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LOS PADRES: PRIMEROS EDUCADORES DE SUS HIJOS.

Por: Vladimir Zapata Villegas.

Rector del Colegio Colombo Británico-Envigado.

De todos los mamíferos, la especie humana es la que más tiempo debe


esperar para conseguir el desarrollo de los repertorios básicos de sus crías
necesarios para enfrentar independiente y exitosamente las vicisitudes de la
vida. Los padres tienen el rol y las funciones asociadas de iniciar, acompañar y
dejar salir al mundo a tales crías. En todos los animales lo anterior es asunto
de horas y días, en su gran mayoría. En el ser humano es asunto de años. La
razón es tanto biológica como cultural. En efecto, los humanos tienen
organismos complejos, son “máquinas” vivas cuasiperfectas y constructos
culturales, es decir, seres racionales, libres, responsables, inéditos viables. En
nuestra cultura colombiana, refrendada por la ley de infancia y juventud, son 18
años los requeridos para salir del ámbito de influencia parental; considerando la
capacidad de vivir por cuenta propia (producir sus condiciones de existencia y
reproducirse), es hacia los 24 años de edad cuando se libera de la tutela
materna y paterna, en el horizonte de la cultura.

Se podría, pues, hablar de una determinación biológica, en primera instancia,


arraigada genéticamente que llevaría a los padres a emerger como valedores
de sus indefensas crías. Es asunto natural que se traduce en prácticas de
crianza que resuelven interrogantes básicos del tenor de: ¿Quién saciará el
hambre de la pequeña criatura? ¿Quién saciará su sed? ¿Quién la secará si
está mojada? ¿Quién la limpiará si está sucia? ¿Quién le proporcionará la
confortación del tacto si tiene miedo? La madre que lo hace como si fuera una
fatalidad, un destino, como expresión de una impronta. Pero, con la criatura
humana surge una constatación que eleva la calidad de la tarea con sus
respectivas respuestas: todos los niños necesitan pan, leche, caricias y
palabras. Esta última expresión nos pone en perspectiva histórica, contingente,
1
ética, humana, esto es, libertaria. “Indudablemente, los hombres somos los
supremos campeones del aprendizaje en el mundo animal. Adaptabilidad más
que adaptación, potencialidad más que potencia, complementada con una
inmensa sabiduría por la disponibilidad muy temprana de un lenguaje y por un
prolongado período infantil, libre de las responsabilidades de la vida adulta, y
altamente sensible y permeable a toda clase de estímulos culturales.” 1 En
pedagogía denominamos a esta condición como educabilidad. Y tiene como
referente un conjunto de disposiciones (adaptabilidad, asimilación,
acomodación), que emparentan personalización, socialización y desarrollo
humano. Inclusive, éste último lo desagregan en hominización y humanización.
La educabilidad se centra en la formación del hombre. Éste es proclive a dicha
formación cualquiera sea el enfoque desde el cual es comprendido. El hombre
es la materia prima de la educabilidad. Al educando le sobreviene la
educabilidad o sea la posibilidad de ser plenamente. Es como la primera
piedra del edificio personal. La piedra angular que señala, en principio, el
camino a seguir y que adicionalmente augura la solidez de la construcción final.
La educabilidad, vista así, es como una promesa acerca de lo que el ser
humano puede conquistar a partir de sus propias fuerzas, de las condiciones
sobre las cuales domina. Es también una garantía de que con el triple concurso
del hombre, la naturaleza y las cosas tal construcción puede arribar a buen
puerto. La educabilidad, pues, por la vía de la ductilidad apunta, según el
Diccionario de la Real Academia Española, a maleable, en sentido figurado,
acomodadizo, de blanda condición, condescendiente. En cuanto plasticidad,
alude a capaz de ser modelado, que forma o da forma. El concepto supone
unas condiciones de sujeto que lo tornan susceptible de conformación, de
configuración, de formación. Finalizando el siglo XX, ha aparecido un concepto
vecino de todos ellos y utilizado en los grupos de puericultura que trabajan el
tema de la primera crianza y que sugiere modelación, flexibilización en la
confección del ser humano. En inglés existe el adjetivo Educable or Educatable
con el significado de “capable of being educated” o sea, con capacidad para ser
educado. Con habilidad o condición para ser formado o conformado. Y esta es
una característica típicamente humana. Los animales, por ejemplo, pueden ser

