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Materia: Teología
Teniendo en cuenta que “nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar en todos
los areópagos públicos y privados del mundo de hoy, y desde todas las instancias de la vida y
misión de la Iglesia, la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana”.
Este espacio se encuentra articulado tanto con los fundamentos y objetivos del Plan de
Estudios de las Carreras de Contador y de Administración de Empresas, como integrado con
sus respectivos actores, los docentes de Teología en búsqueda de un auténtico diálogo fe y
razón, fe y cultura, evangelio y vida.
Con ello se pretende que la intervención profesional del graduado de la Ucasal tenga
posibilidad de un accionar profesional entendido como intervención en su ámbito, libre de toda
inclinación a la imposición, cuidadosa en la orientación y dirección, y decididamente signada
por la impronta del acompañamiento transformador de la vida humana; de modo especial
inspirada en la intervención salvadora y liberadora de Dios en la Historia humana: la KÉNOSIS
o encarnación como método y lenguaje verdadero.
2.- OBJETIVOS
1.- Introducción.
4.- Conclusión.
1.- Introducción.
7.- Conclusión.
1.- Introducción.
5.- Conclusión.
1.- Introducción.
2.- El hecho humano de la fe: fenomenología de la fe. Creer como acto humano de
conocimiento. Acto humano fundamental: creer en los otros y en los valores. El creer
religioso. La fe don de Dios.
3.- Reflexión desde la teología sistemática: El plan divino de salvación y la fe. Noción
bíblica de fe. Textos bíblicos tradicionales en la reflexión sobre la fe. Definiciones de fe
y algunas definiciones conciliares. El acto de fe. Características de la Fe en el
Catecismo de la Iglesia Católica. Creo para entender y entiendo para creer.
4.- Conclusión.
1.- Introducción.
2.- Dios Padre: Creador y Providente. Creo en Dios: Dios Uno. Dios Trino.
3.- Conclusión.
1.- Introducción.
4.- Cristología en Pablo: Algunos datos sobre Pablo y sus Cartas. Jesucristo en Pablo.
5.- Cristología en los Evangelios Sinópticos: Jesucristo en Marcos, Mateo, Lucas.
6.- Cristología en las Epístolas Católicas: Carta de Santiago. Cartas de Pedro. Cartas
de Juan. Carta de Judas. Cristología en la Carta a los Hebreos.
10.- Conclusión:
1.- Introducción.
5.- Conclusión.
1.- Introducción.
5.- El Espíritu Santo en la vida del cristiano: Nos hace hijos. Nos unge. Nos santifica.
Nos “deifica”. Nos enseña a rezar. Nos hace verdaderamente libres. Nos regala dones
y carismas. Nos regala frutos.
6.- Conclusión.
1.- Introducción.
4.- Conclusión.
4.- METODOLOGÍA:
1.- Para el cursado, el contenido del módulo se irá activando por unidad y se habilitará en la
plataforma un foro que corresponderá a la unidad habilitada, es decir, que cada foro que se
habilite tendrá una fecha de comienzo y otra de cierre. Los foros tiene la función de debatir
sobre las temáticas de cada una de las unidades. SE TENDRÁ EN CUENTA LA PARTICIPACIÓN EN
LOS FOROS POR UNIDAD.
Recursos didácticos
El material será publicado en la plataforma de esta UCASAL, lo cual significa que
como recurso fun-damental será el uso de PC.
- Materiales multimediales: constituidos por películas, videos, presentaciones varias
Como el punto anterior constituye material que amplía o expresa de otra forma los
contenidos.
Bibliografía
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
LUGAR Y AÑO
AUTOR TITULO EDITORIAL
DE EDICIÓN
LEVORATTI, A., Biblia del Pueblo de Dios Paulinas Buenos Aires.
TRUSSSO, A. B 1980
(Dir)
MAGISTERIO Catecismo de la Iglesia Católica Lumen Buenos Aires.
PONTIFICIO 1992
1.- INTRODUCCIÓN
La presente unidad es una invitación a profundizar y cuestionarnos sobre nosotros
mismos: el hombre. ¿Quiénes somos? ¿Qué significa ser hombres en una época de
cambios tan vertiginosos, en donde nos es fácil unirnos por medio de un ordenador, de
una PC o en donde no hay fronteras para el conocimiento ni límites para la
imaginación?
Nos encontramos ante un desafío y una serie de preguntas: ¿qué lugar ocupamos
en este mundo convulsionado, cambiante, invadido por los mass media y necesitado
de constante movimiento? ¿Qué lugar ocupa Dios en este mundo, en el espacio de
cada uno o en nuestros diferentes estados de vida? ¿Qué relación tiene Dios
conmigo? ¿Quién soy yo para Dios?
Estos son los planteamientos fundamentales del hombre de hoy que no podemos
soslayar; las características de la Postmodernidad, la New Age, las sectas, los gurúes,
los falsos profetas y sus consiguientes imágenes de una felicidad vacía de Dios y de
su amor como no menos vacía del amor por uno mismo y por nuestro prójimo.
Ningún contexto socio político ni cultural -de cualquier época que sea- puede acallar
la búsqueda de lo absoluto. Esto es lo que consideraremos en un segundo momento
de esta unidad: el ser humano como ser abierto al infinito, capaz de Dios, en su
búsqueda y con su libertad. Nos preguntaremos cómo podemos, racionalmente,
conocer de su existencia y qué lenguaje debemos utilizar para hablar de Él.
En definitiva, caminando hacia el interior del propio corazón, esta unidad nos
propone las vías o modos con que podemos conocer a Dios, pero no sin antes
invitarnos a una sincera y desafiante reflexión sobre nosotros mismos ante los
profundos cambios que, vertiginosamente, se dan en nuestro entorno.
2.- UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN
La Constitución Pastoral Gaudium et Spes en su artículo nº 54 titulado “nuevos
estilos de vida” nos sintetiza esta transformación de la cultura con las siguientes
palabras:
“...Nuevos caminos se han abierto para perfeccionar la cultura y darle una mayor
expansión. Caminos que han sido preparados por el ingente progreso de las
ciencias naturales y de las humanas, incluidas las sociales; por el desarrollo de la
técnica, y también por los avances en el uso y recta organización de los medios que
ponen al hombre en comunicación con los demás. De aquí provienen ciertas notas
características de la cultura actual: las ciencias exactas cultivan al máximo el juicio
crítico; los más recientes estudios de la psicología explican con
mayor profundidad la actividad humana; las ciencias históricas
contribuyen mucho a que las cosas se vean bajo el aspecto de su
mutabilidad y evolución; los hábitos de vida y las costumbres
tienden a uniformarse más y más; la industrialización, la
urbanización y los demás agentes que promueven la vida
comunitaria crean nuevas formas de cultura (cultura de masas),
de las que nacen nuevos modos de sentir, actuar y descansar; al mismo tiempo, el
creciente intercambio entre las diversas naciones y grupos sociales descubre a
todos y a cada uno con creciente amplitud los tesoros de las diferentes formas de
cultura, y así poco a poco se va gestando una forma más universal de cultura, que
tanto más promueve y expresa la unidad del género humano cuanto mejor sabe
respetar las particularidades de las diversas culturas”.
1
Cfr. I. GASTALDI, El hombre un misterio, Ed. Don Bosco, Buenos Aires 1999, 11-26.
hacer un gran esfuerzo para descifrar lo que nuestros hijos dicen como para manejar
adecuadamente sus símbolos.
Este cambio que afecta el ámbito familiar, gracias a los medios de comunicación
social, también tiene un alcance universal. En 1865 se necesitaron 12 días para
conocer en Europa el asesinato de Lincoln (presidente de los Estados Unidos). Cien
años después -el 22 de noviembre de 1963- sobraron 12 minutos para que se
difundiera el asesinato de John F. Kennedy. El planeta se ha convertido en una gran
caja de resonancia de todos los eventos.
El Santo Padre JUAN PABLO II, en la carta Novo Millennio Ineunte, con la que abría
este tercer milenio, agudamente reflexionaba:
“... son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensibilidad
cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las
contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico,
que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no
sólo a millones y millones de personas al margen del progreso, sino
a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido
por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo,
haya todavía quien se muere de hambre; quién está condenado al analfabetismo;
quién carece de la asistencia médica más elemental; quién no tiene techo donde
cobijarse?...” (NMI 50).
Las instituciones, las leyes, las maneras de pensar y de sentir, heredadas del
pasado, no siempre se adaptan bien al estado actual de las cosas. De ahí, una grave
perturbación en el comportamiento y aún en las mismas normas reguladoras de éste.
Las nuevas condiciones ejercen influjo también sobre la vida religiosa. Por una
parte, el espíritu crítico más agudizado la purifica de un concepto mágico del mundo y
de residuos supersticiosos y exige cada vez más una adhesión verdaderamente
personal y operante a la fe, lo cual hace que muchos alcancen un sentido más vivo de
lo divino. Por otra parte, muchedumbres cada vez más numerosas se alejan
prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como
en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no
rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En
muchas regiones esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles filosóficos,
sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias
humanas y de la historia y la misma legislación civil. Es lo que explica la perturbación
de muchos (cfr. GS 7)
2
Cfr. EQUIPO EPISCOPAL DE EDUCACIÓN CATÓLICA, Educación y Proyecto de Vida, Ed. Oficina del Libro,
Buenos Aires 1986, 4-5.
3
E. GERVILLA, Postmodernidad y Educación, Ed. Dykinson, Madrid 1993, 102.
El movimiento postmoderno ha ganado la calle y, entrando en nuestras casas,
escuelas, universidades e instituciones, dio origen a una religiosidad distorsionada
cuya expresión más difundida es el fenómeno de la “NEW AGE”, “NUEVA ERA” o “ERA
DE ACUARIO” que oportunamente desarrollaremos.
4
Cabe señalar la diferencia entre secularización y secularismo. La secularización es la justa autonomía de las
realidades terrenas que tiene sus leyes propias, sus valores propios independientes de la religión; mientras que el
secularismo es la versión atea de la secularización, pues corta toda relación con Dios y deja al mundo sumergido
en la inmanencia. El secularismo es herencia de una modernidad mal dirigida y más que un “ateísmo militante” se
trata de una “indiferencia agnóstica”. Cfr. GASTALDI, El hombre un misterio, 15.
Estos y otros desafíos fueron retomados por los Obispos argentinos en un documento programático para el
presente tiempo. De manera sintética son mencionados algunos de los principales “retos” del nuevo milenio,
comenzando por la crisis de la civilización como desafío totalizante en el cual se inscriben los restantes, tales
como: la búsqueda de Dios, el escándalo de la pobreza y la exclusión social, la crisis del matrimonio y la familia, la
necesidad de mayor comunión... cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Navega mar adentro, Ed. Oficina
del Libro, Buenos Aires 2003, 15-26 (no 21-48).
manifestaciones culturales de ateísmo. Con el correr de los siglos, temas como “la
muerte de Dios” junto al surgimiento de conflictos entre fe y razón, hicieron que la
religión terminara siendo considerada como una actitud humana infantil y superada.
Y dejar de tener a Dios como punto de referencia, en toda época, no puede sino
llevar a la ruina. En el siglo XX, es decir, ya entrada la “postmodernidad”, estallaron
dos guerras mundiales. La sociedad se encuentra impotente ante la violencia que
anida. Se asiste al gran declive de las ideologías políticas y a la credibilidad de los
mismos políticos. La ciencia ha mostrado que, por sí sola, no puede resolver todos los
problemas del ser humano. Los hombres se sienten atemorizados ante su incapacidad
para orientar hacia el bien común la economía y todos los progresos alcanzados. El
crecimiento de la riqueza va acompañado por el aumento de paros y por disparidades
cada vez mayores entre los países ricos y los países pobres.
6
“La palabra "desencanto" me parece importante porque hace de eslabón, de empalme entre Modernidad y
Postmodernidad. La postmodernidad comienza a nacer cuando parece constatarse palpablemente la imposibilidad
de ese cambio histórico soñado. Cuando el hombre cae en la cuenta de que ya "hace siglos que pensaron las
cosas mañana irán mejor" y, por tanto, cuando la ilusión de Prometeo se transforma en la repetida constatación de
Sísifo.” J. I. GONZÁLEZ FAUS, “Postmodernidad Europea y Cristianismo Latinoamericano”, en SPECCHIA N. G. -
MORELLO G. (eds.), Crisis, rupturas y tendencias. Lecturas críticas de la globalización en la óptica de Cristianisme
i Justicia, Ed. EDUCC, Córdoba 2003, 40.
gran sacudida cientificista (cuya primacía cultural se dio en Alemania)... No queremos
ser de nuevo tan ingenuos.
... Cualquiera sea el caso, nos preguntamos si hay que pensar en un porvenir con
igual o todavía mayor grado de cambios (de cambios inesperados, añadamos)... Por
un lado, nos damos cuenta de un problema de ritmo. El hombre no es infinitamente
adaptable (son muchos hoy lo que, aún a una edad no tan avanzada, no alcanzan a
seguir). Se vive cada vez más en un estado de tensión extrema, de stress. Por otro
lado, el mundo cambió tanto en el siglo XX que, a diferencia de los seres humanos del
1900, no nos atrevemos a prever el siglo próximo”.7
7
J.-Y. CALVEZ, “La Iglesia que podemos pensar para el siglo XXI”, en AA.VV., La Iglesia de cara al siglo XXI, Ed.
San Pablo, Buenos Aires 1999, 61-62. Cabe recordar que CALVEZ, sacerdote francés de la Compañía de Jesús,
participó como experto en el Concilio Vaticano II y durante quince años ha sido consultor del Secretariado para los
no creyentes.
8
M. GONZÁLEZ, “La globalización y la teología. Un enfoque desde Argentina”, en AA.VV., La Iglesia de cara al siglo
XXI, 122.
del sentido y de la identidad), el ser humano es conducido en muchos casos a un
sincretismo contradictorio. Lógicamente, en un mundo plural que plantea la necesidad
constante de elegir entre una amplia gama de valores o que pide establecer
prioridades y fijar criterios, no siempre puede lograrse una síntesis armoniosa y
coherente.9 Ahora bien...
“Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, puede favorecer
cierto fenomenismo y agnosticismo y hasta corre con el peligro de que el hombre,
confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a sí mismo y deje
de buscar cosas más altas. Sin embargo, estas lamentables consecuencias no son
efectos necesarios de la cultura contemporánea ni deben hacernos caer en la
tentación de no reconocer los valores positivos de ésta. Entre tales valores se
cuentan: el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las
investigaciones científicas, la necesidad de trabajar conjuntamente en equipos
técnicos, el sentido de la solidaridad internacional, la conciencia cada vez más
intensa de la responsabilidad de los peritos para la ayuda y la protección de los
hombres, la voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos,
singularmente para los que padecen privación de responsabilidad o indigencia
cultural. Todo esto puede aportar alguna preparación para recibir el mensaje del
Evangelio, informado con la caridad divina de Aquel que vino a salvar el mundo”
(GS 57)
“Paralelamente a los problemas de los nuevos tiempos han surgido fuerzas y ricas
posibilidades: el bagaje de experiencia humana y la creciente capacidad de
elaborarla, la posibilidad de acceso a las profundidades del psiquismo humano para
prestarle ayuda y poner en juego las fuerzas ocultas de sus dinamismos
perfectivos, el afán de sinceridad, de autorrealización, el despertar del sentido de
autonomía y libertad, el empeño por intervenir y participar en la vida comunitaria
cada vez más estimada y deseada y un retorno a la religiosidad que pueda dar una
respuesta a las inquietudes del espíritu. Asimismo merecen ser valoradas y
rescatadas, en su riqueza potencial, la mayor gravitación de la juventud y la mayor
presencia de la mujer en todas las manifestaciones de la vida social, política y
laboral”.
- La valentía y lúcida honradez de pensar que el hombre es, en algún sentido, más
pequeño de lo que pretende y, por lo tanto, se anima a denunciar algunos “mitos”
de la modernidad como, por ejemplo, la frase “el futuro será mejor” o la hipocresía
de identificar liberación con hacer “la real ganas”.
9
Cfr. C. SCHICKENDANTZ, “El cristianismo es gracia (NMI 4). Algunas reflexiones sobre antropología y santidad”,
en COMISIÓN EPISCOPAL DE FE Y CULTURA, Caminemos con esperanza! Propuestas para un mundo que
cambia, Ed. San Pablo, Buenos Aires 2003, 85-89.
10 EQUIPO EPISCOPAL DE EDUCACIÓN CATÓLICA, Educación y Proyecto de Vida, 16.
11
GONZÁLES FAUS, “Postmodernidad europea y cristianismo latinoamericano”, 61-64.
- Es posible percibir un sentido de dignidad y de amor a lo bello en medio de la
trágica mediocridad, un innegable afán de dignificar esa “insoportable entidad de
lo leve”.
- El hombre “es en diálogo”. Desde que somos en diálogo y nos oímos unos a otros,
el hombre ha aprendido mucho y ha dado nombre a muchas cosas celestiales.
Queda la verdad como acogida abierta, la verdad como comunión. Nadie pretende
venir al diálogo con toda la verdad ya construida, como una pretensión absoluta.
La cuestión de Dios y del hombre adquiere una nueva dimensión. Sin menospreciar
los aportes de la modernidad y de la postmodernidad, deberíamos
encontrar, a través de la Palabra de Dios y de la vida cristiana, la
resignificación de nuestra identidad, el sentido de nuestro ser y de
nuestro estar en el mundo que está en Dios, Quien además de Padre
y Salvador (datos de fe) es Creador y Proveedor (como nos puede
llevar a descubrir la razón).
Por eso América latina, para impedir o rechazar nuevas formas de opresión, se vio
impulsada a comprometerse en un proceso de liberación:
12
Cfr. GASTALDI, El hombre un misterio, 22-24.
13
R. LARRAIN, “Modernidad y teorías irracionalistas de la ideología”, en Estudios Sociales 78 (1993), Santiago de
Chile, 31.
- Los teólogos latinoamericanos, como respuesta a la situación social, gestaron la
“Teología de la liberación”
- La Doctrina Social de la Iglesia sigue propulsando, entre otras alternativas, la
igualdad de oportunidades para todos
- La religiosidad popular, adoptando nuevas formas de expresión y comprometida
con los sectores más desprotegidos, se agrupa en las “Comunidades Eclesiales
de Base”.
Para quien huya encontrarse consigo mismo, con los interrogantes de su propio
silencio, con abrirse a lo trascendente o no quiera tener experiencia del Dios
verdadero -personal y cercano- y más bien prefiera el sincretismo o “cóctel religioso”
de un “dios” impersonal, cósmico y tan polimorfo que hasta incluso pueda ser
demoníaco, la “New Age” aparece como la solución a sus expectativas.
14
Cfr. R. BOSCA, New Age, Ed. Atlántida, Buenos Aires 1993.
15
Card. G. DANEELS, “Cristo o acuario”, Carta Pastoral del Arzobispado de Malinas, Bruselas 1990, Revista Criterio
(1991) Buenos Aires.
de muchas civilizaciones orientales tenían como finalidad el conocer la verdadera
naturaleza y, con ella, la dignidad esencial del ser humano.
16
Cfr. M. FLICK - Z. ALSZEGHY, Antropología Teológica, Ed. Sígueme, Salamanca 1967, 18-20.
profunda comprensión de sí mismo, a la luz del acontecimiento Jesucristo. Por
consiguiente, este aspecto de la teología considera la perspectiva concreta del hombre
al que Dios se le comunica en Jesús. En Jesucristo podemos acceder a la plena
inteligibilidad del misterio del hombre, pues Él es el proyecto humano que Dios quiere
para nosotros. Es éste un plan que quedó oscurecido en nosotros por el pecado
original, de modo que Jesús no es sólo un maestro que enseña un ejemplo a seguir
sino sobre todo el redentor de nuestra situación de ruptura con Dios17.
Como dirá SAN AGUSTÍN: “el Dios que te ha creado sin ti, no quiere salvarte sin ti”.
Dios no abandonó al hombre a su indigencia sino que salió en su búsqueda y le ofrece
su perdón y gracia.
Ahora bien, la pregunta sobre el hombre puede darse por diversos motivos. Puede
provenir del asombro o de la admiración frente a las maravillas del universo: un cielo
estrellado, la belleza de una flor, la inmensidad del océano, la estabilidad de un
témpano de hielo... pero también el mismo hombre y sus tantas creaciones puede
provocar el interrogante a cerca de ¿qué es el hombre? Asombro o admiración que
suponen una actitud contemplativa, muy sofocada en la civilización industrial pero no
del todo apagada, también ante la fascinación de la amistad, del amor, de los ojos
inocentes de un niño, de la audacia de un hombre que conquista la luna o del genio
artístico...
Por otro lado, la inseguridad como el ver tambalearse o derrumbarse las estructuras
del mundo, pueden provocar serias crisis y con ellas la pregunta por el hombre. Aún
en medio a un terreno poco firme podemos preguntarnos: ¿En qué consiste lo humano
que es preciso salvar? El hombre busca ahí su identidad o autocomprensión.
Otras veces las experiencias de la frustración o de fracaso son las que suscitan la
pregunta: “¿Qué significa ser hombre?”. Por ejemplo un accidente, una bancarrota
económica, la muerte de un ser querido, una enfermedad que echa por tierra mil
proyectos... el contraste entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, es decir, una
frustración existencial pueden dar origen a la pregunta por el hombre.
Ahora bien, todas estas situaciones o experiencias que originan o hacen propicia la
pregunta sobre el hombre, no deberían ignorarse ni acallarse. Aunque en nuestra
civilización industrializada predomine la técnica y el funcionalismo, respetar al hombre
en su integridad, es también darle lugar y tiempo a estos profundos interrogantes
existenciales. De lo contrario, la sensación de vacío o de nada, surgirá con fuerza.
17
L. F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, Colección Sapientia Fidei, Serie Manuales de Teología,
Ed. B.A.C., Madrid 2001, 3: “… la antropología teológica fundamental ha mostrado ya al ser humano como criatura
de Dios hecha a su imagen y semejanza y los elementos fundamentales de su constitución… (la antropología
teológica especial nos lleva a) considerar más directamente a este hombre en cuanto inmerso en el misterio del
amor de Dios y de su gracia, en la historia salvífica que arranca desde la creación y que alcanza en Jesucristo la
definitividad de su sentido”.
La necesidad de hallarle sentido a la propia existencia, es decir,
de encontrarle a la vida un significado último y definitivo como de
lograr una concepción de sí mismo y del mundo a partir de lo cual
merezca la pena vivir, es insustituible. Se suma, además, la
necesidad de buscar una libertad definitiva, un fundamento eterno
del amor, una razón válida para esperar, en una palabra, el deseo de
vivir siempre feliz que sólo Dios nos puede dar.
Proyecto de vida no son pues, las ocurrencias antojadizas con que llenamos el
tiempo de la vida, sino la orientación organizada de los esfuerzos para dar vida a la
vida.
Que el hombre sea un esencial proyecto dinámico no significa que su misión sea el
activismo o el creativismo, como si él fuera valioso en la medida
en que la sociedad lo juzgue útil, eficiente u original. El dinamismo a que aludimos
es esa actividad interior que consiste en tomar conciencia de la realidad, buscar la
verdad, reflexionar, elaborar experiencia, brindar amor profundo, crear orden y
belleza, meditar, contemplar. Riqueza interior que se traduce a veces en ejecución
de actividades, a menudo en el intercambio del diálogo enriquecedor y con
frecuencia también en la aceptación del sufrimiento y la quietud ineludibles
reconociendo en ellos un llamado a un mayor aprendizaje de interioridad y a una
más íntima y depurada aproximación a los fines esenciales de la existencia”.
La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", con
capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha
sido constituido señor de la entera creación visible para
gobernarla y usarla glorificando a Dios. “¿Qué es el hombre para
que tú te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre para que cuides
de él? Apenas lo has hecho inferior a los ángeles al coronarlo de
gloria y esplendor. Tú lo pusiste sobre la obra de tus manos.
Todo fue puesto por ti debajo de sus pies” (Sal 8,5-7).
Pero Dios no creó al hombre solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer
(Gn 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la
comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza,
un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los
demás.
Y Dios, nos dice también la Biblia, “miró cuanto había hecho y lo juzgó muy bueno”
(Gn 1,31).
Además de un ser social, el hombre es un ser religioso, “capaz” de Dios que,
relacionándose con Él, puede conocerlo, amarlo, servirlo, adorarlo, reverenciarlo...
Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en su artículo 27, “el deseo
de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por y
para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el
hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. La razón más alta de la dignidad
humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es
invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado
por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la
verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador”.18
A lo largo de toda la historia, múltiples son las maneras con que los hombres han
expresado esta búsqueda de Dios. Pensemos a la pluralidad de creencias, ritos y
comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.) que, a
pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, expresan universalmente la verdad
de que el hombre es un ser religioso.
Sin embargo, esta "unión íntima y vital con Dios" a la que todo
ser humano está llamado puede ser olvidada, desconocida e incluso
rechazada explícitamente por el hombre19, mas Dios, aunque el
hombre lo olvide o lo rechace, no cesa de llamar a todo hombre a
buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda
exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de
su voluntad, como también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Ahora bien, para comprender mejor esta posibilidad de buscar o conocer a Dios, es
necesario distinguir dos planos de conocimiento: el conocimiento natural y el
conocimiento sobrenatural de Dios (ver punto 3.5).
a.- Imagen por la creación: todos los hombres participan de la imagen de Dios por
el hecho de ser creados. Se funda en la magnitud espiritual
del ser humano, especialmente en las dos facultades que lo
distinguen: inteligencia y voluntad. Estas capacidades
18 Sobre la doctrina tradicional de santo Tomás de Aquino que enseña acerca del “deseo natural en el hombre” de ver
y de encontrarse con Dios, profundiza S. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental. ”Dar razón de la esperanza” (1 Pe
3,15), Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 20014, 110-173.
19
Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cfr. GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la
ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cfr. Mt 13,22), el mal ejemplo de los
creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que,
por miedo, se oculta de Dios (cfr. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cfr. Jon 1,3). Cfr. Cat.I.C. nº 29. Además, para
las distintas formas de ateísmo, cfr. GS 19-21.
espirituales han quedado oscurecidas y no destruidas por el pecado original y
los pecados personales. El hombre no deja de ser nunca hijo de Dios, aun
cuando esté en pecado y por lo tanto su dignidad es incondicional. Además,
por su libertad y por la gracia de Dios es capaz de convertirse y volver a Él.
c.- Imagen por la glorificación: El destino final del hombre para el cual fue creado
es de encontrarse con Dios cara a cara (cfr. 1 Co 13,12). El
hombre tiene una vocación de eternidad. Dios lo llama a
compartir su gloria, el destino final del hombre es vivir junto a
Dios en la gloria eterna de la Trinidad. Dios quiere que el
hombre participe de esta su vida eternamente, por eso no
escatimará esfuerzos, sino que llegará a entregar a su propio Hijo a la muerte y
muerte de cruz para que alcancemos esta gloria. Como enseña la Escritura de
las tres virtudes, Fe, Esperanza y Caridad al final quedará solamente la
Caridad, no será necesario ni la fe ni la esperanza porque veremos al Señor y
lo conoceremos tal cual es (cfr. Jn 14,15-20).
Esta verdad acerca de la capacidad y límites naturales del hombre para conocer a
Dios ha sido solemnemente definida en el Concilio Vaticano I (1870). He aquí su
afirmación fundamental: “La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que
Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la
luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (DS 3004 y DV 6). Sin
esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene
esta capacidad porque ha sido creado a "imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26).
Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre
experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz
de su razón... Por esto el hombre necesita ser iluminado por la
revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su
entendimiento, sino también sobre las “verdades religiosas y morales
que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser,
en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin
dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error” (DS 3876. Además cfr. DS
3005; DV 6 y S. TOMÁS DE A, S. Th. 1,1,1). “ [Cat.I.C. 36-38].
Existe, entonces, un camino transitable por el que la razón humana puede, a partir
de lo creado, conocer a Dios como Creador y Providente. Tradicionalmente se
postularon dos vías de acceso al conocimiento natural de Dios que sintetizan los
dos aspectos complementarios del Cosmos creado: el mundo material (la vía
cosmológica) y el hombre (la vía antropológica). Cfr. Cat.I.C. 32-35.
El principal representante de este método fue santo TOMÁS DE AQUINO (+ 1274) que,
en su Suma Teológica, postuló las tan célebres “cinco vías de prueba de la existencia
de Dios” (S.Th. 1, q2, a4):
20 Si bien santo Tomás se sirvió para esta vía del argumento del “primer motor inmóvil” que Aristóteles expuso en su
Metafísica (cfr. XII, 8), no deben confundirse ambos argumentos entre sí. El filósofo griego ubicaba este motor
como primer eslabón en la cadena causal, que movía la esfera de los cielos de un cosmos eterno e increado. Santo
La segunda vía se basa en la causa eficiente: la experiencia nos revela que
existen causas eficientes, pues unas cosas producen a otras (por
ejemplo: los padres al hijo, el fuego al carbón, el árbol al fruto). Pero
no es posible que un ente sea su propia causa eficiente, porque
entonces sería anterior a sí mismo, lo que es una contradicción
lógica. Tampoco es posible concebir una cadena de causas que
pueda llegar hasta el infinito, porque no habría entonces una primera
causa eficiente, y por consiguiente tampoco las causas eficientes que observamos en
la naturaleza. Es, entonces, necesario admitir la existencia de una primera causa
eficiente, y ésta es Dios.
La quinta vía se basa en el orden y finalidad del universo: vemos que los entes
carentes de inteligencia obran de un modo conforme a un fin. Por lo tanto, lejos de una
explicación por mero azar, existe una intención deliberada para arribar a ese fin. Pero
estos entes, al carecer de conocimiento, no pueden tender a un fin
si no son dirigidos por un ser inteligente que conoce este fin. Luego,
debe existir ese ser inteligente que conduce todas las cosas del
universo a su fin, y éste es Dios.
En síntesis:
a.- Observamos que toda creatura cambia, se corrompe, nace, muere. Hay un
movimiento constante en la naturaleza. La observación del universo nos muestra
que ellos no son su propia causa; es decir, no son capaces de dar razón de su
Tomás, en cambio, dejó claramente a salvo la trascendencia y señorío de Dios, y el hecho que su acción causal no
se ubica exclusiva mente al comienzo de la serie universal de causas y efectos.
existencia. Dicho en otros términos, todo ser creado es contingente, o sea, existe
pero podría no haber existido. Su existencia no está incluida en la definición de su
esencia. Por lo tanto, puedo elevarme a una causa trascendente al mundo que es
causa de su movimiento y su ser. Es la Primera Causa Incausada, plenitud del
ser.
b.- Existen en el mundo grados de bondad, belleza, verdad, orden y finalidad en los
diversos seres que nos llevan a Aquel que es Sumo Bien, Verdad, Bondad e
Inteligencia. Comprobamos que las diversas realidades creadas tienen belleza,
son buenas y verdaderas, pero no podemos identificarlas con el bien, la verdad o
la bondad, pues jamás pueden expresarlos plenamente. No son capaces de
remitirnos al Bien, Verdad y Belleza Plenas. Por lo tanto nos elevamos a un Bien,
Verdad y Belleza Plenas que es Dios.
c.- Captamos un orden y una finalidad en el universo, hay una teleología, o sea una
finalidad en las cosas. Por un lado, las cosas son inteligibles, permeables a la
inteligencia humana. Además, observamos que los seres tienen una finalidad que
va más allá de sí mismos. A través de ese orden y finalidad podemos llegar a la
Suma Inteligencia, que estructura el cosmos entero y lo llama hacia Sí mismo a su
plena realización.
BLAS PASCAL (+ 1662) expresó otra idea agustiniana en sus Pensamientos 555,
poniéndola en boca de Dios mismo: “Tú no me buscarías si no me hubieras ya
encontrado antes”.
Un camino más reciente surgió a comienzos del siglo XX desde una vertiente no
atea del existencialismo, con pensadores como M. BLONDEL (+1949), M. BUBER (+1965),
K. JASPERS (+1969) y G. MARCEL (+1973) entre otros. Desde la experiencia de fracaso,
angustia y situación límite, y allí donde Sartre diagnosticaba que el hombre es “una
pasión inútil”, estos filósofos vislumbraron un punto de partida para la apertura a la
alteridad de Dios, el único que puede rescatarlo de su situación de paradoja
existencial.
21
Pensemos por ejemplo al Hinduismo, organismo socioreligioso grande y complejo que consta de innumerables
sectas, cultos y sistemas filosóficos e incluye varios rituales, ceremonias y disciplinas espirituales, como también la
veneración a numerosos dioses y diosas. Su origen espiritual se encuentra en las Vedas, colección de escrituras
antiguas escritas por sabios anónimos, llamados profetas Védicos. Por otro lado, como tradición espiritual
dominante en la mayor parte de Asia, existe el Budismo que, más que predicar creencias o dogmas acerca de la
divinidad es más bien una filosofía integral de vida que tiene como objetivo la transformación positiva del individuo
para alcanzar su potencial de iluminación. Si el sabor del Hinduismo es mitológico y ritualista, el del Budismo es
definitivamente psicológico. El Buddha no estaba interesado en satisfacer la curiosidad humana sobre el origen del
mundo, la naturaleza de lo divino o preguntas similares, su interés era la situación humana con sus sufrimientos y
frustraciones. Su doctrina, por ello, no es una metafísica sino una psicoterapia. Como 3º ej. pensemos al
Islamismo (Islam es una palabra árabe que significa paz, pureza, aceptación y compromiso) cuya meta es llevar a
la aceptación y al sometimiento, a la enseñanza y al consejo de Dios-Alá. La originalidad del Islam es, no el haber
descubierto la función salvadora de la inteligencia, de la voluntad y de la palabra –pues esta función es evidente y
toda religión la conoce–, sino el haber hecho de ello, en el marco del monoteísmo semítico, el punto de partida de
una perspectiva de salvación y de liberación. Su profesión de la fe, afirmación esencial de esta doctrina
absolutamente monoteísta, dice: “No hay otro Dios que Alláh y Mahoma es su profeta”. Ver anexo I.
22
Analogía es el proceso mental mediante el cual afirmamos una cualidad de Dios (Dios es bueno), luego la negamos
(Dios no es bueno como los hombres) para finalmente afirmarlo en grado sumo (Dios es Buenísimo, es el sólo
Bueno, el sumo Bien o la suma Bondad).
momento negativo que purifica la definición humana de los posibles antropomorfismos.
Dios es incomparable en sentido estricto, ningún nombre lo expresa adecuadamente.
Esto es lo que nos ilustra el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 42-43) a cerca de
¿cómo hablar de Dios?:
Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el
hombre creado a Su imagen y semejanza. Las múltiples perfecciones de las
criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita
de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus
criaturas.
Sin embargo, a pesar de las múltiples limitaciones del lenguaje humano, éste es
capaz de un discurso verdadero sobre Dios. La proclamación eclesial de la fe católica
se sirve de tal lenguaje como único vehículo humano posible de expresión. El Espíritu
Santo, al transmitir aquello que Dios quiso darnos a conocer de Sí mismo y del hombre
en Jesucristo, es capaz de darnos un mensaje que nos llega a través de hombres
concretos y, aun así, sin error ni distorsiones.
4.- CONCLUSIÓN
Esta primera Unidad ha pretendido presentar la cuestión del hombre actual a la luz
de los acontecimientos pasados (sobre todo la reciente modernidad), teniendo en
cuenta el futuro y todo ello en función de la llamada existencial a vivir con intensidad el
presente “postmoderno”.
Sabiendo quiénes somos, en qué mundo nos encontramos, cuáles son sus
demandas y exigencias, y conociendo a la vez la dimensión de infinito que late en
nuestra interioridad, la vida se transforma en un bello desafío para responder desde el
propio lugar a la verdad, cuya expresión más acabada, Jesucristo, es la Sabiduría y la
Palabra eterna de Dios que ha entrado en la historia de cada hombre.
Pues “lo queramos o no, late en nosotros la cuestión del absoluto, o del misterio
absoluto de nuestra existencia. Esta cuestión ha tomado en la historia de la
humanidad el nombre de Dios. Por eso esta palabra misteriosa, que de alguna manera
nos viene dada y está presente en todas nuestras lenguas, tiene sentido, y un sentido
inagotable. La cuestión de Dios no nos viene del exterior, porque si tal fuera el caso no
podría interesarnos mucho tiempo. El filósofo HEGEL dijo a comienzos del siglo XIX: “El
absoluto está junto a nosotros desde el principio”“.23
Ponemos en tus manos estas herramientas teóricas que no sólo pretenden brindar
elementos cognitivos a la inteligencia, sino "razones a tu fe y tu esperanza". Quiera
Dios que este material, que seguiremos profundizando en el devenir de las unidades
siguientes, sirva de ayuda a tus interrogantes más profundos.
1.- INTRODUCCIÓN
A la pregunta “¿puede Dios hablarle al hombre?”, a pesar de las agudas objeciones
que se hacen al respecto24, el cristianismo responde afirmativamente aportando el
testimonio bíblico, conservado en el seno de la comunidad creyente.
23
B. SESBOÜÉ, Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, Ed. San Pablo, Buenos
Aires 19993, 39.
24
Cfr. B. SESBOÜÉ, Creer, 172-178. El autor sintetiza de manera clara estas objeciones planteadas a la posibilidad de
la revelación sobrenatural, sobre todo a partir del s. XVII.
Esa magistral afirmación de KARL RAHNER pronunciada aproximadamente treinta
años atrás, sin embargo no ha perdido vigencia, aún más, la postmodernidad actual y
la new age con su atomización de la historia y la propuesta de una religión intimista,
individualista, sincretista, moldeada a gusto y paladar de cada creyente, han
agudizado esa incredulidad o poco interés por el conocimiento de la revelación
sobrenatural. Inclusive, en no poco cristianos se observa mayor propensión a las
locuciones y visiones de las revelaciones privadas, que a un real y vivo interés por
conocer y seguir la revelación pública y oficial de Dios, conservada en la Escritura y en
la Tradición de la Iglesia.
En semejante contexto, una vez afirmada la posibilidad de conocer a Dios por la luz
natural de la razón en la observación del universo (el mundo y el hombre), conviene
abocarse a este otro camino de manifestación abierto por Dios mismo en el interior de
la historia.
25
K. RAHNER - J. RATZINGER, Revelación y Tradición, Ed. Herder, Barcelona 2005, 13. La frase pertenece a una
lección dada por el teólogo con ocasión de su promoción a doctor honoris causa en la universidad de Münster de
Westfalia, en mayo de 1964.
caso y en definitiva uno de los hechos teológicos centrales del cristianismo: Dios se
conoce a través del mismo Dios.”26
26
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 240.
formar parte de la comunidad de los creyentes de Jesús en la comunidad cristiana que
es la Iglesia que debe predicar “la palabra de esta salvación” (Hech 13,26).”27
2.- EXPRESIVA: se maneja en relación con el interior del ser humano, se expresa
la interioridad, los sentimientos. Se usa en primera persona y es una función
subjetiva: entrar en sí mismo, apropiarse, autocomprenderse. Función
privilegiada en la épica y la poesía.
3.- INTERPELATIVA: nos pone en relación con los demás porque apelamos al
interlocutor provocando su respuesta. Es función intersubjetiva en segunda
persona, capacidad en encontrarnos y comunicarnos. El hombre es relación.
27
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 240-241.
28
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 252.
29
Cfr. V. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura, Ed. Desclée De
Brouwer, Bilbao 1995, 19-23 (“Las tres funciones de la palabra”).
síntoma]; finalmente, la palabra interpela provocando respuesta [palabra como señal].
Se trata de tres funciones que responden a las tres personas del verbo: la palabra
expresa, en primera persona; interpela, en segunda persona, y cuenta, en tercera
persona. A partir de estas funciones podemos tipificar el concepto bíblico de
Revelación en clave de síntesis a través de las tres dimensiones que pueden englobar
todos los aspectos que surgen en la Biblia:
1.- Dimensión dinámica: revelando, Dios actúa: por la cual crea y actúa realizando
signos “milagrosos” en el cosmos y en la historia personal y colectiva del
pueblo de Dios;
2.- Dimensión noética: revelando, Dios enseña: por la cual revela y enseña, desde
la ley, la profecía y la sabiduría hasta las bienaventuranzas y el Reino de Dios;
Por toda esta profundidad relacional que conlleva el "encuentro personal", “no es
extraño que la Biblia use también la categoría del encuentro personal para
caracterizar la Revelación de Dios. En efecto, la gran obra de Israel no es
30
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 241-242.
31
Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 252-257.
solamente mostrar un único Dios verdadero, sino invocarlo como un Tú, haber
estado con Él. Así, en las narraciones donde se manifiesta a Israel el nombre
propio de Dios se muestra una voluntad de comunicación, de acercamiento, de
llamada por parte de Dios... En Jesucristo esta relación interpersonal llega a la
plenitud como comunión con Dios y con los hombres (l Jn 1,2-3). Por eso el Nuevo
Testamento, especialmente los textos joánicos, acentúa el carácter personal de la
Revelación de Dios en Jesús, verdadero “camino, verdad y vida” (Jn 14,6), de tal
manera que quien ha visto a Jesús “ha visto al Padre” (Jn 14,9).”
