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El caso Letelier
John Dinges y Saul Landau
Lasser Press
México 1982
Indice
Presentación
1. El Acto
2. Victoria Pírrica
4. El Chacal del
Cóndor
5. Capacidad
Extraterritorial
6. Sesión Abierta
7. El Blanco: Letelier
8. Un Acto de Terror
9. La Investigación
11. Descansando en
Casa
Epílogo
Acerca de los
Autores
Asesinato en Washington
El caso Letelier
John Dinges y Saul Landau
Agradecimientos
Podemos agradecer por su nombre sólo a algunos, cuya generosa ayuda hizo
posible este libro. Tenemos una deuda especial de gratitud con muchos chilenos
que se encuentran tanto en Chile como en el exilio; ellos creyeron en nuestro
trabajo y nos ayudaron a costa de un gran riesgo personal.
Scott Armstrong, Richard Barnet, John Marks, Marcus Raskin y Peter Weiss, nos
entregaron su sabiduría, consejos y aliento. Ralph Stavins, quien desempeñó el
papel del león en la investigación independiente realizada por el Instituto de
Estudios Políticos, nos ayudó a mejorar nuestras perspectivas sobre la
investigación, necesarias en muchos capítulos del libro. Isabel Letelier y Michael
Moffitt fueron el alma y el corazón, tanto de la investigación independiente, como
del movimiento político que nació y creció en torno al caso; ellos fueron quienes lo
mantuvieron vivo. Su valor y determinación ante el asesinato y el poder del
Estado, los convierten en héroes.
Rebecca Switzer, Jeff Stein, Trin Yarborough y Bob Borosage, dedicaron muchas
horas a la lectura y edición de partes del manuscrito, entregando sus enseñanzas
y valiosas críticas. Carolina Kenrick nos dio su inapreciable apoyo y colaboración
durante la larga tarea de la redacción.
Kiki Anastasakos, Kate Louise Gottfried, Nina Terrell, Eliana Loveluck, Cynthia
Arnson, Ann McWilliams, Peter Kornbluh, Jack Kasofsky, Eddie Becker, David
Pión, Rhonda Johnson, Marcelo Montecino, Miguel Sayago. Max Weinsenfeld,
Joanna Schulman, Winslow Peck, Fred Landis, John Alves, Chris Cole, Peter
Almquist y Rodrigo R., tomaron parte en distintas formas en el trabajo de
investigación que condujo a este libro.
JOHN DINGES
SAUL LANDAU
Agradecimientos
Acerca de las Fuentes
Lista de Personajes
El Acto
Victoria Pírrica
El Año del Terror
El Chacal del Cóndor
Capacidad Extraterritorial
Sesión Abierta
El Blanco: Letelier
Un Acto de Terror
La Investigación
Dos Nombres en los Expedientes
Descansando en Casa
Una Medida de Justicia
Epílogo
Acerca de los Autores
Lista de Personajes
PETERSEN SILVA, HANS. Nombre usado por Townley para entrar a los Estados
Unidos, en 1976.
WILLIAMS ROSE, JUAN. Nombre usado por Townley en Paraguay y por Riveros
en Washington.
© 1982 Todos los derechos en lengua española reservados por: LASSER PRESS
MEXICANA, S.A.
Apartado Postal 6-791, México 6, D.F.
Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin permiso por escrito de los
editores.
ISBN-968-458-221-8 (Tela)
ISBN-968-458-222-6 (Rústica)
Impreso en México
Printed in México
EL ACTO
Hans Petersen Silva, alias Juan Andrés Wilson, alias Kenneth Enyart, alias Juan
Williams Rose, tenía la misión de preparar el asesinato de Orlando Letelier. Su
verdadero nombre era Michael Vernon Towley. El hombre con el que debía
encontrarse era el capitán Armando Fernández, alias Armando Faúndez Lyon.
Ambos eran experimentados funcionarios de la Sección Externa de la DINA, la
policía secreta de Chile.
Una vez solos, "el capitán Fernández me pasó una hoja de papel con un croquis
de la casa y la oficina de Letelier y también un informe escrito que contenía una
cuidadosa descripción del automóvil de Letelier y del de su esposa". Casi en un
susurro y con frases cortas, ambos discutieron acerca de los movimientos diarios
de Letelier entre su oficina en Washington y el condado de Maryland donde vivía.
(Un grupo de rabinos pasó junto a ellos, cerca del mesón de LAN.) Townley
escuchó las informaciones de Fernández, hizo algunas preguntas y archivó cada
detalle en su memoria. Estudió cuidadosamente el croquis, los números de las
placas de los coches, memorizándolos, y luego destruyó los papeles. De un
compartimiento secreto de su cartera, sacó una foto de Orlando Letelier y,
después de mirarla, la volvió a guardar; otros deberían verla, más adelante, ya que
él lo conocía bien. Los dos hombres conversaron durante más de una hora.
Orlando Letelier encendió el motor y salió de Ogden Court, una tranquila cerrada
de Bethesda, Maryland, tomando por River Road hacia Washington, D.C. Los
vecinos de los Letelier, profesionales y gente de negocios que vivían en
confortables casas individuales, daban la impresión de estabilidad y seguridad.
Letelier había escogido Washington como base ideal desde la cual luchar contra la
dictadura militar. Una semana antes, en un artículo publicado en The Nation, había
manifestado que las violaciones sistemáticas de los derechos humanos
perpetradas por la junta, estaban estrechamente vinculadas a la "Escuela de
Chicago", modelo económico impuesto en Chile por la junta y patrocinado por
Estados Unidos. El artículo había tenido buenas críticas por parte de sus colegas
norteamericanos, y estaba buscando la forma para que este artículo circulara en
Chile, donde serviría de fundamento a los opositores del régimen. Este era uno de
sus asuntos en la agenda del día; pero la prioridad, sin embargo, la tenía el
discurso que iba a pronunciar en el Madison Square Carden el 10 de septiembre,
en conmemoración del tercer aniversario del golpe.
Exactamente hacía dos años que había sido liberado del campo de concentración.
Vio su reflejo en la ventana del IEP: alto, erguido, cuidadosamente vestido con un
veraniego traje "beige". Sonrió ante la imagen del emprendedor hombre de
negocios, del diplomático. Curiosamente, había conocido el IEP cuando, siendo
embajador, lo había considerado una fuente de apoyo sólida a los programas del
gobierno de la Unidad Popular de Chile. Poco tiempo después de su liberación de
la cárcel, el IEP se había convertido en su base de operaciones.
Mientras subía los dos tramos de escalera hacia su oficina, mentalmente comenzó
a buscar frases para el discurso de aniversario. "(Hace tres años del golpe ... Dos
años de mi liberación".) Había sobrevivido un año, yendo de un campo de
concentración a otro. El primero había sido Isla Dawson, frío y estéril roquerío
situado en el tormentoso Estrecho de Magallanes, a pocas millas de la Antárctica.
Allí había perdido veinte kilos. Al salir, el comandante del campo le advirtió que "el
general Pinochet no toleraría actividades contra su gobierno", añadiendo que el
gobierno militar puede castigar "no importando dónde se encuentre el
transgresor".
"En ese almuerzo", escribió posteriormente Townley, "les di a conocer cuál era mi
misión, el asesinato de Letelier, solicitándoles la colaboración del Movimiento
Nacionalista Cubano".
Discutieron el programa del acto que conduciría Joan Baez, preguntándose cuánta
gente asistiría. Conversaron sobre asuntos familiares y domésticos, recordando
los malos y los buenos tiempos vividos juntos, en Chile y en Estados Unidos. Se
detuvieron para tomar un café en Howard Johnson. (Orlando bebía café y fumaba
un cigarro tras otro durante todo el día; en su oficina siempre había una cafetera
eléctrica con café preparado. A veces, con el café tomaba un Valium: a los
cuarenta y cuatro años, tenía oleadas de incontrolable energía, lo que le permitía
planear muchos proyectos distintos en un mismo día, pasando del trabajo
profesional a las actividades sociales y viceversa con gran facilidad.)
porte de ese país a que declararan un boicot a las mercancías destinadas a/o
procedentes de Chile, e influyó en el gobierno para que éste obstaculizara o
impidiera las inversiones de capitales holandeses en Chile". El reportero agregó
otro detalle: el decreto había sido publicado ese mismo día en el Diario Oficial de
Chile, pero estaba fechado tres meses antes, justamente, el 7 de junio de 1976.
Visiblemente molesto, Letelier se sentó a reescribir su discurso. Dirigiéndose a un
grupo de amigos que había llegado hasta la habitación del hotel, dijo: "żPueden
concebir que ellos hayan hecho algo que hicieron sólo los nazis?" Pero, en verdad,
lo que Letelier estaba sintiendo no era sorpresa, sino un golpe más intenso y
doloroso aún, debido a que en su fuero interno había imaginado que eso
sucedería. Sabía que sus públicas denuncias y sus ataques contra la junta
provocarían, si bien no esta reacción, algo muy similar. Más tarde, confesó a sus
amigos estar enojado consigo mismo por haberse permitido una reacción tan
emocional, tan personal, ante lo que intelectualmente consideraba el acto ilegítimo
de un ilegítimo gobierno.
Esa noche, en calidad de orador inaugural, desde el escenario del Felt Forum del
Madison Square Carden, una vez más condenó a la junta y su reino de terror.
Unas cinco mil personas llenaban la sala. "Desde el momento mismo en que esos
generales al servicio de los grupos económicos más reaccionarios decidieron,
hace tres años, declarar la guerra al pueblo chileno y ocupar nuestro país -dijo-
surgió un impresionante movimiento mundial de solidaridad con el pueblo de Chile.
Este vasto movimiento de solidaridad ha expresado, desde las más diversas
perspectivas económicas y políticas, el rechazo del mundo civilizado a la barbarie
y la brutal violación de todos los derechos humanos por parte de la junta militar
chilena ... el régimen más represivo que el mundo ha conocido desde la
destrucción del fascismo y del nazismo en Europa".
Elevando su voz con ira, continuó: "Nací chileno, soy chileno y moriré como
chileno. Ellos, los fascistas, nacieron traidores, viven como traidores y serán
recordados por siempre como traidores fascistas".
MICHAEL TOWNLEY, a pocas millas de distancia, del otro lado del río Hudson, en
Union City, Nueva Jersey, supo que Letelier estaba hablando en ese momento en
el Madison Square Carden. La seguridad exigía que se mantuviera a distancia, ya
que algunos de los chilenos exiliados e inmigrados que vivían en Nueva York
podrían haberlo reconocido; entre ellos, su hijastro Ronnie Ernest. Otros agentes
de la misión diplomática chilena en Estados Unidos estarían cubriendo esa noche
las actividades de Letelier, como Townley bien sabía.
Más tarde, Townley declaró no recordar el nombre del corpulento médico joven
que habló en contra de la participación del MNC en el asesinato. Relató que ese
individuo se expresó plañideramente y era parecido a un comentarista de la
televisión chilena. Guillermo Novo argumentó en favor de la participación en la
misión de la DINA. Suárez, si bien aún crítico ante el papel desempeñado por el
gobierno chileno en el asunto Otero y Bosch, se manifestó inclinado a realizar el
trabajo. ĄLe encantaba la acción!
Terminada la reunión, Townley fue con Novo y Suárez al bar Bottom of the Barrel.
No discutieron sobre el asesinato, pero él sintió que estaban celebrando la
consumación de un pacto. En el bar, Novo le presentó a un compañero, Alvin
Ross. Éste, macizo y musculoso, ex matón del Tropicana de Cuba antes de la
revolución, había oído hablar del "famoso señor Wilson", el contacto de Novo con
los chilenos, y le tenía un gran respeto. Más tarde, Ross detallaría sus reuniones
con "Wilson" en una entrevista grabada a un abogado. Dijo que él y Townley
conversaron sobre aparatos estereofónicos y los problemas que el primero tenía
con su equipo. Townley, escribió Ross, prometió ayudarle a componer el equipo, si
se le presentaba la ocasión.
Suárez y Paz habían sido enviados por Novo a Washington y estarían ocupados
por algunos días, de modo que Townley tenía tiempo. Posteriormente, escribió en
su declaración: "Novo me informó que el MNC estaba ocupado en otra operación
que requería de su atención inmediata".
Townley entregó a los exiliados cubanos una lista de compras necesarias para la
fabricación de la bomba.
Cuba era uno de los pocos sitios en donde los dirigentes del movimiento chileno
en el exilio podían reunirse a planificar estrategias sin peligro. Se había fijado una
reunión del Partido Socialista (al que él pertenecía), con Carlos Altamirano,
Secretario General del Partido; Clodomiro Almeyda, jefe de la Unidad Popular,
coalición de partidos de izquierda chilenos; y Beatriz Allende, tesorera del Partido.
Casada con un funcionario del gobierno cubano. Beatriz vivía en Cuba desde el
golpe en Chile y la muerte de su padre, Salvador Allende.
A LAS 8:30 P.M. Isabel y Orlando Letelier salieron de su casa donde acababa de
terminar una alegre fiesta. Era el día de la Independencia de Chile y Orlando había
regresado esa tarde de Nueva York. Los invitados bebieron vino tinto y comieron"
empanadas (comida tradicional chilena). Letelier tocó la guitarra, cantó y bailó
cueca, el baile folklórico chileno, con Isabel. El dedo medio de la mano izquierda le
dolía cuando tocaba guitarra; una de las herencias físicas del año vivido en Isla
Dawson.
TOWNLEY DIO LOS toques finales a la bomba, mientras Paz le alcanzaba las
herramientas y Suárez leía o conversaba. Townley planeó colocar la bomba bajo
el asiento del conductor y moldeó el plástico de manera que, al estallar, todo el
explosivo saliera directamente hacia arriba.
Cerca de la medianoche, se sintió satisfecho de su obra. Los tres salieron del
motel en el Volvo de Paz, deteniéndose en la estación de trenes. Townley se
dirigió a la ventanilla para saber si había algún tren con destino al área de Nueva
York en las primeras horas de la mañana. No había ninguno.
Paz condujo hasta la calle paralela a Ogden Court. Townley caminó por detrás de
dos casas y, dando vuelta a la calle cerrada, vigiló la cuadra. Había gente
entrando en una casa vecina, "de manera que regresé a la calle paralela,
encontrando a Paz y Suárez; posteriormente, luego de dar una vuelta para hacer
tiempo, regresamos a la entrada de la calle de Letelier, al mismo lugar en que bajé
antes del coche, en la cima de la colina".
Suárez lo llevó hasta el Aeropuerto Nacional para que tomara el primer vuelo de
Eastern hasta Newark, telefoneando a un miembro del MNC para que lo esperara.
El aeropuerto estaba tranquilo, el domingo en la mañana había pocos pasajeros.
Antes de abordar, Townley llamó a su esposa, dándole un mensaje codificado
para que lo transmitiera a la DINA, la bomba estaba colocada.
LETELIER DESCANSÓ ESE domingo, uno de los pocos del verano que pasaba
en casa sin sentirse obligado a abordar la montaña de trabajo que de costumbre lo
obsesionaba. Isabel salió temprano, pasando varias horas en su estudio de
escultura y luego en la Oficina de los Derechos Humanos de Chile, de la que era
fundadora.
Más tarde, bebieron y conversaron con dos invitados que tenían para la cena, Saúl
Landau y Rebecca Switzer. El asado, prácticamente carbonizado, fue el pretexto
para una serie de bromas en que Isabel y Orlando se echaron pullas mutuamente.
La conversación pasó de los asuntos del instituto a temas políticos. Durante el
postre y el café, Orlando se enfrascó en una larga e hilarante relación de sus
últimos viajes al extranjero. Mientras se despedían, todos se sintieron a gusto,
respirando las primeras brisas del "verano indio".
Las dos parejas cenaron y bebieron vino tinto. La presencia de Ronni Karpen
Moffitt distendía cualquier atmósfera que penetrara. Más tarde, Isabel recordó que
Ronni se había hecho un nuevo peinado que la hacía verse mayor de los
veinticinco años que tenía. Ronni con entusiasmo sobre su promoción en el rubro
financiero del IEP y, al mismo tiempo, prometió su ayuda en el comité de defensa
de los derechos humanos que Isabel había organizado. Cuando se fueron, los
Letelier comentaron lo vitalizante que era la presencia de una pareja joven y
enamorada, así como el comprobar que existían jóvenes norteamericanos que
apoyaban la causa de Chile, como si fuera lo único natural y razonable.
Alrededor de las 9:15, los Moffitt y Orlando salieron de la casa. Caía una fina
llovizna y el cielo estaba gris. Michael se sentó en el asiento trasero. Alrededor de
las 9:20, el automóvil llegó al restaurante Roy Rogers. Ronni y Orlando, en
animada conversación, no se dieron cuenta de que un gran vehículo gris, último
modelo, los seguía por River Road. Michael trataba de leer. Abrió su ventanilla,
molesto a causa de la espesa nube de humo que desprendía el cigarro de
Orlando.
El conductor del automóvil gris que los seguía verificó la posición de un objeto
plano de metal en el asiento trasero, conectándolo al encendedor del coche.
Ambos automóviles viraron a la izquierda desde la Calle 46 hacia la Avenida
Massachusetts. Frente a ellos, la calle de las embajadas.
Notas:
1. Agustín "Duney" Edwards, eminente figura de la banca y del periodismo, compartía el salón con
los dos agentes de la DINA y regresaba a Santiago esa noche, en el mismo vuelo de LAN-Chile.
II
VICTORIA PIRRICA
Pero las "hordas" que habían votado por la Unidad Popular (UP), no tenían
ninguna intención de saquear ni de robar. Celebraban en las calles su victoria,
cantando y gritando consignas de la Unidad Popular, repetidas miles de veces: "El
pueblo, unido, jamás será vencido"; la numerosa clase obrera brindaba con vino
tinto. (1)
Allende se había preparado para este momento casi toda su vida. En 1932 era
sólo un joven estudiante de medicina cuando un coronel independiente,
Marmaduke Grove, proclamó la primera república socialista (que fue derrocada
por un golpe militar dos semanas más tarde); al año siguiente, Allende se reunió
con un grupo de jóvenes, fundando el Partido Socialista. En 1938, la formación de
un Frente Popular culminó en la elección para la presidencia del radical Pedro
Aguirre Cerda, y Allende colaboró- en el gobierno como ministro de Salud. En
1946, el pueblo de Valparaíso, la segunda ciudad más importante de Chile, lo
eligió senador del Congreso de Chile, cargo que ocupó durante veinticuatro años.
Allende, quintaesencia del socialismo, consumado parlamentario, se convirtió en
un líder en el que varios grupos y partidos de izquierda creerían. Pero fue mucho
más que un eterno candidato presidencial, (2) de hecho, fue el médico izquierdista
cuyo programa digno de confianza y de gran sobriedad, prometía llegar a una
sociedad justa mediante procesos pacíficos y racionales. A los sesenta y dos
años, el testarudo médico, gracias a su ingenio y a la coalición de la Unidad
Popular que había representado en la elección de 1970, pensó que por fin sería
capaz de convertir su sueño en realidad política: sus anhelos de cambio social.
Cuando Orlando tenía tres años, sus padres se trasladaron a Santiago. Los
chilenos pobres vivían también las consecuencias de la depresión mundial de los
años treinta, y el padre de Orlando siguió explicando al muchacho las causas de la
pobreza que se veía en la capital. Inscrito en una escuela de tipo Montessori,
donde cursó su enseñanza primaria, Orlando se educó en un ambiente más liberal
que sus primos y otros miembros de su clase. Para un muchacho en cuyo hogar
se vivía bajo las normas del radicalismo, el paso lógico era ir de la escuela
Montessori a un liceo público, pero, para sorpresa de sus padres, a los catorce
años decidió ingresar a la Escuela Militar. Asegurando a su padre que su intención
no era seguir la carrera militar, explicó que ésta le daría independencia personal y
disciplina para enfrentar el mundo. Fue un alumno excelente y, para satisfacción
de su padre, también un buen boxeador. Fue premiado con el grado de oficial de
cadetes, honor reservado a estudiantes especiales. También organizó un grupo de
teatro que representaba comedias musicales.
Hacia 1930, Chile vio nacer un pequeño movimiento nazi que sobrevivió después
de la Segunda Guerra Mundial. Durante esa época, hubo cortos periodos de
gobierno militar; pero Chile, incluidas las clases media y alta, firme y
orgullosamente hizo siempre profesión de una vocación democrática, ganándose
la reputación de "los ingleses de los Andes". El mismo Orlando, junto con aprender
el abecedario, había internalizado su devoción por la democracia.
Isabel estudiaba literatura española, en tanto que Orlando era alumno de leyes y
economía, y aprendiz de abogado en una oficina jurídica. Ambos formaban parte
de un círculo artístico de estudiantes y, siendo ésta la época de la locura
existencialista en todos los medios estudiantiles del mundo occidental, decidieron
organizar una "fiesta Sartre-Camus", con el propósito de recolectar fondos para su
círculo.
Una de las consignas de la campaña decía: "Las promesas sobran, faltan las
realidades. Orlando Letelier del Solar ha demostrado su capacidad. Vota por él".
Muy pronto, sin embargo, consideró al Partido Liberal incompatible con sus
ideales, y también sus compañeros liberales estimaron que se había salido de sus
principios al votar por un candidato estudiantil de izquierda.
Sus amigos eran artistas e izquierdistas; entre ellos estaba José Tohá, que más
tarde sería su colega en el gabinete ministerial, y Jorge Dager, exiliado
venezolano. Ambos influyeron en el cambio ideológico de Orlando desde el
radicalismo anticuado hasta el socialismo al estilo de Salvador Allende, pasando
por una breve transición liberal. Isabel, que se consideraba una "cristiana de
izquierda", desconcertaba a Orlando, que veía contradictorios los conceptos de
"izquierda" y "cristianismo".
Se casaron en 1955. Orlando estaba tan obsesionado con el asunto del cobre, que
era capaz de recitar de memoria las caídas y alzas de su precio en el mercado en
el lapso de una década. Isabel perdió su primer hijo. En 1957, cuando ya sus
úlceras aparentemente habían sanado, se enfermó de fiebre tifoidea, justo cuando
estaba por nacer Cristian, el mayor de sus hijos. Para llegar hasta la clínica, Isabel
debió solicitar un salvoconducto ya que el país tenía estado de emergencia a
consecuencia de desórdenes estudiantiles. Deseando estar junto a Isabel, Orlando
llegó a la clínica, pálido a causa de la enfermedad; intentó esbozar una sonrisa y
cayó al suelo, inconsciente.
Durante la campaña, Orlando debió viajar por primera vez a Europa en una misión
del Departamento del Cobre, con el fin de estudiar los mercados del metal en
París y Londres. Durante su viaje, escribía con frecuencia a Isabel; uno de los
temas constantes de estas cartas era su amor por Chile y su fuerte sentido de
pertenencia al país. Regresó al cabo de dos meses. En septiembre de 1958 se
realizaron las elecciones y en ellas triunfó el candidato conservador Jorge
Alessandri.
En agosto de 1959, murió el padre de Isabel, cercano y antiguo amigo del recién
elegido presidente Jorge Alessandri. Dos semanas más tarde, un viernes, Orlando
Letelier encontró un sobre en su escritorio cuyo contenido era el siguiente: "No se
presente a trabajar el próximo lunes. Sus servicios en las oficinas del cobre han
terminado oficialmente". Una vez que el padre de Isabel había muerto, Alessandri
ya no tenía compromiso alguno con Orlando.
Jaime Barrios, economista a quien Orlando conocía bien desde los días de la
universidad, trabajaba en ese momento para el gobierno cubano, lo mismo que
muchos otros técnicos y expertos latinoamericanos, quienes no encontraban el
reconocimiento que merecían en sus propios países. Una noche, ya tarde, Barrios
llevó a los Letelier al Banco Central de Cuba. A la entrada del edificio, un guardia
miliciano, bajando la metralleta checa, guió a Barrios y sus acompañantes. En el
interior, los Letelier se encontraron con un hombre de baja estatura e hirsuta barba
que, sosteniendo un trozo de tiza, explicaba números y ecuaciones en un pizarrón
a otra persona. El personaje de baja estatura detuvo su lección después de
algunos minutos y Barrios presentó a los Letelier al mayor Ernesto "Che" Guevara,
presidente del Banco Central de Cuba.
Durante gran parte de esa noche, Orlando conversó con "Che" Guevara, quien le
ofreció un puesto en el Banco Central. Letelier trabajaría con Jaime Barrios, Juan
Noyola y un grupo de distinguidos latinoamericanos, ayudando así a Cuba en la
solución de Su carencia de expertos. Durante los cinco días siguientes, Orlando e
Isabel se dedicaron a observar y escuchar atentamente, dándose cuenta de que
Fidel muy pronto proclamaría la revolución socialista y vendrían tiempos difíciles.
Vieron la posibilidad de que ella enseñara en Cuba y él trabajara con sus viejos
amigos.
Compraron una casa en Bethesda, Maryland, en 1961. Nació su cuarto hijo, Juan
Pablo. Isabel conservaba su dinamismo y su figura. Pero hacia 1963, a pesar de
los dos ingresos familiares, vieron que, igual que otras parejas jóvenes con hijos,
iban endeudándose más cada día. Vendieron la casa de Bethesda, volviendo a ser
arrendatarios.
"Teníamos una casa enorme, casi vacía, y en las noches comíamos papas". A
Orlando no le preocupaba. Al terminar 1963, estaba cada vez más involucrado en
la campaña presidencial chilena que culminaría en 1964. Una vez más, su guía y
amigo, Salvador Allende, representaría a la izquierda unida. Letelier comenzó a
recolectar dinero y a hacer todos sus esfuerzos por entusiasmar a los funcionarios
del banco. Hizo algunos viajes extra a Chile. Trató de organizarle a Allende un
viaje a Estados Unidos para que consiguiera el apoyo de los liberales, explicara su
vía moderada hacia el socialismo y pudiera conocer de cerca la política
norteamericana. Pero el temor y la desconfianza en los Estados Unidos, que
tenían su origen en las amargas experiencias y en la falta de conocimiento,
contribuyeron a que los líderes del Partido Socialista negaran su consentimiento a
la proposición de Letelier, de manera que Allende no visitó Washington. La
derecha chilena, para asegurarse la derrota de Allende, tácticamente no presentó
candidato, de manera que el democratacristiano Eduardo Frei Montalva triunfó con
los votos sumados de la derecha y el centro, que representó el 55 por ciento de la
votación total. Allende, con un 38.9 por ciento de los votos, fue derrotado.
"Debe haber estado mal informado por sus agentes de inteligencia", comentó a
este respecto Orlando a Isabel. Más tarde, ella recordaba: "En esa época, todos
estábamos enamorados de Kennedy. La Alianza para el Progreso alimentó en
Orlando y en Felipe Herrera un gran optimismo y la fe en que Estados Unidos
cambiaría sus métodos, su política, y comprendería las verdaderas necesidades
de América Latina".
Los viajes de Orlando a Chile, más frecuentes pero también más cortos,
significaban siempre largas reuniones con Allende y otros dirigentes del Partido
Socialista; a menudo se encerraban con Orlando durante varios días, planificando
estrategias a seguir.
Cuando las noticias con la elección de Allende llegaron hasta la Casa Blanca,
"Nixon estaba fuera de sí", según lo declara en sus memorias el Consejero de
Seguridad Nacional del Presidente, Henry Kissinger. Él mismo se reunió dos
veces en los diez días siguientes al triunfo de Allende con el Comité de los
Cuarenta que, en su desesperación, adoptó una política secreta con el propósito
de ejercer una presión económica contra Chile. (4) El Comité de los Cuarenta
encargó al Departamento de Estado ponerse en contacto con los inversionistas
que tenían intereses en Chile con el objeto de ver si podían asumir actitudes de
presión económica sobre Chile, en conformidad con las políticas del gobierno
norteamericano. Kissinger aseguró que el director de la oficina de la CIA en Chile
tenía más de doscientos cincuenta mil dólares para trabajar en elecciones
especiales y otras maniobras contra Allende. Los oficiales de la CIA fueron
autorizados para sobornar a los congresistas chilenos con el propósito de que
votaran contra la confirmación de Allende en la presidencia.
Entre los ricos que emigraban de Chile, había un hombre que desesperadamente
quería ver al presidente Nixon. El archiduque de la nobleza chilena sin títulos, don
Agustín "Duney" Edwards, dirigía uno de los más grandes bancos de Chile y
publicaba El Mercurio, principal periódico del país. Habló con su amigo Donald
Kendall, director de la compañía Pepsi-Cola e íntimo amigo de Nixon. Kendall
consiguió a Edwards una cita con el presidente.
Helms fanfarroneaba con un miembro del Senado: "Si alguna vez saqué el
«bastón del mariscal» fuera del Óvalo, fue ese día". Sus notas con las órdenes de
Nixon, escuetamente redactadas en una hoja de papel, decían:
Cuando Letelier abandonó la Casa Blanca, la banda tocaba una marcha militar y la
bandera chilena flameaba entre "las barras y las estrellas". Comenzó a sentirse
incómodo. La hostilidad oficial del gobierno norteamericano hacia el nuevo
gobierno de Chile había sido manifestada por Henry Kissinger en una
comunicación de prensa ampliamente difundida, el 15 de septiembre. (8) Y ahora,
Nixon se había mostrado demasiado amistoso. Intrigado, Orlando conversaba con
Isabel, preguntándose por qué Nixon se había referido al respeto por la
independencia. Consultó la copia del discurso que le había dado el funcionario de
la Casa Blanca: "Respeto mutuo ..."
El 22 de marzo de 1971, Henry Kissinger obtuvo 185 mil dólares del Comité de los
Cuarenta para que fueran canalizados hacia los fondos de la Democracia
Cristiana, en preparación de las elecciones municipales de abril. Ese mismo día,
se reunió con Letelier en el edificio de la Oficina Ejecutiva. Al día siguiente, en su
memorándum al Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Letelier extractó los
puntos clave de esta conversación que duró cincuenta minutos, escribiendo: "Le
expresé al señor Kissinger que el gobierno chileno estaba tomando una serie de
medidas de acuerdo al programa de la UP y consecuentes con el establecimiento
de un sistema socialista. Kissinger subrayó especialmente que su gobierno no
deseaba por ningún motivo interferir en las acciones que el gobierno chileno
adoptara internamente. Los Estados Unidos tenían suficientes enemigos en el
extranjero -dijo- y no deseaba actuar de manera que Chile se convirtiera en un
nuevo enemigo".
Kissinger, observó Letelier, "demostró gran interés por saber acerca de las
próximas elecciones, preguntando en especial sobre el porcentaje de votos que
nosotros esperábamos para los partidos ganadores, y en particular para los
partidos de la Unidad Popular. También preguntó acerca de la forma en que
habíamos determinado las tres áreas de la propiedad: estatal, privada y mixta,
acerca de lo cual le di explicaciones más o menos detalladas".
A mediados de julio, Letelier fue llamado a Santiago para consultas. Los ministros
del gabinete y los dirigentes del Partido Socialista lo pusieron al corriente de la
situación. La izquierda chilena siempre había considerado que el gobierno
norteamericano era un bloque monolítico de poder imperialista. Letelier, sin
enfrascarse en discusiones inútiles, trató de mostrar algunas de las complejidades
de la política norteamericana, las que había aprendido a conocer a lo largo de diez
años de permanencia en Washington.
Kissinger sabía acerca del problema de los Boeing y manifestó a Letelier que
entendía sus ramificaciones políticas.
El télex agregaba:
Por cierto, estoy de acuerdo en que ninguno de nosotros quiere engañarse, ya que
ambos sabemos acerca de los solapados intereses del otro. Me dijo que estaba
claro que el gobierno norteamericano no intervendría en ninguna forma en los
asuntos internos de Chile, pero que al mismo tiempo la Casa Blanca estaba
sometida a "enormes presiones" desde diferentes sectores del gobierno, de
grupos privados y del Congreso, tendientes a hacer que se suspendiera toda clase
de ayuda financiera a Chile, hasta que se aclarara la situación de las compañías
nacionalizadas por Chile.
Juzgó que los puntos de vista e intereses de Kissinger debían considerarse sólo
como un aspecto de la política internacional. Sus conclusiones reflejaban el
creciente pesimismo en relación al mejoramiento de las relaciones, pero también
que no todo estaba perdido. "No creo que pronto pueda haber una reacción
favorable en el caso de LAN por parte de los norteamericanos, pero esto tampoco
quiere decir que ellos hayan cerrado todos los caminos". Una vez más, aseguró
que Chile había cumplido con todos los requerimientos exigidos por el EXIMBANK,
pero que si éste no respondía pronto, la Boeing seguramente cancelaría el pedido.
A pesar de todo, Letelier trató de mantener los lazos más amistosos posibles con
el gobierno norteamericano, transmitiendo la imagen que reflejaba la realidad
chilena: un gobierno constitucionalmente elegido, de tipo socialista moderado, que
no tenía nada en contra del pueblo norteamericano. Y lo anterior, a pesar de las
negativas oficiales y las evidencias que mostraban una interferencia encubierta,
masiva, por parte de Estados Unidos en los asuntos internos del país.
En la mañana del martes 9 de mayo de 1972, Andrés Rojas pidió a Letelier que lo
recibiera un momento en privado. Rojas era agregado de prensa y el más joven de
los funcionarios de la embajada. "Compañero -le dijo en un susurro-, anoche
entraron a robar en mi casa". Letelier manifestó que lo sentía. "No, compañero -
agregó Rojas-, usted no me entendió. Los ladrones sólo se llevaron documentos y
papeles". Letelier movió la cabeza. Era el quinto robo que le comunicaban los
funcionarios de la embajada. En algunos casos faltaban objetos, en otros sólo
documentos. Ninguno de los funcionarios tenía cosas delicadas o secretas.
En la mañana del martes 16 de mayo, Letelier leía el New York Times mientras
tomaba su tercera taza de café, cuando sonó su línea privada. Un robo en la
embajada. "¡No toquen nada!", ordenó a su asistente. "Llama al Departamento de
Estado y a la policía".
A los diez minutos, Letelier ya estaba allí. En su oficina del tercer piso, encontró un
mueble de archivo abierto por la fuerza, con los cajones violados. El suelo estaba
cubierto de carpetas y papeles. Arriba el Primer Secretario Fernando Bachelet se
encontró con una escena similar. Los ladrones no se habían llevado el dinero ni el
costoso equipo de oficina, sólo cuatro radios pequeños y una rasuradura eléctrica.
Letelier declaró a la policía estimar el costo total de lo robado en unos cincuenta
dólares. Recibió disculpas formales por parte del Estado y de la policía
metropolitana, la que no aclaró ninguno de los asaltos.
Antes de que terminara 1972, Kissinger recibió la aprobación del Comité de los
Cuarenta para gastar más fondos, que incluían otro millón de dólares destinado a
El Mercurio, como apoyo a los candidatos contrarios a la Unidad Popular en las
próximas elecciones: para promover la división en el seno de la Unidad Popular;
para apadrinar empresarios y grupos laborales que apoyaran el anti-allendismo;
para provocar la violencia. Durante todo el año 1972, se sucedieron casi a diario
actos violentos. Los partidos de derecha organizaron huelgas de comerciantes y
una devastadora huelga nacional de camioneros que paralizó la economía chilena.
Los periódicos de Chile y de todo el mundo comenzaron a hacer referencias a una
intervención abierta de la CIA en el país.
Hacia fines de 1972 y tras dos años de gobierno, Allende con sus consejeros y
ministros hizo un balance de la situación. La abierta y violenta lucha de clases que
había tratado de evitar a toda costa, había aumentado. La derecha, a través del
sabotaje económico y el entendimiento con algunos elementos del Partido
Democratacristiano, había bloqueado el apoyo y el compromiso político en el
poder legislativo, forzando a una polarización. La ultra izquierda había respondido
en correspondencia con todo lo anterior.
Pero aun así, las Fuerzas Armadas no estaban unidas a fines de 1972. Todavía
había sectores pro allendistas y, lo fundamental, vastos sectores civiles
constitucionalistas mantenían el balance del poder. El general Carlos Prats, quien
sucedió al asesinado general Schneider, apoyaba a Allende y mantuvo firmemente
su convicción de que el caudillismo (vieja noción latina del inefable líder político-
militar) no tenía cabida en la historia chilena, y mucho menos las doctrinas
fascistas detentadas por ciertos sectores militares.
Dentro de los límites de las acciones no violentas, Allende debió elegir tácticas
para mantener dividida y sin fuerzas a su larga lista de adversarios y, al mismo
tiempo, idear una estrategia para seguir adelante con un programa. Tratando de
impedir un golpe, Allende ejerció su prerrogativa presidencial en forma selectiva,
pidiendo la renuncia a ciertos generales sospechosos; al enfrentar huelgas
apoyadas y organizadas por la derecha, hizo uso de su carisma, llamando a la
clase trabajadora a demostrar públicamente su solidaridad con el gobierno de la
Unidad Popular. Sin embargo, a fines de 1972, la escalada de violencia y el caos
político habían debilitado la posición de Allende, al punto de que se vio obligado a
formar un gabinete con miembros de las fuerzas armadas. Pensó que esta medida
lo mantendría seguro hasta las elecciones parlamentarias de marzo de 1973. Si la
UP mostraba su fuerza en las urnas, entonces llamaría a un plebiscito que podría
demostrar cómo la mayoría de los electores apoyaba al Presidente, facultándolo a
derribar los obstáculos que presentaba el poder legislativo a través de la
recientemente formada coalición Democracia Cristiana-Partido
Nacional. (10) También haría pensar a los militares que aun cuando la UP no había
ganado por mayoría, más del 50 por ciento de los chilenos seguiría a Allende, al
hombre, al Presidente, permitiéndole llevar a cabo sus reformas. Pero, antes que
eso, Allende y los partidos de la UP debían enfrentar la enorme tarea que
implicaba la campaña electoral, en una atmósfera política viciada.
En este puesto, Letelier fue una tan buena elección como lo había sido en 1970
para embajador en los Estados Unidos. Comprendió la enorme importancia y los
problemas relacionados con la renegociación de la deuda externa chilena. Su
habilidad diplomática, su entrenamiento militar, su universalmente reconocido
encanto e ingenio, lo hacían sentirse confortablemente, tanto con los militares,
como con los políticos socialistas, los intelectuales y el resto de los políticos,
permitiéndole limar algunas de las asperezas en las relaciones del recientemente
formado gabinete.
Después de vivir durante los últimos trece años en Washington, Isabel Letelier y
sus cuatro hijos adolescentes regresaron a Chile el 28 de junio de 1973. La lucha
de clases había penetrado todos los aspectos de la vida nacional, sólo faltaba un
enfrentamiento directamente en trincheras. Cada acto rutinario se convertía en
una confrontación potencial entre pobres y ricos. El refinamiento que durante
siglos había prevalecido y que consistía en la evasión del mutuo reconocimiento
de las diferencias básicas entre el tener y no tener riqueza, hizo explosión. Las
clases, tanto en grupos como a nivel individual, expresaron abiertamente su odio.
El resentimiento de los desposeídos contra los consumistas de la clase media y
alta y el temor y odio de estos sectores privilegiados hacia la mayoría de bajos
ingresos, encontró su expresión en palabras, gestos e, incluso, enfrentamientos
físicos.
Las tropas regresaron a sus cuarteles y los complotistas fueron dados de baja;
pero el Tancazo, como se le llamó, probó a los generales que los militares
chilenos podían actuar con rapidez y que, eliminando a ciertos oficiales, se
eliminaban también los principales obstáculos para un golpe. Tan importante como
lo anterior fue el hecho de que la movilización que la derecha había anunciado no
se produjo. Obviamente, la sujeción estricta de Allende a la Constitución había
impedido que la izquierda militante actuara.
Más tarde, Prats en la sala de su casa, vestido con su bien planchado saco al
estilo prusiano, de pulidas charreteras, dijo a Letelier: "Nunca pensé que generales
y coroneles a quienes conocía desde la infancia se esconderían bajo las faldas de
sus esposas. Estoy triste por Chile, porque he visto no sólo traición, sino una
cobardía que creí imposible existiría".
El nuevo comandante en jefe siempre asentía o estaba de acuerdo con las ideas y
sugerencias del nuevo ministro de Defensa. Entre tanto, lo que Letelier
desconocía era la autorización que había dado Pinochet para los operativos en las
industrias, cooperativas agrarias y barrios pobres, en los que se usaba como
pretexto la Ley de Control de Armas.
Ese mismo día 7 de septiembre, el general Prats informó a Allende y a Letelier que
había recibido informaciones de que el golpe se realizaría el 14 de septiembre. Si
el Presidente daba de baja a cinco o seis generales, esa fecha podría posponerse,
dando así más tiempo a que la defensa se preparara. Prats aseguró a Allende
que, en lo personal, Pinochet era leal al Presidente.
La mayor parte del día 10 de septiembre, Letelier estuvo con Allende y el resto de
los ministros del gabinete, así como con los consejeros. La reunión se realizó en el
Palacio de La Moneda, en un salón decorado con objetos de la época colonial. En
la reunión, los ministros informaron sobre los sabotajes, la violencia y los
operativos del ejército en las fábricas de la UP. Letelier se refirió al comienzo de
las investigaciones contra el capitán Bailas y otros oficiales que habían realizado
la manifestación ante la casa del general Prats. Se mostró optimista: "Si no nos
derrotan esta semana, nunca caeremos. Todo lo que ellos han montado está listo
para estallar ahora". Los ministros planificaron medidas contra el golpe,
basándose en la movilización de los obreros y sus unidades de defensa y en los
elementos de las fuerzas armadas supuestamente leales al gobierno. Pinochet era
uno de los generales con que contaban.
Comieron y siguieron las conversaciones. Allende miró su reloj. "Son más de las
tres. Orlando, anda al Ministerio de Defensa y asegúrate de que la Fuerza Aérea
haya suspendido todos los operativos".
Durante los meses de junio, julio y agosto, Chile vivió un promedio de un acto
terrorista por hora. Hasta el 11 de septiembre, las Fuerzas Armadas siguieron
realizando sus operativos en los centros laborales y políticos pertenecientes a los
seguidores de la UP; sin embargo, no se realizaron acciones contra los grupos
paramilitares de derecha; incluso, en ocasiones se culpó a los grupos de izquierda
de acciones cometidas por éstos. Sin embargo, Allende se mantuvo firme. Cuando
cenaban juntos por última vez en su casa, dijo a "Tencha", su esposa: "La Unidad
Popular no puede responder al terrorismo con terrorismo, porque eso sólo
provocaría el caos".
Allende recibió informaciones acerca de que la Marina había comenzado sus
entrenamientos y que los barcos se habían hecho a la mar desde
Valparaíso. (11) "Por fin podremos estar seguros de que el golpe no incluirá a todas
las Fuerzas Armadas", comentó.
A las 2:30 de la madrugada, Allende puso fin a la reunión. "Hablé con Brady.
Vayan a dormir que es tarde. Mañana será un pesado y largo día".
Como lo había hecho varias veces, al llegar a su casa, le dijo al chofer que se
llevara el automóvil. Desde el comienzo de una larga huelga de transportistas, no
tenía otro medio para llegar a su casa. Los coches con chofer eran provistos por
las Fuerzas Armadas al ministro y su familia.
Orlando Letelier padecía de frecuentes insomnios. Durante años, había dormido
no más de cinco horas por noche, incluso cuando estaba agotado. De regreso en
su casa tras la reunión con Allende, a las 3:00 a.m., dio las buenas noches a su
guardia personal, se fumó el último cigarro (¿era su cuarto o su quinto paquete?)
y, mientras se desvestía, dejó que las informaciones de los funcionarios de
inteligencia acerca del complot dieran vueltas en su cabeza.
"Esa noche tuve un sueño extraño -contó Letelier a uno de los autores de este
libro-. Cuando por fin me quedé dormido, soñé que bailaba solo, mientras los
generales y almirantes me miraban. Era muy gracioso. Pinochet me sonreía desde
su asiento cuando yo lo miraba, pero cuando no estaba mirándolos, los generales
murmuraban entre ellos".
Allende había ofrecido un coche para que llegara a la oficina, ya que el chofer no
llegaría hasta más tarde. Sin embargo, cuando Orlando llegó a la calle, allí estaba
su chofer, no así su guardia personal. Isabel lo acompañó hasta el coche. Letelier
preguntó por su guardia, pero Jiménez, un joven corpulento, respondió con
vaguedad, diciendo que la esposa del guardia estaba en el hospital dando a luz.
Isabel, dándose cuenta de su extraña conducta, se acercó a Jiménez mirándolo
fijamente. El hombre enrojeció cuando ella, en un gesto maternal, lo rodeó con el
brazo, diciéndole: "Por favor, cuide que a él no le suceda nada".
Mientras el automóvil lo conducía por las calles de Santiago, notó que había
tropas en pequeñas unidades patrullando las calles. Miraban su auto con
curiosidad. Sólo circulaban camiones y vehículos militares. Cuando llegaron al
Ministerio de Defensa, Letelier brincó fuera del coche. Su habitual puerta de
acceso estaba cerrada, por lo que se dirigió a la puerta principal del edificio,
custodiada por soldados en traje de campaña. Se acercó y la guardia lo apuntó
con armas automáticas. Un sargento le dijo: "Lo siento. Tengo órdenes de no
dejarlo entrar". Con una voz que esperaba sonaría autoritaria, y recordando sus
días de estudiante en la academia militar, Letelier le respondió: "Yo doy las
órdenes aquí. Retroceda". "Lo siento, señor, pero no puede entrar", insistió el
soldado. Un elegante oficial en traje de campaña se acercó, diciéndole: "Si
continúa insistiendo, nos veremos obligados a ejecutarlo de inmediato".