1
Vélez Antonio, Homo Sapiens. Villegas Editores. Bogotá, 2007. Página 175
2
entrenados, adiestrados, pero no lograrán superar la determinación instintiva, la
información contenida en el código genético. El hombre, al contrario, puede ir
mucho más allá. Y efectivamente va. Esto es posible porque despliega la
razón, la voluntad y por encima de todo la cualidad por excelencia de la
persona humana: la libertad. El hombre es sujeto de solicitaciones que se
concretan en la educación y que conducen a la realización de su vocación: ser
más humano o, mejor, ser plenamente humano. Y esto nos remite a un proceso
que hoy es conocido como de la formación integral. Nuevamente nos
encontramos con la casa y la escuela de todos los niveles como ámbito
privilegiado para el cumplimiento de tal proceso. El pediatra Humberto Ramírez
Gómez2 lo señala de manera taxativa ubicándolo muy temprano en la historia
evolutiva del niño: “el niño como ser dependiente-independiente. Cuando nace,
el ser humano es uno de los seres vivos más indefensos y le es indispensable
la atención de los adultos durante un largo período, hasta construir
progresivamente su autonomía. En la medida en que el adulto le satisfaga
adecuadamente sus necesidades básicas y simultáneamente estimule y apoye
su independencia, el niño será cada vez más autónomo. En su proceso de
crecimiento y desarrollo, el paso de la heteronomía (ser gobernado por otros) a
la autonomía (gobernarse a sí mismo) es uno de los fines más importantes;
para alcanzarlo, necesita el acompañamiento del adulto que le brinde
acompañamiento efectivo.”

De manera precisa dice la Carta de los Derechos de la Familia3 en su artículo


5° que “por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el
derecho originario, primario e inalienable de educarlos; por esta razón, ellos
deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus
hijos.” En ello va la vida de unos y de otros. Ahora bien, las familias no solo
proporcionan el ser físico y biológico. También con éste entregan el ser cultural

2
Ramírez Gómez Humberto: ¿Quién es el niño? En: El niño sano. 3ª edición, Bogotá. Editorial
Médica Internacional, 2005, páginas 23-25.
3
La Carta de los Derechos de la Familia responde a un voto formulado por el Sínodo de los
obispos reunidos en Roma en1980, para estudiar el tema "El papel de la familia cristiana en el
mundo contemporáneo". El Papa Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Familiaris
consortio instó a la Santa Sede para que preparara una Carta de los Derechos de la Familia
destinada a ser presentada a los gobiernos, organismos y autoridades interesadas que se
publicó en 22 de octubre de 1983.
3
y psicológico que debe ser desarrollado en el contexto histórico propio, cargado
de significados identificadores y sin los cuales la nueva criatura no podría
incorporarse a la familia y su sociedad con garantías de supervivencia.

Cultura, educación y vida independiente

La educación es un proceso que cubre toda la vida y compromete a la mayoría


de las instituciones de la sociedad civil. En tal proceso todos los seres
humanos aprenden lo que hay que ser, lo que hay que saber, lo que hay que
hacer y lo que hay que tener para desarrollar identidad y pertenencia con una
comunidad. También y, muy importante, para asegurar la permanencia
personal y colectiva, en clave de vida buena. James Heckman, premio nobel de
economía junto con otros investigadores han advertido sobre4 “el impacto que
tiene el tratamiento que reciben los niños en su primera infancia y antes de
nacer sobre su desarrollo cerebral y sobre las capacidades intelectuales,
cognoscitivas, emocionales y sociales de su vida adulta” (E. Knudsen, J.
Heckman y otros, Economic, Neurobiological and Behavioral Perspectivas os
Building Ameica´s Future Workforce, WP 12298, NBER).

Como bien se ve, los gestos y las acciones de los padres y adultos
significativos no solo inciden sobre las hechuras humanas tempranas sino que
también pesan sobre la información y despliegue material y económico de la
sociedad pues5 “la investigación más reciente está mostrando que el cariño, el
buen trato y un ambiente familiar propicio son las variables que inciden sobre la
productividad futura de la economía.” Más tarde, cuando los niños dado su
desarrollo cognitivo y moral se convierten en interlocutores válidos de los
adultos, se tornan pertinentes una serie de mecanismos culturales para
construir consensos, acuerdos, en pro del sano desarrollo humano personal y
comunitario, a saber: el diálogo público y libre, las argumentaciones y contra
argumentaciones, las admoniciones, en fin, las palabras. Todas estas son
tareas naturales para los padres como educadores espontáneos y para sus
delegados en la educación formal, los maestros profesionales.

