrojarse de bruces
Los rayos caían al azar y con frecuencia desde el cielo vacío. sobre la tierra desnuda.
Yo esforzaba el pensamiento y no descubría su origen imposible. La muchedumbre de los posesos había molestado la aten-
Las torres y un ciprés lacio permanecían indemnes. ción de Bodin, el probo jurisconsulto francés, y motivado largos
Yo había despertado de un sueño inmóvil y de sus visiones trabajos de su pluma.
fatídicas, originarias de la luna. La vista del ciprés me encaminó Los suplicios difundían el terror y contristaban el ánimo.
a un sepulcro inédito. Se multiplicaron los casos de enajenación y el padre de un ahor-
Yo me esforzaba en atinar los vestigios de una sombra aven- Yo sufría en paz el sinsabor de los cielos ateridos. Un es-
turera. Le atribuía la rueda y el compás, los avíos de Santa Cata- plendor lívido, el sol extraviado, nacía debajo del horizonte e
lina o de Urania, e imaginaba su descenso de una sala etérea, de iluminaba la urbe glacial. El agua de los meteoros ennegrecía las
un reino inverosímil. casas monumentales.
Yo trataba entonces con el maestro de un arte sublime, au- Un monje reflexivo, poseído de la soberbia, conocía los se-
tor de edificios reflejados en las linfas del Rhin, y atento a imitar cretos de la mecánica y de la magia natural. La cabeza de un autó-
la regularidad sideral, la melodía visible del cielo. mata anunciaba el porvenir y yo la consulté sin remordimiento.
Yo horadaba continuamente la tierra para descubrir mara- Yo recibí ese día un castigo de origen arcano. Pasabas de
villas sombrías. Un ser proscrito me había celebrado a solas los esta vida a ocultas de mí y sin esperanza. Yo vine a perderme en
disciplina de mi consejero y maestro y yo erraba al asignarle un des, huyendo de la peste y de los ludibrios del miedo. El incendio
origen celeste. Él espió desde ese momento mis pasos, sin arre- de las ricas mansiones desentumía al lobo condenado.
pentirse de su benevolencia, me siguió por una caverna sinuosa Unas vírgenes de tu amistad, inspiradas en el ejemplo de tu
y me recogió, inerte y desvariado, delante de un sepulcro distin- virtud y vestidas con el atavío del fantasma ciego, de la sombra
guido con la rueda y el compás, los signos de Santa Catalina o aérea, me encaminaron al lugar de tu sepulcro, me arrodillaron
de Urania. al pie de tu imagen de alabastro.
De: El cielo de esmalte, 1929. De: El cielo de esmalte, 1929.
LA CIUDAD DE LOS ESPEJISMOS EL JARDINERO DE LAS ESPINAS
Yo cultivo las memorias de mi niñez meditabunda. Un Un relicario de bronce guardaba, más de mil años, los
campanario invisible, perdido en la oscuridad, sonaba la hora despojos de una virgen cristiana arrojada al Tíber. Yo había
de volver a casa de recogerme en el aposento. reconstituido algunos episodios de su jornada en este mundo
Ruidos solemnes interrumpían a cada paso mi sueño. Yo por medio de las noticias breves, lineales, de una crónica devota.
creía sentir el desfile de un cortejo y el rumor de sus preces. Se La iglesia de su descanso dominaba una vía desierta. Las
dirigía a la tumba de un héroe, en el convento de unos hermanos reliquias de los jardines y palacios declaraban el esfuerzo magná-
inflexibles, y transitaba la calle hundida bruscamente en el río nimo de los antiguos. Yo visité el paraje en la mitad de noviembre,
lánguido. bajo un cielo de ópalo, desnudo y friolento. Yo me detuve al pie de
Yo me incorporaba de donde yacía, atinaba un camino en- un árbol de hojas invictas y las persuadí al sosiego recitando unos
provocaba mi enfado ocultándose velozmente en la espesura de recedera me había revelado el nombre del primer músico en el
la alfombra. cortejo de los ángeles.
La ruina de las paredes había empolvado la sala desierta. Yo me restablecí de un afecto desvariado asumiendo una
Mis abuelos, enfáticos y señoriles, no recibían sino la visita de actitud contemplativa, esforzándome en dibujar la figura ideal
la muerte. de la santa. Yo me perdí adrede en la soledad de unos montes
Yo no alcanzaba a desprenderme de los fantasmas del sueño bruñidos y me abandonaba sobre un reguero de piedras. Una
en el curso de la vigilia. La mañana invadía de tintes lívidos mi golondrina desertaba de los suyos en el mes de sombras de la
balcón florido y yo reposaba la vista en una lontananza de sau- cuaresma y creaba delante de mí, enredándose en mis cabellos,
ces indiferentes, en un ensueño de Shakespeare. la vista de la vía desierta y de la iglesia del relicario en la Roma
pontifical.