En ese momento, una voz desde el interior del ministerio, dijo: "Dejen que entre el
ministro". Las puertas se abrieron y Letelier, erguido, marchó hacia el interior con
su mejor paso militar. Más tarde, recordó: "Detrás de la puerta, sentí algo duro en
la espalda y unos diez o doce hombres me rodearon, apuntando sus metralletas.
Vestían uniformes de campaña y se les veía muy excitados. Entre ellos, estaba mi
«enfermo» guardia personal". Fue conducido al sótano del edificio. "Me quitaron la
corbata, el cinturón y el saco. Me revisaron y empujaron contra una pared".
Letelier ya no supo nada más. Dentro de La Moneda, Allende y sus más íntimos
colaboradores trataron de planificar las acciones. Allende esperaba que Letelier lo
mantuviera informado acerca de los movimientos de tropas; preguntó a sus
ayudantes si habían tenido noticias suyas, pero nadie sabía de él, de modo que
mandó a un miembro de su escolta al Ministerio de Defensa para que averiguara
su destino.
Las noticias que Allende recibió esa mañana iban de mal en peor. La Fuerza
Aérea le ofreció un avión para salir del país con su familia si se rendía
pacíficamente. Contestó al jefe de la Fuerza Aérea: "El Presidente de Chile no
deserta en un avión y él /el general Von Showen/ debería saber cómo actuar en su
calidad de soldado, igual que el Presidente sabe cómo mantener su promesa".
Allende estaba curiosamente preparado para esa llamada telefónica. Muchas
veces había contado a sus amigos cómo respondió el presidente Pedro Aguirre
Cerda a un golpista en potencia que le había ofrecido un avión para escapar del
país. Mientras liaba tranquilamente su cigarro, sentado en el sillón presidencial, el
presidente Aguirre Cerda respondió al general de la Aviación: "Mire. Toda mi vida
he sido un hombre de ley. Ahora soy Presidente de la República y tendrán que
sacarme por la fuerza, porque no voy a renunciar". Ese solo acto impidió en
aquella ocasión el golpe de 1939. Allende había parafraseado a Pedro Aguirre
Cerda. Irónicamente, sus vidas habían corrido paralelas hasta el día del golpe.
"Acabo de llegar del Ministerio de Defensa", informó el coronel que Allende había
mandado a averiguar sobre el paradero de Letelier. "Traté de entrar pero no me
dejaron hacerlo. La Armada controla el edificio".
Alrededor de las 8:30, Allende supo que Pinochet estaba implicado. Escuchó una
transmisión radial que informaba de la constitución de una junta, gracias a un
decreto, el que estaba firmado por Gustavo Leigh, general de la Fuerza Aérea; el
almirante José Toribio Merino; el general de Carabineros César Mendoza, y
Pinochet. Allende, con la mano sobre el escritorio y mirando a través de la
ventana, exclamó: "¡Traidores!".
Alrededor de las 4:00 ó 4:30 de la madrugada, según sus cálculos, oyó una voz
que ordenaba: "Saque ahora al ministro, es su turno". Entrando, un oficial le gritó:
"¡Muévete!"
"Si me preguntan por qué no me dispararon a mí y a otros sí, no podría decir que
se debió a razones políticas; más bien, debería decir que fueron razones
burocráticas las que impidieron mi fusilamiento, porque en el momento justo
apareció un capitán particular. . . La discusión entre los guardias era burocrática:
«Yo soy el encargado aquí y ustedes no tienen derecho a bajar a los prisioneros»".
Desde el helado cuarto, Letelier miraba hacia el patio para ver qué sucedía.
Cuando comenzó a amanecer, se quedó dormido. Se dio cuenta de que estaba
vivo, de que sus sufrimientos recién habían empezado, de que cosas terribles
estaban ocurriendo allá afuera. Supo que la vida de estudiante, de economista,
banquero, embajador y ministro, había llegado a su fin, y el frío que traspasaba
sus huesos en esa minúscula habitación, presagiaba el futuro.
Notas:
3. El Partido Radical fue fundado en 1958 y su plataforma incluía la educación laica, libre y
obligatoria; también luchaba por la separación de la Iglesia y el Estado.
El informe elaborado por el Comité del Senado, constituido para estudiar las operaciones
gubernamentales en relación a las actividades de inteligencia, definió las "acciones de vigilancia"
como "cualquier actividad secreta o clandestina destinada a influir sobre gobiernos extranjeros,
acontecimientos, organizaciones o personas, en apoyo de la política exterior de los Estados
Unidos, llevada a cabo de tal manera que la participación del gobierno norteamericano no sea
evidente". Acción Encubierta en Chile, 1963-1973 (Washington, D.C., 1975), vol. 7, p. 4.
5. Informes anteriores a la constitución del Comité del Senado para estudiar las Acciones
Gubernamentales relacionadas con Actividades de Inteligencia, formado en 1975 bajo la
presidencia del senador Frank Church, proporcionaron la principal fuente de información sobre la
intervención del gobierno de Estados Unidos en Chile. Los descubrimientos hechos por lo que más
tarde se llamaría el "Comité Church", aparecieron en el reportaje titulado Acción Encubierta en
Chile. 1963-1973.
6. Las fórmulas previas la llamaban "chilenización" y, por parte de Chile, significaba el control del
51 por ciento de las minas. Esta fórmula no había satisfecho a la mayoría de los técnicos, y las
compañías de Estados Unidos recibieron un porcentaje adicional por concepto de administración y
otros servicios. En esa época, Allende logró que no sólo sus partidarios, sino también los
democratacristianos y sus aliados, apoyaran la nacionalización.
7. Patria y Libertad (PyL) tenía como máximo dirigente al abogado Pablo Rodríguez Grez. Era un
grupo paramilitar de raíces fascistas.
8. En esta información, Kissinger manifestó a un grupo de periodistas del Medio Oriente: "Ahora es
relativamente fácil predecir que si Allende triunfa (en la votación confirmatoria del Congreso),
existen muchas posibilidades de que por un largo periodo establezca algún tipo de gobierno
comunista. En ese caso, no se tratará de una isla, lejana del continente y sin una tradición de
íntima relación e influencia en latinoamérica; se tratará de un país latinoamericano importante que
caerá bajo el comunismo...De manera que no podemos hacernos ilusiones de que el ascenso de
Allende no presentará problemas para nosotros, para las fuerzas pro norteamericanas de
Latinoamérica, para todo el hemisferio occidental".
10. En el mes de junio de 1972, a través de la CIA, el Comité de los Cuarenta entregó unos 50 mil
dólares con el fin de romper un supuesto acuerdo entre la Unidad Popular y el Partido
Democratacristiano y, en cambio, forjar una alianza entre la Democracia Cristiana y la derecha en
las elecciones futuras. El efecto inmediato de este acto fue la acusación e inhabilitación de José
Tohá, Ministro del Interior. La UP nunca tuvo mayoría parlamentaria y, en el sistema parlamentario
chileno, una coalición mayoritaria (como la formada por el Partido Nacional y el Partido
Democratacristiano) puede hacer un voto de "desconfianza", como de hecho lo hizo con varios
miembros del gabinete de Allende. Esto obligó al presidente a reorganizar constantemente su
equipo ministerial, lo que entorpecía seriamente el proceso de gobierno.
11. Se trataba de la Operación Unitas, práctica anual conjunta entre la Armada chilena y los
Estados Unidos. (N. del T.)
12. Las citas de Orlando Letelier se sacaron de una entrevista que Tad Szulc le hizo en la
revista Playboy, y de conversaciones entre Letelier y Landau.
III
Los jefes civiles de la oposición, como el ex presidente Eduardo Frei, quien apoyó
el golpe, habían contado con que Allende sería "razonable" y se conduciría como
un "caballero parlamentario". Frei y el resto jamás imaginaron el holocausto que se
produjo. Ninguna coalición democratacristiana-derechista podría llegar al poder
tras tanto derramamiento de sangre. Ninguna constitución podría simular ni
siquiera una fachada de prestigio.
Gracias a la ola de xenofobia que se apoderó del país, los exiliados extranjeros
que habían sido acogidos en Chile durante la administración de Allende, se
convirtieron en los blancos preferidos de las patrullas militares. El Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados instaló centros de
evacuación de emergencia en iglesias y conventos de Santiago. Militantes de
izquierda y funcionarios de la Unidad Popular que lograron escapar de las
detenciones en los primeros días que siguieron al golpe, llegaron hasta las
embajadas extranjeras en busca de asilo político. (2) Hacia comienzos de 1974,
más de 10 mil chilenos y extranjeros dejaron Chile para reubicarse en calidad de
exiliados políticos en otros países.
Otros cincuenta mil chilenos cruzaron las fronteras, solicitando asilo político en
Argentina y Perú. Las cifras parecían increíbles. Hacia fines del primer año de
gobierno militar, de los diez millones de habitantes de Chile, más de cien mil -uno
de cada cien- fueron víctimas de la represión por vías del asesinato, el exilio o la
detención.
El problema más inmediato de la junta era qué hacer con los ministros del
gabinete y otros representantes gubernamentales que mantenían bajo arresto. La
confusión imperaba en la Escuela Militar, la cárcel temporal de funcionarios e
importantes personalidades de gobierno.
Después de tres días de estar allí, los dignatarios de la UP recibieron la visita del
ministro de Justicia de la junta, quien, según dijo Letelier, "nos manifestó su pesar
por la muerte del Presidente, diciendo que serían respetados los derechos
humanos y que él pensaba que convendría sacarnos fuera del país". Letelier y el
grupo contestaron que no habían cometido crimen alguno y no entendían por qué
deberían salir del país. "Queremos ser procesados", manifestaron.
En el avión había casi tantos guardias como pasajeros. "Percibía que nos
dirigíamos hacia el sur y traté de adivinar adonde". Ocho horas más tarde, el avión
aterrizó en Punta Arenas, la ciudad más austral del mundo. Era de noche.
Mientras abandonaban el aparato en parejas, les sacaron fotos y luego les
vendaron los ojos. Letelier vio tropas con bayoneta calada, tanques, carros
blindados y camiones de transporte. El trato hacia los prisioneros siguió siendo
violento y abusivo.
Antes de que el camión partiera, hubo más tiroteos. "ĄMe hirieron!", gritó el que
estaba junto a Letelier. "Estaba seguro de que yo sería el próximo", recordó más
tarde. Una voz gritó: "żQué está pasando?" "Estoy herido". "ĄMierda!" "ĄCierra la
puerta!" "ĄVamos!" Los disparos que Letelier había oído provenían de los
nerviosos guardias que estaban en los blindados. Un disparo rebotó en el techo e
hirió en el brazo a Daniel Vergara, viceministro del Interior. Durante una hora y
diez minutos, mientras los camiones se sacudían por el camino, le goteaba sobre
la pierna un líquido tibio. Las capuchas los ahogaban y aterrorizaban; nadie podía
hablar.
Pinochet accedió a recibirlas. Al día siguiente, Isabel Letelier, Moy Tohá e Irma
Almeyda, esposa del ex ministro de Relaciones Exteriores, Clodomiro Almeyda, se
sentaron en la sala de espera del despacho de Pinochet. Después de unos veinte
minutos, la puerta se abrió, y Pinochet ingresó en la sala. Isabel recuerda que
comenzó a gritar: "Para su información, sus esposos están bien alimentados, bien
cuidados y en un lugar seguro, con asistencia médica".
No dejó hablar a nadie más, relató Moy Tohá. "Se paró en su sala, ante tres
mujeres sentadas, gritando a todo pulmón". Isabel dijo: "Lo mirábamos atónitas,
porque, sacando la lengua, vociferaba como loco acerca del Plan Z. (3) Repetía
que nuestros maridos estaban bien y luego, sacando de nuevo la lengua, dijo:
ŤHabría sido muy diferente para nosotros si la situación se hubiera dado a la
inversa porque, en ese caso.. .ť y a continuación hizo un horrible gesto, pasándole
el filo de la mano por la garganta y sacando la lengua". Pinochet dijo luego que
deseaba poner fin a la entrevista. "Pero nuestros maridos habían desaparecido y
estábamos dispuestas a descubrir dónde estaban. . . Continuó gritando, pero
cuando vio nuestra determinación, nos permitió entrar en su oficina. Siguió
hablando y, refiriéndose a Allende, dijo: ŤSiempre deberemos seguir persiguiendo
a ese traidor, aunque esté a varios metros bajo tierrať".
Cuando un grupo de oficiales fue a visitar Isla Dawson, los ojos de Letelier
brillaron de expectación al reconocer entre ellos al coronel Vicuña, lejano amigo y
ex compañero en la Escuela Militar. Luis Matte, prisionero con Letelier, relató así
el incidente: "Orlando se las ingenió para acercarse a Vicuña. Todos esperábamos
que pudiera obtener informaciones sobre cuál sería nuestro futuro. Cuando
regresó, estaba muy pálido y, al preguntarle nosotros lo ocurrido, contestó: ŤDijo
cosas terribles. Me dijo que, si dependiera de él, nos mataría a todos,
deshaciéndose así de un gran problema, ya que si no nos mataba, algún día
dejaríamos esto y nosotros o nuestros hijos, probablemente, buscaríamos
venganzať".
En el campo comenzó lo que Letelier llamó "una torturante comedia del absurdo".
Los prisioneros acostumbraban cantar mientras trabajaban o marchaban, pero "no
nos dejaban cantar cualquier canción; por el contrario, nos obligaban a entonar
viejas marchas militares chilenas, muchas de ellas de la época de la Guerra del
Pacífico, del siglo pasado. Una famosa marcha escrita durante la Segunda Guerra
Mundial, el ŤHimno de las Américasť, donde se recitan los nombres de todos los
países latinoamericanos, teníamos que cantarla una y otra vez. En una ocasión,
un oficial que nos escuchó al pasar, nos detuvo: ŤAquí se comete una deslealtad.
Ustedes cantan que Norteamérica, México y Perú, Cuba, Canadá .. . son
hermanos, pero la palabra Cuba está prohibida en el lenguaje chilenoť. Desde ese
momento, seguimos cantando la canción, sin mencionar a Cuba".
Letelier y los demás prisioneros, a cinco horas de barco de la última ciudad al sur
del país, se sentían completamente aislados de Chile y del resto del mundo.
El terror que sentían los prisioneros de Dawson, como el que sentían también
algunos guardias y otros militares de bajo rango, tenía su contraparte en todos los
niveles de la sociedad. La junta debía encontrar reemplazantes para todos los
elementos de la sociedad chilena que "habían recibido las influencias del
marxismo". Esto requería de un nuevo orden económico, de nuevas leyes, ya que
las antiguas se contradecían con la actual política económica, de un nuevo
sistema educacional. Para elaborar su modelo económico, los intelectuales de la
junta recurrieron a los economistas de la Universidad de Chicago, al doctor Milton
Friedman y a Arnold Harberger.
La llegada de una guitarra proporcionó a los presos los pocos momentos felices y
alivió en cierta forma las tristezas de la vida en Dawson. Letelier persuadió a un
soldado de que le comprara una guitarra en Punta Arenas. Su compañero de
reclusión, Luis Matte, recuerda: "Letelier tenía una rica y profunda voz. A los
guardias e incluso a los oficiales les gustaba escucharlo cantar. En ese frío y
desolado lugar, el sonido de una guitarra y una voz entonando una cueca podía
lograr que los ojos se llenaran de lágrimas".
Los guardias de Dawson trasladaron a los presos políticos de alto nivel a un lugar
llamado Río Chico, del otro lado de la isla, a fines de diciembre. "Éste era un
verdadero campo de concentración, por su aspecto, era exactamente igual a los
modelos alemanes y empezamos a pensar que allí nos quedaríamos para
siempre. ĄQué desolación!. . . En el otro campo, por lo menos, había algunos
árboles". El nuevo campamento tenía cuatro largas barracas de madera
encerradas en una reja de doble fila de alambre de púas. A ambos lados se
elevaban dos abruptas montañas y desde cuatro torres de vigilancia,
ametralladoras de alto calibre disparaban día y noche. Las cimas de las montañas
estaban coronadas con baterías de artillería apuntando hacia el mar. La artillería -
según dijeron a los presos- era para defender el campamento del ataque de
submarinos soviéticos. Los guardias les advirtieron que, en caso de que el ataque
se produjera, los prisioneros serían ejecutados inmediatamente.
El 8 de mayo de 1974, los despertaron a las 4:00 a.m., ordenándoles empacar sus
pertenencias en quince minutos. "En las noches precedentes, los guardias del
campo habían simulado ataques en el lugar, disparando hacia nuestras barracas.
Esa mañana, nos forzaron a marchar cerca de cinco kilómetros hasta un avión. En
el camino, tuvimos que vadear dos helados arroyos, secándonos los pantalones;
sentía que se me congelaban las piernas mientras pasábamos nuestros bultos del
otro lado del río, formando una cadena humana. Naturalmente, los oficiales
cruzaron por otra parte".
Atados de pies y manos, los prisioneros entraron al avión que Letelier había
pensado era una compra innecesaria. En su incomodidad, se decía que, si lo
arrojaban fuera del avión a esa altura, el hecho de que sus extremidades
estuvieran o no atadas, nada cambiaría; las cabinas del C-130 no estaban
presurizadas y el ruido les provocó la pérdida temporal del oído. Justo antes de
aterrizar en Santiago, los guardias los desataron. A la bajada del avión,
encontraron personas que vestían batas blancas con la insignia de la Cruz Roja,
quienes revoloteaban amablemente a su alrededor. Un tal coronel Espinoza
pronunció un breve discurso a los presos, diciéndoles que sus condiciones
mejorarían. El coronel, que administraba cien campos de concentración a lo largo
de Chile, sonrió y preguntó al grupo su estado de salud. Letelier habló: "Debo
decirle que ustedes nos han dado un trato inhumano. A los ojos del mundo, todas
sus acciones son una infamia". El coronel Espinoza sonrió, diciendo: "Muy bien,
ahora pueden irse". Un hombre que lucía una insignia de la Cruz Roja tomó del
brazo a Letelier, llevándolo detrás de unos edificios. Allí le pusieron los brazos tras
la espalda, atándolo fuertemente y cubriéndole la cabeza con una capucha. Los
hombres que él había tomado como funcionarios de la Cruz Roja eran en realidad
funcionarios militares. Empujando y pateando a los prisioneros, los "funcionarios"
los arrojaron dentro de unos camiones que se alejaron rápidamente.
"Me interrogaron especialmente acerca del asunto de la ITT. (5) Dijeron haber
comprobado que yo había pagado $75.000 dólares al periodista Jack Anderson
para que acusara a la ITT; que personalmente le había entregado los documentos
que yo mismo había fabricado, yendo al Edificio de la Prensa, en Washington, a
entregarle el cheque".
-"żNecesita algo?"
Diego Arias estimaba mucho a Orlando Letelier, quien era su íntimo amigo y
padrino de su única hija. La situación de Letelier representaba la más importante
obligación para Arias, uno de los políticos más poderosos de Venezuela. Voló a
Santiago y, el 9 de septiembre de 1974, consiguió entrevistarse con Pinochet.
"He venido con una misión personal y humanitaria", comenzó diciendo Arias. "Por
supuesto que cuento con la aprobación de mi gobierno, pero quiero que usted
sepa que Orlando Letelier es el padrino de mi única hija. He sabido que usted
piensa liberar algunos presos este mes y le pido, en nombre de la amistad, que
incluya a Orlando Letelier entre ellos".
"Tiene razón", replicó Pinochet. "Estoy pensando liberar a algunos presos, pero
Letelier no está en la lista". Diciendo esto, Pinochet se recargó en el respaldo de
su asiento, con una expresión de suficiencia.
Arias intentó otro tipo de argumento: "Señor presidente, quiero recordarle que
Letelier estuvo poco tiempo en Chile durante el gobierno de Allende, en
comparación con muchos de los demás prisioneros".
Pinochet sentenció: "A menudo, quienes están poco tiempo hacen el daño mayor".
"ĄPero hay una campaña internacional desde todos los sectores políticos. ..!"
Tras la reunión con Arias, Pinochet dictó dos resoluciones: Una, la liberación de
Letelier, en virtud de que el estado de sitio bajo el que fuera detenido, había
terminado (nunca se presentaron cargos en su contra). Otra, su expulsión de
Chile.
El avión de Letelier con destino a Caracas salía a las 7:30 a.m. Se levantó
después de dormir menos de una hora y empezó a revisar el contenido de las
maletas que Isabel había preparado. "Tuvo un arranque de histeria", recordó ella
más tarde. "żPara qué me pusiste esta corbata de lunares? No puedo usarla con
el traje de espigas. ĄY jamás voy a usar esta ropa interior!" Tiró la ropa fuera de la
maleta, diciendo: "Éste es el peor empaque que he visto en mi vida".
El Letelier que salió de Isla Dawson era otro hombre. Así lo manifestaron sus
amigos en Venezuela. El impaciente, nervioso, hiperactivo funcionario del BID, de
la diplomacia y de la política, se había debilitado. Su ritmo se hizo más lento y
cauteloso, pero, a pesar de todo, seguía siendo más rápido y enérgico que
muchos otros. Su rostro mostraba nuevas huellas del dolor y la edad, marcas de
sufrimiento que él mismo había olvidado ya, pero que aún experimentaba por los
demás presos y por los que habían muerto o desaparecido. Se sentía diferente en
relación a los desposeídos y a los hambrientos de todo el mundo.
También se sentía solo. Isabel había mandado a José, el segundo de sus hijos
para que le hiciera compañía en Caracas hasta que el resto de la familia pudiera
viajar. Pero aun así su soledad lo llevó a una aventura sentimental. Caridad (6) era
rica, hermosa y sofisticada.
Los Letelier disfrutaron de una segunda luna de miel en Caracas. "Se reía mucho
y me contaba historias. Allá tuvimos momentos muy buenos. Al mismo tiempo, él
trabajaba con empeño y teníamos contacto con los camaradas".
EL IEP NOMBRÓ a Letelier becario asociado para desarrollar un estudio sobre las
relaciones chileno-norteamericanas durante los años de la Unidad Popular.
También aceptó organizar una conferencia de alto nivel sobre las relaciones
estadounidenses-latinoamericanas. En su oficina del IEP y al comienzo de manera
esporádica, desde los primeros meses en Washington Letelier se dedicó a
ponerse en contacto con sus viejos amigos y al mismo tiempo organizó reuniones
para conocer nueva gente. En el instituto, no hablaba acerca de su trabajo por
Chile, pero no era un secreto el hecho de que se mantenía ocupado en él día y
noche, que los exiliados chilenos tenían contacto con él; que hacía discursos por
todos los Estados Unidos, Canadá y, ocasionalmente, México y Europa.
Por primera vez desde el golpe, la reunión juntó a las principales figuras de la
coalición de la Unidad Popular, algunas de ellas recientemente liberadas de las
prisiones de la junta. Mientras las sesiones públicas del Tribunal Internacional se
concentraban en el problema de la violación de los derechos humanos en Chile,
privadamente, los líderes de la UP se reunían a conversar acerca de los tres años
de gobierno de Allende y a planificar la estrategia para la creación de un
movimiento de resistencia.
Isabel Letelier tenía miles de anécdotas que contar acerca de la vida en Chile bajo
el régimen de Pinochet. Si bien ella y Orlando tenían una causa común, Isabel
nunca se desempeñó como "un poder detrás del trono", ni como "la esposa de
Orlando Letelier". Tenía su propia vida. Pintaba, esculpía, organizaba actos
culturales y constituía una de las dos mitades de la vida social y política de la
familia. Tenía su propio estilo y sistemas de persuasión, los que políticos como los
senadores McGovern y Abourezk (con sus respectivas esposas), llegaron a
conocer bien.
Puesto que había vivido dentro del círculo de dolor y miedo experimentado por las
esposas e hijos de los presos, a menudo lograba sensibilizar a los más reticentes
personajes de Washington. Creó el Comité Chileno por los Derechos Humanos,
dedicado a informar a los norteamericanos acerca de los problemas de Chile y las
violaciones de los derechos humanos en el país.
A los cuarenta años, Isabel brillaba. Sus negros cabellos, ahora salpicados de
canas, olían a perfumes. Era el centro visual y auditivo de las reuniones sociales.
Además de sus atractivos físicos, transmitía una efervescencia telúrica, una
generosidad de espíritu que se veía en su rostro, junto a las huellas que habían
dejado los años y sus cuatro hijos, marcas que denotaban determinación y fibra.
Pero mientras los Letelier trabajaban perfectamente como pareja social y política,
su matrimonio no recuperó la fluida vitalidad anterior. Por una cosa u otra y con o
sin la voluntad de Orlando, la relación con Caridad continuó. Lo que a fines de
1974 se le había presentado a Isabel como una aventura pasajera, hacia
mediados de 1975 se convirtió en un problema "pegajoso" y sin solución. "Creo
que esto se ha transformado en algo neurótico", comentó Orlando a un colega
chileno.
A comienzos de 1976, Letelier agregó dos exiliados chilenos al personal del IEP:
Waldo Fortín, socialista, abogado, ex intendente de Santiago y funcionario de la
Corporación Chilena del Cobre durante el gobierno de Allende, y Juan Gabriel
Valdés, hijo de Gabriel Valdés, democratacristiano del ala izquierda y alto
funcionario de Naciones Unidas.
Dos días después de haberse mudado, les instalaron teléfono. Cuando sonó, a la
mañana siguiente, Letelier pensó que era Isabel la que llamaba. "Eres un hombre
muerto", dijo una voz masculina y colgó. Waldo Fortín hizo el comentario siguiente:
"Era extraño, ya que nadie sabía nuestra dirección y menos el número del
teléfono, recién instalado. Esa fue la única vez que él me comentó algo acerca de
la eficiencia de la DINA".
Notas:
1. Entre los prisioneros, estaban: Clodomiro Almeyda, ex ministro del Exterior; Sergio Bitar, ministro
de Minería; Carlos Briones, ministro del Interior (el único ministro liberado antes del traslado de los
presos a la Isla Dawson); Edgardo Enríquez, rector de la Universidad de Concepción y ex ministro
de Educación; Fernando Flores, ministro de Minería; Arturo Girón, ministro de Salud; Aníbal Palma,
ex ministro de Educación; Osvaldo Puccio, secretario privado de Salvador Allende, y su hijo
Osvaldo, de dieciséis años; Aniceto Rodríguez, senador; José Tohá, ex ministro del Interior.
2. Los organismos de exiliados de la Unidad Popular citan incluso cifras mayores de muertos,
detenidos y exiliados. Las cifras del texto se basan en entrevistas con personeros de las Fuerzas
Armadas de Chile y con funcionarios de la embajada norteamericana, así como en datos
proporcionados por la Organización Chilena por los Derechos Humanos y la Vicaría de la
Solidaridad, organismo patrocinado por la Iglesia católica.
Véase también el estudio "Cinco años de gobierno militar en Chile (1973-1978)", manuscrito inédito
de Bernarda Elgueta y otros autores. También existe información al respecto en los numerosos
informes de Amnesty International y del grupo de la Comisión de los Derechos Humanos de la
ONU dedicado al estudio del caso chileno ...
3. Se dijo que el Plan Z era una conspiración de Allende y sus aliados para provocar un golpe
proizquierdista, un autogolpe. A los facciosos les sirvió como pretexto para dar su propio golpe.
Pinochet y los demás conspiradores dijeron haber actuado como lo hicieron, entrando en acción
con esa fuerza y brutalidad, como la única forma de salvar a Chile de la asonada militarista
prosoviética. Nunca hubo evidencias de la existencia del Plan Z. Más tarde, los militares
abandonaron el asunto, que fue ampliamente descrito en El Libro Blanco, publicación financiada
por la CIA.
4. Junto con Tohá, fue trasladado al Hospital Militar de Santiago Osvaldo Puccio, ex secretario
privado de Allende, quien sufrió un infarto cardiaco en la prisión. Permaneciendo en la habitación
contigua en el mencionado hospital, fue casi testigo del asesinato de José Tohá. (N. del T.)
5. De acuerdo con el informe del Comité Church, el 9 de septiembre de 1970, en una reunión del
personal de la compañía, en Nueva York, Harold Green, ejecutivo jefe de la ITT, dijo a John
McCone, miembro de la ITT y ex director de la CIA, que estaba preparado para ofrecer un millón de
dólares de la compañía "con el fin de ayudar a cualquier plan del gobierno encaminado a formar
una coalición del Congreso chileno que detuviera a Allende". McCone comunicó el ofrecimiento al
Consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger y al director de la CIA Richard Helms, esa
misma semana. Posteriormente, la CIA negó haber aceptado la oferta de la ITT, a raíz de la noticia
que publicara el columnista Jack Anderson, informando acerca del asunto. Los documentos que
prueban el hecho salieron a la luz pública en las audiencias del Comité Church, en 1975.
7. El Instituto de Estudios Políticos fue fundado en Washington, D.C., en 1962, por los ex
funcionarios de la administración Kennedy, Richard Barnet y Markus Raskin, con el propósito de
hacer estudios críticos y ofrecer alternativas a la política exterior y militar de Estados Unidos. El
instituto se convirtió en un centro de pensamiento radical y activista en pro de los derechos civiles.
A mediados de la década de los sesenta, también había ganado fama por su labor en contra de la
guerra de Vietnam. Por ese tiempo, había desarrollado un sistema de becas, contando con más de
doce becarios que centraban su atención tanto en la política interna como en la exterior. En 1973,
el IEP fundó el Instituto Transnacional, con oficinas en Washington y en Amsterdam, dedicado a la
investigación de las causas y las posibles soluciones frente al desequilibrio entre países ricos y
países pobres.
IV
Ambicioso hombre de negocios, Jay Vernon Townley decidió ascender desde Iowa
al mundo de las empresas. Su familia se trasladó con él de ciudad en ciudad y
luego de país en país. En 1943, con la guerra en su apogeo, dejó el Departamento
de Guerra por un puesto ejecutivo en American Airlines. Cuando Michael tenía
nueve años, la Ford Motor Company contrató a su padre y, tras varios años de
trabajo en Detroit, lo transfirió a la nueva planta ensambladura de Santiago de
Chile, desde pronto ascendió a gerente general.
De regreso con su familia en Santiago, trató de terminar el colegio, esta vez con
cursos por correspondencia. Al mismo tiempo, llenó su cuarto de herramientas,
implementos eléctricos, viejos relojes y partes de radio. Su afiliación al grupo
juvenil organizado por la Unión de Iglesias, centro social de la comunidad
norteamericana, le posibilitó una vida social con jóvenes y, lo más importante, una
relación de amistad que contrapesaba la crítica actitud de su autoritario padre.
Desarrolló la confianza en sí mismo al descubrir que su carácter serio y sus
atractivos ojos azules lo hacían popular entre las muchachas. Conquistó las
simpatías masculinas mediante despliegues de amabilidad, combinados con
generosidad y una modestia dosificada.
A los veintiséis años, Inés Callejas tenía una sonrisa seductora. Su vital y
expresivo rostro y su redondeada silueta la hacían atractiva, aunque no estaba
entre las mujeres consideradas hermosas, de las que Chile tiene fama. Tampoco
pertenecía a la clase alta. Su padre trabajaba como un mal pagado aunque
eficiente funcionario del Registro Civil de la pequeña ciudad de Rapel, en la
provincia de Coquimbo, al norte de Chile, en donde nació Inés.
Desde que tenía diez años, Inés había tomado la vida como una serie de
empresas urgentes. Atacaba las ideas con una fervorosa pasión, sus experiencias
eran pinceladas fuertes y espontáneas y subrayaba sus relaciones personales con
un sello de activismo social y político. A los quince años, ingresó a las Juventudes
Comunistas. Aunque no era judía, tenía muchos amigos pertenecientes a la Liga
de Jóvenes Sionistas. A los dieciséis años fue expulsada del colegio por tener
literatura comunista. Se casó. Seis meses después, el matrimonio fue anulado y
se contrató en un barco italiano con destino al naciente Estado de Israel. Allí se
casó con un neoyorquino, Alien Ernest, con quien compartió su ardor aventurero
en el kibbutz Skisifim, en el Desierto de Negev. Después de uno año, partieron a
Nueva York con su hijo recién nacido, Ronnie. Habiendo "experimentado el
socialismo" en el kibbutz -como ella diría más tarde-, lo abandonó. Su
anticomunismo tenía las características de ese singular odio y fanatismo que
experimentan los ex devotos. En 1960, terminó su matrimonio con Ernest y ella
regresó a Chile con sus hijos Ronnie, de ocho años; Susan, de tres y Andy, de
cuatro.
Invitado por unos amigos, Michael asistió a una fiesta que Inés daba en casa de
su madre, en La Reina. Bailaron y, de ahí en adelante, Michael ya nunca quiso
apartarse de su lado. Encantada con su entusiasmo de adolescente, Inés alentaba
sus galanterías. Posteriormente, ella escribió: "Lo conocí cuando él tenía diecisiete
años. Se veía mayor, hablaba como un adulto y se hacía cargo de la situación".
Inés se hizo cargo de Michael.
Los clientes predilectos de Townley eran los científicos y los técnicos que
trabajaban en la NASA, estación espacial cercana a Santiago. Sus visitas de
negocios se transformaban en largas e informativas conversaciones técnicas con
ingenieros y especialistas que operaban elaborados equipos electrónicos y
computadoras. El pasatiempo de adolescente se había convertido en una
vocación.
"Mike era ingenioso. Con sólo mirar un reloj o una radio, ya sabía cómo
arreglarlo", comentó su esposa.
Devoraba los ensayos sobre electricidad, radio y otros temas técnicos que
aparecían en la Enciclopedia Collier's y en la Enciclopedia Británica. Se suscribió
a Mecánica Popular y más tarde a Electrónica Popular, logrando entender los más
complicados libros sobre electrónica. Sus lecturas técnicas implicaban trabajo duro
y autodisciplina.
Al mismo tiempo, se aficionó por temas literarios más ligeros, como las novelas
policiales y de espionaje, cuyas tramas lo fascinaban. Sus favoritos eran Nick
Carter, Len Deighton y, más tarde, Frederick Forsyth.
En 1964, en medio del agitado clima electoral de la campaña en que Eduardo Freí
y Salvador Allende eran los contendores, Townley pudo saborear por primera vez
una verdadera novela de "capa y espada". Varias personas se le acercaron,
impresionándolo fácilmente con el peligro de violencia (¡posiblemente hasta una
guerra civil!) que se avecinaba si los "comunistas" triunfaban en las elecciones.
Townley acababa de fabricar un aparato de radio de onda corta de alta potencia y
le dijeron que, en caso de emergencia, podría ser necesario. ¿Él permitiría que
instalaran en su propiedad un generador de gasolina, para que el aparato pudiera
trabajar, incluso en el caso de un corte de energía eléctrica? Townley asintió.
Pero, habiendo triunfado Freí en un proceso electoral sin violencia, el generador,
como inútil mole negra, quedó en el patio trasero de su casa.
Las aficiones de Townley, sus lecturas, sus contactos con los investigadores de la
NASA, lo llevaron desde una simple afición hasta la relación con una organización
de profesionales altamente especializados. Pero a pesar de sus condiciones
incluso geniales, nunca pudo gozar de un "status" de profesional en la materia.
Hacia 1967, cuando Townley llegó a Miami, las esperanzas de los exiliados de
realizar una invasión a Cuba con el apoyo de Estados Unidos, se habían
desvanecido a raíz de la solución de la crisis de los cohetes de 1962. La CIA restó
importancia al JM/ WAVE, enorme organización anticastrista de Miami, eliminando
de su nómina de pago a los cubanos exiliados. Sin el apoyo de la CIA, las
organizaciones de exiliados no eran capaces de operar con éxito. No obstante, la
CIA siguió manteniendo el control de los disminuidos fondos y las armas. Como
una manifestación de sus fracasos, promovió una gran rivalidad y la corrupción en
el seno de la comunidad de exiliados. Algunos cubanos ex agentes de la CIA
siguieron apareciendo en la nómina, contratados en otros empleos lucrativos, en
tanto que otros simplemente fueron expulsados.
Townley conversaba horas y horas con Miguel, mecánico que declaraba haber
participado en decenas de operaciones. Pero Inés encontraba desagradables a los
cubanos. En unas reflexiones escritas que los autores de este libro obtuvieron,
describía así su recelo en relación a los cubanos de Miami:
Entre ellos circula un libro llamado World Defeat. Allí se justifica el nazismo, se
glorifican los crematorios y se culpa a los judíos de todos los sufrimientos de la
humanidad.
Una vez fuimos a casa de Pablo C., un cubano que nos había invitado para que
conociéramos a algunos de sus amigos, un grupo de cubanos de Los Ángeles,
dirigidos por un gordo de ojos saltones y por un serio hombre de color. Vestían
muy elegantes y /sus mujeres/ lucían muchas joyas. Nos miraron a Mike y a mí
que, como siempre, andábamos en "blue-jeans" y playera.
El hombre gordo, cuyo nombre , nunca olvidaré, nos lanzó la primera pregunta:
"La Conspiración Judía. Van a destruir el mundo si no los combatimos. Antes que
nada, debemos destruir a los judíos". Cuando terminó de hablar, le dije: "Me
parece que se han equivocado de propósitos. Como Fidel es un blanco demasiado
difícil para ustedes, han elegido el eterno blanco: los judíos. Naturalmente, es más
fácil luchar contra los judíos que contra los cubanos.
Durante los cuatro años que los Townley vivieron en Miami, la familia gozó de
cierta prosperidad. Michael, con un préstamo de su padre, adquirió una
participación en el Hialeah AAMCO. Compraron una lancha de motor y un aparato
de aire acondicionado. Pero Inés insistió en regresar a Chile, donde sus hijos no
estarían sujetos a lo que ella consideraba "los peligrosos efectos de la cultura
norteamericana".
Allende triunfó y la impetuosa Inés hizo sus maletas. Más tarde, dio un tinte
romántico a sus razones para el regreso:
Mis campos de batalla habían sido muchos, pero mi ideal había sido siempre el
mismo: hacer un Chile mejor, porque Chile lo era todo para mí... Así, cuando en
1970 dejé mi confortable vida en Estados Unidos, fue para llevar a cabo mi lucha
contra el gobierno de Allende, que yo sospechaba era algo nefasto.
.. .Escribí muchas cartas /a mis amigos en Chile/ diciéndoles: "No dejen el país.
Tienen que quedarse y luchar. Si se van, Chile se convertirá en otra Cuba". Y
mientras muchos dejaban Chile, yo regresé, decidida a luchar.
Townley y sus amigos cubanos exiliados se reunían después del trabajo a tomar
cerveza y lamentarse por los acontecimientos en Latinoamérica. En esa época,
Solivia y Perú tenían gobiernos militares de tendencia izquierdista; Chile estaba a
punto de instaurar el primer gobierno marxista surgido del voto popular y
transformarse en "otra Cuba". El gobierno militar en Argentina se debilitaba y
corrían rumores de que los peronistas podrían regresar al país. ¿Qué podía
hacerse? Los amigos de Townley, tras años de acciones terroristas apoyadas por
la CIA contra Cuba, eran expertos. Habían estado conversando sobre Chile con
sus antiguos jefes, con los que, a pesar del enfriamiento, mantenían estrechas
relaciones personales.
La CIA había recibido órdenes concretas en relación a Chile, según informaron los
ex funcionarios a sus antiguos agentes. Tenía órdenes de frenar a Allende y a los
izquierdistas chilenos en su ascenso al poder, y toda ayuda era bienvenida. Los
amigos cubanos sugirieron a Townley relacionarse con la CIA. De seguro, había
mucho trabajo y, con sus contactos en Chile y los antecedentes del padre,
seguramente la CIA querría incorporarlo.
Simplemente le informé que viajaría a Chile. Estaba preocupado por el destino del
país bajo el gobierno marxista que se avecinaba. Los cubanos me habían hablado
en varias ocasiones acerca de sus intentos por utilizar a la CIA contra el gobierno
marxista de Cuba y, simplemente, pensé que sería útil mantener alguna puerta
abierta en caso de necesidad... En esa ocasión, el hombre me informó que, si me
necesitaban, establecerían contacto conmigo en el futuro...
No les pedí un empleo... Le dije: "Si necesitan a alguien, yo estaré allá. Punto".
Cerca de Navidad, Townley ya había liquidado sus bienes en Estados Unidos. Con
Inés, elaboraron un plan para hacer dinero, mucho dinero, y sin que Michael
tuviera que permanecer ocho horas en una oficina. Inés, dedicada de lleno a su
nueva causa, supo que cientos de propietarios chilenos, temerosos del futuro
socialista del país, prácticamente estaban regalando sus propiedades. Enormes
casas estaban a la venta en precios irrisorios. Michael llegaría con dólares
norteamericanos. El mercado negro, en esa época, ofrecía tres veces más que el
cambio oficial. Mientras otros se despojaban de sus bienes, ellos invertirían. Se les
presentaba una gran oportunidad. El 8 de enero, Michael tomó un vuelo directo a
Santiago.
Tras verificar los datos de Townley, la CIA decidió usarlo en una "operación de
inteligencia". Más tarde, en 1978, la CIA admitió que la APO (Aprobación
Preliminar Operacional) dio luz verde para reclutar a Townley en febrero de 1971.
También admitió que la oficina de la CIA en Santiago trató de localizar a Townley
en la dirección que éste había dado en Miami al señor H., pero no fue posible
hacerlo.
Al regresar a Chile, Michael se encontró con que su mujer tenía una aventura
sentimental; su relación ya había sufrido problemas similares, incluyendo una muy
seria entre Michael y una joven de Miami. Después de dos meses y al no terminar
Inés esa relación, él dejó sorpresivamente el país, regresando a Estados Unidos.
En Miami, sus amigos le consiguieron trabajo en un taller de AAMCO en San
Francisco, donde vivía la joven con la que tuviera relaciones en el pasado. El
matrimonio con Inés parecía terminado, sin embargo, en mayo, ella llegó a San
Francisco a recuperar a su marido, convenciéndolo para que regresara a
Chile. (2)Ella volvió al país en agosto y Michael, tres meses más tarde.
Inés rentó una parcela en la calle Oxford, en el barrio Los Dominicos. Pronto se
convirtió en el lugar de frecuentes reuniones del grupo activista en que los
Townley participaban. Ronnie, hijo mayor de Inés, estudiante universitario que
había vivido varios años separado de la familia, regresó a Chile. Sólo nueve años
menor que su "padrastro", discutía agriamente con él sobre asuntos políticos.
En San Francisco, Townley había adoptado algunas modas, las que llevó consigo
a Chile. Construyó un elaborado sistema de luz y sonido y, con Inés, solían invitar
amigos e incluso conocidos ocasionales a ver películas pornográficas -algo exótico
para Chile- y escuchar "el sonido de San Francisco en estéreo", mientras luces
multicolores danzaban por la sala. Este equipo, importado de Estados Unidos, era
parte de los planes para hacer dinero. También llevó a Chile un radio transmisor
para un yate que pensaba construir en un pequeño astillero de Panguipulli, lago
del sur de Chile. Sus planes eran navegar hasta Miami en el yate y allí venderlo a
un precio elevado. Pero sus planes no se realizaron. Nunca terminó el yate.
Cada vez más gente de la derecha se sentía atraída por las tácticas violentas que
preconizaba Patria y Libertad. Los Townley trabajaron con el grupo en la primera
manifestación masiva contra el gobierno de la Unidad Popular. En diciembre de
1971 se había planeado una gran marcha y la oposición se organizó en torno al
tema de la escasez de alimentos, que ellos consideraban consecuencia de la
política de control de precios. Miles de mujeres, golpeando cacerolas, marcharon
desde los barrios altos hasta el centro de Santiago. Junto a ellas, marchaban
escuadrones de Patria y Libertad, armados con cadenas y cachiporras.
Conduciendo a la acción a Inés y varios miembros de su grupo, Townley estacionó
su Austin Mini Cooper en una calle lateral. La manifestación, conocida como la
"marcha de las cacerolas vacías", degeneró en una orgía de violencia. Los
escuadrones de PyL chocaron con la policía, produciéndose una batalla de
piedras, palos e insultos. La policía usó garrotes y gas lacrimógeno para dispersar
a los manifestantes.
Tal vez sería más exacto señalar como el inicio del gusto de Townley por el
terrorismo el momento de su entrevista con el señor H., de la CIA, ocurrida casi un
año antes de estos hechos, ya que él se interesaba menos por los matices
ideológicos del discurso político, aunque asistía con Inés a las reuniones de
discusión de PyL, en la segura casa de la calle Rafael Cañas.
Los líderes de PyL consideraron que la "marcha de las cacerolas vacías" había
sido un éxito. Los demás grupos de oposición, por fin, comenzaron a alentar, o al
menos a permitir la violencia, si no a practicarla. Sólo la facción más izquierdizante
del Partido Democratacristiano mantuvo su posición contraria a la violencia de
PyL.
Arturo, uno de los integrantes de PyL, quien había mandado a Townley en esa
misión, se expresó así acerca del asunto: "Queríamos probar a Townley.
Teníamos contacto con la embajada a través de un tal Sr. Rojas, perteneciente al
Departamento Laboral. Le dimos a Townley un cassette en el que habíamos
grabado un mensaje y lo mandamos /a la embajada/, pero el encargado político
nunca se puso en contacto con nosotros, de manera que dudamos de lo que
Townley nos había dicho".