Justamente, por esta condición espacio temporal, el ser humano necesita realizar
su aprendizaje desde la experiencia existencial a través de sus errores y aciertos. Por
ello, Dios va revelándose a sí mismo y su plan divino para el hombre de manera
paulatina, dentro de esa temporalidad y especialidad (cfr. DV 3-4; Cat.I.C. 54-64). Por
esto, el cristianismo es esencialmente un acontecimiento histórico.
Sin embargo, aún cuando la Biblia nos muestra la historia humana como historia de
la salvación, una enorme proporción de esta historia estuvo bajo el “silencio de Dios”,
en la que Él sólo se manifestó como Creador y Sustentador del universo (cfr. DV, 3).
Sabemos, en efecto, que por ejemplo, el homo habilis tiene
2.000.000 años de antigüedad y el homo sapiens tiene alrededor de
100.000 años, de modo que esta inconcebiblemente extensa etapa
de la humanidad resultó una gran preparación para el acontecimiento
de la revelación explícita al pueblo de Israel, que se iniciaría
aproximadamente recién hacia el 1900 a.C. con la promesa divina a
Abraham En el capítulo 9 del Génesis, aún dentro del ciclo mítico, encontramos que
luego del diluvio Dios establece una “proto-alianza” con Noé y con la creación toda, en
la que el Señor se reconcilia con el hombre y vuelve a entregarle la tierra para que la
pastoree (cfr. Gen. 9,1-17; Cat.I.C. 56-58).
La amplitud del tema obliga a dividir la larga vida de los orígenes, desarrollo y
avatares de la vida del pueblo de Israel en períodos, de algunos de los cuales
abunda información, y de otros que apenas se tienen datos fidedignos.
32
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 255-256.
perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
56 Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde
el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La alianza
con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la Economía
divina con las "naciones", es decir con los hombres agrupados "según sus países,
cada uno según su lengua, y según sus clanes" (Gn 10,5; cf. Gn 10,20-31).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han
sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas
de la Iglesia.
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19, 6), "sobre el que es invocado
el nombre del Señor" (Dt 28, 10). Es el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló
primero" (Viernes Santo, Pasión y Muerte del Señor, Oración universal VI, Misal
Romano), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham (cf. Discurso
en la sinagoga ante la comunidad hebrea de Roma, 13 abril 1986).
La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay
que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo
nuestro Señor (cfr. 1 Tim 6,14; Tit 2,13).”(DV 4; cfr. Cat.I.C. 65-67.73.)
Las palabras de Jesús son la predicación del Reino, son las parábolas y las palabras
sobre el misterio de Dios y de la salvación. Sus obras son sus grandes iniciativas de
perdón a los pecadores, es la invitación a comer con ellos, son los signos que
acompañan a sus actos y, sobre todo, su muerte y su resurrección. Porque a su manera
de vivir corresponde su manera de morir, que suscita la fe en el centurión. La
resurrección, en fin, es el sello divino en todo este itinerario.”33
De este modo, Dios continúa fielmente su estilo humano para revelar- se, eligiendo
siempre para mediar su Palabra a una comunidad situada en un marco espacio-
temporal concreto, asumiendo sus limitaciones y aun sus miserias. Mediante la acción
inspiradora y unificadora del Espíritu Santo que obra a través de la Iglesia, Dios llega
de un modo indefectible a transmitirnos “todo y sólo lo que Él quería” que
conociésemos para nuestra salvación (cfr. DV 7-10).
“La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo.”
“La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo
a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por
el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su
predicación.”
6.1.- Tradición
La Iglesia heredó del judaísmo la noción de una tradición que, unida a la Escritura,
nos comunican la revelación. En el nuevo Israel, surge la predicación viva y, sólo
después, la fijación por escrito. La memoria de Jesús permanece viva en la comunidad
33
SESBOÜÉ, Creer, 188-189.
cristiana y es transmitida fielmente. En una doble vertiente, la tradición transmite la
memoria, y comunica a la vez los dones de la salvación (DV 7).34
La Sagrada Escritura no es más que la misma tradición “en cuanto palabra escrita”,
ya que la Escritura es un momento privilegiado de la tradición y, por ende, la tradición
es el medio vital de la Escritura.
Esta tradición se vio enriquecida por el decisivo aporte de los llamados “Padres de
la Iglesia”, que desarrollaron su actividad teológica y apostólica en los primeros siglos
de nuestra era. La llamada “literatura patrística” conoció un primer período con los
Padres Apostólicos de los siglos I y II, quienes recogieron las enseñanzas evangélicas
en cartas y máximas sencillas dirigidas a las incipientes comunidades cristianas. Con
el encarnizamiento de las persecuciones a la Iglesia por parte del Imperio Romano
surgieron hacia el siglo III los Padres Apologistas, que con sus escritos defendieron la
fe ante sus detractores paganos. Luego del Edicto de Milán de tolerancia religiosa,
promulgado por el emperador Constantino en el año 313, los Padres pudieron
disponer de la paz necesaria para profundizar y madurar su doctrina, estableciendo así
las bases de la fe de la Iglesia y preparando el terreno para los primeros Concilios
Ecuménicos que definirían, después de arduos debates, los dogmas trinitario y
cristológico.
34
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 59-65 (“La tradición en el tiempo del Antiguo y del Nuevo
Testamento”).
caudal, corren hacia un mismo fin”. Como consecuencia de este dinamismo, “la Iglesia
no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado” (DV, 9), sino de
ambas dimensiones en mutua interdependencia.35
“La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo
que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron
por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un
Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la
Tradición viva.
6.2.- Escritura
Desde el mismo Nuevo Testamento (cfr. Hech. 1,16; 2 Pe. 2,21; 2 Tim. 3,14-17), la
Iglesia poseyó siempre la convicción de que fue Dios mismo quien inspiró al redactor
sagrado. El Concilio de Florencia en el año 1442 declaró formalmente que Dios es el
autor de las Sagradas Escrituras. Por esta razón éstas “enseñan firmemente, con
fidelidad y sin error” la verdad que Dios quiso comunicarnos para nuestra salvación
(DV 11).
Ahora bien, la Escritura o Biblia no es un libro del pasado, sino es la siempre viva y
actual palabra de Dios. La Biblia, más que ser un libro, es una persona: Cristo Jesús
(DV 8; SC 7). Esto quiere decir que la Biblia, aunque está
condicionada por un tiempo y un espacio, una cultura y unos
problemas concretos a que hace frente, no pierde su dimensión
universal y su reflexión profunda de las diversas realidades del ser
humano. La Biblia no tiene en cuenta realidades o problemáticas
modernas, no es un libro de recetas. Pero en ella encontramos el
35
Cfr. RAHNER - RATZINGER, Revelación y Tradición, 27-76 (“Ensayo sobre el concepto de Tradición”).
36
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 67-79 (“La Biblia es la memoria escrita del Pueblo de Dios”).
espíritu, los criterios, los valores que deben informar nuestras respuestas; en ella
encontraremos la luz que nos impulsará a responder a las nuevas problemáticas de
acuerdo a los valores y criterios que proclama.
Para que nuestra respuesta sea adecuada es necesario leer la Escritura con el
mismo espíritu con que fue escrita (DV 12), es decir, “en Iglesia”, pues la Biblia no es
el libro del individuo, sino de la comunidad; debe leerse en comunión con la iglesia del
pasado, porque no somos los primeros en comenzar a interpretar adecuadamente la
Biblia, tal como acabamos de apreciar en la larga historia de la tradición eclesial.
Debemos leerla con espíritu de humildad, sabiendo que nuestras interpretaciones son
falibles y nuestros resultados provisorios. Debemos leerla, por último, “desde la
Tradición de los pobres”, es decir, desde la perspectiva solidaria con el oprimido y el
desposeído, contexto en el que se sitúa Dios en el Antiguo Testamento (cfr. Deut
10,18) y Jesús en el Nuevo Testamento (cfr. Mt 25,40).
Por último, es necesario reafirmar que Dios nos habla a través del HERMANO,
protagonista muchas veces de esos signos de los tiempos. Estas palabras de Dios
(Biblia, acontecimiento, hermano) no son paralelas e independientes, sino que se
relacionan mutuamente. La Biblia interpela a la vida, pero la vida también interpela a la
Escritura. Vamos a ella con nuestras preguntas y salimos con las preguntas que ella
nos lanza. Leemos la Biblia y ella nos lee a nosotros.
6.3.- Magisterio
Para que el Magisterio pueda llevar a cabo esta tarea, Jesús le ha otorgado, a
través de la acción inspiradora del Espíritu Santo, el carisma de la
infalibilidad. Tal como fue proclamado por los Concilios Vaticano I y
II, el Papa goza de infalibilidad cuando proclama, explícita y
solemnemente y en cuestiones de fe o moral, una verdad para ser
creída por los fieles católicos. Asimismo, también el cuerpo episcopal
posee este carisma cuando ejerce su misión magisterial en comunión con el Papa,
principalmente en los Concilios Ecuménicos (cfr. Constitución Pastor Aeternus, 1870,
cap. IV; LG 25; Cat.I.C. 891).
Sin embargo, cabe afirmar con el Concilio Vaticano II que: “el Magisterio no está por
encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha
devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito
de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído.”(DV 10)
¿Qué relación existe entre la tradición y la escritura? Lo que antes se veía como
“diferencias” entre dos fuentes paralelas, se vio en el Concilio Vaticano II como una
relación íntima y complementaria. Desde la reforma, los protestantes sostuvieron la
“sola Scriptura” (solamente la Escritura como fuente de la revelación), mientras que el
Concilio de Trento se fue por la Escritura y las tradiciones apostólicas no escritas. En
realidad, más allá de la retórica, los católicos muchas veces relegamos a un segundo
término la Escritura y nos quedamos con la Tradición y el Magisterio. Por eso es
importante ver los acentos que propone el Vaticano II (cfr. DV 9-10).
7.- CONCLUSIÓN
A modo de conclusión de la unidad, y a riesgo de ser reiterativos enunciemos de
manera sintética y esquemática algunos conceptos significativos que fueron ya
desarrollados en el curso de la exposición.
Los destinatarios de la revelación somos todos, sin exclusión de nadie (DV 14; GS
22). Las etapas de la revelación encuentran su cumbre en Cristo, de ahí la división en
Primer Testamento, con economía parcial y progresiva, palabras fragmentarias y
múltiples mediadores, y Segundo Testamento, con una economía nueva y definitiva en
Jesús, único mediador. Jesús es, a la vez, autor y objeto de la revelación, predicador y
predicado, mensajero y contenido del mensaje.
1.- INTRODUCCIÓN
2.1.- Inspiración
La misión del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento es, tanto para hablar, como
para actuar. Es el Espíritu el que está presente en los grandes momentos de la historia
de la salvación y es él quien se manifiesta en los diversos carismas que hay en torno a
la Palabra de Dios. Así, el Espíritu ACTÚA y HABLA en los grandes personajes (Juec
3,10; Num 24,2-3) y en el Mesías (Is 11,1-9). Hay diversos carismas en torno a la
Palabra: el profético o de proclamación (Jer 1,9; Is 42,1) y los funcionales en orden a
la conservación, desarrollo y elaboración de la palabra proclamada (Num 11,16-25; l
Cron 25,1-3; Sir 15,1-6). En el caso de los profetas, lo que ellos predicaban ya era
palabra de Dios; en orden a la consignación por escrito, se prolonga en ellos o en sus
discípulos la acción divina (Jer 29,30; Is 8,16).
Hay una equiparación entre la palabra profética y el Espíritu. Así se establece una
relación directa entre Escritura y Espíritu y de allí se deriva una autoridad (Neh 9,30; Is
59,21). En el origen de las Escrituras se sitúa al Espíritu (Hech 1,16). Todo esto se ve
claro en los dos textos considerados clásicos que vienen a coronar
la conciencia que se va dando en la misma Escritura sobre la
Palabra de Dios.37
1.- 2 Tim 3,14-1 7: se fija más en la obra inspirada sin hablar directamente del
hagiógrafo. “Toda Escritura” da idea distributiva y habla, en su concepto, de la
colección de libros del AT y aquellos escritos cristianos que para esa época
circulasen ya equiparados a las Escrituras.
37 Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 119-129 (“La inspiración de la Sagrada Escritura”); RIVAS, Los
libros y la historia de la Biblia, 15-30.
hablada y escrita, y el concepto de la carta incluye explícitamente escritos del
NT (cfr. 2 Pe 3,14-16)
AUTORES INSPIRADOS: hay que entender en esta categoría a todos los que han
colaborado en la formación de las Escrituras en sus diversas facetas, desde la fase
oral hasta su fase propiamente escrita; la inspiración se da allí donde haya habido una
verdadera actividad de composición y redacción.
Los hagiógrafos tienen una gracia especial del Espíritu en orden a poner por escrito
la revelación, el anuncio auténtico de la palabra de Dios; la inspiración es un carisma
del lenguaje. Por eso distintas comparaciones o analogías antiguas deben ser situadas
en su momento y en el sentido en que nacieron; ninguna de ellas puede pretender
abarcar el misterio de la inspiración escriturística en su totalidad.
38
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 131-152 (“La Iglesia se pregunta sobre el misterio de la Biblia”); J. D.
PETRINO, Dios nos habla. Introducción general a la Sagrada Escritura, Ed. Claretiana, Buenos Aires 1993, 65-88.
EL LECTOR: es parte esencial para que la obra no sea letra muerta; lo escrito está
por encima del lector, que no puede cambiarlo o corregirlo, pero el texto está muerto a
menos que reviva a través del lector; de ahí que algunos consideren el proceso de
lectura como algo esencial a la inspiración del texto. Más que hablar de “inspiración”
del lector, hay que considerar una asistencia del Espíritu para que la obra, fruto del
hagiógrafo y de la lectura del “lector”, se lea en consonancia con sus intenciones (las
del Espíritu). El lector originario, no olvidemos, es el Pueblo de Dios, que debe tener
capacidad de atención y escucha de la Palabra para descubrir el o los sentidos que se
perciben a través de los elementos textuales, contextuales y extratextuales de la obra.
2.2.- Verdad
39 Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 225-249 (“La verdad de la Biblia”); PETRINO, Dios nos habla,
89-158.
a los hombres las cosas “necesarias para su salud”, y no aquellas que se refieren a las
ciencias de la naturaleza.
3.- CANONICIDAD
La palabra “canon” significa caña o vara de medir. Después de los siglos III-VI pasó
a designar la lista de los libros inspirados por Dios y aceptados como
tales por la Iglesia, en los que se contiene la regla de la fe.
Llamamos canonicidad, pues, a la aceptación oficial por parte de la
Iglesia del carácter inspirado de un libro. Desde antiguo, como en el
caso de EUSEBIO DE CESAREA, se distinguieron dos tipos de libros:
los aceptados por todos desde el principio, sin ninguna discusión
llamados homologoumenoi (unánimemente reconocidos), y los controvertidos
discutidos llamados antilegomenoi (contradichos), o también designados como
amphiballomenoi (discutidos). Estas dos categorías de libros posteriormente fueron
designados por SIXTO DE SIENA (1569) como "protocanónicos" y "deuterocanónicos".40
El canon no nos llega por una revelación directa, sino que su reconocimiento ha sido
fruto de una toma de conciencia paulatina de la Iglesia, iluminada por la tradición. Antes
que una formulación clara y definitiva del canon, ha existido una prolongada praxis de la
Iglesia en esta línea, que se manifestó en la lectura litúrgica de algunos libros y el
rechazo de otros. En el campo católico se ha llegado a la conclusión de que la Escritura
es reconocida como tal por la Tradición; es decir, que no es la Iglesia o su jerarquía la
que inventa el canon, sino que éste se impone a la comunidad.
Algunos criterios que se han propuesto a lo largo de los siglos para entender el
canon son:
a.- La apostolicidad, que es el criterio articulante. Quiere decir que para declarar a un
libro canónico los apóstoles deben estar a la base de la transmisión, su contenido
ha de estar de acuerdo con el kerygma y debe tener la función de edificar a la
comunidad.
b.- La presencia del Espíritu Santo en la Escritura, esto es, que la última
fundamentación de la normatividad de las Escrituras es la autoridad del Señor
Jesús, manifestada por su Espíritu. Es el reconocimiento de la inspiración de un
libro lo que lo hace normativo. No es la Iglesia la que decide: ella reconoce lo que el
Espíritu ha inspirado; este sometimiento al Espíritu de Jesús es el que nos hace
descubrir su presencia singular en unos libros determinados.
4.- INTERPRETACIÓN
40
Cfr. PETRINO, Dios nos habla, 37-54; RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, 31-40.
La Biblia tiene que ser interpretada y actualizada para que
conserve su valor perenne. La hermenéutica bíblica pretende, no
sólo descifrar el pasado, sino actualizar el mensaje bíblico;
establecer un puente entre el autor y el lector a través del texto, para
así descubrir lo que significó el texto en el pasado y lo que significa
hoy.41
Nos encontramos ante textos del pasado, escritos en otra lengua, cultura y tiempo.
Además, la Escritura entierra los hechos y se hace difícil descubrir el acontecimiento
que está detrás del texto y el significado que tuvo en su situación originaria.
2.- La Escritura es el libro del pueblo de Dios, no del individuo aislado, pero esa
misma Escritura, escrita en una época determinada, es por sí misma valedera
para todas las generaciones.
41
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Ed. San Pablo, Buenos Aires 1993.
Para que se dé una auténtica interpretación bíblica, hay que recordar que ésta es
PALABRA HUMANA, por eso se requiere de la ciencia (“texto”); es también PALABRA
DIVINA, por eso se exige la fe para su comprensión (“con-texto”); es también
PALABRA ACTUAL, por eso se requiere una referencia a la vida del lector y a su
situación concreta y actual (“pre-texto”)42. Veamos cada característica por separado.
Por eso, para encontrar el sentido literal, es preciso conocer la intención del autor,
es decir, tratar de situar bien su tiempo y espacio, sus destinatarios, la problemática
que enfrentaban ambos, la intención del escritor, etc.
Pero también es necesario conocer el significado de las palabras con las que ese
autor se expresa, y para ellos es necesario leer bien y profundamente la obra, fijarse
en sus palabras claves, buscar las relaciones que establece en el texto, su estructura y
división, etc.
42
Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 291-322 (“El problema hermenéutico en el concilio Vaticano II y
en la exégesis católica contemporánea”).
a.- Se debe mirar siempre la unidad de la Escritura y no leerla aisladamente,
seleccionando textos que nos gusten, sino estar abiertos a la unidad en la
diversidad para situar el texto en su marco literario y en su momento histórico.
c.- Respetar la analogía de la fe, es decir, la iluminación mutua que hay entre un misterio
y otro.
e.- Por último, hay que respetar el carácter mistérico de la Palabra de Dios realizando
nuestra interpretación con sencillez y con la conciencia de que no poseemos la
verdad total, sino que hay que estar siempre con el espíritu abierto a otras
perspectivas.
Otra cosa substancial es que, para escuchar y servir a la Palabra, hay que saber
que no estamos por encima de ella, sino que debemos dejarnos interpelar y juzgar por
ella, para poder proclamarla con libertad y valentía. Además, es sumamente
importante el horizonte hermenéutico del lector, es decir, la perspectiva existencial
desde la que se debe leer la Escritura, en otras palabras, el LUGAR SOCIAL en el que
nos ubicamos que debe ser siempre la tradición de los pobres, que es la tradición de
Dios y de su Mesías.
Para tener una visión global de la complejidad del texto bíblico y de la variedad de
los géneros que emplean sus autores humanos para expresar la palabra divina,
presentamos de manera general sus principales géneros literarios. 43
El Evangelio
También existen: El género Hechos de los apóstoles o el género epistolar; pero uno
que llama mucho la atención es el:
El género apocalíptico
44
R. FABRIS, “Evangelio” en ROSSANO P. - RAVASI G. - GIRLANDA A. (eds.), Nuevo Diccionario de Teología
Bíblica, Madrid 1990, 587.
En el Antiguo Testamento contamos con algunos textos apocalípticos de los
profetas: sobre todo en el libro de Daniel, Ezequiel (cc. 38-39), Isaías (cc. 24-27, 34-
35) y Zacarías (9,14).
Hay diversidad de preguntas que se pueden hacer a un texto, y por lo mismo habrá
variedad de significados y enfoques en torno a él. Esto ha creado una metodología
variada45. Ningún método agota de por sí la riqueza de la Biblia, sino que todos son
complementarios. Las dos principales posiciones pueden resumirse así:
45
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 32-68.
1. Lectura histórica crítica: pretende investigar el proceso de formación del texto,
buscar la historia del texto actual y el suceso que está detrás del texto. Es la
práctica más difundida y que tiene una metodología más clara y desarrollada,
pero tiene la limitación de que lleva en ocasiones a despedazar el texto y
presenta resultados, a veces, demasiado conjeturales e hipotéticos,
quedándose en consideraciones arqueológicas o históricas sin llegar al núcleo
del significado para el hombre de hoy.46
3.- Lectura sociológica: busca descubrir los condicionamientos sociales que impulsaron
la producción del texto determinado por un autor y una comunidad concretos.
También se le ha llamado materialista, porque ha empleado instrumentos del
análisis marxista. Su limitación es que, a veces, se parte de modelos sociales
modernos para enjuiciar prácticas antiguas.
46
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 32-38.
a.- Eclesiales: hechas en comunidad, en unión con la iglesia del pasado y con las
comunidades actuales.
b.- Espirituales: es decir, guiadas por el Espíritu Santo, abiertas al Señor, humildes
para saber que no somos dueños de la Palabra, sino sus servidores.
Toda la Iglesia escucha y transmite la Palabra de Dios (DV 8 y 10). Sin embargo,
por tratarse de una comunidad organizada y orgánica, existen algunas funciones
específicas:
1.- LOS EXÉGETAS: son los especialistas, a quienes les toca lo más técnico y
especializado, la verdad histórico crítica, el conocimiento objetivo de los
hechos, el dato que está en el fondo de la Escritura. No son repetidores del
Magisterio, sino personas que procuran hacer avanzar la comprensión de la
comunidad, para que la Palabra llegue a todos. Su función técnica tiene una
finalidad pastoral.
2.- LOS FIELES: les toca la verdad “existencial” de la Palabra, es decir, buscar en
la Palabra la respuesta a las grandes interrogantes sobre el sentido de su vida.
5.- CONCLUSIÓN
Los avatares sufridos por el texto hebreo, arameo y griego de la Biblia durante dos
milenios de su transmisión, la problemática de la verdad que transmiten en su
condición única de inspirados por Dios, el discernimiento para distinguir los textos
inspirados de aquellos, que aún bellos e interesantes, no lo son, o sea la canonicidad
de los textos, más el trabajo de interpretación, han sido presentados de manera
sintética en esta unidad.
Gracias a Dios existe gente en la Iglesia y fuera de ella que consagra su vida a
indagar sobre la Sagrada Escritura, en su triple dimensión de palabra humana, divina y
actual. El resultado de sus investigaciones es lo que posibilita el acceso a un texto
crítico por parte de cualquier estudioso, investigador o simple lector. Luego sobre la
base de este texto crítico se efectúan las traducciones, que tienen por finalidad acercar
a todos los fieles un texto seguro para la lectura, estudio, meditación personal y grupal.
1.- INTRODUCCIÓN
El tratado de fe en teología puede ser estudiado desde diversos puntos de vista.
Por ejemplo podríamos ver qué es la fe en las Sagradas Escrituras, qué es la fe para
la teología bíblica, la definición y el tratado de fe en la teología dogmática, la fe en
teología sistemática en relación con otros tratados y la fe en teología fundamental
como respuesta del hombre a Dios, fundamento de la relación divina humana.
Nosotros vamos a privilegiar esta última perspectiva, por eso estudiaremos el tema
Fe en dos partes. En primer lugar mostraremos una “fenomenología de la fe”47 y luego
la fe en la teología desde una reflexión sistemática. En la primera parte,
fenomenología de la fe, veremos qué es creer, qué es la fe como proceso humano de
creer en los otros y en el Otro. Estudiaremos el paso de la fe humana a la fe religiosa
pero partiendo de creer en el prójimo, en el encuentro con el otro, el creer en los
valores sobre los que se fundamenta la vida humana y de los que no podemos
prescindir. Todo este análisis nos permitirá reconocer que el creer es necesario y
fundamental en toda vida humana48. En la segunda parte, desde una teología
sistemática veremos algunas definiciones de fe, el proceso de fe en la historia de la
Salvación, en el Antiguo y Nuevo Testamento, en el Magisterio de la Iglesia y en el
Catecismo de la Iglesia Católica.
Al final estudiaremos algunas cuestiones, sólo de paso, que podrían ser obstáculo
para la aceptación de la fe. Entre las realidades que golpean la vida humana en
general y a cada hombre en particular, encontramos el mal, el dolor, la muerte, el
sinsentido, que fueron esgrimidos no pocas veces como razones para no aceptar la
existencia de Dios como objeción a la fe49.
47
Se entiende por “fenomenología de la fe” a proceso humano que va desde la fe-confianza a la fe religiosa. Primero
se trata de entender cómo, a partir de la experiencia cotidiana, que parte del confiar en el otro y en los otros,
familiares, amigos, sociedad, se puede llegar a comprender la fe en Dios, la fe como respuesta al llamado de Dios.
48
Cfr. FRANCO ARDUSSO, Aprender a creer; las razones de la fe cristiana, Colección “Presencia Teológica” Nº 100
Ed. Sal Térrea, Santander 2000, 23-34.
49 En esta primer análisis fenomenológico de la fe, nos serviremos principalmente de SESBOÜE, Creer, 43-64.
- Fe es una manera relacional de conocer. Comencemos afirmando, para luego
completarlo, que la fe es una forma de conocer. Hay muchas formas de conocer.
Se puede conocer y aceptar como válido para mí esa información de muchas
formas de conocimiento. Existe el conocimiento científico, el conocimiento
intelectual, el conocimiento experiencial, el conocimiento personal-relacional, el
conocimiento de la fe. El acto de creer es una forma original de “conocer”, de
relación con un objeto de conocimiento. El saber es otra cosa. Se sabe “a ciencia
cierta”, pero el objeto de creencia pertenece al orden de la “convicción íntima”, es
algo personal, que tiene que ver con mi propia intimidad.
50
Cfr. FRANCO ARDUSSO, Aprender a creer, 25.
En sentido débil expresamos con el verbo creer una opinión que no nos resulta
cierta o segura, un parecer; en su lugar podríamos usar otros verbos como “dudar”,
“opinar”, “pensar”, “considerar verosímil”. Así decimos: “yo creo que ha sucedido tal
cosa”, “yo creo que esto es así…”, como si dijéramos, pienso que esto es así, pero
no estoy muy seguro. En cambio cuando usamos el verbo creer en sentido fuerte o
propio, no podemos cambiar por otro verbo.
Decimos por ejemplo a una persona fidedigna y veraz: “yo te creo”, “creo en ti”,
“creo en esto porque tú lo dices”. El que cree en sentido fuerte de la palabra acepta
un determinado contenido como real y verdadero en virtud del testimonio de la
persona al que se le otorga confianza. Aunque no conozca una cosa por tener
ciencia propia y directa de ella, la afirma, con certeza como verdadera, ya que se fía
de otra persona que le garantiza que las cosas son así. El creer se realiza en este
caso sobre la base de una relación de confianza entre un yo y un tu. Creer supone
necesariamente la aceptación de lo que el otro nos atestigua. En el medioevo se
condensaba la riqueza de la palabra creer con esta frase: “le corresponde a la fe
creer algo y creer en alguien” (S. TOMAS DE AQUINO, S.T. II, II, q. 129, a. 6: “ad fidem
pertinet aliquid et alicui credere”).
Así, creemos que el chofer del colectivo que tomamos cada mañana hará el
recorrido de siempre, creemos que sabe conducir y que es prudente, no va a
chocar, creemos que los chóferes de los vehículos que recorren nuestras calles
no nos van a atropellar, creemos que la gente que se cruza con nosotros en las
veredas no nos van a hacer daño. Creemos al desconocido al que preguntamos
una dirección, o cualquier otra información. Creemos todos los días en todas las
relaciones sociales.
Pero más aún, no podemos vivir en sociedad sin confiar, es decir, sin un mínimo
de fe en los otros. No se puede amar o tener amistad sin tener fe en el otro. El “si”
que se dicen los novios es el resultado de su amor mutuo, pero ese amor se
apoya en una fe mutua, una fe que concede “crédito” al otro y cuenta con su
fidelidad para el porvenir. El matrimonio es un ejemplo notable de solidaridad
entre la fe, la esperanza y el amor.
El vínculo entre la fe, la esperanza y el amor vale para todos los demás tipos de
compromisos. Ninguna de nuestras relaciones personales puede establecerse y
perdurar sino existe en nosotros un “amor” hacia esa persona, sino confiamos en
ella, sino tenemos la esperanza que nos va a defraudar.
Ninguno de nosotros puede vivir sin un mínimo de valores. Hay cosas que me
deshonrarían ante mis propios ojos si yo las hiciera. Aunque a veces sea débil y
atente contra ciertos valores, mi juicio sobre esos valores sigue siendo claro. Sé
de ese modo que no debo mentir, aunque a veces diga algunas mentiras.
Notemos que nuestra vida social y pública se apoya sobre un cierto número de
valores: justicia, verdad, libertad, igualdad, respeto, etc. Ahora bien, todo valor al
que uno se obliga se convierte en objeto de un acto de fe. No obstante que sufra
alguna injusticia, por diversos motivos, yo o algún familiar mío, me revelo contra la
injusticia, grito y apelo, pero no dejo de creer en el valor de la justicia. Aunque
reciba una sentencia de un tribunal que injustamente me condene, no por eso
dejaré de creer en que existe la justicia. Otro ejemplo: la libertad, me podrán privar
de mi libertad, pero siempre creeré en el valor de la libertad. Así cada valor,
aunque no lo pueda yo experimentar, no deja de existir por ese motivo.
Cuando se trata de los valores, el campo del saber en este caso permanece al
margen, permanece inoperante. El hombre es mucho más que una suma de
conocimientos. El hombre es quien los discierne, los juzga y les da sentido. Pero
desde el momento en que se habla del sentido, de dirección, de intención,
estamos en el orden del creer.
Si bien el uso de las palabras creer, creo, fe, tengan también un sentido común,
alejado de lo religioso, estas palabras, sobretodo se aplican a lo religioso: al creer en
Dios, al tener una fe religiosa. La forma más visible del creer es el creer religioso. Pero
este uso de la palabra creer aplicado a lo religioso, reviste, en nuestra cultura,
características particulares, ligadas a los problemas sociopolíticos, propios del
modernismo y posmodernismo. Los finales del siglo XX y los inicios de éste nuestro
siglo XXI nos presentaron imágenes positivas del creer, pero también muchas
aberraciones hechas en nombre de una fe religiosa, baste como ejemplo la violencia
que genera el fundamentalismo religioso51.
Vemos la multitud de “personas buenas” que por su fe se juegan día a día en los
voluntariados de hospitales, cárceles; vemos a una multitud de “creyentes” que donan
sus energías y su tiempo a favor de los pobres e indigentes, etc., pero también hemos
sido testigos de atrocidades consumadas en nombre de la fe. La fragilidad humana
está siempre presente y muchas veces el creer degradado termina en la “credulidad” y
en manipulaciones despersonalizadoras.
51
Téngase presente lo que significa la “fe musulmana” en la política mundial moderna. Este término, antes de ser un
término positivo, hace más bien referencia “peligros”, integralismo islámico, y algunos lo asocian también al terrorismo.
“creyó al Señor y el Señor lo consideró como un hombre justo” (Gen 15,6).
Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por la fe en Él. La fe
asocia dos elementos: un “creer en” y un “creer que”. Comienza, en
efecto por el encuentro con una persona, la de Jesús de Nazareth, y
conlleva el momento de la decisión de comprometerse con Él. “Creer
en” es un acto interpersonal por el que el discípulo se da a Jesús, se
pone a su disposición y pone en El toda su confianza: “te seguiré
donde quieras que vayas”. Jesús se había declarado Hijo de Dios fue muy exigente:
“crean en mi”. Esta exigencia de creer en Jesús será sólo legítima si Jesús es el
verdadero y definitivo enviado de Dios. A través de la mediación de su humanidad, lo
que Jesús pide es un acto de fe en Dios. La fe cristiana tiene pues un contenido, que
se concentrará en la persona de Jesús, que vivió, murió y resucitó de entre los
muertos.
Más tarde san AGUSTÍN colocará en una línea ascendente los tres aspectos de la fe
cristiana: creer que hay Dios, que Dios existe, primer presupuesto de toda fe; creer a
Dios, es decir, creer en su palabra, en el contenido de su enseñanza; y finalmente
creer en Dios, es decir, creer en el sentido bíblico y evangélico: entregarse a Dios y
confiarle el sentido de nuestras vidas, contar con El que es nuestra roca, poner en El
nuestro destino en un movimiento de respuesta a la alianza que El nos ofrece. Esa es
la razón de que la alianza entre Dios y su pueblo se escriba en la Biblia con la
parábola del matrimonio. Hay por tanto muchos grados en el acto de creer. Sólo el
último corresponde enteramente a la fe cristiana.
Puesto que se trata de un diálogo Alguien habla y otro responde, Dios habla y el hombre
responde. El diálogo expresa claramente quien ha tenido la primera palabra en esta alianza
entre Dios y su criatura, a la que llama a la filiación. Si la fe es una respuesta supone que Dios
ha hablado primero. La fe cristiana se inscribe en una alianza en la que Dios lo ha hecho todo
por su Hijo Jesús. Dios se ha interesado por el hombre; sobre este fundamento, el hombre
puede otorgarle su fe.
Pero don gratuito no significa don ofrecido sólo a unos pocos. Un don no es menos
gratuito porque sea ofrecido a todos, como en nuestro caso: Dios ofrece la fe a todos
los hombres, sus hijos. Pero muchos factores derivados de mi historia y de mi
experiencia personal, de mi familia, de mi ambiente social, pueden impedirme en cierta
medida escuchar el ofrecimiento de Dios. La cuestión decisiva está en saber si yo
estoy seriamente abierto a la búsqueda de la verdad. Porque el ofrecimiento de Dios
se dirige a nuestra libertad y se inscribe en nuestra historia. El acto de creer puede
comportar momentos decisivos, pero como todo diálogo nos afecta a lo largo del
tiempo. Tiene sus altibajos. Continuamente hay que reavivarlo y mantenerlo.
Esta segunda parte es una reflexión más teológica. En la primera parte, hacíamos
hincapié en la experiencia humana, en aquello que todo hombre vive. Dado que la fe
puede ser estudiada desde la teología fundamental, es decir aquella teología que pone
los fundamentos sobre los que se basará la posterior reflexión, necesariamente debe
ser una reflexión que involucre a todo hombre, creyente o no, cristiano o no, católico o
no.
Iniciamos considerando la voluntad de Dios, el plan de amor divino. Dios quiere que
todos sus hijos se salven y Él mismo es su salvador. Dios no escatimará esfuerzos
amorosos para salvarlos, hasta el punto de enviar a su Hijo, que murió en la cruz para
salvarnos. A este salir al encuentro de parte de Dios y manifestarse como su salvador,
el hombre debe responder con la fe. La fe es la respuesta humana apropiada a la
revelación de Dios.
La Revelación es un acto libre y amoroso de Dios que quiere que los hombres sean
sus hijos y los llama a su gloria. Dios se revela para que los hombres no caminen por
las sendas de la ignorancia y del error, pueda ascender a verdades más altas y
conocer el amor de Dios con mayor profundidad y alcanzar así la salvación53.
53
"Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro
orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la
Revelación divina (cfr. Conc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al
hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en
favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y
al Espíritu Santo" (Cat.I.C. 50).
llama, y el creyente responde a la llamada. Antes que creer algo el cristiano cree en
Alguien, y sabe que ese Alguien no puede engañarse ni engañarle.
Siguiendo el mismo sentido otro autor enseña: “Otros términos como batah
(confiar), típico de las oraciones y de los himnos (Sal 13,6; 25,2; 26,1), hasah
(refugiarse) como búsqueda real o figurada de una protección por parte del individuo
(Sal 64,11; Is 57,13) o de la comunidad (Sal 2,12; 5,12; 17,7; 18,31), hakah (aguardar),
yahal (anhelar) con qawah (esperar), relativos a una deseada intervención de Yhwh,
entran en el campo más amplio de aman, subrayando el aspecto de confianza. La
terminología veterotestamentaria describe, por tanto, la fe como conocimiento-
reconocimiento de Yhwh, de su poder salvador y dominador revelado en la historia,
como confianza en sus promesas, como obediencia ante los mandamientos de
Yhwh”56.
El vocabulario hebreo con la que se expresa esta experiencia no tiene todavía nada
de técnico pero traduce sus actitudes fundamentales: poner la fuerza
54
L. ALONSO SCHOCKEL, Diccionario bíblico hebreo-español, Madrid 1994, 72-74.
55
Cfr. B. MARCONCINI, "Fe", en ROSSANO P.- RAVASI G.- GIRLANDA A., Nuevo Diccionario de Teología Bíblica,
Ed. Paulinas, Madrid 1990, 653-655.
56
B. MARCONCINI, "Fe", 654.
en Dios, encontrar en Él apoyo en medio de las contradicciones de la vida, estar a
resguardo con El, apoyarse en Él como en algo sólido. Dios es la solidez del hombre:
es el tema de Dios “Roca de Israel” (Sal 61,4). Dios dice al hombre: “si no creéis, no
podréis subsistir” (Is 7,9). Esa fue la actitud de Abraham que se apoyó en Dios y se
adhirió a sus designios, hecho realidad en la historia. Jesús volverá sobre el tema al
final del Sermón del Monte, al contar las parábolas de la casa edificada sobre roca y
de la casa edificada sobre arena (Mt 7,24-27). Concretamente, apoyarse en Dios es
confiar en Él respondiendo a sus expectativas.
Pero la fe evoca igualmente la fidelidad. Esta fidelidad es ante todo y sobre todo la
de Dios, siempre fiel a sus promesas. Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob, el Dios de todos los padres de Israel. Los primeros credos de la tradición
bíblica son credos “históricos”, es decir credos que enumeran como una letanía las
"maravillas" que Dios ha realizado con su pueblo en el pasado. Con el tiempo esta lista
se va alargando sin cesar, pero esta fidelidad exige otra fidelidad, la del pueblo ante el
que Dios se ha manifestado así.
La fe es por tanto una relación fuerte entre Dios y su pueblo. Se inscribe en una
alianza. Esta alianza es paradójica: al principio es unilateral, puesto
que es Dios quien lo hace todo, por medio de la misteriosa “elección”
de este pequeño pueblo, aunque con vistas a la salvación universal.
Pero luego se hace bilateral, porque no se puede mantener sin un
diálogo constante en el que el pueblo de Dios responde a su Señor
otorgándole su fe y viviendo según la ley. La fe es siempre una respuesta a una
iniciativa de alianza.
Ocurre lo mismo en el Nuevo Testamento, en el que los términos creer (300 veces)
y fe (250 veces) se hacen omnipresentes y adquieren un sentido técnico. Los
evangelios son libros de la fe en Jesús”57. La traducción griega de los LXX, retomada
luego por el Nuevo Testamento, con el verbo pistéuo traduce la variedad terminológica
del hebreo, conservando el significado semítico de adhesión personal confiada a
Dios58.
58
Cfr. J. ALFARO, “La fe como entrega personal del hombre a Dios y como aceptación del mensaje cristiano”, en
Concilium 21 (1967) 56-69.
“Como síntesis de la visión del Antiguo y del Nuevo Testamento se puede afirmar
que la fe es la adhesión total- el AMEN - del hombre a la palabra definitiva y salvadora
de Dios. Y en la totalidad humana de este acto aparecen estos tres aspectos:
Por tratarse de un tema no menor en la reflexión teológica, los teólogos y el Magisterio han
buceado en los textos bíblicos, poniendo el acento en algunos de ellos. Siguiendo pues esa
rica tradición, nos centraremos en algunos de esos pasajes de la Palabra de Dios. 60
La palabra “aman” en el A.T., tal como ya lo hemos analizado, expresa: tener fe,
confianza (en) o creer; y en Is 7,9, que es una amonestación a creer, aparecen los
imperativos ‘no temas, ni te asustes’ (literalmente: ‘no se debilite tu corazón’: v.4).
Ahora bien, en el Antiguo Testamento la realidad de la fe no se limita a un solo
sentido, por eso el concepto paralelo más importante, al menos en contexto religioso,
es “confiar” (57 veces en sentido religioso, de ellos 37 veces en los salmos). La
expresión “creer”, traduce a su vez: “temer”; “reconocer”, y “buscar” o “emplear”;
“esperar” y “esperar”.