De: El cielo de esmalte, 1929.
De: El cielo de esmalte, 1929.
LAS RUINAS EL RITO
Sentía bajo mis pies la molicie del musgo de color de he- Me habían traído hasta allí con los ojos vendados. Llamas
rrumbre, aficionado a la humedad. Proliferaba sobre el tejado y sinuosas corrían sobre el piso del santuario en ciertos momentos
en la rotura de las paredes y de las ménsulas. de la noche sepulcral, subían las columnas y embellecían la flor
Sobre la maciza escalinata había corrido un tropel de caba- exquisita del acanto.
llos alados y de zueco de hierro, a la voz de un héroe imberbe, li- Las cariátides de rostro sereno, sostenían en la mano balan-
sonjeado por la victoria. Hería con una maza ligera y usual como zas emblemáticas y lámparas extintas.
un cetro, de cabeza redonda y armada de puntas metálicas. Me propongo dedicar un recuerdo a mi compañero de
Yo visitaba, después de un decenio, el palacio de techo hun- aquellos días de soledad. Era amable y prudente y juntaba los
dido. La lluvia, descolgada perpetuamente a raudales, había des- dones más estimados de la naturaleza. Aplazaba constantemen-
de arena los sarmientos péndulos de una flora adventicia. peré el sosiego invocando su nombre, durante una semana, a la
Yo seguí por ese camino, solo y sin deponer la espada, y orilla del mar y en presencia del sol agónico.
vine a sentarme, ansioso de meditar y de leer, en un poyo de Yo retenía un puñado de sus cenizas en la mano izquierda
piedra, ceñido al pie de un árbol imprevisto. y lo llamaba tres veces consecutivas.
Sus hojas amarillas y de un revés grisáceo vibraban al uní-
sono del mar indolente y una de ellas, volando al azar, rozó mi De: Las formas del fuego, 1929.
cabeza y vino a llenar de fragancia las páginas de mi libro de
Amadís.
De: Las formas del fuego, 1929.
EL TALISMÁN EL MANDARÍN
Vivía solo en el aposento guarnecido de una serie de espejos Yo había perdido la gracia del emperador de China.
mágicos. Ensayaba, antes de la entrevista con algún enemigo, No podía dirigirme a los ciudadanos sin advertirles de
una sonrisa falsa. modo explícito mi degradación.
Había exterminado las hijas de los pobres, raptándolas y Un rival me acusó de haberme sustraído a la visita de mis
perdiéndolas desdeñosamente. Alberto Durero lo descubrió una padres cuando pulsaron el tímpano colocado a la puerta de mi
noche en solicitud de una incauta. El galán se había provisto de audiencia.
un farol de ronda para atisbar a mansalva y volvió a su vivienda Mis criados me negaron a los dos ancianos, caducos y des-
después de un rodeo infructuoso y sobre un caballo macilento. dentados, y los despidieron a palos.
El artista dibujó, el día siguiente, la imagen del caballero en el Yo me prosterné a los pies del emperador cuando bajaba a
al efluvio de una redoma fosforescente, en donde guarda una hambre en compañía de sus perros furiosos. Las mujeres aban-
criatura humana, el prodigio mayor del laboratorio de Fausto. donaban sus criaturas a unos cerdos horripilantes. No era posible
roturar el suelo sin provocar la salida y la difusión de miasmas
De: Las formas del fuego, 1929. pestilentes. Aquellos seres lloraban en el nacimiento de un hijo y
ahorraban escrupulosamente para comprarse un ataúd.
Yo restablecí la paz descabezando a los hombres y vendien-
do sus cráneos para amuletos. Mis soldados cortaron después
las manos de las mujeres.
El emperador me honró con su visita, me subió algunos gra-
dos en su privanza y me prometió la perdición de mis émulos.
Sonrió dichosamente al mirar los brazos de las mujeres
convertidos en bastones.
Las hijas de mis rivales salieron a mendigar por los caminos.
De: Las formas del fuego, 1929.