Stebbings escribió un memorándum acerca de la reunión con Townley y, con una
copia de la grabación, lo mandó a la CIA. El memo estaba fechado el 21 de
diciembre de 1971. La sede de la CIA en Chile, que había intentado localizar a
Townley unos meses antes, sin éxito, reaccionó de inmediato. Ese mismo día, a
través de su división de operaciones, notificó a la división de seguridad que el
"interés operativo" en Townley había sido cancelado. Esto significaba que APO -
vía para usar a Townley en Chile- estaba oficialmente disuelto. (4)
Purdy, casi de la edad de Townley y también casado con una chilena, era muy
amigo suyo. A menudo lo visitaban en su casa fuera de la ciudad, cerca del
pintoresco pueblecito de Lo Barnechea, en las faldas cordilleranas. Townley
reparaba el coche de Purdy. Se había transformado en un valioso informante de la
embajada. Durante 1972, proporcionó útil y actualizada información acerca de las
actividades terroristas de PyL y sus planes futuros. Para PyL, Michael Townley era
un canal que los ponía en contacto con el gobierno norteamericano, un puente
mediante el que las nuevas tácticas contra Allende podían discutirse y coordinarse
con los auspicios de la embajada. Y tenía la ventaja de ser ambiguo para ambos:
para la embajada, era un informante chileno anónimo; para PyL, era
supuestamente un agente de la CIA que ellos utilizaban en su beneficio.
Al mismo tiempo, Townley mantenía una activa vida social, recorriendo las
discotecas de moda, a veces con Inés, a menudo con otras mujeres. Edward
Cannell, guardiamarina de la embajada, se convirtió en su compañero de bares y
clubes nocturnos. Coqueteando con su amiga, la hija del embajador Edward Korry,
Townley hacía enojar a su amigo Cannell. Los viernes por la noche, solían ir a la
lujosa residencia de los guardiamarinas de la embajada, buen sitio para conocer
otros norteamericanos residentes y mantenerse en contacto con el personal de la
embajada. Para Cannell y quienes lo recuerdan, Townley proyectaba la imagen de
un agradable y chispeante vagabundo con aspecto de "hippie", que se presentaba
como mecánico de automóviles.
En octubre de 1972, un paro nacional de profesionales y de propietarios de
camiones intentó paralizar el país, desatando una ofensiva en gran escala contra
Allende. Durante tres semanas, las fuerzas armadas, por orden del Presidente,
patrullaron las calles e impusieron un toque de queda desde las 11:00 p.m. hasta
las 5:00 a.m. Se obligó a todas las estaciones de radio a transmitir sólo noticias
controladas por el gobierno. Michael Townley vio entonces una oportunidad para
hacer uso de sus facultades técnicas. A través de Manuel Fuentes, periodista
perteneciente a Patria y Libertad, Townley con Rodríguez, jefe de PyL,
desarrollaron un plan para poder sacar al aire una estación de radio clandestina.
Por las noches, los Townley y su séquito pasaban horas practicando y grabando
las vitriólicas canciones de Inés contra el gobierno. Bautizada como "Radio
Liberación", la estación de Townley inició sus transmisiones a mediados de
octubre. Aunque con escasa potencia, la oposición consideraba que la radio era
una punta de lanza contra el gobierno. En los medios de la oposición, "Radio
Liberación" dio a Townley fama de técnico altamente calificado y buen operador. Y
el manejo de la radio móvil le dio también oportunidad de poner en práctica sus
conocimientos en el manejo de explosivos, adquiridos recientemente.
Rodríguez llevó a Townley, quien fue presentado como Juan Manuel Torres, su
nombre de batalla, para que se entrevistara con Hasbún y le explicara su plan.
Hasbún llamó a Carlos de la Sotta, director de la estación de Concepción,
pidiéndole que cooperara con el plan. El 15 de marzo, Townley, Etchepare y
Rafael Undurraga se dirigieron a Concepción. Con la colaboración de De la Sotta,
probaron la corriente eléctrica que llegaba a la estación, localizando así el
artefacto que provocaba la interferencia.
Tres días después, un comando de Patria y Libertad integrado por un grupo de
jóvenes mandados por Juan Miguel Sessa, llegó a Concepción para asaltar la
central eléctrica. Con el fin de facilitar la operación, De la Sotta había conseguido
las llaves de un departamento en la calle Freiré, cuya puerta trasera conducía
directamente a los subterráneos de la central eléctrica.
La investigación del asesinato se centró en los tres técnicos que se sabía habían
visitado el Canal 5 pocos días antes del hecho. Los registros del hotel
demostraron que los sujetos habían hecho una llamada de larga distancia a la
sede de PyL y a la casa de un militante, Manuel Katz Fried. El director De la Sotta
fue arrestado. La policía encarceló a Etchepare y a Undurraga en Concepción. El
jefe de PyL, Pablo Rodríguez, ordenó a Townley, Sessa y otro miembro del
comando, que huyeran del país.
Posteriormente, Townley contaría que había salido con el grupo de PyL, cruzando
el paso cordillerano hasta llegar a Argentina, reafirmando su historia con la
orgullosa exhibición de sus arruinadas botas, las que adoraba por haberlo
"salvado" de la policía de Allende. Otros integrantes de PyL, incluso Rodríguez,
negaron la veracidad de esa historia; pero otras fuentes que dicen haber estado
directamente involucradas, señalan que Townley tras la negativa de Díaz, se las
arregló para cruzar hacia Argentina en una avioneta particular. (7) Desde Argentina,
voló a Miami, llegando a tiempo para la celebración del aniversario de bodas de
sus padres, el día 2 de abril.
La historia del caso fue publicada en la prensa chilena dos meses más tarde. El
tabloide Puro Chile, diario sensacionalista pro UP, publicó la foto de Townley en
primera plana el 9 de junio, con el siguiente encabezado: EL ASESINO DE
CONCEPCIÓN. El artículo señalaba que Townley era "un hombre de la CIA" que
estaba en Chile desde 1968 "haciéndose pasar por constructor de yates".
Aunque estaba en su país, durante siete meses Michael Townley vivió como un
exiliado. Ningún cubano exiliado demostró jamás tanto celo patriótico por Cuba,
como él lo mostró por Chile, que ahora consideraba su patria.
En su testimonio prestado ante el Gran Jurado, Townley dijo: "Lo que descubrí en
Miami ... a comienzos de los años setenta, fines de los sesenta ... /fue que/ gracias
a todo el material que habían obtenido de la CIA ... se podían comprar explosivos
plásticos en cualquier parte, como si se tratara de caramelos. Armas, explosivos,
detonadores ... Lo que se quisiera, y a precios muy bajos".
Uno de los libros de su biblioteca era El día del Chacal, de Frederick Forsyth.
Townley admiraba al Chacal, anónimo maestro de las armas y el ocultamiento,
manipulador de identidades, rostro sin personalidad. Aunque aún no era un
asesino como su héroe ficticio, fantaseaba sobre su futuro papel en Chile,
identificándose con el Chacal, extranjero al servicio de otra nación, que se
trasladaba de un país al otro sin identificación y sin dejar huellas. Uno de los
personajes de la novela de Forsyth describe al Chacal, que estuvo a punto de
asesinar a Charles de Gaulle, en los siguientes términos:
Ese hombre, quienquiera que sea, tiene que ser extranjero. No puede ser miembro
de la OAS /Organización Secreta del Ejército/ ... No puede ser conocido por
ningún policía francés; no debe estar fichado .. . Debe ser un asesino
desconocido. Debe viajar con un pasaporte extranjero, hacer el trabajo y
desaparecer, regresando a su país mientras los franceses estén tratando de
descubrir al presunto asesino ... Lo importante es que sea capaz de entrar al país
sin ser notado y sin provocar sospechas. Esto es algo que, por el momento,
ninguno de nosotros puede hacer.
1. A menos que se indique lo contrario, esta y las citas siguientes han sido tomadas de tres
manuscritos que tienen en total unas sesenta páginas y fueron escritos por Inés Townley a
mediados de 1978. En especial, tratan acerca de la carrera de su esposo en la DINA.
2. Inés declaró a una fuente que la CIA también siguió a Townley a San Francisco, ofreciéndole
trabajo si decidía regresar a Chile. De acuerdo con la información no confirmada, Townley contestó
que "con gusto escondería bajo su cama a un agente de la CIA, pero que él no estaba dispuesto a
convertirse en agente".
3. Carta sin fecha dirigida a uno de los autores de este libro y recibida en enero de 1979. Agrega:
"Pero usted nunca dirá esto, ¿verdad?, porque usted usa un par de anteojos que sólo ven lo que le
parece bueno, como tantos otros... En realidad, no tiene caso que busquen las razones en una
infancia accidentada, o algo así. Él llevó -nosotros llevamos- una vida feliz y normal. Fue el
comunismo el que cambió nuestro estilo".
4. A fines de 1973, Stebbings escribió acerca de este asunto a otro funcionario político. Decía que
la CIA había mostrado mucho interés por obtener las frecuencias, pero se negó a entregar la lista
de oficiales. Estas negociaciones a través de Townley parecen contradecir las posteriores
declaraciones de la CIA de que sus agentes no pudieron localizar a Townley en Santiago, en 1971.
La CIA nunca explicó el porqué de su negativa para la aprobación de Townley como agente.
5. En 1974, Davidow dejó Chile y presentó a Townley a Michael Lyons, su sucesor. En esa época,
Townley era agente de la DINA.
7. Estas mismas fuentes declaran que el piloto fue Julio Bouchon, hijo de un acaudalado
terrateniente que, en 1970, guió el avión en que huyeron los asesinos del general Rene Schneider.
Se dijo que Bouchon aterrizó en una pista privada cercana a Mendoza, Argentina, donde un "jet
para ejecutivos" esperaba a Townley para llevarlo a Miami. El asesor político del embajador
norteamericano, David Stebbings, en una carta dirigida a otro asesor, a fines de 1973, hace
también referencia a la huida de Townley en avión
CAPACIDAD EXTRATERRITORIAL
VEINTE AÑOS ANTES, el edificio de Tejas Verdes había sido un elegante hotel
donde los santiaguinos ricos descansaban a la orilla del mar. En octubre de 1973,
un prisionero desnudo yacía amarrado a una cama metálica en el que fuera salón
de música. Desde hacía algunos años, la Escuela de Ingenieros del Ejército había
sustituido a los veraneantes, pero la gente aún llamaba al lugar Tejas Verdes. El
río Maipo corría cerca de las amplias terrazas, acarreando polvillo de carbón de
los Andes en su último tramo, antes de desembocar en el Pacífico. Por eso, las
playas de la zona, hasta el puerto de San Antonio, más al norte, eran color ceniza
y carbón.
Antonio Moreno (por razones de seguridad, este nombre es ficticio) gritó varias
veces ese día, aunque sabía que nadie podría oírlo, gracias a la aislación acústica
del lugar. Nadie, excepto la media docena de hombres que presenciaba el
interrogatorio. Una patrulla de la Marina lo había detenido en Santiago, llevándolo
hasta ese lugar. Los soldados habían estado torturándolo en la parrilla (plancha
eléctrica), hasta que soltó varios nombres de intelectuales de derecha, diciendo
que eran agentes secretos soviéticos. Ahora volvían a torturarlo porque su
confesión, según descubrieron, era una mentira. Un fuerte olor a heces llenaba la
habitación. Su cuerpo y ropas, enlodados, acumulaban mugre desde su detención,
tres semanas antes. Un soldado hacía arcadas mientras le cambiaba un electrodo
desde los párpados al pene. Entre las descargas eléctricas, Antonio miró fijamente
el rostro de un hombre corpulento con uniforme de teniente coronel que,
recargado contra la pared, presenciaba atentamente la operación, con mirada de
experto. El horror de la experiencia hizo que ese rostro quedara grabado en su
memoria y, más tarde habiendo logrado sobrevivir, pudo reconocer la fuerte
mandíbula, los impenetrables ojos negros bajo espesas cejas y la mirada de
cansada complacencia. Su nombre: teniente coronel Juan Manuel Contreras
Sepúlveda, comandante de la base militar Tejas Verdes.
Con sus cuarenta y cuatro años, Contreras era el más joven de los coroneles del
Ejército de Chile, y posteriormente sería el más joven de los generales. Pero no
sólo perseguía el poder a través del escalafón. El puerto de San Antonio y el
regimiento de Tejas Verdes fueron la plataforma que lo acercó al poder.
Siendo mayor, Contreras permaneció desde 1967 hasta 1969 en la Escuela para
Oficiales del Ejército de Fort Belvoir, Virginia. En Estados Unidos ingresó al Club
de Leones de Fort Hunt, Virginia y más tarde, ya de regreso en Chile, siguió
perteneciendo al Club de Leones Internacional. Abrió una cuenta bancaria en el
banco Riggs de Washington, D.C., la que más tarde le fue de gran utilidad.
No habiendo tomado parte en ninguna guerra, los oficiales chilenos eran soldados
"de salón". La vía para ser ascendidos en el escalafón era a través de estudios en
cursos especiales en el extranjero, como profesores de la Academia Militar y la
Academia de Guerra, en Chile. Contreras siempre fue el primero de su clase y
más adelante le fue difícil combinar sus aptitudes como profesor con el comando
de tropas. Aunque adscrito al Cuerpo de Ingenieros, se dedicó también a la
historia militar, a la estrategia, la inteligencia, además de enseñar técnicas típicas
de la ingeniería de guerra, en especial explosivos y bombardeo.
Tal como lo había adoctrinado Pinochet, Contreras tuvo a su cargo muchos
oficiales jóvenes, a quienes cautivaba con su inteligencia y de los que logró lealtad
total, gracias a su absolutismo y autoritarismo. Manuel Contreras se empeñó
siempre por mantener el control sobre la gente, las instituciones, el futuro. Había
logrado dominar a su familia, a sus amigos y a sus subalternos y, con cuidado,
había ido forjando su ascenso vertiginoso dentro del ejército. Pero había dos
cosas que escapaban a su control: en las reuniones sociales, era incapaz de
dominar sus respuestas a individuos de clase o ideas distintas de las suyas.
Optaba por apartarse tímidamente, o bien por argumentar con violencia. Se
exaltaba al discutir sobre comunismo, liberación femenina y democracia cristiana.
También había fracasado en sus intentos por controlar su apetito. La obesidad lo
enfurecía y canalizaba el enojo hacia sus ansias de poder.
Varios meses antes del golpe, Contreras recibió el mando de Tejas Verdes, el más
alto puesto militar en el área de San Antonio. En los años cincuenta, había servido
en esa ciudad portuaria durante un lustro, regresando en junio de 1973 como
reconocida personalidad entre los círculos sociales del lugar, aunque menos de lo
que él hubiera deseado. Estableció un férreo control sobre su nuevo regimiento y
cuando la Provincia fue declarada en estado de emergencia pocas semanas antes
del golpe, Contreras se convirtió en el jefe absoluto del puerto.
Contreras fue el autor de las leyes que regían la vida en San Antonio. Destituyó a
una juez de tendencias izquierdistas, encarcelándola en Tejas Verdes. Puesto que
Pinochet y la junta habían anunciado que no habría cambios en el sistema judicial,
dos funcionarios de la Corte viajaron a San Antonio para exigir a Contreras
respeto a la autonomía del Poder Judicial. Uno de estos funcionarios declaró que
Contreras los recibió en su oficina y permaneció de pie frente a ambos, como era
su costumbre. Rechazó sus quejas, diciéndoles: "Señores, yo soy la ley". Y,
poniéndose la mano en su pistola agregó: "Y éste es el sistema judicial".
Townley ansiaba conducir uno de esos "jeeps", pero no como un soldado común y
corriente, sino como un oficial al servicio del Once de Septiembre. Creía que en el
cuerpo de oficiales del ejército anticomunista de su país adoptivo, encontraría un
lugar donde utilizar su talento y sus aptitudes. Algunos de sus compañeros lo
entusiasmaron, advirtiéndole al mismo tiempo que si bien el control del Estado
había cambiado de manos, los niveles más bajos de la burocracia no habían
alterado sus procedimientos formales, de manera que debía recordar que su
participación en el asunto de Concepción le había dado cierta fama. Townley
escuchó las advertencias, puesto que no quería arruinar sus posibilidades
actuando precipitadamente.
Ahora se sintió seguro. Su regla había sido siempre mantener la honestidad con la
embajada norteamericana y estaba seguro que allí nadie se dejaría sorprender por
la necesidad burocrática de hacer líos en relación a su presencia ilegal en el país.
Luego se dedicó a tratar de anular la orden de arresto por lo de Concepción,
intentando hacer desaparecer los documentos legales que existían en los archivos
de la corte y de los acusadores. Ese era un problema más difícil que el anterior. El
nuevo gobierno había resuelto problemas similares a otros activistas de PyL que
eran buscados por crímenes cometidos durante el gobierno de Allende. La junta
había liberado a Roberto Thieme, ex director de las operaciones clandestinas de
PyL, y a varios otros que habían regresado de su exilio en Paraguay y eran
buscados por el asesinato del general Schneider. Rafael Undurraga, compañero
de Townley en lo de Concepción, había sido liberado silenciosamente, tras seis
meses de cárcel. Explicó su problema a su amigo de PyL, el capitán de Marina
Carlos Ashton, que tenía un puesto en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Ashton aseguró a Townley que una comunicación discreta con las autoridades de
Concepción terminaría con su incertidumbre.
Una vez más, Townley se instaló en Chile. Inés había rentado una casa en
Providencia. Para dejar pasar el tiempo y ganar algo de dinero mientras esperaba
el ansiado ofrecimiento de trabajo en el Ejército, Townley reparaba transmisiones
automáticas y finos aparatos en un pequeño taller de reparación automotriz.
"Nos enseñaron técnicas para seguir gente en la calle, para interrogar y para tratar
a los presos. Nos enseñaron a torturar, a conocer las partes más sensibles del
cuerpo y cómo hacer para no matar involuntariamente a una persona. Aprendimos
la tortura sicológica, como por ejemplo, encerrar en una casa inmunda a una
persona refinada y no dejarla lavarse".
Fuenzalida, que más tarde se exiló, dijo que los oficiales chilenos que les
enseñaban estaban asesorados por "gringos". Agregó que él vio cinco o seis
durante los tres meses que duró su curso y que los reconoció porque hablaban
inglés y porque posteriormente muchos oficiales de la DINA fueron premiados con
viajes a Estados Unidos.
EL VERANO CHILENO llegó a su fin. Con la excepción de Andy, hijo de Inés que
se había enrolado en la Marina norteamericana, la familia había pasado las
vacaciones reunida. Brian, el más pequeño, había entrado a segundo año y
Christopher, su hermano casi adolescente, estaba en quinto. Susan, alegre,
tomaba más en serio a los muchachos que los estudios. Ronnie, meditabundo
joven de veintidós años, heredero de las aficiones intelectuales de su madre,
había partido a Nueva York para ingresar a la universidad. Los Townley eran un
modelo de grupo familiar homogéneo y afectuoso.
Los Townley pronto se dieron cuenta de que la visita de Espinoza era el resultado
de los deseos de colaborar que ellos habían manifestado a sus amigos de Patria y
Libertad relacionados con el nuevo gobierno. El débil pretexto social para realizar
la visita, pronto se desvaneció, cuando Espinoza empezó a recordar los años de
Allende. Felicitó a Townley por su candor al poner en circulación la clandestina
Radio Liberación en las propias narices del gobierno de Allende y confesó que, en
su calidad de oficial de inteligencia militar, había recibido entonces órdenes de
interceptar las transmisiones ilegales. "Pero no puse mucho empeño", agregó con
una carcajada.
Luego, pasó a averiguar detalles más íntimos acerca de sus actividades bajo
Allende y después, desde su regreso a Chile.
Invitándolos a cenar a su casa, con los niños, Espinoza dio por terminada la
reunión. Cautivado por el aura de profesionalismo de Espinoza, más tarde calificó
de "amistad íntima" su relación con el oficial de inteligencia.
En las semanas que siguieron a la entrevista, Espinoza se dedicó a analizar a su
candidato. Éste era uno de los numerosos civiles que había llamado la atención de
Contreras por su audacia como terrorista de PyL. Aun cuando eran aficionados,
podían recibir entrenamiento, de modo que sus probadas cualidades individuales,
alimentadas por una ideología ultraderechista, los haría aptos para desempeñar
tareas que los militares rehuían. Contreras y Espinoza ya habían reclutado a
algunos de los conocidos de Townley: Vicente Gutiérrez, que había llevado a PyL
al asesinato; Anthal Liptay y Alvaro Puga, expertos en propaganda; Víctor
Fuenzalida, experto en explosivos; Gustavo Etchepare, experto en radio. Townley
obtuvo una alta calificación por parte de Espinoza.
En sus escritos posteriores acerca de estos hechos, Inés ocultó su propio papel en
la DINA, pero parece haber sido honesta al describir algunos de los factores que
ayudaron a la incorporación de Townley:
Un agente de la DINA debía conocer las bases del negocio y, en las novelas de
espionaje, Townley aprendió de arriba abajo las artes del amedrentamiento, tal
como se practicaban en Chile.
La Sección Interna de la DINA tenía la doble tarea de extirpar los focos restantes
de resistencia organizada de la izquierda y reforzar la lucha contra cualquier
actividad política de oposición. Según Contreras, se trataba de una misión
formidable, considerando el 40 por ciento de los electores que había apoyado la
Unidad Popular, enemigo del gobierno de Pinochet; y el 30 por ciento de los
partidarios de la Democracia Cristiana, enemigos potenciales. Contreras decidió
comenzar su ataque sistemático con la persecución a la ultraizquierda, el
movimiento con las raíces más débiles, pero con una gran reputación de valentía,
convicción y determinación. El MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria)
había pasado a la clandestinidad antes del golpe y continuaba tratando de llevar a
sus seguidores hacia la resistencia armada. En seguida les tocaría a los
socialistas y a los comunistas. Finalmente, pero no antes de 1975, Contreras
volcaría su aparato de terror hacia los democratacristianos y la Iglesia católica.
El general de Ejército Oscar Bonilla, ministro del Interior, que tenía fama de ser
una persona dinámica y populista, se convirtió en el primer enemigo declarado de
Contreras. A mediados de 1974, en una reunión de Gabinete, Pinochet hizo
participar a Contreras para que informara acerca del robo de documentos del
escritorio de uno de sus ministros. El informe culpaba del robo a infiltrados de
izquierda en el ministerio; el hecho fue usado por Contreras y Pinochet para
justificar el inflexible control de la DINA en los ministerios. El general Bonilla,
dirigiéndose a su subordinado, el coronel Contreras, pidió evidencias de que los
izquierdistas habían robado los desaparecidos documentos. Contreras, según
declaraciones de alguien que estaba allí presente, rehusó entregar mayor
información y señaló intencionalmente que "ciertas cosas no podían decirse frente
a extraños". Enojado, Bonilla se dirigió a Pinochet, pero éste apoyó la posición de
Contreras.
El general Sergio Arellano Stark, apodado por los izquierdistas "el Carnicero del
Norte" debido a su actuación en las prisiones del norte de Chile un mes después
del golpe y que dio como resultado la ejecución sumaria de setenta prisioneros,
protestó directamente ante el general Pinochet. En una carta de noviembre de
1974, Arellano se quejaba de que Contreras, su subordinado en el escalafón, se
había negado a responder las preguntas de los familiares de los presos. La carta
describía a la DINA de Contreras como una "Gestapo" y pedía que se corrigieran
los errores, antes de que la situación se hiciera incontrolable.
Pinochet escuchó las protestas, recibió las cartas de queja y aplacó a algunos
generales, pero no cedió en su apoyo a Contreras. Por el contrario, pasó a
Contreras una lista con los oficiales disidentes. De esta forma, aumentó más aún
la penetración y vigilancia de la DINA en el seno de las fuerzas armadas.
Contreras tenía también especial interés por los planes que había implementado el
grupo de economistas del gobierno; muchos de ellos habían obtenido grados
académicos en la Universidad de Chicago y eran seguidores del doctor Milton
Freedman. Los dos ministerios que tenían que ver con la economía eran los
únicos en manos de civiles y, por ende, no sujetos al control militar directo.
Otras operaciones de la DINA, tan secretas que sólo eran del conocimiento del
Comando General, tenían como blanco de su acción a los propios militares
chilenos y a los enemigos en el extranjero.
Bajo la división estructural del trabajo de la DINA entre las secciones Interior y
Exterior, estaba el concepto de la guerra contra el comunismo, una "cruzada
santa" sin líneas de combate, sin límites ni enemigos físicamente identificables. No
había una distinción precisa de quiénes eran los que agredían a Chile; ningún
ataque al que Pinochet pudiese resistir con los procedimientos militares regulares.
Sólo la DINA tenía los hombres y los métodos para realizar un contraataque; sólo
la DINA podía desarrollar la capacidad de aniquilar al enemigo que se protegía en
la madriguera del extranjero. Contreras denominaba a esta condición su
"capacidad extraterritorial".
Una atmósfera de violencia se cernía sobre la capital del país como espesa nube
de "smog". En julio había muerto el presidente Juan Domingo Perón, siguiendo al
hecho un virtual estado de guerra civil. La combinación del ala izquierda del
peronismo con las fuerzas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP),
estimadas en unas 10,000 personas, controlaba la mayor parte de dos provincias.
La viuda de Perón y vicepresidenta del país, María Estela Martínez de Perón,
había asumido el poder, apoyada por consejeros derechistas, encargando el
destino del país a una figura similar a Rasputín, José López Rega. En el momento
de la llegada de Townley, una organización terrorista llamada Alianza Argentina
Anticomunista, AAA, (11) se reconocía como autora de una ola de asesinatos de
prominentes políticos e intelectuales de izquierda. Investigaciones posteriores
establecieron que AAA era el nombre de cobertura para varios grupos de
terroristas de derecha, organizados por el jefe de la policía federal, Alberto Villar,
bajo la dirección de López Rega.
Había comenzado a escribir un libro con sus memorias sobre su experiencia como
jefe del ejército durante el gobierno de la Unidad Popular. En el manuscrito,
sostenía que la intervención militar en política provocaría la destrucción de las
instituciones militares chilenas y explicaba las razones de su adhesión a la
"Doctrina Schneider" en defensa de la Constitución. En su libro, daba respuesta a
quienes lo acusaban de haber tomado partido en la polémica política, al aceptar
un cargo en el gabinete de Allende. Por primera vez, reveló haber ingresado al
gabinete tras solicitar permiso al cuerpo de generales. Los agentes de la DINA
informaron a Contreras acerca del libro de Prats. Algunas de sus cartas cayeron
en manos de la DINA y se rumoreaba acerca de espectaculares revelaciones
contenidas en sus memorias.
El pasaporte de Townley bajo el nombre de Enyart mostraba cinco sellos el día del
doble asesinato. (13) Con un corto viaje a Montevideo, Uruguay, justo al otro lado
de la desembocadura del Río de la Plata, dejó Buenos Aires. De allí, tomó un
vuelo hasta Santiago, llegando cerca de la medianoche.
En Miami, restableció sus antiguas relaciones con los activistas cubanos exiliados
y enseñó sus credenciales de agente de la DINA para comprar equipo de
espionaje en Audio Intelligence Service, una firma de Fort Lauderdale.
En ese y los viajes siguientes, Michael Townley creó el "sucio" aparato que
necesitaba para comprar equipos a la DINA y exportarlos a Chile. Instaló las
compañías PROSIN, Inc. y Consultec, Ltda., usando las falsas identidades de
Kenneth Enyart y Juan Andrés Wilson. Su padre lo ayudó a abrir la cuenta
bancaria número 11-192-4 para PROSIN, en el South East First National Bank. La
cuenta estaba a nombre de Juan Andrés Wilson, el alias de Townley en la DINA, y
de Jay Vernon Townley, su padre.
Notas:
1. Townley contó a un amigo que había mostrado a Purdy su antiguo pasaporte, expresándole
haber temido en ese momento que los sellos revelaran su salida de Chile y su posterior ingreso
ilegal. Según él, fue idea de Purdy resolver el potencial problema, extendiéndole un nuevo
pasaporte, sin sellos de inmigración.
2. La fuente dijo no haberse dado cuenta hasta 1975-1976 de la magnitud de los contactos entre la
DINA y la CIA. Dijo haber visto "manuales de instrucción y procedimiento" proporcionados por la
CIA. Las relaciones alcanzaron su momento culminante cuando Contreras viajó a Washington, en
agosto de 1975, y fue recibido por el general Vernon Walters, director adjunto de la CIA en la sede
central de la organización. Según la fuente, las relaciones se enfriaron a comienzos de 1977, como
resultado del cambio de personal directivo bajo la administración de Cárter. El tema de los
derechos humanos y el asesinato Letelier-Moffitt, de acuerdo a lo que pudo observar la misma
fuente, no tuvieron influencia alguna sobre los lazos CIA-DINA, a fines de 1976.
3. Abril o mayo de 1974. Los testimonios de Townley son imprecisos en relación a la fecha exacta
de su ingreso a la DINA. Las fechas que asigna a sus primeras actividades (octubre o noviembre
de 1974) se contradicen con otras evidencias. En el segundo interrogatorio a que fue sometido por
los agentes especiales del FBI Carter Cornick y Robert Scherrer, el 17 de abril de 1978, dio tal vez
las respuestas más sinceras acerca de su ingreso a la DINA. En el informe de esta entrevista, los
agentes Cornick y Scherrer escribieron: "En relación a su afiliación a la DINA, señaló que se fue
viendo progresivamente envuelto en las operaciones de inteligencia chilenas, las que culminaron
en octubre o noviembre de 1974, cuando se convirtió en agente de operaciones, en una calidad
semejante a la de un empleado civil a contrata".
6. El Decreto 521 definía la DINA como "un organismo técnico profesional directamente
dependiente del gobierno de la Junta Militar, cuya misión será la recopilación de toda la
información de varios campos de actividad a nivel nacional, con el propósito de obtener la
información necesaria para la formulación de políticas, planes y la adopción de medidas necesarias
para la preservación de la Seguridad Nacional y el desarrollo del país".
7. El artículo secreto número 11 decía que la DINA era "la continuación legal de la comisión
llamada DINA, organizada en noviembre de 1973" por el decreto del SENDET. Las cláusulas
secretas nunca fueron publicadas en Chile, pero los textos conteniendo estos artículos se enviaron
a los comisionados por los derechos humanos en 1975 y fueron distribuidos clandestinamente.
8. En una entrevista, el general Gustavo Leigh, de la Fuerza Aérea, miembro de la junta hasta
1978, declaró que las actividades de la DINA nunca fueron sometidas a la consideración de la junta
y que, en 1976, él había retirado de la DINA a todos los oficiales de la aviación, debido a
desacuerdos con Contreras.
9. En 1978 y 1979 fueron descubiertos varios entierros masivos que contenían los restos de
personas ejecutadas por carabineros y otros servicios, no por la DINA. Los cuerpos de las víctimas
de la DINA nunca han sido encontrados. Se cree que fueron arrojados al mar desde helicópteros,
después de perforarles el estómago a fin de evitar la flotación, táctica copiada a las fuerzas
norteamericanas en Vietnam.
Los oficiales de la DINA que tenían acceso a los archivos sabían cuáles presos habían sido
elegidos para la desaparición. Samuel Fuenzalida, ex oficial de la DINA, actualmente residente en
Europa, testificó en Bonn, Alemania Occidental, en un juicio civil, dando detalles acerca del
sistema. Si el prisionero tenía en su ficha la leyenda "Puerto Montt" (ciudad del sur de Chile), dijo
Fuenzalida, eso indicaba que el preso debía ser asesinado en tierra firme. Otro término. "La
Moneda", indicaba que el presidiario "debía morir mediante lanzamiento al océano desde un
avión".
Varios cientos de empresas que habían pasado al control del Estado durante la Unidad Popular,
habían regresado a sus antiguos dueños entre 1974 y 1975. Algunas de las firmas, sin embargo,
cayeron en manos de Contreras, quien las usó para generar fondos a la DINA. EPECH, complejo
pesquero de San Antonio y Cemento Melón, el mayor fabricante de cemento del país, eran las
empresas más importantes que controlaba la DINA.
13. Salida de Argentina, entrada a Montevideo. Salida de Montevideo, entrada a Santiago, por
Pudahuel, el 30 de septiembre, nula; entrada por Pudahuel, el 1º de octubre. Enrique Arancibia,
que había abandonado Chile a raíz de su participación en el asesinato del general Schneider,
regresó a Santiago el mismo día de Townley. Posteriormente, Arancibia fue agente de la DINA,
usando su trabajo en el Banco Central de Chile, sucursal de Buenos Aires, como cobertura. En esa
época (1977-1978), su superior de la DINA era Michael Townley.
14. Los recibos obtenidos por los investigadores norteamericanos indican que Townley, usando
uno u otro de sus nombres falsos, compró equipo en Audio Intelligence Devices, de Fort
Lauderdale; Dektor Counterintelligence and Security Inc., en Springfield, Virginia, y en Criminal
Research Products Inc., de Conshohocken, Pennsylvania. De acuerdo a los recibos, "Kenneth
Enyart" ordenó equipo de intercepción telefónica, el que fue enviado a través de United Parcel
Service a la casa de su padre, en Florida. Una de las transacciones se realizó en febrero de 1977,
el mismo año en que, según dijo en los interrogatorios, nunca había entrado a los Estados Unidos.
VI
SESIÓN ABIERTA
Había sido recomendado por el integrante del MNC Pablo Castellón, quien avaló
la credencial de la DINA de Andrés Wilson con la aprobación de Vladimir
Secen, (1) ex integrante de los grupos croatas pro nazis, que combatieron con el
mariscal Tito en la Segunda Guerra Mundial.
Rivero tenía ademanes de barón y, hasta que logró informarles sobre su rancia y
noble herencia familiar, cuyos antecedentes se remontaban al siglo XIX de Cuba,
la última colonia española del Nuevo Mundo, las conversaciones que interesaban
a los Townley no avanzaron.
Hacia 1975, muchos líderes del exilio y veteranos de Bahía de Cochinos que
habían organizado la Brigada 2506, una especie de legión americana, compartían
el escepticismo de Rivero frente a la CIA. Una década de frustrante exilio y la
consolidación de Castro los había convencido de la vacuidad de la promesa de
Kennedy en 1962. La brigada contrató un abogado y pidió que los herederos de
Kennedy les devolvieran la bandera de Bahía de Cochinos. Ese mismo año, la
brigada anunció públicamente su adhesión a un nuevo héroe del anticomunismo,
quien les había prometido apoyar su causa. El general Augusto Pinochet recibió
de la brigada la "medalla de la libertad", siendo el primer y único extranjero que
recibía este premio.
Rivero era un organizador mediocre, que dejaba las tareas diarias a miembros
menos inteligentes del MNC. Su fama dentro de la comunidad de los exiliados ya
no se debía a la temeridad que había demostrado ante Castro en 1961, sino a su
habilidad para llevar a efecto golpes audaces y actos grandilocuentes. Para él, los
sucesos de Chile eran una oportunidad de llevar el MNC a la vanguardia y a sí
mismo a la cima de la comunidad militante de los exiliados; era la oportunidad de
transformarse en el número uno. Inmediatamente después del golpe del 11 de
septiembre, empezó a hacer gestiones para convencer a Pinochet de que los
considerara -a él y al MNC- como la más próxima contraparte ideológica del
gobierno militar chileno y, más importante aún, lograr un reconocimiento del MNC
y grupos militares aliados como el gobierno cubano en el exilio.
En diciembre de 1974, Rivero había mandado a rendir homenaje a Pinochet a dos
miembros del MNC: Guillermo Novo y José Dionisio Suárez. Llegaron a Chile con
otro líder en el exilio, Orlando Bosch. Aunque no los recibieron calurosamente, les
dieron algunas esperanzas. Poco después de regresar a Estados Unidos, Novo,
Suárez y otros tres representantes del MNC asistieron a una reunión formal en la
Embajada de Chile en Washington con el Primer Secretario Tomás Amenábar, con
el fin de discutir y consolidar proyectos. (2)
Mucha gente viene a verme. Algunos son unos atorrantes. En esa ocasión,
/Townley/ no tenía barbas. Llegó con una mujer, diciéndome que era agente del
gobierno chileno y que su servicio quería ponerse en contacto con algún
movimiento militante de la comunidad cubana. Yo sabía que era de la DINA (o de
la CIA, o ambas cosas), pero no pensé que podía ser norteamericano. (3) Hablaba
español como chileno. Pensé que era un ofrecimiento serio, pero no ahondamos
en detalles. Él era un soldado y yo un general: la cabeza de mi movimiento.
No estaba dispuesto a hablar con él, ya que podía mandarlo a conversar con mi
segundo, Guillermo Novo.
Rivero dio por terminada la reunión y acompañó hasta la salida a los Townley.
Divertido, los vio subir a una camioneta que arrastraba una casa rodante y dirigirse
hacia el oeste por la calle Ocho. Estaba impaciente por llamar a Guillermo y
contarle que los chilenos habían "picado el cebo". "Pensé en qué tipo de ayuda
podrían darnos los chilenos, tal vez una declaración pública que calificara al MNC
como la esperanza de Cuba. Chile era nuestro regalón, nuestro preferido en el
interior de la comunidad cubana. Si podíamos lograr que dijeran que éramos los
mejores, nos convertiríamos en los líderes del movimiento de cubanos en el exilio.
Eso es lo que ordené a Guillermo que les pidiera". También dijo que le pidió a
Guillermo Novo que negociara apoyo financiero y "una base en la Antártica". (4)
En el avión que los llevó desde Miami a Newark, Nueva Jersey, Michael e Inés
Townley conversaron acerca de su primera misión para la DINA y su éxito con
Rivero. Más tarde, Townley reveló las órdenes que había recibido del general
Manuel Contreras:
Antes de reunirse con Rivero, los Townley habían establecido contacto con otros
grupos; pero Townley no encontró a ninguno digno de confianza y se mantuvo
alejado de aquellos que él sabía estaban penetrados por el FBI y la CIA. Felipe
Rivero, aunque obtuso y poco colaborador, manifestó, sin embargo, entusiasmo
por el establecimiento de una relación de "ayuda mutua" con Chile. El MNC era un
grupo pequeño y por eso más seguro, que había demostrado su habilidad en una
larga lista de actos terroristas a través de los años.
La reunión había sido buena. Ahora, a ubicar al jefe de la "Zona Norte". Michael e
Inés se rieron del pretencioso título, en una organización que contaba, a lo sumo,
con veinticinco miembros activos.
"De modo que ustedes son los chilenos que se reunieron con Felipe en Miami",
dijo uno de ellos, estudiando la vestimenta típicamente norteamericana de
Townley, su estatura y sus rubios cabellos.
"A veces no queda más remedio que creer", dijo en español. Sellaron su
recientemente ganada confianza con apretones de mano y pidieron café a la
camarera. Un destello de reconocimiento, algo en sus rostros, un halo que todos
los allí presentes entendieron, había hecho desaparecer las diferencias culturales
y físicas. Si hubieran tenido una botella de "brandy" y vasos, sentados alrededor
de la mesa del cuarto del motel, podrían haber llenado y empinado sus vasos,
exclamando al unísono: "ĄViva la muerte!"
Esa tarde, los Townley se reunieron con Ronnie, hijo de Inés, en un restaurante
chino, de Upper Manhattan. Townley trató de hacer agradable la reunión;
consideraba al muchacho de veintitrés años (sólo nueve años menor que él) más
como un hermano que como un hijastro. Inés mantuvo un tono superficial,
evitando el tema que había provocado tanta amargura entre ellos en Chile: su
identificación con el derrotado gobierno de Allende. Fue la última reunión entre
madre e hijo. Después de cenar, Inés y Michael volaron a Miami.
Pocos días después, Townley recibió una llamada de Novo, quien le indicó
esperar la llegada de un vuelo procedente de Newark. Usando un código
preestablecido, se reunió con un muchacho de unos veinte años, cabello negro y
cuidada barba. Con la llegada de Virgilio Paz, desempleado que trabajaba
ocasionalmente como vendedor de automóviles usados, Townley tenía completo
su equipo para lo que llamaba "Operación Sesión Abierta". Michael Townley, Inés
Callejas y Virgilio Paz iniciaron una misión de la DINA de nueve meses por ocho
países, destinada a atemorizar a chilenos exiliados previamente seleccionados y a
los enemigos del Movimiento Nacionalista Cubano. Inés participaba como un
miembro en igualdad de condiciones en el grupo de la DINA.
En México, el trío ejerció vigilancia sobre los exiliados chilenos que habían
formado un centro propio, la Casa de Chile. Townley estableció contactos con
chilenos pro juntistas, organizando varias reuniones para reclutar un equipo que
vigilara a los chilenos de oposición y los reportara a la DINA. (6) A mediados de
abril, la casa rodante y sus tostados y saludables ocupantes, viajaron de regreso a
Miami.
Inés Callejas regresó a Santiago, mientras tanto Townley y Paz viajaron a España
que, bajo la dictadura del anciano Francisco Franco, era un lugar favorable para
los operativos de espionaje de la derecha. La Embajada de Chile en Madrid servía
de cuartel general a la DINA en sus actividades de espionaje de los exiliados
residentes en Europa. Las operaciones de Townley, que envolvían posibles
asesinatos o "sanciones", eran dirigidas directamente por el Comando General
desde Santiago, a fin de mantenerlas en el mayor secreto.
Ocasionalmente, Paz iba solo en algunas misiones. Viajó a Irlanda del Norte para
fotografiar los campos de prisioneros ingleses que alojaban a miembros del IRA
(Ejército Republicano Irlandés). Más tarde, Pinochet enseñó las fotos de Paz a los
corresponsales extranjeros en Chile, como una prueba de la hipocresía de las
críticas contra Chile por parte del Comité Inglés de los Derechos Humanos.
Durante esas conversaciones, las que por supuesto están sujetas a la aprobación
de cada gobierno, él /Contreras/ hizo una petición formal (pero verbal, que es la
forma en que se hace este tipo de peticiones), en el sentido de que ellos querían
obtener información acerca de las actividades de todos los exiliados chilenos
residentes en esa época en Venezuela. Rechazamos darles esa información.
Entonces, dijo que si, por último, podíamos proporcionarles toda la información de
los chilenos exiliados que iban desde Venezuela a otros países: número de vuelo,
fecha, destino. Y, por supuesto, también de los que llegaban al país, sólo para
tenerlos más o menos vigilados y contar con informaciones actualizadas sobre sus
actividades. También explicó que la DINA se había ampliado en su calidad de
servicio de inteligencia, que tendría agentes en las embajadas en el extranjero,
que ya estaban entrenando a todos los terceros secretarios de las embajadas
chilenas ... de modo que pudieran servir como oficiales en el exterior.
Dijo que estaban realizando algunos viajes de buena voluntad para obtener el
apoyo de los distintos servicios de inteligencia latinoamericanos. Como esto
funciona sobre las bases de ... acuerdos verbales, había estado viajando mucho.
/Dijo/ que estaba implementando un enorme esquema de servicio gigantesco y
poderoso, que podría tener información de todo el mundo. (9)
Sonó un disparo. Ana se volteó y vio al hombre detrás, pudiendo ver el arma.
Sonó otro disparo y una bala la hirió en el hombro derecho, haciéndola caer. Junto
a ella, vio a su esposo con la cara ensangrentada. Trató de voltearse para ver
mejor a su atacante, pero el cuerpo no le respondió. Oyó el ruido de las botas que
corrían, y luego todo quedó en silencio. Pasó un automóvil. Un vecino, Bruno
Fraséate, oyó los disparos y, dejando el programa de televisión que estaba viendo,
corrió hacia la calle, encontrando a los Leighton ensangrentados, que yacían en la
acera, junto a un coche. Ana Fresno, inmóvil pero consciente, preguntó si su
esposo estaba vivo. Fraséate le contestó que aún respiraba y luego corrió a llamar
a la policía. (12)
El 31 de octubre, estalló una bomba colocada bajo el automóvil del líder exiliado
cubano Rolando Masferrer, volándole las piernas y dándole muerte casi
instantáneamente. Masferrer, conocido como "el Tigre" por su ferocidad y astucia
como coronel de Batista en la Cuba de los años cincuenta, había organizado su
propio movimiento, gozando de cierta reputación en el seno de la comunidad
cubana de Miami. Miembro del Partido Comunista hasta 1944, Masferrer se había
volcado a la represión derechista con gran dedicación. Simultáneamente, había
acumulado una fortuna considerable y una guardia privada de esbirros que había
sacado de Cuba, llevándola consigo a Miami. Dentro de la comunidad de
exiliados, muchos eran partidarios de Masferrer para la dirección del movimiento.
El MNC lo consideraba corrompido y de dudosas intenciones.
En Chile, Townley hizo una relación de los detalles de su largo viaje a Contreras y
Espinoza. Ahora existía una red para controlar y castigar a los exiliados chilenos
en México, Estados Unidos y Europa. Los integrantes más importantes de la
acción coordinada eran el Movimiento Nacionalista Cubano de Nueva Jersey y
Miami y el Frente Juvenil del Movimiento Social Italiano. Townley entregó a
Contreras los nombres y apodos de sus colaboradores, indicándole que existía un
acuerdo de retribución para las misiones ya realizadas. Contreras estuvo de
acuerdo y quiso ver a sus agentes a fin de someterlos a la única evaluación
infalible que conocía, su juicio personal. Townley propuso llevar a Chile a varios de
los cubanos e italianos con los que había trabajado íntimamente, a fin de que
recibieran entrenamiento de la DINA. A Contreras le agradó la sugerencia, pues
significaba que los agentes extranjeros, unidos en una lucha internacional contra
el comunismo, recibirían instrucción profesional con el liderazgo de la DINA de
Chile. "ĄExactamente igual a la CIA!", pensó.
1. Secen, una misteriosa figura dentro de la comunidad de exiliados cubanos, era llamado "el
coronel" y tenía fama de estar conectado con los círculos de inteligencia latinoamericanos. Un
informante del FBI de Miami, reportó que Secen, conductor de taxis, estaba relacionado con Jay
Vernon Townley, padre de Michael, a través de "negocios bancarios" y que fue precisamente Jay
Vernon quien los presentó. En su testimonio, Townley dijo que el jefe de operaciones de la DINA,
Pedro Espinoza, fue quien le dio el nombre de Secen. Además de Castellón, Rivero y Secen,
Townley sostuvo entrevistas con los activistas del MNC Ignacio Novo y Sergio Gómez y con el "jefe
militar" de la Brigada 2506, Armando López Estrada.