59
PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 174.
60
Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 175-185.
- Rom 12, 1: Por consiguiente, hermanos, les ruego por la misericordia de Dios que
presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios: este es el
culto racional que deben ofrecer.
- 1 Pe 3,15: dispuestos siempre a dar respuesta a todo aquél que les pida razón de
la (fe y) esperanza que ustedes tienen.
Cuando San Pedro hace esta invitación, la Iglesia naciente, estaba sometida a
desprecio y los cristianos eran perseguidos. Por eso se trata de una
“respuesta/defensa”. Existía hostilidad y penas de encarcelamiento contra los que
profesaban la fe cristiana. Para los apóstoles y los primeros discípulos el ser llevado a
los tribunales y juzgados era visto también como una posibilidad de “proclamar la fe”,
de ser “testigos”, de ser “misioneros”. Por eso 1 Pe 3,15 es también una “declaración
misionera” de la esperanza -el núcleo mismo de la fe cristiana- expuesta ante el
tribunal de justicia o en conversaciones privadas.
En cambio entre los padres latinos, como san Agustín, adquiere un uso más
teológico, sirve para sintetizar las relaciones entre la fe y la razón. San Agustín afirma
que es diferente si la demanda de dar razón de la fe proviene de un no creyente o de
un creyente. En el primer caso, se debe procurar “dar razón por la que se pueda ver, si
es posible, lo que se presupone antes de la fe”; en el segundo caso, se debe posibilitar
una “inteligencia de la fe”.
El Vaticano II cita el texto una vez, en la Lumen Gentium, al tratar del sacerdocio de
todo el pueblo de Dios dice que todos los discípulos de Cristo “deben dar testimonio de
Cristo en todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida eterna a quienes
se la pidan (cfr.1 Pe 3,15)” (LG 10). La novedad está en la equivalencia entre el “dar
razón” y el “testimonio”, siendo es testimonio una categoría decisiva en el Vaticano II.
Para la Evangelii Nuntiandi n°22 de Pablo VI el texto de 1 Pe 3,15 es la base para que
“el evangelio proclamado por el testimonio de vida sea proclamado también con la
palabra de vida”.
- Gal 2, 20: Todo lo que vivo en lo humano se hace vida porque vivo en la fe en el
Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.
- Rom 10, 9: Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu
corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos serás salvo.
Hay una persona histórica que es Jesucristo. Por lo tanto es una fe personal y
testimonial, que me invita a vivir en relación íntima con Jesús, con Dios Padre y con el
Espíritu Santificador.
En efecto, ya la epístola a los Hebreos nos había enseñado que: Dios, habiendo
hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas
maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha
hablado por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas,
por medio de quien hizo también el universo. (Heb 1,1-2). Cristo, el
Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e
insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más
que ésta. En Él se da la máxima Revelación posible pues es Dios y hombre verdadero.
A partir de la venida de Hijo en carne humana, hecho semejante a los hombres,
nuestra fe no es ya adhesión a una doctrina, o a unos contenidos morales, sino a las
divinas Personas. Creo en Dios Padre, creo en Jesucristo su Hijo nuestro Señor, creo
en el Espíritu Santo.
3.4.- Definición de fe
c.- Aquí otra definición de fe considerada como virtud: “fe es la virtud sobrenatural
por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado y que la
61
Algunos de los primeros escritores de la Iglesia lo utilizan como definición de lo que es la fe, por ejemplo
Clemente de Alejandría (150-211/15) en su “Stromata”, que es el primer tratado cristiano sobre la fe; Gregorio de
Nisa (335- 394); Juan Crisóstomo (344-407); Gregorio Magno (540-604).
Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma”. Es decir, la fe es la virtud
sobrenatural por la que aceptamos como verdadero todo lo que Dios ha
revelado.
d.- La teología más cercana a nuestro tiempo nos habla en éstos términos de la fe:
El acto de fe no consiste simplemente en la adhesión del
intelecto a las verdades reveladas por Dios; y tampoco en la
mera actitud de entrega confiando en la acción de Dios. Es,
más bien, la síntesis de ambos elementos porque implica
tanto la esfera intelectual como la afectiva, al ser un acto
integral de la persona humana. Santo Tomás y la tradición
hablaban más bien de la fe como un acto del intelecto, hoy debemos hacer
notar que también la afectividad humana está presente en el acto de fe.
e.- El Catecismo de la Iglesia Católica, que trata de ofrecernos una definición más
acabada de la fe, enseña: La fe es la respuesta del hombre a Dios que se
revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al
hombre que busca el sentido último de su vida (Cat.I.C. 26). Esta definición del
catecismo resume el esfuerzo que la Iglesia realiza permanentemente de
conocer, escuchar y entrar en diálogo con el hombre de hoy.
3.5.- El acto de fe
62
Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 187-188.
Por lo que se refiere a la persona que cree, hay que señalar algunos datos
interesantes en el aspecto teológico. El primero, que el acto de fe es posible sólo
a partir de la gracia que permite entrar en comunicación con Dios y recibir al
mismo tiempo los acontecimientos de la revelación como acontecimientos
salvíficos. Pero la persona tiene que conocer estos acontecimientos como
condición previa para un acto de fe que pueda ser personal.
Cuando nos encontramos con el misterio de una persona -ya que nadie podrá
descubrir nunca su propia realidad ni la realidad del otro fuera de esta
perspectiva-, entonces la forma de conocimiento más coherente, capaz de
comprender la globalidad de este contenido, viene dada por la fe. Proviene del
misterio mismo como forma que es capaz de expresarlo y comprenderlo.
El Dios que actúa en la historia del pueblo y que muestra los signos de su
presencia es el Dios a quien nos entregamos porque sólo en él vemos la
salvación. Es lo que ocurre con Abrahán, que al sentirse llamado por Dios lo deja
todo y le sigue (Gn 12,1-4); con Moisés, que es enviado a liberar al pueblo (Éx
3,1-20); con todos los profetas que reciben la misión de anunciar su palabra al
pueblo, pero también con cada una de las personas que acogen a Dios en los
diversos momentos de su vida (Dt 6,20-24). El acto de fe para el israelita no es un
momento ocasional o esporádico; al contrario, toca a la existencia cotidiana y
determina su sentido y su orientación.
- Creer en la persona de Jesús de Nazareth. La fe en la
persona de Jesús supone por parte de los creyentes la
realización de un acto que sea en sí mismo plenamente libre,
aunque inserto en el interior de la acción de la gracia. La libertad
de este acto es posible si responde a una doble exigencia: que
corresponda a la verdad y que abra al sentido último de la
existencia. Respecto a la verdad, el creyente la ve realizada en
la persona de Jesús de Nazaret, que dijo que era la verdad (Jn 1,14.17; 14,6); Él
mismo se convierte en su garantía y no necesita que nadie dé testimonio en su
favor, excepto el Padre, ya que la fe requiere la aceptación plena de su persona.
Pero en Él, la verdad entra en la historia; por primera y única vez, Dios se revela
asumiendo la historia como lugar donde expresarse a sí mismo. Éste le permite a
cada uno poder encontrarlo en cualquier lugar e ir conociéndolo progresivamente
según las diversas formas de conquista del saber, ya que el conocimiento que se
tiene de Él está orientado dinámicamente hacia la plenitud, que sólo se dará en el
futuro (Jn 16,13). Esta dimensión es la que permite al creyente percibir su acto
como un acto plenamente libre. En efecto, sabe que la libertad no es una serie
fragmentaria de actos, sino más bien un acto que se hace cada vez más libre en
la medida en que se abre a un espacio de libertad cada vez mayor que la propia.
Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero
no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a
la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a
las verdades por El reveladas. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad
“presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al
Dios que revela" y entrar así en comunión íntima con El” (Cat.I.C. 154).
3.6.3.- La fe y la inteligencia
3.6.4.- La fe es cierta
No obstante no tener su fundamento último en la inteligencia humana, una verdad
demostrada a la cual no se puede rechazar, la fe es cierta, más cierta que todo
conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede
mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la
experiencia humana, pero “la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la
luz de la razón natural” (S. Tomás de A., s. th. 2-2, 171, 5, obj. 3). “Diez mil dificultades
no hacen una sola duda” nos dirá el cardenal J. H. NEWMAN (Cat.I.C. 157).
Ya desde antiguo la tradición teológica nos enseñaba que la fe no está reñida con
la razón y que: "La fe trata de comprender". Así, según san Agustín, "creo para
comprender y comprendo para creer mejor". Es inherente a la fe que el creyente desee
conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido
revelado. A éste mayor conocimiento de las verdades reveladas somos guiados por el
Espíritu Santo: “para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo
Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones (DV 5)”
(Cat.I.C. 158).
3.6.6.- La fe y la ciencia
3.6.7.- La libertad de la fe
Toda la predicación de Cristo fue una invitación a aceptar el amor de Dios, a aceptar
libremente su propuesta, a aceptar libremente la fe; Cristo no obligó a nadie a creer en
El ni en sus palabras: ““El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios;
nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es
voluntario por su propia naturaleza” (DH 10; cf. CIC can 748,2) En efecto, Cristo invitó a
la fe y a la conversión, El no forzó jamás a nadie. “Dio testimonio de la verdad, pero no
quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino... crece por el
amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia El” (DH 11)”
(Cat.I.C. 160).
3.6.8.- La necesidad de la fe
Dado que la fe es un don gratuito dado por Dios a todos sus hijos, todo hombre
necesita de la fe, justamente porque la necesita, Dios la da a todos. Creer en Cristo
Jesús y en Aquel que lo envió para salvamos es necesario para obtener esa salvación.
““Puesto que sin la fe... es imposible agradar a Dios” (Heb 11,6) y llegar a participar en
la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que “haya
perseverado en ella hasta el fin” (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna” (Conc.
Vaticano I DS 3012; cfr. Cc. de Trento: DS 1532)” (Cat.I.C. 161).
3.6.9.- La perseverancia en la fe
La Salvación definitiva, la vida eterna comienza con la fe. Cristo nos dice “quien
cree en mi, aunque hubiere muerto vivirá, y aquel que vive y cree en mi no conocerá la
muerte segunda”, pero esta vida eterna no es sólo para después de la muerte, sino
que ya tiene su comienzo en nuestro tiempo: “La fe nos hace gustar de antemano el
gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces
veremos a Dios "cara a cara" (1 Co 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es, pues, ya el
comienzo de la vida eterna” (Cat.I.C. 163).
“El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos
asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte
parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella
una tentación” (Cat.I.C. 164).
“Debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando
contra toda esperanza" (Rm 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe",
llegó hasta la "noche de la fe" (RM 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la
noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: “También nosotros, teniendo en
torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos
asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús,
el que inicia y consuma la fe”“(Cat.I.C. 165).
4.- CONCLUSIÓN
De todo lo dicho se desprende que la fe es luz para la razón y una enorme ayuda
para poder llegar a la verdad. La fe proporciona a la razón una iluminación que le
descubre el sentido profundo de cada cosa. Por ejemplo, que todo ha sido creado, que
el acto creador es amoroso, que el hombre es libre para vivir de ese amor para
siempre: estas verdades que podemos conocer por el razonamiento natural, al ser
iluminadas por la luz de fe se hacen vida en nosotros, nos pones en relación directa
con el Señor.
63 JUAN PABLO II, homilía durante la misa de inauguración del año académico en las Universidades
Pontificias, viernes 15 de octubre de 1999.
La inteligencia no se reduce a los sentidos sino que puede reflexionar sobre esos
datos y llegar a la causa de lo sensible que es la misma divinidad, al Creador.
La fe nos dice que el pecado original fue una ceguera de orgullo que quiso prescindir
del conocimiento que viene de Dios y quedó ofuscada la razón, “los ojos de la mente
no eran ya capaces de ver con claridad: progresivamente la razón se ha quedado
prisionera de sí misma”. Cristo libra a la razón de su debilidad “librándola de los cepos
en los que ella misma se había encadenado” con dos luces la externa de la Revelación
y la interna de la fe. Así se alcanza una nueva sabiduría, la sabiduría de la Cruz que
“supera todo límite cultural que se quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad
de la verdad, de la que es portadora. ¡qué desafío más grande se le presenta a
nuestra razón y qué provecho obtiene si no se rinde!”, esto es, descubrir el amor sin
límites de Dios en sí mismo, en Cristo hacia los hombres y al mundo (FR, 23c.).
1.- INTRODUCCIÓN
Sin embargo, muchas veces, las criaturas, lejos de percibir este amor solícito y
tierno de Dios, lo experimentan lejano o distorsionado. Veremos, entonces, algunas de
estas diferentes imágenes “poco felices” que el hombre moderno tiene de Dios, para
luego recibir luz desde la revelación bíblica. Constataremos que Dios no solamente se
manifiesta como Padre a partir de Su Hijo, enviado a nosotros como Palabra definitiva
y revelación última, en el N.T., sino que también en el A.T. aparece como un
verdadero Padre. Jesús nos confirmará un gran regalo: “mi Padre es vuestro Padre”.
En su revelación Dios se va manifestando como Creador Providente. El pueblo de
Israel, contrariamente a las experiencias de los pueblos circunvecinos, conocerá a
Dios como aquel que es Todopoderoso y que está por encima de cualquier fuerza de
la naturaleza. Con su sola Palabra hace surgir todo lo que existe, todo responde a su
voz, todas las criaturas obedecen la voluntad del Altísimo.
Así, por ejemplo, se dice que Dios habla (Gn 1,3; 8,15), descansa y se sienta (Gn
2,2; Sal 47,8), ve y oye (Gn 6,12; Ex 16,12), huele (Gn 8,21; 1 S 26,19), desciende (Gn
11,5), tiene rostro y espalda (Ex 33,20-23; Nm 6,25; Sal 104,29), se contrista (Gn 6,6),
se enoja (Ex 15,7), es celoso (Ex 20,5; 34,14), odia el pecado (Dt 12,31) o se regocija
(Dt 28,63). Dios tiene alas, plumas, es una roca, fuente y escudo (Sal 91,2-4). En el
Génesis, también aparece graficada la actividad de Dios como un “Alfarero” que forma
al hombre del polvo de la tierra y respira en él, soplo de vida (Gn 2,7); o como un
“Jardinero” que después de plantar un jardín (Gn 2,8), anda en su huerto mientras
corre la brisa fresca (Gn 18). Como un responsable “Portero” cierra la puerta del arca
(Gn 7,16) y hay muchos más... 65
64
Cfr. T. SCHNEIDER, Manual de teología Dogmatica, Ed. Herder, Barcelona 1996, 123-124.
65
Cfr. L. OTT, Manual de Teología Dogmatica, Ed. Herder, Barcelona 1969, 66.
66
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 126-128.
los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis
pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is 55,8-9).
67
Ver a L. MORALDI “Ira”, en Nuevo diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 19902, 459.
Dios para un católico apostólico romano? De esto se ocuparán los dos ítems
sucesivos.
Pero antes de ser una declaración dogmática, el que no haya más que un solo
Dios, es doctrina fundamental de toda la Biblia: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro
Dios, es el único Señor” (Dt 6,4). Esta misma afirmación la retoma el evangelista
Marcos (ver Mc 12,29) como también el apóstol san Pablo: “Sabemos que el ídolo no
es nada en el mundo y que no hay más Dios que uno solo” (1 Cor 8, 4).
Las páginas del A.T. dan testimonio de una experiencia de relación con Dios en la
que Él mismo toma la iniciativa, se muestra, busca y llama al hombre. El “Dios
escondido” (Is 45,15) se acerca a los hombres. Dios se da a conocer en la historia
que, para Israel, consiste en una relación de alianza. Y esta relación, que se abre y se
supera continuamente, se va concretando en una tensión hacia el cumplimiento de la
promesa de que Dios se auto-comunique plenamente al hombre. Es en el seno de
esta relación es donde debemos describir las características fundamentales de los
distintos rostros de Dios que Israel va conociendo y experimentando.
Y lo primero que Dios hizo fue revelar su nombre (gesto que, para un pueblo semita
como Israel, es de gran importancia). Porque el nombre expresa la identidad profunda,
el ser de quien lo lleva (ver Cat.I.C. 203) y además un acto de predilección: el Dios de
todos los pueblos, para darse a conocer, eligió a Israel.
El nombre de Yahvé es, pues, un nombre que nos une al pasado, nos asegura en el
presente, pero además, queda abierto hacia el futuro, no sin remitirnos a un
conocimiento cada vez más pleno de Sí mismo.
La primera consecuencia para nuestra fe, como dice el Catecismo en sus artículos
205-209, es que Yahvé es un Dios vivo -o viviente-. Esta característica cobra relieve
para Israel, pues en la confrontación con los otros dioses, estos son ídolos sin vida ni
actividad.
Por ser un Dios vivo, Yahvé sale al encuentro del hombre y de su historia,
estableciendo con él una relación de diálogo. Dios no es, pues, un “Ello impersonal”,
sino un “Yo personal”, no una fuerza o naturaleza anónima sin rostro ni identidad, sino
una Persona que obra.
Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios
de la fe, en cuanto luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial
en la jerarquía de las verdades de fe. Toda la historia de la salvación no es otra cosa
que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados
por el pecado, y se une con ellos (ver Cat.I.C. 234).
68 Cfr. L. LADARIA, El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1998,
12.
La formulación de la doctrina trinitaria y sus principales herejías:
69
En el intentos de salvar supuestamente el monoteísmo hebreo, el monarquismo tuvo dos vertientes, como
sendos: el modalismo, que postula una única persona divina manifestada bajo diversos modos, y el
subordinacionismo, que consideraba Dios sólo al Padre. Por su parte, el modalismo, afirmaba que Padre, Hijo y
Espíritu Santo habían sido tres modos con lo que el Dios Uno fue revelándose en la historia de la salvación,
según la conveniencia particular de cada etapa temporal. Como si tratase de un actor en una obra de teatro, Dios
había recurrido a diferentes máscaras para interpretar sucesivamente los tres personajes de la Trinidad. Mientras
que el subordicionacionismo, sostenía que Cristo y el Espíritu Santo fueron solo criaturas temporales, es decir
habían sido creadas (y no engendrados) por Dios de la nada y al principio de los tiempos, y por ende no fueron
de naturaleza divina. Según el subordinacionismo no existe pues una Trinidad divina con tres Personas de igual
dignidad; el Hijo y el Espíritu están subordinados al Padre, único Dios. Si bien se reconoce que es el más excelso
de cuantos seres Dios creó, el Verbo se convierte en una mera criatura mediadora para oficiar de intermediario
entre el mundo y un Dios incapaz de autocomunicarse.
70
Cfr. la célebre fórmula de San Gregorio Nacianceno glosada en el Documento de Puebla n. 400: “lo que no es
asumido no es redimido”.
El Catecismo (cfr. Cat.I.C. 253-256), en consonancia con el monoteísmo bíblico,
afirma la unidad en la única naturaleza divina “compartida por igual” por las tres
Personas, infinitamente simple, indivisible, inmutable y eterna. Existe recíprocamente
una Trinidad en la unidad, es decir, una unidad que no se identifica con una
individualidad abstracta y solitaria, sino que se concreta en una comunión recíproca de
vida fecunda. Tenemos, pues, estos principios fundamentales que cimientan el dogma
trinitario.
b.- Cada persona es enteramente Dios. Las tres Personas no se reparten un tercio
de la divinidad cada una. Suponer esto sería ignorar el atributo de la unidad
divina y caer en un triteísmo. Por su infinita simplicidad, todo en Dios es uno en
cuanto a su divinidad, y por eso el cristianismo es estrictamente monoteísta.
Dios posee una única naturaleza perfectamente realizada en cada una de las
tres personas. El Catecismo cita a San Gregorio Nacianceno: “Cada uno,
considerado en sí mismo, es Dios todo entero… Dios los Tres considerados en
conjunto...” (cfr. Cat.I.C. 256).
Padre, Hijo y Espíritu Santo no son simples nombres para designar las modalidades
de las acciones divinas, sino que son Personas verdaderamente distintas entre sí,
cada uno de ellos es un Alguien. Esta es la gran novedad respecto a otras religiones:
la realidad de las relaciones personales intratrinitarias. Jesús revela el misterio de las
mutuas relaciones entre las tres Personas divinas en la unidad de su naturaleza. Estas
relaciones entre las tres personas fundamentan el misterio de la Trinidad en el Dios
Uno y Único. La distinción en Dios no se refiere entonces, a la esencia divina (que es
común a las tres personas), sino al reciproco relacionarse del Padre, el Hijo y el
espíritu Santo (cfr. Cat.I.C. 254).
En definitiva, las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la misma y única
realidad en cuanto a su divinidad. Así, todos los atributos de la naturaleza divina se
aplican por igual a las tres Personas: Dios Trino es infinito, omnipotente, eterno, simple,
creador, providente, consumador...
El Hijo procede del conocimiento perfecto que el Padre tiene de sí mismo, como su
Palabra íntima: es engendrado por el Padre. Si Jesucristo se manifestó ante el mundo
como revelador y mediador del Padre es por que ya era Verdad y Vida en el seno
mismo del Padre, de donde provino y por quien fue enviado a este mundo. Cuando
una persona humana quiere comunicar su propia verdad a un otro se ve limitada por
su autoconocimiento finito y sus miserias. Es un dato de la experiencia que nadie es
totalmente transparente ante sí mismo. Pero cuando Dios Padre se entiende y
expresa, esta palabra perfecta refleja con plenitud su misma verdad: el Hijo.
El Espíritu Santo procede del amor perfecto comunicado entre el Padre y el Hijo. Es
espirado por el Padre y por el Hijo, y no generad como en el caso del Hijo. Mientras que
el Hijo es la autoexpresjón del entendimiento del Padre, que como tal se dirige a
producir un idéntico de sí mismo en cuanto a su naturaleza (pero un “otro” en cuanto a
su ser Personal), el Espíritu Santo es en cambio el acto mismo del amor del Padre de
unirse con el Hijo amado El Espíritu presupone pues, una mutua presencia del amado
en el amante y viceversa y procede así de la recíproca comunión del amor entre el
Padre y el Hijo. Afirma KASPER que el Espíritu Santo es la esencia íntima de Dios: “el
amor autocomunicante… Dios como superabundancia Dios como efusión de amor y
gracia”.71
71
Cfr. KASPER, El Dios de Jesucristo, 260.
El N.T. habla del envío del Hijo por iniciativa del Padre (cfr. Ga 4,4) y del envío del
Espíritu Santo también por iniciativa del Padre (cfr. Lc 24,49; Ga 4,6). Estas misiones
revelan el modo de ser de cada una de las tres Personas Divinas, que desbordan su
riqueza infinita hacia la creación.
El Hijo palabra eterna del Padre en el seno de la Trinidad, al ser expresado “hacia
fuera” es enviado con un gesto de infinita libertad por el Padre a un tiempo y lugar
concretos, y deviene Palabra hecha carne en María Virgen Es por tanto Dios Hijo
quien nace, predica sufre y muere en Palestina.
El Espíritu Santo, que procede del amor infinito entre el Padre y el Hijo, es enviado
en Pentecostés para unificar y santificar la Iglesia y llevar a su plenitud la Revelación
de Cristo.
72
Ver A. MARANGON, “Dios”, en Nuevo diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 19902, 459.
Surgen, entonces, las llamadas “imágenes”, “representaciones” o “rostros de Dios”,
nacidos de la experiencia de cada uno como de lo que la Biblia nos dejó como legado.
Estas imágenes debieran ser todas positivas, sin embargo, lamentablemente, se
imponen muchas negativas, insuficientes o falsas (como veremos en el apartado
2.2.1), que luego confrontaremos con las verdaderas que nos presenta la Sagrada
Escritura (ítems 2.2.2).
Cada época, cada cultura, cada persona se ha formado diversas imágenes de Dios,
según su propia experiencia religiosa y su propia manera de relacionarse con Él, con
los otros y con el mundo. La enseñanza recibida, la propia personalidad, los avatares
de la vida, han formado en cada uno una idea de Dios.
De hecho, entre las primeras imágenes que el niño recibe de Dios en su familia,
está aquella que se basa en alguna de estas afirmaciones: “si te portas mal Dios te va
a castigar”, “diosito te ve” (cual juez implacable al que nada se le escapa), “a Dios no
le gusta tu forma de actuar”. Este tipo de estribillos son los que nos van forjando la
idea de un Dios que nos está observando para “sorprendernos” en nuestros errores o
que tiene cierta complacencia en “castigarnos”.
73
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 95-104. Ver también F. VARONE, EL Dios ausente, colección Presencia Teológica, Ed.
Sal Terrae, Bilbao 1987 (sobre todo la introducción).
compadecerse, la del Juez inmisericorde que sólo tiene en cuenta el pecado, la de un
Dios violento que incita masacres y muertes por doquier, o sea, un Dios malvado74
incluso la de un Dios Tentador, que pone a prueba a su pueblo o un Dios iracundo casi
siempre enojado y no tanto gozoso.
Es cierto que el Dios del AT, igual que en otras religiones, aparece como “lo
fascinante” y “lo tremendo”. Por una parte, la divinidad atrae y subyuga, por otra
atemoriza y sobrecoge. Pero no debemos olvidar su otro aspecto, mucho más
importante y presente en la Biblia que prepara la presentación de Dios como Padre
propuesta por Jesús. Tampoco olvidemos una de las sentencias más valiosas que la
74
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 107 (en páginas 114-117 responde directamente a toda esta problemática).
75
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 104-109; F. VARONE, Dios Sádico, Colección Presencia Teológica Nº 42, Ed. Sal Terrae,
Bilbao 1988, 15-30.
76
Ver J.L. SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, Ed. Verbo Divino, Navarra 1997, 38.
77
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 109.
constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II indicaba al respecto: “Los libros del
AT...muestran a todos el conocimiento de Dios” (nº 15).
Como dice el libro del Deuteronomio: “Él es la Roca, sus obras son perfectas, sus
caminos son justos; es un Dios fiel, sin maldad, es justo y recto... ¿No es él tu
padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó? Acuérdate de los días remotos,
considera las edades pretéritas, pregunta a tu padre y te lo contará, a tus
ancianos y te lo dirán. Cuando el Altísimo daba a cada pueblo su heredad, y
distribuía a los hijos de Adán, trazando las fronteras de las naciones, según el
número de los hijos de Dios, la porción del Señor fue su pueblo, Jacob fue el lote
de su heredad” (Dt 32,4-9).
En estrecha relación con la paternidad de Dios está el concepto filiación divina que,
correlativamente, evolucionará progresivamente desde una concepción fundada en
la relación creador-criatura hasta una comprensión basada en la Alianza. Poco a
poco esta visión de la filiación divina en función de la alianza irá adquiriendo rasgos
concretos. Así, en el A.T., el título “hijo de Dios” es dado a los ángeles (cfr. Dt 32, 8;
Jb 1, 6), al pueblo elegido (cfr. Ex 4,22; Jr 3,19; Os 11,1; Sb 18,13; Si 36,11), a los
“hijos de Israel” (cfr. Dt 14,1; Os 2,1) y sobre todo a sus reyes (cfr. 2 S 7,14; Sal 2,7;
82,6; 1 Cro 17,13). Significaba entonces una filiación adoptiva que, entre Dios y su
criatura, establecía relaciones de una intimidad particular (ver Cat.I.C. 441).
Ahora bien, este nombre genérico y plural de lo divino en boca del pueblo de Israel,
concretado con la referencia a los patriarcas (“el Dios de Abraham, Isaac y Jacob”),
no es más una idea genérica, sino la referencia a Aquel con quien los antepasados
establecieron una alianza. A través de esta relación Dios comienza a manifestar su
ser personal, no ya como una fuerza abstracta y lejana, sino como Aquel que quiere
establecer una amistad con los israelitas.78
78 Cfr. L. RIVAS, Dios Padre en las Sagradas Escrituras, Ed. Paulinas, Buenos Aires 1998, 21-25.
creador de todo lo que existe, pero es Padre especialmente respecto a Israel, el
pueblo que él creó para establecer su Alianza.
Otro de los personajes del A.T. que podemos decir que han experimentado la
amistad de Dios es Moisés. El Señor lo elije para liberar a su pueblo de la
esclavitud y para guiarlo a la tierra prometida, pero además, para compartir una
exquisita amistad. Le permite verlo “cara a cara”, subir al Sinaí para encontrarse
con El (Ex 19,16-25; 24,12-18) y conversar directamente con él en la carpa del
encuentro. Así dice en Ex 33,11: “El Señor conversaba con Moisés cara a cara,
como lo hace un hombre con su amigo” y así en Ex 34,8: “Moisés cayó de rodillas
y se postró diciendo si realmente me has brindado tu amistad dígnate Señor venir
en medio de nosotros”.
81
M.V. TALAMÉ, Aclamen al Señor con alegría: La alegría en el salterio, Ed. Paulinas, Buenos Aires 2007, 158-
164.
82
Cfr. J. BRIGHT, La historia de Israel, Ed. Desclee, Bilbao 1970, 110-127. En su página 109 dice: “Abraham, Isaac
y Jacob se encuentran en el sentido más auténtico, en los orígenes de la historia y de la fe de Israel. No sólo
representan el movimiento que trajo a los componentes de Israel a Palestina, sino que sus creencias peculiares
ayudaron a delinear la fe de Israel tal como sería más tarde... No carece pues, de razón histórica, que los
cristianos y judíos le reconozcan unánimemente como el padre de la fe (Rom 4,3; Heb 11,8-10)”.
las dos tablas del Testimonio, no sabía que su rostro se había vuelto radiante
porque había hablado con el Señor” (Ex 34,29).
También los profetas han gozado de la amistad del Señor. Por ejemplo, Elías le
pide ver Su rostro y el Señor se encuentra con él. De esto da testimonio 1Re
19,10-13.
Existe una autodefinición de Dios que encontramos en Ex 34,6-7: “El Señor pasó
por delante de él y exclamó: - ¡Yhwh! ¡Yhwh! Dios compasivo y clemente, paciente,
misericordioso y fiel, que conserva misericordia hasta la milésima generación, que
perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por
inocente al malvado; que no deja impune la maldad de los padres en los hijos y en
los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación".
Estos cinco adjetivos subrayan el ser de Dios, tal como Él se definió a sí mismo.
Como vemos no hay nada de un Dios castigador terrible, implacable sino un Dios
amor, que hace caer por tierra ese falso concepto de una justicia que premia a los
buenos y castiga a los malos. Es cierto que Dios no acepta el mal, pero su
capacidad de perdón es superior a la de punición. Esto expresa la imagen de la
“milésima generación”. Mientras la misericordia se extiende a mil, el "no dejar
impune" (¿castigo?) sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos y bisnietos). No
hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente
a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es la inmensa
capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar.83
Otros textos que celebran la misericordia del Señor, son los Salmos: “Ha hecho
memorables sus maravillas; clemente y misericordioso es el Señor” (Sal 111,4) o
“El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad; el Señor es
bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal 145, 8-9).
Hay también otras figuras con que Dios manifiesta su ternura: la compara a un
águila que cobija maternalmente a sus polluelos bajo las alas y los cuida
personalmente de cada uno (Sal 91,4 o Dt 32,11) o con el Sal 139, en el que el
amor tierno de Dios se manifiesta en su presencia protectora. Nos dice que
conoce dónde estamos a cada instante, lo que hacemos, y hasta que nos conoce
todo nuestro ser desde el momento en que fuimos engendrados.
En el N.T., la revelación acabada de Dios nos llega por la persona de Jesús. Cristo
es la revelación del Padre en sus palabras y en sus obras, en sus silencios y en sus
sufrimientos, en su manera de ser como de hablar. Jesús mismo lo dijo: "Quien me ve
a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9).
Por lo tanto, el núcleo fundamental de todo lo que Jesús hizo y dijo no son Él
mismo, sino el anuncio de Dios como Padre y la cercanía de su Reino. Estos son dos
temas íntimamente ligados: Dios es Padre y hace presente su Reino en el mundo y el
Reino es la garantía de la paternidad de Dios. He aquí los dos temas nucleares de la
oración cristiana presentes en el Padre Nuestro84 que trataremos a continuación.
Con Abba, Jesús está expresando no solamente “la confianza con la que Él vive
esta relación sino también, al mismo tiempo, el don total del Hijo que se entrega al
Padre en la obediencia (Mc 14,36; Mt 11,25-26)”. 85 De estas dos cosas Jesús nos
ha hecho partícipes y seguro espera que las pongamos en práctica cuando
tratemos con el Padre.
- Cristo establece el reino del Padre. Esta entrada del Reino en el mundo se
realiza a través de Jesús, él es la inauguración de la plenitud de la obra de Dios
en el mundo. “Fue a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como
era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le
entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde
estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me
ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la
libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el
año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se
sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y Él se puso a decirles: “Hoy se
cumple esta Escritura que acabáis de oír”“ (Lc 4,16-21).
El Reino de Dios es una realidad dinámica, es Dios mismo que entra en el mundo
y actúa en él. Reino de Dios significa que Dios comienza a reinar en la realidad de
cada día para hacerla lugar de salvación para los hombres. Es Dios mismo quien
está actuando como poder salvador entre los hombres, por eso los milagros son
signos del Reino, sacan a la luz la realidad oculta de Dios que se opone a todo
aquello que oprime y destruye a la humanidad. Reino es el cumplimiento final de
la Promesa que alentó toda la historia de Israel como pueblo de Dios.
El Hijo de Dios “bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le
ha enviado” (Jn 6,38), “al entrar en este mundo, dice: He aquí que vengo para
hacer, oh Dios, tu voluntad... En virtud de esta voluntad somos santificados,
Jesús hace del término “Padre” (Abba) el nombre propio de Dios; es el título que
mejor resume lo que Dios es. Esta relación con Dios como Padre es un elemento
tan fundamental del mensaje de Jesús que lo lleva a denominarse como Hijo. En
la apelación “Padre” Jesús recoge lo que de absoluto hay en Dios como origen de
la vida y del Reino y lo que hay de amor en ese origen como fundamento último
de toda realidad. Reconociendo a Dios Padre como creador, soberano, providente
e incomprensible (Mt 19,26), Jesús se somete a él como a su Dios, en total
obediencia, pero al mismo tiempo deja bien claro que a Dios no se le puede
conocer ni entender sino es por su predicación.
No queda lugar para otra comprensión mayor de Dios; en Jesús está irrumpiendo
en el mundo su Reino definitivo. Son dos formas correlativas de entender la
paternidad y la divinidad: Dios es Padre (y si no lo fuera sería un Dios
desentendido del mundo) y el Padre es Dios (y si no lo fuera sería un Padre
impotente en el mundo). Jesús es el Hijo porque a Dios se le reconoce como
Padre en su mensaje de la cercanía del Reino, en su sumisión a su voluntad y en
su misión como revelador de su amor.
Uno de los mayores escándalos provocados por Jesús fue su identificación con
los más pobres, fue su conducta misericordiosa para con los pecadores, reflejo de
la actitud del mismo Padre respecto a ellos (ver Os 6, 6 y Mt 9,13). Llegó incluso a
dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cfr. Lc 15,1-2) los
admitía al banquete mesiánico (cfr. Lc 15,22-32). Pero fue especialmente al
perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un
dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede
perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7), al perdonar los pecados, o bien
Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cfr. Jn 5,
18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre y la
divinidad de Dios (cfr. Jn 17,6-26 y Cat.I.C. 589)
- Dios, el Padre del crucificado que resucita. La muerte violenta de Jesús no fue
fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al
misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén
ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado
designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no
significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente
ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios. (Cat.I.C. 599)
Este sería el juicio definitivo si todo hubiera acabado con la cruz, pero no acabó
ahí. Jesús resucitó y este acontecimiento provoca una revisión radical del sentido
de los acontecimientos que llevaron a su muerte. Los cuatro Evangelios nos dan
versiones distintas de la pasión y muerte de Jesús; pero todos interpretados a
partir de otro acontecimiento tan real como la muerte: la resurrección, ésta sólo
accesible por la fe.
Por otra parte, tomando la Cruz y la Resurrección como lugares desde donde se
nos da a conocer la realidad de Dios, podemos decir que, en ellas, Dios se
muestra al mismo tiempo como ruptura y como unión. La ruptura en Dios es causa
y consecuencia de la radicalización de la Alianza: Dios entrega y pierde su propio
ser en el Hijo para darlo al mundo. Jesús, el Hijo perfecto obediente al Padre,
revela en la cruz el intercambio eterno en el que el Hijo devuelve todo su ser al
Padre que lo engendró y misteriosamente entrega su Espíritu Santo. Además,
esta unión siempre renovada por el Espíritu entre el Hijo (y con el de toda la
humanidad asumida en su ser humano) y el Padre produce la realización de la
Promesa: Dios da su vida en el Espíritu a Jesús y, a través de él a todos los
hombres (cfr. Cat.I.C. 648-650).
Tanto el A.T. con expresiones como: “todo lo que Él quiere, lo hace” (Sal 115,3;
135,6), “tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder y con tu brazo extendido. Nada
hay que sea difícil para ti” (Jr 32,17) o “te compadeces de todos porque todo lo
puedes” (Sb 11,23), como el N.T.: “nada es imposible para Dios... el Todopoderoso ha
hecho obras grandes en mi favor” (Lc 1,37.49) o “Yo será para vosotros padre, y
vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Cor 6,18), entre
otros, afirman este concepto.
- Él solo es Creador (el verbo "crear" -en hebreo "bara"- tiene siempre y únicamente
por sujeto a Dios).
90
Sumeria y Akkad eran territorios limítrofes entre los ríos Eufrates y Tigris al sur del valle de la Mesopotamia que,
hacia el siglo XX a.C., los babilonios anexaron como territorios propios, sin duda, heredando una buena parte de
su tradición mítica. Y así como las costumbres y los ritos suméricos o acádicos proporcionaron ciertos modelos
para la edificación de la cultura mesopotámica, a su vez estos relatos comportaron una importante fuente de
inspiración para el pueblo de Israel.
explicar racionalmente o según la ciencia hasta entonces conocida.91 Así
nacieron, por ejemplo, estas grandes “narraciones simbólicas” o poemas
mesopotámicos: el ENUMA ELISH, el ATRAHASIS y el relato de GILGAMESH, de los
que con mucha probabilidad y aunque con nuevas formas, los israelitas tomaron
algunos conceptos.92
Gn 2,4-3
91
En particular, los mitos se interesaban por el sentido de ciertas experiencias como el mal, el dolor, la muerte.
Trataban de explicar ciertas tensiones como, por ejemplo, las existentes entre el “deseo de vivir para siempre” y
“la certeza de tener que morir”, entre el amor que acoge y la violencia que elimina, entre una relación pacífica con
la divinidad y otra que genera miedo... Cfr. G. CAPPELLETTO, Genesi (Capitoli 1-11), Ed. Messaggero Padova,
Padova 2000, 21-22.
92
Cfr. P. GRELOT, “Hombre, ¿quién eres?”, CB 5, ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1978, 12-27.
93
Aunque en esta oportunidad por razones de espacio (para no alargar demasiado el apartado), sólo
mencionaremos los textos de Gn 1,1-24 y Gn 2,4-3, para profundizar en los demás textos bíblicos sobre la
creación (como son, por ejemplo, los Salmos 8; 33; 104; 136; 148; o en la literatura sapiencial el libro de los
Proverbios cap. 3; 8; 22; 29; 30, el libro de Job cap. 28; 38, el cap. 3 de Qohélet, los cap. 1; 3; 16 y 42 del
Eclesiástico, los cap. 1; 6; 9; 11-14; 19 del libro de la Sabiduría y el Segundo libro de los Macabeos 7,28 para el
A.T. como asimismo el tema de la creación en los Sinópticos, en el prólogo de Juan y en Pablo, especialmente
en 1Co 8,5-6; Col 1,15-20; Ef 1,3-14; etc.), puede verse el estudio de los mismos en J.L. RUIZ DE LA PEÑA ,
Teología de la creación, Ed. Sal Terrae, Santander 19964, 90-113
94
Cfr. M. FLICK - Z. ALSZEGHY, Antropología teológica, Ed. Sígueme, Salamanca 1981, 18ss.
95
Ver L. RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, Ed. San Benito, Buenos Aires 2001.
oasis perfectamente irrigado por cuatro ríos y en cuyo centro Dios planta el Árbol
de la Vida cargado de frutos apetitosos. Luego de moldear al hombre de barro,
poblará el oasis de animales para que lo sirvan.
Gn 1,1-2,4
96
Este es uno de los tantos antropomorfismos con que cuenta este texto: Dios camina por el Jardín del Edén,
moldea como un artesano al hombre y a los animales con elementos tomados de la tierra, crea a Eva a partir de
una costilla de Adán, confecciona túnicas para ambos, etc.
97
De las 63 veces que aparece en la Biblia, 42 veces (dos tercios), tiene a Dios como sujeto, revistiendo aquello
que hace frecuentemente el artesano o el alfarero. Es decir, el verbo se emplea para la labor artesanal o artística.