4
Hommes Rudolf. Los efectos económicos del cariño y el cuidado. El Colombiano. 25 de
febrero de 2007. Página 5ª.
5
Hommes Rudolf. Artículo citado.
4
La educación es introducción de las personas a la realidad. Sobre todo a una
realidad total en su sentido unitario para lo cual es muy importante la razón y
por esa vía, la comprensión. De ahí que en el ámbito académico se hable de
una formación para la mayoría de edad, es decir, para aprender a pensar por
cuenta propia, para reflexionar, caer en cuenta, concientizarse, criticar,
responsabilizarse. En las distintas fases evolutivas del ser humano se
conciertan padres, maestros, en fin, adultos significativos para conducir a su
aire a estos niños y jóvenes hasta llegar al límite de su independencia. Según
la investigación puericultora más actual sobre la base de cien puntos, en lo que
respecta a la formación integral de un humano: un 60% corresponde a la
familia, un 20% a la escuela o colegio y el otro 20% al libre albedrío. Ello
explica satisfactoriamente la proposición convertida en norma civil y mandato
doctrinario católico al mismo tiempo y que sostienen la primacía de la familia en
la educación de sus hijos. De un lado en la Ley General de Educación (Ley
115 de febrero de 1994) que en sus artículos 7 y 8 plantean:

ARTICULO 7o. La familia. A la familia como núcleo fundamental de la sociedad


y primer responsable de la educación de los hijos, hasta la mayoría de edad o
hasta cuando ocurra cualquier otra clase o forma de emancipación, le
corresponde:
a) Matricular a sus hijos en instituciones educativas que respondan a sus
expectativas, para que reciban una educación conforme a los fines y objetivos
establecidos en la Constitución, la ley y el proyecto educativo institucional;
b) Participar en las asociaciones de padres de familia;
c) Informarse sobre el rendimiento académico y el comportamiento de sus
hijos, y sobre la marcha de la institución educativa, y en ambos casos,
participar en las acciones de mejoramiento;
d) Buscar y recibir orientación sobre la educación de los hijos;
e) Participar en el Consejo Directivo, asociaciones o comités, para velar por la
adecuada prestación del servicio educativo;
f) Contribuir solidariamente con la institución educativa para la formación de
sus hijos, y

5
g) Educar a sus hijos y proporcionarles en el hogar el ambiente adecuado para
su desarrollo integral.
ARTICULO 8o. La sociedad. La sociedad es responsable de la educación con
la familia y el Estado. Colaborará con éste en la vigilancia de la prestación del
servicio educativo y en el cumplimiento de su función social. La sociedad
participará con el fin de:
a) Fomentar, proteger y defender la educación como patrimonio social y cultural
de toda la Nación;
b) Exigir a las autoridades el cumplimiento de sus responsabilidades con la
educación;
c) Verificar la buena marcha de la educación, especialmente con las
autoridades e instituciones responsables de su prestación;
d) Apoyar y contribuir al fortalecimiento de las instituciones educativas;
e) Fomentar instituciones de apoyo a la educación, y
f) Hacer efectivo el principio constitucional según el cual los derechos de los
niños prevalecen sobre los derechos de los demás.

De otro lado la Declaración sobre la Educación Cristiana expedida por el


Concilio Vaticano II el 28 de octubre de 1965, en su numeral 3 dice: Puesto que
los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la
educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales
educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que,
cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres
formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y
hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los
hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las
que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana,
enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es
necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe
recibida en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana
sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen
fácilmente en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues,

6
atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente
cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios.

El deber de la educación, que compete en primer lugar a la familia, requiere la


colaboración de toda la sociedad. Además, pues, de los derechos de los
padres y de aquellos a quienes ellos les confían parte en la educación, ciertas
obligaciones y derechos corresponden también a la sociedad civil, en cuanto a
ella pertenece disponer todo lo que se requiere para el bien común temporal.
Obligación suya es proveer de varias formas a la educación de la juventud:
tutelar los derechos y obligaciones de los padres y de todos los demás que
intervienen en la educación y colaborar con ellos; conforme al principio del
deber subsidiario cuando falta la iniciativa de los padres y de otras sociedades,
atendiendo los deseos de éstos y, además, creando escuelas e institutos
propios, según lo exija el bien común.