2. También estuvieron presentes José Ponjoan y Ricardo Pastrana. de Nueva Jersey, así como
Humberto Medrano, de Miami. La discusión se centró en un proyecto para presionar a Fidel Castro
en el intercambio de presos cubanos y chilenos.
3. Rivero dijo que más tarde le informaron acerca de que uno de los padres de Townley era
norteamericano.
4. Rivero hizo declaraciones similares cuando fue llamado a declarar ante el Gran Jurado en
Washington, a mediados de 1978. Dijo haber llamado a Guillermo Novo, expresándole: "Hay unos
chilenos que quieren verte. Ve si puedes conseguir que el Presidente o el gobierno declaren que
somos el mejor movimiento y haz algo para dar una bofetada a nuestros rivales dentro de la
comunidad cubana".
5. En la corte, Townley dio la impresión de haber llegado sólo uno o dos días después del final de
la conferencia, pero los archivos de la frontera examinados por el FBI indican que el trío llegó a
México el 15 de marzo, en tanto que la conferencia terminó el 20 de febrero.
8. Entrevistado por el FBI en 1979, Walters declaró que "parte de sus funciones como director
adjunto de la CIA era coordinar y conducir las relaciones exteriores de la CIA y dentro de ese
marco había recibido al general Contreras en 1975, cuando este último visitó Estados Unidos".
9. Extractos del testimonio de Rivas Vásquez, prestado el 29 de junio de 1978 ante el Gran Jurado
Federal de Washington, D.C. Contreras dijo a otra fuente que él entregó al servicio venezolano la
información de que la Junta Coordinadora Revolucionaria (coalición formada en 1975 por los
grupos clandestinos latinoamericanos más extremistas), había decidido trasladar su sede desde
Argentina a Caracas. Como se esperaba, negó a la fuente haber dado informes sobre los exiliados
chilenos.
10. Respondiendo a una invitación de Pinochet, Strauss visitó Chile en 1976 y en esa ocasión hizo
efusivos elogios al régimen. Su viaje fue organizado por el agente de propaganda de la DINA,
Anthal Liptay.
11. Un vendedor de periódicos que repartía la prensa chilena, mencionó a los redactores de Chile-
América que "las personas de enfrente" también estaban muy interesadas en Chile y habían
estado comprando los periódicos chilenos. Cuando los trabajadores de la UP comenzaron a
investigar, los agentes de la DINA evacuaron el departamento.
12. La calle estaba desierta, con la excepción de un hombre que se encontraba dentro de la cabina
telefónica cercana, al que Fraséate pidió el teléfono. Las investigaciones policiales establecieron
que la persona no podía haber escuchado los disparos desde la cabina, eliminando así las
primeras especulaciones que sostenían su participación en el asesinato.
13. Hay dos teorías acerca del origen de la información del comunicado de "Cero" del 4 de
noviembre. La más simple es que Townley y Paz estaban en Roma en el momento del atentado a
Leighton y obtuvieron la información directamente de Alfredo di Stefano. Pero Townley declaró
haber dejado Roma antes del hecho. De acuerdo a Townley, la información de "Cero" fue enviada
por Di Stefano a la DINA en Santiago y de allí se le comunicó a Paz en Miami, para ser usada en el
comunicado del 4 de noviembre. De acuerdo con la versión de Townley, él y Paz no sabían los
detalles del acto cuando llegaron a Miami, por ello. Paz no pudo incluir ningún dato convincente en
el primer comunicado.
VII
EL BLANCO: LETELIER
Hacia junio de 1976, la junta integrada por cuatro individuos se había convertido
en mera ficción, ya que Pinochet controlaba Chile. Alcanzó esta posición gracias a
su manipulación de todos los detalles y a la implementación de sus medidas
ilegales, y no debido a inteligencia o cualidades políticas. Exigía que se le
mantuviera informado de los movimientos de cada uno de los que
reconocidamente participaban en la oposición, o sea, los partidos de izquierda, la
Democracia Cristiana, la Iglesia católica, el movimiento por los derechos humanos,
los periodistas nacionales y extranjeros. Contreras le proporcionaba los detalles de
esas actividades y en esto basaba Pinochet su poder. (1)
Los ambientes que escogía para escuchar estos informes eran cómodos y bien
protegidos: la residencia presidencial, el Mercedes blindado, el vigesimosegundo
piso del edificio Diego Portales. Pero Pinochet y Contreras, unidos a través de los
informes secretos, transformaron su medio ambiente en una tienda de campaña,
en la que ellos eran los generales que planeaban las diarias estrategias contra el
enemigo, analizaban los avances y retrocesos del día precedente y llevaban de
memoria la cuenta de las pérdidas sufridas por el enemigo. Consideraban que el
proceso de gobierno era una guerra que necesitaba el despliegue de las fuerzas
en todos los frentes para derrotar al enemigo.
Los Estados Unidos están dispuestos a trabajar con Chile en los próximos meses.
Estamos preparados para colaborar con los esfuerzos chilenos por restablecer la
estabilidad económica y promover la prosperidad, pero sólo podremos hacerlo
dentro de los marcos de un sistema que asegure libertades personales y políticas.
La eliminación de las condenas públicas en Estados Unidos y en todo el mundo,
pavimentará el camino para un dinámico y mancomunado esfuerzo que lleve el
programa de desarrollo económico chileno a un nuevo conjunto de éxitos.
Contreras informó a Pinochet sobre la realidad que se escondía tras esa fachada:
las casas de seguridad de la DINA, diseminadas por Santiago, trabajaban a toda
su capacidad durante el tiempo que duró la visita de Simón y de Kissinger. Los
chilenos disidentes eran sometidos a interrogatorios y torturas a pocos kilómetros
de los lugares en que se realizaban las recepciones oficiales y las reuniones a las
que asistían los dos representantes norteamericanos. Más de una docena de los
arrestados en esa época desapareció en el bajo mundo de la DINA y nunca más
se tuvo noticias de ellos. (5)
El autor del informe que acusaba a Letelier de planificar actos de terrorismo contra
la junta, admitió posteriormente en una declaración haber distorsionado los hechos
porque sus informaciones sólo perseguían fines propagandísticos. Sin embargo,
otras informaciones sobre Letelier tenían bases más realistas. Sus auténticas
actividades amenazaban a la dictadura chilena, pretendiendo influir sobre los
lineamientos del gobierno norteamericano. Los senadores Frank Church, George
McGovern, Edward Kennedy, Hubert Humphrey y otros, usaron los argumentos de
Letelier para exigir una suspensión total de la ayuda militar a Chile. El voto con la
petición de suspensión fue presentado el 16 de junio de 1976.
Los círculos políticos eran menos receptivos que el Congreso a los llamamientos
para actuar contra la dictadura de Pinochet. Letelier logró establecer contactos en
los pocos lugares en donde prevalecían las tendencias en pro de los derechos
humanos. William D. Rogers, Asistente del Secretario de Estado para Asuntos
Latinoamericanos, un convencido liberal, comió con Letelier poco después de la
llegada de éste a Washington. Con la mira puesta en las próximas elecciones de
1976, Letelier también logró acercamientos exitosos con los consejeros de los
contenedores demócratas, en particular con la gente de Jimmy Cárter. Cualquier
posibilidad de éxito de los demócratas asustaba a Pinochet y a Contreras, ya que
significaría el fin de la conveniente relación con la administración Ford y la
sustitución de Henry Kissinger. Pero lo que más temían era una abierta ruptura
con Washington, debido al problema de los derechos humanos. (6)
Letelier conquistó también gran altura entre los exiliados de la Unidad Popular,
que lo designó para representar a Chile en la reunión preparatoria de la
Conferencia de Países no Alineados, en Argelia, realizada durante la segunda
semana de junio. La organización había condenado a la junta, reservando un lugar
en la conferencia a la coalición de la UP. La nominación de Letelier como
representante ante la reunión de Argelia, significó su primera aparición pública en
un papel que podía presagiar su liderazgo en la coalición de la resistencia.
Había una lógica de tipo político para el ascenso de Letelier. El Partido Comunista
era demasiado controvertido, demasiado íntimamente asociado a la Unión
Soviética como para dar una imagen unificadora para la izquierda, especialmente
en vista del inflexible rechazo de los democratacristianos a cualquier tipo de
alianza con ellos. Además, la junta aún mantenía en su poder al Secretario
General del Partido Comunista, Luis Corvalán y el senador Volodia Teitelboim,
teórico del partido, residía en Moscú. El socialista Clodomiro Almeyda, portavoz de
hecho de la Unidad Popular, gracias a su estrecha relación con Allende y su alto
puesto en el gobierno de la UP, era respetado, pero carecía de la inspiración y la
energía necesarias para ser la figura central de una lucha que muchos pensaban
podía durar diez años. Carlos Altamirano, senador y Secretario General del
Partido Socialista hasta 1979, tenía seguidores en el interior. Su negativa a
abandonar Chile después del golpe y su dirección clandestina del partido, hasta
que finalmente se vio obligado a salir, unos meses después, reforzó su fama de
valentía. Pero Altamirano no pudo borrar la imagen de equivocado político que
tenía para muchos. Con la muerte de Allende, el máximo puesto directivo aún
estaba vacante.
Durante 1975 y 1976, Orlando Letelier, quien nunca fuera un miembro clave en el
interior del Partido Socialista, había madurado, convirtiéndose en un político
abierto y poco ambicioso. Tenía relaciones cordiales con los democratacristianos
de centro y se había ganado el respeto tanto de los comunistas como del MIR.
Fuera de Chile, tenía muchos aliados entre los numerosos partidos
socialdemócratas europeos.
En 1976, Letelier realizó cuatro viajes a Holanda. Amsterdam contaba con una
activa comunidad de exiliados chilenos y un fuerte movimiento de solidaridad
holandesa, siendo al mismo tiempo la sede de la división europea del Instituto
Transnacional del IEP. Letelier estaba convencido de que Holanda era el país
ideal desde el que podía organizarse un boicot económico contra Chile. La
resistencia chilena tenía allí un fuerte aliado: el Partido Laborista Holandés
gobernante, partido socialdemócrata que también gobernaba varias de las
ciudades principales. Al mismo tiempo, podía contarse con los sindicatos
holandeses para una solidaridad activa.
"Un boicot, incluso si es realizado por un solo país, puede ser efectivo", señaló. "Y
aunque este boicot no tenga consecuencias directas sobre la economía chilena,
producirá efectos políticos".
Letelier hizo esfuerzos por lograr que el gobierno holandés, en una próxima
reunión del consejo directivo del Banco Mundial, hiciera uso de su influencia y su
voz para impedir los préstamos de este banco a Chile. También intentó persuadir
al gobierno de que admitiera en el país más chilenos refugiados. Se reunió con el
presidente del Partido Holandés del Trabajo, Ina van der Heuvel, con el Ministro
de la Cooperación para el Desarrollo, Jan Pronk, con el miembro del Parlamento,
Relus Ter Bek, que se desempeñaba como encargado del Comité de Asuntos
Extranjeros, con el alcalde de Rotterdam, Andre van der Luow, y con un grupo de
dirigentes sindicales que incluía al Secretario General de la Federación de
Trabajadores Portuarios. Tras numerosas reuniones con Letelier, Relus Ter Bek
opinó que lo consideraba el más razonable, articulado, pragmático y bien
intencionado de los dirigentes chilenos que había conocido en Europa. Señaló que
sólo Letelier entendía la complejidad de la política europea.
Durante su visita de junio, Letelier manifestó una ¡dea que puede haber servido
para alimentar la creencia de la DINA de que estaba a punto de formar un
gobierno en el exilio. Propuso el establecimiento en Holanda de un "Instituto
Salvador Allende", que sirviera para preparar un gobierno constitucional y entrenar
a los futuros funcionarios gubernamentales, escogiéndolos entre los exiliados. El
equipo de ese instituto estaría preparado con elementos humanos y programas
que incluirían el diseño de una nueva constitución, en el momento de la caída del
régimen de Pinochet. Presumiblemente, el instituto se fundó en Rotterdam bajo los
auspicios de Andre van der Luow, el alcalde de la ciudad, quien se había reunido
con Letelier en febrero.
El "momento justo" para la muerte de Letelier, como uno de sus asesinos recordó
más tarde, era septiembre, mes del inicio de la primavera en Chile; mes del
nacimiento de la nación, en 1810, bajo la espada de Bernardo O'Higgins, el
George Washington de Chile; mes del golpe de Pinochet, en 1973; del asesinato
de Prats, en 1974; del atentado a Bernardo Leighton, en 1975. Para ese
septiembre de 1976, la víctima elegida por la junta era Orlando Letelier.
Townley trabajaba en estrecho contacto con los jóvenes tenientes y capitanes que
constituían la médula del Comando General de la DINA. Los muchachos de
Contreras adoptaron la actitud de conquistadores, despreciando al enemigo,
especialmente por su incapacidad o falta de voluntad para defenderse. Sus
metáforas más importantes las copiaron de la jerga médica: el comunismo era "un
cáncer en el cuerpo de Chile", la eliminación de este cáncer mediante una
"operación sangrienta" era la única esperanza para "salvar el organismo como un
todo". "Eliminación" llegó a ser un eufemismo aceptado para entender "asesinato".
Uno de los integrantes de este círculo interno era el teniente primero Armando
Fernández, quien llegó a ser amigo de Townley, compartiendo su infantil
entusiasmo y su devoción a "Mamo", el coronel Contreras. Proveniente de una
rígida familia de militares, había ingresado a la Academia Militar por consejos de
su padre, el general en retiro Alfredo Fernández. El joven Armando se graduó en
la Academia, recibiendo el grado de teniente en 1969. Fornido, de mediana
estatura y cara de niño, tenía un aspecto serio e inocente. Sus cortos cabellos
negros caían sobre la amplia frente y las espesas cejas que enmarcaban sus
oscuros ojos acentuaban el color mate de su piel. Típico chileno de clase media,
obviamente no pertenecía a la aristocracia, pero su arribismo así lo hubiera
deseado. Los que conocían a la familia, describían a Armando como un "buen
muchacho".
La mayor parte de los agentes de la DINA tenían sobrenombres. A Fernández lo
llamaban "el águila". Era uno de los muchachos favoritos de Contreras y, como
Townley, fue asignado a la Sección Externa.
Por las precauciones y advertencias, sabía que Espinoza no lo había citado por
cualquier cosa. Tras recorrer cerca de un kilómetro, nuevamente volteó a la
derecha, entrando en la ancha e inconclusa Avenida Américo Vespucio, una
arteria que circundaba la ciudad. Algunos metros más adelante, la arteria
terminaba en el Colegio Saint George's. Pensó que incluso en días laborales no
había tanto tráfico como para justificar la construcción de la avenida, que
seguramente ocupaban sólo los alumnos y el personal del colegio. Más adelante,
hacia la izquierda y cerca de un lugar llamado La Pirámide, divisó un coche oscuro
y se estacionó detrás.
Tomaron café y conversaron, primero sobre sus respectivas familias y luego sobre
asuntos relacionados con la DINA. Por fin, Espinoza fue al grano, preguntándole si
estaría dispuesto a aceptar otra misión fuera de Chile.
-"¿Eliminación?"
-"Sí".
Ni siquiera era necesario preguntar. Al nivel de Espinoza, las órdenes nada tenían
que ver con asuntos tan triviales como viajes de compra de equipos electrónicos.
"Éste es a los Estados Unidos", dijo Espinoza. "¿Crees que podrías conseguir a
esos cubanos con los que trabajaste antes? No necesito decirte que este
operativo es de primera prioridad. Las órdenes vienen de Mamo".
Esa acotación tampoco era necesaria. Townley sabía que, básicamente, la DINA
sólo operaba bajo las órdenes de Contreras, quien respondía exclusivamente ante
Pinochet. Otro asesinato. Más viajes que lo alejaban de casa... Y Espinoza le
pedía aceptar sin siquiera decirle el nombre de la víctima. No se mostró
entusiasmado. Más bien, se quedó mudo.
Respondió a Espinoza: "Las relaciones con los cubanos han estado irregulares.
Tenemos buenas relaciones con uno de los grupos. Durante casi un año trabajé
con un tipo que designaron para viajar conmigo por Europa. Después estuvo aquí
en Chile, en mi casa. La DINA lo conoce".
Se quejó de que casi la mayor parte de 1975 había estado fuera de Chile y dijo
que su esposa estaba a punto de ser sometida a una histerectomía. Pero dijo no
tener objeciones a la petición de eliminación de Espinoza.
-"¿Cuándo?"
Después de más de una hora, se puso fin a la reunión. Espinoza le dijo que
volvería a ponerse en contacto con él.
Durante el corto trayecto de regreso a casa, pensó que, como siempre, cumpliría
las órdenes. Al llegar, le contó a Inés que la sección de operaciones exteriores
tenía otra misión para él. Inmediatamente, ella entendió de qué se trataba. Fue tal
vez en ese momento cuando Inés "Mariana" Callejas, la muchacha de una
pequeña ciudad de Chile, se dio cuenta de que el buen mozo joven
norteamericano con quien se había casado, se había transformado, simplemente,
en un asesino a sueldo de la DINA. Posteriormente, Inés escribió acerca de lo que
pensó en ese momento:
Townley y Fernández llegaron juntos a la reunión. Pocos minutos más tarde, arribó
Espinoza en un Chevy Nova rojo, de los automóviles que importó la junta para
usarlos como vehículos policiales, pero que terminaron en poder de los oficiales,
como vehículos privados. Fernández permaneció en el auto mientras Espinoza y
Townley daban un paseo. "Más departamentalización", pensó Townley. Espinoza
tenía órdenes precisas que impartir y cortó en seco las expresiones amistosas de
Townley. La misión sobre la que había hablado unas semanas antes, estaba a
punto de empezar y era realmente urgente.
El blanco era el "ex Canciller" (11) Orlando Letelier. "Desde que lo liberamos",
informó Espinoza a Townley, "Letelier ha estado dando problemas al gobierno en
el exterior. Debes hacer aparecer su muerte lo más accidental posible; prepara un
accidente automovilístico, un suicidio, o algo por el estilo. Usa a tus amigos
cubanos sólo como apoyo", dijo.
Townley pensó en sus aparatos Fanon-Courier, uno de los cuales sabía que
estaba en Nueva Jersey, listo para ser usado. Era un sistema rápido, a prueba de
tontos y absolutamente letal. Además, no era necesario enfrentarse con la víctima.
La bomba de Townley aseguraría que el trabajo fuera realizado. Preguntó a
Espinoza si aceptarían una bomba, en caso de que otros métodos no dieran
resultado. "Sólo asegúrate de que Letelier esté solo", le contestó Espinoza. "Haz lo
que sea necesario. Tus órdenes son eliminarlo por cualquier medio. Tú y
Fernández son responsables del asesinato. Deja que los cubanos te ayuden, si los
necesitas. Involúcralos, pero ustedes mismos den el golpe".
Pocos días más tarde, Espinoza citó a Townley en las oficinas del centro de
Santiago; Fernández también estaba presente. Recibieron boletos aéreos abiertos
para viajar entre Santiago, Buenos Aires, Asunción, Santiago. Fernández, en otra
reunión, había recibido S5.000 dólares en efectivo. Enseñó el dinero a Townley,
dándole un sobre que contenía cerca de $1,000 dólares.
Tal vez debería haberlo impedido. Debería haber sido inflexible y caprichosa (lo
soy habitualmente). Haberlo amenazado con el abandono o la indiferencia. Pero
no lo hice, a pesar de saber, por la evasiva mirada de sus ojos azules, por sus
respuestas elusivas, que esta era una misión que él no comprendía del todo. Era
una orden que debería haber cuestionado las órdenes que recibía. Le dije: "No me
gusta esto", pero él ya sabía que no me gustaba. Sabía que no confiaba en los
soldados para los que él era otro soldado más en el trabajo, pero sólo un civil
cuando llegaran los buenos tiempos.
Townley dejó la estación terminal con el individuo, miembro de Milicia, uno de los
más nuevos grupos terroristas anticomunistas, que operaba bajo la tutela del
SIDE. Milicia había adquirido una particular fama gracias a su predilección por
robar coches Ford Falcon, realizar secuestros y sostener una posición ideológica
nostálgica de Hitler y el Tercer Reich. Poseía una editorial, también llamada
Milicia, que imprimía textos nazis.
Durante más de un año, los chilenos habían estado presionando a Paraguay a que
se les uniera en una dudosa causa para coordinar sus servicios de inteligencia. La
llamaban Operación Cóndor y, por supuesto, Contreras se autodenominaba
"Cóndor Uno". Sólo pocas semanas antas de la llegada de dos agentes de la
DINA, Paraguay se había integrado a Cóndor como miembro oficial,
estableciéndose códigos especiales y teletipos. Contreras, en una ceremonia
formal en Santiago, había galardonado a Guanes con una medalla de bronce que
decía: "En conmemoración de! ingreso de Paraguay a la Operación Cóndor. Julio
de 1976". Y ahora, antes de terminar el mes de julio, Contreras estaba pidiendo
ayuda en una misión específica.
Una jerigonza de letras salió del teletipo de la oficina central de J-2. El mensaje
llegaba a través del canal Cóndor y luego de su decodificación, podía leerse:
Después de comer, tomaron un coche que los llevó a través de las nueve cuadras
de la Avenida Mariscal López, hasta un grisáceo edificio donde, en un letrero
colocado a la altura del tercer piso, se leía "Estado Mayor del Ejército", en grandes
letras rojas. Un guardia los dejó pasar las grandes rejas de hierro, conduciéndolos
por un elaborado jardín hasta la puerta trasera. El capitán Sosa, oficial
naval, (14) los escoltó luego hasta la oficina del coronel Guanes. Allí, un mayor del
Ejército les comunicó que eran esperados pero que, por desgracia, el coronel
Guanes estaba fuera de la ciudad y él no podía ayudarlos personalmente, aunque
su petición de documentos no presentaba ningún problema. Sólo deberían
entregar dos fotos tamaño pasaporte y otras cinco más pequeñas, tamaño carnet.
Durante la reunión, Townley dejó que hablara Fernández. Para esta misión, se
presentaba como Oficial del Ejército de Chile y sabía que, a pesar de su fluido
español, después de unas cuantas frases podrían notarle su acento
norteamericano. Por otra parte, Fernández había sido muy celoso de su rango en
esta misión, dejando bien en claro que, mientras estuvieran en Paraguay, era él el
encargado.
Varios días más tarde, Townley y Fernández fueron citados a la oficina del jefe de
personal del ejército, el general Alejandro Freites. Fernández estaba muy
nervioso. Como teniente, se sintió intimidado y desconcertado por esta entrevista
personal con un oficial de tan alto rango. Cuando un mayor los escoltó a la oficina
del general y les pidió presentarse, el nerviosismo de Fernández se convirtió en
ira, al oír a Townley presentarse como un capitán de telecomunicaciones del
Ejército chileno. Townley lo había superado.
Freites les manifestó que tendrían que esperar sólo un tiempo más, porque el
coronel Guanes acababa de regresar de Brasil y se haría cargo personalmente de
su solicitud.
Pero la verdad era que Guanes había regresado hacía varios días a Asunción. La
demora en la obtención de los pasaportes y las visas no se debía a su ausencia,
sino a la desconfianza de prestar el nombre de Paraguay en una misión
desconocida de la DINA en la capital de Estados Unidos. Ayudar a otros países
que necesitaban documentos falsos para borrar pistas en misiones
antisubversivas, era algo rutinario para ellos, incluso mucho antes de la existencia
de Cóndor. Las mismas autoridades norteamericanas toleraban este tipo de
operaciones en otros países latinoamericanos. Pero esta misión en la capital de
Estados Unidos revestía peligros para el Paraguay. Los chilenos aseguraban que
la CIA había dado su autorización a la DINA, pero Guanes prefirió asegurarse
directamente con los norteamericanos.
Teruco prometió a Guanes que se ocuparía del asunto, pero él también tenía un
problema, ya que fuera del jefe de la Central de la CIA, sólo el embajador podía
extender visas norteamericanas en pasaportes falsos, y el embajador George
Landau no regresaría a su oficina hasta el lunes 26 de julio.
Cuando llegaron al Palacio de Gobierno, habían colocado una larga alfombra roja,
lo que indicaba la llegada de alguna personalidad. No queriendo ensuciar la
alfombra con la huella de sus pisadas, avanzaron por la orilla. Los condujeron a
una oficina, presentándolos al doctor Conrado Pappalardo, un hombre de unos
cincuenta años que, según les informaron, era un alto funcionario del despacho de
Stroessner. En su declaración, posteriormente, Townley sólo recordó su apodo,
"Teruco". Pappalardo era simpático, aunque algo pomposo y autoritario. Los
impresionó con la envergadura de sus contactos y la importancia de su posición.
Cortésmente, le hicieron notar su impaciencia por la demora. Él les aseguró que
las dificultades habían llegado a su fin, ya que los pasaportes estaban listos y él,
personalmente, se encargaría de obtener las visas apropiadas, lo cual no
constituía un problema, ya que era amigo personal del embajador George Landau.
Pappalardo tenía otro "buen amigo" que podría ayudarlos en Washington, según
les dijo, mencionando al general Vernon Walters, mirándolos al mismo tiempo,
para ver si estaban impresionados. Llamen al general Walters, les dijo, dándoles
un número telefónico que Fernández anotó.
El mensaje era claro: los paraguayos habían entrado en sospechas y los habían
vigilado, informando a los norteamericanos acerca de una misión de la DINA en
Washington. Los paraguayos habían probado ser menos crédulos de lo que
Cóndor Uno había esperado.
"Nuevas órdenes", le dijo. "No les gusta como huele esto. Tenemos que regresar
inmediatamente a Santiago".
A fines de octubre, los cuerpos hinchados de los dos cubanos, Jesús Cejas y
Crescencio Galamena, con los pies encementados, aparecieron en los bancos
areneros del río Lujan, cerca de Buenos Aires.
Pocos días después del regreso a Santiago de Townley, los médicos del Hospital
Militar dieron de alta a Inés, haciéndola guardar cama en su casa de Lo Curro. El
invierno derivaba ya en primavera. Terminaron las lluvias y aumentó la
temperatura.
Manuel Contreras consideró que el episodio del Paraguay había sido un molesto
retraso, pero no un obstáculo imposible de superar con agudeza. Mucho más lo
molestaba la incapacidad de la inteligencia paraguaya para colaborar
eficientemente y merecer su participación en la Operación Cóndor. Contreras
comenzó a trabajar duramente con su propio personal encargado de la
documentación y con amigos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, a fin de
evitar nuevos problemas en la obtención de documentación falsa segura.
Osorio aceptó. Hombre ambicioso, casado con Mary Scroogie Alessandri, sobrina
del ex presidente Jorge Alessandri, más tarde pagaría un alto precio por su
colaboración con la DINA. Pero en ese momento, la oferta de Contreras se
ajustaba muy bien a sus inclinaciones ideológicas y políticas. Germanófilo, durante
muchos años prestó servicios en el consulado chileno en Bonn, a comienzos de
los años sesenta. Allí, se conquistó la simpatía de los alemanes de ultra derecha,
sacando a relucir su antigua participación en un grupo nazi chileno juvenil. Durante
el gobierno de Allende, Osorio estuvo relacionado con Patria y Libertad. Desde el
golpe, sus ideas derechistas le sirvieron muy bien en su carrera dentro del
Ministerio. El hecho de ayudar colateralmente a la policía secreta no interferiría su
estilo de vida y un favor a Contreras, el segundo hombre más poderoso del
régimen, conduciría a favores recíprocos.
Los agentes de la DINA Rene Riveros y Rolando Mosqueira recibieron una orden
de reportarse a la oficina de Espinoza, quien les dijo: "Antes que termine la
semana, viajarán a Washington". Contrariamente a las prácticas habituales de la
DINA, no se les permitió elegir sus nombres falsos para esa misión. Los
pasaportes que recibieron de Espinoza estaban a nombre de Alejandro Romeral
Jara y Juan Williams Rose. Riveros, un aficionado a la historia militar, reconoció su
nombre como el de un héroe naval chileno de ascendencia inglesa que, hace un
siglo, reclamó para Chile el Estrecho de Magallanes. El propósito de su misión era
actuar como señuelos y despistar así cualquier investigación que surgiera como
consecuencia de las sospechas creadas en Asunción.
En Chile, entretanto, comenzó la etapa número dos del plan. Fernández y Walker,
que ya contaban con sus pasaportes visados, recibieron la orden de partir el 25 de
agosto.
Liliana Walker dejó pocas huellas de sus actividades durante los sofocantes días
de agosto en Washington. Un recibo del Hotel Washington indica que ella y tal vez
un acompañante tomaron un par de whiskies con soda en el bar Sky Terrace del
hotel. Ocupó la habitación hasta el 6 de septiembre. Y no hay más datos.
Cualesquiera hayan sido los pretextos que tuvieron Fernández y Walker para
justificar su misión, se frustraron en su intento por seguir a Letelier. Desde el 26 de
agosto al 6 de septiembre, éste estuvo menos de cuarenta y ocho horas en el área
de Washington. El día en que llegaron Fernández y Walker, Letelier estaba en su
oficina de la Calle 19, entre Dupont Circle y la Calle Q. El día anterior había
llegado de sus vacaciones en Rehoboth Beach, donde su esposa arrendó una
casa, para asistir a una reunión en el IEP, a las 8:30 a.m. Estuvo en Washington
las noches del 25 y 26 de agosto y, en la tarde del viernes 27, regresó a
Rehoboth. El sábado en la mañana volvió a Bethesda y permaneció en su casa,
haciendo llamadas telefónicas hasta cerca de las 4:00 p.m. Luego tomó un avión a
Nueva York, saliendo esa noche hacia Amsterdam. Los agentes de la DINA y su
víctima se separaron; durante casi una semana, el complot mismo pareció
fragmentarse, con Letelier en Amsterdam y Fernández con la Walker en
Washington.
En Union City, Nueva Jersey, los amigos de Townley del Movimiento Nacionalista
Cubano nacían planes para bombardear el carguero soviético Iván Shepetkov,
anclado en el puerto Elizabeth de Nueva Jersey.
Notas:
1. Sólo Pinochet y Contreras conocían el contenido específico de los informes de inteligencia. Los
extraños se limitan a hipotéticas reconstrucciones basadas en los acontecimientos y operativos de
la DINA.
2. Uno de los militantes medios del Partido Comunista detenido por la DINA, resultó ser un agente
de la CIA que mantenía informados a los servicios de inteligencia norteamericanos acerca de los
planes del partido. Un funcionario de la CIA se acercó discretamente a un oficial de la DINA con el
que había trabajado. De acuerdo a lo que un funcionario norteamericano en Chile contó, la CIA
manifestó a la DINA que "X", el miembro del Partido Comunista declarado desaparecido, podría
servir a la causa común de la seguridad nacional chileno-norteamericana más efectivamente si era
liberado. Según dijo la fuente, la CIA ofreció "usarlo en conjunto", compartiendo con la DINA los
"resultados de la labor de inteligencia" del infiltrado.
3. La lista incluía a Joanne Omang, del Washington Post; Rudolph S. Rauch III, del Time; Juan de
Onís, del New York Times; William Montalbano, del Miami Herald; a los corresponsales de la
Televisión Nacional Alemana, de Suecia, Italia y México. Los periodistas soviéticos y de Europa
Oriental fueron expulsados automáticamente.
7. Naturalmente, la fecha de la decisión de asesinarlo sólo la saben los autores del crimen.
9. Las fuentes de la DINA que se relacionaron con los italianos durante la estadía de éstos en
Chile, que duró hasta comienzos de 1977, dijeron que éstos usaban los nombres de Alfredo o
"Topogigio", Luigi o "Gigi" y Mauricio. Después de que la noticia de las relaciones entre di Stefano y
Townley la publicara en The Nation, en junio de 1979, John Dinges, el periódico romano La
Repubblica escribió que aquél había sido identificado como un terrorista fugitivo, llamado Stefano
delle Chiaie.
12. En 1978, año en que ella escribió estas líneas, Fernández había sido ascendido a capitán.
13. Townley no identificó a este individuo, si bien seguramente sabía su nombre. Es extraño que
sus acusadores no le hayan pedido identificarlo, a fin de localizarlo y obtener de él lo que habría
sido una valiosa colaboración en relación a la evidente conexión entre Townley y Fernández.
14. Siendo Paraguay un país mediterráneo, es casi una ironía la existencia de la Marina en las
Fuerzas Armadas de ese país. (N. del T.).
15. Cualquiera que haya contestado el teléfono en la oficina de la DINA, se identificó como "Lucho
Gutiérrez", clave que significaba que era esa la Sección Exterior de la DINA.
17. Tanto en la misión de Argentina como en la de Italia, Townley trabajó con terroristas civiles,
relacionados con los servicios de inteligencia. Los miembros de Milicia y de AAA que ayudaron en
el asesinato de Prats, trabajaban directamente bajo las órdenes de SIDE, servicio de inteligencia
militar de Argentina. El grupo fascista italiano que había colaborado en el atentado a Leighton,
tenía lazos informales con los servicios de inteligencia de ese país que, en 1975, estaban
controlados por la derecha.
18. Fernández, Contreras y Espinoza negaron posteriormente saber el nombre real de Liliana
Walker. Las órdenes precisas que recibieron Fernández y su nueva compañera, nunca han sido
reveladas, o se perdieron en la maraña de la posterior actividad de espionaje. Una parte de la
misión, pero probablemente no la única, consistió en la vigilancia previa de Letelier en Washington,
eso es lo que posteriormente declaró saber Townley. Pero el papel de la atractiva agente, cuya
identidad hasta ahora han logrado ocultar los chilenos, es un misterio. Una explicación aceptable
es que ella tenía órdenes de seducir a Letelier, arrastrándolo a una situación comprometedora, con
la que el asesinato podría realizarse con mayor seguridad y tranquilidad.
VIII
UN ACTO DE TERROR
A los 25 años, Ronni había pasado de una infancia retirada al mundo de la política
internacional. Había crecido en Passaic, Nueva Jersey, donde sus padres -Murray e Hilda
Karpen- tenían una tienda de productos alimenticios. La atención que los Karpen dedicaban
a sus embutidos y pasteles, dejaba a sus hijos en segundo plano, pero para ellos, era
precisamente esa actividad de sus padres lo que hacía posible su asistencia a la universidad.
Para Michael Moffitt, joven economista que trabajaba con Richard Barnet en el instituto,
Ronni era la encarnación misma de la alegría. Luego de un rápido y romántico noviazgo, se
casaron el Día del Recuerdo, el 30 de mayo de 1976. Les compañeros del IEP y los amigos
asistieron a la ceremonia realizada en el patio trasero de la casa de los Karpen, en Passaic.
Fue una suntuosa comida de bodas, con salchichas, paté, pasteles y champaña, bajo un
toldo en donde comieron, bebieron y bailaron hasta el anochecer.
Cuatro meses más tarde, los invitados a la boda recordarían los pequeños incidentes como
premonitorios: el viento que voló la chupah, arco que cubre a los novios en las ceremonias
nupciales judías, y el tropezón de Ronni cuando se encaminaba hacia el rabino.
El día estaba abochornado, con esa característica niebla de Washington desde junio a
septiembre. El cielo estaba cubierto. Ronni personificaba todo el brillo del cual el día
carecía. Cuando volteaba la cabeza para hablar con Orlando, Michael podía contemplar su
perfil. Se sintió más cómodo cuando abrió un poco la ventanilla, permitiendo que el humo
del cigarrillo de Orlando saliera.
Michael Moffitt escuchó un ruido agudo "como un alambre caliente sumergido en agua
fría". Vio un fogonazo sobre la cabeza de Ronni y luego lo sobrecogió un ruido demoledor,
ensordecedor.
William Hayden, un abogado que conducía detrás del coche de Letelier, salió
violentamente de su sopor matinal a causa del chispazo y la onda expansiva. Más tarde,
declaró: "Vi un automóvil que prácticamente caía del cielo envuelto en llamas". El
Chevelle de Letelier cayó sobre un Volkswagen estacionado y rodó hasta detenerse,
totalmente quemado, frente a la embajada de Rumania, dejando a su paso un reguero de
vidrios, sangre y trozos de metal y carne.
Los policías del Servicio Ejecutivo de Protección que custodiaban las nueve embajadas de
la calle, aparecieron de varios puntos, corriendo hacia los restos del coche y desviando el
tránsito.
Moffitt relató: "El auto se levantó del piso. Comencé a sentir el hedor más increíble en toda
mi vida ... Hacía mucho calor... Parece que nos detuvimos. Yo estaba arrodillado en el piso
y no sentía nada de la cintura para abajo. Había humo".
Moffitt salió expulsado del automóvil, sin un zapato, aturdido. Aspiró aire fresco para
desintoxicar su pulmones. "Vi a Ronni por detrás, tratando de arrastrarse hacia la orilla".
No vio a Orlando.
Corrió por el costado de los restos del vehículo, hacia el asiento del conductor y, en ese
momento, lo vio. "Había un boquete enorme en el auto y Orlando estaba dado vuelta,
mirando hacia la parte de atrás, con la cabeza medio colgando, trataba de moverla hacia
adelante ..." "¡Orlando!", gritó Michael abofeteándole el rostro. "Soy Michael, ¿me oyes?"
Vio a Letelier "tratando de murmurar algo, pero nunca dijo nada comprensible". Moffitt
entró al automóvil humeante, por entre trozos de metal retorcidos y, "traté de poner mi
brazo bajo su espalda y levantarlo, pero estaba muy pesado. En ese momento miré hacia
abajo y vi su carne abierta, con la parte inferior de su cuerpo separada del resto".
Desesperadamente, intentó alzarlo de nuevo, con todas sus fuerzas, pero no logró levantarlo
de la humeante carrocería. Con el rostro ennegrecido, cubierto de sudor, desistió y, lleno de
rabia y frustración, gritó: "¡Asesinos! ¡Fascistas!"
En ese momento vio a Ronni que yacía en el césped de una embajada. Había una mujer
inclinada hacia ella. "¿Quiere ayudarme?", le dijo. "Pero ella me contestó, «no. Déjeme
tratar de detener la hemorragia»". La mujer trató de llegar a la garganta de Ronni y colocar
su cabeza de modo de detener la hemorragia; "la sangre manaba de su boca", dijo Moffitt.
"La sangre le saltaba por la boca, había sangre por todas partes", declaró el oficial Walter
Johnson de la policía metropolitana. Johnson llegó al lugar de los hechos minutos después
de recibir una llamada por radio de un oficial de policía de Protección Ejecutiva. Vio el
automóvil destrozado y corrió hacia el vehículo.
Johnson divisó un carro de incendios y solicitó a su conductor que pidiera una ambulancia,
por si todavía no habían llamado a ninguna.
"Entonces, vi a un hombre blanco . . . corriendo alrededor, muy excitado. Sus cabellos
estaban chamuscados. Gritaba cosas, dando a entender que los fascistas habían colocado
una bomba". "¡Los fascistas lo mataron!", gritaba Moffitt. "Lo asesinó la DINA. Pinochet,
el criminal".
Ante ese panorama, el detective Johnson sintió náuseas. Oyó gritos, vio más sangre, piernas
cortadas. Llegaron otros vehículos y más policías y sirenas. La multitud comenzó a
amontonarse.
Llegaron las ambulancias, abriéndose paso con ululantes sirenas por entre el tráfico
detenido. Letelier, lívido, sobre un charco de sangre, la medida de su evanescente vida, fue
sacado en entre los escombros por un oficial de la policía y los camilleros de la ambulancia.
Los enfermeros, inclinados sobre los muñones de sus piernas, trataban de tapar los vasos
sanguíneos. La ambulancia partió velozmente. Una vez que llegaron al Hospital George
Washington, situado a un kilómetro de distancia, Letelier ya había muerto.
Cuatro agentes del FBI salieron de un coche sin emblema y lograron entrar a Sheridan
Circle. Observaron la escena y comenzaron a dar órdenes. Una segunda ambulancia que
llevaba a Ronni Moffitt, salió hacia el hospital. Un policía no permitió que Michael Moffitt
acompañara a su esposa.
Cuando desapareció la última ambulancia, el agente especial del FBI L. Cárter Cornick se
esforzó por recordar todos los detalles sin perder la visión de conjunto. Se dio cuenta, como
lo mencionó más tarde en su declaración, que las ambulancias se habían llevado a las
víctimas, pero habían dejado un pie en e! pavimento, aún dentro de su zapato. Cornick
ordenó un estrecho cordón policial y luego acordonó toda el área, dividiéndola en secciones
numeradas para identificar con precisión cada lugar donde podían encontrarse evidencias.
Llegaron más agentes del FBI, entre ellos, el máximo oficial de la sede de Washington, el
agente especial Nicholas Stames. Informado sobre la identidad de Letelier, Stames supuso
que habría mucha publicidad, probablemente consecuencias políticas y presiones de
muchos grupos. Se acercó a Cornick y le dijo: "Este caso es suyo. Actúe".
Más tarde, Cornick recordó: "Todavía estaba allí Mike Moffitt. Ofuscado, gritaba: «¡DINA.
DINA!» Yo no sabía qué era la DINA, pero no tardé mucho tiempo en saberlo".
Finalmente, un coche policial llevó a Moffitt al hospital, donde Ronni recibía tratamiento
médico de emergencia. Llamó al IEP. La recepcionista Alyce Willy, al oír su voz, empezó a
bromear como de costumbre, "Él me dijo: «Basta, Alyce». E inmediatamente me di cuenta
de que algo malo había sucedido", recordó ella. "Me dijo algo sobre una explosión, un
automóvil. Que Orlando había muerto y que la DINA lo había hecho, o algo así. No fue
muy claro. Yo no sabía quién era la DINA, parecía el nombre de una mujer. Michael me
dijo que estaban atendiendo a Ronni y que no sabía cómo estaba. Me pidió llamar a Isabel.
Yo le pedí a Liliana que lo hiciera".
Liliana Montecino, secretaria de Orlando Letelier, llamó a Isabel, diciéndole que había
ocurrido un accidente con el automóvil de Orlando y que fuera al Hospital George
Washington. Mecánicamente, agregó: "No se preocupe, todo está bien". Liliana descendió
nerviosamente a la calle. Hacía menos de tres años, había recibido una llamada similar
desde Santiago de Chile: su hijo mayor, Cristian, había tenido un accidente. Dos agentes de
la DINA lo arrestaron, aparentemente confundiéndolo con otra persona. El hijo de Liliana
murió durante la tortura.
Pocos minutos más tarde, Alyce llegó a casa de Saul Landau. Entre sollozos, le dijo: "Un
accidente terrible ... Orlando está muerto .. . Ronni .. . Ronni . .. Ven al IEP. Marc y Dick
están en el hospital . . ." Landau corrió al instituto, llegando pocos minutos antes de que los
reporteros y otras personas ajenas comenzaran a repletar la recepción. Pidió a todos que
salieran y cerró la puerta con llave.
En la sala de emergencias del hospital, Marcus Raskin y Richard Barnet fueron informados
de la muerte de Orlando. Las autoridades del hospital, dándose cuenta de la naturaleza poco
usual del acontecimiento, hicieron de lado las precauciones burocráticas y dieron todas las
informaciones. No fue sino hasta la llegada de Ann, la esposa de Barnet, cerca de las 10:30
a.m., quien recurrió a su status médico para obtener información, que los codirectores del
IEP tuvieron la confirmación definitiva de que Ronni también había muerto, ahogada por su
propia sangre. Con un trozo de metal, la carótida se seccionó y la sangre, pasando a través
de la tráquea, había inundado sus pulmones.
Ann Barnet vio a Ronni. Su rostro, severamente quemado, estaba totalmente negro en
algunos lugares y había perdido por completo el color natural. Tenía claros signos de haber
sufrido agudos dolores.
Isabel Letelier recordó: "La llamada de Liliana me dejó muy nerviosa porque por su voz
comprendí que ella no sabía lo ocurrido. Me dije a mí misma: «Si hubo un accidente,
espero que no haya sido culpa de Orlando, él jamás se perdonaría haber hecho daño a
Michael y Ronni»". Isabel gritó a Illa, su sirvienta, que debía correr al hospital. Se dio una
rápida mirada en el espejo, tal como lo hacía siempre antes de salir. "Estaba vestida con
chaqueta y pantalones negros y, no sé por qué, sentí que no podía ir vestida así. Le dije a
Illa: «No puedo ponerme esto». Me cambié de ropa y salí, dándome cuenta de que llovía.
Tuve una especie de premonición de que algo horrible había sucedido. ¿Habría patinado el
automóvil? No me sentí capaz de conducir, por lo que pedí un taxi. Fue algo muy extraño,
puesto que yo siempre puedo conducir".
"El taxista se demoró siglos. Ustedes saben cómo se pone Washington cuando llueve; todos
van a vuelta de rueda. Cuando nos acercamos a la Mezquita en Avenida Massachusetts, el
tránsito estaba bloqueado en ambas direcciones. Comenzó a apoderarse de mí el pánico y le
dije al chofer: «Mi esposo manejaba el coche que provocó el accidente». Me sentí muy mal.
Orlando preferiría morir antes de lastimar a alguien".
"Vi a Michael Moffitt justo en el momento de llegar; la gente me dijo que había sido una
bomba. Michael gritó: «¡Mataron a mi niña!». Nos abrazamos. Me dolía el pecho y me
sentía muy débil".