98
Recordemos que la tradición sacerdotal se sitúa en el tiempo del exilio, lejos de la tierra propia (Jerusalén). La
situación que estaban viviendo los israelitas era de desánimo, angustia y perplejidad. Al encontrarse exilados y
por ende imposibilitados de celebrar su fe en el Templo de Jerusalén, se sentían abandonados de Yahvé y
tentados a declinar su fe en favor del credo de los babilonios; cfr. S. CROATTO, Historia de la Salvación, Ed.
Paulinas, Buenos Aires 1980, 192.
99
Los términos hebreo que aparecen en Gn 1,2 para designar lo informe son tohu y bohu. El primero se refiere a la
masa primigenia de aguas rodeadas de tinieblas, para designar al caos en su aspecto material como un elemento
primordial líquido asociado a těhom (“océano caótico”). Mientras el segundo sustantivo significa vacío, desierto
(ver Dt 32,10; Sal 107,40).
100
Cfr. G. VON RAD, El libro del Génesis, Ed. Sígueme, Salamanca 19882.
Dios crea haciendo: Se dice que Dios hace el firmamento (v.7), las dos grandes
luminarias (v.16), las fieras selváticas (v.25), la humanidad (v.26-27). Y al final, Dios
vio cuanto había hecho y era muy bueno (v.31). Este verbo, sin dudas, es sinónimo
de crear (así, por ejemplo, en el v.21 Dios creó los grandes monstruos marinos). Otro
sinónimo de crear es poner-dar: en el v.17 se dice que Dios pone los astros. Dios
puso las dos luces en el firmamento para iluminar el cielo. Por fin después de haber
creado al hombre, Dios aún da la hierba como alimento (v.29). Así pues, Dios hace,
crea, pone o da (el verbo poner o dar en hebreo es un mismo verbo).
Dios crea diciendo: Dios dice y las cosas son. La palabra de Dios es eficaz porque
da vida. Tiene el poder de hacer todo lo que existe: Él manda y las cosas son. Por 10
veces, como los 10 mandamientos, se repite “y Dios dijo”. La existencia de las
distintas realidades depende de un acto de obediencia a aquellas 10 palabras
divinas. Por eso para un judío, obedecer el Decálogo vivir según el proyecto
originario de Dios. Además, Dios llama, da el nombre a las cosas, es decir, mientras
ejerce dominio sobre las cosas, les revela su sentido más profundo. Nombrar es
signo de señorío y en Dios, también es crear (ver Is 40,26; Ba 3,34-35). “La única
continuidad que hay entre Dios y su obra es la Palabra”.101
101
Expresión de BONHOEFFER (citada por G. VON RAD, El libro del Génesis, 61).
- Dios crea por sabiduría y por amor (ver art. 295).
- Dios crea de la nada (ver art. 296-298).
- Dios crea un mundo ordenado y bueno (ver art. 299).
- Dios trasciende la creación y está presente en ella (ver art. 300).
- Dios mantiene y conduce la creación (ver art. 301).
102
SESBOÜÉ, Creer, 139.
103
Para la diferencia entre el origen y el comienzo, ver SESBOÜÉ, Creer, 140-148.
Con el hecho de la creación están íntimamente unidos el gobierno, la providencia y
la conservación (o fidelidad) de lo creado. Pues, “crear no es sólo dar el “golpecito”
inicial a la existencia del mundo. Es una acción constante y co-extensiva al tiempo de
la creación. Si su “brazo” dejara de sostener el mundo, éste se convertiría de nuevo en
polvo”.104 Dios habrá concluido su creación cuando la lleve al descanso definitivo, en
vista del cual creó el Cielo y la Tierra (Cat.I.C. 314).
El Dios cristiano es un Dios Personal y Creador de todo, que respeta la libertad del
hombre. En consecuencia, en el cristianismo se hablará siempre de providencia y
nunca de destino (fatum), como en otras religiones.107
104
SESBOÜÉ, Creer, 150-151.
105
Así, por ejemplo, recordemos a Israel, el pueblo más pequeño (Dt 7,7); David, frente a Goliat (1 S 17,42); María y
el Magníficat (Lc 1,48ss); la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30ss); etc.
106
En cuanto al gobierno, Israel percibe la existencia de un designio singular de Dios para con su pueblo
cronológicamente anterior a la creación aunque lógicamente ésta sea primera. Ver RUIZ DE LA PEÑA, Teología
de la creación, 124.
107
Ver J.A. SAYÉS, Teología para nuestro tiempo, Ed. San Pablo, Madrid 1995, 16-18.
2.4.2.- La conservación del mundo
Por último, la conservación del mundo por parte de Dios nos recuerda que Dios no
abandona la creación a su inercia (deísmo) sino que al contrario, en un acto perenne,
Dios mantiene amorosamente (ver Sb 11,24ss y Hch 17,28) en sus manos a los seres
a los que llamó a la vida. Esta categoría de conservación, aparentemente demasiado
estática, otros autores la llaman fidelidad.108
El tema del Dios Providente, entonces, nos vuelve a remitir al mismo tiempo a la
afirmación de que nuestro Dios es, contemporáneamente, Creador y Padre. Como
Creador, ciertamente, está en el trasfondo de nuestras acciones, manteniendo su
autonomía justa. Dios quiere que participemos en el desarrollo de la creación, no es un
Dios milagrero que suple la pereza o la incompetencia del hombre. El que se imagine
la providencia divina como la de un Dios del que se puede disponer a capricho está
equivocado: Dios crea al hombre como ser inteligente y libre para completar la
creación. Pero, a la vez, como Padre, pide el abandono en su providencia (cfr. Mt
6,31-33), que dejemos en sus manos nuestras preocupaciones y le pidamos por
nuestros problemas, al tiempo que, como personas responsables, pongamos los
medios humanos para solucionarlos. Siendo Padre, se le puede pedir por todas
nuestras necesidades espirituales y materiales (cfr. Mt 6,25-34). Él mismo quiere que
se lo pidamos, ininterrumpidamente (cfr. Lc 11,5-13).
108
Ver L.F. LADARIA, Antropología Teológica, Ed. B.A.C., Madrid 1983, 73.
Puede ocurrir que no obtengamos lo que pedimos. No conocemos los caminos de
Dios. Sabemos, con todo, que Dios puede sacar bienes de lo que consideramos males
y que, al final, cuando veamos a Dios cara a cara, comprenderemos Sus caminos. Por
ahora, sabemos que “todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28).
3.- CONCLUSIÓN
En esta unidad V: “Creo en Dios Padre…” hemos estudiado los primeros artículos
del Credo que creemos los cristianos. Dios es nuestro Padre Creador de todo lo que
existe.
Nos preguntamos acerca del ser de Dios y con la revelación vimos que Dios es Uno
y Trino. Primero estudiamos la unidad de Dios: existe un solo Dios y no puede ser de
otra manera. Todo el A.T. manifiesta claramente esta verdad que es también verdad
para la filosofía, para la teología y para todo hombre que se pregunta acerca de Dios.
Pero vimos también en la revelación, que Jesús, Palabra definitiva de Dios, nos
revelaba la intimidad de de las personas divinas: la trinidad. Dios es Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
Nos detuvimos a considerar otra afirmación del símbolo de la fe: Dios es Padre
todopoderoso. En primer lugar, frente a las imágenes que el hombre se hizo y se hace
de Dios, tratamos de despojarlas de sus negatividades y a la luz del verdadero rostro
de Dios que nos revela en el A.T. y en el N. T., llegamos al Padre amoroso de
Jesucristo y Padre de todos, que nos ama y se complace en estar con nosotros sus
hijos adoptivos.
El Dios Padre todopoderoso, que ama a los hombres, ha creado el cielo y la tierra
como casa para sus hijos. Por eso la creación tiene todos los signos de la bondad, la
perfección y la belleza divina. Dios no la abandona sino que con su providencia y
fidelidad la gobierna y la sostiene amorosamente.
UNIDAD VI: EL MISTERIO DE CRISTO EN EL NUEVO
TESTAMENTO
1.- INTRODUCCIÓN
En esta ocasión, sólo daremos algunas pistas de la vida de Jesús111, con sus
respectivas citas bíblicas (invitándolos a leerlas), esperando sirvan como breve
109
Por las limitaciones que impone nuestro curso, no podemos ocuparnos aquí de los esbozos del misterio de Cristo en
el Antiguo Testamento, para lo cual remitimos a H. CAZELLES, El Mesías de la Biblia. Cristología del Antiguo
Testamento, Ed. Herder, Barcelona 1981.
110
Cada estudiante puede ampliar los contenidos del Catecismo, con la amplia bibliografía sugerida en el programa.
Especialmente, a partir de A. ESPEZEL, Jesucristo. Vida y Pascua del Salvador, 13-105 y O. GONZÁLEZ DE
CARDEDAL, Cristología, B.A.C., Madrid 2001, 35-173.
111
El resumen fue tomado, en su gran mayoría, del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, (promulgado
por Benedicto XVI en el 2005), Ed.CEA, Buenos Aires 2005.
introducción de lo que sabemos, dada toda su riqueza, siempre serán Misterios
insondables e inagotables.112
El único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de
Jesús es el hallazgo de Jesús en el Templo (ver Lc 2,41-52). Jesús deja entrever el
misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No
sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?” María y José “no comprendieron”
estas palabras, pero las acogieron en la fe, y María “conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón”, a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció
oculto en el silencio de una vida ordinaria. Leer Cat.I.C. 525-534.
112
Aparte de los tantos tratados de Cristología en los que obviamente pueden profundizarse cada uno de los
Misterios de la vida de Cristo (entre los que sugerimos J. M. CASCIARO, Estudios sobre cristología del Nuevo
Testamento, Pamplona 1982; R. LATOURELLE, A Jesús el Cristo por los Evangelios: historia y hermenéutica,
Ed. Sígueme, Salamanca 19862; C. I. GONZÁLEZ, El es nuestra salvación: cristología y soteriología, CELAM,
Santa Fé de Bogotá 19913; O. CULLMANN, Cristología del Nuevo Testamento, Colección Teológica 32, Ed.
Sígueme, Salamanca 1998; R. E. BROWN, Introducción a la cristología del Nuevo Testamento, Biblioteca de
Estudios Bíblicos 97, Ed. Sígueme, Salamanca 2001; F. OCÁRIZ - L. F. MATEO-SECO - J. A. RIESTRA, El
misterio de Jesucristo, Pamplona 20042), el Catecismo les dedica 170 Artículos: cfr. Cat.I.C. 512-682.
2.2.- Misterios de la vida pública de Jesús
Jesús recibe de Juan el bautismo de conversión (Mt 21,32; Lc 3,3) para inaugurar
su vida pública (cfr. Lc 3,23) y anticipar el “Bautismo” de su Muerte (cfr. Mc 10, 38; Lc
12, 50); y aunque no había en Él pecado alguno, Jesús, “el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo” (Jn 1, 29), acepta ser contado entre los pecadores (ver Mt 3,7;
Lc 3,10-14). El Padre lo proclama su “Hijo predilecto” (Mt 3, 17), y el Espíritu viene a
posarse sobre Él. El bautismo de Jesús es la prefiguración de nuestro bautismo.
Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aún el peor de los
pecadores (Mc 2,17; 1Tim 1,15) es llamado a convertirse (Mc 1,15) y aceptar la infinita
misericordia del Padre (Lc 15,11-32. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes
lo acogen con corazón humilde (Mt 5,3; 11,25; Lc 4,18; 7,22). A ellos les son revelados
los misterios del Reino de Dios. Jesús acompaña su palabra con signos y milagros
(cfr. Hch 2,22) para atestiguar que el Reino está presente en Él, el Mesías (cfr. Lc
7,18-23). Si bien cura a algunas personas, Él no ha venido para abolir todos los males
de esta tierra (cfr. Lc 12,13-14; Jn 18,36), sino ante todo para liberarnos de la
esclavitud del pecado (Jn 8,34-36). La expulsión de los demonios anuncia que su Cruz
se alzará victoriosa sobre “el príncipe de este mundo” (Mt 12,26-28; Lc 8,26-39; Jn
12,31).
Jesús elige a los Doce, futuros testigos de su Resurrección, y los hace partícipes
de su misión y de su autoridad para enseñar, absolver los pecados, edificar y gobernar
la Iglesia (cfr. Mc 3,13-19; Lc 9,2). En este colegio, Pedro recibe “las llaves del Reino”
(Mt 16,19) y ocupa el primer puesto (cfr. Mc 3,16; 9,2; Lc 24,34; 1Co 15,5), con la
misión de custodiar la fe en su integridad y de confirmar en ella a sus hermanos (cfr.
Jn 21,15-17).
Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra la Ley, contra el Templo
de Jerusalén y, particularmente, contra la fe en el Dios único, porque se proclamaba
Hijo de Dios. Por ello lo entregaron a Pilato para que lo condenase a muerte (cfr. Mt
20,19; Mc 3,6; 8,31). Sin embargo, Jesús no abolió la Ley dada por Dios a Moisés en
el Sinaí, sino que la perfeccionó, dándole su interpretación definitiva (cfr. Mt 5,33-34).
Él es el Legislador divino que ejecuta íntegramente esta Ley. Aún más, es el siervo fiel
que, con su muerte expiatoria, ofrece el único sacrificio capaz de redimir todas “las
transgresiones cometidas por los hombres contra la Primera Alianza” (Hb 9,15). Jesús
también fue acusado de hostilidad hacia al Templo.
Sin embargo, lo veneró como “la casa de su Padre” (Jn 2,16), y allí impartió gran
parte de sus enseñanzas (cfr. Jn 18,20). Pero predijo la destrucción del Templo, en
relación con su propia muerte, y se presentó a sí mismo como la morada definitiva de
Dios en medio de los hombres (cfr. Mt 12,6; Jn 2,21). Y por último, Jesús nunca
contradijo la fe en un Dios único, ni siquiera cuando cumplía la obra divina por
excelencia, que realizaba las promesas mesiánicas y lo revelaba como igual a Dios: el
perdón de los pecados (cfr. Mt 9,13; Mc 2,7; Lc 15,1-2; Jn 5,18; 10,33; 17,6.26). La
exigencia de Jesús de creer en Él y convertirse permite entender la trágica
incomprensión del Sanedrín, que juzgó que Jesús merecía la muerte como blasfemo
(cfr. Mt 26,64-66; Mc 3,6).
Toda la vida de Cristo es una oblación libre al Padre para dar cumplimiento a su
designio de salvación. Él da “su vida como rescate por muchos” (Mt 20,28; Mc 10, 45),
y así reconcilia a toda la humanidad con Dios. Su sufrimiento y su muerte manifiestan
cómo su humanidad fue el instrumento libre y perfecto del Amor divino, que quiere la
salvación de todos los hombres. En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte
por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: “Nadie me quita la
vida; yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18). De aquí la soberana libertad del Hijo de
Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cfr. Mt 26, 53; Jn 18, 4-6).
Los efectos del sacrificio de la Cruz: Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio
expiatorio, es decir, reparó nuestras culpas con la plena obediencia de su amor hasta
la muerte (cfr. Rom 5,19). Este amor hasta el extremo (cfr. Jn 13,1) del Hijo de Dios
reconcilia a la humanidad entera con el Padre (cfr. Mt 26,28; 2Cor 5,19). El sacrificio
pascual de Cristo rescata, por tanto, a los hombres de modo único, perfecto y definitivo
(cfr. 1Tim 2,5; Heb 10,10), y les abre a la comunión con Dios.
Al llamar a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle (cfr. Mt 16,24), Jesús quiere
asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios.
Cristo sufrió una verdadera muerte (cfr. Hch 3,15; Ap 1,18; Heb 2,9), y
verdaderamente fue sepultado (cfr. Jn 19,42). Pero la virtud divina preservó su cuerpo
de la corrupción (Hch 2,26-27).
"Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que
subió" (Ef 4,9-10). Los “infiernos” -distintos del “infierno” de la condenación- constituían
el estado de todos aquellos, justos e injustos, que habían muerto antes de Cristo (cfr.
Flp 2,10; Hch 2,24; 1Pe 4,6). Jesús tomó en los infiernos a los justos que aguardaban
a su Redentor para poder acceder finalmente a la visión de Dios (cfr. Jn 5,25).
Después de haber vencido, mediante su propia muerte, a la muerte y al diablo “que
tenía el poder de la muerte” (Heb 2,14), Jesús liberó a los justos, que esperaban al
Redentor, y les abrió las puertas del Cielo (cfr. Ap 1,18).
Como Señor del cosmos y de la historia (cfr. Ef 4,10; 1Cor 15,24.27-28), Cabeza de
su Iglesia (cfr. Ef 1,22), Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra,
donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. Un día
volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto, vivimos vigilantes, pidiendo:
“¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).
Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida
gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el
Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios. Cristo juzgará a los vivos y a los
muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo (cfr. Jn 5,22.27; Mt
25,31; Hch 10,42; 17,31; 2Tim 4,1), venido para salvar a los hombres (cfr. Jn 3,17;
5,26). Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada
uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condenado para la
eternidad, según sus obras (cfr. 1Cor 3,12-15). Así se realizará “la plenitud de Cristo”
(Ef 4,13), en la que “Dios será todo en todos” (1Cor 15,28). Leer Cat.I.C. 571-682.
Los escritos del Nuevo Testamento, de los cuales recibimos estos misterios de la vida
de Jesucristo, son el fruto del anuncio, las enseñanzas, las celebraciones y la vida de fe
de las primeras comunidades cristianas. Ellas, después de “ver” y “oír” a Cristo, sea por
contacto físico o por tradición oral, encarnaron su modo de ser y de vivir hasta ponerlo
por escrito.
Por ello, en el trasfondo de los textos del Nuevo Testamento, bien puede entreverse la
vida, con sus aciertos y conflictos, como los ambientes de las comunidades que los han
originado. Así, empezando por el primer anuncio o Kerigma (2.1), el misterio de Cristo se
fue explicitando en distintos Ambientes vitales (2.2) de aquella comunidad (como la
liturgia, la catequesis y la actividad misionera), hasta ponerse posterior y definitivamente
por escrito. Todo esto llevó varios años, supuso varios contextos, e implicó varios
autores.113
3.1.- El kerigma
El término kerigma “evoca el anuncio solemne que hace el heraldo después de una
estruendosa victoria, la repentina constatación y rápida difusión de un acontecimiento, el
fuerte grito con que se hace pública y oficial una noticia”.114
Después de Pentecostés, Pedro, presentándose con los Once a los judíos y a los
habitantes de toda la tierra, levantó su voz y les dijo:
“...a Jesús de Nazaret, el varón que Dios acreditó entre ustedes realizando por su
intermedio los milagros, prodigios y señales que todos conocen; a ese hombre que
había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron
morir, crucificándolo por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las
angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él... A
éste Jesús Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder
de Dios, Él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como
ustedes ven y oyen... Sepa, pues, todo el pueblo de Israel, que a éste Jesús a
quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías” (Hch 2,22-24.32-36).
113 Como ejemplo, véase el proceso de la Formación de los Evangelios, desarrollado en el Ex Cursus
de esta unidad. Algo parecido sucedió con el resto de los escritos del Nuevo Testamento.
114 B. MARCONCINI, Los sinópticos. Formación, redacción, teología, Ed. San Pablo, Madrid 1998, 46-
47.
Jesús no escribió ningún libro del Nuevo Testamento; pero anunció y vivió con un
estilo propio. Luego de su nacimiento, de su vida pública, de su muerte y resurrección, en
Pentecostés los apóstoles recibieron la fuerza del Espíritu Santo para comprender y
transmitir esta novedad que habían visto y oído de Cristo. Comenzó, entonces, la
actuación y predicación de quienes habían sido “testigos” de cuanto Jesús había actuado
y predicado.
De todo esto, en el seno de aquella comunidad cristiana primitiva, surgen los tres
"ambientes" fundamentales que, privilegiadamente vieron nacer los textos que hoy
tenemos en el Nuevo Testamento: el ambiente litúrgico de la fracción del pan y de la
oración de alabanza a Dios (cfr. Hech 2,42.46-47); el ambiente catequético de la
instrucción de los Apóstoles (cfr. Hech 2,42) y el ambiente misionero de la expansión y
posterior consolidación de la Iglesia (cfr. Hech 13,13-43; 14,1-7). Es decir, todo el
material elaborado y recogido de estos tres ambientes, pronto fue organizado y
conservado en colecciones escritas que luego formaron nuestro actual Nuevo
Testamento.
3.2.1.- Liturgia
De esta práctica cultual fueron surgiendo narraciones cultuales de la Cena del Señor
(cfr. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20; 1Cor 10,16; 11,23-26), ritos de bautismo
(cfr. 1Cor 6,11; Rom 6,3; Gal 3,27), práctica y ritos de imposición de manos (Hech 6,6;
8,17-18; 13,3; 19,6), himnos (Ef 5,14; 1Tim 3,16; 1Pe 1,3-5; 2,22-25; 3,18-22; 5,5-9; Ap
1,4-6; 5,9-14; 11,17-18; 19,1-7), doxologías y aclamaciones (Rom 16,27; 1Cor 16,22;
2Cor 13,13; Gal 1,5; 6,18; Heb 13,20-22; Ap 7,10.12; 16,5-7; 22,17.20).
3.2.2.- Catequesis
La catequesis era la tarea de instruir a los iniciados en la fe, sobre todo, en la Sagrada
Escritura, sea en lo concerniente a la vida del Señor como a sus enseñanzas. Este
ambiente dio origen a la formación de colecciones llamadas "dichos" de Jesús, como a
las aplicaciones morales de las enseñanzas del Maestro referidas a la vida de familia,
social y a la convivencia en la comunidad cristiana.
3.2.3.- Misión
Cristologías
Por eso comenzaremos con la cristología en Pablo (3.2), luego la de los Sinópticos,
según fueron escritos: primero Marcos (4.1), después Mateo (4.2) y por último Lucas
(4.3); para terminar con los escritos de Juan: Evangelio (7.2) y Apocalipsis (8.2), no sin
antes presentar la originalidad de Cristo en las Cartas Católicas (5) y sobre todo en la
Carta a los Hebreos (6.2).
115
Uno de los autores que más ha estudiado este texto, es J. CABA, Resucitó Cristo, mi esperanza. Estudio
exegético, B.A.C. 475, Madrid 1986, 84-116.
Los modos de hablar de Jesús más importantes utilizados por Pablo, son los
siguientes116:
- Cristo: el más recurrente, aparece 379 veces (mientras el nombre Jesús, 213
veces). Para Pablo es como el nombre propio del Señor resucitado (cfr.1Tes
4,14). Este título refleja la dimensión social que el mesianismo adquirió en el
judaísmo tardío, donde poco a poco, se fue fusionando la figura personal del
mesías con la idea de reino mesiánico (cfr. 1Cor 12,12ss; Rom 12,4-5). En Pablo,
dice lo mismo que Hijo de Dios, o sea el Mesías glorificado a la derecha del
Padre, pero agrega la referencia a la comunidad.
- Otros títulos cristológicos, más raros pero muy significativos porque acuñados por
el mismo Pablo, son “Último Adán” (1Cor 15,22.45; Rom 5, 12-21); “Espíritu
Vivificante” (1Cor 15,45; se excluye 2Cor 3,17); “Sabiduría de Dios” (1Cor 1,24.30;
Col 2,3); “Imagen de Dios” (2Cor 4,4; Col 1,15); “Primogénito” (Rom 8,29; Col
1,15.18; sinónimo de “Primicia”: 1Cor 15,20-23); “Cabeza” (Ef 1,22; Col 2,19);
“Esposo” (Ef 5,25).
- Los efectos del evento Cristo: Al hablar de la obra que Cristo realizó, Pablo habla
por medio de imágenes. 1) Justificación, gracias al evento pascual de Cristo, el
pecador viene a ser inocente frente a Dios. 2) Salvación, Jesús rescata de la maldad
por medio de la cruz. 3) Reconciliación, Dios reconcilia los pecadores por propia
iniciativa. 4) Expiación, Cristo en un acto de amor gratuito borra el pecado por su
muerte. 5) Redención, la muerte de Cristo era un rescate o liberación. 6) Libertad,
nos hizo ciudadanos libres. 7) Santificación, los hombres son dedicados de nuevo a
Dios. 8) Transformación, Dios a través de Cristo ilumina la vida humana. 9) Nueva
creación, Cristo ha creado de nuevo la humanidad. 10) Glorificación, nos da una
parte de la gloria que tiene con el Padre.
- La divinidad de Jesús: si bien en Rom 9,5: “Y los Patriarcas; de los cuales también
procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios sea
bendito por los siglos, Amen” Pablo pareciera considerar a Jesús como el más
perfecto de los hombres (y no lo llama Dios), no significa que no haya afirmado en
otros textos también su divinidad. La afirmación de que Jesús es Dios, en sintonía
con Joel 3,5, la vemos, por ejemplo, en Rom 10,9-13 (“Pues todo el que invoque
el nombre del Señor se salvará”). Pablo jamás hubiera invocado en la oración a
Jesús si no lo hubiera considerado Dios. En Rom 4,10-11 y Flp 2,5-11, citando a
Is 45,23 Pablo llama “Señor” a Cristo, ante quien toda rodilla se debe doblar, como
se lo hacía ante Yahvé. Para ser coherente con el monoteísmo de su pueblo, no
llama Dios a Jesús, pero sí lo considera persona divina. En 1Cor 8,4-6 después de
tratar el tema de comer carne sacrificada a los ídolos, termina diciendo “... y un
sólo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos
nosotros”. Frente a la creencia de los paganos que son “muchos dioses y muchos
señores”, afirma el monoteísmo de los cristianos. Rom 11,33-36 termina con esta
doxología: “... porque de él, por él, y para él provienen todas la cosas. ¡A él la
gloria por los siglos! Amén”. Pablo dice la misma cosa de Jesús y de Dios Padre.
- La humanidad de Jesús: el bello himno de Flp 2,5-11 fue muy significativo para
los primeros cristianos, no sólo por celebrar la gran exaltación de Cristo, sino
también por reconocer en la humillación el camino hacia la exaltación. Pablo
considera a Jesús verdaderamente hombre. Lo subraya frecuentemente al hacer
referencia a la cruz, a pesar de que esto pudiera ser un obstáculo para la fe de los
judíos. Pero el apóstol estaba convencido de que en ello estaba el poder de la
salvación. Por ello “el Padre nos lo entregó”, palabras muy recurrentes en Pablo,
que muestran este estado de debilidad de Jesús. “El que no perdonó ni a su
propio Hijo, antes bien, lo entregó por todos nosotros” (Rom 8,32). Será el Siervo
sufriente de Dios. Será precisamente por esta muerte en cruz que las promesas
de bendición hechas a Abraham llegarán hasta nosotros, convertidas en la
promesa de Espíritu Santo. Pablo identifica a Jesús con el pecado, a fin que
pueda ser uno con nosotros, uno de nosotros para que nosotros lleguemos a ser
lo que El: la rectitud de Dios. Esta comprensión de Jesús nos lleva a amar a Dios
y a amar al prójimo con sus mismos sentimientos (Fil 1,27-2,5). Incluso, a
imitación de Cristo que se hizo hombre, nos invita a amar a los pecadores: “con
nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor...” (Rm 13,8-10).
117 Cfr. R. GUARDINI, La imagen de Jesús en el Nuevo Testamento, Ed. Lumen, Buenos Aires 1992, 20-32.
118
Cfr. CHARPENTIER, Para leer el Nuevo Testamento, 71.
5.- CRISTOLOGÍA EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS
Sin duda alguna, “los Evangelios son el corazón de toda las Escrituras” (Cat.I.C 125).
Ellos contienen la “Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1), las tradiciones de
lo que Jesús dijo e hizo durante su vida terrena. De ahí que el estudio de la cristología en
los Sinópticos, junto con la presentación que hace el evangelista san Juan, constituye el
núcleo fundamental de esta Unidad.
Sin embargo, a pesar de ser los textos más populares del Nuevo Testamento,
encierran una complejidad y dificultad mucho mayor que muchos otros textos del Nuevo
Testamento. Estos son los dos motivos fundamentales (su capilar importancia y alta
complejidad), por los que creímos necesario adjuntar, como breve Ex Cursus (aunque
con abundante Bibliografía), ciertas cuestiones pertinentes al mundo de los Evangelios,
que exceden la temática cristológica que estamos tratando, pero explican algunas de sus
numerosas problemáticas.
Así como Pablo con Damasco, los evangelistas también tuvieron un antes y un
después de la percepción de los misterios de la vida de Cristo. La experiencia pascual y
la venida del Espíritu Santo, al transformar profundamente a los discípulos y su relación
con Jesús, igualmente transformaron las tradiciones sobre Jesús y la manera de
transmitirlas.
Tanto fue así, que M. KÄHLER acuñó una frase que ha tenido mucho éxito: “Los
evangelios son el relato de la pasión con una larga introducción”. Desde el punto de vista
cuantitativo es exagerada. Pero, desde el punto de vista de la trama que organiza la
narración evangélica en su conjunto, el misterio pascual es su clave interpretativa
teológica: descubren en la vida y muerte de Jesús la actuación de Dios y el cumplimiento
del Antiguo Testamento, partiendo de la fe en Cristo resucitado. Cada evangelista, a su
manera, fusionó el pasado de Jesús y el presente del Señor resucitado.119
5.1.- Marcos
El Evangelio según San Marcos parece ser, según las opiniones más difundidas, el
más antiguo de los que actualmente poseemos. Al ser escrito alrededor del año 70
(antes de la redacción de Mateo y Lucas), su presentación de los misterios de Jesús
sería la de la comunidad más primitiva y esto explicaría por qué es el más breve de
todos.
119
Cfr. R. AGUIRRE MONASTERIO, “Introducción a los Evangelios Sinópticos”, 20-47, en R. AGUIRRE
MONASTERIO - A. RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Ed. Verbo
Divino, Estella (Navarra) 1992.
En cuanto al lugar de composición, los datos internos (por el uso de latinismos,
alusión a derecho y horario romano: Mc 10,12; 13,35; explica las monedas hebreas
con su equivalencia romana: Mc 12,42; presenta un romano como el primero que
descubre la identidad de Jesús: 15,39; etc.) sugieren un lugar fuera de Palestina, en
contexto cultural-administrativo romano.120
120
Cfr. A. RODRÍGUEZ CARMONA, “Evangelio según San Marcos”, 20-47, en R. AGUIRRE MONASTERIO - A.
RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Aparte de este autor, otros que se
han especializado en el estudio de Marcos son: J. M. GONZALEZ-RUIZ, Evangelio según san Marcos, Ed. Verbo
Divino, Estella (Navarra) 1989; J. MATEOS - F. CAMACHO, Marcos. Texto y comentario, Ed. El Almendro,
Granada 1994; J. GNILKA, El evangelio según san Marcos, 2 Vol, Biblioteca de Estudios Bíblicos 55, Ed.
Sígueme, Salamanca 19994; etc.
121
Cfr.A. RODRÍGUEZ CARMONA, “La Iglesia en Marcos”, Estudios Eclesiásticos 63 (1988) 130-133.
122
Cfr. L. RIVAS, ¿Qué es un Evangelio?, Ed. Claretiana, Buenos Aires 2001, 61-68.
que llama la atención es que, inmediatamente después de hacer los milagros -en la
mayoría de los casos-, Jesús manda guardar secreto sobre lo sucedido. Hay un
explícito deseo de que no haya publicidad (ver, por ejemplo, Mc 5,43: después de la
resurrección de la hija del Jefe de la sinagoga).
Un personaje que está solo entre los animales, acompañado por los ángeles y
tentado por Satanás, responde a la imagen de Adán según las narraciones populares
muy en boga en los tiempos en que se escribía el Nuevo Testamento. Si Mt,
escribiendo para judíos, habló de las tentaciones de Jesús relacionándolas con las
tentaciones que sufrió el pueblo de Israel en el desierto, Mc, por su parte, escribiendo
para cristianos venidos del paganismo, prefiere relacionar las tentaciones de Jesús
con las de Adán, el primer tentado de la humanidad. Jesús, como el primer hombre,
también padece tentaciones; pero las vence. Luego, continúa su misión.
Cuando Jesús comienza a predicar (“anunciar”) que la llegada del Reino de Dios
necesita conversión y fe, la reacción de los primeros oyentes es de asombro. “Todos
quedaban asombrados por su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad
y no como los escribas” (1,22). Ante el relato de la primera predicación de Jesús y del
primer milagro (1,23-28: la curación de un endemoniado), Mc muestra dos ambientes:
un ambiente humano, en el que todos tienen un gran interrogante: ¿De dónde le viene
esta autoridad que hasta los demonios le obedecen? Y el otro ambiente, el de los
demonios. La multitud no alcanza a comprender. Los demonios gritan: “Yo sé quién eres
tu: el Santo de Dios”. Jesús les manda callar. Lo mismo sucede en el relato que viene
inmediatamente después, el de la curación de la suegra de Pedro: No dejaba hablar a
los demonios porque le conocían (1,34). La autoridad que manifiesta delante de la gente
queda bien justificada: por su manera de enseñar y porque aún los mismos demonios
son expulsados y obligados a callar. No sucede así en la escena de la curación del
paralítico (2,1-12), en que la autoridad de Jesús fue discutida por los escribas. Jesús
dice que le perdona los pecados, y es acusado de blasfemador porque el único que
tiene autoridad para perdonar los pecados es Dios. Se repite entonces el primer
interrogante ante la presencia de Jesús: ¿Quién es este...? (2,7)
Luego sigue una serie de actos (“el hacer de Jesús”) que provocan incidentes y
otros interrogantes: Jesús come con los pecadores, no ayuna, no observa el descanso
obligatorio del sábado, arranca las espigas y cura al hombre de la mano paralítica
(2,15-3,6). Por un lado, está violando la ley pero, por el otro, está haciendo el bien,
realiza milagros. Parecieran cosas antagónicas. Esto hace que la gente se pregunte:
¿Por qué hace esto? Jesús nunca da respuestas; los interrogantes siguen creciendo.
Sus parientes salen a buscarlo porque piensan que está fuera de sí (3,21); los
escribas dicen que está poseído por un demonio (3,22); los discípulos le reprochan su
accionar (4,38) y no tienen fe (4,40; 6,52; 8,17-21); la gente se le burla y tampoco cree
(5,40; 6,5-6); los “que lo conocen” se escandalizan de Él (6,3). Así, en medio de una
hostilidad creciente de quienes lo rodean, Jesús va quedando completamente sólo.
Mc, al describir el ministerio de Jesús de esta manera, está haciendo ver a los lectores
de Roma que la situación que ellos viven ya fue vivida anteriormente por el mismo
Jesús.
El “enviar de Jesús”. A pesar de la poca fe del entorno, Jesús llama a los Doce
(luego hace los mismo con los apóstoles y los discípulos) y comienza a enviarlos “de
dos en dos” (ver Mc 6,7 a 8,30). Dándoles poder sobre los espíritus inmundos, los
manda por todoas las ciudades a que prediquen y curen enfermos. Les da todas las
órdenes y recomendaciones para que sean ellos mimos, los que extiendan el
ministerio del Maestro, tanto en lo que Él había anunciado como hecho.
La primera parte del evangelio termina cuando Jesús reúne a sus discípulos para
hacerles una pregunta: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (8,27). Los discípulos
le responden: “unos dicen que es Juan el Bautista, otros, que Elías; otros, que uno de
los Profetas” (8,28). Y cuando les pregunta a ellos, “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy
yo?, sólo uno da la respuesta correcta. Pedro tomó la palabra y dijo: “Tu eres el
Mesías “Entonces Jesús le mandó enérgicamente que no hablaran a nadie acerca de
Él (8,29- 30).
Marcos da por terminada esta primera parte de su evangelio cuando Pedro confiesa
el primer título dado a Jesús en el Prólogo: “Jesús es el Mesías” (1,1 y 8,29). La
pregunta acerca de Jesús que se había formulado en los capítulos precedentes ha
encontrado una respuesta. Pero Jesús manda callar acerca de este título, porque el
concepto popular que se tiene del Mesías no es coincidente con el de Jesús. En la
opinión de la gente, el Mesías era un rey glorioso. Jesús tendrá que instruir a sus
discípulos de que Él es Mesías, pero de otra forma. De esto trata la segunda parte.
La segunda parte empieza diciendo que “Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo
del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes
y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días” (8,31). “Y de esto hablaba
abiertamente” (8,32): sobre este aspecto ya no hay secreto. Se entra de lleno en un
nuevo tema: la necesidad del sufrimiento. Esto explica el porqué del secreto acerca del
Mesías. Jesús no es un Mesías glorioso, sino sufriente. Una vez que los discípulos
llegaron a comprender que Él era el Mesías, entonces les explica de qué forma lo
sería: el camino será el del dolor, el sufrimiento y la muerte.
Esto da ocasión para que Jesús, llamando a la gente y a los discípulos, les diga: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame...”
(8,34-38). Es una invitación a seguir a Jesús, generalizada; para seguirlo hay que
cargar con la cruz. ¿Y dónde termina este camino? La respuesta se encuentra en la
escena siguiente: Jesús se retira con algunos de sus discípulos y se transfigura. La
voz del Padre proclama: “¡Este es mi Hijo amado, escuchadle!” (9,7). El camino de la
cruz de Jesús tiene su término en la gloria del Padre; de la misma manera, los
hombres que siguen a Jesús por ese camino llegarán a la gloria con Él.
Y al triple anuncio de la Pasión, también siguen tres reacciones. Después del primer
anuncio (8,31), como ya dijimos, Pedro se opone a que Jesús tenga que sufrir (8,32).
Después del segundo anuncio (9,31), los discípulos se desentienden y comienzan a
discutir sobre quién de ellos es el más importante (9,33-34). Después del tercer
anuncio (10,33-34), Santiago y Juan piden el privilegio de sentarse a la derecha y a la
izquierda de Jesús en el reino (10,35-37); con la indignación de los otros diez.
Juicio sobre Jerusalén (11,1-13,37). Tanto los relatos que preparan la Pasión
como los de la misma Pasión, Mc va a ir como acumulando signos contradictorios que,
de una forma muy dolorosa, muestran todo lo que sucede en el proceso. Jesús llega a
Jerusalén y entra solemnemente aclamado por la multitud (11,1-10). Se esperaba que
Jesús fuera a casa del gobernador o a tomar el poder; sin embargo, lo único que hace
es entrar al Templo, mirar a su alrededor y volver a salir (11,11).
Muchos han pensado que este joven es el mismo Marcos. Pero conviene atender a
que así como el relato del proceso y la ejecución de Jesús (que se inicia aquí) comienza
con un joven que huye desnudo, el mismo relato finaliza con otro joven vestido con una
túnica resplandeciente que está sentado y anuncia la resurrección del Señor (16,5-6). El
huir desnudo es signo de vergüenza y humillación. En cambio el estar sentado con un
vestido resplandeciente es signo de triunfo y de gloria. Tenemos dos figuras simétricas
que encuadran todo el relato de la Pasión. Por un lado la humillación y por el otro la
gloria. Si el joven en cuestión es Mc o no, pasa a segundo plano.
Al final de la escena del juicio ante Pilato hay una escena de burlas por parte de
los soldados romanos (15,16-20), así como hubo otra escena de burlas al final del
juicio por parte de los judíos (14,65): judíos y paganos se burlan de Jesús. Las burlas
se van a continuar al pie de la cruz (15,29-32).
La muerte de Jesús está narrada de una manera muy simple: “Jesús, lanzando un
fuerte grito, expiró” (15,37). Jesús muere como cualquier hombre torturado, sin ningún
fenómeno extraordinario como los que describe Mateo (Mt 27,51-53).
Pero el Centurión que estaba frente a Él, al verlo expirar de esa manera, dijo:
“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Llegamos a la segunda confesión: el
Centurión romano confiesa el 2º título que Mc aplicaba a Jesús en su Prólogo (1,1:
“Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios”) y al final de la 1º Parte (ver 8,29). El centurión hace
esta confesión solamente porque vio como había expirado; es decir sin necesidad de
ningún signo extraordinario; mientras que los sumos sacerdotes habían dicho: “Que
baje de la cruz para que veamos y creamos” (15,32). Los que exigían signos
extraordinarios para creer, se quedaron sin creer mientras el que no exigía, creyó.
5.2.- Mateo
No hay duda, de que de los tres sinópticos Mt se presenta como el más semítico. Y
no solo por el mayor recurso a la Escritura, en particular las llamadas “citas de
cumplimiento”, sino por toda una serie de características y procedimientos estilísticos
(inclusiones, paralelismos, quiasmos, etc.), que han hecho pensar en una autentica
escuela mateana-semítica.123
El Judaísmo con el que polemiza Mateo, refleja los rasgos legalistas posteriores al
año 70 (fecha en que fue destruido el Templo de Jerusalén). El texto de Mt 22,7 no
puede sino explicarse como referencia a este hecho. Por lo tanto hay que datar el
Evangelio, con la mayoría de los autores, poco después del año 80. Sobre su lugar de
composición, se sigue discutiendo, aunque priorizan su procedente desde Antioquía.124
123
Cfr. K. STENDHAL, The School of St. Matthew and its Use of the Old Testament, Ed. Gleerup, Lund 19692. Este
autor sostiene que Mt proviene de una escuela de escribas. Detrás de su técnica de composición se entrevén
costumbres y tradiciones del ambiente judaico y en particular de la escuela midráshica.