Culmina el numeral 3 de la Declaración conciliar Educationis Gravissimum


Momentum entregando a la Iglesia por parte de quienes se definen, en
principio, como creyentes cristianos católicos una responsabilidad
trascendental tanto por las metas perseguidas como por las acciones
desplegadas hacia su consecución y a la consiguiente acumulación de
experiencias, finalmente compartidas con los padres de familia. Bien se puede
decir que hay una confluencia o articulación de las dimensiones de lo natural y
lo sobrenatural. Es como si los padres, legítimamente, pudieran decir: estamos
autorizados, naturalmente, a educar a nuestros hijos porque son tales;
admitimos, igualmente, la iniciativa eclesial en este campo porque
reconocemos que también son hijos de Dios. Se cierra el numeral así: por fin, y
por una razón particular, el deber de la educación corresponde a la Iglesia no
sólo porque debe ser reconocida como sociedad humana capaz de educar,
sino, sobre todo, porque tiene el deber de anunciar a todos los hombres el
camino de la salvación, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de
ayudarles con atención constante para que puedan lograr la plenitud de esta
vida. La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación
que llene su vida del espíritu de Cristo y, al mismo tiempo, ayuda a todos los
pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana, incluso para el
7
bien de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente la edificación
del mundo.

Hoy, en el siglo XXI, la crianza, la buena crianza es un asunto de alta seguridad


con vista a la conservación de la especie y, en particular, a la sostenibilidad
social a partir de la familia. Hoy se admite, sin duda, que al educar a los hijos,
los adultos se educan a sí mismos. Sobre todo con respecto a la formación del
carácter que siempre será una ganancia del hombre y de la mujer en el
proceso de socialización y que se configura en la triple relación entre humanos,
mundo (físico, estructural e histórico) y costumbres. Aquí, los padres echan
mano de la rutina con sentido, de la repetición que deviene en habituación. La
familia como conjunto solidario de adultos significativos bajo la égida de papá y
mamá se constituyen en garantes de la formación de la personalidad básica de
las nuevas generaciones. También se podría hablar del pedazo de familia
(donde hay solo papá o solo mamá), familia creyente y cristiana en clave de
humanidad y de fe católica. O familia a secas. En efecto: La familia, aun en
medio de la crisis de identidad por la que atraviesa comenzando el siglo XXI, es
una institución, esto es, una realidad social y psicológica que resuelve una
necesidad fundamental de la sociedad humana: la inclusión. Su presencia se
legitima en el entorno humano y social dada su capacidad de acogida a todos y
en especial a los nuevos miembros de la especie. La familia es, entonces, una
especie de zona de refugio social. En ella se despliega el escenario de la
confianza hasta pasar los límites de lo razonable en la imitación de las figuras
arquetípicas del medio doméstico. Allí se activa la práctica educativa de
normalización y de adquisición de los aprendizajes necesarios para más
adelante en la escuela y en la vida como es. Aprendizajes materiales y
culturales.

Aunque en los últimos treinta años del siglo XX se tuvo mucha claridad con
respecto a que 6“toda educación, comenzando por la educación familiar, tiene
que desempeñar una función de socialización hacia el niño y el adolescente. A
la escuela se le continúa y se le continuará confiando un papel de formación

6
Faure Edgar. Aprender a ser. Alianza Universidad UNESCO. Edición 1980. Madrid, pag. 117.
8
cívica.” Mejor dicho, nuevas instituciones se introducen en los procesos de
socialización, completando y, aun desplazando a la familia. Tal es el caso de
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y, en general, los
nuevos escenarios de la educación, como por ejemplo, la ciudad educadora.

Un elemento emergente para exponer los novísimos escenarios educativos que


en la contemporaneidad disputan a la familia y a la escuela tradicional su
influencia sobre las prácticas de crianza, socialización y educación es la
mediación alternativa que se difunde por todo el entramado social con grandes
posibilidades de sobreponerse e, igualmente, de reducir al ostracismo a padres
y maestros. Tales escenarios son el centro comercial (el mall), el parque, la
licorera, la discoteca y las múltiples nuevas tecnologías de la información y la
comunicación (tic).