Isabel pidió ver el cuerpo de Orlando, pero las autoridades del hospital y la policía trataron
de impedírselo. "No". "Imposible". "No se puede". "Los reglamentos lo prohíben". Citaron
reglas, leyes, autoridad. Isabel insistió. "Sabía que tenía que verlo. No importaba cómo
estuviera, pero verlo muerto era muy importante para mí". Finalmente, con la ayuda de Ann
Barnet pudo entrar a la sala donde yacía el cuerpo de Orlando.
"Vi el cuerpo sin piernas. Fue importante ver qué había hecho el enemigo. Orlando era la
vida, la vida, la vida. Sentí una pérdida terrible. Mi matrimonio podría haber terminado y
podríamos habernos no sólo separado, sino divorciado, pero él habría seguido siendo mi
amigo; en cierta forma, me habría cuidado, como lo hizo cuando estuvimos separados. Y él
era el padre de mis hijos. Cuando entré al hospital y me dijeron que estaba muerto, sentí
que se me doblaban las piernas. No tenía nada de qué agarrarme. La pérdida de Orlando me
produjo dolor en el pecho y la oscuridad me llenó las entrañas, el interior, donde él había
estado.
"Cuando lo vi, sólo con la mitad de su cuerpo, sentí furor. Una inyección de energía me
recorrió el cuerpo que un momento antes había sentido tan débil. Él amaba su cuerpo, sus
piernas, y el enemigo le había hecho esto. Me sentí preparada para luchar contra ellos.
"Pude ver en su rostro el dolor y la sorpresa. Esos deben haber sido sus sentimientos al
morir. No podía soportar el dolor en mi pecho, las ganas de llorar. Tuve razón al exigir ver
su cuerpo. Eso significó que nada había cambiado, ya que yo había estado luchando contra
estos asesinos desde el mismo día del golpe".
Recordó aquel día, en Chile, cuando Moy Tohá recibió la noticia de la muerte en prisión de
su esposo José y ella la acompañó al hospital. Las autoridades dijeron que su muerte había
sido "suicidio". Isabel le había murmurado a Moy en el oído: "Pide ver el cuerpo". Moy así
lo hizo, encontrando evidencias del asesinato.
"Recuerdo cómo se tranquilizó Moy después de eso. Y cómo estaba de tranquila Tencha,
tras la muerte de Salvador. Me dije a mí misma que nunca podría haber logrado esa
serenidad, que habría estado histérica, habría llorado sin ser capaz de pensar. Ansiaba estar
sola y llorar, dejar que mi dolor me saliera por la boca. Pero no pude. El modelo empezó
con el golpe. Cuando Pinochet mata, los sobrevivientes deben hacer lo necesario para
seguir adelante. Eso se había transformado en un medio de lucha. Supe que debía hacer
todo lo que estuviera en mis manos para que la muerte de Orlando costara cara a quienes lo
habían asesinado".
Cuando Ralph Stavins, colega del IEP, llegó a Sheridan Circle, a unos cinco minutos a pie
del instituto, grandes aspiradoras de la policía habían comenzado a limpiar los vidrios y
fragmentos de metal en la calle y los jardines de las embajadas. La lluvia había borrado la
mayor parte de la sangre y algunos hombres treparon a los edificios en busca de
fragmentos, mientras otros buscaban en los techos de Sheridan Circle, recogiendo pedazos
de vidrio, metal, restos de carrocería, trozos de ropa y fragmentos de huesos humanos.
Llegaron más amigos y miembros del IEP. Improvisaron carteles y comenzaron a reunirse
frente a la Embajada de Chile. Los oficiales del Servicio de Protección Ejecutiva
dispersaron a la enfurecida multitud, emitiendo una orden que prohibía manifestaciones en
un radio de quinientos pies alrededor de la embajada.
El embajador chileno Manuel Trueco dijo a un periodista radial que Letelier pudo haber
intentado arrojar una bomba a la Embajada de Chile mientras pasaba por allí y que la
bomba habría estallado en sus manos. Dos consejeros se reunieron con el embajador, tras lo
cual, rápidamente se retractó, aunque demasiado tarde como para evitar que sus
declaraciones aparecieran en los noticieros vespertinos.
Nunca había visto a Letelier, pero reaccionó como amigo de la familia. Mientras él estaba
en Isla Dawson, trabé amistad con su hermana Fabiola y a menudo discutimos su lucha
como abogado para lograr la liberación. A través suyo conocí a Isabel Letelier y, cuando
estuve en Washington en julio, la visité en su casa de Bethesda; recuerdo haberme
desilusionado porque Orlando no estaba.
Corrí las tres cuadras desde mi oficina, en la calle Matías Cousiño, hasta la Plaza de Armas
y entré violentamente por la puerta que tenía un cartel ordinario en donde se leía "Librería
Manantial". Adentro, una puerta llevaba hacia la Vicaria de la Solidaridad de la Iglesia
católica, centro de la actividad por los derechos humanos en Chile. El guardia de seguridad
de la puerta me reconoció, dejándome subir. "¡Mataron a Letelier!", grité mientras subía
por la escalera.
Dije cuanto sabia a un grupo de abogados, empleados y otras personas que se encontraban
reunidas en la oficina del director de la Vicaría, Cristian Precht. Un abogado salió
precipitadamente a buscar a Fabiola, quien, desde la liberación de su hermano, hacía dos
años, había estado trabajando sin descanso como miembro del equipo legal de los derechos
humanos, presionando a la tímida corte chilena para que actuara en los miles de arrestos
ilegales y los cientos de casos de personas desaparecidas. Alguien encendió la radio, pero
aún no había noticias. Fabiola llegó, muy alterada, pálida. Cuando las primeras noticias
confirmaron que Orlando Letelier estaba muerto, se enfureció y se le doblaron las piernas.
Nadie habló, nadie se molestó en decir que la DINA lo había hecho. Como institución, la
Vicaría había subsistido a tres años de detenciones, encarcelamientos y amenazas a
miembros individuales, trabajando bajo lo que ellos llamaban "el paraguas", el precario
santuario protegido por su vinculación a la Iglesia católica y varias organizaciones
internacionales de derechos humanos. Comenzaron los comentarios, pero inmediatamente
se acallaron, mientras el miedo se apoderaba de la oficina. Si la DINA podía asesinar a
Orlando Letelier en las calles de Washington, ¿cómo podíamos estar nosotros aquí a salvo,
con o sin la Iglesia?
Subí a los archivos de la Vicaría, el único lugar en Chile donde se reunían los archivos
completos y los análisis de la actividad de la DINA en la violación a los derechos humanos.
Como en los incontables casos sobre "derechos humanos", los funcionarios de la Vicaría
me ofrecieron su ayuda, sacando las carpetas.
("M" significa muerto; "A" quiere decir asesinato; "D" es desaparecido, tras haber sido
arrestado por la DINA).
Esa tarde, llamé a mi oficina del Post desde un teléfono público, usando un nombre falso:
El asesinato del exiliado chileno Orlando Letelier... forma parte de un modelo claro de
terrorismo dentro y fuera de Chile, que ha ido eliminando a las posibles amenazas al
régimen militar del general Augusto Pinochet.
Los observadores aquí creen que, si bien el atentado contra Letelier se realizó en Estados
Unidos, fue planeado aquí en la oficina de la DINA, la policía secretadle Pinochet.
El denominador común de todos los asesinatos o accidentes sospechosos es que la victima
era un rival militar inmediato para el ascenso al poder de Pinochet, o para su continuación
en el poder; o bien, la víctima era un opositor civil con fuertes lazos entre los generales que
rodean a Pinochet.
EL ABOGADO DE los Estados Unidos, Earl Silbert, tras consultar a Ronald Campbell,
jefe de su división de crímenes mayores, asignó a media mañana en el caso a Eugene
Propper como asistente del abogado por los Estados Unidos. (2)
La designación del miembro más joven de la división, reflejaba la opinión de Silbert de que
"el asesinato era un claro acto terrorista que sería prácticamente imposible resolver". Pero
señaló que Propper "era trabajador e ingenioso y no estaría sometido a presiones". Propper
estaba tomando un café en la cafetería del edificio de la Corte Distrital de Estados Unidos,
cuando Campbell le notificó su nombramiento.
Stanley Wilson, antiguo miembro de la policía metropolitana, maniobró para ser asignado
al caso Letelier-Moffitt, tan pronto como supo la identidad de Letelier. Por haber nacido en
la zona del Canal de Panamá, hablaba español.
EN LA TARDE del 21 de septiembre, la situación en los alrededores y dentro del IEP pasó
alternativamente del caos al orden y de allí nuevamente al caos. Poco después de que
Raskin y Barnet regresaran del hospital, llegaron los periodistas y las cámaras de televisión
repletaron la sala de seminarios de la planta baja.
Waldo Fortín y Juan Gabriel Valdés pidieron a Liliana Montéeme las llaves de la oficina de
Orlando, situada a media cuadra del edificio central. Acompañados por Saul Landau,
revisaron rápidamente los documentos de los archivos de Letelier, para asegurarse de que
no caerían en manos de los agentes del FBI materiales que podrían comprometer la
resistencia chilena, tanto en el interior del país como fuera de él. Valdés,
comprensiblemente desconfiado del gobierno que había ayudado a derrocar a la UP, estaba
convencido de que el FBI entregaría a la DINA todo lo que encontrara. Ninguno de los tres
encontró listas de nombres en la oficina de Orlando; pero ellos no sabían qué documentos
llevaba Letelier en su maletín, o en sus bolsillos. Cualquier información que pudieran
contener esos documentos, ahora estaban en poder de la policía y del FBI.
Michael Moffitt, vistiendo una camisa verde del hospital, prometió trabajar "para reunir a la
gente en el Capitolio a fin de solicitar el término de la ayuda a los dictadores en el poder".
Se esforzó por aparecer con los ojos casi secos ante las cámaras de televisión: "El gobierno
de Estados Unidos ayudó a derrocar el gobierno de Allende y a colocar en el poder a estos
dictadores. Ellos son los responsables de la muerte de mi esposa".
Cuando finalizó la conferencia de prensa, llegó la policía y procedió a evacuar el instituto, a
fin de que el equipo experto en bombas, con perros amaestrados, pudiera inspeccionar el
edificio. Los perros ya habían ladrado al acercarse a un automóvil cerca de Sheridan Circle.
El vehículo pertenecía a un conocido crítico de la CIA, y la policía tomó inmediatamente
todas las precauciones de seguridad. Más tarde, la inspección reveló la existencia de
mariguana en el vehículo, lo que provocó en los adiestrados animales la misma reacción
que les causan los explosivos.
Los perros olisquearon los salones del instituto y las oficinas. Fuera de la oficina de Ralph
Stavins, ladraron y gruñeron, indicando a sus guardianes que habían encontrado algo
interesante. El descubrimiento consistió en un producto químico utilizado en el papel del
mimeógrafo, cuyo olor se parece mucho al de ciertos explosivos.
Afuera, la calle estaba acordonada por la policía. Saul Landau mostró al oficial el
automóvil de Michael Moffitt, abandonado allí por su dueño la noche anterior a causa del
desperfecto, e hizo un movimiento para abrir la portezuela. El policía dio un salto y,
tomándole el brazo, gritó: "¡No toque ese auto! ¡Puede estar minado!"
Alrededor de las 2:00 p.m., llegó al lugar de los hechos el FBI; aunque se le esperaba,
aumentó el malestar general. La oficina había entrado en el caso porque Letelier había sido
miembro del cuerpo diplomático en Washington y, de acuerdo al protocolo, éste era un
status vitalicio, que caía dentro de la jurisdicción federal y no de la local. Los directores,
compañeros y personal del IEP recibieron la llegada de los agentes como si hubieran sido
portadores de la peste negra.
En 1974, el IEP había hecho una denuncia por daños contra el FBI. Basándose en las
informaciones de dos ex agentes de la organización, se supo que ésta había introducido en
las oficinas del IEP informantes ilegales que intervinieron los teléfonos, violaban la
correspondencia y mantenían al personal bajo vigilancia, desde 1968 a 1972. Además, el
IEP acusó al FBI de escarbar sistemáticamente entre sus desperdicios y, en una ocasión,
haber reconstruido a partir de cintas de máquina de escribir en desuso, una carta escrita por
uno de los-funcionarios. En 1975, el FBI admitió ante un comité investigador que había
colocado 62 informantes en el IEP. El fallo aún estaba pendiente en septiembre de 1976.
Así, cuando los agentes del FBI pidieron entrevistar a varios miembros del personal del IEP
que habían estado ligados más íntimamente a Letelier, los jefes del instituto pidieron que
Stavins, ex abogado y profesor de teoría política, estuviera presente. Durante toda la tarde
del 21 de septiembre, los agentes, molestos por esas irregularidades en los procedimientos,
hicieron sus preguntas. Landau fue uno de los primeros entrevistados.
-Pinochet.
-¿Pudo haber existido otra persona que usted piense deseaba o tenía alguna razón para
asesinarlo?
-No.
"Se produjo un agudo ruido, un resplandor de luz blanca ... ¡Jesús!", repetía. El dolor y la
angustia lo invadían, las arrugas que se marcaron ese día en su rostro, aún no desaparecen.
Todavía dominado por el golpe, temblaba constantemente, luchando por dominarse y
contestando con tranquilidad las frecuentes llamadas de los periodistas, a quienes dijo lo
que había ocurrido, repitiendo siempre el mismo mensaje: Pinochet y la DINA habían
asesinado a su esposa y a Orlando Letelier.
No había visto el cuerpo de Ronni. Sabía que Ronni estaba muerta, pero su última imagen
de ella viva insistía en aparecer en su imaginación, provocándole dolor y agonía. Sin temor
de mostrar su pena, dirigió su pasión hacia la venganza. Tan pronto como su convulsionada
mente se recobrara, buscaría a los asesinos. Sin embargo, comenzó su labor política antes
de recuperarse. Durante los seis meses siguientes, continuó escuchando el silbido, el
resplandor de luz blanca, y haciéndose la inevitable pregunta: "¿Por qué no arreglé el auto?
¿Por qué no me senté yo en el asiento delantero?" Preguntas tan justificadas como
irracionales.
LAS MANOS DE Michael Townley temblaban mientras tomaba un vaso de cerveza, con
los codos firmemente apoyados en la superficie barnizada de la mesa. Ignacio Novo y su
esposa Silvia estaban frente a él, junto a la ventana del Restaurante Viscaya, en el corazón
de la Pequeña Habana de Miami. Ignacio, miembro del MNC, había sido el primero en
contarle lo de la explosión en Washington.
Townley estaba ansioso por salir del país y su avión no partiría hasta la medianoche. No
sabía si Silvia formaba parte de la operación, de modo que evadió sus preguntas acerca de
si la DINA estaba inmiscuida. Se imaginaba que Ignacio le habría contado acerca de eso y
que ella era tan militante como podía serlo una mujer en el machista mundo de los cubanos
exiliados, pero era mejor ponerse en guardia.
Desde su llegada a Miami de Newark, el pasado domingo por la noche, los acontecimientos
habían sido enervantes para Townley. Todo el lunes estuvo esperando escuchar las noticias
acerca de una explosión en Washington, imaginando una docena de razones por las que
pudiera haber fracasado. La bomba podría haberse caído, podría haber sido descubierta, no
haber funcionado o, simplemente, Paz y Suárez podrían haberse arrepentido, partiendo a su
casa y dejando el aparato bajo el automóvil.
"Durante todo ese tiempo, miles de preocupaciones me pasaron por la mente. Estaba
pensando en regresar a Washington para actuar yo mismo", confesó posteriormente
Townley. Se puso en contacto con Felipe Rivero, titular del MNC, pero el enigmático
Rivero ni siquiera demostró saber que la operación estaba caminando.
Empleó su tiempo en Miann para revisar el equipo que había ordenado a nombre de la
DINA en Audio Intelligence Devices de Fort Lauderdale y para visitar a sus padres. Había
¡do de compras, adquiriendo algunos recuerdos para sus hijos Brian y Chris. Cuando, por
fin, escuchó las noticias por la radio, se enfureció al saber que con Letelier había muerto
una mujer, preguntándose también por qué habrían hecho estallar la bomba casi frente a la
Embajada de Chile.
Townley apretó el vaso de cerveza para evitar los temblores de su mano, mientras Silvia se
burlaba de él. No era un hombre sin sentimientos, no era el Chacal, alguien capaz de matar
como si estuviera aplastando una cucaracha. Sabía que la muerte de la mujer no molestaría
a sus superiores en Chile, pero sí le molestaba a él, debido a lo que le quedaba de
sensibilidad moral, producto de su "formación en Norteamérica". Sus temblores eran
también una manifestación del vértigo que acompaña al hecho de haber matado, de haber
poseído el supremo poder, cometiendo el mayor de los pecados. Townley deseaba que el
temblor parara, ya que lo consideraba una demostración de debilidad. Saboreó en esos
momentos el alborozo, la sensación de orgullo, mezclada con asco y miedo.
Usé las dos manos para insertar la llave en el contacto y cerré los ojos, apretando los labios
mientras ponía en marcha el motor. Imaginé ruidos, llamas, humo, dolor. Pero mi Plymouth
Fury simplemente partió. El temblor se detuvo. Los involuntarios sueños diurnos se
sucedían velozmente en mi cabeza. Al llegar al edificio del IEP, había imaginado una
miríada de muertes violentas para mí, la mayoría de ellas relacionadas con la explosión del
auto. También me di cuenta de que tenía dos alternativas: o bien escapar del asunto, o bien
decidirme a vivir con este miedo. Podía permitir a mi fantasía escribir cuentos de horror e
inventar escenas criminales que me permitieran continuar trabajando y seguir funcionando.
De esos pensamientos no surgió ninguna decisión consciente; simplemente, empecé a hacer
lo que era necesario. Orlando había sido mi amigo, mi colega, mi camarada, lo mismo que
Ronni.
Nada dije a Ralph Stavins acerca de mis temores; así como él tampoco me contó los suyos.
Simplemente, partimos con las mandíbulas apretadas, presionando lo más fuerte que
pudimos para entregar a los asesinos a la justicia, o por último, para desenmascararlos. La
mayoría de la gente que conocíamos y amábamos, aquellos que trabajaban y convivían con
nosotros y tendrían que compartir cualquier efecto que tuviera nuestra misión; aquellos que
desde lejos amaban a Chile y deseaban justicia; los que, estando en el poder, sostenían
posiciones liberales; quienes conocieron a Orlando; los religiosos que, lamentándose,
decían que se había cometido un grave pecado, todos ellos, como una sola voz, dijeron a
Ralph Stavins y a mí que estábamos absolutamente locos exigiendo una investigación de
estos asesinatos. Todos tenían diferentes razones, pero coincidieron al opinar que sólo
obtendríamos más dolor y sufrimientos con nuestros esfuerzos. Sólo Isabel Letelier no hizo
objeciones. No era optimista en relación a nuestras posibilidades de éxito, pero no estuvo
en desacuerdo con nuestros planes. Era todo lo que necesitábamos, e ignoramos al resto
porque no nos gustaban sus consejos. Teníamos razones éticas y políticas. Sentíamos que
debíamos perseguir a los asesinos en la forma que pudiéramos.
Isabel Letelier, aún con los ojos secos, se elevó desde su papel de viuda al de dirigente
político. Mientras permanecía en el servicio fúnebre Gawler de la Avenida Wisconsin,
donde estaba el cuerpo de Orlando, atendía llamadas telefónicas y telegramas de todas
partes del mundo; hacía de mediador, arbitro y conciliador en las discusiones políticas que
surgieron en relación a la organización de la ceremonia de los funerales. Con firmeza, a
través de mensajeros, por teléfono, personalmente, dejó establecido que en ese asunto era
ella la autoridad.
Encabezando la marcha, caminaban Isabel y Fabiola Letelier, Michael Moffitt, los Karpen
y otras tres mujeres, cuyos seres más queridos habían caído víctimas de la junta: Hortensia
Bussi, viuda de Salvador Allende; Isabel, hija de Allende; Moy Tohá, viuda de José Tohá.
Los cuatro hijos de Letelier y los hermanos de Ronni caminaban junto a los senadores
George McGovern y James Abourezk, del ex senador Eugene McCarthy y los congresistas
George Miller, Tom Harkin, Pete Stark y John Brademas. Diplomáticos, exiliados,
burócratas, tecnócratas, académicos, trabajadores y gente de la calle, caminaban juntos, en
columnas de diez o más personas. Varios autobuses habían transportado gente desde otras
ciudades.
-¡Ahora . ..!
-¡Y siempre!
La consigna se repitió para Ronni, alternándose ambos nombres a paso lento y solemne.
Sólo quinientas personas pudieron entrar a la catedral, siendo cada una revisada
previamente en la puerta. La policía con sus perros ya había revisado el interior de la iglesia
y, entre la multitud, se introdujeron policías de civil.
El senador McGovern dijo desde el pulpito: "Si Orlando Letelier debió morir a los cuarenta
y cuatro años y la querida Ronni Moffitt debió morir a los veinticinco a causa del poder
desenfrenado de un loco, quiere decir que no hay seguridad para ninguno de nosotros".
Controlando su dolor, el miembro del Consejo del IEP, abogado Peter Weiss, habló de
Ronni Moffitt, "quien compartía las ideas /de Orlando/, su amistad y total dedicación, pero
no supo que esto la convertía en un soldado y que Washington, D.C. se había tornado un
campo de batalla". Weiss prometió a nombre personal y del IEP "poner a los asesinos de la
DINA, a sus protectores y colaboradores de todo el mundo al descubierto, sin piedad y
liberar al amado Chile /de Orlando/ de la tiranía fascista".
Hortensia Bussi, con una fiereza increíble que emanaba de su débil voz, declaró: "La junta
se equivoca si piensa que asesinando a los dirigentes populares cada septiembre logrará
quebrar el deseo de resistir hasta el final la batalla del pueblo chileno".
Dentro de la iglesia reinó un silencio sepulcral cuando Michael Moffitt se levantó para
hablar: "Se me hace difícil seguir adelante sin mi esposa", comenzó tranquilamente, "Ronni
nos ha enseñado que ninguno de nosotros puede aislarse del mundo . . . Si el propósito de la
junta es silenciar las voces que piden un Chile libre y que aman la paz en todas partes, no
han silenciado esas voces, cientos de veces las han multiplicado".
El obispo James Rausch terminó la ceremonia hablando de Orlando como una de esas
voces "decididas a exigir la liberación de los cautivos y la libertad de los oprimidos". Bajó
del altar y, en medio del profundo silencio, subió Joan Baez, quien, sin acompañamiento,
empezó a cantar "Gracias a la Vida". Y, al fin, las lágrimas inundaron los ojos de Isabel.
Para los exiliados chilenos que manifestaban, los gritos y consignas también escondían el
visceral temor que germinaba en su interior con cada nueva muerte, con cada noticia de
torturas, con cada detención nocturna. Una sensación de derrota y fracaso los desgarraba.
Las conclusiones a que se vieron obligados a llegar con el asesinato de Letelier, conducía
incluso a los más modestos de los exiliados de la Unidad Popular a un pensamiento
aterrador: lo mismo podía ocurrir a cualquiera que se convirtiera en público símbolo de la
resistencia a Pinochet y su gobierno.
Para quienes apoyaban la causa de Chile en los Estados Unidos, el asesinato de Letelier
significó que su propia patria ya no estaba fuera de los límites del terrorismo promovido
por la dictadura de Pinochet. De la muerte de Ronni Moffitt, cualquiera habría podido
decir: "Pude haber sido yo". Cada uno de los cientos de amigos de Orlando y Ronni, de sus
colegas, se habían rozado personalmente con la muerte.
La explosión siguió entorpeciendo las vidas de todos los que estaban cercanos, destruyendo
el mito de seguridad. "Después de lo ocurrido, parecía que el mal acechaba en todas
partes", señaló una mujer que presenció lo que ella pensó era una terrible demolición en el
camino a su trabajo el 21 de septiembre. Una hora más tarde, descubrió que en ello estaban
envueltos tres de sus amigos y que no había sido un accidente. "Nunca necesité más apoyo
que en los días que siguieron; pero me sentí demasiado vulnerable como para acercarme . ..
Todos tratamos de ayudarnos mutuamente, pero ese sentido de solidaridad que se tiene con
los amigos se había olvidado. Recapitulando, puede verse que eso fue el efecto del
terrorismo ... Por primera vez lo conocimos en carne propia".
La confusión se extendió a los directores del IEP. ¿Quién era el encargado de qué área?
Raskin, Barnet y Landau trataron de decidir qué hacer, en quién creer y cómo delegar el
trabajo adicional. Nadie sabía, nadie podía haber sabido lo que puede hacer una bomba,
antes de que estalle. El terrorismo era algo que leíamos en los diarios y veíamos en el cine.
Notas:
1. Por una cruel coincidencia, en el momento justo en que se realizaba la traducción de este conmovedor
capítulo, en el noticiero matutino de Radio UNAM, en la ciudad de México, se dio lectura a la noticia que
sigue: "Santiago de Chile. El día de ayer, 29 de octubre de 1981, el gobierno chileno cerró definitivamente el
caso del asesinato de Orlando Letelier, negándose a realizar una nueva investigación, solicitada por los
familiares del ex Canciller Orlando Letelier, de los antecedentes de los militares chilenos implicados en el
crimen". (N. del T.)
2. Silbert y Campbell se habían desempeñado como fiscales en la investigación y juicio del escándalo de
Watergate. El tercer fiscal de Watergate, Seymour Glanzer, dedicado a la práctica profesional privada, en
1978 fue contratado para representar a Michael Townley.
IX
LA INVESTIGACIÓN
Habiendo perdido sólo un caso ante los tribunales, Gene Propper se había ganado
una reputación de impetuosa energía alimentada por la ambición, inteligencia
rápida y apasionada, instinto legal para resolver los problemas. Era impetuoso,
irreverente, ambicioso. Tenía casi un aspecto insolente, que lo salvaba de
aparecer arrogante gracias a su afabilidad espontánea. Fuera de los tribunales,
sazonaba su conversación con el uso de hipérboles y sarcasmo.
Aunque por la barba y la motocicleta tenía una cierta imagen poco convencional,
Propper era un hombre apolítico que sólo ocasionalmente daba opiniones
ligeramente liberales acerca de los problemas raciales y las libertades civiles. La
Oficina de la Procuraduría de Washington, Estados Unidos, hacia la que
experimentaba una lealtad desenfadada, le proporcionaba la posibilidad de
ascender en su carrera, un deseo común de los abogados jóvenes, por el hecho
de que los casos importantes estaban relacionados tanto con las leyes federales
como con las locales. Este caso lo fascinó desde el primer momento. Estaba
furioso cuando vio las fotografías oficiales de la policía, tomadas a las dos
víctimas.
Cornick destacó que, teóricamente, cualquiera de las víctimas podría haber sido el
blanco y los motivos podrían haber sido pasionales. Habían sabido que Letelier
estuvo envuelto en un asunto sentimental y a raíz de ello estuvo separado de su
esposa. Tanto Ronni como Michael Moffitt tuvieron ex novios y novias que
deberían ser investigados. Letelier y Moffitt tenían cuentas bancadas y pólizas de
seguro que también era preciso investigar.
Propper pidió libros y artículos acerca del gobierno de Allende. La CIA era una
presencia viva. Supo que la DINA, esa palabra repetida por Michael Moffitt y los
miembros del IEP, era la policía secreta, cuya fama de brutalidad le había valido a
Chile su condena por parte de la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU
el año anterior. Leyó sobre el MIR, grupo de revolucionarios chilenos que
promovían la lucha armada; sobre la labor desempeñada por el Comité de la
Iglesia; sobre la participación de Estados Unidos en el derrocamiento del gobierno
de Allende; sobre el apoyo de la CIA a los grupos derechistas que asesinaron al
general Schneider. Propper concluyó que si la DINA u otra agencia chilena de
inteligencia estaba involucrada en el asesinato, como lo declaraban los colegas de
Letelier, la investigación estaría necesariamente relacionada con la CIA.
Propper presentó el caso a un gran jurado federal organizado para tal efecto. El
FBI comenzó un rastreo sistemático de sospechosos. La sección de
documentación investigó expedientes antiguos, dedicándose en especial a grupos
que, se sabía, usaban bombas. Desde la primera semana, la búsqueda se centró
en los grupos de cubanos exiliados que tenían historial terrorista. Pronto, en los
escritorios de Propper y Cornick comenzaron a acumularse gruesos expedientes y
memoranda.
Toda esta cadena de acontecimientos, por cierto, comenzó con la caída del
régimen de Allende, en cuyo debilitamiento Estados Unidos jugó un papel secreto.
En ello hay una lección que aprender, sólo si este país y sus dirigentes la
escuchan. En la medida en que nosotros interfiramos ilegalmente en los asuntos
políticos internos de otros países, asumimos la responsabilidad por sus
lamentables consecuencias.
... Es difícil echar la culpa a Santiago por varias razones. El poder de la DINA -
señalada como responsable- casi con certeza (un 80%), no llega hasta Estados
Unidos. La imagen de Chile sufrió un grave revés con el asesinato y esto es algo
que los autores del atentado deberían haber sabido y considerado con
anticipación. Más aún, el hecho se produjo, como dos atentados previos, durante
la reunión de la asamblea general de la ONU en Nueva York, un pésimo momento
para llevar a cabo un atentado por parte de Chile. Este país tratará de acallar la
ola de protestas, pero su posición en la ONU ya ha sido dañada
considerablemente. Tal vez el incidente nunca pueda ser explicado hasta sus
últimas consecuencias, ni se logre identificar a los asesinos, quedando así
insatisfechos los deseos de los críticos de Chile.
El agente especial del FBI, Cárter Cornick, escuchó los mismos rumores. Algunos
importantes oficiales del FBI se referían a Letelier y al IEP como "pro comunistas"
y "comunachos". Sugirieron a Cornick que dirigiera la investigación hacia la
izquierda norteamericana y los exiliados chilenos. Pero Cornick, a pesar de su
furioso anticomunismo, rechazó las insinuaciones.
Saul Landau y Ralph Stavins decidieron realizar una investigación independiente,
patrocinada por el IEP. Sentían necesaria su intervención para la conducción de la
investigación oficial, a fin de ponerla en la pista que condujera a la DINA. Más que
proveer pistas y claves, pretendían hacer entender a los investigadores de
Estados Unidos el contexto político del asesinato, delimitar la tenue línea divisoria
entre la cooperación con y la crítica hacia los esfuerzos de Estados Unidos.
Comenzamos con un conocimiento mucho más general que el del FBI. Sabíamos
lo que la DINA había hecho en el interior de Chile, por haber tenido contactos con
víctimas de la tortura y oído cientos de historias de detenciones, amenazas,
encarcelamientos y asesinatos, contadas directamente por las víctimas o sus
parientes. Las características de los ataques y amenazas contra los chilenos,
dentro y fuera del país, nos convencieron de que la DINA operaba también en el
extranjero.
Recortes de prensa e informaciones recogidas por los exiliados nos indicaban que,
tanto la prensa como la policía argentina, consideraban a la DINA sospechosa de
la explosión del automóvil y la consiguiente muerte de Carlos Prats y su esposa,
en el otoño de 1974; muchos periodistas europeos habían mencionado a la DINA
como el principal sospechoso en el casi fatal atentado sufrido en Roma por
Bernardo Leighton y su esposa, en octubre de 1975. Otras fuentes de información
aludían a las acciones de la DINA contra dirigentes importantes de la Unidad
Popular y la Democracia Cristiana en Costa Rica y varios países europeos. Por
todo esto, nos sentíamos seguros al formular nuestras acusaciones. Dejamos
abierta la posibilidad de que un grupo paramilitar como Patria y Libertad, o un
servicio de inteligencia rival, de la Fuerza Aérea o de la Marina, también pudieran
haber tenido razones o capacidad para matar a Letelier en suelo extranjero. Pero
en virtud de las conversaciones con ex militares chilenos acerca de la rígida
estructura vertical de las fuerzas armadas, no nos cabían dudas de que Pinochet
mismo debería haber sabido y autorizado un hecho como ese.
Yo había estado con Carter Cornick la noche del asesinato, en casa de Isabel
Letelier. Cuando le insistimos que uno de nosotros o un abogado estuviera
presente en las entrevistas del FBI con cualquiera de nuestros funcionarios,
Cornick se molestó. ¡De ninguna manera! Eso va en contra de cualquier
procedimiento. Fuimos inflexibles y lo acusamos de haber grabado personalmente
nuestras conversaciones telefónicas, violado la correspondencia, hurgado nuestra
basura. Movió la cabeza confundido. "No sé nada de eso", dijo, "pero le diré una
sola cosa. En este caso, estamos del mismo lado". Le exigimos nos explicara lo
que acababa de decir. Me miró directamente a los ojos: "Saul (tuve que pensar si
ofenderme o no por la libertad que se había tomado al llamarme por mi nombre),
quiero agarrar a quienes hicieron esto. Los quiero a todos. Y puedo prometerle
que llegaremos hasta donde sea preciso para lograrlo". Tenía el nudo corrido de la
corbata y un mechón de pelo le caía sobre la frente. Frunció los labios para
enfatizar su determinación. Juró no tener conexiones con nada de lo ocurrido en el
pasado entre el IEP y el FBI, que él no era sino un investigador criminal asignado
al caso. Le creí.
No podía proyectar mi idea preconcebida acerca del FBI como un símbolo y
personificación del perseguidor en la persona concreta de Cárter Cornick.
Respondió a nuestras preguntas acerca de lo que se sabía del caso, la mayoría de
las veces con un "no sé", y accedió a que una persona del IEP estuviera en la
puerta de la sala de entrevistas, en el caso de que el entrevistado considerara que
los agentes del FBI estaban haciendo preguntas no pertinentes. Mientras Cornick
hablaba acerca del horror del crimen cometido, ya no veía ante mí la imagen de J.
Edgar Hoover y su maquinaria, sino que vi y escuché a un hombre que pensé era
un policía honesto.
En Miami y Nueva York, movimos recursos para investigar dos cosas: individuos y
grupos de cubanos exiliados con conexiones claras y abiertas con Chile, y
exiliados cubanos con historial terrorista. Era importante mantener relaciones
estrechas y cordiales con Eugene Propper, de modo que sosteníamos largas
conversaciones telefónicas con él, visitábamos su siempre atestada oficina y, en lo
posible, tratábamos de saber siempre dónde se encontraba. Le entregamos la
información que recibimos de nuestras propias fuentes, dándole a conocer
nuestras teorías. Aprendimos a ser persistentes, haciendo caso omiso de su
indiferencia manifiesta ante nuestras informaciones. Nuestra estrategia de
cooperación se encontró con otro problema. Supusimos que todos los contactos
entre los terroristas exiliados cubanos y Chile eran del conocimiento de la CIA, si
es que no contaban con su bendición. Si la CIA había penetrado en la DINA,
poseyendo también conocimientos fundamentales de las operaciones terroristas
de derecha, lo más probable era que hubiera sido advertida del asesinato Letelier-
Moffitt. Si lo supieron con antelación, lo habrían impedido. ¿Por qué? Era lógico
que la CIA no permitiera un asesinato con esas características en el corazón de
Washington, D.C. Si lo sabían, no era probable que el FBI la acusara. Por eso,
¿podríamos confiar en que el FBI resolvería el caso? Nuestra única respuesta era
obvia: oficialmente, el gobierno de Estados Unidos no podía permitir que actos
como el asesinato Letelier-Moffitt se produjeran, ni menos en Washington, incluso
si estaban involucrados elementos renegados de la CIA. Pero, ¿estaría dispuesto
el FBI a inmiscuirse en el aparato de seguridad nacional, que nosotros
suponíamos ya sabía quién había realizado el crimen? Si el FBI contaba con el
apoyo del Congreso y, al mismo tiempo, sufría la presión de la prensa y la opinión
pública, podríamos tener esperanzas. Decidimos jugarnos el todo por el todo y
ayudamos a promover ese apoyo y la presión.
Por fin, los expertos concluyeron que la bomba que mató a Letelier y a Ronni
Moffitt era obra de un eficiente y experimentado técnico, no de un aficionado en la
materia. El asesino había acomodado la carga -TNT o plástico- de manera que su
fuerza estallara hacia arriba, asegurando que Letelier, el conductor, recibiera su
máximo efecto. Consideraron que Ronni Moffitt no era el blanco buscado, sino la
víctima accidental de los trozos de metralla. Los investigadores no encontraron
restos de fusibles convencionales o equipo de detonación, pero identificaron
trozos de baterías del tipo Radio Shack y retorcidas agujas metálicas. Los
laboratoristas del FBI llegaron a la conclusión de que era muy probable que una
señal de control remoto hubiera activado la bomba, consistente en algún tipo de
aparato de radio. Un minutero y la caja de un reloj de bolsillo, encontrados en el
área, engañaron al comienzo a los investigadores, pero puesto que la carátula del
reloj casi no había sido dañada por la explosión, no podía tratarse de una parte de
la bomba. Alguien relacionado con la investigación informó del hallazgo de las
piezas de reloj al Washington Post, interpretando que la bomba utilizada era un
"aparato de tiempo relativamente sencillo".
Cornick decidió que agentes del FBI entrevistaran a cada una de las personas que
aparecían en la libreta de direcciones. Durante días, numerosas personas
recibieron llamadas telefónicas y visitas de agentes del FBI. Algunos de ellos,
aplicando los métodos aprendidos en el periodo de J. Edgar Hoover del FBI,
trataron de encontrar pruebas de actividades de izquierda y contactos. Muchos
dejaron suponer que la izquierda tenía alguna razón en particular para matar a
Letelier.
Una de las llamadas a Chile, según descubrieron los investigadores del IEP,
correspondía a una familia derechista cuyo hijo había estado involucrado en el
asesinato de Schneider. Uno de los chilenos, el oficial naval Hermán Ferrer,
sustentaba ideas de extrema derecha. Otro oficial de marina, Iván Petrovich,
estaba relacionado con la DINA, según declararon exiliados chilenos. El número
de personas, cuatro, coincidía con otra información sobre cuatro sospechosos
agentes de la DINA que llegaron en Lufthansa, si bien las fechas de ingreso no
coincidían. Las pistas del hotel también parecían concordar con la información de
la sirvienta de la casa de Letelier de que el día del asesinato había visto a tres
hombres y una mujer en un automóvil estacionado frente a la casa.
El FBI prometió revisar esos datos. "Nada", dijo Cornick a Landau pocas semanas
más tarde. "Hay un sucio asunto relacionado con el hotel y la misión militar, pero
no tiene ninguna relación con la explosión".
EL AGENTE ESPECIAL del FBI, Robert Scherrer había cubierto el cono sur de
Sudamérica desde 1972. Su título de agregado legal en la embajada
norteamericana en Buenos Aires, para nadie era un secreto que "encubría" sus
antiguos trabajos como espía, cuando el FBI tenía una red de inteligencia en
Latinoamérica y tuvo la responsabilidad de asesorar allí la actividad pro nazi
durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, habiendo la CIA suplantado al FBI en
sus operaciones de espionaje en el extranjero, la labor del agregado legal
consistía en descubrir tráfico de drogas y persecución de fugitivos. Pero Scherrer
hizo mucho más. Era un experto en inteligencia. Desde Buenos Aires, cubría toda
Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia, manteniendo lazos con la policía y
los servicios de inteligencia de cada uno de esos países. Se había propuesto
llegar a conocer a Manuel Contreras, de Chile.
Delgado, poco más de un metro setenta de estatura, cabello rojizo y acento suave,
por su apariencia, Scherrer reflejaba los orígenes irlandeses de su madre. Su
rigidez provenía de la inflexibilidad germánica del padre y de su formación en el
seno de una clase media católica de Brooklyn.
El FBI de J. Edgar Hoover lo contrató cuando tenía 18 años, dándole trabajo como
empleado de archivos y mandándolo a estudiar leyes a la Universidad Fordham.
Para Scherrer, el trabajo en el FBI era mucho más que eso, llegando a convertirse
casi en una vocación religiosa.
Scherrer supo que Manuel Contreras -"Cóndor Uno"- había ideado y promovido la
creación de la operación, la que había entrado en funciones a fines de 1975. En su
etapa de formación, Chile había aportado la mayor parte del financiamiento,
realizando una serie de reuniones organizativas en Santiago, a expensas de la
DINA. También Chile proporcionó el elaborado sistema computarizado y fungía
como centro de operaciones.
El Procurador General Levi consideró que cualquier esfuerzo por resolver este
sangriento crimen sería un importante primer paso para restañar las heridas
profundas dejadas por Watergate y Vietnam. Ayudaría a restablecer la fe de la
opinión pública en la burocracia del gobierno, advirtió Levi, si todas las agencias
gubernamentales trabajaban juntas y con eficiencia en la solución del caso.
En lugar de entregar la información que poseía y que apuntaba hacia Chile, la CIA
se convirtió en defensora pública de la "teoría del mártir", haciendo evidente su
inocencia en el asesinato Letelier-Moffitt. En las semanas siguientes, el punto de
vista de la CIA sobre el caso se publicitó en los más importantes medios de
comunicación. La columna "Periscopio" del Newsweek del 11 de octubre decía:
Notas:
A bordo del vuelo 455, el piloto encendió la señal de "no fumar", mientras el
aparato se elevaba en un día caribeño caluroso y tranquilo. En la torre de control
de Seawell, nueve minutos después del despegue, la voz del piloto de Cubana se
escuchó quebrada:
No hubo sobrevivientes.
Hernán Ricardo y Freddy Lugo, los dos hombres que habían dejado el avión en
Barbados, regresaron a Trinidad en otro vuelo. Esa tarde, el Miami Herald recibió
un mensaje de un hombre con acento hispano que dijo representar a "El Cóndor" y
se adjudicó la explosión del avión en nombre del movimiento anticastrista. Otra
llamada, esta vez hecha por una mujer a una radioemisora de Miami, dijo que la
explosión la había realizado el CORU.
Ralph Stavins leyó las noticias sobre el atentado y, furioso, llegó a la oficina de
Landau, diciéndole: "ĄTe apuesto a que es el mismo grupo de exiliados cubanos!"
En el curso de los días siguientes, se comunicaron con los conocidos de Isabel
Letelier en Venezuela, la mayoría da ellos amigos de Orlando Bosch y la CORU,
según confirmaron los venezolanos, eran la misma cosa. Hicieron mención a una
misteriosa reunión realizada en Bonao, un refugio montañés en República
Dominicana.
Stavins y Landau pensaron que Bosch representaba la solución del caso. Un
periodista venezolano de El Nacional les comunicó que su periódico informaría
que Bosch mencionó a Guillermo e Ignacio Novo como los autores del atentado
Letelier-Moffitt. (1) Landau y Stavins llamaron a Propper para comunicarle sus
descubrimientos y recomendarle que saliera de inmediato a Venezuela para
interrogar a Bosch.
Los investigadores del IEP, sintiéndose una sola y única cosa con los
investigadores oficiales, tal vez su vanguardia, reunieron un grueso expediente
sobre Orlando Bosch y lanzaron una suposición en el sentido de que era el
principal sospechoso en el asesinato de Letelier.
Tras gruesos anteojos que se le resbalaban de la nariz, Bosch tenía unos ojos
oscuros y penetrantes. Pediatra que, tras una corta participación en la lucha contra
Batista en el Frente del Escambray, se había instalado en Toledo, Ohio, Bosch
había renunciado a su carrera médica y, desde 1960 en adelante, se había
proyectado con una imagen del más combativo, el más duro, el más dedicado y
activo de los enemigos de Fidel Castro en el exilio. El aspecto vulnerable de su
infantil cara redonda, relajada aún más por sus gruesos y prominentes labios y un
bigotito juguetón, no concordaban con el estereotipo del terrorista moderno. Pero
Bosch se había ganado sus galardones terroristas en virtud de sus hazañas. En
1960, la CIA lo había llevado con sus compañeros a Everglades, sometiéndolo a
entrenamiento para la invasión de Bahía de Cochinos, según le dijeron. Pero la
agencia lo encontró demasiado salvaje, incontrolable e impredecible como para
incluirlo en su misión, y lo dejaron aislado en Florida, mientras los damas exiliados
desembarcaban en Playa Girón, Cuba, procedentes de Puerto Cabezas,
Nicaragua.
Bosch salió de prisión más furibundo y terrorista que nunca. Con la anuencia de
Henry Kissinger, Estados Unidos había firmado un tratado de no agresión con
Cuba, en 1973. Para Bosch, esto constituyó una clara evidencia de la traición de
Estados Unidos a la guerra santa contra Fidel Castro y comenzó a buscar
patrocinadores entre gobiernos antimarxistas más decididos, realizando una
peregrinación de dos años por Latinoamérica, violando con esto su libertad bajo
palabra.
Los investigadores del IEP tenían muchas sospechas pero pocos datos concretos
sobre la actividad de Bosch durante el año y medio de residencia en Chile. Landau
y Stavins leyeron que había conocido personalmente a Pinochet, señalándose que
durante su estadía en Chile se produjeron atentados contra las instalaciones
diplomáticas cubanas en los vecinos países de Perú y Argentina. De acuerdo
al Miami Herald, Bosch viajó con guardaespaldas chilenos a otros países
sudamericanos.
Con Orlando Letelier y Ronni Moffitt, setenta y ocho personas habían muerto en
menos de cuatro meses.
"En el asunto de los procedimientos.. .", recomenzó Tigar, tratando de exigir una
decisión sobre los emplazamientos relacionados con los archivos de la CIA.
"Había una mujer en California. Sin embargo, no fue entrevistada por motivos de
salud", respondió Propper. "żY las averiguaciones sobre las cuentas bancarias?",
preguntó Tigar. "Usted las tiene en el maletín", interrumpió Isabel, agregando:
"żPor qué están interrogando a Maruja del Solar /tía de Letelier/?"
"Yo no puedo hacerme responsable de cada agente del FBI", dijo Propper.
"Tendrá el maletín en dos semanas más".
