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EL NIÑO
Y EL SIGNIFICANTE
U n estudio sobre las funciones
del jugar en la constitución temprana
PAIDOS
B u en a s A ire s
B arce lo n a
M éx ic o
Prólogo ilc la Dra. María Lucila P clcm o ................................. 11
Ininxlucción................................................................................. 15
4 IMPLICANCIAS Y FUNCIONES DE
LA FALIZACION TEM PRANA...................................... 76
N O TA S......................................................................................... 237
11. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (V):
TRANSICION AL1DADES
É
)lutamente cada uno de los niveles previos de la eslm clu-
án subjetiva, retomándolos, dislocándolos, en otro n iv e la
altura de aguas del desarrollo simbólico. No hay adquisi-
ción que no deba replantearse.
Esto implica que todas las funciones dcl.jyga.Lse v u e lv ^ a
desplegar y srin .1 nm*v:i>¿ exi^nr.ins Hi- trnhnjn. con
presclndencia de cuestiones psicopatológicas de fondo. En
segundo lugar, hay un cambio radical en los materiales mismos
que se utilizan a lo largo de los momentos de la subjetivación
que hemos ido puntuando. De hecho, esto no cesó nunca de
ocurrir, desde el bebé que jugaba con las propias panes de su
cuerpo y las del Otro, hasta aquel pequeño que lo hacía con una
puerta, o el niño volcado a las personificaciones con soldaditos
u otros objetos, o bien al dibujo y al modelado. Pero en tiempos
de la adolescencia se da un salto de especial magnitud.
Ilumina de un modo diferente el com plejo panorama de la
adolescencia ver cómo se replantean todos los puntos de
estructuración que hasta ahora suponíamos más o menos con-
solidados. Veamos, por ejemplo, qué ocurre en relación con
la primera función del jugar, o sea la problemática de arm ar
superficies, habida cuenta de la profunda crisis en la especu-
íandad. Hasta ese mom ento el espejo funcionaba como pro-
mesa, como anticipo de una cierta unificación lejos aún de la
experiencia efectiva del propio sujeto. A partir de la metamor-
fosis de la pubertad, esta función del espejo se desarticula y se
subvierte; lo que de él retom a no sirve ya como realización
adelantada de unificación individuante52; más bien, por el
contrario, acentúa e intensifica el desfasaje, la desarmonía, la
falta inclusive. De allí que lo habitual sea que el vínculo del
adolescente con el espejo, en el sentido más concreto, se
manifieste com o un vínculo intrínsecamente conflictivo:
aquél devuelve una especie de niño a medias, perdido, disyun-
to también del ‘ser grande’, cuando no directamente un des-
conocido.
No le devuelve por tanto ninguna promesa de fusión al
ideal ni de estabilización. Pero entonces no es nada extraño
q ue las funciones más elementales que se debatieron en el
jugar para darse cuerpo se reactualicen con virulencia. La
necesidad narcisística irrenunciable e írremplazable de con-,
tinuidad ininterrumpida es retomada, com o ya hemos dicho,
en otro nivel. ¿A través de qué, ahora, generar nuevas super-
ficies? Por cierto, sólo en casos de patología muy grave se
apelaría a los mismos materiales que otrora. Pero lo corriente
es que la adherencia al cuerpo materno en absoluto retom g
como tal. En cam biol gs d e jg m ás regular que nuevas bandas
se fabriquen en relación con nuevas personíficacioneso
encamaciones del yo ideal o al grupo de pertenencia (grupo de
pares) tomado en su conjunto: barras, bandas, diversos fenó-
menos y modos de conglomeración, de nucleamiento, cuya
descripción sociológica o conduchsta no dejTentrever su
honda penetración en la reimplantación corporal, en lo más
íntimo de la subjetividad. No pretendo agotar en esto la
función de tales agrupamientos (la incansable insistencia del
reduccionismo fuerza a aclararlo), sino apuntar a cómo — en
el nivel mismo de lo que Dolto caracteriza como imagen de
base- apuntan a re-establecer■cierta continuidad perdida. Por
eso mismo, la relación del adolescente consu grupo no es una
relación que pueda entenderse por el lado de externo/interno;
es m is, la relación de él con su grupo sólo se ilustra acabada-
mente usando de nuevo He ln h a i^ a de Moebius. reconstitu-
yéndosc un espacio de inclusiones recíprocas.
Otro modo muy distinto^de restablecer aquella antigua
superficie se puede encontrar clínicamente en ciertas formas
de masturbación, donde no sólo está en juego lo sexual, stricto
se/isu, también el (jarse cuerpo, buscando reunificarse en el
placer genital com o eje para reunir la dispersión.