124
Cfr. R. AGUIRRE MONASTERIO, “Evangelio según San Mateo”, 190-275, en R. AGUIRRE MONASTERIO - A.
RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Otros estudios específicos de
Mateo: W. TRILLING, El Evangelio según San Mateo, Ed. Herder, Barcelona 1980; P. BONNARD, El Evangelio
según San Mateo, Ed. Cristiandad, Madrid 19832; S. GUIJARRO OPORTO, Evangelio segun San Mateo, Ed.
Sígueme, Salamanca 1989; M. QUESNEL, Jesucristo según san Mateo: Síntesis teológica, Ed. Verbo Divino,
Estella (Navarra) 1993; P. LE POITTEVIN – E. CHARPENTIER, El evangelio según San Mateo, Cuadernos
Bíblicos 2, Ed. Verbo Divino, Estella (Navara) 1994; L. ULRICH, El Evangelio según San Mateo, 4 vol., Ed.
Sígueme, Salamanca 1993-2005. Específicamente para su cristología: G. HERAS OLIVER, Jesús según san
Mateo: Análisis narrativo del primer evangelio, Colección Teológica 105, Ed. EUNSA, Pamplona 2001.
Sin embargo, Mateo nunca utilizará este título en términos “triunfalísticos” ni bajo el
horizonte de un mesianismo político (como aquel que esperaba gran parte del
judaísmo contemporáneo). Al contrario, parece insistir en unir el título “hijo de David”
con la solidaridad de Jesús hacia los pobres, los enfermos y los necesitados (ver, por
ejemplo, Mt 9,27, donde los ciegos gritan este título a los largo de toda la calle hasta
que llegan a la casa donde ha entrado Jesús).
Como el título “Hijo de David” (que en Mt aparece 9 veces), de honda raíz judaica, es
ambiguo, el evangelista, para expresar el misterio íntimo de la persona de Jesús, recurre
al título “Hijo de Dios”.
5.2.2.3.- Señor
Otra característica de Mt es la frecuencia con que Jesús es designado como
“Señor” por distintas personas. Con este título, se dirigen a él para interpelarlo tanto
sus discípulos (Mt 8,21.25; 14,28.30; 16,22; 17,4 26,22) como la gente que se acerca
a pedirle un favor (8,2.6.8; 9,28; 15,22.25.27; 20,30.31). Sin embargo, debe notarse
que este título nunca es puesto en boca de sus adversarios.
Parecería, por lo tanto, que aún siendo una designación honorífica o respetuosa de
su persona, Mateo usa el título refiriéndose a Jesús resucitado, como Señor presente
y actuante en su Iglesia. Con toda probabilidad Mt al usar este apelativo dado por los
LXX a Dios, sugería a su comunidad la equiparación de Jesús con Dios Padre.
Con este título, Mateo, valiéndose de una inclusión (recurso literario), abraza todo el
evangelio (Mt 1,23 y 28,20). Para el evangelista, en Jesús se realiza la presencia de
Dios en medio de su pueblo y, consecuentemente, este nuevo pueblo de Dios se
caracteriza por su relación con Jesús, incluso más allá de su presencia terrestre.
Si hay que entender Mt 18,20 a la luz del dicho rabínico “si dos están juntos
ocupados en las palabras de la Ley, la Shekina (la gloria de Dios) habita entre ellos”
(Aboth 3,2), las implicaciones cristológicas son enormes, porque Jesús toma el puesto
de la Shekina.
Mateo “nos ha ido llevando para que leamos el Antiguo Testamento, pues nos ha ido
mostrado el cumplimiento de todas las profecías en Jesús. El Reino tan ansiado ya está
entre nosotros y podemos verlo aparecer humildemente en esta comunidad que preside
Pedro y que se llama Iglesia. Todavía tiene muchas debilidades, está mezclado con
gérmenes de mal; pero al final el Señor hará su purificación y el Reino llegará a su
plenitud. Mientras tanto debemos estar siempre vigilantes (Mt 2,42-44) y como nos enseña
Mateo, rezar siempre: “¡Que venga tu Reino, Señor!”“ (Mt 6,10).125
5.3.- Lucas
125
Cfr. RIVAS, Qué es un Evangelio?, 53.
La unidad de ambas obras, el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles,
manifestada en la unidad de lengua, estilo y teología, constituye el conjunto literario
cuantitativamente más importante y complejo de todo el Nuevo Testamento.126
126
Partimos de la consideración unitaria de la obra lucana. Para una visión de la situación actual de tal problemática
puede consultarse J. VERHEYDEN, “The Unity Luke-Acts. What Are We Up To?”, en J. VERHEYDEN (ed.), The
Unity of Luke-Acts, Leuven 1999, 3-56. Allí el especialista partiendo de los trabajos de Cadbury y Conzelman, a
los que considera “piedras angulares” y luego de revisar estudios efectuados en las últimas décadas, concluye:
“El Evangelio es la introducción a Hechos y la base sobre la cual Hechos es construido, pero también que el
Evangelio, en un sentido, necesita Hechos y llama por la continuación en la cual su mensaje es realizado en el
mundo. Consecuentemente, Lucas y Hechos juntos constituyen una obra”.
127
Ver A. RODRÍGUEZ CARMONA, “La obra de Lucas”, 276-388, en R. AGUIRRE MONASTERIO - A. RODRÍGUEZ
CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Aparte de este autor, otros clásicos especialistas
en el estudio de Lucass son: J. A. FITZMYER, El evangelio según Lucas: traducción y comentario, 3 vols., Ed.
Cristiandad, Madrid 1986-87; J. ERNST, Il Vangelo secondo Luca, 2 vol., Ed. Morcelliana, Brescia 19902; G. C.
BOTTINI, Introduzione all’opera di Luca. Aspetti teologici, Ed. Franciscan Printing Press, Jerusalem 1992; A.
STÖGER, El Evangelio según San Lucas, Ed. Herder, Madrid 19934; A. GEORGE, El evangelio según San
Lucas, Cuadernos Bíblicos 3, Ed. Verbo divino, Estella (Navarra) 1994; F. BOVON, El Evangelio según San
Lucas, Ed. Sígueme, Salamanca 20042.
128
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según S. Lucas, I, 330 y BOTTINI, Introduzione all’opera di Luca, 78.
Entrando en el relato elegido: "los discípulos de Emaús", cuyo objetivo principal es
el de “reconocer” al Señor resucitado a través de las Escrituras y la fracción del Pan,
podremos apreciar cómo Lucas va llevando al lector progresivamente por un camino
cristológico que encuentra su meta en este reconocimiento que luego se convertirá en
“encuentro”. Tal encuentro vivencial, en seguida, es confirmado por la comunidad y
luego anunciado como una experiencia personal para vivir en la historia cotidiana.
Más allá de la cuestión del género literario usado por Lucas, es decir de la
anagnórisis129 que permite esconder un personaje divino en el ropaje de una persona
común, lo cierto es que el evangelista es consciente de que el lector conoce “quien” es
el caminante que se acerca a los dos discípulos, mientras éstos lo ignoran. De esta
manera, Jesús hace su aparición en escena como “un peregrino” más, incluso,
siguiendo el juego de esta fina ironía lucana, aparece como el “único forastero que no
conoce los hechos acaecidos en Jerusalén” (Lc 24,18).
Sin embargo, detrás de este recurso literario, se deja ver un tema que invade la
teología lucana: el de la peregrinación y del camino. En el caso concreto del episodio
de Emaús, la presentación de Jesús como “peregrino” no es un recurso estilístico, o
una imagen añadida a las pluriformes maneras de presentarse que asume después de
la resurrección (el jardinero, un pescador Jn 20,15; 21,5ss.), sino más bien, una
imagen en perfecta coherencia con la presentación que Lucas hace de Jesús en su
evangelio. En este cuarto evangelio, Jesús es “el peregrino” enviado por Dios en la
historia de los hombres, a quienes les sale al encuentro en sus necesidades concretas
(cfr. Lc 4,42-44; 5,12; 6,1.12.17; 7,1.11; 8,1; 9,51; 13,33).
Este perfil, por lo tanto, no es al acaso sino plenamente consecuente con la teología
lucana. Si la “salvación” entra en la historia y hace “camino” en ella constituyendo “una
historia de la salvación”, lógicamente el portador de la salvación debe ser “un
peregrino” en la historia.130 Más aún, en el episodio de Emaús se remarca una vez
más la pedagogía de Dios en Cristo, quien toma la iniciativa de salir al encuentro de
129
En un poema dramático, es el reconocimiento de una persona cuya identidad se ignora.
130
Cfr. ERNST, Il Vangelo secondo Luca, I, 26.
sus compañeros de camino en la situación concreta, en la cual ellos se hallan. En
efecto, la tristeza y desazón son tales, que tan condicionados y enfrascados en esta
problemática, son incapaces de ver y reconocer a su Señor.
La fina ironía lucana131, permite que los discípulos expliquen a Jesús peregrino, la
visión e imagen que ellos se habían formado acerca de él mismo. Esto dio pie para
conocer lo que ha sido definida como “una cristología arcaica”, es decir, un reflejo de
la visión que, los discípulos y la gente, tenían de Jesús durante la etapa de su
ministerio público. En esta imagen que tendrían de Jesús durante su vida terrena, el
primer título que sobresale es el de Profeta. Esta identificación no es sólo una
elaboración lucana, sino un dato de la tradición: parece que esta imagen de Jesús es
la que más corresponde a la realidad histórica que le habrían atribuido.
2.- En Lc 7,16.39; 9,19 se apela a la imagen del profeta para entender el ministerio
de Jesús; en Lc 9,8 es equiparado a los profetas del Antiguo Testamento. Pero
en Lc 7,16 Jesús no es sólo un profeta sino “un gran profeta”; más aún, es áquel
que realiza las profecías (Lc 10.24).
131
Cfr. R. C. TANNEHILL, Luke, Nashville 1996, 352; J. NOLLAND, Luke 18:35-24,53, Dallas-Texas 1993, 1202.
132
Cfr. G. FRIEDRICH, GLNT, XI, 567-652.
133
Cfr. J. NAVONE, Themes of St. Luke, Roma 1970, 132-140 y G. W. H. LAMPE, “The Lucan Portrait of Christ”,
NTS 2 (1955-1956) 168-169.
4.- Jesús es verdaderamente el profeta escatológico anunciado por Moisés en Dt
18,15-18 (ver Lc 24,19; Hech 3,22; 7,37)134 ya sea asemejado a éste, en
consonancia con las expectativas de algunos ambientes judíos (como se deja
ver en Mateo y Juan), o bien, como Elías, según las expectativas de otros, al
tiempo de Jesús.135
5.- Jesús es el nuevo Elías. Este es un rasgo típicamente lucano, que refleja la
expectativa de una facción del judaísmo palestinense al tiempo de Jesús. Pues
a diferencia de los otros evangelistas, dónde el parangón se establece entre
Elías y Juan el Bautista (Mc 9,9-13; 15,35; Mt 3,4; 11,12-14; 17,10-13; Jn
1,21.25), Lucas refleja dicha expectativa pero puesta en Jesús (Lc 9,8.19). De
esta manera, en Lc, Jesús define su misión universal en referencia a la misión
de Elías (Lc 4,25-27). El milagro de Naín se lee en referencia al milagro de
Zarepta (Lc 7,11-16; 1 Re 17,17-24). Como Elías que había hecho descender
fuego para reivindicar el honor de Dios (1 Re 18.37-38; 2Re 1,9-14; Eclo
48,1.3; cfr. Lc 9,54), Jesús trae el fuego del Espíritu (Lc 12,49)136. Al igual que
Elías en el desierto, Jesús es confortado por un ángel en el Monte de los Olivos
(Lc 22, 49, cfr 1 Re 19,5.7). Como Elías raptado al cielo “deja su espíritu a
Eliseo” (2Re 2,1-15), Jesús deja su espíritu a los discípulos.137
Todo esto lleva a concluir que con la tradicional imagen de Jesús profeta (Lc
7,16.39; 9,8.19; 24,19), Lucas no sólo evoca la doble experiencia profética de Elías y
Eliseo, con la que se presenta cómo será su ministerio (Lc 4,24-27); sino que sobre
todo, presenta el ministerio público, donde él experimenta el primer rechazo por parte
de los suyos. Inclusive, Lc descubre la identidad de Jesús como profeta para hablar de
su destino de pasión y de muerte (cfr. Lc 4,24; 6,22-23; 11,47-51; 13,31-35; Hech
7,52).138
135
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 360-361.
136
Cfr. B. RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, Padova 1973, 327-328.
137
Cfr. BOTTINI, Introduzione all’opera di Luca, 89-93; FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 359-361.
138
Cfr. TANNEHILL, Luke, 356.
(cfr. Hch 7,22; 10). El título resulta entonces, tanto la expresión que sintetiza su
ministerio público, como la visión pre-pascual que se ha tenido de él.139
Dado el contexto, parecería que este título también presente en Flp 3,20, proviene
tanto del trasfondo veterotestamentario (Juec 3,9.15; 1Sam 10,19; Is 45,15.21) o sea del
hebreo mashiah traducido al griego por sotér (Sab 16,7; 1 Mac 4,30; Eclo 51,1) como de
las influencias del mundo grecorromano, dónde era ampliamente usado ligado al
concepto de salud.143 Ahora bien, la presentación de la obra de Cristo en lenguaje de
“salvación”, como sucede con el título de “Salvador”, ya estaba presente en la tradición
pre-lucana (ver Mc 5,34; 15,31; 2Cor 7,10; Rom 1,16; 10,10; 13,11). Por lo tanto, el
léxico sobre la “salvación”, proveniente del lenguaje del Antiguo Testamento (Ex 14,13;
139
Cabe acotar, que aún perteneciendo a los títulos que tienen toda la probabilidad de ser históricos, es decir
realmente utilizado por la gente en la etapa del ministerio público de Jesús, sin embargo algunos se preguntan:
¿por qué no se extendió esta imagen o este titulo a la par de los otros? A lo que parece responder la hipótesis de
que tal vez para no prestarse a confusión con los fenómenos proféticos de los primeros tiempos del cristianismo,
o quizá para no quedar demasiado ligados al judaísmo. Esto se ve claro en Pablo, donde jamás es presentado
Jesús como profeta. Frente a esta realidad del profetismo protocristiano y judío, para presentar la singularidad y
dignidad de Jesús, parece que resultaba mejor usar otros títulos, tales como Kirios, Hijo del Hombre, Hijo de
Dios; cfr. FRIEDRICH, GLNT, XI, 615-616.
En definitiva, desde esta connotación de liberación de algún mal físico, pasando por
la liberación de un mal interior como es el pecado, se llega a la noción de la salvación
no sólo para Israel (Hech 13,23) sino para toda la humanidad. Lucas presenta,
entonces, a Jesús no sólo como el salvador de Israel sino de todos los hombres. Esta
es la línea de perspectiva universalista que caracteriza toda su obra (cfr. Lc 2,32; 3,
6.38: la genealogía comparada con Mt 1,1-17).
Como claramente ha escrito FITZMYER: “no cabe duda que Christos, aunque no sea
el título más frecuente atribuido en los escritos lucanos, es el más importante. Ya se lo
decía el propio Jesús resucitado a los dos discípulos que iban camino de Emaús: “No
era verdad que el Mesías tenía que padecer todo eso para entrar en su gloria?” (Lc
24,26). Por otra parte, Lucas es el único autor neotestamentario que subraya la
importancia del título cuando nos informa del nombre por el que se conocía a los
seguidores de Jesús: los “cristianos” (Hech 11,26; 26,28)”.144
Veamos entonces, el origen del título y los matices lucanos en el uso del mismo, ya
que no sólo es un título ampliamente usado en el Nuevo Testamento, al punto de
transformarse en el nombre propio de Jesús (identificado como “Jesucristo”), sino que
además, como acabamos de afirmar, se ha constituido en un eje de su Cristología.
En Lucas el título aparece 12 veces en el evangelio (Lc 2,11. 26;3,15; 4,41; 9,20;
20,41; 22,67; 23,2; 23,35.39; 24,26.46) y 25 en Hechos de los Apóstoles (Hech
2,31.36.38; 3,6.18.20; 4,10; 5,42; 8,5.12; 9,22.34; 10,36.48; 11,17; 15,26; 16,18; 17,3;
18,5; 18,28; 24,24; 26,23). A veces lo usa como título, y en otros casos como nombre
propio: JesucristoÅ
144
FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 331-332.
rey, otras al sacerdote, e inclusive al profeta. Aún más, durante el período del
judaísmo tardío, el titulo comienza a adquirir expectativas de esperanzas para el
pueblo, sean políticas como apocalípticas. De tal manera que Jesús se encuentra con
esta expectativa mesiánica que evocaba la instauración de una era como la davídica,
en la que inclusive, en algunos sectores del pueblo, se mezclaban rasgos
sacerdotales.
Por lo tanto, es lícito pensar que Lucas utiliza el título de Cristo, tal como fue usado
en la etapa del ministerio público (Mc 8,30-31; 14,62)145, pues él lo ha reproducido en
pasajes que pertenecen a la tradición e incluso con la característica de la resistencia
de Jesús al título, debido a las connotaciones políticas que dicha denominación
comportaba para sus contemporáneos (ver Lc 9,20-22; 22,67-68). Pero debe decirse,
no obstante, que luego de aquello que podría llamarse fidelidad a la fuente y a la vez
purificación del contenido del título, Lucas refleja un nuevo contenido del título.
145
Cfr. RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, 365-366.
146
En el judaísmo la conexión del sufrimiento con el Mesías se realiza en la época posterior a Cristo, identificando
el Mesías con el Siervo de Is 42,1; 43,10; 49,6; 52,13-53,12; cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I,
337.357.
147
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 331-337.356-357.
5.3.2.5.- Jesús “les explicó... las Escrituras” (Lc 24,27.32): MAESTRO y exegeta
La otra imagen que está situada al centro de la última escena del episodio es la de
Jesús que se convierte en huésped de los discípulos. Esta imagen, en la estructura del
relato, a la vez que constituye un complemento paralelo de la inmediatamente descrita
de Jesús como “Catequista” o “Exegeta”, es la continuidad que contrasta con la
imagen inicial de Jesús como Peregrino (v.17). En efecto, mientras en éste v.17 la
iniciativa había partido de Jesús que se hizo peregrino, aquí, en el v. 29 la iniciativa
surgió de los discípulos149, quienes mediante su insistencia convierten al peregrino en
Huésped.
148
Cfr. RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, 357-360.
149
Cfr. X. LÉON-DUFOUR, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Salamanca 1974, 229.
Sin embargo, curiosamente, el Huésped pronto toma el rol del Anfitrión o Padre de
familia, pues tomando el pan, lo parte y se los da a los discípulos (v.30).150 Se sabe
que en Lucas, el tema de “las comidas” es una realidad muy presente en toda la obra,
y esto no sólo como descripciones de las múltiples actividades llevadas a cabo por
Jesús, sino como elaboraciones teológicas, literariamente desarrolladas con mucho
cuidado (cfr. Lc 5,27-39; 7,36-50; 11,37-54; 14,1-24;15,1-2; 19,1-10; 22,14-38; 24,36-
52).151
Por lo tanto, la imagen de Jesús como Huésped que comparte la comida con sus
discípulos, prolonga, en la fase de su existencia como Resucitado, un gesto que fue
característico, distintivo y revelador durante la fase de su existencia terrena; al punto
de transformarse en un signo elocuente para ser reconocido.152
150
Cfr. ROBINSON, “The Place of the Emmaus Story in Luke-Acts”, 486.
151
Cfr. R. AGUIRRE, La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales, Santander
1994, 58-133. Se trata de un interesante estudio que partiendo de la clasificación en tres tipos de comidas: 1) con
pecadores y publicanos; 2) con fariseos; 3) con los discípulos; mediante el aporte de la “antropología cultural”,
profundiza las costumbres culturales de la época. Esto le permite al autor arribar a importantes conclusiones
sobre las implicancias teológicas y literarias de “las comidas” en la obra lucana.
152
También NAVONE, Themes of St. Luke, 27-29, afirma el carácter revelatorio del Mesías que tienen
particularmente la comida de los cinco mil (Lc 9,10-17) y la última cena (Lc 22,19) con “la fracción del pan”. Pues,
para la primitiva comunidad cristiana estos “banquetes” estaban relacionados por los tres rasgos mesiánicos que
ellos revelan: las obras del Mesías; la esperanza y promesa de continuación de la amistad; y la presencia del
Mesías en su tiempo.
153
AGUIRRE, o.c., 97.
Con la realidad de la gloria, se entra en el campo propio del título Kirios: “Señor”.
Un rápido análisis estadístico hace ver el abundante uso lucano del título Kirios, pues
aparece aplicado a Jesús 40 veces en el evangelio y 20 veces en los Hechos de los
Apóstoles.
Ahora bien, cuál es el origen de este título de amplio uso lucano y neotestamentario?
Sobre esta cuestión se ha discutido bastante. Están los que sostienen su origen en el
cristianismo proveniente del judaísmo palestinense (el cual parte de la denominación
hecha al único Dios del Antiguo Testamento) como aquellos que sostienen que tal
denominación pertenece al cristianismo proveniente del mundo gentil, que lógicamente, en
el contacto con el politeísmo de entonces, que llamaba a los dioses “señores”, por
contraste los cristianos hablaban de un sólo Señor (ver 1Cor 8,6).
Sin entrar en los detalles de esta interesante discusión sobre la génesis del título,
se puede decir de manera general que Lucas retoma y da continuidad al título que la
primitiva comunidad cristiana, a su vez en consonancia con el judaísmo tardío que
daba el nombre de Señor a Dios, comenzó a dar el título de Kyrios a Jesús (1 Cor
12,3; Rom 10,9) a partir del evento de la resurrección (Hech 2,36). Entonces sí, con
este nuevo modo de entender el “señorío”, Lucas lo aplica a Jesús retroproyectándolo
en las otras fases de su vida. De esta manera, aparece en la etapa del ministerio
público (Lc 5,8.12; 6,46; 7,6.13.19; 9,54.59.61; 10,1.39.41; 11,39; 12,42a; 13,15;
17,5.6; 19,8a.31.34; 22,61); e inclusive, llega a aplicarlo en la primera fase de la
existencia de Jesús (ver Lc 1,38.43; 2,11).154
Finalmente cabe acotar, que con el extendido uso del título Kyrios que incide para
cambiar el título de la antigua fórmula kerigmática de 1Cor 15,3 (en que curiosamente
aparece Cristo y no Kyrios como en el relato lucano de Emaús) viene aparejada la
particularidad lucana que entiende y propone la resurrección en términos de vida. Por
éste motivo, es aconsejable insistir en que en el caso de la perícopa de Emaús, no se
trata sólo del uso de un título difundido en el tiempo de Lucas, sino que además lleva
esta nueva connotación acentuada en el v. 23 de Jesús como él que vive (ver además
Lc 24,5 y Hech 1,3; 25,19). Incluso más. El título Kyrios, unido a la fórmula “ha
resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34) acentúa los rasgos eclesiales que
estarían presentes en la tradición lucana del término.
154
Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 337-342; RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, 360-
365.
Apóstoles), y sin duda originado en el culto, el título anunciado por la comunidad: el
Señor ha resucitado, se refiere entonces al Señor de la Iglesia.155
5.3.2.8.- En síntesis
La clave de la interpretación de los eventos fatídicos que han puesto en crisis total a
los discípulos respecto a la fe y esperanza depositadas en el profeta poderoso en
obras y palabras, se encuentra en las Escrituras.
155
Cfr. E. RASCO, La teología de Lucas: origen, desarrollo, orientaciones, Roma 1976, 130-131.
continúa esta tarea de catequesis en su Iglesia, mediante la enseñanza de los
primeros testigos, quienes revestidos de la “potencia de los alto” (Lc 24,49), es decir
del Espíritu, comenzando por Jerusalén, testifican la buena nueva hasta los confines
de la tierra (Hech 1,8-9). Los Hechos de los Apóstoles demuestran esta coherencia
magnifica en la concepción lucana de la salvación universal que acontece en la
historia.
156
Cfr. J. RADERMAKERS - P. BOSSUYT, Lettura pastorale del Vangelo di Luca, Ed. Dehoniane, Bologna 1983,
476.
157
Cfr. X. ALEGRE, “La carta de Santiago”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas católicas,
Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 291-325.
En cuanto a su Cristología, sorprende que el nombre de Jesús sólo aparezca en
dos ocasiones (1,1; 2,1) y que en ningún momento se mencione su muerte y
resurrección. Lo que sí aparece en 6 oportunidades, es la designación Kyrios (1,1; 2,1;
5,7.8.14.15; quizás también en 4,15), un título que Santiago aplica también a Dios y
que permite elucidar la cristología propia del autor.158
Además de esta diversidad fundamental, hay múltiples diferencias entre los dos
escritos. El clima de opresión y persecución que caracteriza 1Pe no está para nada
presente en 2 Pe que más bien está interesada en discutir los alcances doctrinales
como de los debidos comportamientos de los que integran la comunidad cristiana.
158
Cfr. F. VOUGA, Una Teología del Nuevo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 2003, 31.
159
Cfr. ALEGRE, “La carta de Santiago”, 309-310.
160
Cfr. J. O. TUÑI, “La Primera y la Segunda Carta de Pedro”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas
católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 327-370.
aceptación, no el modelo que hay que imitar a base de seguir sus huellas. Ya no se
habla de la manifestación de Jesucristo (apocalipsis), se discute acerca de su
advenimiento (parousía).
El hecho de que Dios haya resucitado a Jesucristo y le haya conferido gloria (1,21)
quiere decir que podemos tener acceso a él (2,4) y, por tanto, que podemos entrar en
la esfera de la luz maravillosa (2,9), de la verdad (1,22) y de la nueva vida (1,23: “rena-
cer” ). Pero la gloria de Cristo todavía se ha de manifestar con plenitud (4,13; 5,1; cfr.
1,5.7.13). Más aún, una herencia nos espera en el cielo (1,4) y una herencia que nada
puede destruir o mancillar (1,4). Esta manifestación plena nos conducirá a un gozo sin
fin (1,6; cfr. 4,13). No es difícil reconocer aquí los trazos más característicos de lo que
se puede llamar “la cristología tradicional del Nuevo Testamento”.161
De cualquier manera, hay que constatar que los elementos fundamentales están
ahí y que ni faltan aspectos importantes ni tampoco parece que se haya hecho ningún
desarrollo original. Sin embargo, hay un acento muy claro y fuerte en la cristología de
este escrito, que debemos profundizar un poco más y es el de los “sufrimientos de
Jesús”.
161
J. H. D. KELLY, The Epistles of Peter and Jude, Ed. Baker Book House, Londres 1981, 25 ha dicho que la
cristología de 1Pe no es objeto de un desarrollo explícito u original, sino que da por supuesta la cristología del
Nuevo Testamento.
del Nuevo Testamento sólo tiene 29 textos con el verbo “sufrir”. Por tanto, una tercera
parte se halla en 1Pe, lo cual es bastante significativo.
Entre los textos de 1Pe, hay por lo menos 4 textos en que “sufrir” hace referencia al
sufrimiento de Jesús: 2,21; 2,22; (3,18); 4,1a y 4,1b. Más todavía, los sufrimientos de
Jesús son la base de las exhortaciones a los seguidores de Jesús para que soporten
el sufrimiento. Precisamente por esto se explicita cuál fue la actitud de Jesús ante el
sufrimiento injusto (2,21-25), a fin de que el seguidor de Jesús pueda revestirse de la
misma actitud (4,1), cuando sea perseguido injustamente por el hecho de ser cristiano
(4,15-16).
La confesión de Jesús que presenta Jn acentúa de tal forma los trazos celestiales
de Jesús, que tiene el peligro de convertir la figura del Mesías-Hijo de Dios (20,31; cfr.
11,27) en un ser angélico, un enviado celestial que no habría asumido
verdaderamente la realidad humana: un Dios que se pasea por la tierra, que aparenta
ser hombre, pero que en realidad no lo es: “camina sobre las aguas; tiene sed pero no
bebe; le llevan alimento pero no come; tiene un conocimiento del hombre que
sobrepasa lo humano; discute con los hombres, pero sus palabras vienen de una
distancia infinita, surgen de las profundidades del mundo celestial”.163
162
Cfr. P. LE FORT, “Las cartas de Juan”, en Escritos de Juan y carta a los Hebreos, ILB 10, Ed. Cristiandad,
Madrid 1985, 159-216; J. O. TUÑÍ, “Las cartas de Juan”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas
católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 173-212.
163
Cfr. E. KÄSEMANN, El Testamento de Jesús: El lugar histórico del Evangelio de Juan, Ed. Sígueme, Salamanca
1983, 78.
docetismo llevaba a sus últimas consecuencias el contraste entre el Jesús histórico y
el Cristo resucitado que ya aparece en la predicación cristiana primitiva (cfr. Rom 1,2-4
y Hch 2,36).
La 3 Jn se trata del escrito más breve del Nuevo Testamento (tiene un total de
220 palabras) y es una verdadera carta dirigida a un tal Gayo por parte del
presbítero. El estudio de 3 Jn la pone en relación con 1-2Jn, lo que no quiere decir
que tengan las tres un mismo autor, sino que pertenecen al mismo grupo o
comunidad y es sensiblemente de la misma época. El problema que plantea la
carta no es doctrinal, sino disciplinar: deja entrever un problema de autoridad. 3 Jn
nos aporta datos interesantes referentes al conocimiento de las comunidades
joánicas: que el cristianismo fue, al comienzo, un fenómeno fundamentalmente
urbano; que en ellas hay personas revestidas de cierta autoridad; Diotrefes, Gayo,
Demetrio son nombres grecorromanos lo que nos hace pensar en una consistente
presencia paganocristiana; tuvieron misioneros itinerantes que se dedicaron a
visitar y seguir las diversas comunidades. En cuanto a su cristología no se ven
datos relevantes.
Se conoce con este título un breve escrito que ha sido correctamente calificado de
“hoja volante antiherética”.164 El autor se limita a exponer una situación difícil, creada
por la intromisión de unos pocos subversivos en la comunidad, y centra su escrito en
denunciar errores.
164 Cfr. J. O. TUÑÍ, “Carta de Judas”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas católicas, Introducción al
Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 371-379.
“intrusos”, la respuesta del autor y la utilización de los apócrifos del Antiguo
Testamento).
“Tampoco se conoce fecha en que fue compuesto este sermón sacerdotal ni los
lugares en que fue pronunciado, ni a los que se envió. Son muy variadas las opiniones
en este sentido. Parece probable una fecha algo anterior al año 70, en que fue tomada
la ciudad de Jerusalén y quedó destruido el templo. En efecto, el autor describe la
liturgia del templo como todavía actual (10,1-3.11), aunque afirma que está destinada
a desaparecer (9,10)”.168
165
A. VANHOYE, El mensaje de la carta a los hebreos, Cuadernos Bíblicos 19, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra)
19978, 7. También estudia esta carta: J. SÁNCHEZ BOSCH, Escritos paulinos, Introducción al estudio de la
Biblia 7, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1999, 467-508.
166
Tertuliano, perteneciente a la tradición latina, la atribuía a Bernabé. Eusebio de Cesarea en su Historia
Eclesiástica (VI, 14,4; 25,11-14), refleja la opinión de algunos escritores de la tradición griega, entre ellos, la de
Clemente de Alejandría que siguiendo a Panteno, piensa que el autor es Pablo, y su traducción al griego es obra
de Lucas. Orígenes, aún conociendo esta opinión, afirmaba que "sólo Dios sabe quien es el autor". Del análisis
del texto de la carta surge con claridad que el autor no puede ser San Pablo, como lo advertía Orígenes.
167
L. H. RIVAS, “La cristología de la carta a los Hebreos. Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre
(cfr. Heb 13,8)”, Revista Bíblica Argentina 1-2 (2003), 82.
168
VANHOYE, El mensaje de la carta a los hebreos, 9.
en el Antiguo Testamento, para luego comparar con el sacerdocio de Jesucristo, que
tan originalmente encontramos en esta Carta.
Esta consagración se describe con detalles en Ex 29; Lev 9. Allí se habla de baños
rituales para purificarse de los contactos profanos, de una unción que lo impregnaba
de santidad, de unas vestiduras especiales que expresan su pertenencia al mundo
sagrado como de los sacrificios típicos de consagración. La "santidad" conferida por
estos ritos debía ser guardada cuidadosamente, a fin de no regresar al mundo profano
(Lev 21). El sistema cultual antiguo, entonces, basaba su eficacia en las separaciones
rituales, al punto de castigar con la muerte algunas transgresiones al mismo (ver Num
1,51; 3,10.38; Hech 21,27-31).
Existían elementos que reflexionaban sobre el culto, pero sobre el nuevo modo
cultual: alianza en la sangre de Cristo (cfr. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1Cor 11,25),
evocando con ello un sacrificio de alianza; la inmolación de Cristo, nuestra pascua
(1Cor 5,7), que lo presentaba como una víctima ofrecida en sacrificio; el amor y la
entrega de Cristo por nosotros en ofrenda y sacrificio agradable a Dios (Ef 5,2). Pero el
tratamiento que hace el autor de la carta a los Hebreos es totalmente novedoso.
Más adelante, se califica a Cristo como “Sumo sacerdote misericordioso” (Heb 4,14-
5,10). Este texto se compone de dos fragmentos complementarios: cómo la
misericordia de Cristo nos conecta con la de Dios (4,14-16) y cómo Cristo “aprendió” a
ser misericordioso (5,1-10). Cristo nos introduce en el Santo de los Santos y es
acreditado como “compasivo”, llevó su semejanza en todo a nosotros hasta la
tentación, aunque no hasta el pecado (v.15). Luego, se define el sacerdocio del
Antiguo Testamento (5,1-4) y se aplica la definición a Cristo (5,5-10). Su origen común
con los hombres débiles, evidenciado por la expiación que tiene que ofrecer por sí
mismo, lo hace más compasivo. Cristo no buscó (v.5), fue llamado como todo
sacerdote. Por otro lado, sus clamores en Getsemaní son signo de debilidad (v.7); y el
terminar bebiendo el cáliz de la Pasión, atestigua que no fue complacido en aquel
pedido: así aprendió a doblegar su voluntad (v.8; cfr. Mt 26,39.42). Por su muerte,
Cristo pasa a ser causa de salvación para los que le obedecen como él obedeció
(v.9).169
169
Cfr. SÁNCHEZ BOSCH, Escritos paulinos, 476-479.
Simbolizado con el Águila por su ojo penetrante, por su capacidad de volar en
alturas inconmensurables y de sostener la luz del sol, el Evangelio de Juan fue
considerado el Evangelio místico, de la contemplación o visión de Dios. CLEMENTE DE
ALEJANDRÍA lo llamaba el “evangelio espiritual” (euangélion pneumatikón) respecto a
los “evangelios corporales” que eran los sinópticos, “no porque Juan invitara a una
evasión de la historia con toda su densidad, ya que de hecho es el evangelio que
acusa de manera más intensa los problemas que la comunidad afrontó en su tiempo,
sino porque era capaz de entrar en las profundidades del misterio de Jesucristo y nos
lo comunicaba con una lengua nueva y clara”.170
Entre sus técnicas literarias, una de las más típicas, es el simbolismo. Por medio
del símbolo, Juan remite al misterio. Parte de la experiencia sensible y manda al más
allá. A diferencia del signo, el símbolo (etimológicamente, lo que une) no evoca una
realidad del mismo orden (como el signo del humo remite al fuego), sino una realidad
de orden diverso: el agua, la vid, el grano de trigo... remiten al misterio de la persona,
de la vida y de la misión de Jesús. También el don de la salvación y de la vida divina
está representado con imágenes plásticas y elocuentes, por eso Juan habla del “pan
de la vida”, del “agua viva”, de la “luz de la vida” para indicar la salvación divina
operada por Cristo. Reconocer y comprender este simbolismo nos ayuda a leer a Juan
con “mirada contemplativa” para no perder la hondura de significado y para interpretar
correctamente su cronología y yuxtaposición de acontecimientos.
Los estudios científicos de este último tiempo, postula la idea de que, sea por su
contenido o escrito como por dos documentos provenientes de Egipto pareciera que
terminó de escribirse alrededor del año 130.172 En cuanto al lugar de composición del
Evangelio de Juan, desde los primeros tiempos y también en base al testimonio de san
Ireneo, se ha señalado Éfeso.173 Allí, en Asia Menor, estaría desterrado Juan, que
parece escribir en ambiente griego judeocristiano para cristianos convertidos del
judaísmo y para convertidos del paganismo.174
170
EQUIPO BÍBLICO CLARETIANO, “Mirarán al que traspasaron”. Evangelio de Juan, Ed. Claretiana, Buenos Aires
2006, 22.
171
L. MORRIS, The Gospel According to John: The English Text with Introduction, Exposition and Notes, Ed. B.
Eerdmans Publishing, Grand Rapids 1995, 7.
172
En el 1935, en un oasis de Egipto fue descubierto el famoso papiro P52 (que contenía el capítulo 18,31-38 y en el
reverso los vv.37-38). Pertenece a una fecha en torno al año 125 d.C. El segundo documento son tres
fragmentos de papiro: Egerton2, también provenientes de Egipto (con Jn 3,2; 5,39.45; 9,29; 10,25.31; 7,30;
10,39). Cfr. L. RIVAS, El Evangelio de Juan. Introducción. Teología. Comentario, Ed. San Benito, Buenos Aires
2005, 43ss.
173
A cerca de los otros posibles lugares de composición del Evangelio (Alejandría, Antioquía, Siria, hacia el lago de
Tiberíades, etc.), cfr. R. BROWN, El evangelio según Juan, I, Ed. Cristiandad, Madrid 20002, 131-133.
174
Para profundizar en este punto, cfr. RIVAS, El Evangelio de Juan, 13-17 con abundante bibliografía.
8.2.- Jesucristo en Juan
Dentro de esta estructura general del Evangelio, hay quienes lo dividen a partir de
los títulos cristológicos, tan presentes en todos y cada uno de los capítulos. 175 Y así
como Mateo presenta a Jesús como el Mesías Soberano, Marcos como el humilde
pero poderoso Siervo de Dios, y Lucas como el Hijo del Hombre, Juan, en cambio,
muestra a Jesús como el Hijo de Dios. Su rica variedad de ilustraciones ponen énfasis
en su divinidad. Veamos algunas:
Capítulo 2: El Hijo del Hombre, el Cristo social, invitado a una boda (1-11)
Capítulo 16: El Dador del Espíritu Santo, promete enviar al Paráclito (1-15)
176
Cfr. J. TUÑÍ, “Evangelio según san Juan”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y cartas católicas,
Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 83-86.
Uno de los textos fundamentales para entender la cristología en Jn es el de Jn 3,13-
21 y 3,31-36. Estos pasajes describen la relación entre la teología y la cristología cuyo
resumen podemos encontrarlo en Jn 3,16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él no muera, sino que
tenga vida eterna”. Esta acción del Padre que da a su hijo o que envía a su Hijo, por
ejemplo usando la fórmula “el Padre me envió” (la fórmula se repite muchas veces:
4,34; 6,38.39.44; 7,16.18.28.33; 8,6.18.26.29; 9,4; 12,44.45.49; 13,20; 14,24.26; 15,21;
16,5), con la misión de dar vida o de salvar al mundo, se repite muchas veces a lo
largo de todo el Evangelio (cfr. Jn 3,17.31; 7,33-35; 8,14.21; 13,1; 14,4; 17,5.11.13).
Sirve para expresar la raíz teológica de su mensaje cristológico. Y este movimiento
descendente-ascendente, como señala LONA177, puede ser expresado con una imagen
espacial en forma de semi-eclipse o de “U”: “Nadie ha subido al cielo sino el que
descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo” (3,13).
TIERRA
177
Cfr. H. LONA, El Evangelio de Juan, El relato. El ambiente. Las enseñanzas, Ed. Claretiana, Buenos Aires 20042,
85-86.
A la luz de la Pascua
ENCARNACIÓN GLORIFICACIÓN
Jn 1,14
Inmediatamente después del más “discreto” de todos los signos (la transformación
de casi 600 lts de agua en vino de excelente calidad: Jn 2,1-11 sólo conocido por los
servidores), está escrito: “Así manifestó su gloria”. Además, los repetidos intentos de
apresar a Jesús nunca se cumplen. Su condenación no depende de sus enemigos,
sino de que llegue la “hora” de volver al Padre (cfr. 18,6ss).