Propper miró a Tigar como un maestro que repite una lección supuestamente
conocida por el alumno desde hace mucho tiempo: "Si exijo un emplazamiento por
los archivos de la CIA y ellos no están de acuerdo, simplemente pueden afirmar no
tenerlos y, posteriormente, destruirlos". Los del IEP entraron al ascensor, diciendo
adiós a Propper.
"Dile a tu amiguito que mejor saque su cochina nariz de los asuntos de Chile, o tú
ya no serás tan linda. ĄBum! ĄBum! żSabes lo que quiero decir?" Durante un largo
rato la miró fijamente y luego se dio media vuelta, desapareciendo entre la
multitud. Elizabeth Ryden notó que se estaba quedando calvo en la coronilla.
Enseguida corrió a un teléfono y llamó a su "amiguito" y novio, Larry Wack.
-"żDe qué vivía? Usted sabe que su salario no era muy alto. Sería posible (y, por
favor, ésta es una mera suposición) que hubiera robado dinero en el IEP, lo que
habría provocado el asesinato?"
Cornick tenía razón. Wack reprimió sus intereses personales, adoptando otros
métodos más sólidos. Supo que el Equipo anti Bombas y Terrorismo tenía
informaciones sobre otros tres atentados terroristas recientes en el área de Nueva
York-Nueva Jersey. En julio, la policía de Nueva York detuvo a tres jóvenes
integrantes de la fracción de Union City del Movimiento Nacionalista Cubano en el
momento de estar instalando una bomba a la salida de la Academia de Música de
Nueva York, donde se realizaba un acto pro revolución cubana. El 16 de
septiembre, una bomba colocada por un hombre-rana, perforó un costado del
barco soviético Ivan Shepetkov, en el puerto Elizabeth de Nueva Jersey. Dos días
después del asesinato de Letelier, estalló una bomba a la salida del Palladium
Theatre en Nueva York, donde se proyectaba una película cubana. Omega 7 se
atribuyó ambos atentados. El FBI supo que Omega 7 era el brazo armado de las
operaciones clandestinas de la rama de Union City del MNC.
Hurgó acerca de los Novo y del MNC en los archivos del FBI. En una de las
carpetas, encontró fotografías de publicaciones de los exiliados cubanos que
mostraban al diplomático chileno Mario Arnello compartiendo la tribuna con
Guillermo Novo y otros altos dirigentes del MNC en un acto denominado "Cuba y
Chile contra el comunismo". Junto a la tribuna, se veía a otro activista del MNC,
Jorge Gómez, uno de los detenidos en el frustrado atentado del 24 de julio en la
Academia de Música. El acto en cuestión había tenido lugar justo un año antes, en
el salón de la Iglesia de San Rocco, en Union City, decorada para la ocasión con
pancartas y dibujos que mostraban dos haces de luz destruyendo una hoz y un
martillo. Las fotos no constituían pruebas criminales, pero cimentaban una relación
política de alto nivel entre el gobierno chileno y el MNC. Y Wack ya tenía la
evidencia de que los miembros del MNC eran aficionados a jugar con bombas.
Las relaciones con Chile eran buenas. Habían sido excelentes inmediatamente
después del golpe y luego, en 1975, tuvieron un periodo de decaimiento, cuando
Pinochet no cumplió la promesa hecha al Departamento de Estado de permitir la
visita a Chile de una comisión de Derechos Humanos de la ONU. En 1976, las
relaciones habían experimentado un evidente mejoramiento. En efecto, la mañana
del día del asesinato, había llegado a Washington una delegación chilena
encabezada por el Ministro de Finanzas Jorge Cauas, con el propósito de sostener
una ronda de entrevistas cordiales con altos funcionarios del Departamento de
Estado, además de los principales banqueros de Estados Unidos. Cauas había
trabado amistad con el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, William Simón,
organizándole una visita a Chile para abril. También logró dar una buena
impresión al Secretario de Estado Henry Kissinger, cuando éste visitó Chile un
mes más tarde. En opinión del Departamento de Estado, Cauas era un tipo de la
vieja guardia, en quien podía confiarse que mantuviera sus promesas. Al mismo
tiempo, Cauas les aseguraba que el acceso de civiles "moderados" como él a
puestos previamente monopolizados por militares equivocados y fanáticos
derechistas, significaba un mejoramiento en la situación de los derechos humanos.
Driscoll analizó las políticas formuladas por sus superiores para tener claves que
le indicaran cómo manejar la delicada información recibida. Él secretario Kissinger
había anunciado a la prensa el 15 de octubre: "Aún no hemos encontrado
evidencias de quién está detrás del asesinato". Driscoll recibió también recortes
del Newsweek, el New York Times y el Washington Star que mencionaban a
"fuentes de inteligencia" señalando que la DINA chilena había sido virtualmente
eliminada de entre los sospechosos del asesinato Letelier-Moffitt.
El FBI entregó a Propper una lista de cubanos exiliados que habían viajado a Chile
desde el golpe militar y éste comenzó a hacerlos comparecer ante el gran jurado.
Los molestos exiliados, respondiendo en las comparecencias contra su voluntad,
aportaron pocas informaciones nuevas.
Patria y Libertad, en Chile (fuera de la ley durante Allende), era tratado como su
igual por la inteligencia brasileña, y muchos de sus integrantes se convirtieron en
agentes de inteligencia bajo el régimen de Pinochet.
Scherrer había seguido sus vicisitudes a causa de la CIA, que alternativamente los
alentaba y desalentaba en su actividad marginal dentro de los trabajos de
inteligencia; ellos eran los secuestradores, los torturadores, los que hacían el
trabajo sucio.
Scherrer hizo notar que la presencia cubana en Chile coincidía con el ímpetu de la
DINA en la organización de la Operación Cóndor, pero dijo no tener evidencias de
un papel oficial de los cubanos en esta organización. Sin embargo, concluyó, el
tratamiento de "tapete rojo" a los cubanos debía implicar forzosamente un
sustancial quid pro quo. Los cubanos relacionados con Chile eran, por lógica,
sospechosos en el asesinato Letelier-Moffitt. El terrorismo era su moneda y ellos
debían muchísimo a Chile.
Bosch era el principal sospechoso, desde que se supo su intento por organizar un
asesinato para Chile en Costa Rica. Pero los informes de los soplones del área de
Nueva York vinculaban al MNC al crimen, y Scherrer sabía que Guillermo Novo y
Suárez estaban entre los cubanos que habían visitado Chile. Y había decenas
más que habían hecho valiosas ofrendas ante el altar de Pinochet. El contrato
podría haberse hecho con cualquiera de ellos.
Uno de los cubanos que había Ądo a Chile en 1976 era un caso especial. Rolando
Otero, del FNLC de Frank Castro, unos meses antes del asesinato, había salido
de Chile directamente a una cárcel norteamericana y, no hacía mucho, enfrentó un
juicio en Miami por numerosas acusaciones de atentados terroristas. Scherrer,
personalmente, había realizado la captura de Otero, solicitando su detención al
gobierno chileno, que lo envió esposado en un avión hacia Estados Unidos.
Otero, igual que Bosch, íntimo amigo del ubicuo "Mono" Morales, informó a éste
en febrero de 1976 que había aceptado un contrato de asesinato con la DINA,
como una forma de demostrar su buena fe. Las víctimas elegidas eran Andrés
Pascal Allende y Mary Anne Beausire, los mismos blancos que otro servicio de
inteligencia chileno había entregado a Bosch. Morales, que estaba al tanto de la
tarea encomendada a Bosch, pasó la información al FBI, que advirtió al gobierno
costarricense sobre el doble complot. Después de que Bosch fue detenido en
Costa Rica, Otero regresó a Chile. Pocos meses después, fue secuestrado por la
DINA y encerrado en un centro de torturas. (11)
"Es hija de Allende, su nombre es Beatriz Allende. Ahora vive en Cuba. Sé más
sobre ella, pero, dígame, żpor qué quiere saberlo?"
"Aquí tengo una carta para Orlando Letelier firmada por ŤTatiť y enviada desde
Cuba". Los dos hablaron en español, considerándose mutuamente como
"fuentes". Se habían estado reuniendo con regularidad. Para Wilson, Otero era
una vía de comunicación desde el interior del gobierno de Chile. Para Otero,
Wilson era una forma de llevar el recuento de la investigación del caso Letelier-
Moffitt y saber cuan cerca estaban de Chile.
Wilson mostró a Otero los papeles que estaba leyendo y que consistían en una
relación mensual de gastos. De acuerdo a la naturaleza de la lista, para un chileno
informado como Otero, era obvio que la relación pertenecía a Orlando Letelier.
"Espera. Éste es sólo el comienzo. Ahora te leeré una carta que indica dónde
consiguió ese dinero".
Querido Orlando:
Sé que Altamirano quiere comunicarse contigo para plantearte una solución a los
problemas que han surgido allá y me pidió que te informara que
desde aquí (Wilson enfatizó la palabra), desde aquí, te mandaremos, en nombre
del partido, mil dólares ($1,000.00) mensuales para financiar tu trabajo. Te estoy
mandando cinco mil ahora, para no tener que hacerlo mensualmente.
(firmado) Tati
Wilson extendió la carta a Otero, para que éste viera que efectivamente estaba
firmada.
Otero dijo que no quería quedarse con ninguno de los documentos, argumentando
que podría ser peligroso para Chile si se sabía que la embajada tenía acceso a los
documentos antes de que se hicieran públicos, y podrían surgir acusaciones de
que la embajada los había sustraído. Aconsejó a Wilson entregar los documentos
a los amigos de Chile del Capitolio.
Su contacto era Beatriz "Tati" Allende, hija de Salvador Allende. . . La mujer vive
actualmente en La Habana con su esposo, funcionario cubano.. .
Hablamos por teléfono con Tati Allende, pero ella se negó a revelar la fuente de
esos pagos. Dijo que su carta a Letelier tenía carácter personal y no comprendía
por qué se había dado a la publicidad, "a menos que no fuera para perjudicar" el
caso Letelier.
Hacia Navidad, se eliminaron los cientos de pistas falsas que los agentes del FBI
de todo el país habían estado siguiendo. Cornick mantuvo vivo el interés del FBI
en el caso, entregando gruesos "informes" (uno de ellos de mil páginas) a todas
las oficinas de la agencia. Pero el flujo de documentos al escritorio de Propper y
los informes con nuevos datos habían disminuido. Propper comenzó a
impacientarse con los nebulosos informes "de las fuentes", que repetían los
mismos hechos escasos e insustanciales. Necesitaba pruebas, algo que pudiera
usar en la corte. Y siguió haciendo desfilar a los cubanos exiliados por la sala del
gran jurado, en el tercer piso del edificio de la corte distrital.
Cornick y los expertos en explosivos del FBI estaban intrigados con el hecho de
que Michael Moffitt hubiera podido sobrevivir a la explosión, con sólo algunas
heridas y rasguños menores. Cornick pensó que la extraordinaria memoria de
Moffitt en relación a los ruidos e imágenes del momento previo a la explosión
podría resolver algunas cuestiones. Pensó que Moffitt, subconscientemente,
podría haber ocultado algunos detalles importantes. Fue al IEP y le manifestó que
el FBI le pagaría un viaje a Roches-ter para que viera un médico especializado en
un tipo de hipnosis que, en algunos casos, ayudó a recordar hechos que los
pacientes habían enterrado en su memoria. Moffitt accedió, aunque esa diligencia
no se realizó nunca. En seguida, estalló, reclamando a Cornick la lentitud de la
investigación y la actitud reticente del FBI en relación a la embajada chilena y a
Chile.
Más que nadie, Moffitt había sufrido el trauma del asesinato. Vio y escuchó la
explosión y la experiencia estaba grabada para siempre en su cerebro. A pesar de
todo, tres días después del hecho, apareció en la televisión, escribió un furibundo
editorial en el New York Republic, muy racional, y presidió una emocionante
ceremonia en la Iglesia Saint Matthew. Sólo después de eso tomó varias semanas
de descanso para recuperar el equilibrio. Regresó al instituto dos meses después
de la muerte de Letelier y su esposa y terminó de redactar el documento en el que
habían estado trabajando junto con Letelier la noche anterior al asesinato. (12)
De acuerdo con la investigación del IEP, (13) se puso en contacto con los
reporteros, tratando de persuadirlos para que siguieran las pistas que el instituto
les proporcionaba y presionaran al gobierno para que entregara los detalles de su
investigación; además de informar a algunos congresistas acerca del progreso del
caso, o su estancamiento. Cerca del monótono y gris invierno de 1977, en
circunstancias de haberse eclipsado el optimismo de Cornick y Propper y la
prensa no pudo obtener noticias lo suficientemente "impactantes" como para
mantener el interés del público puesto en el caso, Isabel Letelier y Michael Moffitt
tomaron la batuta. Comenzaron a realizar conferencias por todo Estados Unidos a
fin de sensibilizar a los norteamericanos con la sistemática violación de los
derechos humanos del régimen de Pinochet. Hicieron foros en universidades y
periódicos locales, donde los asesinatos habían provocado el mayor impacto.
Aparecieron en radio y televisión, se reunieron con directores de universidades y
dirigentes religiosos; hablaron a numerosos y diferentes grupos, tratando de
mantener vivo el interés de la opinión pública en la somnolienta investigación,
presionando sin descanso para colocar a Chile en la agencia de los derechos
humanos del nuevo presidente.
En Nueva Jersey, Larry Wack mostró las siete fotografías a sus informantes.
Todos negaron con una seña. No. Ni Scherrer ni Wack, en su búsqueda del
hombre que pudiera calzar con la descripción de los sospechosos de cabello claro,
habían visto la carpeta del FBI que contenía las fotografías y los pasaportes de
Juan Williams y Alejandro Romeral.
Notas:
2. La información que llevó al arresto de Bosch fue entregada al gobierno costarricense por el
Servicio Secreto de Estados Unidos, que la recibió del FBI. El informante del FBI fue el viejo amigo
de Bosch, Ricardo "Mono" Morales.
3. La esposa de Frank Castro era hija del almirante en retiro César de Windt, íntimo amigo del
entonces Presidente Balaguer.
4. En una entrevista concedida en prisión al periodista Blake Fleetwood (New Times, 13 de mayo
de 1977), Bosch dijo de CORU: "El gobierno dominicano me permitió permanecer en el país y
organizar acciones. Yo no me dedicaba a ir a misa, sino a conspirar, planeando atentados y
asesinatos ... Llegaba y salía gente y yo completaba con ellos ... La historia de CORU es verídica.
Hubo una reunión en las montañas de Bonao, con veinte personas que representaban a las
distintas organizaciones activistas. Fue una reunión de todos los jefes políticos y militares con
implicaciones revolucionarias. Fue una gran reunión. Todo se planeó allí .. . Por fin, tras 17 años,
teníamos juntos a todos los luchadores revolucionarios cubanos y sus dirigentes. Después de eso,
decidimos activar la acción. Queríamos golpearlo /a Castro/, por último, hacerle la vida imposible".
5. El lugar no fue nunca confirmado, aunque varias fuentes de los círculos investigadores revelaron
en Miami a los autores de este libro básicamente la misma historia de la creación del CORU, en
1979. Una fuente, veterano de la policía de Miami de la brigada antiterrorista, dijo: "Los cubanos
realizaron la reunión del CORU a petición de la CIA. Los grupos cubanos -el FNLC, Alpha 66,
Poder Cubano- a mediados de los años setenta, estaban actuando por cuenta propia y se había
perdido capacidad para controlarlos. Por eso, Estados Unidos "cocinó" la reunión para tenerlos
juntos a todos bajo su control. La señal principal era: ŤHaz lo que quieras fuera de Estados
Unidosť".
6. Entre julio y octubre de 1976, los miembros del CORU realizaron los siguientes actos terroristas:
14 de julio, atentado contra las oficinas de BWI (British West Indian Airlines en Bridgetown,
Barbados) y contra un automóvil de propiedad del gerente de Cubana de Aviación en Bridgetown.
17 de julio: la Embajada de Cuba en Bogotá recibió una ráfaga de metralla; atentados contra las
oficinas de Air Panamá en Bogotá (esta compañía manejaba en Colombia los asuntos de Cubana
de Aviación) y contra un automóvil de propiedad de un funcionario oficial del gobierno colombiano,
encargado de los asuntos de Cuba. Julio 22: intento fracasado de raptar al cónsul cubano Daniel
Ferrer Fernández en Mérida. México, donde los raptores mataron al acompañante de Ferrer, el
funcionario de Pesquera Cubana, Artaignan Díaz. Dos exiliados cubanos, Gustavo Castillo y
Gaspar Jiménez, quienes asistieron a la reunión de Bonao, fueron arrestados en Miami con
petición de extradición. 9 de julio: explosión de una bomba entre equipaje a punto de ser cargado
en el aeropuerto de Kingston, Jamaica, en un avión de Cubana. Si el avión hubiera despegado a la
hora prevista, el equipaje ya se habría encontrado a bordo y la bomba habría estallado en vuelo.
24 de julio: tres miembros del MNC (Santana, Gómez y Chumaceiro) fueron arrestados en un
intento por colocar una bomba en la Academia de Música de Nueva York, donde se realizaba un
acto celebrando el aniversario de la Revolución Cubana. 9 de agosto: CORU se atribuyó el rapto y
asesinato en Buenos Aires de funcionarios cubanos de la embajada, Jesús Cejas Arias y
Crescencio Galamena Hernández, acerca del que los autores de este libro supieron en 1979 que
se realizó en conjunto con la policía secreta argentina (véase capítulo 7: "El Blanco: Letelier"). 18
de agosto: dos explosiones en el aeropuerto internacional Tocumán, en Panamá y en la ciudad de
Panamá en las oficinas de Cubana de Aviación. 7 de septiembre: atentado contra la Embajada de
Guyana, en Puerto España, Trinidad-Tobago. Guyana había aceptado que los aviones cubanos
cargaran combustible en sus aeropuertos para continuar viaje a Angola. 16 de septiembre:
atentado contra el carguero soviético Iván Shepetkov, anclado en el puerto Elizabeth de Nueva
Jersey, que se atribuyó Omega 7. 21 de septiembre: atentado que asesinó a Orlando Letelier y
Ronni Moffitt en Washington, D.C. 23 de septiembre: atentado en el Palladium Theatre, en Nueva
York, que se atribuyó Omega 7. 6 de octubre: atentado contra un vuelo de Cubana de Aviación,
muriendo en él 73 personas. En comunicados que llamó "despachos de guerra", CORU se atribuyó
los atentados del 14 y 17 de julio, del 9 de agosto, del 7 de septiembre y del 6 de octubre.
7. Interrogado en 1979 acerca del asunto Romeral y Williams, Cornick dijo que consideró el
incidente "un poco desusado, eso es todo".
8. Después de más de un año transcurrido, los agentes del FBI entrevistaron a Driscoll. que tenía
el nuevo cargo de cónsul en Maracaibo, Venezuela. Dijo recordar muy poco el asunto y no
acordarse de quién le había dado la información de que Romeral y Williams estaban en
Washington. Señaló que ese mes había tenido "cientos de relaciones" con fuentes chilenas y era
imposible saber quién le había hablado sobre los dos oficiales.
En otra ocasión, sin embargo, un amigo del Departamento de Estado le preguntó lo mismo, por
curiosidad y con la intención de felicitarlo por su actuación al lograr salir adelante con lo que fue la
pista más importante en el caso Letelier-Moffitt. Molesto, Driscoll se puso "oficioso" y contestó que
sus fuentes eran confidenciales y revelaría esa información sólo a través de "los canales
indicados", si era necesario.
9. En 1976, los hermanos Novo y su cohorte del MNC del área de Nueva York anunciaron
públicamente sus planes para realizar actos terroristas en gran escala contra la EXPO 67 en
Montreal, especialmente contra el pabellón de Cuba. Un blanco especial de la vigilancia de la
Brigada Tamale era Ignacio Novo, en ese entonces el más activo de los dos hermanos.
10. Los pistoleros y los traficantes de drogas también tenían cabida en este sofisticado y cambiante
juego. Pinochet envió a la Administración de Control de Tráfico de Drogas de Estados Unidos un
cargamento de traficantes de cocaína, descubierto después del golpe y que fue achacado al
"corrupto" gobierno de Allende. De este modo, la mano derecha de Pinochet, Contreras, pudo
organizar a sus propios hombres, con la protección de la DINA, en las destilerías de cocaína y
lugares de embarque del producto. Los cubanos anticastristas también integraban esta acción. Los
enormes beneficios suplementaban el presupuesto clandestino de la DINA. Las ganancias de los
cubanos iban a los bolsillos individuales y a la causa anticastrista.
11. Primero, el gobierno chileno negó tener a Otero en su poder; luego, ofreció entregarlo en un
ataúd. La embajada norteamericana insistió en la extradición y dijo al gobierno chileno que si Otero
no era entregado al FBI. el Secretario de Estado, Henry Kissinger cancelaría su proyectada visita a
Chile, en junio de 1976, para asistir a la asamblea general de la OEA. El 19 de mayo, en virtud de
la orden de Scherrer, la policía chilena metió en un avión con destino a Miami a un Otero sucio y
medio muerto de hambre.
13. Tras el asesinato, el IEP creó el Fondo Letelier-Moffitt por los Derechos Humanos. Entre otros
proyectos, ayudó a financiar la investigación independiente.
XI
DESCANSANDO EN CASA
POCOS DÍAS DESPUÉS de registrar los archivos consulares, Robert Scherrer fue
a visitar al director de la DINA, Manuel Contreras, como acostumbraba hacer en
cada viaje a Chile. Las oficinas interiores del cuartel general de la DINA, cerca del
centro de Santiago, tenían un elegante aspecto que denotaba recursos
económicos prácticamente inagotables. El área de recepción estaba presidida por
un ramillete de jóvenes secretarias cuyos vestidos, maquillaje y buena presencia
hacía pensar en modelos. Mesas de cristal y cromo, lámparas modernas y
cómodos sillones de piel completaban la atmósfera conosureña, imitación de
Madison Avenue.
Revisaron los hechos presentados por Scherrer, Contreras negaba todo, las
relaciones de la DINA con Rolando Otero, Orlando Bosch, Guillermo Novo y José
Dionisio Suárez. Mientras hablaban, Contreras se paseaba por su oficina
alfombrada en gris; luego, parado ante su escritorio, manipulaba el pisapapeles de
bronce que lucía el emblema de la DINA, la bandeja del correo, el ventilador.
Ambos aceptaban las necesarias suposiciones de su situación: la discusión no
implicaba acusaciones ni un interrogatorio, sólo el deseo de Chile de cooperar en
la aclaración de un crimen cometido por otros.
Sólo sabía una parte de los problemas de Contreras. En las lóbregas aguas del
poder político dentro del gobierno militar, la corriente se había dirigido contra
Contreras y la DINA. Por primera vez en casi tres años, Pinochet había impuesto
frenos a su poder. Enfrentado a recortes presupuestarios y a las órdenes de
terminar con el exterminio de izquierdistas mediante desapariciones, (1) Contreras
se había aliado con sus más fervientes partidarios para defender su imperio de la
DINA.
Durante tres años, había enfrentado numerosos desafíos a su poder. El
progresista general Óscar Bonilla, uno de los originales partidarios del golpe y el
principal rival de Pinochet en el ejército, lo había atacado. Pero esta amenaza
terminó con la muerte de Bonilla, en un misterioso accidente en helicóptero, en
marzo de 1975. El general Sergio Arellano, otro gigante en el cuerpo de generales,
se había quejado a Pinochet contra la "Gestapo" de Contreras, expresando su
desacuerdo con oirás medidas. Recibió la orden de retirarse. El general Odlanier
Mena, (2) también a fines de 1975, siendo jefe del Servicio de Inteligencia Militar
[SIM), encaró a Contreras, acusándolo de que la DINA ejercía actos de espionaje
contra oficiales del ejército. Pinochet nombró a Mena embajador en Panamá y
luego en Uruguay, en el fondo, condenándolo al exilio diplomático. Contreras, a
través del control que ejercía sobre toda la información que llegaba a Pinochet,
había eliminado cuidadosamente toda oposición a la DINA, haciéndola aparecer
como oposición a Pinochet. Su alianza parecía ser eterna y sus destinos, estar
unidos indisolublemente.
Ahora que Cárter era presidente, el problema de los derechos humanos en países
como Chile se había convertido en el principal desafío de la política exterior.
Algunos de los poderosos de Chile comenzaron a reaccionar, lentamente al
principio. Deseaban transformar al gobierno que con su poder habían ayudado a
crear, en un gobierno que contaba con la gracia de Estados Unidos. Su lealtad a
Pinochet seguiría siendo firme, en la medida en que Su Excelencia mostrara cierta
flexibilidad. Pinochet, el realista, les permitió atacar un otrora sagrado blanco: el
floreciente imperio de Manuel Contreras.
Estos hombres habían trabajado juntos desde antes del golpe, no siempre de
manera formal, pero compartiendo ideas e intereses políticos y económicos afines.
Aunque nunca constituyeron cuantitativamente una mayoría entre los empresarios
chilenos, tenían, a pesar de todo, el poder económico y político como para
delinear el futuro económico del país en el Chile posterior al golpe. A lo más,
veinte o treinta se agrupaban en la cima del poder. En la banca y en la industria,
Javier Vial y Manuel Cruzat, primero juntos y luego separados, habían construido
el mayor imperio financiero que el país había visto en su corta vida. Cruzat y su
nuevo socio, el financista Fernando Larraín, contaban entre los más ejecutivos --
subordinados-- cinco ministros o ex ministros del gobierno de Pinochet. (4) Muy
cerca de los grupos Vial y Cruzat-Larraín, estaba el imperio de Agustín Edwards,
dueño de la editorial El Mercurio. Habían construido su base económica a través
del control de la política económica de la junta y del acceso a las grandes
empresas y bancos norteamericanos. Las empresas de Cruzat habían ganado el
sugerente nombre de "los pirañas".
En publicaciones, los miembros del grupo competían entre ellos, pero mantenían
un indiscutible y creciente control sobre los medios impresos. La empresa El
Mercurio poseía el periódico más importante, del mismo nombre, y los dos o tres
diarios restantes de Santiago. Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, había sido
un importante factor de persuasión para que, en 1970, Nixon ordenara una acción
encubierta de la CIA contra Allende. El principal colaborador de Edwards, Hernán
Cubillos, hasta el golpe, fue el principal agente de la CIA y conductor de los fondos
secretos destinados a grupos de oposición a través de El Mercurio diario del que
era presidente en ausencia de Edwards. (5)
Propper y Cornick tenían una tercera razón para encerrar a Suárez y liberar a
Ross: sembrar las sospechas entre ellos.
Canete observaba la insignia y el arma del policía, igual como un policía contra el
vicio inspeccionaba las huellas de hipodérmica en el brazo de un drogadicto.
Aunque no entendió nada, Canete creyó haber comprendido sus palabras. La
cosa estaba clara: podía convertirse en soplón, o de lo contrario ir a la cárcel. De
manera que negoció su libertad, a cambio de información. Por cada cargo en su
contra, aumentaba la cantidad de información que debía entregar. Durante varias
semanas, ayudó a un agente del servicio secreto infiltrado en el circuito de
falsificación, quien le había vendido los malditos billetes de veinte dólares.
Wack tenía ante sí a un típico rufián callejero fanfarrón, que hablaba la auténtica
jerga del bajo mundo de la delincuencia. Pero detrás de esa fachada, sabía que se
ocultaba el cinismo del hombre que cree haber encontrado el secreto de la vida,
que, para su gusto, era demasiado molesta. Wack percibió un extraño y fugaz
revoloteo en sus ojos, una señal de inquietud, un Weltschmertz (8) que la perdida
criatura demuestra a veces, como si estuviera pidiendo socorro, o manifestando su
última vulnerabilidad.
Cuando Larry Wack comenzó su bombardeo verbal contra Canete vio un rostro
pálido y asustado, parcialmente cubierto por una bien cuidada barba negra. El
sarro de sus dientes denotaba la afición a cigarrillos ingleses importados, de
tabaco turco. Para Wack, Canete tenía todas las condiciones de un soplón.
Tras la máscara de rufián despreciable, Wack detectó una rápida y útil inteligencia.
El FBI querría que Canete fuera su hombre dentro del Movimiento Nacionalista
Cubano y éste lo aceptó como una tarea más del mismo inevitable juego; esto de
pasar de una agencia policial a la otra, como un viraje normal de la carrera de su
vida.
Tanta era la importancia de Canete para la CIA, que dos semanas antes del
desembarco en Bahía de Cochinos, lo sacaron de las fuerzas invasoras,
reclutándolo en un escuadrón secreto, Operación 40. Planificado por el Procurador
General Robert Kennedy, este cubano exiliado tipo Waffen-SS debía limpiar los
bolsillos de la resistencia, después de la exitosa invasión, y neutralizar a los
elementos disidentes en el interior de las fuerzas armadas invasoras. En esta
aventura, Canete se asoció a figuras legendarias de la CIA, como el coronel Rip
Robertson y Grayston Lynch. La CIA también lo conectó con el principal hombre
de la mafia, John Rosselli, y la mujer de la mafia, Marita Lorenz, en el ZR/ RIFLE,
sigla clave de la CIA para el complot de asesinato de Fidel Castro.
En algún momento de los años sesenta, se fue a Vietnam, donde la CIA lo ubicó
en el programa Phoenix. Se especializó en hacer hablar a integrantes del
Vietcong, amarrados de una cuerda desde helicópteros en vuelo. A fines de la
década, ya de regreso en Estados Unidos, alternaba su tiempo entre el
contrabando y la venta de zapatos. Durante toda su peligrosa carrera, Canete
siempre consultaba a los jefes espirituales de su culto a los santones, protectores
yoruba que lo alejaban del peligro. Practicaba los ritos apropiados de la santería
con los amuletos que siempre usaba bajo la camisa. También se ligó a los Tongs
chinos y a algunas fracciones de la mafia de Brooklyn, y aprendió Tai Quan Do.
En los sesenta, también aprendió las técnicas de la falsificación, así como otras
artes útiles para hacer dinero fácil, rápido y con poco trabajo. Se especializó en
trabajos para la policía secreta sudafricana, BOSS, y el MOSSAD israelí. "Firmó
un contrato con el líder Yasser Arafat de la OLP y, personalmente, le impidió a ese
hijo de puta venir a Estados Unidos por periodos mayores de tres semanas".
Ahora, como agente de Wack, se reunía con Ignacio Novo, quien le presentó a
Alvin Ross. Novo le pidió documentos falsos, especificándole edad, estatura, color
de cabello y de ojos. Canete entregó copias de estos documentos a Wack,
recibiendo como pago y cimentación de su relación $300 dólares, por los cuales
firmó un recibo. (9)
Por la naturaleza de las preguntas del gran jurado y por la atención que el FBI
prestaba al MNC, los Novo sabían que no pasaría mucho tiempo antes de que
descubrieran que Guillermo había viajado a Chile sin autorización, violando así su
libertad bajo palabra. Suárez estaba en la cárcel y Guillermo hizo planes para
escapar. Canete le fabricó documentos usando el nombre de Frederick Pagan,
con una licencia de conducir de Nueva Jersey, un pasaporte panameño y fe de
bautismo que correspondía con la edad y constitución física de Guillermo Novo. El
20 de junio, Novo no asistió ante el gran jurado que consideraría la revocación de
su libertad bajo palabra, de manera que se le extendió una orden de arresto.
Desapareció en el protector submundo de la Pequeña Habana de Miami.
Dos días más tarde, otros agentes de la DINA llegaron a la casa de Veloso,
diciendo a sus padres que estaban investigando el secuestro y querían llevar al
muchacho y a su padre, Carlos Héctor Veloso, para hacerles algunas preguntas.
En el centro de interrogatorios, los agentes separaron al joven de su padre,
diciéndole que matarían a su familia si no memorizaba una historia falsa de lo
ocurrido y no identificaba a cuatro vecinos (todos dirigentes sindicales de
oposición) como los secuestradores. En un determinado momento, los agentes, a
través de una ventana secreta, le mostraron a su padre. El joven Carlos vio a un
hombre apuntando al padre con una escopeta. Reconoció al agente armado como
uno de sus raptores originales.
La historia verdadera del muchacho salió a luz cuando un obispo católico investigó
el caso y puso al joven y a su familia bajo protección. A comienzos de junio, la
familia hizo declaraciones bajo juramento ante un juzgado militar, denunciando el
secuestro de la DINA y asilándose posteriormente en Canadá.
ESE MISMO DÍA, en Washington, Cárter Cornick y Eugene Propper hicieron una
llamada oficial al nuevo embajador de Chile, Jorge Cauas, quien recibió en su
oficina al joven fiscal y al agente del FBI, con mucha amabilidad. De acuerdo al
protocolo, no era normal que un embajador recibiera llamadas de personas con el
rango de Propper y Cornick, pero la posición de Cauas como embajador ante el
gobierno de Jimmy Cárter había atravesado por muchas dificultades.
Propper y Cornick habían ido a ponerle ese asunto sobre su escritorio. Propper,
con gran deferencia, le habló sobre los esfuerzos y la determinación del
Departamento de Justicia para resolver el crimen. La investigación, señaló, había
develado los nombres de varios terroristas cubanos que se sabía visitaron Chile, y
deseaba solicitar la ayuda de Chile para obtener informes acerca de las
actividades de tres individuos: Guillermo Novo, Orlando Bosch y Rolando Otero.
Cornick entregó a Cauas una reseña con las fechas de entrada de los cubanos a
Chile y sus supuestos alias. Dijo que se deseaba descubrir qué contactos y
reuniones habían realizado con los funcionarios de los servicios de inteligencia
chilena. Cauas les aseguró que haría todo lo que estuviera de su parte para
solicitar la información a las más altas autoridades chilenas, y que estaba ansioso
por colaborar personalmente, como pudiera, con la investigación. Señaló que
Estados Unidos y Chile tenían un interés común en la identificación de los
responsables de las horribles muertes de Letelier y Ronni Moffitt. Chile, en
particular, había sido gravemente dañado por las constantes acusaciones de su
participación en el asesinato. Sólo resolviendo el caso criminal, el nombre de Chile
quedaría limpio de toda mancha.
Ambos investigadores dejaron la oficina. A los pocos días, Propper recibió una
llamada telefónica de la embajada, informándole que el presidente de Chile,
personalmente, ordenó a Investigaciones, la policía civil, comenzar una
investigación, de manera que se pudiera dar respuesta a las preguntas acerca de
los tres cubanos. (13)
"Luego regresamos al garage. Necesito una máquina para llenar los documentos
que le traje. Mientras escribo, él se pone a decir pendejadas, ¿tú ves? Empiezo a
fabricar unas tarjetas de identificación para un tal Frederick Pagan. Me jacto de mi
trabajo, tú ves, para fabricar esas DD 214, (15) tienes que tener en la cabeza todos
esos códigos del ejército norteamericano; un error, y eres hombre muerto.
"Sí, chico, le digo mientras sigo escribiendo. Ya casi tengo listos los DD 214. Él se
molesta un poco y me dice: «Mira. Yo hice la bomba de Letelier. La hice aquí
mismo. Usé explosivo plástico porque son las más fáciles de moldear y se pueden
usar para penetración, produciendo la cantidad de calor que se necesita. Usé un
reloj con un aparato con ácido».
En la tarde del día siguiente, Wack se encontró con su informante en Central Park.
"¡Esto es una locura!", dijo Canete. "He ido demasiado lejos. Yo no sabía que me
estabas metiendo en el medio de una tropa de asesinos. Ya no quiero más de esta
basura, quiero salirme de esto".
Wack había tenido poca experiencia en el trato con soplones, pero sabía que
Canete estaba aterrorizado y presentía el peligro en que su hombre estaba
metido. Sin éxito, trató de persuadirlo para que continuara y siguiera en contacto
con él. Canete se negó. Dijo que iría a la próxima cita con Ross, para entregarle
los documentos, y eso sería todo. Se separaron, caminando en direcciones
opuestas.
Gene Propper leyó los informes sobre Otero. A pesar de las negativas de Chile,
existían claras evidencias de que había estado en contacto con la DINA hasta el
momento de su extradición, en mayo de 1976. Estuvo participando en misiones
para la DINA y en el juicio, en enero, manifestó su resentimiento contra Chile y su
deseo de hablar. En julio, Propper hizo arreglos con el abogado de Otero y superó
los escollos legales para sostener una entrevista con él. William Clay, su abogado,
dijo que Otero estaba dispuesto a entregar información, cooperando ampliamente
en lo relacionado con cualquier información sobre Chile y su policía secreta, pero
no aceptaría ninguna pregunta acerca de los exiliados cubanos. Propper se
manifestó de acuerdo con él. Consiguió un escrito y arregló así el traslado de
Otero a Washington.
A los pocos días, tres agentes de la DINA, dos hombres y una mujer, llegaron
hasta su habitación. Vestían de civil y se comportaban de manera áspera y
autoritaria. De acuerdo con el informe de Propper. Otero dijo a los agentes "que
esperaba luchar contra el comunismo cubano dondequiera que se encontrara y
que su propósito era ponerse en contacto con la DINA, por encargo de los
exiliados cubanos anticastristas". Añadió haberse puesto en relación con la DINA
para comprarles explosivos y otros materiales, en retribución a lo cual él podría
entregarles "informaciones que a ellos les interesaba sobre comunistas
latinoamericanos".
Describió a los tres agentes. La mujer parecía sólo tomar notas y guardar silencio.
Tenía unos treinta años y era morena. El que parecía ser encargado, se identificó
como el mayor Torres; tenía unos cuarenta años, tez olivácea y era alto y atlético.
El tercer integrante dijo poco, pero hizo preguntas incisivas, mostrando gran
conocimiento sobre los cubanos exiliados. Tenía "un metro ochenta de estatura,
era flaco, de pelo rubio y ojos azules". Otero le calculó entre treinta y dos y treinta
y cinco años, diciendo que parecía más alto a causa de su complexión delgada.
Dijo que el agente "tenía aspecto débil y hablaba español con acento
norteamericano".
Otero prosiguió la historia de su odisea con la DINA. Habló de otro agente que
fungía como su oficial y le ordenó el asesinato de Andrés Pascal Allende y Mary
Anne Beausire, haciéndolo viajar a Costa Rica con sus propios medios
económicos. Llegó hasta Caracas con la intención de cumplir la orden, informó allí
del asunto a Morales y luego regresó a Santiago. Dijo haber estado varias veces
con el agente rubio y alto de la DINA.
En Buenos Aires, Robert Scherrer recibió las noticias. Puesto que había manejado
el asunto de la expulsión de Otero el año anterior, tenía especial interés por los
largos cables que resumían los resultados de los tres días de interrogatorios.
Cablegrafió a Washington, engrosando con su análisis la ya voluminosa
información. La identificación de Williams como agente de la DINA en contacto con
los cubanos en Santiago, según lo señalado por Otero, era "un enorme avance" en
el caso, concluyó. Inmediatamente planificó otro viaje a través de Los Andes,
hasta Santiago.
Puesto que se trataba de visas oficiales, sabía que era necesaria sólo una "nota
verbal" del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile para solicitar las visas en
el caso de asuntos oficiales de gobierno. Brownell le mostró dónde estaban
archivadas dichas notas y tuvo que revisar cientos de páginas de documentos que
acompañaban las solicitudes de visa. Todos los documentos estaban en carpetas,
en orden cronológico. Allí estaba la nota, una para ambos individuos. Era una
carta-tipo, señalando que Romeral y Williams iban a Estados Unidos en viaje
oficial de negocios, por encargo del Ministerio de Economía.
Scherrer enfatizó a Brownell que los archivos del consulado eran de capital
importancia en el caso Letelier, advirtiéndole que no permitiera la remoción de
ningún documento, ni menos su destrucción. Tras confirmar que en el Ministerio
de Economía no trabajaba nadie con esos nombres, cablegrafió su informe,
Romeral y Williams eran nombres falsos. Habían solicitado y obtenido visas
oficiales con la ayuda del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile para una
misión secreta en Estados Unidos, cerca de un mes antes del asesinato de
Letelier y Ronni Moffitt. La identificación de Williams como capitán de la DINA
relacionado con los terroristas cubanos por parte de Otero, era una razón de más
para considerarlo sospechoso en el caso, si podía establecerse que en esa fecha
estaba en Washington.
Más tarde, mientras hacía antesala junto a Pinochet para entrevistarse con Carter,
su traductor percibió que éste tenía los nudillos casi blancos de tanto apretar la
silla, en la Casa Blanca. Carter dio la bienvenida a Pinochet y se estrecharon las
manos. Dio un informe al Presidente de Estados Unidos acerca del progreso que
había hecho en la erradicación del comunismo y la restauración de la ley y el
orden. Amablemente, Carter esperó su turno para discutir algunos puntos. Sin
elevar la voz ni dejar de sonreír, le dijo que el asunto de los derechos humanos
seguía siendo un punto fundamental para Estados Unidos y que esperaba amplia
colaboración en el caso Letelier. Pinochet se manifestó ignorante de la
preocupación de Carter, pero le aseguró que, personalmente, garantizaría una
cooperación total.
Poco después, Pinochet ofreció una conferencia de prensa. Un periodista le pidió
comentar acerca de las acusaciones de que Chile había ordenado el asesinato de
Letelier. Pinochet hizo el signo de la cruz contra sus labios y juró inocencia. El
gesto escapó a los representantes de prensa de Washington, pero no así el
juramento: "Soy cristiano, no soy asesino. Juro que nadie en el gobierno chileno
planeó jamás una cosa semejante".
Mientras Pinochet estaba en Washington, el agente especial del FBI Larry Wack
recorría discretamente sus contactos en Union City, incluyendo aquellos que sabía
se negarían a cooperar, así como aquellos que anteriormente le habían
proporcionado informaciones. Desde la conversación con Canete acerca de Alvin
Ross, Wack era doblemente cuidadoso. Un error de su parte, cualquier signo que
llevara a algún miembro del MNC a sospechar quién había sido su informante,
podría significar la muerte de alguien ...
Había leído los informes sobre las entrevistas en Washington con Otero y sobre la
investigación de Scherrer en Santiago de los nombres y las fotografías de Romeral
y Williams. Había recibido las fotos hacía algunos meses, pero no podía usarlas
"en la calle". Ahora, ya tenía autorización para mostrarlas a sus informantes que,
en noviembre pasado, le habían hablado de un chileno rubio que andaba con
Guillermo Novo y con otros miembros del MNC.
Organizó una reunión secreta e individual con cada uno de ellos, dándole carácter
de urgente. Pero este era un proceso lento pues tenía que asegurar protección
total, usando agentes para comprobar que los informantes no eran seguidos.
Necesitó otros agentes del FBI para que desempeñaran labores de vigilancia, la
posición de una revista en el bolsillo de un abrigo o bajo el brazo, todas "claras" y
"peligrosas" señales para reuniones clandestinas.
Uno a uno, Wack mostró a sus informantes las fotografías de los pasaportes
paraguayos. Algunos de ellos recordaban al individuo bien afeitado, por lo que
Wack hizo que el laboratorio del FBI quitara la barba de Williams de una de las
fotos.
Cornick decidió averiguar una vez más, tanto con el Departamento de Estado
como con el INS. Llamó al buró de Chile del Departamento de Estado y habló con
el nuevo encargado, Robert Steven, que recientemente había remplazado a
Robert Driscoll.
Steven conocía bien Chile y sentía un gran afecto e identificación con el país,
fenómeno poco común entre los funcionarios del Servicio Exterior que habían
trabajado allá. Entendía las complicaciones de la política chilena y se hizo cargo
del buró de Chile con una autoridad y entusiasmo que inmediatamente fue
evidente para Propper y Cornick, que siempre se habían quejado de la desidiosa
respuesta de Driscoll a sus preguntas en torno al caso Letelier-Moffitt.
Habían sobrepasado a Contreras. Mientras las mismas leyes marxistas que había
jurado erradicar habían aparecido como serpientes malignas en el seno de la
DINA, los intereses económicos habían determinado el curso de los
acontecimientos.
Como coronel, había pasado por encima del poder de diez generales en la
cúspide de su autoridad. Con la DINA eliminada formalmente y sin el sólido apoyo
de Pinochet, descubrió lo que ya había sospechado: no tenía independencia en el
seno de la estructura militar. Tenía amigos y admiradores, pero no tantos en
comparación con la cantidad de enemigos. Incluso sus partidarios incondicionales
no poseían el poder como para enfrentarse al cuerpo de generales y defender su
posición sin el apoyo abierto de Pinochet.
Desde 1973, Contreras había sido una figura misteriosa, cuyo nombre rara vez se
mencionaba, un símbolo casi abstracto del terror que dominaba Chile. Pocos fuera
del ejército lo conocían. El 3 de noviembre se levanto, oficialmente, el manto del
misterio y la fotografía de Contreras se distribuyó a la prensa, junto con las de los
demás coroneles ascendidos a brigadier general. Esa tarde, el rostro de Contreras
apareció en la primera plana del tabloide La Segunda.
El nuevo director del CNI, Odlanier Mena, se reintegró al ejército para asumir su
cargo. Había regresado sólo algunos días antes de su puesto de embajador en
Uruguay. Cuando fue a asumir el cargo en el cuartel general de la DINA, a
mediados de noviembre, llevó consigo a una docena de ayudantes militares
seleccionados. Entraron al edificio de Belgrado 11 con la actitud de un ejército de
ocupación. Los archivos mostraban aún las huellas del saqueo perpetrado por los
hombres de Contreras, habiéndose retirado de su ex oficina la mayor parte del
equipo electrónico.
Las siguientes tres semanas, Mena y sus hombres eliminaron cerca de mil
agentes, la mayoría de ellos civiles, a través de la solicitud de su renuncia
voluntaria o, directamente, del despido.