En una investigación nacional que abrió las puertas del siglo XXI titulada
Padres y madres en cinco ciudades colombianas. Cambios y permanencias,7
se consignó la constatación acerca de como ya no se presentan tantas
diferencias en las familias colombianas por pertenecer a una región
determinada, sino que los criterios de diferenciación son distintos. Están
sustentados en plataformas sociales, culturales y políticas globalizadas. Ya no
pesa tanto la perspectiva regional territorial como lo que estudió la antropóloga
Virginia Gutiérrez de Pineda hace más de veinticinco años. Pero quedó a salvo
la iniciativa familiar y escolar por delegación de esta última en la inclusión
social de los hijos.

Las características encontradas fueron: por “estratos sociales o por tipo de


familia es bien distinta la forma de ser padre y madre. Puede ser más parecido
ser madre monoparental (la mujer sola a cargo del hogar), sin recursos y sin
trabajo estable, de la madre de Medellín a la de Bogotá, que ser antioqueña o
ser bogotana. En ese sentido existe un poco de homogenización en la familia."
En cuanto a los roles paternales y maternales hay acumulación de rasgos del

7. Molina V. María Isabel. Una nueva familia colombiana (El Colombiano V-19-04). Las
autoras fueron: Yolanda Puyana y Claudia Mosquera, de la U. Nacional de Colombia (Escuela
de estudios de género). Amparo Micolta y María Cristina Maldonado, U. del Valle. Doris Lamus
y Ximena Useche, de la Autónoma de Bucaramanga. Pilar Morad y Gloria Bonilla, U. de
Cartagena y Blanca Jiménez y María Dominique de Suremain, de la U. de. A
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pasado (relaciones mediadas por el afecto) mezclados con rasgos propios de la
modernidad (relaciones funcionales mediadas por el contrato social).
"Detectamos unas familias tradicionales que todavía repiten mucho las formas
de ser padre o madre de la década de los sesenta y que todavía tienen un gran
valor porque la mujer se quede en el hogar y haga el oficio, pero no reconocen
que esta labor es también un trabajo y hay una gran división de roles, formas
muy autoritarias de disciplinar a los hijos y poca expresión de afecto en las
familias tradicionales”.

Los tipos familiares cambiantes y sus renovadas funciones de crianza y


socialización están asociados a la intensa urbanización de la vida, a la
exposición ante los modernos medios de comunicación, al incremento de los
índices de escolaridad y a la masiva incorporación de la mujer al trabajo. Al
mismo tiempo, han repercutido sensiblemente en la manera de asumir las
obligaciones de protección e iniciación cultural de los hijos.

Con todas estas variaciones se pone de relieve la transformación en la


estructura y en las funciones de la familia colombiana. Así mismo el peligro por
el debilitamiento de la influencia doméstica sobre las nuevas generaciones
aunque persiste la inalterable presencia de la dimensión de acogida y
corresponsabilidad en la inclusión familiar, escolar y social aún en condiciones
adversas. Las protagonistas continúan siendo familia y escuela de todos los
niveles.

La vulnerabilidad familiar y escolar ante la responsabilidad de educar.

La identidad o conciencia de nosotros, es decir, el conjunto de rasgos que


permite caracterizar a una colectividad y distinguirla de las demás se basó a
finales del siglo XIX y comienzos del XX en factores de adscripción como el
género y la religión. El capitalismo los erosionó y le facilitó esa acción a la
nación, a la clase social y a la ideología política. Hoy, la globalización de la
cultura y la economía han afectado notablemente la influencia de los últimos
factores y sus instituciones asociadas como las escuelas, los sindicatos, los
clubes deportivos, etc con repercusiones sensibles sobre la crianza, la
socialización y la educación..
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Es evidente que se está modificando, rápidamente, el proceso de construcción
de las identidades que ya no son totalmente impuestas desde el exterior sino
que se han adoptado como algo propio, personal y característico de cada
sujeto. Tres instancias socializadoras ilustran con sus cambios lo que está
pasando.