Con una imagen espacio-temporal el evangelista mira hacia atrás para contar la
historia de Jesús: desde el “presente” de esa historia ya obra la realidad posterior y
178
La encarnación no se relativiza, ni mucho menos hay una valoración negativa del mundo y de la materia como en
los gnósticos. Cfr. LONA., El Evangelio de Juan, 88.
definitiva de su glorificación. Ésta es su hermenéutica cristológica, su clave de lectura,
y desde ella se entiende su comprensión de la encarnación.
Una comparación con la teología de la cruz paulina (1Cor 1,18-25) nos permite ver
el ángulo propio de la visión joánica.
Para Pablo la cruz es un desafío al hombre religioso. Mientras el judío busca signos
de la victoria del Mesías sobre las fuerzas del mal, el griego busca un sistema de
sabiduría que convenza su razón. Contra estas expectativas, el mensaje de la cruz es,
para los primeros un “escándalo”, la ocasión propicia para rechazarlo y por ella para
caer, (este es el verdadero sentido del término “escándalo”: la piedra que es ocasión
de tropiezo y caída, cfr- Mt 16,23; 18,7; Rom 11,9; 14,13; Gal 5,11; Ap 2,14) y para los
segundos, el mensaje suena a “necedad” (la salvación de Dios por medio de un
crucificado no tiene nada de razonable).
Todos los textos que de alguna manera hablan del “envío” del Hijo a la tierra
(Encarnación), presuponen otro concepto clave para la cristología, el de la
“preexistencia”. Sólo el que ya existe “antes” puede venir al mundo “desde arriba”. Y
esto es lo que Jn nos dice desde su Prólogo: “En el principio era el Logos, y el Logos
estaba junto a Dios” (1,1).
La palabra griega logos, que generalmente se traduce como “palabra” o “verbo”, no
debe reducirse sólo a estos conceptos. Más que una traducción, hay toda una
tradición que subyace a esta expresión. Porque en el ambiente cultural del judaísmo
helenista (desde donde hay que entender el 4to Evangelio) logos no significaba
simplemente “palabra”. Al provenir del concepto alejandrino (en especial de Filón) -que
a su vez se inspira en categorías filosóficas del platonismo medio y del estoicismo-
“logos” abarcaba una amplia polivalencia semántica. Implicaba “palabra” pero también
“razón” o “argumento”, es decir, conceptos capaces de reproducir la riqueza de
significados encerrada en la “Palabra de Dios” o Biblia. Debía ser capaz de transmitir
un objeto de conocimiento, pero también capaz de obrar en los corazones de los
hombres y en las realidades creadas.
A medida que Dios emite su palabra “Y Dios dijo...”, nace la realidad. La palabra es,
por lo tanto, la fuerza mediadora que permite guardar la distancia necesaria entre Dios
y su creación, pero que, al mismo tiempo, deja que esta creación siga siendo la
creación de Dios y no la obra de una entidad creadora ajena o alejada al misterio de
Dios. Los textos que hablan de la acción de Cristo preexistente como mediador de la
creación (cfr. Col 1,15-18; Heb 1,2ss; Jn 1,1-3) son ejemplos de aplicación cristológica
del concepto alejandrino de Logos.
- “Yo soy Mesías” (Jn 4,25-26): el Mesías, en sentido literal, significa ungido183. El
judaísmo conocía una serie de figuras que se esperaba aparecieran en el tiempo
de la intervención definitiva de Yahvé a favor de Israel; pero el término Mesías se
reservaba para un concepto delimitado con precisión: el rey ungido de la dinastía
davídica que establecería en el mundo el reino definitivo de Yahvé184.
- “Yo soy Pan” (6,35-51)185: En la primera parte del discurso, como en la segunda,
se comienza con la designación de Jesús como “pan de vida” (6,35.38) y se acaba
con la promesa de la vida eterna concedida al que cree (6,47) o al que come este
pan (6,58). Jesús invita a la multitud a trabajar no por el alimento perecedero,
“sino por el que permanece hasta la vida eterna”. La multitud pide signos para
creer en Jesús, ya que en el desierto tuvieron que creer en Moisés que les ofrecía
signos: “nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la escritura:
“les dio de comer el pan bajado del cielo” (6,31). Y esta referencia al Sal 78,24:
“hizo llover para ello el maná para comer y les dio un pan del cielo”, no es la única
en el Antiguo Testamento. Hay otros varios pasajes que aluden a este “Pan
bajado del cielo”. Así, por ejemplo, (Ex 16,4.15; Neh 9,15; Sab 16,20). En
definitiva, Jesús les hace ver que no es Moisés quien les da el “Pan del cielo”, sino
que es Dios el que da ese alimento para la “vida del mundo”. Porque Jesús se
presenta como la realización del maná, en su persona se muestra la figura del
maná escatológico. Jesús se da como “el verdadero Pan” (6,32), como el
verdadero alimento (6,55), el pan anunciado en la Escritura.
- “Yo soy el que da testimonio de mi mismo” (8,18): a pesar de que para los
fariseos el “auto testimonio” carece de validez jurídica (ver Nm 5,30; Dt 5,20;
19,18; Sal 27,12; 35,11; Prov 6,19; Dan 13,34-41; entre otros)187, Jesús
argumenta a su favor. Para ello recurre a la misma Ley de los judíos: la que alude
al principio jurídico del testimonio de dos testigos. Hace referencia explícita a Nm
35,30 y con ello quiere demostrar que no hay contradicción entre lo qué el mismo
plantea y lo que dice la Ley. Los dos testigos necesarios serían en este caso el
mismo Jesús y el Padre que lo ha enviado. Pero este principio experimenta una
transformación en el modo en que lo presenta Juan. La transformación radica en
el hecho de que en el caso de la ley Judía los testigos operan de forma externa a
los acontecimientos que son narrados por el que está involucrado; mientras que
en el caso que aquí se plantea no hay lugar para el testimonio externo puesto que
Jesús y su Padre tienen una misma identidad, pero a su vez son distintos. Por eso
el testimonio es válido.188
- “Yo soy de arriba” (8,23): Esta expresión corrobora la diferencia esencial entre el
revelador y el mundo, haciendo hincapié precisamente en el origen diferente.
Jesús el revelador de Dios pertenece por completo a la esfera divina, a la que
tiene acceso la fe, mientras que la incredulidad queda excluida de la misma sin
poder superar su origen de abajo. La inteligencia de la revelación está cerrada a la
incredulidad.189 Jesús es el que procede de arriba y ha venido al mundo para dar a
los hombres la posibilidad de nacer de lo alto, elevándolos de este modo de la
esfera de las cosas inferiores hasta el plano de Dios.
- “Yo soy Puerta” (10,7.9): según BLANK ““puerta” puede significar, “el acceso al
mundo celeste. Según esta representación, el mundo terreno y el celeste son dos
campos diferentes e incomunicados entre sí, aunque la puerta puede hacer
posible la comunicación entre ellos. Desde este punto de vista, el aserto “Yo soy
186
Entre las ceremonias de la fiesta de los Tabernáculos en tiempos de Jesús se incluía el rito de encender la
primera noche (y posiblemente también en las restantes) cuatro candelabros de oro en el atrio de las mujeres en
el Templo de Jerusalén. Cada uno de ellos tenía, según Mishnah Sukkah 5,2-4, cuatro cazoletas de oro en lo
alto, a las que se llegaba mediante una escalera. En las cazoletas había mechas flotantes hechas con restos de
los calzones y fajas de los sacerdotes; cuando se encendían los candelabros, se cuenta que toda Jerusalén
reflejaba la luz que ardía en la “Casa de sacar el agua” (la zona del atrio de las mujeres por la que pasaba la pro-
cesión que traía el jarro de oro lleno de agua).
187
Cfr. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Ed. Herder, Barcelona 1993, 886.
188
Cfr. J. BLANK, El Evangelio según San Juan, I, Ed Herder, Barcelona 1980, 146.
189
Cfr. BLANK, El Evangelio según San Juan, 151.
la puerta” puede interpretarse: En mi propia persona yo soy la conexión entre el
reino humano terreno y el reino divino. Pero puede también significar: Yo soy el
acceso a la salvación, a la vida eterna. Ambos significados no tienen por qué
excluirse. En nuestro pasaje es evidente que el acento principal recae sobre la
significación segunda. La afirmación: “Yo soy la puerta”, quiere decir que Jesús en
persona es el paso a la salvación, y de hecho el único acceso, toda vez que él es
el acceso a Dios”. Además, la puerta es el elemento que protege, que separa y
hace sentir seguros. Jesús, en este sentido, también es en Quien el creyente y su
comunidad encuentra protección y seguridad. Sería como decir: “Jesús es nuestra
defensa”190 (cfr. Sal 91,2.9).
- “Yo soy el buen Pastor” (10,11-14): en el Antiguo Testamento, uno de los textos
característicos en que se describe el pastoreo del Señor es Ez 34,10ss. Allí Dios
se define a si mismo como Pastor: Él es el Buen Pastor de su Pueblo que cuida y
vela por sus ovejas, las libras de los lugares oscuros, las alimenta y las hace
reposar, las cura, las corrige y encamina, etc. Jesús asume esta significación. El
adjetivo “bueno” indica la calidad de una cosa o de una persona, que responde
plenamente a su función (se encuentra utilizado en expresiones como: "buena
tierra": Mc 4,20; un "árbol bueno" que da "frutos buenos": Mt 7,17ss; el "vino
bueno": Jn 2,10; las "obras buenas": Jn 10,32; etc.). En el evangelio de Juan,
“bueno” siempre se refiere a Jesús (o a su misión): es un adjetivo que califica lo
que Jesús y su obra representan objetivamente para los hombres: los bienes que
le aporta. En este caso, el adjetivo "bueno" resalta plenamente la obra salvífica
realizada por el Pastor mesiánico. Y Jesús es el Buen Pastor porque "dispone"191
de su vida en favor de sus ovejas e instaura con ellas relaciones nuevas de
conocimiento mutuo en el amor. La idea que Juan quiere subrayar es la de que
Jesús "disponía" de su vida con absoluta libertad, integrando en su existencia el
enfrentamiento con la muerte y, una vez llegado el momento, deja su vida para
tomarla de nuevo según el poder y el mandato recibido del Padre (cfr. Jn 10,17-
18). El buen pastor dispone de la vida “en favor de las ovejas" o "para provecho
de". La expresión no significa "en lugar de", es decir, no implica la idea de
sustitución. La perspectiva del texto joánico no es la del perdón de los pecados,
sino la del "conocimiento" entre las ovejas y el Pastor. El pastor salva a las ovejas
de una situación global de oscuridad y de distanciamiento, más que de una simple
culpa moral. Aquí las ovejas representan a los creyentes que han sido llamados
por Jesús a la fe, librándolos de las tinieblas. Jesús es el auténtico pastor porque
vive y muere al servicio de las ovejas, da la vida por ellas y las conoce
individualmente con un conocimiento amoroso.
190
BLANK, El Evangelio según San Juan, 237.
191
Jn 10,11b normalmente es traducido: "El buen pastor da la vida por las ovejas". Una traducción más cercana al
texto griego original sería: "el Buen Pastor ‘dispone’ de su vida en favor de sus ovejas" (11b). Traducimos como
"disponer de" el verbo griego que literalmente significa "poner", "colocar", "disponer de algo" que aparece en el
capítulo 10 en los vv.11.15.17.18.
mencionar la resurrección, y desde luego en primer término; pero la “vida”
constituye el nexo necesario para la sentencia inmediata que vale para todo los
creyentes y les abre el sentido de la gran señal. Por lo que hace al contenido
mismo, desde luego que la “vida” contribuye exclusivamente a aclarar lo que ya se
ha dicho con la “resurrección”. Tras la autodefinición del Revelador como la
Resurrección y la Vida siguen dos hemistiquios ingeniosamente montados que
presentan la exigencia y la promesa para los oyentes. Su gradación va desde lo
restrictivo a lo ascendente bajo el doble sentido de “morir” y “vivir”. Todo adquiere
un eco misterioso: “quien cree en mi, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y
cree en mí no morirá para siempre”.192 La fe, de alguna manera, es anticipo de la
vida eterna.
- “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (14,6): por el contexto se deduce que el
acento cae sobre “Yo soy el camino”. De por si, “el camino” resulta una metáfora
extraña aplicada a una persona, pero su sentido se esclarece al agregar que en
esa persona se alcanzan la verdad y la vida. Casi podría sonar como una razón o
fundamento, pero es más bien una explicación aclarativa: “Yo soy el camino; es
decir, la verdad y la vida”, para cuantos deseen alcanzar esa meta. Porque Jesús
revela la verdad que lleva a la vida. A quien en su existencia acoge con fe y
realiza esa verdad, le comunica vida verdadera. Él, a todo aquel que cree en él, lo
conduce hasta la meta de su existencia: “hasta el Padre”; así se convierte en el
Camino. La expresión de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, se sitúa
en la despedida de Jesús a sus discípulos en la última cena. Es “la hora de pasar
de este mundo al Padre” (17,1). Jesús es el que viene del Padre y va hacia el
Padre, que es la meta del hombre. Cristo es el camino, que nos conduce y nos
comunica la verdadera vida: el Padre; conocerlo a él es conocerlo al Padre. Jesús
en su recorrido, Él quiere llevarnos nuevamente al Padre. Es más, la formula
adquiere mayor fuerza con el v.6b: “Solamente por mí se puede llegar al Padre”.
Jesús es, entonces, él único camino de acceso a la meta.
- “Yo soy la Vid verdadera” (15,1): La vid evoca una figura colectiva en el Antiguo
Testamento. La viña y la vid representan al Pueblo de Israel, la porción de Dios, el
pueblo elegido (Is 5,1-7; Ez 15,1-6; 19,10-14; Sal 80,8-16). Jesús se está
ubicando como centro de la comunidad cristiana y como canal de comunicación
con el Padre. Al ser la Vid, Jesús se presenta como la porción elegida del Padre,
la vid querida por el Padre: la que da frutos. Juan le estaría dando un giro a la
imagen: el sujeto ya no sería una atribución colectiva (deja de ser el pueblo) sino
Jesús mismo. Él asume en sí mismo la figura colectiva de la vid y así funda en su
persona un Nuevo Israel: la nueva comunidad cristiana; Él ocupa el lugar del
Antiguo Israel. De la concentración cristológica, luego se ampliará a la eclesiología
(tratado sobre la Iglesia), con la relación particular que hay entre la Vid y los
sarmientos. Según los términos en que se plantea el discurso, nos encontramos
con una triple representación: El Padre, dueño y Señor de la viña, asume el papel
del Viñador. Jesús, representado por la Vid Verdadera, representa a la iglesia
comunidad de salvación. Los Sarmientos, que no se diferencian de la vid sino que
son uno sólo con ella y dependen de la unión con ésta para poder dar fruto o no,
son los creyentes. Lo importante, entonces, no es ser judío o cristiano, sino estar
unido por la fe y el amor, es decir, la incorporación y pertenencia a la Vid, a Jesús.
Sin embargo, Jesús no es sólo el tronco de la Vid sino la Vid en su totalidad, en Él
está congregada toda la comunidad, la totalidad de la Vid. Esto determina la
vinculación profunda que hay entre Jesús y la comunidad de salvación.
192
R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según San Juan, III, 408-409.
- “Yo soy Rey” (18,37)193: durante el ministerio público de Jesús, éste no cede
nunca al entusiasmo mesiánico de las multitudes, demasiado mezclado con
elementos humanos y con esperanzas temporales, sin embargo, sin oponerse al
acto de fe mesiánica de Natanael (Jn 1,49), orienta sus miradas hacia la parusía
del Hijo del hombre. Cuando después de la multiplicación de los panes las
multitudes quieren tomarlo para hacerlo rey, desaparece (6,15). Pero una vez se
presta a una manifestación pública de su realeza, es en su entrada triunfal a
Jerusalén (Mt 21,5 cfr. Zac 9,9). Allí se deja aclamar rey de Israel (Lc 19,38; Jn
12,13). Jesús es auténticamente rey, así lo reconoce ante Pilato, pero precede su
afirmación de correcciones al concepto de reino y rey. A la hora de hablar del tipo
de rey que es Jesús, entran en conflicto las distintas categorías con que
consideraban dicho reinado. Por un lado, el Mesías-Rey (Lc 23,2) esperado por el
pueblo judío, en tanto libertador político o, por el otro, el Rey crucificado, desnudo
y sufriente, que libremente se entrega por la salvación de sus ‘súbditos’. Éstas
diferentes percepciones se hallan por detrás de éste primer diálogo entre el
procurador romano y Jesús. Su reinado no es de este mundo, sólo puede ser
reconocido por la fe. Luego, por orden del procurador, Jesús es entregado a los
soldados para que sea azotado. Ellos trenzan una corona con zarzas, se la ponen
sobre la cabeza, le colocan un manto de púrpura –insignias reales–, y lo saludan,
entre bofetadas, como rey de los judíos. A través de esta cruel burla se desvela la
gran oculta realidad: ese judío que está por morir es verdaderamente el Rey
Mesías, el rey que esperó Israel. De esta manera absurda y paradójica Jesús está
siendo proclamado rey: “He aquí al rey de los judíos” (19,13), pero esta
aclamación tiene una única respuesta: “¡Crucifícalo!”. En la Cruz, es sin duda el
momento cúspide: desde allí el rey se sienta en su trono y comienza a reinar. En
lo alto, se escribe en tres idiomas (para que todos lo puedan leer y los judíos no
pueden borrarlo): “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”. Jesús que había
predicho el inicio de su reinado a partir de la cruz (3,14; 8,28; 12,32), ha llegado
finalmente a su “hora”, a su momento de gloria. En la cruz, Jesús es el Rey
Mesías entronizado. En la cruz, ha terminado definitivamente la obra que le
encargara el Padre y terminará diciendo: “Todo está cumplido”.
193
Cfr. F. DE LA CALLE – J. PIKAZA, Teología de los evangelios de Jesús, Ed. sígueme, Salamanca 19773, 463-
468; M. DE TUYA, Biblia Comentada, II, B.A.C., Madrid 1964, 1281-1288; X. LEÓN-DUFOUR, “Rey”, Vocabulario
de Teología Bíblica, 792-798.
194
Por escatología entendemos la esperanza en una acción futura y definitiva de Dios a favor de su pueblo.
Contiene tres elementos fundamentales: 1) la convicción de que Dios ha actuado en el pasado a favor de su
pueblo; 2) la constatación de que Israel no va respondiendo adecuadamente, a lo largo de la historia, a esta
acción liberadora de Dios, es decir, conciencia de pecado; 3) la convicción de que Dios actuará de forma
definitiva, de forma que ya no habrá lugar para la infidelidad del pueblo. Para profundizar en el Apocalipsis, entre
otros autores, pueden verse: X. ALEGRE, “El Apocalipsis de Juan”, en M. E. BOISMARD, “El Apocalipsis de
Juan”, en A. GEORGE – P. GRELOT (eds.), Introducción crítica al Nuevo Testamento II, Barcelona 1983, 127-
166; J. M. GONZÁLEZ RUIZ, Apocalipsis de Juan. El libro del testimonio cristiano, Ed. Cristiandad, Madrid 1987;
El mundo apocalíptico antiguo es un mundo sacralizado mientras que el moderno es
secularizado, aunque no faltan apocalípticos de corte religioso fundamentalista.
El libro subraya la relación única entre Jesús y Dios: éste es el Padre de Jesús, el
que está sentado en el trono de Dios (3,21) y a él se le aplican los títulos que en Ap se
atribuyen también a Dios. Y el primer título que se le asigna a Dios es el que es, que
era y que ha de venir (1,4; cfr. 1,8; 4,8; 11,17; y 16,5 donde “el que va a venir” no se
menciona, pues se considera que ya ha venido con Jesús). Detrás de esta expresión
está la revelación del nombre de Dios según Ex 3,14. Este título va acompañado de
otros dos que Ap reserva sólo para Dios: Kyrios y Pantocratôr (11,17; 15,3; 16,7; 19,6;
21,22; cfr. 4,8; 16,14; 19,15). Es denominado también el que vive por los siglos (10,6;
15,7; cfr. 4,9). La trascendencia de Dios también se destaca en la expresión el primero
U. VANNI, L’Apocalisse: ermeneutica, esegesi, teologia, Supplementi alla Rivista Biblica 17, Ed. Dehoniane,
Bologna 1988; J. P. CHARLIER, Comprender el Apocalipsis, 2 vols., Bilbao 1993; J. O. TUÑI – X. ALEGRE,
Escritos joánicos y cartas católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Estella (Navarra) 20004, 213-287.
y el último (22,13; cfr. Is 41,4), completada por yo soy el alfa y la omega (1,8; 21,6;
22,13) y yo soy el comienzo y el final (21,6; 22,13).
A Jesús se le aplica el título de Cristo, no sólo como nombre propio (1,1.2.5), sino
también como título mesiánico (11,15; 12,10; 20,4.6. Cfr. Sal 2,2), donde por
momentos, indica de manera más específica al Cristo que, asociado a Dios
Padre, toma posesión del Reino. El título se emplea en conexión con los de Señor y
Dios como con la repetición del verbo reinar. Una serie de títulos intentan especificar
este señorío de Cristo y su relación con Dios: el testigo fiel (1,5; 2,13; 3,14), el
Primogénito de entre los muertos (1,5), el Amén (3,14), el Hijo de Dios (2,18), el Pastor
(7,17), Rey de reyes y Señor de señores (19,16). Participa del poder de Dios y posee
las llaves de la muerte y del abismo (1,18). La visión inicial de 1,12-20 caracteriza a
Jesús con los rasgos del Hijo del Hombre de Dan 7,13-14 mientras la visión final, lo
caracteriza como el Esposo (21,2) para el que la Esposa / Iglesia se ha engalanado.
Por amor a su Iglesia, Jesús la ha limpiado de los pecados (1,5; 5,9; 14,3-4),
constituyendo así un pueblo real y sacerdotal (1,6; 5,10; 20,6 como en Ex 19,6).
195
Tomados de A. MARENGO, El Apocalipsis: el relato, el ambiente, las enseñanzas, Ed. Claretiana, Buenos Aires
2005, 60-63. Específicamente de la Cristología, se ocupa F. CONTRERAS MOLINA, El Señor de la vida. Lectura
cristológica del Apocalipsis, Ed. Sígueme, Salamanca 1991.
- El Cordero de Dios resucitado: Cristo es presentado como el Cordero con las
marcas del sufrimiento. Es el nuevo Cordero Pascual. El autor hace suyo un tema
sacado del Éxodo y del Deutero-Isaías, y nos presenta a Cristo como el cordero
pascual redentor, muerto (5,6.12), glorificado (5,6) que venciendo, sube al trono
de Dios (6,1.16; 7,9-11.15.17, etc.). Con Él se inicia el nuevo y definitivo Éxodo; y
como antiguamente, el Cordero rescata la humanidad entera para hacer de ella un
"reino de sacerdotes para Dios" (5,10). Jesús está de pie, resucitado, en el mismo
lugar en el cual Dios tiene su morada. Él es el centro del mundo creado y de la
humanidad, que cantan un cántico nuevo: "Tú eres digno de tomar el libro y de
romper los sellos, porque has sido inmolado, y por medio de tu Sangre, has
rescatado para Dios a hombres de todas las familias, lenguas, pueblos y
naciones. Tú has hecho de ellos un reino sacerdotal para nuestro Dios, y ellos
reinarán sobre la tierra" (5,9-10).
- Jesús: aparece 9 veces (1,9 bis; 12,17; 14,12; 17,6; 19,10bis; 20,4; 22,16).
La frecuencia indica una atención especial al Jesús histórico. Jesús Cristo
(1,1.2.5; 22,21).
- Señor (11,8; 14,13; 17,14; 19,16; 22,20.21): el título tiene a veces una
acentuación litúrgica (22,20). Normalmente indica la energía irresistible de
Cristo aplicada contra las fuerzas hostiles. (17,14; 19,16): Él es el "Rey de
reyes y Señor de Señores”.
Por tanto, la liturgia no sólo canta al Dios tres veces santo (cfr. 4,8) sino que alaba
la victoria de Jesús. Las comunidades cantan, a pesar de la persecución, de la
oscuridad del camino, que Cristo, el Cordero, comenzó a reinar junto al Padre.
El conozco con que se inician todos los mensajes es propio de Alguien que está
presente en el momento en que cada Iglesia participa en la vida litúrgica. Pero ésta no
se reduce al ámbito cultual sino que engloba todo el acontecer diario de las Iglesias
desde donde brota. Retornando las causas judiciales que aparecen en el Antiguo
Testamento se recriminan las conductas que no se conforman al nombre cristiano, y
se coloca junto a ellas palabras de aliento y esperanza para los que mantienen la
fidelidad a ese nombre. El culto se entiende así como culminación de una vida vivida
en la paciencia necesaria para un auténtico servicio a Cristo.
Pero el culto comunitario tiene su origen y debe mantener siempre una estrecha
conexión con el Único Mediador Sacerdotal. La victoria de éste sobre los poderes
demoníacos imperiales posibilita que la comunidad pueda participar de los atributos
cultuales -columna en el santuario de Dios- y regio -sentarse en el trono con Cristo y el
Padre- de Jesús.
De este modo, por medio de la liturgia terrestre la comunidad que en ella participa
se une con el cielo. Su testimonio activo y la paciencia en la persecución encuentran
un fiel eco en el Templo del cielo (11,15-18; 12,10-12; 15,3-4; 16,5-7; 19,1-7). La
liturgia es, pues, fuente de comunión entre la trascendencia del cielo, la Iglesia celeste,
que no contempla despreocupada la suerte de sus hermanos, y el testimonio de la
Iglesia que lucha en la tierra dando heroico testimonio de su fe en Cristo.
1O.- CONCLUSIÓN
“Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será por siempre” (Heb 13,8). Él está
sólidamente situado en la historia humana y constituye el punto decisivo entre el
“antes” y el “después de Cristo”. Pero esta división, mucho más que una cuestión
histórica, es también el paradigma de toda experiencia auténtica y profunda de Cristo.
Como les pasó a los Apóstoles, quien “toque, oíga, vea, sienta” a Cristo, ahora desde
la fe, no puede quedar igual que antes. Cristo marca un antes y un después. Cristo
impregna por completo la historia humana, como no menos la historia personal de
quien se deje interpelar por aquella pregunta inocente: “Y ustedes ¿quién dicen que
soy yo?” (Mt 16,15; Mc 8,29; Lc 9,20), que dirigió a los Doce, pero que sólo en Pedro
tuvo una respuesta. La Sagrada Escritura no sólo responde la pregunta desde muchas
perspectivas, como lo vimos a partir de las cristologías en los distintos autores,
también vuelve, una y otra vez, a formularla al corazón de cada creyente.
Al igual que cualquier otro personaje del pasado, es imposible llegar a Jesús,
reconocido y proclamado como el Cristo en la primera comunidad cristiana, más que a
partir de las fuentes o documentos que hablen de Él, de su personalidad, de su
mensaje, de su acción, de su misión, de sus gustos, de sus expectativas... pero, por
no ser un “personaje cualquiera”, su Persona supera todo lo que de Él se pueda decir
o escribir. Nunca podremos ser exhaustivos del misterio de este hombre-Dios. Pero lo
importante, no es sólo conocerlo, y fundamentalmente a partir de las fuentes bíblicas
que sin duda son las más genuinas, sino sobre todo, prestarle personal adhesión:
poder dar esa respuesta, como lo hizo Pedro, que Cristo espera de cada cristiano.
1.- INTRODUCCIÓN
“Los conocimientos que hemos adquirido nos permiten afrontar los demás enunciados
cristológicos fundamentales. En el curso de la historia de la fe cristiana se han
desarrollado dos líneas que se han ido separando cada vez más: la teología de la
encarnación, que nació del pensamiento griego y que se impuso en la tradición católica
de Oriente y Occidente, y la teología de la cruz, que irrumpió vigorosamente con los
reformadores a partir de las afirmaciones de Pablo y de las primeras formas de la fe
cristiana.”197
“La teología de la encarnación habla del ser y gira en torno al hecho de que un
hombre es Dios y de que, por eso, Dios es hombre; todo esto, que tan inaudito, es para
ella también lo decisivo en todos los aspectos. Ante este acontecimiento, ante la unidad
del hombre con Dios, ante el hecho de la encarnación de Dios palidecen todos los demás
hechos singulares, que frente a aquel son irremediablemente secundarios. La unión de
Dios y del hombre es lo verdaderamente decisivo, lo salvador, el verdadero futuro del
hombre donde deben converger todas las líneas.”198
197
RATZINGER, Introducción al cristianismo, 192.
198
RATZINGER, Introducción al cristianismo, 192.
2.1.- La Encarnación como evento trinitario
La iniciativa del Padre se inscribe dentro del dinamismo íntimo del misterio de la
Trinidad. Las “misiones” divinas que manifiestan el orden de las personas divinas y
constituyen como una prolongación “hacia fuera” (ad extra) de la vida de la intratrinitaria
nos enseñan que el Padre, llegada la plenitud de los tiempos envió a su propio Hijo para
redimirnos y hacernos hijos adoptivos suyos (cfr. Gal 4,4-5).
2.3.- La Encarnación como acto del Hijo
En el intento de explicar la Encarnación como acto del Hijo, SANTO TOMÁS DE AQUINO
(1224-1274), se ve desafiado por dos cosas: entender el por qué y el cómo de la
encarnación. Es precisamente lo que hará TOMÁS y de forma magistral.
Estudia el por qué explorando los motivos de conveniencia; observa que sólo pueden
argumentarse motivos de conveniencia, no de necesidad, porque absolutamente
hablando: “Dios habría podido redimirnos con su omnipotencia en muchas otras
maneras” (S. Theol., III, q. 1, a. 2.). Las razones de conveniencias aducidas por STO.
TOMÁS son muchas pero la más importante es la reparación del pecado, una reparación
querida por la justicia divina y que el hombre no estaba en grado de cumplir. Según el
teólogo esta razón debe considerarse como primera y más importante porque está
claramente atestiguada por la Escritura. STO. TOMÁS no excluye, en hipótesis, que
hubiera podido encarnarse en la eventualidad que el hombre no hubiera pecado. Afirma:
“Hay dos opiniones en este propósito. Algunos dicen que el Hijo de Dios se hubiera
encarnado también si el hombre no hubiera pecado. Otros, en cambio, afirman lo
contrario. Parece que esta última opinión se deba preferir. Las cosas dependen de la
voluntad de Dios, por encima de todo aquello que es debido a las criaturas, no pueden
ser notadas sino a través de la Escritura, en la cual la voluntad divina se manifiesta. Por
tanto, así como en la Sagrada Escritura el motivo de la encarnación es considerado en
relación al pecado del primer hombre (incarnationis ratio ex peccato primi hominis), es
más oportuno decir (convenientius dicitur) que la obra de la encarnación ha sido
dispuesta por Dios como remedio del pecado, de modo que, no existiendo el pecado, no
se hubiera dado la encarnación. La potencia de Dios, no puede ser delimitada en estos
términos: Dios, de hecho habría podido encarnarse aunque no hubiera existido el
pecado” (S. Theol., III, q. 1, a. 3.).
Una vez explicado el por qué, STO. TOMÁS pasa a explicitar el cómo de la encarnación.
Comienza por considerar y criticar puntualmente las herejías de los primeros tiempos de
la Iglesia respeto de la relación entre el Verbo y la carne; entre la segunda persona de la
Trinidad y la humanidad asumida en el seno de María virgen.
Fiel a la definición del Concilio de Calcedonia (451), STO. TOMÁS explica el misterio de
Cristo con los términos de: única persona (la del Verbo) y dos naturalezas íntegras e
inconfusas, sustancialmente unidas (la naturaleza divina y la naturaleza humana). La
encarnación, que la llama “milagro de todos los milagros” (miraculum omnium
miraculorum), comporta para Cristo un estado de perfección singularísimo: no sólo
porque la naturaleza está exenta de toda mancha de pecado, sino también y sobre todo,
porque aquella ha recibido la máxima de las gracias de la unión hipostática con la
divinidad (cfr. III Sent. d. 3. q. 2 a. 2).
2.4.- La cooperación del Espíritu Santo en la Encarnación
Es el Espíritu, quien en la “plenitud de los tiempos” (cfr. Gal 4,4) obra para que se
realice la autocomunicación de Dios con la humanización del Hijo de Dios en el seno
de la Virgen María (cfr. Lc 1,35). Es decir que el inicio biológico de Jesús se lleva a
cabo por “obra del Espíritu Santo”.
En la carta encíclica del Papa Juan Pablo II sobre el Espíritu Santo en la vida de la
Iglesia y del mundo del año 1986, el Papa afirmaba: “La obra del Espíritu “que da la vida”
alcanza su culmen en el misterio de la encarnación. No es posible dar la vida, que está
en Dios de modo pleno, si no es haciendo de ella la vida de un Hombre, como lo es
Cristo en su humanidad personalizada por el Verbo en la unión hipostática. Y, al mismo
tiempo, con el misterio de la encarnación se abre de un modo nuevo la fuente de esta
vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu Santo. El Verbo, “primogénito de
toda la creación”, es el “primogénito entre muchos hermanos”, y así llega a ser también la
cabeza del cuerpo que es la Iglesia -que nacerá en la cruz y será revelada el día de
Pentecostés-, y en la Iglesia, la cabeza de la humanidad: de los hombres de toda nación,
raza, región y cultura, lengua y continente, que han sido llamados a la salvación. “La
Palabra se hizo carne; (aquella Palabra en la que) estaba la vida, y la vida era la Luz de
los hombres... A todos lo que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios”. Pero
todo esto se realizó y sigue realizándose incesantemente “por obra del Espíritu Santo”.”
(Dominum et vivificantem, 52).
Tal como expresa O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, la cuestión esencial para los tratados
de Trinidad y cristología es explicar la íntima relación entre Jesús de Nazareth y las tres
personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De manera clara el teólogo expresa: “el
hombre Jesús concebido por la acción del Espíritu de las entrañas de María,
descendiente de David, según la carne, que vivió en una relación filial con Dios
expresada en el término 'abba' y fue constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu
en la resurreccion (Rom 1,3-4), es “su Hijo” (Rom 1,3), el Verbo que estaba con él
creando el mundo, Dios como él (Jn 1,1.3).
Ese hombre es el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, de cuya plenitud
todos hemos recibido gracia sobre gracia (Jn 1,14.16). Ese hombre es visto en relación y
equiparación dinámicas (conocimiento, amor, juicio) con el Padre y el Espíritu. Este
hecho hace surgir la pregunta por su identidad como sujeto en relación con los otros dos
sujetos: Padre y Espíritu; y la consiguiente cuestión de la persona, decisiva en Trinidad y
cristología.”199 Esta pregunta crucial provocó la reflexión y la discusión teológica desde
los primeros tiempos.
“En la segunda mitad del siglo XX han aparecido nuevos intentos de interpretación de
la unión hipostática, partiendo de la reflexión sobre la existencia espiritual del hombre,
mostrando su abertura al Absoluto; su trascendimiento hacia el otro como el lugar de sus
verdad y realización; la misión como la verdad de la persona; el prójimo como el que nos
está encargado y en cuya alteridad se funda y realiza nuestra autonomía; para concluir
que todo esto tiene su realización máxima en Cristo... Aquí hay que situar los esfuerzos
hechos desde la reflexión filosófica por B.WELTE; F. MALMBERG Y K. RAHNER, precedidos
en su día por M. DE TAILLE. Junto a ellos están las intuiciones que, prolongando a BARTH
y la tradición patrística, han aportado en una línea BALTHASAR, RATZINGER, KASPER,
HÜNERMANN; y en otra los protestantes PANNENBERG, MOLTMANN; JÜNGEL.”201
“Siguiendo, pues a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que
confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y
perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto
de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad y
consubstancial con nosotros según la humanidad, "en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado" (Heb 4,15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la
200
Cfr. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 446-447.
201
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, 447-448.
divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la
Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas; sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún
modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada
una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona (DS 301-
302).” (Cat.I.C. 467).
“Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han
sido transmitida fielmente por los evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras fuentes
históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.” (cfr. Cat.I.C. 573).
En efecto, la visión histórico-salvífica del evangelista Lucas muestra las fases del
camino de Jesús: sus obras del Reino y su predicación, su camino hacia Jerusalén. En
Lc 9,51, se afirma que “cuando se cumplían los días de su ascensión, Él, con
determinación, endureció su rostro para ir a Jerusalén”, es decir, su firme de decisión
de afrontar los sufrimientos que allí le aguardaban para así llegar a la resurrección,
ascensión y elevación a la derecha del Padre, y desde allí su acompañamiento de la
Iglesia (como cabeza, diría Pablo: Ef 1,22-23), por medio del Espíritu Santo que debe
descender en todas las naciones y pueblos. Todo esto hasta que llegue el fin de la
historia, y él regrese como consumador y juez de toda la creación.
202
SESBOÜÉ, Creer, 433.
En Lucas, el paso del Jesús terreno al Cristo elevado a los cielos es el objetivo final
de su exposición evangélica (cfr. Lc 24,46-48) y el comienzo del libro de los Hechos
(cfr. Hch 1,4-8). Este paso tiene lugar en la ascensión (cfr. Lc 24,51; Hch 1,9-11) que
muestra a su modo la continuidad de la vida de Jesús y la diferenciación de su
actividad salvífica, ahora desde su señorío a la derecha del padre por medio del
Espíritu santificador.
Por tratarse del misterio central por el cual se lleva a cabo la redención de los
hombres, aún cuando en la segunda unidad de nuestro módulo el tema ya fue tratado,
sin embargo, realizaremos un breve recorrido por los pasos que desembocan en la
muerte-resurrección de Jesús.
“La profecía sobre el Templo (Mc 14,58; cf. Jn 2,19) junto a la expulsión de los
vendedores del Templo, constituyen dichos y acciones que son interpretadas
mesiánicamente y culminan el creciente desentendimiento de Jesús con los sumos
sacerdotes y los escribas, brindando la ocasión para su acusación, proceso ante el
Sanedrín como blasfemo (Mc 14,61b-64) y luego ante Pilatos como sedicioso por
proclamarse Mesías atentando así contra el poder y orden romanos.”203
Es indudable el clima pascual de la Cena: “El primer día de los ácimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual...” (Mc 14,12.14; Mt 26,17.19); “He deseado
ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión” (Lc 22,15) relatan
los evangelios sinópticos. Sin embargo Juan en el relato de la Pasión dice: “ellos no
entraron en la residencia para no contaminarse y poder celebrar la cena de pascua”
(Jn 18,28); “para evitar que el sábado se quedaran los cuerpos en la cruz, porque
aquel sábado era un día muy solemne” (Jn 19,31).
4.3.- Gethsemaní
“La tradición dogmática descubrirá (Concilio de Constantinopla III, año 681, Concilio
de Letrán, año 649), gracias a la labor de SAN MÁXIMO EL CONFESOR, el sí humano de
Jesús (su voluntad propiamente humana) a la voluntad salvífica del Padre. El hecho de
que nuestra salvación fue querida también humanamente por una Persona divina. Este
sí -humano y divino- al Padre, que constituye una explicitación del contenido de las
dos naturalezas definido en Calcedonia, abre el desarrollo de los sucesos de la
pasión.”204
204
ESPEZEL, Jesucristo, 82.
“La pretensión de ser el juez escatológico-Hijo del hombre significaba mostrarse
ante el Sanedrín como el verdadero juez sobre quienes allí lo estaban juzgando. Este
desacato ante el juez era castigable con la muerte, según Deuteronomio 17,2. La
discusión de fondo versaba sobre quién representaba realmente al Dios de Israel y
poseía en verdad el espíritu de Dios. Para el Sanedrín Jesús es blasfemo porque su
pretensión mesiánica, divina y escatológica es falsa. Por ello debe ser eliminado, y
como además, en el frágil equilibrio de supervivencia de los saduceos en el Sanedrín
bajo el poder romano, la pretensión mesiánica de Jesús era peligrosa, debía ser
entregado a los romanos para condenarlo a muerte. Por otra parte, el Sanedrín ya no
condenaba a muerte, carecía de “jus gladii”.
Vista por los romanos su pretensión mesiánica constituía un delito que chocaba con
el orden romano: según la lex Julia de Majestate (Digesta 48, 4, 1; 48, 4,11) el
pretender ser rey era un delito digno de muerte como causa de rebelión. Los saduceos
acusan entonces de sedición a Jesús ante el procurador romano.”205
Por lo tanto, confluyen en la condena de Jesús, una causa religiosa y una causa
política. La inscripción en la cruz de Cristo como “rey de los judíos”, es todo una ironía.
“La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención
definitiva de los hombres (cfr. 1 Cor 5,7; Jn 8,34-36) por medio del “cordero que quita
el pecado del mundo” (Jn 1,29; cfr. 1 Pe 1,19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cfr. 1
Cor 11,25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios ( cfr. Ex 24,8)
reconciliándose con El por “la sangre derramada por muchos para la remisión de los
pecados” (Mt 26,28; cfr. Lev 16,15-16).” (cfr. Cat.I.C. 613).