En Washington, Robert Stevens rastreó los archivos del buró de Chile en busca de
material relacionado con Romeral y Williams y el incidente paraguayo. Conociendo
los normales procedimientos de trabajo de los funcionarios del Departamento de
Estado, concluyó que el material más importante acerca de lo ocurrido en
Paraguay podría estar archivado en el fichero secreto personal de Harry
Shlaudeman, que recientemente había dejado el cargo de secretario asistente
para Latinoamérica. Después de obtener la autorización, fue a la oficina vacía de
Shlaudeman y abrió el archivo de material clasificado.
Según supo Propper, el general Vernon Walters había viajado a Paraguay en junio
de 1976 para sacar de su puesto al jefe de la CIA, a raíz de una discusión con el
embajador Landau. El jefe de la CIA engañó a Landau poniéndolo en la
embarazosa situación de haber tenido que negar al gobierno paraguayo que cierto
individuo de esa nacionalidad era agente de la CIA, lo que demostró ser falso. El
viaje de Walters tenía el doble propósito de hacer un sumario al jefe local de la
CIA y tratar de convencer a los paraguayos de no matar al desafortunado agente,
detenido y acusado de participar en un complot para derrocar al presidente
Stroessner.
Esta tarea no era desconocida para Walters, desde mucho tiempo asignado a
Latinoamérica y amigo cercano de las figuras más importantes de los gobiernos
militares que controlaban la región. Consideró ese viaje como un obsequio previo
y su ya presupuesto retiro de la agencia.
Propper supo que el embajador Landau tomó medidas inmediatas para reparar el
paso en falso que había dado al otorgar las visas. Cablegrafió al Departamento de
Estado, señalando que las visas para Romeral y Williams deberían ser
canceladas, avisándose al 1NS para prevenir su ingreso al país. Landau avisó al
Departamento de Estado que había llamado a Pappalardo, solicitándole retirar los
pasaportes a los chilenos y llevarlos a la embajada para cancelar las visas. (22) En
las semanas que siguieron, Landau llamó diez veces a Pappalardo hasta que,
finalmente, a mediados de septiembre, recibió los pasaportes que no habían sido
utilizados.
Propper siguió la huella dejada por los pasaportes. El buró de Chile del
Departamento de Estado recibió las copias de los pasaportes el 6 de agosto.
Propper ya conocía los siguientes documentos: los memos del Departamento de
Estado que habían acompañado las fotos y demás documentos de Romeral y
Williams que se adjuntaron al ser enviados al FBI, después del asesinato.
También el comunicado del 22 de octubre del Departamento de Estado,
notificando al FBI que Romeral y Williams habían ingresado a Miami el 22 de
agosto, con pasaportes chilenos.
Después de que Cornick le comunicara que las averiguaciones con el INS eran
negativas, ya que no existían datos sobre la entrada al país de Romeral y
Williams, Propper había descartado esa información. Cornick había vuelto a
revisar los datos del INS, después de que Otero identificó la fotografía de Williams
como la del agente de la DINA, pero recibió la misma respuesta negativa anterior.
Pero aún existía una pregunta más importante: ¿Quién era Juan Williams y quién
era Juan Williams Rose? ¿Eran dos personas, o una sola? Cualquiera que fuese
su real identidad, el Juan Williams cuya fotografía aparecía en el pasaporte
paraguayo, era un oficial del ejército chileno, un agente de la DINA que se
encargaba de los asuntos cubanos y que había sido identificado en compañía de
Guillermo Novo, el presunto asesino, cerca de la fecha del asesinato. Juan
Williams debía ser ubicado e interrogado.
Propper se reunió con Cornick para decidir la estrategia a seguir. Cornick envió a
Scherrer la información recién encontrada del Departamento de Estado. Casi en
ese mismo momento, Scherrer había sabido algo de la información, lo que lo
estimuló más aún por descubrir la identidad de Juan Williams. En una recepción
de comienzos de noviembre en Buenos Aires, casualmente escuchó el nombre
Williams en una conversación de un oficial del ejército chileno. El oficial contó a
Scherrer que ese nombre, originalmente inglés, correspondía a un capitán de la
marina que, en el siglo XIX, había desempeñado un importante papel en la historia
militar de Chile. Juan Williams había derrotado a los franceses en una incursión
marítima, en 1843, reclamando para Chile el Estrecho de Magallanes. Scherrer
escondió su asombro cuando el oficial agregó que la fecha exacta del famoso
desembarco de Juan Williams en el Estrecho fue el 21 de septiembre de 1843,
¡aunque más de un siglo después, el mismo día del asesinato de Letelier!
La investigación no podía progresar sin pedir, de una u otra forma, informes sobre
Juan Williams directamente al gobierno chileno. El asunto era cómo hacerlo. Un
paso en falso podía provocar la desaparición del misterioso Juan Williams para
siempre.
Propper prefería plantear a Chile el asunto Juan Williams a través del embajador
Jorge Cauas. Pero el primer intento por contar con la cooperación de Cauas en la
investigación, en junio pasado, había sido un gran fracaso. Al comienzo, éste
aseguró a Propper que el mismo presidente Pinochet había ordenado una
investigación especial sobre las actividades de los cubanos exiliados en Chile.
Esto resultó ser una mentira, no obstante los funcionarios norteamericanos
estaban convencidos de que Cauas era sincero al manifestar el deseo de
cooperación de Chile. Más tarde, cuando llegaron las respuestas chilenas a las
preguntas de Propper acerca de los cubanos, contenían sólo falsedades y
sirvieron únicamente para convencer al fiscal de que el gobierno chileno estaba
directamente involucrado en el caso Letelier, o encubriendo a los culpables.
Según él, había hecho lo apropiado al reportar el asunto a sus superiores del
Departamento de Estado y al director y el director adjunto de la CIA. Nada tenía
que agregar ahora a sus cables e informes de 1976.
Landau poseía excelentes credenciales para la tarea que iba a emprender con el
gobierno militar. Había llegado al grado de coronel en la Inteligencia del Ejército de
Estados Unidos y, en 1947, había dejado el servicio. Dedicado a los negocios
privados, había vivido varios años en Colombia como gerente general de una
planta manufacturera de automóviles. En 1957, fue oficial de reserva del Servicio
Exterior, siendo asignado a Montevideo con el rango de Agregado Comercial. (25)
Sin embargo, Propper podía contar con otras fuerzas. Con el apoyo del
Departamento de Estado, podría levantar su mano tan arriba que, tal vez, los
chilenos, conscientes de su culpa y sin saber la real extensión del conocimiento de
Estados Unidos, pudieran sentirse obligados a cortar sus amarras, perdiendo la
apuesta. El cuadro de un gigantesco juego de póquer se reproducía claramente en
su imaginación. No era un buen jugador, pero le encantaba el desafío del póquer y
su maniobra principal: el lance:
El mecanismo legal que escogió para su movida fueron las cartas petitorias o
rogatorias, que eran una solicitud de asistencia judicial internacional. Este recurso
permitía a la corte de un país pedir a la corte de otro realizar ciertos
procedimientos legales. Estas peticiones eran recíprocas y frecuentes en asuntos
de comercio exterior en los juzgados de la mayoría de los países no socialistas.
Los procedimientos incluían poner a los testigos bajo juramento y hacerles
preguntas proporcionadas por la parte solicitante. Propper comenzó a preparar
una lista de preguntas para Juan Williams y Alejandro Romeral.
EN SU LABORATORIO electrónico de Lo Curro, Michael Townley pasó la mayor
parte de su tiempo, durante enero de 1978, aprendiendo técnicas
computacionales. Durante el último año, su trabajo en la DINA había cambiado
radicalmente y, tras la renuncia de Contreras, Townley se había considerado
afortunado de no haber sido purgado por el general Mena junto con otros tantos
agentes civiles. Se dedicó a los libros y revistas técnicos con la misma dedicación
con que una vez estudiara la tecnología del terrorismo: electrónica y explosivos.
Ya había establecido contactos comerciales con dos firmas importadoras de
computadores de Estados Unidos, efectuando compras para la DINA y una
clientela privada que iba en aumento.
Pensaba poco en la misión Letelier. Desde entonces, mucha agua había corrido
bajo el puente y otras misiones en Argentina habían llenado su atención. Sus
colegas de la DINA le habían aliviado el nerviosismo (26)que le produjera el fiasco
de Paraguay, asegurándole que otros dos agentes usando los mismos nombres
Romeral y Williams, viajaron a Estados Unidos para despistar las posibles
pesquisas. De acuerdo a lo que sabía, la investigación norteamericana de los
asesinatos se había concentrado casi exclusivamente en el "contacto cubano",
siendo incapaz de ligar el crimen con Chile o con la DINA. (27)
Townley fue amable. Sabía que Novo había estado escondido desde junio pasado,
usando peluca y cambiándose de escondite en escondite dentro de la Pequeña
Habana. Le dijo que comunicaría su solicitud a Contreras, que estaba de
vacaciones en su casa en la playa, en Santo Domingo. Durante los días
siguientes, recibió más llamadas y peticiones de dinero, primero Novo una vez
más, y luego de Virgilio Paz y Alvin Ross. Cada uno usó una táctica distinta. Novo
siguió llamándolo "préstamo". Paz señaló que era un asunto de honor y amistad
entre él y Townley y entre el MNC y la DINA. Ross gruñó y maldijo, amenazando
con graves consecuencias si la DINA no pagaba su "deuda".
Michael e Inés conversaron acerca del futuro y el dinero. El colegio privado Saint
George's era cada año más caro a causa de los cambios económicos
implementados por los "Chicago boys". El sueldo de Townley en la DINA perdía
cada año su valor adquisitivo y era casi insignificante. La mayor parte de sus
ingresos procedía de trabajos fuera de horario en la empresa privada y en la libre
importación de equipo electrónico, esto último, una garantía por su posición dentro
de la DINA.
Inés lo urgía a que dejara para siempre la DINA y trabajara de tiempo completo en
el negocio de importación de computadores que había iniciado. Y Townley estaba
tentado de hacerlo. Desde la salida de Contreras, la DINA había cambiado; pero
su lealtad hacia Contreras no había disminuido y alimentaba la esperanza,
discutida en todos los tonos en los medios de la DINA, de que Contreras
recuperara su poder.
"Hice arreglos para que los dos partan al sur, al campo, donde estarán a salvo de
todo esto, en caso de que algo salga mal", dijo Contreras a Townley y Fernández.
Señaló haberse anticipado a los problemas, en vista de lo ocurrido en Paraguay.
"Pero la operación secreta se hará cargo cuidadosamente de eso. Riveras y
Mosqueira contestarán las preguntas de los gringos".
Townley se puso tenso, pensando: "¡Al sur!". Sabía que allí desaparecerían como
cientos de presos antes que ellos. La traición que siempre había temido, del
hombre al que admiraba casi tanto como a Su Excelencia, el Presidente. Era obvio
que él y Fernández se habían convertido en tipos que sabían demasiado y
Contreras estaba pensando quitárselos de encima.
Había visto al Juan Williams de la foto sólo unas semanas antes. Conocía a
Michael Townley desde 1974, cuando éste había reparado su automóvil en el taller
de Juan Smith.
Se habían hecho amigos y Peñaflor lo invitó una vez a su casa a tomar un trago.
Townley asistió con su esposa, la que escribía cuentos con el seudónimo de
"Mariana" y una vez había ganado un premio literario de El Mercurio. Recordaba a
Townley como un tipo agradable pero misterioso. Obviamente, estaba muy por
encima de los mecánicos automotrices chilenos en general, tanto por sus modales
como por su nivel de vida. En esa ocasión, también se había vanagloriado de su
época de militante de Patria y Libertad.
Los artículos con las fotos aparecieron al día siguiente, ocupando casi toda la
primera plana. La foto de "Williams" estaba junto a la del asesino de 1973, que
mostraba un Townley más joven y desarreglado. En ambas fotos, el hombre, no
cabían dudas, era el mismo. Un artículo sin firma, señalaba que Townley era un
agente de la CIA y relataba la historia de su pasado en Patria y Libertad. En un
artículo separado, Inés Callejas fue identificada como "íntima amiga" de Townley.
Reproducía su declaración de no haber visto a Townley desde hacía cuatro años.
Ninguno de los artículos ligaba a Townley con el gobierno chileno o con la DINA.
Ese mismo día, un editorial de El Mercurio urgía al gobierno chileno para que
cooperara con la petición norteamericana, a la que había llamado el exhorto.
El FBI no tenía informes de Townley, pero Cornick ordenó a sus agentes en todo
el país averiguar sobre él, con lo que su expediente creció rápidamente. El agente
Larry Wack localizó a la hermana menor de Townley, Linda, en North Tanytown,
Nueva York, donde vivía con su esposo, Fred Fukuchi. Fue parca y muy vaga,
pero señaló recordar que su hermano la había visitado durante un viaje. Llamando
a un amigo que había visto a Michael durante la visita, dio como fecha aproximada
alrededor de septiembre de 1976 y también, recordó, hizo varias llamadas
telefónicas durante su estadía.
Wack le pidió los recibos mensuales de teléfono y Fred Fukuchi sacó de los
archivos domésticos los recibos correspondientes a varios años. El agente se llevó
a su oficina sólo los correspondientes a septiembre de 1976, dedicándose a
comprobar los números. Descubrió que Townley había hecho dos llamadas por
cobrar, el 9 de septiembre, a Union City, Nueva Jersey, al bar Bottom of the Barrel,
guarida de los integrantes del Movimiento Nacionalista Cubano, que Wack conocía
bien. El 19 de septiembre, dos días antes del asesinato había una llamada al 201-
945-7198, número de teléfono a nombre de Guillermo Novo.
Propper estaba listo para viajar a Chile, en cuanto recibiera las indicaciones.
Quería estar presente para conducir los procedimientos de los interrogatorios. El
18 de marzo, se recibió una comunicación de la embajada, anunciando que Chile
estaba listo para presentar a Romeral y a Williams. Esa noche, Propper y Cornick
abordaron el avión, llegando a Santiago a la mañana siguiente, un domingo.
En Santiago, Cauas se encontró con que existía consternación entre sus amigos
civiles en el gobierno. Ningún otro acontecimiento en los casi cuatro años de
gobierno militar había dañado tanto el futuro del régimen. Sin la colaboración de
Estados Unidos, sus planes eran totalmente ilusorios. Habló con hombres de
negocios, con banqueros y con los que llevaron la batuta de la línea editorial de
los principales medios de prensa. El lenguaje era cuidadoso, pero tenían una
opinión unánime: no se le permitiría a Contreras impedir los acuerdos del gobierno
con Estados Unidos.
El general Augusto Pinochet esperaba ser Presidente de Chile hasta 1990 y jamás
habría adoptado esa posición. Esa ambición y el anticomunismo eran sus dos
únicos principios guías. Desde 1973, había neutralizado las fuerzas competidoras
en el interior del régimen, dándole a cada grupo un trozo de la acción. Había
dejado la economía en manos de empresarios y economistas pro
norteamericanos, contra los deseos de la extrema derecha, que lo presionaba
hacia la adopción de un sistema económico estatizado, de acuerdo a lineamientos
fascistas. En cambio, Pinochet había depositado en los fascistas la misión de
derrotar el marxismo, dándoles libertad para organizar un autoritario estado
policial.
Manuel Contreras llegó al edificio Diego Portales y tomó el seguro ascensor que lo
condujo hasta el vigésimo segundo piso, donde estaban las oficinas del
presidente. Sin embargo, en lugar de ser conducido a la oficina privada de
Pinochet, lo llevaron hasta la sala de conferencias, donde lo encontró presidiendo
una reunión con los dieciocho miembros de su gabinete.
Cuando tomó asiento, Pinochet le pidió informara sobre el caso Letelier a los
integrantes del gobierno. Añadió que, en particular, había tres preguntas que
requerían de una respuesta específica: ¿Era Michael Townley agente de la DINA?
¿Tuvo algo que ver la DINA con el asesinato de Letelier? ¿Había alguna razón
para que el gobierno o los militares rechazaran la petición de Estados Unidos de
interrogar a "Romeral y a Williams"?
Contreras respondió como Pinochet estaba seguro que lo haría. Para las primeras
dos preguntas, dijo que la respuesta era "no". Michael Townley había realizado
trabajos de "telecomunicaciones" para la DINA sobre bases abstractas, pero no
había sido un agente de tiempo completo. La DINA no había tenido nada que ver
en el asesinato de Letelier. No había razones para que "Romeral y Williams" no
fueran interrogados. No tenían nada que ver con el asunto Letelier y, además, no
eran Townley y el capitán Fernández. Los dos hombres que viajaron en agosto de
1976 como Williams y Romeral, explicó Contreras, eran Rene Riveros y Rolando
Mosqueira, ambos capitanes del ejército que antes pertenecieron a la DINA. Su
misión se realizó con el conocimiento de la Agencia Central de Inteligencia y
consistió en tareas rutinarias de vigilancia. En Washington, establecieron
contactos con el cuartel general de la CIA.
Ese día, el gobierno chileno informó al embajador que los dos hombres que
habían viajado a Estados Unidos con los pasaportes Williams y Romeral
aparecerían el miércoles ante el juzgado chileno encargado de las cartas
rogatorias. El juez, una mujer llamada Juana González, conduciría los
interrogatorios, basados en las preguntas elaboradas por Estados Unidos. La
embajada norteamericana había contratado un abogado chileno, Alfredo
Etcheberry, para que representara a los fiscales norteamericanos en la audiencia,
el que estaría autorizado para hacer preguntas adicionales.
El agente Scherrer estaba intrigado por el hecho de que Juan Williams hubiera
resultado ser ciudadano norteamericano. Fue al Consulado de Estados Unidos
para revisar los archivos de los ciudadanos residentes. Había ido al mismo lugar
hacía casi un año, buscando al "rubio chileno-norteamericano", sin encontrar
nada. En ese entonces, había revisado cada una de las 1,500 fichas del archivo.
Se preguntaba por qué no había notado el nombre y la foto de Townley en los
registros.
Encontró varias tarjetas 5x8 unidas con grapa. Michael Townley se había
registrado en el Consulado en 1957, cuando llegó con sus padres; en 1964 y
1966, cuando nacieron sus hijos; en enero de 1971 y en octubre de 1973. Pero no
había ninguna fotografía. En el espacio para una foto tamaño pasaporte, en la
tarjeta de encima, Scherrer sólo encontró goma reseca y restos de papel. En algún
momento, la foto de Townley había estado adherida a la tarjeta, pero la habían
sacado, antes de la primera revisión que hiciera, en abril del año anterior.
Apenas miró a los dos individuos, Etcheberry, que esperaba ver a Townley y a
Fernández, exclamó: "¡Estos no son los hombres que buscamos!", dirigiéndose a
la juez. "De ninguna manera corresponden a las fotografías de los dos individuos
que anexamos a las cartas rogatorias. La identificación de los dos individuos que
constituyen la base de la petición de Estados Unidos se logró a través de las
fotografías, no de los nombres, ya que suponíamos que éstos eran falsos. En
nombre de mi cliente, el gobierno de Estados Unidos, exijo que la corte suspenda
este procedimiento y se abstenga de dar a conocer el contenido del cuestionario a
estos dos individuos".
Propper estaba furioso cuando supo que los chilenos habían tratado de hacer
pasar a dos extraños como Romeral y Williams. Scherrer, en cambio, estaba
divertido. Siempre se había cuestionado las ligeras discrepancias en la filiación
física de Williams en el pasaporte paraguayo y en el pasaporte chileno que se
había usado para ingresar a Miami. El pasaporte paraguayo señalaba como fecha
de nacimiento el 18 de octubre de 1942; estatura, 1.89 m. En tanto que el
documento chileno señalaba el 12 de marzo de 1949 y 1.75 m. Él y Cornick
habían discutido con Propper la posibilidad de que dos pares de individuos
hubieran usado las identidades Williams y Romeral. Scherrer y Cornick siempre se
habían sorprendido por la aparente irracionalidad de la DINA al mandar a los
mismos dos hombres, con idénticos nombres falsos, para matar a Letelier, a
sabiendas de que las autoridades norteamericanas ya sospechaban de Romeral y
de Williams. Ahora eso tenía más sentido. Townley y Fernández efectivamente
habían viajado a Paraguay, obteniendo pasaportes y visas bajo los falsos nombres
de Williams y Romeral. Ellos no podían haber sabido que el embajador Landau
hizo copias de los documentos, incluyendo las fotos, pero sí sabían que los
norteamericanos habían sospechado, ordenando la cancelación de las visas. Dos
hombres involucrados en la misión de eliminar a Letelier, ahora identificados como
los capitanes Mosqueira y Riveros, habían usado los nombres Romeral y Williams
para dar una explicación inocente de lo que había sucedido en Paraguay. Cornick
posteriormente supo que Mosqueira y Riveros, como "Williams y Romeral", habían
hecho notar a la CIA su presencia en Washington. Por lo que dedujo que la
segunda versión Romeral-Williams era una operación encubierta, destinada a
despistar al FBI en las sospechas que pudiera haber tenido sobre el incidente
paraguayo, después del asesinato.
Casi había funcionado. Pero Landau había ordenado fotografiar los pasaportes
paraguayos, y no había duda de que "Williams" era Michael Townley y era el
hombre que buscaba el FBI.
También el embajador Landau estaba ofendido por lo que consideraba una trampa
de los chilenos para desviar la atención sobre Michael Townley. Temprano por la
mañana del jueves, llamó al ministro chileno del Exterior, solicitándole una
reunión. Hacia mediodía, todos los oficiales relacionados con el caso se reunieron
en la oficina del ministro Patricio Carvajal. Entre los funcionarios chilenos estaba el
viceministro de Relaciones Exteriores, Enrique Valdés Puga; el director del CNI,
Odlanier Mena; el subdirector del CNI, Jerónimo Pantoja; el viceministro del
Interior, Enrique Montero, y Miguel Schweitzer, (29) abogado. Junto a Landau,
alrededor de la concurrida mesa de conferencias, estaban Eugene Propper, el
abogado Etcheberry y Thomas Boyatt, subjefe de la misión de Landau.
Cuando el embajador se levantó para hablar, a uno de los presentes le recordó a
un general prusiano que daba una lección a sus subordinados. En un español
medio y perfectamente articulado, Landau explicó las consecuencias que tendría
el error de Chile si no entregaba a Michael Townley. Todas las delicadezas del
protocolo internacional se vinieron al suelo, mientras Landau martillaba a los
chilenos con sus argumentos.
Una semana más tarde, Michael Townley hizo su primera aparición pública. Fue
fotografiado saliendo de un automóvil de la DINA/CNI y entrando al Ministerio de
Defensa para atestiguar ante el general Héctor Orozco quien, en su calidad de jefe
de Inteligencia del Ejército, conducía una investigación interna de las fuerzas
armadas por el asunto de los pasaportes falsos. La declaración de Townley a
Orozco siguió los lineamientos de la historia secreta inventada por él con
Fernández. Manuel Acuña, abogado representante de Townley, dijo que su cliente
"había salido poco de su casa" desde que su fotografía apareció en los periódicos.
Al día siguiente, Townley y Fernández acudieron al cuartel general del CNI, en
Belgrado 11, donde, por acuerdo especial, la juez González y el abogado
representante de Estados Unidos, Etcheberry, esperaban para escuchar sus
respuestas a las cincuenta y cinco preguntas formuladas por Propper. Townley
respondió seis preguntas sobre sus características personales y su educación,
rehusándose a contestar el resto, sobre la base de autoincriminación. El
testimonio tuvo lugar el 1º de abril, "Día de los Inocentes" en Europa y Estados
Unidos.
Aunque fue liberado sin cargos, supuso correctamente que en seguida Estados
Unidos pediría su extradición y sería entregado al FBI. Con Acuña, su abogado,
planeó una estrategia para permanecer a salvo en Chile, aunque significara que
debería pasar un tiempo en la cárcel. El plan parecía perfecto. Acuña se las
ingenió para que el caso del crimen de Concepción se reabriera. La casi olvidada
demanda de detención de Townley fue reactivada y le sería muy útil. Los cargos
de 1973 invalidaban la petición de expulsión, de ese modo, sería imposible que
Chile lo entregara. A pesar de sus deseos de cooperar, las manos del gobierno
estarían atadas. Funcionarios cercanos al presidente Pinochet habían asegurado
a Townley que el gobierno no mantendría su promesa.
El acuerdo debía ser firmado de inmediato, ya que los fiscales temían que el
gobierno chileno cambiara de parecer. Barcella, que tenía el borrador del acuerdo
en su portadocumentos, se dirigió inmediatamente a la Embajada de Chile, donde
esperaban Schweitzer y Enrique Montero. Éste firmó por Chile y Barcella por
Estados Unidos, a nombre de su jefe, el Procurador de Estados Unidos, Earl
Silbert. Bajo el nombre, colocó las iniciales ELB, en una escritura casi ilegible.
Para el gobierno de Chile, el acuerdo significaba que Estados Unidos no se
serviría de la información obtenida en la investigación de Letelier para denunciar
ante el mundo los crímenes de la DINA. Para Propper y Barcella, el acuerdo era
un precio insignificante a pagar para obtener la expulsión del hombre que creían
era el que había organizado los asesinatos Letelier-Moffitt. En el acuerdo quedaba
estampado el compromiso de los chilenos de poner a Townley en un avión y
mandarlo a Estados Unidos.
Tres días antes, el presidente Pinochet había informado a los otros tres
integrantes de la junta sobre su decisión de entregar a Townley a las autoridades
norteamericanas. El general de la fuerza aérea Gustavo Leigh protestó porque una
decisión tan importante como esa hubiera sido tomada sólo por el presidente y no
por toda la junta. Pinochet se impuso y, como ya era habitual en las reuniones de
los cuatro, nadie apoyó a Leigh en su desacuerdo. Pinochet no mencionó que
Schweitzer y Montero habían viajado a Washington para negociar un acuerdo
secreto en relación a la expulsión de Townley.
A las 8:30 p.m., las radioemisoras chilenas interrumpieron sus programas para
transmitir un anuncio especial del gobierno. En virtud del decreto 290 del gobierno,
comunicó el locutor, el permiso de residencia de Michael Townley ha sido
revocado y debe ser expulsado del país. El gobierno ha determinado que Townley
ha cometido numerosas violaciones a las leyes chilenas, ingresando y saliendo
ilegalmente del país.
Scherrer, en "blue jeans", regresó a su habitación cerca de las 9:00 a.m. para
cepillarse los dientes. Sonó el teléfono. El hombre del otro lado de la línea rehusó
identificarse.
Media hora más tarde, el coche con los dos agentes del FBI, llegaba hasta el
aeropuerto de Pudahuel, entrando hasta la misma pista que ocupaba el multicolor
avión de Ecuatoriana. La hora preestablecida del despegue ya había pasado, pero
las autoridades del aeropuerto retuvieron el permiso de salida.
"Mike", le dijo Cornick, "tú entiendes, ¿no? Estás en serios problemas y serás
arrestado tan pronto como pises suelo norteamericano".
Townley, con el rostro ceniciento, contestó con fría y airada voz: "Con estas
esposas, no pensé que me llevarían a un pic-nic".
Fue entonces cuando Scherrer sintió que Townley había traspasado la frontera
entre el operativo de inteligencia y la defección. Sabía que Townley confesaría
todo. Arreglarían la protección y prevenciones necesarias, pero esos eran simples
detalles. Townley mostraba una compulsión por contar su historia, por descubrir su
bagaje de informaciones a individuos como Scherrer y Cornick, a quienes
respetaba por su posición y cuyo respeto deseaba tan vehementemente. Ellos
entendían su odio por los comunistas, su devoción infantil por Contreras y la
obediencia militar a sus órdenes.
Notas:
1. Los funcionarios de los derechos humanos de la Iglesia católica señalaron que por primera vez
desde el golpe, nadie había desaparecido entre enero y abril.
2. Este no es un nombre común en los países de habla hispana, tampoco en Chile. Su origen,
según se comenta en el país, está en una disputa matrimonial entre los padres de Mena. Mientras
la madre estaba encinta, juró poner a su futuro hijo el nombre de su esposo --Reinaldo--, pero "al
revés". (N. del T.)
3. El candidato Jimmy Carter, en uno de los debates preelectorales con el presidente Ford, dijo:
"Observo que el señor Ford no ha hecho comentarios acerca de las prisiones en Chile. Este es un
típico ejemplo, como muchos otros, de que su administración derrocó un gobierno elegido
constitucionalmente y ayudó al establecimiento de la dictadura militar.
4. Los cinco ministros con pasadas o presentes relaciones con el grupo Cruzat-Larraín son: Jorge
Cauas, Ministro de Economía y Finanzas; Fernando Léniz, Ministro de Economía; Pablo Baraona,
Ministro de Economía y Presidente del Banco Central; José Piñera, Ministro del Trabajo; Alfonso
Márquez de la Plata, Ministro de Agricultura. De acuerdo a la investigación del economista
Fernando Dahse, los conglomerados creados por Cruzat-Larraín, Vial y Edwards, con otros cuatro,
controlaban 101 de las 250 mayores compañías chilenas, incluyendo la mayoría de los bancos
privados. El grupo Cruzat-Larraín, el mayor de todos, controlaba 37 de las 250 empresas. Véase
Fernando Dahse, Mapa de la Extrema Riqueza: Los grupos económicos y el proceso de
concentración de capitales (Santiago, 1979).
La relación de Cubillos con la CIA fue revelada durante una audiencia judicial el 23 de octubre de
1978, en el caso del funcionario de la ITT Roberto Berrellez acusado de haber mentido a un
subcomité del Senado, en 1973, en relación a la actividad ITT-CIA contra Allende (Washington
Post, 14 de noviembre de 1978).
6. Qué Pasa fue fundada por Cubillos, Baraona y el ideólogo de la derecha, Jaime Guzmán,
durante el primer año de gobierno de Allende. En esos tres años, Qué Pasa fue subsidiada por la
oposición. Se editaba en el mismo edificio del Instituto de Estudios Generales, fortaleza ideológica.
El IEG, cuyo presidente en 1973 era Pablo Baraona, fue posteriormente aludido en el informe del
Comité Church sobre la acción encubierta en Chile: "La CIA fue progresivamente fundando la
mayor parte de una organización de investigaciones de la oposición (más del 70% en 1973) ...
Muchas de las acusaciones presentadas por los parlamentarios contra el gobierno, eran
redactadas por el personal investigador de estos organismos". Acción encubierta en Chile: 1963-
1973 (Washington, D.C., 1975), p. 30.
7. Un factor decisivo para ir a la ofensiva contra la DINA, en 1977, puede haber sido el papel que
ésta desempeñó en la denuncia de un escándalo de proporciones en el mercado monetario. La
quiebra de varias pequeñas financieras que realizaban operaciones monetarias dudosas y que
habían surgido en 1976, obteniendo beneficios del 20 y 30% mensuales en tasas de interés,
estaban minando la superendeudada economía, hasta que una fianza del Banco Central
desencadenó la ola de quiebras financieras. En el punto culminante de la crisis, agentes de la
DINA proporcionaron informaciones a la prensa santiaguina, lo que contribuyó a aumentar más aún
la crisis, proclamándose que el grupo económico de los "Chicago boys" era un desastre. Una de
las firmas quebradas fue "La Familia", ligada al consejero de Pinochet Jaime Guzmán. Ésta había
hecho préstamos a estudiantes de la Universidad Católica, feudo de Guzmán desde el golpe, con
un 24% de interés mensual, haciendo uso de depósitos a corto plazo.
9. Wack se las arregló para que, en la acusación contra Canete por posesión de dinero falso se la
hiciera un juicio leve, pero que se le juzgara en caso de interrumpir su cooperación.
10. La primera vez que se hizo amplia referencia a la DINA en la prensa chilena fue en noviembre
de 1975, cuando muchos periódicos publicaron un boletín de la DINA que describía de un modo
favorable a ésta los acontecimientos relacionados con la detención del médico inglés Sheila
Cassidy, con ocasión de un operativo en el que una mujer fue asesinada. Una publicación hecha
por Qué Pasa en el mes de agosto de 1976, se refería a algunos procedimientos de la DINA, como
el uso de capuchas, intimidaciones y desaparecimientos, pero a la vez felicitaba a la institución por
haber eliminado a los marxistas.
11. Cuando se hicieron las averiguaciones del caso, resultó que ese número de placas "estaba
fuera de circulación". Pero Martínez no tenía ninguna duda de que sus atacantes habían sido
enviados por Contreras y que había empezado la lucha abierta.
13. Sin embargo. Pinochet no ordenó la investigación en esa época, de acuerdo con lo que el jefe
de investigaciones, general retirado Ernesto Baeza, manifestó a Scherrer en Santiago, el 15 de
julio; en esa ocasión dijo no estar en antecedentes de ninguna investigación sobre los cubanos.
14. Poco después de la reunión del 28 de junio, Cauas sometió al detector de mentiras a un
funcionario de la embajada durante su interrogatorio acerca de reuniones con cubanos exiliados en
la misión chilena.
16. De acuerdo al sistema, Pinochet personalmente designaría un tercio de los miembros del
Congreso, y los otros dos tercios serían elegidos en votación directa. En seguida, los miembros del
Parlamento elegirían un presidente. Así, en el caso de que Pinochet se presentara como
candidato, cosa que todos creían sucedería, sólo necesitaría el 66% de la votación, además del
voto de sus parlamentarios incondicionales.
17. Un vocero del Departamento de Estado expresó sus temores en una declaración clarificadora,
pocos días después, señalando que la administración seguía "muy preocupada" por las violaciones
a los derechos humanos en Chile y que Cárter preferiría un regreso "más rápido a la democracia
que el prometido por Pinochet".
18. Scherrer hizo uso de su poder para reducir de 55 a 13 los permisos de portar armas. Mandó las
fotos de los 55 agentes de la escolta de Pinochet al cuartel central del FBI, "quemándolos" a todos.
Contreras no viajó, pero en cambio, el hombre de la DINA en el Ministerio de Relaciones
Exteriores, Guillermo Osorio, acompañó a Pinochet.
19. Los nuevos agentes del CNI también actuaron con violencia. Poco después de los atentados,
Víctor Fuenzalida, ex activista de Patria y Libertad, fue encontrado drogado y amordazado en su
automóvil, luego de haber estado desaparecido por tres días. Según declaraciones de su esposa a
la prensa, agentes del CNI lo torturaron e interrogaron. Ella confesó que Fuenzalida había
trabajado para la DINA como experto en explosivos, poco después del golpe.
20. Respondiendo al llamado de la esposa de Osorio, Valdés Puga regresó con el general
Forestier a la casa. Ambos arreglaron toda la situación, a fin de evitar la autopsia.
21. A Propper, Barcella y sus superiores Donald Campbell y Earl Silbert se les autorizó para tener
acceso a material clasificado de cualquier departamento del gobierno.
22. El jefe de inteligencia paraguaya, coronel Benito Guanos, en un memo firmado por él que llegó
a manos de los autores de este libro, decía que el embajador Landau le pidió el 6 de agosto
"contactar a su amigo (de Guanes) Manuel Contreras" para pedirle que devolviera los pasaportes.
23. La extensión del poder real de Contreras en los meses que siguieron a su despido de la
DINA/CNl, fue objeto de especulaciones, incluso en el seno del grupo civil del gobierno.
Oficialmente, Contreras había regresado a su puesto de jefe de la Escuela de Ingenieros de San
Antonio, pero había informaciones dignas de confianza que sostenían la obtención de un jugoso
presupuesto secreto para mantener un grupo policial paralelo al CNI del general Mena. Los
observadores de la embajada norteamericana dieron gran importancia a las informaciones, de que
Pinochet, forzado a sacar a Contreras por la presión interna e internacional, continuaba
cooperando con Contreras en la formación de un autónomo "Escuadrón de la Muerte", dirigido por
éste y sus partidarios de la DINA. La ¡dea de que Pinochet seguía apoyándose significativamente
en Contreras, se reforzó en diciembre, cuando se supo que Contreras había viajado a la Argentina
para llevar a cabo cruciales negociaciones con ese gobierno en relación al conflicto limítrofe del
Canal Beagle.
24. Cuando durante el juicio fue interrogado en relación al asesinato. Landau dijo:
Landau: Primero los miré, comprobando que no tenían fotos ni habían sido usados. Luego los
archivé. Nunca nadie me preguntó por ellos.
R.: Así es. Los llevé conmigo de Paraguay a Chile y, de acuerdo a mi experiencia, eran pasaportes
inútiles. No sabía qué hacer con ellos y no fue sino hasta 1978 cuando todo este asunto se activó y
los nombres de Williams y Romeral salieron a la luz. Entonces dije al agente del FBI: "¿Sabía usted
que yo tengo esos pasaportes?" Él me contestó: "No". Entonces, le dije: "Mire, son sólo un pedazo
de papel, ya que no tienen fotografías. No fueron usados, pero si los quiere y usted me da un
recibo, se los entregaré". Y eso fue lo que hice.
25. Landau tenía 37 años y carecía del grado de bachiller cuando ingresó al Departamento de
Estado. Sin embargo, comenzó con el grado R-4, el equivalente aproximado de su grado militar de
coronel. La "R" siguió durante tres años ligada a su nombre. Recibió un grado académico de "Arte"
en la Universidad George Washington tras dos años de estudio, en 1969. En esa época, ya había
alcanzado el grado máximo del Departamento de Estado, O-Il.
26. El 12 de abril de 1977, un artículo del periodista Bob Woodward en el Washington Post le
provocó unos cuantos días de pánico, pues mencionaba a un tal Edmund Wilson como ex agente
de la CIA y sospechoso del asesinato Letelier-Moffitt. Éste era un nombre demasiado parecido al
seudónimo de Townley en la DINA, Juan Andrés Wilson.
27. La opinión de Townley, dada a conocer ante el tribunal, era que Baeza no había entregado a la
DINA las fotografías de Williams y Romeral.
28. No se trata de su nombre verdadero.
29. Schweitzer, hijo del ex ministro de Justicia de Pinochet del mismo nombre, fue uno de los cinco
candidatos sugeridos por la Embajada de Estados Unidos para representar a su gobierno en el
asunto de las cartas rogatorias.
30. Suárez era sospechoso en el caso Letelier y había sido encarcelado por orden de la corte por
rehusarse a atestiguar ante un gran jurado, después de habérsele garantizado inmunidad. Fue
liberado, debido a que estaba a punto de terminar el periodo de sesiones del gran jurado.
XII
A todo lo largo del pasillo, custodiaban los uniformados alguaciles de los Estados
Unidos, característicos por sus rostros serios, una actitud casi militar y el bulto de
sus armas que se percibía a través de la chaqueta. Fuera de la sala de la corte, un
pequeño anuncio señalaba la orden del día: "9 de enero de 1979. 9:30 a.m. Los
Estados Unidos de Norteamérica vs. Guillermo Novo Sampol, Alvin Ross Díaz e
Ignacio Novo Sampol".
Un grupo de exiliados cubanos de Union City, Nueva Jersey, realizó una pequeña
manifestación en la calle, frente al edificio, denunciando que los Novo y Ross eran
víctimas de un complot del gobierno norteamericano destinado a eliminar el
Movimiento Nacionalista Cubano. Proclamaron que las tiendas y otros negocios de
Union City habían cerrado ese día, como un gesto de apoyo a los tres acusados.
Más tarde, uno de los militantes del MNC, pegó una calcomanía de Omega 7 en la
pared del baño para hombres del sexto piso. Los alguaciles llamaron al escuadrón
de la policía experto en bombas que, con sus perros, rastreó el área. Los perros
no encontraron explosivos, pero el incidente aumentó la tensión.
Los alguaciles escoltaron a dos de los tres acusados desde el cuarto de seguridad
hasta la sala misma de la corte. En seguida, Ignacio Novo, en libertad bajo fianza,
entró junto a los espectadores. Los tres acusados se abrazaron: los artistas de
televisión comenzaban de esta manera sus representaciones. Los acusados
podrían haber sido miembros de la misma familia, ya que Ignacio Novo se parecía
bastante a Alvin Ross tanto como a su hermano Guillermo.
Novo había nacido en Cuba en 1939, y llegó a Estados Unidos con su familia, en
1954. Se hizo ciudadano norteamericano y estudió química. Después de la
Revolución Cubana, la que al comienzo lo atrajo, se hizo adepto de la ideología
fascista de Felipe Rivero; con él y con su hermano Ignacio, fundó el Movimiento
Nacionalista Cubano, a fines de 1959. Creía que sus ideas liberarían a Cuba de
Fidel Castro, del comunismo y la corrupción que había sembrado; esas ideas lo
llevaron a ponerse en contacto con Chile, con la DINA, con Michael Townley y, en
ese momento, con una corte, enfrentando un juicio por asesinato doble.
Alvin Ross Díaz nació en La Habana siete años antes que Guillermo Novo. Desde
una familia de clase media baja, Ross saltó a un oficio de matón en el casino de
juego del club nocturno Tropicana. Para él, la revolución significó el cierre de los
casinos. Después de abandonar su patria, regresó como integrante de las fuerzas
invasoras de Bahía de Cochinos, entrenadas por la CIA, en 1961. Como los
hermanos Novo, a veces vendía automóviles usados para vivir, en Union City.
Había desarrollado un tic facial, un pequeño temblor en la mejilla derecha, más
notorio e impredecible gracias a los frecuentes movimientos de los ojos y la
cabeza. Su cara redonda, que deliberadamente había entrenado para que
aparentara ser peligroso y vil, calzando con su reputación de pistolero, había
perdido la juventud y su piel había comenzado a relajarse.
Ignacio Novo, dos años mayor que Guillermo, carecía de la energía física y la
claridad mental que proyectaba su hermano. Siendo el único de los tres acusados
libre, tras pagar una fianza de 25,000 dólares, trató de recolectar fondos para la
defensa y organizar el apoyo de la comunidad.
Poco después de las 9:30 a.m., el alguacil, dentro de la sala, gritó: "Todos de pie".
Todos se levantaron, mientras entraba un negro de baja estatura, edad mediana y
cabello entrecano. El juez Barrington Parker Jr., caminaba con muletas desde que
perdiera la pierna en un accidente automovilístico, hacía algunos años. Con
dignidad, subió lentamente los tres escalones de la tarima, se acomodó los
anteojos sin marco y saludó con una inclinación hacia los fiscales, a la izquierda, y
hacia la mesa de la defensa, a la derecha. Tomó asiento y todos los asistentes lo
imitaron.
Abajo, a la derecha del juez Parker, estaban los tres cubanos acusados y sus
abogados, Paul Goldberger para Guillermo Novo, Lawrence Dubin para Alvin Ross
y Óscar González Suárez representando a Ignacio Novo. A la izquierda de Parker,
entre los acusados y la tribuna aún vacía del jurado, estaban los fiscales Eugene
Propper, E. Lawrence Barcella y Diane Kelly, nueva fiscal en el caso, encargada
de redactar los numerosos memoranda legales que se esperaba surgirían.
Pasó el primer fin de semana. El lunes 15 de enero, en una audiencia sin jurado,
Parker no dio lugar a una moción de la defensa de eliminar las evidencias
encontradas en un departamento rentado por Alvin Ross. Las evidencias incluían
alambre detonante, fusibles eléctricos y un recibo por la compra de un dispositivo
detonante Fanon-Courier. El hecho de que el material hubiera sido obtenido
legalmente por agentes del FBI, era una prueba importante contra los acusados.
Para Eugene Propper, tras los dos años y medio desde que había comenzado su
investigación, había llegado el momento de depositar el caso en manos del jurado.
Tenso, nervioso como un actor que debe presentarse en el escenario de
Broadway y recitar su parlamento, después de años de actuaciones de segundo
orden, Propper comenzó su exposición inicial. Trató de contar la historia, a fin de
impedir que el jurado se perdiera en una cacofonía de nombres hispanos.
Les habló acerca de un hombre llamado Salvador Allende, que había sido elegido
presidente de un país sudamericano llamado Chile. Acerca de la dictadura militar
que derrocó ese gobierno, eliminando el Congreso, los sindicatos y los partidos
políticos. Propper explicó quién había sido Orlando Letelier y por qué llegó a ser
considerado un enemigo por el gobierno militar chileno. Les habló de la DINA y del
MNC, de Michael Townley, Manuel Contreras y los misteriosos pasaportes con los
nombres de Juan Williams Rose y Alejandro Romeral Jara.
Controlando la voz, Moffitt le contestó: "Puedes decirle a Mike que si alguna vez
tengo la oportunidad, le sacaré el corazón".
El parlamentario holandés Relus ter Beck informó al jurado sobre las actividades
antijuntistas de Letelier en Holanda, en especial sus esfuerzos para que una firma
holandesa cancelara una inversión de 63 millones de dólares en Chile. Ter Beck,
corno McGovern, puso de manifiesto la relevancia política de Letelier. El jurado
pudo comprobar que la víctima tenía relaciones estrechas con, por lo menos, el
pueblo de dos países.
Ya tarde ese día, los fiscales llamaron a Rafael Rivas Vásquez, exiliado cubano,
director adjunto de DISIP, servicio de inteligencia venezolano. Atestiguó que
Manuel Contreras, en su calidad de jefe de la DINA, visitó Caracas en 1975,
solicitando su colaboración para informar a la DINA sobre las actividades de los
exiliados chilenos en Venezuela. Rivas Vásquez también recordó haberse reunido
con Guillermo Novo cuando éste hizo una escala en Caracas, en viaje hacia Chile,
en 1974. Pero cuando Propper le pidió identificar a Guillermo, el testigo, vacilante,
apuntó hacia Ignacio.