1. La familia. Caracterizada hoy por la disociación entre conyugalidad y


filiación; con relaciones de parejas temporales e igualitarias; ya no concibe
como su tarea propia la transmisión de una visión del mundo a sus
miembros más jóvenes y tiene la pretensión de transmitir la capacidad de
construir su propia visión a los hijos. De hecho, la familia de hoy se
considera más bien como una red en la que desapareció la transmisión y a
cambio de ello se potenció el intercambio. Es decir, compra y venta de todo,
inclusive la afectividad, con la consiguiente ruptura de la cohesión social.
Desaparece el concepto de nosotros, de comunidad y se impone la lucha de
todos contra todos. La crisis de la transmisión tiene que ver, también, con la
conciencia de que no tenemos nada valioso que transmitir. Además, todos
queremos ser jóvenes y por lo tanto no tenemos nada que transmitir. La
transmisión familiar fue reemplazada por la televisión. Esta nos puso a
todos en pie de igualdad pues ver televisión no exige ninguna capacidad
especial. Aquí se diluyen las fronteras entre niñez y adultez. Ya no hay
secretos alrededor del sexo, la muerte y el capital como si lo había en la
época de la aparición de la imprenta. Se ha ido produciendo una cierta
defección de la familia con respecto a la crianza dedicada, a la
responsabilidad de crear capital social vía socialización temprana y
secundaria y a la educación sostenida y compartida.
2. Educación – escuela. La educación comprende todo lo que ocurre en la
perspectiva formativa desde el nacimiento hasta la muerte. Es mucho más
que lo que ocurre en la escuela. No obstante, en la cultura moderna esta
última pareciera haber absorbido a aquella. Fuera de la escuela no hay
salvación. Teóricamente la primacía educativa le corresponde a la familia
con la acción subsidiaria de la escuela. Lo cierto es que hoy, todos quieren
pasar por la escuela y pugnan por ello. De la escuela actual se espera que

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enseñe quiénes somos y qué queremos en el marco de la cultura de la
protección y la responsabilidad por el otro. En la escuela se debe aprender
a responder afirmativamente la pregunta ¿para quién soy necesario?. A la
escuela actual hay que reconocerle su carácter artificial aprovechándolo
para diseñar una nueva modalidad de socialización. Tal escuela ha de
sostenerse en dos pilares: aprender a aprender, lo que supone esfuerzo
para reconvertirnos y cambiar las operaciones mentales y de aprendizaje y
aprender a vivir juntos, considerando esto como un producto no del orden
natural, sino del orden social, artificial, constructivo. La suerte de la escuela
no puede quedar librada al mercado. La escuela debería recuperar cierto
carácter contracultural.
3. Un tercer elemento se explicita por la vía de un interrogante: ¿cuál es el
mínimo de equidad social para poder educar entre la familia y la escuela? A
sabiendas de que este par corre con toda la responsabilidad de dar cuenta
ante la sociedad por las buenas prácticas de humanidad de las nuevas
generaciones. Curiosamente aquí tienen mucho que decir la sociedad y el
Estado. Porque hoy están claramente definidas las condiciones de
educabilidad: nutrición, salud, vivienda, garantías para que el niño esté en
condiciones de ser educado. Primero, los bienes de mérito. Es decir, todo
aquello que el ser humano merece por ser tal: pan, techo, abrigo,
educación, salud, trabajo, felicidad y realización humana. El bienestar.
Después, los satisfactores de la buena vida espiritual e intelectual. El
bienser.

En suma: no se puede desconocer el rol y las funciones de familia y espacios


delegatarios como la educación formal para iniciar y desarrollar a la generación
de relevo social. Ello es connatural a las familias. Son tareas asignadas por la
evolución y en clave de fe por el Creador. Son, igualmente, tareas asignadas
por la cultura humana. Como bien lo dice el clásico: aprendí de mi abuelo, Vero,
a ser de honestas costumbres y a no enojarme con facilidad. De la buena fama y
loable memoria de mi padre, el portarme con modestia y virilidad. De mi madre,
la religión para con Dios, la generosidad para con los hombres, el abstenerme de
acciones y pensamientos malos y, además, el ser frugal en las comidas y estar
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lejos de la vida opulenta.8 De ellos aprendemos, porque ellos cuentan con las
debidas titularidades.

8
Marco Aurelio, citado por Mejía Echavarría Sergio. Páginas de Historia. El Colombiano abril
26 de 1996, p 6B.

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