Jesús después de ser cruelmente flagelado y coronado de espinas por los soldados
romanos, finalmente es llevado al Monte Calvario para ser ajusticiado a la hora tercia
(Mc 15,25) con dos ladrones.206
205
ESPEZEL, Jesucristo, 85-86.
206
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 311-348.
contexto de oración suplicante y confiada del Salmo 2, al cual los evangelistas citan
expresamente.
““Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos” (Heb 2,9). En su
designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente “muriese por nuestros
pecados” (1 Cor 15,3), sino también que "gustase la muerte", es decir, que conociera
el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el
tiempo comprendido entre el momento en que El expiró en la Cruz y el momento en
que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a
los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba
(cfr. Jn 19,42) manifiesta el gran reposo sabático de Dios (cfr. Heb 4,4-9) después de
realizar (cfr. Jn 19,30) la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo
entero (cfr. Col 1,18-20).” (Cat.I.C. 624).
207
ESPEZEL, Jesucristo, 91.
La afirmación bíblica de que Jesús resucitó de entre los muertos (Hch 3,15; Rom
8,11; 1 Co 15,20), supone que el Señor “conoció la muerte como todos los hombres y
se reunió con ellos en la morada de los muertos”, y es precisamente este lugar
llamado como sheol o infierno en el lenguaje bíblico (cfr. Hch 2,24; Flp 2,10; Ef 4,9; Ap
1,1,18; cfr. Cat.I.C. 632-633).
208
ESPEZEL, Jesucristo, 93; cfr. Cat.I.C. 635.
209
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 403-404.
210
Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 349-379.
El más antiguo testimonio de encuentro con el Resucitado es el narrado en 1 Co
15,3-8, que transmite el kerygma recibido y escrito verosímilmente a mediados de la
década del 50, relatando hechos ocurridos más de veinte años antes. Este testimonio
resume las distintas apariciones del resucitado con la comunidad cristiana.
En los evangelios sinópticos los relatos de la aparición tienen una estructura común.
Un primer encuentro de Jesús con una o varias mujeres, con un primer anuncio de uno
o dos ángeles, que se da a continuación del descubrimiento de la tumba vacía en un
lugar próximo. Jesús les confía la misión de advertir y convocar a los discípulos, quienes
por su parte no les creen (cfr. Mt 28,1-10; Mc 16,1-11; Jn 20,1-18). Un segundo
encuentro tiene lugar algún tiempo después, esta vez al grupo de los once ya reunidos,
en Galilea (Mateo) o Jerusalén (Lc 24,49). Este encuentro tiene un carácter fundacional
y decisivo: Jesús se hace reconocer, da instrucciones, envía a la misión, les da sus
poderes (Mateo y Marcos), promete (Lucas) o les da el Espíritu Santo (Juan), se
despide, y en Marcos es elevado ya al cielo ante sus ojos (cfr. Mt 28,16-20; Mc 16,14-
19; Lc 23,36-49; Jn 20,19-33).
En cuanto a las diferencias que ponen en evidencia los acentos teológicos de cada
evangelista, señalando solo algunas, puede observarse que en Lucas tanto esta
escena, como la sucesiva de la ascensión (cfr. Lc 24,50-53), están ambientadas en
Jerusalén y no en Galilea (cfr. Mt 28,16-20). Se puede apreciar, además, que sólo
Lucas insiste en el rol de la Escritura y su consiguiente interpretación cristológica para
comprender la necesidad de la pasión antes de la resurrección al tercer día (cfr. Lc
24,44-46). Finalmente, a diferencia de Juan, el Espíritu viene presentado como una
Promesa del Padre que se debe esperar en la ciudad (cfr. Lc 24,49), mientras que en
aquél, es un don que Jesús infunde en el mismo día de pascua (cfr. Jn 20,22).
En los distintos relatos pueden notarse como los testigos del Resucitado subrayan
su presencia (cfr. Hch 10,40-42). Los testigos se encuentran con Cristo que se
muestra a sí mismo presente y viviente, pero también, de algún modo, de paso e
inasible (cfr. Jn 20,17). Jesús aparece como el que se despide (cfr. Lc 24,23; Jn 20,14-
16). (Cat.I.C. 641-644).
211
ESPEZEL, Jesucristo, 97.
Jesús vive ahora para siempre en virtud de la resurrección. Jesús ha pasado al
Padre (cfr. Jn 16,28), es decir, ha pasado a una vida escatológica, incorruptible,
definitiva. El Señor, por haber experimentado la consumación del tiempo, vive para
siempre en la vida escatológica definitiva, ya no muere más. Por lo tanto, lo que la
esperanza judía, expresada en la apocalíptica, esperaba para el fin de los tiempos, ya
ha acontecido en él, ya se ha adelantado en él. El proceso salvífico de la resurrección
final ha comenzado en Jesús, el primogénito de entre los muertos (cfr. 1 Cor 15,20;
Col 1,18).
El teología bíblica expresa que la Resurrección es obra del poder de Dios Padre, en
la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Rom 8,11; 1 Ped 3,18), quien culmina su acción
creadora resucitando a Jesús de entre los muertos (cfr. Hch 2,24; 3,15; 4,10; 5,30;
10,40; Rom 8, 11; 2 Co 4,14; Ef 1,19-20; Col 2,12).
212
ESPEZEL, Jesucristo, 95.
Hebreos, la resurrección constituye la respuesta, la aceptación paterna de la oblación
sacrificial de amor de Jesús (Heb 9,11), quien a su vez se ha ofrecido libremente al
Padre (Jn 10, 17) por nosotros.”213
En los escritos paulinos se insiste en la manifestación del poder de Dios en Cristo por
la acción del Espíritu Santo, después de su resurrección de entre los muertos. En efecto,
el Espíritu ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso
de Señor (Cat.I.C. 648-650).
“No sólo Jesús es resucitado en la fuerza del Espíritu Santo (Rom 8,11), sino que
como Resucitado es el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15,45). Pablo se
refiere a ello en 2 Cor 3,17 llegando a firmar que "el Señor es el Espíritu", lo cual no
debe ser interpretado como una identificación personal, sino como expresión de una
estrechísima relación entre ambas personas, lo cual no significa que el Jesús terreno
se encuentra ya ungido por el Espíritu, y obra en su fuerza (cf. Mc 1,9-13; Lc 4,14;
Hech 10,38)...
5.- CONCLUSIÓN
213
ESPEZEL, Jesucristo, 100.
214
ESPEZEL, Jesucristo, 101-103.
De manera sintética, quizá demasiado, hemos abordado los temas ya tratados
ampliamente en su desarrollo histórico, tanto en la Biblia como en el desarrollo de la
formulación del dogma en los primeros siglos.
La llegada de la Palabra eterna de Dios “en la plenitud de los tiempos” para compartir
la condición humana y desde ella salvarnos, para hacernos partícipes de la vida divina,
más allá de la incuestionable razón salvífica, deja abierta la pregunta, si hubiese
acontecido la encarnación si el hombre no hubiese pecado. Sin entrar, por cierto, en ese
dilema que ocupo mucho tiempo de los teólogos del Medioevo, hemos preferido
extasiarnos frente al maravilloso intercambio de humanidad y divinidad que acontece en
la persona del Verbo eterno, y que ahora contemplamos como Jesús de Nazareth.
Se trata de misterios, por ello simplemente hemos deseado aproximarnos con respeto
y veneración para profundizar racionalmente en Jesús, Verbo hecho carne, Hijo de Dios
Resucitado, Señor de la historia y Salvador de la humanidad.
UNIDAD VIII: CREO EN EL ESPÍRITU SANTO QUE VIVE EN LA IGLESIA
1.- INTRODUCCIÓN
Luego, en los dos últimos apartados, veremos sobre todo al Espíritu Santo accionando
en la Iglesia y en la vida del cristiano. Nos detendremos en las mutuas relaciones
existentes entre el Espíritu y la Iglesia y sobre todo, en la misión tan indispensable que
tiene el Espíritu en las personas que creen. Se trata de verificar el vínculo existente entre
la donación del Espíritu y las realidades más capitales de toda vida cristiana, como son,
la filiación adoptiva en Cristo, su inhabitación en el fiel, mediante sus dones y frutos, a
quien unge, santifica, “deifica”, enseña a rezar y hace verdaderamente libre y pleno.
215
La Pneumatología es “la disciplina dogmática que versa sobre la esencia y la acción del Espíritu Santo como tercera
persona divina”; K. H. NEUFELD, “Pneumatología”, en W. BEINERT (dir.), Diccionario de Teología Dogmática, Ed.
Herder, Barcelona 1990, 543.
216
Cfr. L. SCHEFFCZYK, “La Encíclica sobre el Espíritu Santo. Balance realista y mensaje de esperanza para el
siglo que comienza”, en A. ARANDA (ed.), Trinidad y Salvación. Estudio sobre la trilogía trinitaria de Juan Pablo
II, Ed. Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 1990, 177.
El Espíritu Santo es el Amor mutuo entre el Padre y el Hijo, el nexo de unión entre
ambos y, por esta razón, el que une a los hombres con Dios “divinizándolos”. Él es la
Persona Amor que se nos entrega como Don para llenar nuestros corazones de caridad
(cfr. Rom 5,5), es decir, de amor a Dios y a todos los hombres. De ahí que, una de las
cuestiones claves de la santificación del cristiano sea la docilidad al Espíritu Santo, el
dejarse enriquecer por sus dones (cfr. Is 11,2-4) y el dejarse fructificar con sus frutos (cfr.
Gal 5,22). El auténtico protagonista de la vida espiritual del cristiano es el Espíritu Santo.
Él es el que nos guía, nos eleva, nos santifica, nos “diviniza”... a nosotros sólo nos toca
colaborar con Su obra.217
217
Cfr. L. F. MATEO SECO, Teología Trinitaria. Dios Espíritu Santo, Ed. Rialp, Madrid 2005, 11-16.
218
Según el título de una obra de V. DILLARD, Au Dieu inconnu, Ed. Beauchesne, París 1937. Para los motivos de
la general ignorancia en torno a la tercera persona de la Santísima Trinidad: falta de manifestaciones, falta de
doctrina, falta de devociones, etc., ver A. ROYO MARÍN, El Gran Desconocido. El Espíritu Santo y sus dones, Ed.
BAC 29, Madrid 19876, 3-12.
219
Cfr. N. CIOLA, “Espíritu Santo”, en P. EICHER (dir.), Diccionario teológico, vol. I, Ed. Herder, Barcelona 1989,
259-262. P. M. PAGANO FERNÁNDEZ, Espíritu Santo. Epíclesis. Iglesia. Aportes a la Eclesiología Eucarística,
Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1998, 14-38 habla en distintas oportunidades de la “nostalgia del Espíritu”:
en la cultura, en la sociedad, en la teología, etc.
220
CH. DUQUOC, Mesianismo de Jesús y discreción de Dios, Ed. Cristiandad, Madrid 1985, 23.
221
A partir de la década del 80’, la bibliografía (monografías, artículos, Sínodos, etc.) dedicada al estudio del Espíritu
Santo, se acrecentó notablemente. Entre otros, pueden verse: W. KASPER (ed.), Gegenwart des Geistes.
Aspekte der Pneumatologie, Ed. Herder, Freiburg 1979; Y. CONGAR, El Espíritu Santo, Ed. Herder, Barcelona
19912; E. LEEN, El Espíritu Santo, Ed. Rialp, Madrid 19983; PAGANO FERNÁNDEZ, Espíritu Santo, 1-393 (con
abundante bibliografía); Y. CONGAR, Sobre el Espíritu Santo, Ed. Sígueme, Salamanca 2003.
Al igual que ocurre con la fe, la teología debe estar necesariamente vinculada al
Espíritu Santo, pues el conocimiento creyente sólo es posible “en el Espíritu”. Él es el
único que permite decir “Jesús es el Señor” (1Cor 12,3). A partir de este supuesto, la
pneumatolgía debe “sí o sí” concientizar a las demás áreas teológicas de los rasgos
característicos que no pueden faltarle a la teología. Conocer al Espíritu Santo es
reconocer la necesidad que tenemos de tamaño “Mediador” si queremos contemplar
adecuadamente cualquier hecho salvífico y, más aún, el ser de Dios.222 Comencemos por
la Biblia.
El significado bíblico del hebreo “rûah” (Antiguo Testamento) y del griego “pneuma”
(Nuevo Testamento) es el de “viento”, “respiración”, “aire”, “aliento”; y, puesto que todo
esto es signo de vida, los dos términos significan “vida”, “alma”, “espíritu”. Así pues,
espíritu es una realidad dinámica, innovadora, creadora; es símbolo de juventud, de
viveza, de renovación. El dato bíblico nos presenta siempre al Espíritu como fuerza
activa que da vida, sustenta, guía y gobierna todas las cosas; pero al mismo tiempo el
Espíritu no se confunde con un sustrato corporal cósmico, como sucedía en algunas
filosofías y concepciones religiosas antiguas.223
En el Antiguo Testamento vemos que la acción de Dios consiste en decir una palabra,
en anunciar una promesa, en bendecir al hombre y al pueblo, en llamar e iluminar a sus
profetas… Resumiendo, en actuar en la humanidad para que sea más humana.225 En el
Nuevo Testamento, en cambio, la acción de Dios sobre los hombres se atribuye, con
mayor claridad, a la Palabra y al Espíritu Santo. Esta atribución de la iluminación
intelectual y de la capacidad de amar del hombre al Espíritu Santo, incita a contemplar
toda la gama de acciones que -teniendo como epicentro al Espíritu de la Verdad y del
Amor- se despliegan en la vida de Jesús, en la vida de la Iglesia y en la vida de los
cristianos.
222
Cfr. NEUFELD, “Pneumatología”, 545-546.
223
Cfr. R. ALBERT – C. WESTERMANN, “Espíritu (rûah)”, en J. BOTTERWECK (ed.), Diccionario Teológico del
Antiguo Testamento, vol. II, Ed. Cristiandad, Madrid 1985, 914-1447. Para una aclaración terminológica del
término “espíritu”, cfr. PAGANO FERNÁNDEZ, Espíritu Santo, 14-15.
224
Para profundizar el tema del Espíritu Santo en la Biblia, pueden verse, AA.VV, El Espíritu Santo en la Biblia, Ed.
Verbo Divino, Estella (Navarra) 1986; CONGAR, El Espíritu Santo, 29-89; L. H. RIVAS, El Espíritu Santo en las
Sagradas Escrituras, Ed. Paulinas, Buenos Aires 19982; L. F. MATEO SECO, Teología Trinitaria, 17-44.
225
Cfr. A. BONORA, El Libro de Qohelet, Ed. Herder, Barcelona 20003, 79.
A pesar de haber sido calificado como el “Gran Desconocido” (quizás por no haber
recibido la atención necesaria), del Espíritu Santo se nos brindan muchos elementos para
conocerlo, no sólo mediante su acción en nuestras almas, sino sobre todo en la Sagrada
Escritura que es donde primero incursionaremos para comenzar nuestro estudio
Pneumatológico. Lo haremos a partir del Antiguo Testamento y luego, ya explícitamente
en el Nuevo Testamento según se fue dando la evolución de Su revelación. Comenzando
por su aparición en los Sinópticos (sobre todo en relación a Jesús), seguiremos con los
Hechos y las cartas de Pablo (con su actuación mayormente eclesial y en la vida de cada
cristiano), para terminar con la reflexión más teológica de Juan.
En las diversas épocas históricas del Antiguo Testamento, la “rûah” va siempre unida
a un genitivo de especificación: generalmente referido al hombre, a la naturaleza o a
Dios. Cuando se relaciona con la naturaleza, el significado más común es el del “soplo
del viento”. Cuando se refiere al hombre, designa el aspecto vital, esencial del hombre: la
rûah va ligada al alma, al espíritu, bien a un nivel psicológico (sentimientos, emociones) o
a un nivel más profundo (centro de su espiritualidad). Rûah significa el carácter vivaz y
dinámico del ánimo humano (su individualidad); pero también, la intimidad del hombre,
algo así como su corazón.
226
Cfr. CIOLA, “Espíritu Santo”, 260. Para una muy buena síntesis del Espíritu en el Antiuo Testamento, cfr. R.
PENNA, “Espíritu Santo”, en P. ROSSANO – G. RAVASI – A. GUIRLANDA, Nuevo Diccionario de Teología
Bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 19902, 554-563.
Hay textos muy importantes, como Is 11,2-4, que marcan cierto progreso en la
evolución de la pneumatología del Antiguo Testamento; los poemas del Siervo de
Yahveh atribuyen al Espíritu, que era considerado siempre como propio del Señor, al
Mesías en términos personales, individuales: es decir, todo el Espíritu reposa sobre su
Mesías. El Espíritu le da al Mesías la función profética (proclamar el derecho) y la real-
carismática (traer la justicia y la liberación), Pero como el mesianismo del Antiguo
Testamento no está ligado solamente a la figura individual del Mesías, sino que todo el
pueblo constituye una comunidad mesiánica, entonces el Espíritu de Dios se derramará
sobre toda carne (Jl 3,1-2). Finalmente, en los umbrales del Nuevo Testamento nos
encontramos con una fecunda identificación entre el Espíritu y la Sabiduría.
La historia bíblica del Antiguo Testamento aparece guiada por grandes líderes
carismáticos que actúan bajo la inspiración divina y como instrumentos salvíficos de
Dios: Moisés, Josué, los jueces, los reyes (Saúl, David y Salomón)... son hombres
elegidos por Dios, habilitados por su llamada e investidos de fuerza para un
compromiso histórico. El Espíritu de Dios desciende sobre ellos, su fuerza los sostiene
y los anima. También los profetas, los grandes intérpretes de la historia bíblica y los
guías espirituales del pueblo en los siglos IX-IV son hombres llenos del Espíritu de
Dios. Los sabios poseen la Sabiduría divina que Dios da a los que la buscan y la
imploran; dicha sabiduría hace a los hombres capaces de de reconocer la presencia
de Dios en la historia cotidiana y de actuar según la voluntad divina.
- Es una fuerza carismática: que se manifiesta, por ejemplo, en los jueces (Jue
3,10) o en el poder que recibieron los reyes (1Sam 16,13) para llevar a cabo el
querer divino. Así, por ejemplo, el Espíritu de Dios aparece capacitando para la
guerra: “el Espíritu de Yahveh descendió sobre Otniel: él fue juez en Israel y salió
a combatir. Yahveh entregó en sus manos a Cusán Riseataim, rey de Edóm, y su
mano prevaleció sobre él” (Jue 3,10). Similares intervenciones del Espíritu se
227
Cfr. RIVAS, El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras, 5-28.
228
El COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, Ed. BAC, Madrid 1997, 49-60, le dedica
todo un capítulo al “Espíritu y la creación”.
describen con respecto a otros caudillos como Gedeón (Jue 6,34), Jetfé (Jue
11,29), Sansón (Jue 13,25; 14,6.19; 15,14). Lo mismo ocurrió cuando Dios ungió a
Saúl, derramó sobre él su Espíritu (1Sam 10,6-10; 11,7) y gobernó como primer
rey de Israel, tal como sucedió con su sucesor David (1Sam 16,13).
Para los Sinópticos resulta claro que la obra y el ser de Jesús están bajo el signo del
Espíritu Santo, que desciende sobre el Señor en el Bautismo de Juan (Mc 1,10) y que en
“cierto modo” lo empuja a su ministerio público, aunque, de hecho, ya estuvo actuando
desde su misma concepción (Mt 1,18; Lc 1,35). Según el libro de los Hechos, la Iglesia
nace gracias a Su efusión (Hch 2,4.17-21.38), y en ella opera a través de la fe de
múltiples formas, sobre todo resaltadas por Pablo en sus Cartas (cfr. 1Cor 12-14; Rom 8;
etc.). Ahora bien, la conexión entre la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y la obra de
Jesús, donde más está presente es en el Evangelio de Juan (cfr. Jn 14 al 16).
Tratar toda la actuación que tiene el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento, sería
interminable. Por lo tanto, en cada apartado que sigue, no afrontaremos algunos textos o
ideas capilares de los diferentes grupos de libros bíblicos, con la suficiente bibliografía
para que quien esté interesado, pueda profundizarlos.
229
Cfr. PENNA, “Espíritu Santo”, 563.
230
El desarrollo de estos tres momentos centrales de la relación entre el Espíritu y Jesús, fueron tomadas de
PENNA, “Espíritu Santo”, 563-568. Con muchos más detalles, también RIVAS, El Espíritu Santo en las Sagradas
Escrituras, 29-55 estudia estos momentos. Una presentación totalmente distinta, igualmente válida e interesante,
se la puede ver en B. SESBOÜÉ, Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI,
Ed. San Pablo, Madrid 20003, 448-454.
encontró que ella había concebido por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,18) y luego
cuando se le aparece el ángel a José y le dice: “No temas tomar contigo a María,
tu mujer, pues el hijo que ha concebido viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
La enseñanza dada por Jesús terreno sobre el Espíritu es lo que más difiere entre
los sinópticos y el cuarto evangelio. En los sinópticos Jesús se expresa con
notable parsimonia sobre el tema. No se encuentra ninguna enseñanza orgánica.
Aparte de la afirmación de que su comportamiento está marcado por el Pneuma
divino, Jesús habla del Espíritu sólo en cuatro momentos y según cuatro aspectos
diversos.
En segundo lugar, la frase: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar a sus
hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a
quienes se lo pidan?” (Lc 11,13; Mt 7,11). Este dicho forma parte de una
instrucción de Jesús sobre la oración incesante, y justamente el Espíritu Santo se
convierte en cifra de lo que de mejor Dios puede conceder al que ora.
- El Espíritu del resucitado: durante su vida terrena Jesús es sólo beneficiario del
Espíritu (como los profetas del Antiguo Testamento), pero no concesionario. Sin
embargo, de su vientre, como lo expresa figurativamente Juan, debían brotar “ríos
de agua viva” (cfr. Jn 7,38); y estas palabras se refieren “al Espíritu que habrían
de recibir los que creyeran en Él. Aún no había Espíritu, porque Jesús no había
sido aún glorificado” (Jn 7,39). Con esto se afirma el valor absolutamente
determinante de los acontecimientos pascuales (Muerte y Resurrección de Cristo)
como cambio decisivo en la historia de la salvación. Justamente con el don del
Espíritu, la pascua marca más que nunca la línea entre dos vertientes, entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento. Ahora ha llegado el tiempo en el que realmente
Jesús puede bautizar con Espíritu Santo (cfr. Mc 1,8). Pedro lo expresó bien el día
de Pentecostés: “Exaltado, pues, por la diestra de Dios, y habiendo recibido del
Padre e1 Espíritu Santo, objeto de la promesa, lo ha derramado. Esto es lo que
estáis viendo y oyendo” (Hch 2,33). Pero antes de convertirse en un Don otorgado
por medio de Jesús, el Espíritu le interesa a él personalmente y lo califica en su
nueva identidad de resucitado. La Pascua representa, pues, para Él como un
segundo nacimiento, cuando no ya la “carne”, sino el “Espíritu Santo” se convierte
en su nuevo principio constitutivo, que hace de Él, el “Hijo de Dios poderoso”.
El libro de los Hechos de los Apóstoles refleja una honda convicción: el Espíritu va
conduciendo permanentemente la vida y misión de la Iglesia naciente (cfr. Hch 6,5.10;
8,17.39; 10,45; 11,12.15; 13,2). Son muchos los que subrayan que el don del Espíritu
Santo es clave de la acción de la Iglesia, el secreto de su crecimiento. Por ello, en la
obra de Lucas, especialmente en los Hechos de los Apóstoles, no es sólo
cristocéntrica, sino sobre todo carismática.
En los Hechos, ni los Doce ni los representantes de Jerusalén tienen el control, sino
el Espíritu Santo. Él es Quien asegura la continuidad de la Iglesia de Jesús y es fuente
de la vitalidad de la misión cristiana: la Iglesia no existe para ella sino para el mundo,
para ser testigo de lo que Dios hace por Jesús; pero esto es imposible sin el Espíritu
Santo. De ahí que Hechos muestre poco interés por la Iglesia en sí misma y ponga
todo el acento en el crecimiento de la Iglesia a través de la proclamación de la Palabra
que, sin dudas, se lleva a cabo por la acción del Espíritu Santo tanto en los que la
escuchan como en los que la proclaman.231
231 Cfr. A. RODRÍGUEZ CARMONA, “La obra de Lucas (Lc-Hch)”, en R. AGUIRRE MONASTERIO – A.
RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Introducción al Estudio de la Biblia
6, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 2000, 345. También CONGAR, El Espíritu Santo, 70-75 y MATEO SECO,
Teología Trinitaria, 40-44 desarrollan este tema.
Para abordar ¿cómo concibe Lucas (autor del libro de los Hechos) la acción del
Espíritu y con qué características particulares?, veremos algunos elementos
“decidores” de cuánto es importante el Espíritu en los Hechos de los Apóstoles:
- Uso del término: mientras en el Evangelio de Lucas aparecen las frases del
Bautista referente al bautismo del espíritu (Lc 3,16) y la descripción de la bajada
del Espíritu sobre Jesús en el Jordán (Lc 3,21-22), comunes con Mt y Mc y
además dos intervenciones de Jesús hablando del Espíritu Santo: la primera
prometiendo Su asistencia a los cristianos frente a los tribunales y la segunda
poniendo en guardia frente al pecado contra el Espíritu (cfr. las dos en Lc 12,10),
acá en el libro de los Hechos, en más de 20 oportunidades se dice que alguien
(los apóstoles, los cristianos) estaban o quedaron "llenos del Espíritu Santo".
- Efectos del Espíritu: en algunos textos el Espíritu es asimilado a una fuerza que
viene de Dios (Hch 1,8; 10,38) y que habilita a sus destinatarios para un
testimonio franco y valiente del anuncio de la resurrección del Jesús de Nazaret.
Dos características marcan esta habilitación del Espíritu en favor de la misión
evangelizadora: la libertad y la sabiduría. La primera característica está expresada
por el término griego “parresia” que abarca toda una gama de connotaciones
agrupadas bajo los términos castellanos libertad de palabra, franqueza, audacia,
valentía, y confianza. Se refiere a aquella libertad y confianza que maduran a
partir de los conflictos y que se fundan sobre la conciencia de un compromiso
histórico. El Espíritu es la garantía y la fuente de esta confianza en el anuncio
(Hch 2,29; 4,13.29-31; 28,31).
El Espíritu aporta, además, una tonalidad de paz y de consuelo: “la Iglesia gozaba
de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la
fidelidad al Señor, y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo” (Hch 9,31; cfr.
Hch 2,4). “Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo” (Hch
13,52). La alegría es un tema que aparece a menudo en la obra lucana; expresa
la actitud de la persona que ha recibido la gracia de Dios y que ha quedado
transformada por ella.
El Espíritu reactiva y cualifica a algunos miembros de la comunidad con todas las
capacidades para ejercer un servicio pastoral y una animación comunitaria. La
misión pastoral está animada por el Espíritu: “un día que ayunaban y daban culto
al Señor, dijo el Espíritu Santo: “apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a
que los he llamado”. Volvieron a ayunar, les impusieron las manos y los
despidieron” (Hch 13,2-3). En su discurso de despedida, Pablo recuerda a los
ancianos de la Iglesia de Efeso que su misión de pastorear y cuidar a la
comunidad es debida a la iniciativa del Espíritu que los ha elegido y los ha
capacitado para ello: “Tengan cuidado de ustedes y del rebaño que el Espíritu
Santo les ha encargado, como pastores de la Iglesia de Dios, que Él adquirió con
su propia sangre” (Hch 20,28). En definitiva, es el Espíritu quien convoca a los
creyentes a formar comunidad, sostiene su perseverancia y su fidelidad, ayuda a
madurar las nuevas elecciones pastorales, promueve a algunos miembros a
desarrollar compromisos pastorales y de servicio.
232
Cfr. J. A. FITZMYER, “Teología paulina”, en J. A. FITZMYER – R. E. BROWN – R. E. MURPHY (eds.), Nuevo
Comentario Bíblico San Jerónimo, Ed. Verbo Divino, Madrid 2004, 1396-1397. Para profundizar el tema del
Espíritu en las Cartas de Pablo, cfr. RIVAS, El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras, 57-74.
233
Cfr. G. M. NÁPOLE, “Elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios” (Rm. 1,1), Apuntes realizados por el autor,
Buenos Aires 2008, 26.
234
Habría muchos otros textos significativos, como por ejemplo, 2Tes 2,13 que habla de la salvación “mediante la
santificación del Espíritu y la fe en la verdad”; Rom 1,4 que presenta a Jesús constituido como Hijo de Dios por la
fuerza “del Espíritu de santificación y resurrección”; Ef 1,17 que presenta también a Jesús dando a los creyentes el
“espíritu de santificación y revelación”.
manera que tienen de calificar al Espíritu Santo, el modo de presentar su origen divino,
la función que el Espíritu realiza en la Comunidad o en cada hombre. Los textos
seleccionados son235:
- Rom 5,5: “La esperanza no engaña, porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.
La expresión “derramado en”, indica la permanencia del don en nuestros
corazones que, justamente, por ser Don, es decir, auto-comunicación de Dios,
“nos ha sido dado”. He aquí lo propio del Espíritu. Sin embargo, la idea central es
que “el amor de Dios ha sido derramado por el Espíritu”. Esta partícula (“por”)
puede indicar instrumentalidad, o sea, el canal que hace de intermediario en la
comunicación (“por” teléfono) o bien, el hecho inmediato de la comunicación (“por”
mí mismo, en persona). En Rom 5,5 no indicaría mediación instrumental sino la
comunicación inmediata del mismo Espíritu que es pura comunicación. Podríamos
decir: El amor con que Dios nos ama se ha interiorizado por el Espíritu Santo.
235
Resumimos la propuesta de J. M. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino. Revelación de Dios,
Salvación del hombre, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 19794, 497-501.
Espíritu de filiación tiene como punto culminante la primera palabra del Padre
Nuestro de Jesús: “Abba”.236
El Espíritu de Dios sintoniza con nuestro espíritu. Se junta con nuestro espíritu y
da testimonio interior de que somos hijos de Dios. Nuevamente hay que decir: no
es que experimentemos al Espíritu, sino que el Espíritu nos hace experimentar la
liberación y la filiación propias de Jesús. Esta sintonía-amistad, podríamos decir,
entre el Espíritu de Dios y el espíritu del hombre, crea en nosotros la esperanza,
esa sí la podemos verificar, de que la comunicación, el progresivo entendimiento
entre las personas, la clarificación de las situaciones contradictorias, es, a pesar
de todo, siempre posible en el ímpetu y en la claridad del Espíritu de Jesús, quien
al dar, en nuestro espíritu, testimonio de que somos realmente hijos, nos impulsa
y clarifica para actuar como tales: como verdaderos “hermanos”.
- Gal 4,4-6: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo,
nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a
236
Aunque el término arameo “Abba” que destaca el aspecto de intimidad y cariño, no se ve tan evidente en el
término griego “Pater”; cfr. J. JEREMÍAS, “Abba”. El mensaje central del Nuevo Testamento, Ed. Sígueme,
Salamanca 1981, 70; RIVAS, El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras, 62.
237
J. I. GONZÁLEZ FAUS, El acceso a Jesús, Ed. Sígueme, Salamanca 1978, 168.
fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: “¡Abba, Padre!”“.
Con respecto a Pablo prevalecen las diferencias. Por ejemplo, en las comunidades
paulinas el Espíritu Santo no es un tema del que se habla, sino una realidad viva,
presente en ellas a través del inquieto dinamismo de los dones espirituales: hablar en
lenguas, la palabra profética, los distintos ministerios eclesiásticos, etc. (cfr. 1Cor 12-
14). Además, la unidad del cuerpo con los diversos miembros que lo componen, es la
comparación adecuada para referirse a la unidad de la comunidad donde se expresan
los diferentes dones espirituales (1Cor 12,4-26; Rom 12,3-8). En este clima se en-
tiende el fenómeno del "entusiasmo" que lleva a algunos creyentes a asumir ciertas
actitudes extremas (cfr. 1Cor 5,1-5; 6,1-20; 12,1-3). Estas formas de experiencia del
Espíritu no están presentes en la comunidad joánica. Por lo menos, no pueden
deducirse a partir de los datos contenidos en el Evangelio. Sin embargo, esto no
significa que el Espíritu se ha convertido más en un tema de reflexión que en el objeto
de una experiencia viva. A su modo, la comunidad de Juan testimonia una experiencia
del Espíritu, pero el lenguaje es demasiado estilizado como para poder precisar la
forma concreta de tal experiencia. De expresiones como: "Ustedes lo conocen" o "El
Espíritu permanece entre ustedes" (Jn 14,17) no es mucho lo que se puede recabar.
238
El presente apartado fue tomado de los aportes de H. LONA, El Evangelio de Juan. El relato. El ambiente. Las
enseñanzas, Ed Claretiana, Buenos Aires 20042, 123-129. Quien dedica varias páginas al estudio de estos
mismos textos, es RIVAS, El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras, 75-119 y G. FERRARO, Lo Spirito nel
Quarto Vangelo, Ed. Paideia, Brescia 1984.
expresa la conciencia de los creyentes de saberse acompañados y guiados por el
Espíritu en el tiempo posterior a la muerte y resurrección de Jesús. La división de la
historia de la salvación en “tiempo de Jesús” y “tiempo del Espíritu” dado a los fieles es
aún más clara que en la obra de Juan por la importancia, para la vida y desarrollo de la
Iglesia, de la venida del Espíritu en Pentecostés (Hch 2,1-13). Pero el Espíritu tiene la
misma función legitimante del quehacer eclesial (cfr. Hch 10,47; 13,2; 15,28) que el
Paráclito en Juan. La fuerza del Espíritu es la que mueve a los apóstoles a dar
testimonio de su fe en todo el mundo habitado (cfr. Hch 1,8; 4,8) porque el mismo
Espíritu actúa como testigo (Hch 5,32).
- Jn 14,25ss: “Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el
Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará
todo y les recordará todo lo que les he dicho”.
Este texto se encuentra en la parte conclusiva del primer discurso de despedida.
Jesús ya no hablará mucho más con sus discípulos, pues se acerca la hora de su
Pasión. Pero la comunidad no queda librada a la fuerza de su propia memoria
para recordar el mensaje de Jesús. El Paráclito tiene una función didáctica sin
límites, y Él es Quien mantendrá vivas las palabras de Jesús en la comunidad.
- Jn 16,7-11: “Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya,
porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes (...) Y cuando él venga,
probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que me voy al Padre y
ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido
condenado”.
Nótese el marco jurídico que rodea al texto. El intercesor aquí es, sobre todo, el
abogado defensor de Jesús, que se convierte al mismo tiempo en el acusador de
sus enemigos, anunciando ya la sentencia que pronunciará cuando venga. En la
sentencia se explica el motivo por el que el acusado -el mundo- es declarado
culpable. La comunidad vive el asedio del mundo hostil. Pero esta realidad
negativa no la atemoriza ni le quita la esperanza. La presencia del Espíritu le
transmite la certeza de que no puede sucumbir frente a estas adversidades.
- Jn 16,12-16: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las
pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que
ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de
lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les
digo: “Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”“.
Aunque en el texto no aparece la palabra Paráclito, hay que suponerla, ya que se
trata de la continuación del párrafo anterior (16,7-11) pero con una temática
diferente. Las primeras palabras recuerdan la función didáctica y recordatoria del
Paráclito (14,25ss). Si en el "ahora" de los discursos de despedida la comunidad
no es capaz de soportar las palabras de Jesús, esto es posible en el "ahora" real
que viven los creyentes cuando los discursos son leídos. El Espíritu actúa de guía
por el camino que lleva a la verdad plena. A diferencia del texto anterior, aquí, el
Paráclito aparece en una íntima relación con el Padre y el Hijo.
Como Jesús revela lo que escuchó del Padre (8,26; 15,15), así también el Espíritu
dirá lo que ha escuchado y anunciará también todo lo que vendrá. Él mismo actúa
241 Para el estudio del significado de “pecado”, “justicia” y “juicio”, véase la Encíclica DoV 27-30.
como el Padre, glorificando a Jesús. Lo que anunciará no es sólo lo que escucha
del Padre, sino lo que recibe del Hijo (v.14). La afirmación "Todo lo que es del
Padre es mío" (v.16) cierra el círculo de comunicación entre el Padre, el Hijo y el
Paráclito.
La doctrina del Espíritu Santo conoció un lento caminar. Comprender y aceptar que
es una Persona divina, que guía a la Iglesia y que habita en los cristianos haciendo de
ellos un Templo, tuvo que superar no pocas dificultades de interpretación y de
conceptualización.
Estas realidades estuvieron siempre presentes en los Padres antes de Nicea; pero
hasta el siglo IV la doctrina pneumatológica consistió en alusiones sencillas o en
afirmaciones escuetas. Así lo demuestra el discurso de Pedro, núcleo esencial del
mensaje cristiano, el día de Pentecostés: “Varones israelitas, escuchen estas
palabras… A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
242
Este tema está ampliamente desarrollado en MATEO SECO, Teología Trinitaria, 73-97. Además, cfr. CONGAR,
El Espíritu Santo, 92-101.
Exaltado, pues, a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo,
ha derramado esto que ustedes ven y oyen… Por tanto, sepa con toda seguridad la
casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien ustedes
han crucificado” (Hch 2,22-36). La experiencia y el testimonio apostólico estaba
condensado en pocas frases: Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos, lo
había ungido con Espíritu y poder (Hch 10,34) y lo había constituido Señor y Cristo,
cumpliendo así la promesa del Espíritu.
La fórmula neta y definitiva del llamado Símbolo de los Apóstoles, a comienzos del
siglo IV, estaba ya suficientemente testimoniada no sólo en la Catequesis de las
ceremonias de Bautismo, sino también en las Liturgias Eucarísticas. En ellas, eran
muy frecuentes las oraciones o alabanzas finales como, por ejemplo, la que decía:
“Concede que todos aquellos que toman parte en tus cosas santas sean una cosa
contigo (al Padre), de forma que sean llenos del Espíritu Santo para la confirmación de
la fe en la verdad y que puedan dirigirte a Ti y a tu Hijo amado, Jesucristo, una
doxología, por la cual te sea dada toda alabanza y gloria con el Espíritu Santo por
siempre jamás”.245 Las primeras comunidades cristianas, a diferencia de las judías,
adoptaron la costumbre de comenzar y terminar todas sus oraciones con una alabanza
dirigida a Dios por medio del Hijo en el Espíritu Santo.
243
Cfr. B. STUDER, El Dios Salvador de los Padres de la Iglesia, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1993, 55-
56.
244
Cfr. J. MOINGT, Théologie Trinitaire de Tertullien, I, Paris 1966, 85-86.
245
Cfr. A. HAMMAN, Oraciones de los primeros cristianos, Ed. Rialp, Madrid 1956, 16-17.
Según san Ireneo, el cristiano es ante todo un hombre que cree en la Santísima
Trinidad: “Es una tradición segura que nos viene de los Apóstoles, que nos hace
recibir una misma y única fe, creyendo todos en un sólo y mismo Dios, el Padre;
creyendo todos en la misma economía de la encarnación del Hijo de Dios,
reconociendo todos el mismo don del Espíritu” (Adv. Haer. 5, 20, 1).
A la hora de formular la fe en el Espíritu Santo, por una parte, había que dar
respuesta a las dificultades que se iban planteando y, por otra, proteger el cristianismo
contra las tendencias (como el monoteísmo judío, el politeísmo pagano, la excesiva
intelectualización, etc.) que amenazaban al cristianismo.
La definición del Concilio de Constantinopla fue una de las primeras en aclarar los
atributos del Espíritu Santo: “es el Señor” (el mismo apelativo que se concedía a
Yahveh y a Jesús), “da la vida de los hijos de Dios”, es decir, santifica, diviniza, “es co-
adorado y co-glorificado”, “procede del Padre”, aunque no se precisa la relación Hijo-
Espíritu (Dz 150). Evidentemente, el argumento principal para afirmar la divinidad del
Espíritu Santo fue el soteriológico (lo mismo que ocurrió en el Concilio de Nicea): si
somos rescatados y divinizados por el Espíritu, es porque el Espíritu Santo es Dios. La
opinión de los padres capadocios en Oriente se hizo sentir en el Concilio de
Constantinopla y en la especulación griega posterior que estará siempre marcada por
el equilibrio entre la reflexión sobre la Trinidad en sí misma y su manifestación
histórico-salvífica.
246
CIOLA, “Espíritu Santo”, 261-262. La formulación de la doctrina trinitaria la encontramos explicada en LADARIA,
El Dios vivo y verdadero, 347-355 y, minuciosamente, en CONGAR, El Espíritu Santo, 447-645 y MATEO SECO,
Teología Trinitaria, 116-145 (con abundante bibliografía).
matiz que nos la revela un poco mejor. Lo mismo sucede al abordar la simbología con
que se lo ha identificado a lo largo de toda la historia.