Al séptimo día, Isabel Letelier subió, al estrado, luciendo un collar con una piedra
negra labrada, cuya inscripción decía "Isa". Orlando la había esculpido para ella
en Isla Dawson. Contó al jurado la historia de la vida de su esposo. Su testimonio
estableció que Letelier "estaba a cargo de la resistencia chilena en Estados
Unidos" y que el régimen de Pinochet encarcelaba y mataba a aquellos que
discrepaban de él. Su voz, suavemente acentuada, evocó el sufrimiento, la
determinación y la valentía. Goldberger y Dubin trataron de desprender de su
testimonio que ella había admitido creer que la CIA era responsable del asesinato.
Les dio una lección medular sobre la historia chilena reciente, el barbarismo y la
brutalidad de la junta. Durante un receso, Propper comentó: "Cada minuto que
permanece ella en el estrado, más simpatías se gana por parte del jurado".
El juez llamó a receso para comer. Townley bajó del estrado, sentándose en el
banquillo de los testigos. La mañana había dado dividendos al precio que Propper
había pagado por la credibilidad de su testigo, pero algo más acerca de su
relación había comenzado a aparecer. Tan pronto como Propper terminó de
ordenar sus documentos en el portafolios, se dirigió a la salida. Al pasar junto a
Townley, le sonrió, haciéndole un guiño rápido e íntimo de aprobación.
P.: Díganos si en algún momento usted obtuvo una respuesta de alguien del
Movimiento Nacionalista Cubano. Y, si fue así, żde quién?
Townley relató cómo consiguió el TNT, los explosivos C-4 y el aparato Fanon-
Courier que él había modificado, transformándolo en un detonador de control
remoto. Señaló el camino, los nombres y los números de las autopistas recorridas
con Virgilio Paz, el 16 de septiembre, hasta llegar a Washington.
La forma tan inofensiva de describir el crimen, frustraba cualquier intento por hacer
juicios morales o metafísicos. Él trivializaba la vileza. Como si el villano literario
de Heart of Darkness se hubiera convertido, de palabras sobre el papel, en real
sujeto de carne y hueso, este educado y obediente joven traía a la realidad el mal
existente en la vida real. Ante la blanda audiencia de la sala de la corte distrital, el
mal se disolvía en una falsa imagen del ingenio burocrático, de lo innombrable.
Una vez colocada la bomba, informó Townley al jurado, el trío eligió el lugar para
hacerla estallar. "Antes habíamos visto un parquecito que estaba en el camino de
Orlando Letelier hacia su trabajo y les sugerí -pensando con rapidez, Townley
modificó su lenguaje para evitar contradicciones-, les indiqué que ese sería el
lugar para detonar la bomba". Luego, explicó sus motivos humanitarios: el parque
"era muy poco frecuentado y /era/ muy poco probable que alguien más pudiera
resultar herido. También ordené que al detonar la bomba, Orlando Letelier
estuviera solo en el vehículo". Pero Townley se distrajo. "Los últimos detalles,
como el qué y el dónde, los dejé en sus manos", dijo al jurado.
"Estoy casi seguro de haber llamado desde Audio Intelligence Devices al señor
Ignacio Novo, ese mismo día. No estoy seguro de si fue en esa llamada o en otra
que hice más tarde, que Ignacio me dijo: ŤżOíste la radio? żOíste las noticias?ť.
Yo le contesté: ŤżCómo?ť. Y él dijo: ŤAlgo grande sucedió en Nueva York,
perdón, en Washington, D. C.ť." En seguida, relató cómo se había encontrado con
Ignacio Novo, para cenar juntos. "Discutimos la operación, lo que había sucedido".
El juez Parker escuchó. Era su deber establecer límites para las repreguntas
solicitadas por la defensa. Informaciones acerca de la supuesta participación de
Townley en otros asesinatos ordenados por la DINA habían aparecido en la
prensa antes del juicio y Parker las había leído. "He oído algo acerca de un asunto
en Argentina y en Italia", dijo. Estaba inclinado por autorizar la investigación "total"
de Townley.
Propper arguyó con vehemencia que ninguno de esos casos era territorio
permisible para repreguntas por parte de la defensa. Townley tenía un acuerdo
firmado con la fiscalía, en el sentido que sólo podría ser citado para testificar en
los crímenes cometidos en Estados Unidos o contra ciudadanos norteamericanos.
Todo lo demás estaba fuera de esos límites. Éste había sido el acuerdo a que
Propper había llegado con el abogado de Townley, y estaba decidido a mantener
los términos del acuerdo, defendiendo a Townley de ser interrogado sobre sus
otras actividades y crímenes con la DINA. Propper utilizó el argumento de que
Townley tenía "un privilegio de Quinta Enmienda".
Señaló que Townley se consideraba aún un leal empleado del gobierno chileno y
sólo empezó a entregar información sobre el caso Letelier después de que un
funcionario de ese gobierno, el general Héctor Orozco, lo había autorizado para
hacerlo. Sostuvo que Townley era "un servidor público" que había hecho un
juramento sagrado: "Como servidor público y agente de la DINA, fue liberado de
su obligación de no hablar sobre el caso Letelier por el mismo gobierno de Chile,
pero puede ser acusado -y tengo aquí las leyes /chilenas/- dándosele una
condena de quince años o algo así, por cualquier otra cosa que diga sea asunto
legal o no".
A la mañana siguiente, el juez Parker abrió la sesión llamando al estrado a los tres
cubanos acusados. Los reconvino por sus "amenazas e insultos" dirigidos contra
Townley, advirtiéndoles no repetir el incidente. Afligido, Ignacio Novo aseguró al
juez: "hicimos comentarios, pero no amenazas, si esto tranquiliza a la corte".
La disputa sobre las áreas permitidas para repreguntas por parte de la defensa
continuaron en sesión abierta, aunque con la ausencia del jurado. Goldberger dijo
haber recibido una copia del testimonio de Townley en Chile, antes de ser
expulsado. En ese testimonio ante el general Héctor Orozco, el mismo funcionario
chileno que había "permitido" a Townley cooperar con la fiscalía, éste había
negado bajo juramento cualquier participación en el asesinato de Letelier.
Goldberger expresó que la declaración podía ser leída al jurado, para demostrar
que Townley había cometido perjurio.
Propper brincó. "Esa declaración es, según tengo entendido, un secreto. No fue
mostrada a Estados Unidos y está guardada en un libro sellado. .. Aparentemente,
no se entrega a nadie y, si así fuera, constituiría una violación a las leyes chilenas,
con una pena máxima de veinte años", dijo, apuntando en dirección de las copias
del código chileno que tenía encima de su escritorio.
El fiscal Larry Barcella respondió: "Él /Townley/ obtuvo permiso de Héctor Orozco
para tratar el caso Letelier con todas sus ramificaciones. Nosotros no tenemos
ninguna autoridad para ordenarle que vaya más allá de eso". Ridiculizó la
evidencia del papel de Townley, agregando: "El pasaporte del señor Townley
muestra que estaba en Argentina por la fecha en que Prats fue asesinado. Yo me
aventuraría a decir que, al mismo tiempo había en Argentina otros treinta millones
de personas".
El juez Parker puso fin a la discusión, señalando estar listo para dictaminar. El
jurado, dijo, ha visto y oído abundantes evidencias de que Townley era un agente
de la DINA y acerca de qué tipo de organización era ésta. "Creo que ante el jurado
hay ya suficientes pruebas de que el señor Townley no es el tipo de personas
junto a la que les gustaría sentarse en el servicio religioso dominical. No autorizaré
repreguntar al testigo en relación a los incidentes de Argentina e Italia. Éste es el
dictamen de la corte".
Parker ordenó que hicieran pasar al "testigo Townley". Goldberger le mostró la
declaración, preguntándole si era la misma que había hecho en Chile, antes de ser
expulsado. Townley la miró, dándose cuenta de que era una transcripción sin firma
y no la declaración original que recordaba haber firmado al margen de cada
página.
Uno a uno, mostró los pasaportes y las licencias de conducir a nombre de Hans
Petersen, los recibos de Avis-Rent-a-Car, el motel y la gasolinería, las boletas de
la autopista y el restaurante, los pasajes aéreos y las fotografías. Townley
identificó las fotos de Guillermo Novo, Ross y Paz, junto con los representantes
chilenos ante la ONU, Mario Amello y Sergio Crespo, ligando así al MNC con el
gobierno chileno. Luego, el jurado vio cables eléctricos, recipientes de plástico,
material para bombas, fósforos eléctricos. Townley explicó cómo esos objetos,
juntos, habían servido para matar a Orlando Letelier y Ronni Moffitt. Dio al jurado
una breve lección de electrónica, habiéndoles de "oscilación de una señal",
"megahertz" y "VHF", para explicar cómo el aparato Fanon-Courier en sus manos
se había convertido en un arma mortífera. En seguida, Propper mostró el acuerdo
de rebaja de pena, leyéndola ante el jurado.
Parker no hizo ningún esfuerzo por esconder su irritación. Despidió al jurado por
todo el fin de semana y dijo, furioso: "Hasta el momento, el ritmo de este caso es
alarmantemente lento. Algunos de sus aspectos /que nos están deteniendo/
deberían haberse resuelto con antelación". Cuando el jurado abandonó la sala,
reconvino a Propper: "ĄUsted debería haber advertido a la Corte hace mucho
tiempo acerca de este problema!".
El lunes, décimo día del juicio, el juez Parker abrió la sesión e inmediatamente
llamó a los abogados al estrado. Nuevamente, el público quedó fuera de la
discusión.
El abogado de Townley, Barry Levine (4) habló primero, diciendo que su cliente
contestaría la pregunta de dónde había obtenido el fusible eléctrico, pero que
continuaría invocando la Quinta Enmienda si se le interrogaba acerca de "los
propósitos de los asuntos relacionados con el general Prats o Leighton". El asunto
de la Quinta Enmienda se había resuelto con un débil compromiso. Goldberger
dijo que durante el fin de semana había conseguido una copia del affidávit de
Townley en Chile que, indiscutiblemente, era copia del original, con la firma de
éste en cada página. En ese momento, se estaba haciendo una traducción al
inglés.
"Para serle franco, no lo esperaba; va contra la ley, y cualquiera que haya violado
la ley en Chile al obtener el documento, probablemente será castigado", agregó
virtuosamente Townley.
P.: Sí.
R.: No, señor. Pero sí, en el caso de la persona que lo acompañaba. Mucho,
señor.
P.: żUn soldado que había recibido la orden de cumplir un contrato, de cometer un
asesinato?
R.: No, señor. No estoy diciendo que yo estuviera de acuerdo con asesinarlo.
Recibí una orden y la cumplí lo mejor que pude.
Un soldado, en una guerra reconocida sólo por sus jefes, había matado a un
hombre catalogado como un soldado enemigo. Por desgracia, también había
muerto un civil. Órdenes. Cumplía órdenes. Las mismas palabras escuchadas en
los juicios por crímenes de guerra de los nazis en Nuremberg; las palabras de los
norteamericanos acusados de la masacre de civiles en My Lai durante la guerra
de Vietnam. Por un momento, los dos años y medio de la investigación del
asesinato Letelier-Moffitt se congelaron en un solo bloque. Había llegado el
instante, como en una tragedia de la antigüedad de que el elenco y los
espectadores, la prensa, los familiares, los protagonistas, se detuvieran a
reflexionar. żQuién había creado este monstruo que se autodenominaba soldado?
Más tarde, ese mismo día, Goldberger y Townley sostuvieron los siguientes
"dimes y diretes":
P.: Cuando su esposa participó en el viaje a México (usted dijo que su esposa era
agente), żsabía ella cuáles eran las circunstancias? Ella sabía a qué iba, żno es
verdad?
R.: Ella sabía que íbamos a interrumpir una reunión. Así es, señor.
P.: ... żSabía ella que iban a México a matar a algunas personas, si era posible?
P.: żNo fue ella usada como pantalla, por decirlo así, en el viajecito en casa
rodante hasta México?
R.: La mayoría de los ciudadanos chilenos sabía muy bien esos nombres, señor.
R. Sí, señor.
P. De modo que quería no sólo estar usted en la posición que tenía, sino también
arrastrar a su mujer a la posibilidad de ser culpada por haber cometido crímenes
en Estados Unidos.
Entre tanto, los reporteros del Washington Post y el New York Times obtuvieron
copias de las conversaciones confidenciales en el estrado, sostenidas el 22 y el 23
de enero, en las que los abogados y el juez Parker discutieron el acuerdo secreto
que había firmado Estados Unidos con Chile, como condición para obtener la
extradición de Townley. SILBERT SE PUSO DE ACUERDO CON CHILE PARA
RESTRINGIR LA INFORMACIÓN, decía un encabezado del Washington Post del
24 de enero. El New York Times anunció que el acuerdo firmado por el abogado
de Estados Unidos Earl Silbert y el Ministro del Interior de Chile Enrique Montero
significaba que Estados Unidos "restringiría la información" sobre el caso Letelier-
Moffitt, específicamente lo relacionado con los crímenes de Prats y Leighton. El
razonamiento de Propper en relación al acuerdo, decía la noticia, fue que el
gobierno chileno creía "que el gobierno norteamericano los estaba usando como
una acusación política para deshacerse del gobierno de Pinochet, y que ellos
querían seguridad de que no íbamos a regar por todo el mundo la basura. Esa era
la base del acuerdo".
La aparición de José Barral entre los testigos ese mismo día, hizo que los
acusados pusieran cara de dolor. El murmullo de Guillermo Novo "ĄCarajo!", pudo
oírse hasta la primera fila de espectadores. También el rostro de Barral reflejaba
angustia mientras Propper y Barcella procedían a interrogarlo. Barral, simpatizante
del MNC, que dijo haber sido entrenado en el uso de explosivos, describió un
ambiente en que la gente traficaba con elementos para la fabricación de
explosivos. Aseguró ser un auténtico cubano nacionalista. "Guillermo Novo es mi
amigo. . . Un patriota", dijo. "Creo que es un hombre que ha sufrido mucho por la
humanidad, lo admiro enormemente".
Barral dijo al jurado que Alvin Ross y José Dionisio Suárez habían ido a su casa
en septiembre de 1976 y este último "quería saber si yo tenía una cápsula
explosiva que pudiera darle". Sin embargo, la memoria de Barral fue vacilante al
tratar de recordar si Ross había escuchado o no su conversación. Propper mostró
a Barral una cápsula explosiva (5) y éste la identificó diciendo que era la misma, o
una similar, a la que le entregara a Suárez en esa ocasión. Dijo haber sacado la
cápsula de su escondrijo, una maceta al fondo del jardín, entregándosela a Suárez
sobre la base de una petición telefónica de Guillermo Novo. Señaló haber sido
interrogado "cientos de veces" por el FBI y obtuvo la promesa de liberarse de
culpas al testificar en el juicio.
Barral fue el primer testigo que provocó sorpresa a los acusados. Su nombre fue
mencionado a la defensa sólo la noche anterior a su comparecencia. Y los
abogados de la defensa sabían que vendrían más sorpresas.
Al día siguiente por la tarde, Ricardo Cañete subió al estrado. Todos los acusados
recordaron al ex miembro del MNC. Ahora descubrirían a un nuevo Cañete, el
soplón, ante el que se vanagloriaron de haber cometido, o deseado cometer,
crímenes.
Cañete identificó una foto suya, saliendo del restaurante Se Chuan Taste de
Nueva York con Ignacio Novo y una mujer llamada Marta. Atestiguó haber
entregado a Ignacio Novo, en Union City, un pasaporte panameño y otros
documentos a nombre de Víctor Triquero, el que más tarde usó Guillermo Novo en
su fuga.
Habló de la reunión crucial con Ross. "Mientras yo escribía a máquina el DD 214
(falsos papeles militares), hacía alarde de mi trabajo. El señor Ross empezó a
fanfarronearse de sus asuntos: fabricación de bombas. . . Llevando más lejos la
conversación. . . el señor Ross me dijo: ŤYo hice la bomba de Letelierť. Le
contesté: ŤżY qué?ť".
Posteriormente, habló de una reunión con Virgilio Paz, en 1978, en el bar Bottom
of the Barrel, en Union City. Cañete se quejó de que el gobierno lo presionaba
para que testificara ante el gran jurado acerca del caso Letelier. Alvin Ross se
reunió con ellos.
"Mira. Nosotros lo hicimos. Ellos lo saben, pero deja que lo prueben". Me volteé,
mirando al señor Ross para que confirmara lo dicho por Paz. Asintió con la
cabeza. El señor Ross dijo: "No te preocupes por nada. Incluso tienen algunos
papeles míos y son tan estúpidos que ni siquiera saben lo que tienen".
En seguida, Cañete dijo al jurado que había estado trabajando como informante
pagado por el FBI desde su primera reunión con Ignacio Novo. Permaneció en el
estrado todo el miércoles 31 de enero. Al día siguiente, el agente especial Larry
Wack testificó haber contratado a Cañete como informante.
El juicio fue pospuesto varias veces, mientras los abogados discutían sobre qué se
le había permitido decir a cada testigo ante el jurado. El juez Parker se irritaba con
las demoras, pero se esforzaba por evitar equivocaciones que más tarde pudieran
dar pie a declarar el juicio viciado, cuando se produjera la inevitable apelación.
Permitió informar acerca del testimonio de cuatro controvertidos testigos que
habían sido soplones: Barral, Cañete, Kaminsky y Polytarides. La prensa y el
público de la ahora poco frecuentada sala, escuchó el testimonio y luego una
versión expurgada del mismo, ante la presencia del jurado. Y el jurado, en
realidad, sólo estaba presente en la sala una mínima parte de las sesiones diarias,
que duraban entre cinco y siete horas.
Cuando empezó la cuarta semana del juicio, Propper y Barcella trataron de agilizar
las cosas, recortando su lista de testigos. Elaboraron acuerdos con la defensa
para leer declaraciones de testigos de menor importancia, en lugar de hacerlos
comparecer. Los expertos del FBI en huellas dactilares y explosivos
proporcionaron los datos faltantes en la cadena de evidencias de la acusación.
Habiendo presentado 26 testigos y 126 evidencias, la acusación descansó el 6 de
febrero, vigésimo día del juicio.
Barcella golpeó con el puño la puerta de balance que llevaba desde el área de
recepción de las oficinas de los abogados estatales hasta los escritorios de las
secretarias. La puerta se desprendió de sus goznes, cayendo contra un escritorio,
del otro lado de la habitación. Barcella se miró los hinchados nudillos. En ese
momento, Townley se le aproximó, pidiéndole hablar con él. "ĄApártate de mi
vista!", le gritó Barcella.
Durante los dos días siguientes, la defensa presentó once testigos, de los que sólo
uno había sido incluido también en la lista de los fiscales. Se refirieron a Isabel
Letelier, tratando de que ella admitiera haber manifestado sus sospechas de que
la CIA había violado la correspondencia de su esposo. Dijo ella que había
manifestado al FBI la ocasional entrega de su correspondencia abierta, pero que
sospechaba de la DINA. "Temía que el gobierno norteamericano hubiera permitido
a la policía secreta de Chile actuar en este país para seguir a los refugiados
chilenos. Sabía que el jefe de la policía secreta de Chile había venido /una vez/ a
este país, reuniéndose con el jefe de la CIA", contestó.
En debates abiertos en la corte, pero en ausencia del jurado, la defensa pidió que
se consideraran evidencias las cartas y documentos encontrados en el portafolios
de Letelier. "Quiero presentar al jurado el contenido del maletín y demostrarle lo
que /Letelier/ estaba haciendo en realidad", dijo Goldberger. Citó el uso de la
palabra "camarada" en una de esas cartas, como evidencia de su actividad
comunista y sus $1.000 dólares de sueldo mensual provenientes del Partido
Socialista de Chile, como prueba de que era un agente cubano. Barcella señaló
que las cartas de un muerto eran "el típico caso de rumores" y que las
acusaciones de la defensa sobre los contactos comunistas de Letelier eran "casi
una forma de macartismo". El juez Parker dictaminó que la defensa no podía
interrogar a la señora Letelier sobre el portadocumentos y su contenido, ni
tampoco utilizarlos como evidencia. (8)
Tras una pausa, Goldberger preguntó: "żAlguna vez lo registraron bajo el nombre
Juan Williams Rose?" No. Smith lo había registrado con los siguientes alias:
Andrés Wilson, Hans Petersen Silva y Kenneth Enyart, pero nunca con el de
Williams. "żSabía usted que existía un ciudadano norteamericano trabajando para
la DINA de Chile?" No.
"Se necesita un infiltrado. Así es como puede saberse lo que sucede en el interior
de una conspiración", dijo. "Sin Michael Townley, este monstruoso crimen nunca
se podría resolver totalmente, żverdad?. . . Y sin ese acuerdo, Michael Townley no
habría testimoniado. . . Y todos los conspiradores habrían escapado".
Al día siguiente, luego de las instrucciones del juez Parker, él jurado se retiró a
cumplir sus obligaciones. Luego de deliberar durante tres horas ese día, regresó al
día siguiente, 14 de febrero, a las 3:30 p.m., exactamente ocho horas y media
después de haber comenzado sus deliberaciones. Sólo entonces, los miembros
del jurado anunciaron haber llegado a un veredicto.
"ĄViva Cuba!"
7. En una carta posterior al juicio, dirigida a Earl Silbert, Parker señalaba: "Este
asunto es muy grave. Se le exige hacer una investigación sobre esta llamada
telefónica y, específicamente, sobre el acceso del señor Townley a los teléfonos
del gobierno, en general".
10. El mismo Townley se refirió al punto 5 de su acuerdo que, en efecto, decía que
los crímenes cometidos fuera de Estados Unidos estaban fuera de los limites del
interrogatorio.
EPÍLOGO
23 DE MARZO de 1979. "En los diez años que he servido en esta barra, nunca había
presidido un juicio de asesinato tan monstruoso como éste", comentó el juez Parker,
sentenciando a Guillermo Novo y a Alvin Ross a prisión perpetua en una institución de
máxima seguridad. Podrían salir en libertad bajo palabra en 1999. Ignacio Novo,
condenado por perjurio y encubrimiento de una felonía, fue sentenciado a ocho años de
prisión, con la posibilidad de solicitar libertad bajo palabra después de treinta y dos meses.
En los nueve meses que siguieron al juicio, los grupos Omega 7 y Cero, pertenecientes al
Movimiento Nacionalista Cubano, se atribuyeron el asesinato de dos dirigentes exiliados
cubanos, quienes proponían la reconciliación de los exiliados cubanos con el gobierno de
Cuba, además de seis atentados en las áreas de Washington y Nueva York.
Tres meses después de haber sido anunciadas las represalias de la administración Carter, no
se había retirado a ningún funcionario de la embajada y los oficiales chilenos se felicitaban
por haijfit enfrentado tan exitosamente el bluff montado por Estados Unidos. Hacia febrero
de 1980, las relaciones de Estados Unidos con Chile volvieron a recuperar el tono afable de
apoyo que caracterizara los primeros años de la dictadura de Pinochet, agregándose ahora el
entusiasmo manifestado por Estados Unidos en relación al modelo económico chileno. Para
controlar la organización sindical creciente, Pinochet promulgó nuevos decretos,
permitiendo a la DINA/CNI arrestar a los disidentes sin mediar cargo alguno, relegándolos
a aldeas remotas por periodos de tres meses. Aunque la destitución de Contreras puso fin a
los arrestos masivos y desapariciones, el director del CNI, Odlanier Mena, continuó
recurriendo a la tortura en centros de interrogatorio secretos. El embajador Landau, sin
pronunciarse sobre los derechos humanos, aprobó, en febrero, la publicación de un informe
del personal de la embajada, que ponía de manifiesto su apoyo al programa económico
chileno. Decía:
Por su confianza en el mercado económico. Chile está a la vanguardia de una respuesta neo
conservadora mundial ante la amenaza de una creciente inflación... Muchos observadores
privados norteamericanos se inclinan a creer que el régimen militar se mantendrá durante
diez años con un gobierno estable y moderado, razonablemente favorable a la libre empresa
y a la inversión extranjera.
Pero, sospechando, el embajador Landau tomó dos precauciones: fotocopió los pasaportes
de Juan Williams y Alejandro Romeral y mandó un cable ultra secreto, vía Departamento
de Estado, al general Vernon Walters, al cuartel general de la CIA. Este cable es secreto,
pero conocimos parte de su contenido. En él, Landau preguntaba a Walters si la misión
chileno-paraguaya se había planeado en conjunto con la CIA.
¿QUIÉN LEYÓ EL CABLE DEL EMBAJADOR LANDAU Y CÓMO ACTUARON
CON ÉL? En ausencia de Walters, el cable de Landau y las fotos fueron al director de la
CIA, George Bush. (1) En el Departamento de Estado, el cable llegó a la oficina de Harry
Shlaudeman, Asistente del Secretario de Estado para Asuntos Interamericanos, tras haber
llegado primero a la oficina del Secretario de Estado Henry Kissinger.
La reacción de la CIA fue peculiar. Landau esperaba que Walters tomara determinaciones
rápidas, en el caso de que la misión chilena no contara con la aprobación de la CIA. Pero
pasó una semana, durante la que el equipo de asesinos podría haber tenido tiempo para
realizar su plan original de viajar directamente a Washington desde Paraguay, y matar a
Letelier. Walters y Bush conversaron esa semana sobre el asunto. No supimos de ninguna
otra acción de la CIA, pero Walters cablegrafió a Landau a Paraguay, a más tardar, el 4 de
agosto, para informarle que la CIA no tenía nada que ver con la misión chilena y él
personalmente "no estaba enterado".
A juzgar por sus acciones, el embajador Landau estaba alarmado. Canceló las visas y pidió
a la inteligencia paraguaya recuperar los pasaportes. Consideró el asunto lo suficientemente
serio como para ordenar notificaciones de alerta en todos los consulados de Estados Unidos
y en los puertos de entrada al país, para detener a Williams y Romeral a su llegada.
También realizó diez llamadas telefónicas en las semanas siguientes, para insistir en la
devolución de los pasaportes. No explicó por qué estaba tan preocupado con el asunto
Romeral-Williams, pero no cabe duda de la seriedad con que se dedicó al hecho. En el caso
Letelier-Moffitt, se negó a discutir asuntos que iban más allá de su testimonio oficial.
Los funcionarios norteamericanos supieron otro hecho importante antes del asesinato. A
pesar de la orden emitida por Landau, dos individuos, usando pasaportes chilenos a nombre
de Juan Williams y Alejandro Romeral, obtuvieron visas oficiales A-2 para ingresar a
Estados Unidos, en el consulado norteamericano en Santiago, y entraron al país el 22 de
agosto. (2) Las autoridades de Estados Unidos en el aeropuerto internacional de Miami
detectaron su llegada, reportándola al Departamento de Estado. Además, cuando Romeral y
Williams llegaron a Washington, alertaron a la CIA con su presencia, motivando que un
funcionario de la Embajada de Chile hiciera una llamada al general Vernon Walters a
Langley.
Es imposible de creer que la CIA sea tan descuidada en sus funciones de contraespionaje
como para simplemente haber ignorado una operación clandestina de una agencia de
inteligencia extranjera en Washington, D.C., o en cualquiera otra parte de Estados Unidos.
Es igualmente dudoso que Bush, Walters, Landau y otros funcionarios no estuvieran en
conocimiento de la cadena de asesinatos internacionales que se habían atribuido a la DINA.
El general Walters, jefe de los contactos de la CIA con servicios de inteligencia extranjeros,
de seguro poseía detallados conocimientos acerca de la actividad criminal de la DINA.
¿POR QUÉ LO HICIERON? No lo sabemos. Debería haber sido lógico para aquellos que
sabían de la operación secreta que se ponía en marcha en Washington tratar de descubrir
qué estaba a punto de hacer Chile. Los servicios de inteligencia de la DINA de Chile y de la
CIA de Estados Unidos no eran adversarios que trataban de subvertir mutuamente sus
sistemas de gobierno, por el contrario, eran servicios de inteligencia amigos, en permanente
contacto entre sí, a través de canales normales de comunicación.
Los chilenos hicieron aparecer su misión a Washington como contando con la aprobación
de la CIA. Tal vez, el director y el adjunto de la CIA ordenaron a sus representantes en
Chile decir a sus contrapartes de la DINA y de otros servicios de inteligencia chilenos
"¡Oigan! Sabemos: que están a punto de hacer algo en Washington, así es que mejor
dígannos de qué se trata, o deténganse". (3)
Una cosa es clara; el jefe de la DINA, Manuel Contreras, habría suspendido la misión de
asesinato si el jefe de la CIA o el Departamento de Estado hubiera expresado su desacuerdo
al gobierno chileno. Un agente de inteligencia que conocía el caso dijo que ninguna
advertencia habría cancelado el asesinato. Cualquier cosa que hayan hecho Walters y Bush
-si es que hicieron algo-, la misión de la DINA se llevó a cabo. Orlando Letelier y Ronni
Moffitt están muertos. Pero la pregunta prevalece: ¿HABRÍAN PODIDO PREVENIRSE
ESTOS ASESINATOS?
Cóndor era una red de servicios de inteligencia compuesta de seis países sudamericanos
con dictadura militar, organizada por Contreras para perpetrar asesinatos de exiliados
disidentes. Los procedimientos de Cóndor consistían en pedir a los países miembros falsos
documentos para las brigadas asesinas, compuestas por agentes de otros países que
integraban la organización. Paraguay era uno de los miembros. Scherrer, incluso sin saber
sobre el asunto Romeral-Williams en Paraguay, concluyó que el asesinato de Letelier
calzaba con las características de una Operación Cóndor. Los que sabían acerca del
incidente Romeral-Williams en Paraguay y su posterior viaje a Washington, tenían muchas
más razones para llegar a la misma conclusión. En las semanas previas al crimen, sabían
que Chile había implementado una misión tipo Cóndor, vía Paraguay.
3. Los archivos del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), conteniendo las formas
I-94 que documentan la entrada a Estados Unidos de tres de los cinco miembros de la
misión asesina de la DINA, fueron sacadas de las computadoras del INS. Los nombres
faltantes eran: Alejandro Romeral Jara, Juan Williams Rose (entrada a Miami el 22 de
agosto, con pasaportes chilenos) y Hans Petersen Silva (nombre usado por Michael
Townley para entrar a Nueva York el 9 de septiembre de 1976). (5) Además los funcionarios
del INS llevaron a cabo una investigación de archivos en 1979, descubriendo la
desaparición de todas las circulares que acompañan normalmente a los avisos de vigilancia,
como los ordenados por el Departamento de Estado para Romeral y Williams.
5. Otra evidencia de los archivos del Consulado, también fue destruida. Después de su
expulsión, Townley dio a los investigadores los nombres de Hans Petersen Silva, Armando
Faúndez
Lyon y Liliana Walker Martínez, usados respectivamente por él, Armando Fernández
Larios y por la agente de la DINA, habiendo realizado estos dos últimos la vigilancia
preliminar a Letelier. El agente Scherrer, del FBI, cuando investigó, a mediados de 1978,
encontró la solicitud oficial de visa 257-A para los tres nombres, pero descubrió que el
cónsul norteamericano Josiah Brownell ordenó la destrucción en el archivo del documento
de prueba que debería haber incluido la carta del ministro de Relaciones Exteriores,
solicitando visas para los tres agentes. Las cartas, firmadas por un funcionario chileno,
presumiblemente el jefe de la Sección Consular, Guillermo Osorio, también puede haber
tenido anotaciones de los funcionarios de Estados Unidos que concedieron las visas. Los
funcionarios consulares declararon que la destrucción se hizo de acuerdo a una disposición
de rutina, que elimina los archivos antiguos. Pero Scherrer, en una anterior investigación de
los archivos, en 1977, advirtió a Brownell que debería conservarse todo lo relacionado con
el caso. Preguntamos a Brownell por qué había destruido los archivos que Scherrer le había
pedido conservar, pero se negó a responder.
Sería inocente de nuestra parte, así como de la parte de quienes realizaron la investigación
del gobierno, calificar ejemplos como ocultamiento y destrucción de pruebas como el
producto de inconsciencia burocrática, como un caso en que una parte del gobierno no sabe
qué hace la otra. Tampoco es explicación suficiente el decir que la tendencia sicológica de
los funcionarios públicos, imbuida de anticomunismo y susceptible a la versión sin
fundamento de las "teorías del mártir" hayan, de cierta forma, cegado a los profesionales,
impidiéndoles ver los hechos concretos que tenían enfrente.
Ninguna explicación burocrática puede justificar los rodeos y obstáculos que encontraron
los investigadores para resolver el caso. No fueron los ocultamientos de la DINA, como
tampoco el sigilo del Movimiento Nacionalista Cubano los que mantuvieron la
investigación fuera de la pista correcta durante casi un año; fueron las acciones conscientes,
u omitidas a propósito, de los funcionarios y agencias del gobierno de Estados Unidos.
Una vez que llegaron a la pista correcta, los investigadores usaron las fotografías para
identificar a Michael Townley. Con su extradición y posterior confesión, según el equipo
del FBI de Carter Cornick, Robert Scherrer y Larry Wack, y los integrantes del equipo de la
Oficina de los Abogados de Estados Unidos, Eugene Propper y Lawrence Barcella, los
crímenes estaban resueltos. Su investigación del caso y posterior acusación, revelaron al
mundo una conspiración terrorista dirigida por funcionarios del gobierno militar chileno. La
historia de su gestación y los obstáculos que superaron constituyen la última mitad de este
libro. Todos estaban envueltos, más allá de sus responsabilidades oficiales. En el transcurso
de la investigación y el juicio, trabajaron tiempo extraordinario, las más de las veces con
pasión, dando pasos sorprendentes.
Al mismo tiempo, estaban cercados por los límites del sistema en el que habían trabajado,
no atreviéndose a desafiar los estrechos marcos establecidos para su investigación y
acusaciones del crimen. Las disposiciones de la División de Crímenes de Mayor Cuantía de
la Oficina del Procurador de los Estados Unidos, establecían que el equipo de
investigadores pesquisara un asesinato político, sin llegar hasta la fuente política del
asesinato. En 1978, Eugene Propper dijo a un reportero: "La gente que atribuye
motivacions políticas al hecho está equivocada. Aquí no hay nada político. Es un estricto
caso de asesinato, un caso en el que alguien resultó con sus piernas voladas".
Sin embargo, para establecer los hechos, se necesitó recurrir a decisiones políticas y,
entonces, el asunto se le quitó de las manos al Procurador de Estados Unidos. El caso pudo
ser juzgado porque la administración Carter autorizó al embajador Landau para que
presionara al gobierno de Pinochet a que entregara a Townley al FBI.
Pero cuando los Estados Unidos se enfrentaron a la necesidad de emprender la más difícil
tarea de obtener a Manuel Contreras, el segundo hombre más poderoso de Chile,
súbitamente modificaron su decisión original, limitándose a hacer una petición de
extradición al sistema judicial chileno.
Estados Unidos aceptó una segunda ficción: que los asesinos de la DINA estaban, en cierta
forma, desligados del gobierno chileno, como si Townley, Fernández, Espinoza y Contreras
hubieran cometido el crimen un tanto individual y no sujetos a las órdenes de Pinochet.
Estados Unidos prefirió no reconocer que el asesinato se había cometido para servir los
propósitos del gobierno de Pinochet, aceptando, en cambio, los términos impuestos por ese
gobierno para manejar el caso. Esos términos -y no es de sorprenderse- incluían la promesa
de que el enjuiciamiento del caso Letelier no involucraría al régimen de Pinochet.
Pinochet, al deshacerse de Allende, había extraído una gran espina de la zarpa del león, y
Washington le estaba agradecido. La relación de la política norteamericana con el gobierno
militar era la de un protector con su protegido; las reconvenciones ocasionales en relación
al desprecio por los derechos humanos de Pinochet, sólo servían para poner de manifiesto
la preocupación norteamericana por su vástago. El asesinato de Letelier puso en un dilema
al gobierno de los Estados Unidos: aclarar el crimen traía consigo el riesgo de desacreditar,
y posiblemente derrocar, a Pinochet y su sistema. La administración Carter se vio
enfrentada inexorablemente a la elección entre castigar al gobierno chileno por haber
perpetrado un acto de terrorismo internacional, o proteger a Pinochet.
Tal como en el pasado, cuando quienes elaboraban las políticas invocaban la seguridad
nacional para justificar su apoyo a las dictaduras latinoamericanas, nuevamente en este caso
prevaleció el argumento de la seguridad nacional. La estabilidad del régimen de Pinochet se
convirtió en algo sagrado para los intereses norteamericanos, por encima del castigo al
terrorismo ejercido por ese régimen.
La habilidad de Estados Unidos para actuar en el caso Letelier, también se vio limitada por
la naturaleza comprometedora de las anteriores actividades de la CIA en Chile y las
relaciones permanentes entre la CIA y la DINA. La investigación amenazaba no sólo con
desenmascarar a Pinochet y sus crímenes, sino también con revivir el espectro de nuevas
denuncias relacionadas con la acción secreta de la CIA. La revista Qué Pasa dejó al
descubierto un aspecto vulnerable de los servicios de inteligencia norteamericanos en un
breve comentario de mediados de 1979: Si Estados
La investigación reveló que la CIA y la DINA tenían relaciones de trabajo en la época del
asesinato de Letelier, lo que permitía a agentes de la DINA ingresar con frecuencia a
Estados Unidos. A sabiendas, los funcionarios de la embajada de Estados Unidos extendían
visas para misiones chilenas de inteligencia. En el caso Letelier, los integrantes de la
brigada asesina de la DINA, casi sin excepción, habían tenido, o tenían en ese momento,
vínculos con la CIA y otras agencias gubernamentales norteamericanas. La CIA había
apadrinado el terrorismo de los exiliados cubanos, habiendo entrenado a tres de los cinco
implicados en el asesinato. La CIA había ayudado a crear las condiciones propicias para el
golpe militar chileno; había alentado y ayudado a Manuel Contreras a crear y hacer
funcionar la DINA. Sin embargo, los funcionarios de Estados Unidos minimizaron y
ocultaron los lazos existentes entre la CIA y la DINA. El fiscal Earl Silbert y el asistente
del fiscal, Propper, en una carta enviada a los abogados de la defensa, pocas semanas antes
del juicio, declararon que "la relación, si es que la hubo, entre la CIA y la DINA no es
relevante en el caso. Si se encuentra alguna relación que sea relevante y útil para la defensa,
se hará pública". Un memo de los fiscales, presentado más tarde a la corte, decía: "No hay
absolutamente ninguna evidencia de que la Agencia Central de Inteligencia tuviera
conocimiento previo o haya participado en el asesinato de Letelier ... No existe ni la más
mínima prueba que indique la participación o el conocimiento de la CIA en este
asunto". (Las cursivas son nuestras.)
Finalmente, es difícil creer que la red de agentes de la CIA no hubiera -mucho antes del
crimen- detectado la Operación Cóndor y las actividades criminales conjuntas de las
fuerzas policiales latinoamericanas.
Regresemos a Romeral y a Williams. Contreras favoreció dos veces su detección por parte
de la CIA. Sabía que la CIA había sido informada del intento de Paraguay, así como sabía
que la cancelación de visas significaba que también la entrada a Miami sería detectada. Por
órdenes suyas, sus agentes, viajando como un segundo equipo Romeral-Williams,
informaron de su llegada a Washington a la oficina central de la CIA.
Michael Townley, cuya veracidad hemos aceptado en general, declaró no haber sido
informado directamente de la segunda misión de Romeral y Williams, sino que supo a
través de redes secretas de la DINA que Contreras ordenó la segunda misión para encubrir
la real misión del asesinato. El uso de los mismos nombres era una maniobra para borrar a
los Romeral y Williams originales, que tanta alarma habían producido en Paraguay. Parece
ilógico que un hombre planificando un asesinato llame la atención sobre la presencia de sus
agentes en el lugar y cerca de la fecha del crimen que había ordenado se cometiera.
Nosotros entregamos la siguiente interpretación acerca del propósito de la primera y la
segunda misión Romeral-Williams. Con la misión de Paraguay, Contreras intentó implicar
a la CIA en la operación Letelier, sin decir necesariamente a la CIA el real propósito de la
misión en Washington. Creía que, al tener sobre sí sospechas de haber colaborado, la CIA
se aseguraría de que cualquier investigación posterior no prosperara. El propósito de la
segunda, llamada misión encubierta, realizada por agentes que usaban los mismos nombres
Romeral y Williams, puede haber sido tantear si la CIA actuaría para prevenir o controlar
una operación encubierta en Washington. Luego de informar a la CIA de la presencia de los
agentes y comprobar que nada sucedía, Contreras dio luz verde para la real operación de
asesinato.
En las declaraciones que en defensa propia hizo en Chile contra su extradición, Contreras
insinuó que la mano de la CIA estuvo presente en cada paso de ambas operaciones
Romeral-Williams, que él negó tuvieran relación con la muerte de Letelier. Dijo que el
representante de la CIA en Chile, "cuyo nombre no recordaba", sugirió el uso de pasaportes
de un tercer país y aconsejó a Contreras posponer la primera misión, usando los mismos
nombres en la segunda. Contreras sostuvo que otro agente de la CIA, nuevamente le falló la
memoria para recordar su nombre, llevó los pasaportes Romeral y Williams al consulado
norteamericano el 17 de agosto de 1976 y, personalmente, timbró en ellos las
visas. (7) Contreras señaló que el propósito de ambas misiones era ponerse en contacto con
su "amigo", el general Vernon Walters de la CIA, quien le había prometido entregar una
lista de los parlamentarios de Estados Unidos favorables al gobierno chileno.
La táctica de Contreras parece haber sido una variación de la táctica del "correo gris",
usado con éxito en años recientes por personas relacionadas con la CIA acusadas de
crímenes, para desanimar la investigación, advirtiendo que el crimen habría sido cometido
como parte de una operación de la CIA, o que la investigación del crimen sacaría a relucir
los secretos de la CIA.
Tan sorprendente como la elección de Washington por parte de Contreras, fue su elección
del ciudadano norteamericano Michael Townley como el asesino.
En Chile, repitió lo que había dicho muchas veces desde el asesinato: era el mismo
Pinochet quien había debido autorizar el asesinato. Los agentes de la DINA/CNI la
vigilaron abiertamente durante sus apariciones públicas, tomando fotos a todos ¡os que
hablaban con ella. Pero notó que el pueblo no parecía intimidado. La detenían, la
saludaban, le expresaban su sentimiento por la pérdida de su esposo, le pedían que
continuara su batalla por la justicia.
1. Walters estaba retirándose de la CIA, y aunque aún figuraba en la nómina de pago en esa época, estaba
descansando en Florida, gozando de sus vacaciones acumuladas, antes de dejar oficialmente la agencia.
Landau mandó su cable el 28 de julio, temprano ese día. La oficina de Bush acusó recibo ese mismo día, o al
siguiente.
2. De acuerdo con la investigación oficial de Estados Unidos, no se supo sino hasta marzo de 1978 que el
segundo equipo Romeral-Williams se componía de dos agentes de la DINA distintos, y no de los asesinos
Townley y Fernández.
3. De conformidad con un affidávit archivado en el caso por Robert Scherrer, ni el jefe de la CIA, ni otro
subordinado /en Chile/ se había comunicado con el general Contreras ni otro agente de la DINA en 1976, en
relación con algún viaje de funcionarios de la DINA a Estados Unidos para entrevistarse con el general
Walters".
4. Y parece ser que tampoco se les pidió directamente. El FBI no interrogó a Walters sobre el incidente de
Paraguay hasta el 14 de junio de 1978. Walters dijo que no podía entregar información pertinente acerca del
asesinato de Letelier y que "nunca había discutido con algún funcionario paraguayo sobre la expedición de
pasaportes falsos o de algún operativo de inteligencia conjunto chileno-paraguayo". También se ofreció a ser
sometido a una prueba de detección de mentiras sobre lo declarado.
5. Después de que la expulsión de Townley abrió el caso, a mediados de 1978, una búsqueda de veinticuatro
horas en los archivos del INS realizada por un equipo de treinta y cinco a cincuenta empleados, a insistencias
del FBI, hizo aparecer las formas originales I-94 de Romeral, Williams y Petersen.
Propper, en una declaración entregada sobre su acción, usada en el juicio civil conducido por Isabel Letelier y
Michael Moffitt contra el gobierno chileno, respondió lo siguiente acerca de las formas I-94:
R.: Si mal no recuerdo, el FBI tuvo gran dificultad en encontrarlas (al decir esto, puedo estar cometiendo un
error que molestará al FBI) en los archivos del INS. Pero el Departamento de Estado, o las había retirado,
poniéndolas juntas con los pasaportes, o algo hizo con ellas, por eso no estaban en los archivos de
inmigración cuando el FBI las buscó por primera vez.
P.: ¿Sabe usted por qué las sacaron? ¿Alguna vez su investigación descubrió por qué sucedió esto?
R.: No, que yo recuerde. Pienso que el Departamento de Estado investigaba lo que estaba ocurriendo en
Paraguay.
6. Sin embargo, el FBI no refutó públicamente las acusaciones, ni dio a conocer sus propias conclusiones
acerca de los documentos contenidos en el maletín en la época en que aparecieron los artículos mencionados.
La refutación se hizo al fin en una declaración poco difundida de Eugene Propper, en una audiencia anterior al
juicio, en diciembre de 1978.
7. Un ex agente de la DINA dijo haber recibido su visa para una operación secreta en Estados Unidos en
diciembre de 1976, en esa misma forma. Un funcionario norteamericano identificado como agente de la CIA,
llevó al agente, ex militante de Patria y Libertad, Anthal Pipthay, al consulado un sábado por la tarde (día de
descanso del personal) y colocó la visa en su pasaporte, a fin de que pudiera viajar al día siguiente. La misión
del agente de la DINA, que más tarde fue conocida por el FBI, implicaba hacerse pasar por izquierdista y
obtener información aún no publicada de un periodista del Wilmington News, sobre una serie de artículos que
éste escribía sobre los contactos de la CIA con chilenos de derecha, antes y después del golpe.
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