EL CASTIGO EL EMIGRADO
El visionario me enseñaba la numeración valiéndose de un Quedé solo con mi hijo cuando la plaga mortífera hubo de-
árbol de hojas incalculables. Pasó a iniciarme en las figuras y vastado la capital del reino venido a menos. Él no había pasado
volúmenes señalándome el ejemplo del cristal y la proporción de la infancia y me ocupaba el día y la noche.
guardada entre las piezas de una flor. Descubría en el cuerpo Yo concebí y ejecuté el proyecto de avecindarme en otra
oscuro un átomo de la luz insinuante. ciudad, más internada y en salvo. Tomé al niño en brazos y atra-
El visionario desaparecía al caer la tarde en un esquife de vesé la sabana inficionada por los efluvios de la marisma.
cabida superficial. Creaba la ilusión de zozobrar en una lejanía Debía pasar un pequeño río. Me vi forzado a disputar el
ambigua, en medio de un tumulto de olas. Yo miraba flotar las vado a un hombre de estatura aventajada, cabellos rojos y dien-
reliquias de su veste y de su corona de ciprés. tes largos. Su faz declaraba la desesperación.
profetas vengativos y soltaba a faz de la mañana un himno gran- una noche de angustia, el remedio de mi hijo. Lo ofrecía a un
dioso donde se agotaba el torrente de su voz. precio exorbitante, burlándose interiormente de mis recursos
Dejé de verlo cuando se puso a hablar temerariamente, a exiguos. Me vi en el caso de despedirlo y de maldecirlo.
través del espacio libre, con un astro magnético. Pasé ese día y el siguiente sin socorro alguno.
La rotonda, en donde se había acogido, vino súbitamente al Yo velaba cerca del alba, en la noche hostil, cuando sentí en
suelo, rodeada de llamas soberbias. la puerta de la calle, una serie de aldabonazos vehementes.
Me asomé por la ventana y solo vi la calle anegada en
De: Las formas del fuego, 1929. sombras.
Mi hijo moría en aquel momento.
El hombre de carácter cetrino había sido el autor del ruido.
De: Las formas del fuego, 1929.
FRAGMENTO APÓCRIFO DE PAUSANIAS EL ÍDOLO
Teseo persiguió el ejército de las amazonas, cautivó su reina La hermosa amenazó con el ceño al fijarse en mi negati-
y la sedujo. La tropa de las mujeres huyó sobre el Bosforo conge- va a uno de sus caprichos. Volví de mi decisión añadiendo los
lado, montada en caballos de alzada soberbia. Una de ellas mu- agasajos de la condescendencia y del afecto. Yo temía acelerar el
rió en el sitio de su nombre, donde los atenienses la recuerdan y desenvolvimiento de sus dolores.
la honran. Las fugitivas volvieron a perderse en la estepa de su Sucumbió esa misma noche en la crisis de un delirio. Na-
nacimiento, socorridas de la brumazón. rraba una vez más, en términos apasionados, las cuitas de su
Un autor anónimo refiere las valentías del hijo de Teseo y niñez y de su adolescencia. Yo amanecí a los pies de su cama de
de la amazona cautiva. Se atrevió a solicitar el amor de la sa- roble.
cerdotisa de un culto severo, dedicado a una divinidad telúrica, Recorro sin descanso los aposentos de mi casa antigua, re-
El caballo descendió de la colina de forma piramidal y se Penélope cita las criadas para interrogarlas sobre el último
internó por las calles de la ciudad abandonada. Era de color atropello de los pretendientes y sobre la asechanza dirigida con-
blanco y de crines abundantes. Se detenía para escuchar con tra la vida de Telémaco.
aire contristado un rumor nacido en las entrañas de la tierra. Penélope está sentada en una silla autoritaria, asiento de
Emprendía a veces un trote marcial. El ramo de una zarza reyes patriarcales, y posa los pies ligeramente calzados sobre un
espinosa reprimía el torbellino de su cabellera. escabel de encina.
Unas aves de voracidad insaciable, procedentes del desierto, Penélope se conforma al susto de las mujeres bisbisantes. Se
habían acampado sobre los edificios y avizoraban la caza menor. interrumpen a cada paso para volver el rostro suspicaz y termi-
Resistían los embates de la lluvia y del vendaval retrayendo y nan su referencia con súplicas y votos a los númenes tornadizos.
mí y sobre la raya del horizonte unas cabañas de figura cónica. cias fragmentarias durante el festín de la bienvenida y admira los
Sus habitantes, de temperamento apacible, vivían en la miseria tesoros de origen distante y la modestia de su dueño. Permanece
y se nutrían del pescado crudo y en descomposición. Sufrían los extasiado bajo la mirada inmóvil de una máscara de granito, des-
desmanes de una cáfila de bandoleros, desertados de un presidio cubierta en la orilla de un río divinizado, entre lotos y palmeras.
distante y afeados por la mutilación de la nariz y de las orejas. El rey pesaroso cuenta sus viajes y correrías, su arribo de
Los moradores de las cabañas se prosternaban delante de una náufrago y de mendigo ante el solio de los soberanos de raza dese-
bruja despótica. Me condujeron a su vivienda, semejante a un establo. mejante y el riesgo frecuente de sucumbir de sed en medio de un
La había compadecido y respetado cuando la vi, siendo pe- mar paralizado.