Tampoco es cosa rara (ni debe psicopatologizarse) el retor-
no pasajero de práctic as más arcaicas en cuanto a formación de
superficies; por ejemplo, períodos_de suciedad que a veces al
^adulto le cuesta tolerar, o adhesiones a ciertas ropas que se
llevan puestas indefinidamente: significativo es quc^sevuel-
van uniformes (toda la polisemia del término merecelíBrarse
en su resonancia). Comportamientos habituales del niño pe-
queño, olvidados ya, parecen reinstalarse, y con contenidos no
demasiado dispares. Pero siempre como verdaderas restitucio-
nes de una superficie rota.
También el fort/da entendido como operación constituyen-
te experimenta un agudo replanteo sobre nuevas bases. En
particular, el registro del par familiar/extrafamiliar es comple-
tamente resignificado. Para el adolescente se trata Jeflysy pa-
decer, pero no sólo en relación con la familia como entidad
concreta o literalmente concebida, sino respecto de todas las
categorías familiares que organizaban su vida en lo simbólico,
sus núcleos de identidad, de reconocimiento habitual. Así, un
paciente de diecisiete años había bautizado “ hacer facha” a un
variado recorrido que había emprendido, donde sucesivamen-
te (y sin indebidas preocupaciones por la coherencia
ideológica)53 se lo encontraba formando parte de un grupo
pacifista cristiano, de una secta supuestamente oriental, de una
pequeña banda pro nazi interesada en la marihuana y en
cometer o fantasear pequeños delitos, etc. Lo importante era
que en cada una de estas ocasiones él transformaba m asiva-
mente sus índices de reconocimiento narcisista: forma de
vestir, corte del pelo, etc. Lo que con el tiempo ambos fuimos
develando es que ello había tomado para él —entre otras
cosas— el significado de jugar a las escondidas, pasando por
tantas modas,7opas, “fachas \ discursos, consignas, horarios,
prácticas; se constituían en equivalente de jucpos de aparición
y dcsaparicióíT Claroque^él pacícrftc no sabía qué era lo que
de suyo tenía que aparecer: lo único siem pre claro era que lo
hacía bien lejos de los modelos de identificación familiar.
Digamos que el factor com ún a todo este itinerario tan hete-
róclito era que ninguno de esos sitios donde por un tiempo
habitaba eran lugares demasiado congruentes con las tradi-
ciones mítico-históricas que le concernían. Entonces fue
posible entender todas estas manifestaciones, como jugar en
su sentido más estricto y exacto. Aquí conviene detenerse un
poco porque, incluso desde el psicoanálisis, ha sido bastante
fácil equivocarse y hablar con excesiva ligereza de actuacio-
nes o acting-out en la adolescencia (que por supuesto también
y mucho se dan), tendiendo insensiblemente a caracterizar
todo de esta forma, o bien ha salteado el factor histórico,
otorgándole a ciertas manifestaciones la misma significación
que podría asignárseles varios años después. Se extravía así la
consideración teórica, sin com prender hasta qué punto cuán-
to en el adolescente tiene em inentemente estatuto lúdico:
jugar a la política, por ejemplo, o incluso a la delincuencia o
a la adicción, lo cual exige un difícil diagnóstico diferencial
(valga el caso, respecto de una verdadera impulsión). Así
com o un niño en el consultorio narra con dibujos o juguetes
su vida imaginaria, con todas sus alternativas, el adolescente
lo hace extrayendo, arrancando semas y mitemas de los
yacimientos ideológicos del adulto. Esto es lo que sí com -
prendió Erikson, con su idea de la “ moratoria psicosocial”,
injustamente olvidada, siendo una conceptualización tan
conectada a la de latericia; más allá de un período histórico,
un rasgo esencial de la sexualidad (de la subjetividad) huma-
na: levantar estructuras de diferición. Por otra parte, decir
“moratoria” remite, en lenguaje temporal, a la necesidad
lógica de espacio transicional. Todas las cosas que parecen
poblar el espacio de la vida del adulto (trabajo, política.
decisiones y elecciones) las toma la adolescencia y las vuelca
en el suyo, lo cual produce una mutación en ellas, sutilmente
penetradas en tanto jugares por el proceso primario. Muchos
equívocos y desconciertos se originan en esto. Por ejemplo, al
verlas posiciones ideológicas del adulto, muy otras de aquellas
con las que jugó, y en las que el que ahora se sorprende había
creído al pie de la letra, inadvertido de su carácter figurado o
de puesta en escena.
Cuando por los más diversos factores esta transicionalidad
no tiene lugar, tropezamos con fenómenos del orden del falso
self: alienación en la demanda social o en el deseo del Otro,
precipitación de decisiones que aplastan el jugar reemplazán-
dolo por trabajo puramente adaptativo. Huida hacia la adul-
tez... o invasión patógena de las exigencias de ésta en tanto
ananké. En el trabajo clínico, ciertas supuestas ‘elecciones*
vocacionales o de pareja — o de lo que sea, pero precozmente
asentadas se revelan como verdaderos actings-oui (pues és-
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