queño, en la orilla de un bosque de pinos. Se ocupaba de juntar Los pretendientes se juntan una vez más para la orgía e in-
reviejos para defenderse del frío insalubre. La ayudé espontá- quieren vanamente el paradero del viejo rapsoda, ansiosos de des-
neamente en su tarea. pedir su amargura unánime. Se retiran solitarios y mohínos al
Había agradecido mi auxilio y velaba de día y de noche en escuchar, de los menestrales de la cocina, la noticia de la ineptitud
mi resguardo. El caballo blanco había sido su emisario y me ha- de la lumbre y de su desperdicio en llamas veloces y efímeras de
bía traído hasta su presencia, a ocultas de los facinerosos. fuego fatuo.
De: Las formas del fuego, 1929. De: Las formas del fuego, 1929.
EL DESVARíO DE CALIPSO DIONISIANA
Ulises, reclinado sobre un monte de arena, posa la mirada Yo subí al mirador a celebrar una entrevista con Celimena
en el mar solitario. Vive consumido por la nostalgia y cultivan- en el comienzo del día. Se igualaba con las reinas de Homero
do el sentimiento pío y la memoria acerba. por su habilidad en el diseño y en la ejecución de tejidos orna-
La ninfa, vestida de sus cabellos, lo llama a voces desde el mentales. Despertaba la memoria de la esposa de Alcinoo en
pie de una encina rutilante. medio de sus criadas dóciles.
Ulises, el demoledor de ciudades, mira el vértigo de las nu- Sonreía ante la luz virginal de la mañana. Usaba los cabe-
bes y piensa en el humo delirante del incendio, hoguera de los llos sueltos sobre el traje de raso verde, en donde unas piedras
reinos caducos, y en la veracidad de su sobrenombre épico. El falsas completaban la imitación de un vestido célebre de Ana de
sol ejerce una vez más su autoridad de titán vencedor del caos. Austria en el romance de los mosqueteros.
da, su caracol de pabellón acústico. Yo disertaba sobre la historia de los amantes ejemplares y su
término desventurado. El semblante de la mujer y el sitio aislado
De: Las formas del fuego, 1929. y superior restauraban la hora de un siglo heráldico y traían a
cuento el dúo frenético de una reina y de su cortejo.
Celimena se negaba al sinsabor de la tragedia, volvía la
mente a las seducciones del pasado veneciano y las sumaba a
la realidad festiva, de donde había desterrado el pensamiento
del mal y de la muerte. Se proponía sustraer del olvido y dejar a
los venideros más distantes la imagen de su belleza desnuda, a
semejanza de una heroína del Ticiano.
De: Las formas del fuego, 1929.
EL ESCOLAR CARNAVAL
La sonámbula sufría de la perfidia de un amante. Había Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible ob-
enfermado de considerar una aspiración remota. sede mi pensamiento. Un pintor setentrional la habría situado
Merecía el nombre de visionaria y de profetisa y pasaba la en el curso de una escena familiar, para distraerse de su genio
mitad del día arrodillada delante de una imagen de arcilla ne- melancólico, asediado por figuras macabras.
gra. Le tributaba siempre el exvoto de una flor cantada en las Yo había llegado a la sala de la fiesta en compañía de ami-
hipérboles de la Biblia y conservada por muchas generaciones gos turbulentos, resueltos a desvanecer la sombra de mi tedio.
devotas. La flor exhausta recuperaba su perfume bajo el rocío Veníamos de un lance, donde ellos habían arriesgado la vida por
del agua bendita. Había adornado el peto de un cruzado. mi causa.
La sonámbula me predijo el éxito de mis intentos y me ins- Los enemigos travestidos nos rodearon súbitamente, des-
en la crisis de una fiebre inopinada. Me salvó de recibir los gér- ron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas
menes de una enfermedad desaseada y frustró una vez más el por medio de una poción estimulante. Ingerí una bebida malsa-
despecho de los perdidos. na, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento mismo de
Yo la recibí en mi compañía y la llevé a respirar las auras un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.
del mar de Sicilia, de donde vino el restablecimiento de su Ellos se perdieron en el giro del baile.
hermosura. Yo divisaba la misma figura de este momento. Sufría la
Mis enemigos nos dispararon por última vez sus arcabuces pesadumbre del artista setentrional y notaba la presencia de la
desde unas ruinas. mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible en una tregua
Yo había dejado mis lares nativos con el propósito de re- de la danza de los muertos.
constituir un momento deplorable de la antigüedad bajo la som-
bra de Tucídides. De: Las formas del fuego, 1929.
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