En Dios hay una sola inteligencia, una sola voluntad, un solo poder, una sola
majestad porque hay una sola naturaleza divina. Pero en la vida íntima de Dios, al
haber distinción de personas, también hay distinción de operaciones y de relaciones
mutuas. De esta distinción proceden los nombres y símbolos con los que se los ha
llamado o representado a cada una de las Personas divinas.
Veamos, pues, los nombres que pertenecen al Espíritu Santo de una manera propia
y perfecta, y cuáles otros sólo por una muy razonable apropiación. A continuación,
examinaremos brevemente aquellos símbolos con que se lo identificó, primero en la
Sagrada Escritura y que no tardaron en ser asumidos por la Tradición y la Liturgia.
Según santo TOMÁS DE AQUINO, los tres nombres más propios y representativos de
la tercera persona de la Santísima Trinidad son. “Espíritu Santo”, “Amor” y “Don”
(Suma Teol. I q 36.38).247
- Espíritu Santo: si se consideran por separado las dos palabras que componen
este nombre, les convienen por igual a las tres personas divinas. Las tres son
Espíritu y las tres son santas. Pero, si las tomamos juntas, como un sólo nombre,
es exclusiva de la tercera persona divina. De hecho, es su nombre más conocido.
Así lo dice el Catecismo: “El nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos
con el Padre y el Hijo es “Espíritu Santo”. La Iglesia ha recibido este nombre de
Jesús y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cfr. Mt 28,19)... Jesús
utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la
novedad trascendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu
divino (Jn 3,5-8). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a
las tres personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la Liturgia y
el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco
posible con los demás empleos de los términos “espíritu” y “santo” (Cat.I.C. 691).
Ciertamente que “Espíritu Santo” es una expresión típica del Nuevo Testamento.
La encontramos 70 veces. Aparece como el clima de santidad que circunda a la
nueva comunidad de Jesús, así como el principio de santificación del hombre.
Sin embargo, aunque sean pocos los casos en los que el Espíritu de Yahveh, en el
Antiguo Testamento, recibe el nombre de Santo (el “Espíritu Santo”)248, algunos hay.
Aparece en el Sal 51,13 como fuerza santificadora. La expresión, también está en
Sab 1,5 y 9,17, relacionada con el espíritu de sabiduría (cfr. Dt 34,9), de inteligencia
247
Para el desarrollo de este punto, cfr. A. ROYO MARÍN, El Gran Desconocido, 28-30.
248
Cfr. CIOLA, “Espíritu Santo”, 260.
(cfr. Eclo 39,6), de gracia y ternura (cfr. Zac 12,10), con el Espíritu nuevo de Ez
36,26 y con el Espíritu mesiánico de sabiduría, inteligencia, etc., de los dos grandes
textos de Is 11,2 y 61,1.249
- Amor: la palabra “amor” referida a Dios, también puede llevar a equívocos; pues,
esencialmente, es común a las tres personas divinas, mientras que
personalmente, sólo conviene al Espíritu Santo. Puede afirmarse que el Padre y el
Hijo se aman en el Espíritu Santo, entendiendo esta fórmula de amor originante;
porque en este sentido amar no es otra cosa que espirar el amor, como hablar es
producir el verbo, y florecer es producir flores.250
- Don: los santos Padres y la liturgia de la Iglesia (Himno “Veni, Creator Spiritus”)
emplean con frecuencia la palabra don para designar al Espíritu Santo, lo cual
tiene su fundamento en la Sagrada Escritura (cfr. Jn 4,10; 7,39; Hch 2,38; 8,20).
Pero existe la misma distinción que en el ítems anterior. Esencialmente, significa
todo lo que graciosamente puede ser dado por Dios a las criaturas racionales ya
sea de orden natural o sobrenatural. En este sentido conviene por igual a las tres
divinas personas y a la misma esencia divina, en cuanto que, por la gracia, puede
la criatura racional gozar y disfrutar de Dios. En cambio, en sentido personal el
nombre don corresponde exclusivamente al Espíritu Santo, el cual, por lo mismo
que procede por vía del amor (del Padre y del Hijo), tiene razón de primer don,
porque el amor es lo primero que damos a una persona siempre que le
concedemos alguna gracia.251
Como nos enseña JUAN PABLO II en la Encíclica Dominum et vivificantem 10, Dios,
en su vida íntima, “es amor” (1Jn 4,8.16), amor esencial, común a las tres
Personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y
del Hijo. Por esto “sondea hasta las profundidades de Dios” (1Cor 2,10), como
Amor-don increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios
uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las
Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios “existe” como don. El Espíritu
Santo es pues la expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es
Persona-amor. Es Persona-don. Tenemos aquí una riqueza insondable de la
realidad y una profundización inefable del concepto de persona en Dios, que
solamente conocemos por la Revelación. “Únicamente en el Espíritu como Amor-
Don, se muestra la historia como lugar de la actuación y presencia de Dios con
vistas al hombre, dicho de otro modo, sólo así pueden conocerse las verdades del
Evangelio como tales”.252
249
Cfr. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino, 487.
250
Para profundizar sobre el Espíritu Santo, “Amor”, cfr. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino, 37-455;
LEEN, El Espíritu Santo, 41-59 y LADARIA, El Dios vivo y verdadero, 337-346.
251
Para profundizar sobre el Espíritu Santo, “Don”, cfr. LEEN, El Espíritu Santo, 141-167; el libro de R. LAVATORI,
Lo Spirito Santo dono del Padre e del Figlio. Ricerca sull'identità dello Spirito come dono, Ed. EDB, Bologna 1998
y en particular, LADARIA, El Dios vivo y verdadero, 327-337.
252
K. H. NEUFELD, “Espíritu Santo”, en W. BEINERT (dir.), Diccionario de Teología Dogmática, Ed. Herder,
Barcelona 1990, 264. Además, F. GIARDINI, El Dios que da la vida, Ed. EDICEP, Milán 1989, 28-31 dedica un
comentario muy interesante a la encíclica DoV 10 con el título “El E.S. es la expresión personal del amor-don
divino, tanto hacia el interior como hacia el exterior de la Santísima Trinidad”, como asimismo el ítems “El Espíritu
es Amor y Don” de SESBOÜÉ, Creer, 465-466.
De modo que, el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es
amor y don (increado) del que deriva como de una fuente toda dádiva a las
criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la
creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la
salvación. Como escribe el apóstol Pablo: “El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5).
Los apelativos, en cambio, son mucho más numerosos (cfr. Cat.I.C. 692). Estos son
los que la Sagrada Escritura, la tradición cristiana y la liturgia de la Iglesia apropia al
Espíritu Santo por la gran afinidad o semejanza que existe entre ellos y los caracteres
propios de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Todos ellos, bien meditados,
encierran grandes enseñanzas prácticas para intensificar en el creyente el amor y la
veneración al Espíritu santificador, a cuya perfecta docilidad y obediencia está
vinculada toda marcha progresiva y ascendente hacia la santidad.
Finalmente, entre los varios símbolos que sobre todo la Sagrada Escritura nos
ofrece como representaciones del Espíritu Santo, están:
- Óleo: la unción con el óleo es también significativa del Espíritu Santo, hasta el
punto de convertirse en sinónimo suyo (cfr. 1Jn 2,20.27; 2Cor 1,21). En la Antigua
Alianza hubo "ungidos" del Señor (cfr. Ex 30,22-32), pero Jesús es el Ungido de
una manera única: La humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el
Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" (que significa “Ungido”) por el
Espíritu Santo (cfr. Lc 4,18-19). Así el Padre da a su Hijo al mundo, y el Espíritu lo
conduce para anunciar la buena noticia a los pobres (cfr. Mt 12,18). El texto
fundamental, que presenta la acción liberadora y justificadora de Jesús-Mesías,
dice que “Dios lo ungió con el Espíritu Santo y pasó haciendo el bien” (Hch 10,38).
Jesús de su plenitud dará el Espíritu a la Iglesia, y la Iglesia mediante el
sacramento de la Confirmación ungirá con el Espíritu Santo a los fieles para
realizar la plenitud de Cristo (cfr. Ef 4,13), el Cristo total (cfr. Cat.I.C. 695). Es el
símbolo que visibiliza la unción espiritual de Jesús y de los cristianos.
255
Para profundizar sobre este apelativo, cfr. LEEN, El Espíritu Santo, 211-215.
llenó de Él (cfr. Hch 2,3-4). El fuego todo lo transforma en fuego, el Espíritu hace
que todo sea espiritual (cfr. Cat.I.C. 696).
- Viento: símbolo del Espíritu que conduce y mueve a los hombres. Conduce a
Jesús al desierto (Mt 4,1; Mc 1,12); lo devuelve a Galilea (Lc 4,14); lo envía a la
misión de la que brota la Iglesia (Hch 13,4). La expresión “dejarse llevar por el
Espíritu” (Gal 5,18) está en esta línea. Asimismo mueve a David (Mt 22,43; Mc
12,36); a Simeón (Lc 2,25-27); arrebata a Felipe (Hch 8,39); mueve a Agabo a
profetizar (Hch 11,28). Mueve a hablar, a confesar, a predicar. El Espíritu es quien
nos enseña lo que debemos decir (Mt 10,20; 13,11; Lc 12,12), como antes movía
a hablar a los profetas. Habla por boca de David (Hch 1,16; 4,25; 8,29; 10,19;
11,12; 13,2; 21,11); por boca de Isaías (Hch 28,25). Es Dios quien inspira a los
profetas (Hch 1,2; Ap 22,6). El Espíritu mueve a confesar a Jesús. La confesión de
Jesús, propia de los discípulos y de la comunidad, se realiza “en el Espíritu Santo”
(1Cor 12,3). De modo semejante, nuestro conocimiento espiritual proviene del
Espíritu: consiste en “palabras aprendidas del Espíritu” (1Cor 2,12-13). El símbolo
del viento, entonces, sugiere el movimiento hacia el Reino de Dios que el Espíritu
imprime en los fieles irrumpe libremente (cfr. Jn 3,8).256
- Nube y Luz: son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo (cfr.
Cat.I.C. 697). Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la nube revela al Dios
vivo y Salvador, tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su gloria: con
Moisés en la montaña del Sinaí (cfr. Ex 24,15-18), en la Tienda de Reunión (cfr.
Ex 33,9-10) y durante la marcha por el desierto (cfr. Ex 40,36-38) como con
Salomón en la Dedicación del Templo (cfr. 1Re 8,10-12). Estas figuras encuentran
su pleno cumplimiento con Cristo gracias al Espíritu Santo. Él es quien desciende
sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que conciba y dé a luz a
Jesús (cfr. Lc 1,35). En la Transfiguración Él es quien "vino en una nube y cubrió
con su sombra" a Jesús, a Moisés, a Elías y a Pedro, a Santiago y a Juan (cfr. Lc
9,34-35). Será la misma nube que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos en
la Ascensión (cfr. Hch 1,9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su
segunda venida (cfr. Lc 21,27).
- Sello: indica una marca imborrable. Así como Dios ha marcado con su sello a
Cristo (Jn 6,27), el Padre nos marca con su sello también a nosotros. San Pablo
dice que hemos sido “sellados con el sello del Espíritu Santo prometido” (Ef 1,13;
4,30), y también que “es Dios quien nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha
sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2Cor 1,21-
22). Somos de Dios, le pertenecemos. Por eso en los sacramentos del Bautismo,
la Confirmación y el Orden, se recibe una unción del Espíritu Santo que produce
una marca imborrable llamada "carácter" y es por una sola vez, no puede ser
reiterada (cfr. Cat.I.C. 698).
256
Cfr. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino, 504-506.
Santo, la Iglesia lo sigue conservando en los sacramentos y sacramentales (cfr.
Cat.I.C. 699).
- Paloma: este es uno de los símbolos que representan al Espíritu Santo más
conocidos, muy tradicional en la iconografía cristiana. Ya estaba presente en el
Antiguo Testamento: al final del diluvio, la paloma soltada por Noé vuelve con una
rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cfr.
Gn 8,8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo en
forma de paloma, baja y se posa con suavidad sobre Él (cfr. Mt 3,16). El Espíritu
desciende y reposa en el corazón purificado de los que reciben el Bautismo y la
Confirmación. (cfr. Cat.I.C. 701). Hay un movimiento de encuentro recíproco, en
virtud del cual mientras Jesús asciende del agua, el Espíritu Santo desciende
sobre él, como si se en contaran el cielo y la tierra, lo divino y lo humano: es la
característica del Bautismo de Cristo. El movimiento gratuito y suave de descenso
del Espíritu aparece simbolizado por la paloma.257
Una vez “consumada” la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la
tierra (cfr. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de
santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan
acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cfr. Ef 2,18). Él es el
Espíritu de vida por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado,
hasta que en Cristo resuciten sus cuerpos mortales (cfr. Rom 8,10-11; LG 4).
257
Cfr. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino, 502.
ocasión de la fiesta, para dar testimonio de Cristo por el poder del Espíritu Santo. De
este modo se cumple el anuncio: “Él dará testimonio de mí. Pero también ustedes
darán testimonio, porque están conmigo desde el principio” (Jn 15,26ss).
El Espíritu Santo “obraba ya, sin duda, en el mundo antes de que Cristo fuera
glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés descendió sobre los discípulos para
permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se manifestó públicamente ante la
multitud; comenzó la difusión del Evangelio entre los paganos” (AG 4).
La “era de la Iglesia” empezó con la “venida”, es decir, con la bajada del Espíritu
Santo sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén junto con María, la
Madre del Señor (Hch 1,14). Dicha era empezó en el momento en que las promesas y
las profecías, que explícitamente se referían al Paráclito, el Espíritu de la verdad,
comenzaron a verificarse con toda su fuerza y evidencia sobre los apóstoles,
determinando así el nacimiento de la Iglesia.258
258
Son varios los autores que dedicaron obras completas a la temática del Espíritu Santo y la Iglesia. Para
profundizar en la misma, pueden verse, por ejemplo, H. MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, Ed.
Secretariado Trinitario, Salamanca 1974; J. MOLTMANN, La Iglesia, fuerza del Espíritu, Ed. Sígueme,
Salamanca 1978; AA.VV., “El Espíritu Santo, vida y lz en la Iglesia”, en Revista de Espiritualidad 166 (1983); F. X.
DURRWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia, Ed. Sígueme, Salamanca 1986; PENNA, “Espíritu Santo”, 570-573;
CONGAR, El Espíritu Santo, 205-270; A. GUERRA, “Espíritu Santo”, en S. de FIORES – T. GOFFI – A. GUERRA
(dir.), Diccionario de conceptos teológicos, Ed. Paulinas, Madrid 19914, 649-653; COMISIÓN PASTORAL Y
MISIONERA DEL GRAN JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu que es Señor y da vida, Ed. Conferencia
Episcopal Argentina, Buenos Aires 1998, 23-36 (con orientaciones pastorales); etc.
5,22); con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la
conduce a la unión consumada con su Esposo (LG 4).
En la catequesis del 8 de Julio de 1998, JUAN PABLO II, recordaba palabras de sus
antecesores referentes al Espíritu Santo y a la Iglesia: “Si Cristo es la cabeza de la
Iglesia, el Espíritu Santo es su alma”. Así lo afirmaba LEÓN XIII (1897) en la encíclica
Divinum illud munus (Dz 3.328). Y después de él, PÍO XII en la encíclica Mystici
Corporis (1943) explicitando que “el Espíritu Santo en el cuerpo místico de Cristo es “el
principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del
cuerpo místico”“ (Dz 3.808).
Ya san AGUSTÍN lo decía catorce siglos antes: “lo que nuestro espíritu, o sea,
nuestra alma es para nuestros miembros, lo mismo es el Espíritu Santo para los
miembros de Cristo, para el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia” (Serm. 267, 4).
El Espíritu que habita en la Iglesia mora también en el corazón de cada fiel: “es el
dulce huésped del alma”. Entonces, seguir un camino de conversión y santificación
personal significa dejarse “guiar” por el Espíritu (cfr. Rm 8,14), permitirle obrar, orar y
amar en nosotros. “Hacernos santos” es posible, si nos dejamos santificar por aquel
que es el Santo, colaborando dócilmente en su acción transformadora. Por eso, para
el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos, “es necesario suscitar en
cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de
renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa y de solidaria
acogida del prójimo, especialmente del más necesitado” (TMA 42). Podemos
considerar que el Espíritu Santo es como el alma de nuestra alma y, por tanto, el
secreto de nuestra santificación. ¡Permitamos que su presencia fuerte y discreta,
íntima y transformadora, habite en nosotros!259
El Espíritu Santo crea la koinonía (comunión) de la Iglesia, une los fieles a Cristo y
entre sí. Pues el Espíritu distribuye la variedad de sus dones en la unidad de la Iglesia.
El Espíritu Santo es el vínculo de unión del misterio de la Trinidad, modelo y fuente de
la unidad de la Iglesia.260
En una de las oraciones iniciales de la Misa, el sacerdote se dirige a los fieles con las
mimas palabras de Pablo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la
comunión del Espíritu Santo esté con ustedes” (2Cor 13,13). “Estas palabras encierran
la verdad de la unidad en el Espíritu Santo como unidad de la Iglesia”.261 Como decía
san AGUSTÍN, “la comunión de la unidad de la Iglesia es casi una obra propia del Espíritu
Santo con la participación del Padre y del Hijo, pues el Espíritu mismo es, en cierto
modo, la comunión del Padre y del Hijo” (Serm. 71, 20, 33).
Sin embargo, el Espíritu no sólo crea la unidad entre la cabeza y los miembros de la
tierra, sino también crea la “comunión de los santos” (de las cosas santas y de los
santos) que trasciende el tiempo y el espacio. Él hace presente en el momento actual
el pasado (Jn 14,26; 16,13-15) y el futuro escatológico, al menos como arras (cfr. Rom
8,23; 2Cor 1,22; 5,5; Ef 1,14). “Él hace una a la Iglesia desde Abel hasta el último justo
elegido, la Iglesia de la tierra y la del cielo, la cabeza y sus miembros, porque en todos
está el mismo Espíritu. Ese mismo Espíritu que en Dios, sella en el amor la unidad del
Padre y del Hijo, de los que procede”.262
259
Cfr. JUAN PABLO II, Catequesis de S.S. en la audiencia general del miércoles 8 de Julio de 1998.
260
Cfr. E. JIMENEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo dador de vida, en la Iglesia, al cristiano, Ed. Ega, Bilbao 1993,
113 y COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, 72-75.
261
Cfr. JUAN PABLO II, Catequesis de S.S. en la audiencia general del miércoles 5 Diciembre de 1990.
262
JIMENEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo dador de vida, 122.
6.3.- El Espíritu Santo da “catolicidad” a la Iglesia
Así comenta san IRENEO: “El Espíritu Santo tiene poder sobre todas las naciones,
para introducirlas en la vida y abrir para ellas la nueva alianza; por ello, mediante su
efusión, se acordaron todas las lenguas en el canto del himno a Dios. Así el Espíritu
Santo devolvía a la unidad las razas dispersas y ofrecía al Padre las primicias de todas
las naciones” (Adv. Haer. III, 17, 2). La bendición de Abraham, prometida para todas
las naciones, es el Espíritu Santo, Espíritu de la promesa que viene de Dios y llega a
los gentiles por la predicación que suscita la fe. Y el Evangelio predicado y acogido en
la fe, hace “a los gentiles ofrenda agradable, consagrada por el Espíritu Santo” (Rom
15,16).
263
Cfr. JIMENEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo dador de vida, 123-128. Sobre la catolicidad de la Iglesia y el
Espíritu Santo, además, cfr. COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, 78-80.
6.4.- El Espíritu Santo mantiene la “apostolicidad” de la Iglesia
Para llevar a cabo su obra, Dios eligió apóstoles y derramó sobre ellos su Espíritu,
para que recordaran lo que Jesús hizo y dijo, para que actualizaran la redención
obrada por Cristo, para que impulsaran el crecimiento y la multiplicación de la Palabra
(cfr. Hch 6,7; 12,24; 19,29; etc.). En el tiempo de la Iglesia, como tiempo del Espíritu,
todos estamos a continuar esto que comenzaron los apóstoles con la ayuda del
Espíritu. Es a nosotros, a quien la Iglesia con la donación del Espíritu, como lo hizo el
Señor con sus apóstoles, nos envía a la misión (cfr. Mt 28,15; Mc 16,15; Lc 24,47; Hch
1,8; etc.). Porque no sólo Pedro, los Doce y después Pablo se saben enviados y
movidos por el Espíritu Santo. Cada fiel tiene la misma misión que recibieron ellos.
En la conclusión del libro III de su Adversus Haereses, así lo precisa san IRENEO:
“La predicación de la Iglesia es la misma en todas partes y permanece siempre igual,
apoyada sobre el testimonio de los profetas, de los apóstoles y de todos los discípulos,
a través del inicio, el medio y el final, es decir, a través de toda la economía divina, a
través de la operación habitual de Dios que obra la salvación del hombre y reside en el
interior de nuestra fe. Esta fe la hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos. Esta fe,
como un precioso depósito en un vaso de buena calidad, bajo la acción del Espíritu de
Dios se renueva continuamente y rejuvenece al mismo vaso que la contiene” (Adv.
Haer. III, 4, 1). Este vaso de buena calidad o cantina bien provista de la bebida de la
vida es la Iglesia. Por eso “es necesario escuchar a los presbíteros (obispos) que
están al frente de la Iglesia. Ellos son los sucesores de los apóstoles y, con la
sucesión del episcopado, han recibido el carisma de la verdad según el beneplácito del
Padre” (Adv. Haer. IV, 26, 2).
264
Cfr. JIMENEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo dador de vida, 133-134.
apóstoles y, por ellos y con ellos, la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo
(1Jn 1,3.7) en el Espíritu Santo, lazo de esa comunión (2Cor 13, 13).
La presencia del Espíritu Santo en la Iglesia hace que ella, aunque esté marcada
por el pecado de sus miembros, se preserve de la defección. En efecto la santidad no
sólo substituye al pecado, sino que lo supera. También en este sentido se puede decir
con san Pablo que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (cfr. Rom 5,20).
La santidad de la Iglesia es la expresión de su unidad con Cristo en un mismo Espíritu.
El Espíritu de Cristo, presente en la Iglesia, su Cuerpo, libera a la Iglesia del espíritu
del mundo. El Espíritu suscita en la Iglesia y en cada uno de sus miembros la santidad,
uniéndolos a Cristo crucificado y resucitado. Es la santidad que no viene de nosotros,
de las obras de la carne, sino del Padre, que en su Hijo nos hace partícipes de su
santidad, infundiéndonos su Espíritu.
El Concilio puso de relieve la estrecha relación que existe en la Iglesia entre el don
del Espíritu Santo y la vocación y aspiración de los fieles a la santidad: “Pues Cristo, el
Hijo de Dios, que con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado “el único santo”, amó
a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla (Ef
5,25-26), la unió a sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu
Santo para gloria de Dios. Por ello, en la Iglesia, todos están llamados a la santidad.
Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de
la gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles. Se expresa multiformemente en
cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la
caridad en su propio género de vida” (LG 39).
Porque la Iglesia es santa, a sus miembros se les llama “santos” (Rom 12,13; 1Cor
1,2; 6,12; 14,33; Flp 1,1; 4,21-22; Col 1,1.4; Ef 4,12; Hch 9,13.32.41; 26,10.18; Ap
13,7), “sacerdocio santo, nación santa” (1Pe 2, 5-9), “templo santo” (Ef 2, 21). Santo
Tomás, en su comentario del Credo, explica: “La Iglesia de Cristo es santa. El templo
de Dios es santo y este templo son ustedes (1Cor 3, 17). De ahí la expresión “santa
Iglesia”.
Los fieles de esta santa asamblea son hechos santos por cuatro títulos.
- En primer lugar, así como una Iglesia es lavada materialmente en su
consagración, los fieles son lavados con la sangre de Cristo: “El que nos ama y
que nos lavó nuestros pecados con su sangre” (Ap 1,5). “Jesús para santificar al
pueblo por su propia sangre...” (Heb 13,12).
- En segundo lugar, por una unción: de la misma manera que la Iglesia recibe una
unción, los fieles son ungidos para ser consagrados por una unción espiritual; de
otro modo no serían cristianos, porque Cristo significa ungido. Esta unción es la
gracia del Espíritu Santo: “Dios es quien nos da la unción” (2Cor 1,21); “Habéis
sido santificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro
Dios” (1Cor 6,11).
- En tercer lugar, por la inhabitación de la Trinidad; porque allí donde Dios habita,
es lugar santo: “verdaderamente, este lugar es santo”; “a tu casa conviene la
santidad” (Sal 92,5).
- En cuarto lugar, porque Dios es invocado: “Tú estás entre nosotros, Señor, y tu
nombre ha sido invocado sobre nosotros” (Jr 14,9). Es preciso, pues, vigilar para
que, así santificados, no mancillemos, por el pecado, nuestra alma que es el
templo de Dios. El Apóstol dice: “Al que destruya el templo de Dios, Dios lo
destruirá a él” (Credo in Deum, art. IX).265
El Espíritu Santo es “Espíritu de Vida” (cfr. Ro 8,2-6.13; Gal 5,16-18; 6,8; 2Cor 3,6),
por eso, con el Amor de Dios, nos vivifica (Rom 5,5). Cristo mismo fue “vivificado en el
Espíritu” (1Pe 3,18; 1Tím 3,16). Ahora bien, como la vida es un proceso, que tiene su
iniciación (Gal 3,3) y luego va recibiendo las primicias o las arras del Espíritu (Rom
8,23; 2Cor 1,22: Ef 1,14), no se llega a la madurez sino cuando se “vive y camina en el
Espíritu” (1Cor 6,17).
Mientras tanto, el cristiano es Templo donde habita o “inhabita” el Espíritu (cfr. Rom
8,9.11; 1Cor 3,16 y 6,19; 2Tim 1,14). Sin embargo, aunque “poseemos” el Espíritu, no
significa que podemos manipularlo o poseerlo con dominio (cfr. 1Cor 4,13; 7,40; 2Cor
4,6), ya que, en realidad, “somos poseídos” por el Espíritu. El cristiano es morada de
Dios en el Espíritu (Ef 2,22). No ha de haber “otro Espíritu” en él (cfr. 2Cor 11,4), pues
quien se adhiere a Dios “se hace un Espíritu con Él” (1Cor 6,17). Esta unión tan íntima
o “inhabitación” del Espíritu en el cristiano, a nosotros, sólo nos trae beneficios. Entre
tantos otros, nos habita, nos vivifica, nos hace hijos, nos unge, nos santifica, nos
265
Para profundizar sobre “la Iglesia es santa en virtud del Espíritu santificador”, cfr. COMITÉ PARA EL JUBILEO
DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, 75-80.
“deifica”, nos enseña a rezar, nos hace verdaderamente libres, nos regala dones y
frutos. Veamos algunos.266
Según Jn 3,5-6.34 (diálogo de Jesús con Nicodemo), el Espíritu se da sin medida y nos
hace nacer de nuevo, o de lo alto, es decir, de Dios. El Espíritu es la nueva instancia de
vida que se ofrece como antítesis de la muerte a la que lleva el pecado. Todo lo que son
variantes del nacer lo realiza el Espíritu: así, por ejemplo, regenera y renueva (Tit 3,5). La
nueva creación de la humanidad, su nuevo nacimiento, no puede realizarse sino por la
fuerza del Espíritu (Mt 1,18; Lc 1,35).
Por eso, nosotros mismos no nacemos de carne y sangre, sino que somos
llamados “hijos de Dios” y lo somos realmente: “Todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, son hijos de Dios, pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud
para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el
cual clamamos: “¡Abba, Padre!” El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de
que somos hijos de Dios” (Rom 8,14-16).
El Espíritu nos hace partícipes de lo que el Hijo ha recibido del Padre (2Pe 1,4).
Hermanos de Jesús (cfr. Mt 18,10; Jn 20,17; Rom 3,29), somos hijos del Padre. Como
Jesús es de Dios (Jn 8,42.47; 16,25), los que creen en Él son de Dios (1Jn 4,4-6; 5,19,
3Jn 11). Como Él es engendrado por el Padre, ellos son engendrados por el Padre (Jn
1,13). En una palabra, renaciendo en Cristo por el Espíritu, nacen en Dios (1Jn
5,1.18).
266
Para el desarrollo de los ocho ítems que siguen, seguimos a PENNA, “Espíritu Santo”, 568-570 y en particular a
JIMENEZ HERNÁNDEZ, El Espíritu Santo dador de vida, 169-240. Además, lo desarrolla el COMITÉ PARA EL
JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, 137-170.
ustedes, están ungidos por el Santo… y la unción que de Él han recibido permanece
en ustedes” (1Jn 2,20.27). Ahora bien, esta unción con el sello del Espíritu Santo:
- Nos hace cristianos: como Jesús es el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo,
nosotros somos cristianos en cuantos discípulos de Cristo y en cuanto ungidos por
el mismo Espíritu, partícipes de la unción de Cristo.
- Nos configura con Cristo: somos sellados con el Espíritu Santo en el Bautismo y
en la Confirmación. Dice san Atanasio: “El sello confiere la forma de Cristo, que es
quien sella y cuantos son sellados y hechos partícipes, son sellados en Él. Por eso
dice el Apóstol “Hijos míos, nuevamente estoy por ustedes como con dolores de
parto hasta que Cristo tome forma en ustedes” (A. Serapión, carta I, 23). La vida
entera del cristiano será sostenida y marcada por el Espíritu “hasta hacerle
conforme a Cristo”, hasta hacer de él “fragancia de Cristo” (2Cor 2,15).
- Nos hace ser con Él un solo espíritu: la unción del Espíritu Santo nos penetra
tan íntima y profundamente que en el Nuevo Testamento nos encontramos con
muchísimos textos en los que no sabemos si “espíritu” se refiere al Espíritu Santo
mismo o al ser del cristiano que Él crea en el espíritu humano: “lo nacido del
Espíritu es espíritu” (Jn 3,6). El Espíritu Santo penetra de tal modo en el espíritu
del cristiano que los Padres hasta lo compararon con la acción del alma en el
cuerpo. Esta penetración de la unción del Espíritu Santo transforma y santifica
todo el ser del cristiano, cuerpo y espíritu, en su unidad personal: “el que se junta
con el Señor se hace con Él un solo espíritu” (1Cor 6,17).
El Espíritu Santo, Espíritu de santidad (cfr. Rom 1,4), que comunica la santidad de
Jesús y nos consagra en la verdad, nos pone aparte, del lado de Dios. Pero no nos
pone aparte sociológicamente, ya que los cristianos continúan en el mundo y aún en la
carne con toda la ambigüedad que esto supone, sino que nos separa sobre el
fundamento divino de la verdad (cfr. Jn 17,15-19).
Porque no caminamos con el espíritu del mundo ni “según la carne”, sino según el
camino de santidad que hace entrar en el Reino de Dios, y que el mismo Jesús abrió:
“Yo soy el camino”. Al recordar el pasado de los miembros de la comunidad de
Corinto, Pablo constata que los hombres “en el nomre de nuestro Señor Jesucristo y
por el Espíritu de nuestro Dios” han quedado “lavados, santificados y justificados”
(1Cor 6,11), lo que indica un paso de la antigua condición pecadora a un estado de
pertenencia a la esfera de lo divino. El Espíritu que ha realizado esta obra es el que va
“transfigurando” diariamente a los hombres para conformarlos a la imagen de Cristo
(2Cor 3,18; Rom 8,29).267
La unión con Cristo y, por Él, con el Padre, en lo que consiste nuestra divinización,
es obra de la inhabitación del Espíritu Santo en nosotros. El término del camino es
Dios y a Dios sólo se llega llevado por Dios mismo.
La “deificación” es la acción del Espíritu Santo, como nos dicen san GREGORIO de
Nizan y san ATANASIO, los Padres que más han hablado de la divinización del cristiano
por la unión de las Personas divinas con él: “El Espíritu Santo, dedo de Dios, fuego, lo
conoce y lo enseña todo, sopla donde quiere y cuando quiere: guía, habla, envía,
separa, es revelador y comunicador de vida, porque Él mismo es vida y luz; construye
el Templo de Dios, deifica, perfecciona, de modo que antes del bautismo es invocado
y luego es requerido, porque todo lo lleva a cumplimiento, distribuye los dones, crea a
los apóstoles, profetas, evangelistas, doctores y forma el cuerpo íntegro y
verdaderamente digno de nuestra cabeza, Cristo” (GREGORIO NACIANZENO, Oraciones
5, 29-30; 32,10-11). “Así como nos convertimos en hijos y dioses a causa del Verbo
que está en nosotros, así también estaremos en el Hijo y en el Padre y seremos
considerados como uno en ellos, gracias a la presencia en nosotros del Espíritu que
está en el Verbo, el cual a su vez está realísimamente en el Padre” (ATANASIO, Contra
arrianos, III, 15).
267
Cfr. RIVAS, El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras, 61.
San Pablo lo testimoniará de sí mismo: “no soy yo quien vive, es Cristo quien vive
en mí” (Gal 2,20). Se trata, pues, de nuestra divinización: Dios siendo Dios no sólo en
sí mismo, sino también en nosotros.
El hombre espiritual ora; pero el Espíritu es quien ayuda nuestra flaqueza enseña a
orar con gemidos inenarrables (cfr. Rom 8,23-26; Ef 6,18). En este sentido, también “el
don de lenguas” (el modo de orar sin palabras articuladas, que se conoce como
“hablar en lenguas”) lo realiza el Espíritu (cfr. 1Cor 14,2). Así, el orante “habla a Dios”,
no a los hombres.
El hecho de que (solamente) el Espíritu escrute las profundidades de Dios (cfr. 1Cor
2,10), muestra por qué la teología -que es pensar sobre Dios- alcanza resultados tan
modestos. Una buena teología debe sugerir la adoración en el Espíritu.268 El tema de
la oración es amplísimo. En el Espíritu Santo se da culto y se adora como es debido a
Dios que es Espíritu. El texto más conocido es Jn 4,23-24: “Pero la hora viene, y ahora
es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad,
porque el Padre también busca tales adoradores. Dios es Espíritu, y los que lo adoran
es necesario que lo adoren en espíritu y en verdad”. Igualmente significativo es FiI 3,3
que habla de “dar culto en el Espíritu”.
El Espíritu es quien articula en nosotros la palabra: ¡Abba Padre!, para poder poner
en práctica la invitación de Jesús de que cuando vayamos a orar, digamos: “Padre
Nuestro” (Mt 6,9; Lc 11,2). Por su parte Pablo nos exhorta a vivir “siempre en oración y
súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu” (Ef 6,18). En la Carta de Judas leemos
la exhortación “a orar en el Espíritu Santo” (v.20). El Espíritu nos lleva a orar
reconociendo a Dios como Dios. Hace que el deseo de Dios sea nuestro deseo,
llevándonos a desear vivir la voluntad de Dios. El Espíritu educa nuestro deseo y lo
ajusta al deseo de Dios, se derrama en nuestros corazones hasta hacernos desear a
Dios mismo, y sólo a Dios.
268
Cfr. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino, 509.
El Espíritu trae al cristiano la verdadera liberación269: “donde está el Espíritu del
Señor, hay libertad” (2Cor 3,17). “Ustedes, hermanos, fueron llamados a la libertad…
Si se dejan guiar por el Espíritu, no están ya bajo la ley” (Gal 5,13.18). “Porque cuando
estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la ley, obraban en
nuestros miembros, a fin de que produjéramos frutos de muerte. Mas, al presente,
hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados
de modo que sirvamos con un espíritu nuevo y no con la letra muerta” (Rom 7,5-6).
“Porque ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Solamente que esta
libertad no dé pretexto a la carne; sino al contrario, por medio del amor pónganse los
unos al servicio de los otros. Pues toda la ley queda cumplida con este solo precepto:
amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal 5, 13-14).
“Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo
Jesús. Porque la ley del Espíritu, dador de la vida en Cristo Jesús, nos liberó de la ley
del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia
por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del
pecado, y en orden al pecado, condenó al pecado en la carne, a fin de que la justicia
de la ley se cumpliera en nosotros, no según la carne, sino según el Espíritu.
Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven
según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del
Espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se
someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden
agradar a Dios. Más ustedes no están en la carne, sino en el Espíritu, ya que el
Espíritu de Cristo habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le
pertenece; mas si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa
del pecado, el Espíritu es vida a causa de la justicia ... Así que, hermanos míos, no
somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si viven según la carne,
morirán. Pero si con el Espíritu hacen morir las obras del cuerpo, vivirán. En efecto,
todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no
hemos recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, antes bien, recibimos
un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar: “¡Abba, Padre!”“ (Rom 8,1-15).
Esta es la verdadera libertad: “el hombre libre es aquel que se pertenece a sí mis-
mo. El esclavo es el que pertenece a su amo. Así, el que actúa espontáneamente,
actúa libremente; pero el que recibe el impulso de otro, no actúa libremente. Aquel que
evita el mal, no porque es mal, sino porque es un precepto del Señor, no es libre. Por
269
GIARDINI, El Dios que da la vida, 145-148 realiza un comentario interesante a la encíclica DoV 60 con el título
“El E.S. libera al ser humano de todas sus esclavitudes, interiores y exteriores”.
el contrario, el que evita el mal porque es un mal, ése es libre. Justamente ahí es
donde actúa el Espíritu Santo, que perfecciona interiormente nuestro espíritu,
comunicándole un dinamismo nuevo. Se abstiene del mal por amor, como si la ley
divina mandara en él. Es libre no en el sentido de que no esté sometido a la ley divina,
sino porque su dinamismo interior le lleva a hacer lo que prescribe la ley divina”
(TOMÁS DE AQUINO, In 2 Cor, c. 3, lect 3).
La ley nueva no es otra cosa que el mismo Espíritu Santo, la fe que obra por el
amor. El Espíritu es tan interior a nosotros que Él es nuestra misma espontaneidad.
Así el Espíritu nos hace libres en la verdad. Santiago puede llamar a esta ley del
cristiano: “ley perfecta de libertad” (Sgo 1,5; 2,12). Es la libertad, hecha capacidad de
servicio a los demás, como la vive Pablo: “¿No soy libre? Y, siendo libre respecto de
todos, me hice esclavo de todos para ganar al mayor número posible” (1Cor 9,1.19).
Don sin medida, entregado por el Padre y el Hijo, otorgado (Gal 3,5; Flp 1,19),
comunicado (cfr. Hch 10,47; 15,8), derramado (cfr. Lc 11,13; Jn 3,34 y 20,22; Hch
2,17-18-33-38; 8,15-17-18-19; 10,45; Rom 5,5; 1Cor 12,13; Tit 3,6), mandado (Gal 4,6;
1Pe 1,12), dado (Jn 19,30; 2Cor 1,22; 5,5; Ef 1,17; 1Tes 4,8; 1Jn 3,24; 4,13), los
creyentes lo reciben (Hch 19,2-5; Rom 5,5; 1Cor 2,12; Gal 3,2). ¡Nos ha sido
suministrado el Espíritu! (Flp 1,19). La Epístola a los Gálatas va preparando el clímax
según el cual el Espíritu se recibe por la fe (Gal 3,5-14 y, sobre todo Gal 5,5).
Obviamente, tan sólo Dios es quien nos hace don de su Espíritu.
270
Cfr. LEEN, El Espíritu Santo, 383. Este mismo autor, aparte de los dones, también desarrolla los frutos y las
bienaventuranzas (cfr. LEEN, El Espíritu Santo, 375-405).
271
A. I. MENNESSIER, “Los hábitos y las virtudes”, en Iniciación Teológica, vol. II, Ed. Herder, Barcelona 1974, 204.
Para Pablo, el Don de Dios se diversifica en pluralidad de dones, centrados en el
amor: paz y gozo (Rom 14,17); esperanza y fuerza en el Espíritu (Rom 15,12-19);
caridad (Rom 15,30), dilección (Col 1,18); sabiduría y revelación (Ef 1,17 y 3,3);
edificación del hombre interior (Ef 3,16); renovación en el Espíritu (Ef 4,23); no timidez
sino fortaleza, caridad y templanza (2Tim 1,7). Unidad de múltiples dones (cfr. Ef 4,4, y
Flp 1,27), porque somos partícipes de un único Espíritu (Heb 2,4 y 6,4). Además, el
Apóstol enumera una multiplicidad de carismas y de ministerios que el Espíritu
otorga a la Iglesia. Las famosas listas de carismas para edificar la comunidad,
aparecen en Rom 12,6-8; 1Cor 12,4-11 y Ef 4,11: apostolado, profecía, gobierno,
palabra de sabiduría, de ciencia, de fe, curaciones, operación de milagros, lenguas,
oración, etc. (cfr. también Hch 20,28; 23,28; 2Cor 3,8 y 1Tim 4,14). “Hay unidad
porque todos los dones y carismas están centrados en el amor: en ese sólo Espíritu
del Padre y del Hijo”.272
Los frutos son producto de los dones del Espíritu. La cercanía del Espíritu Santo
induce en el alma una serie de hábitos beneficiosos que se conocen como “frutos del
Espíritu”. Los frutos son actos virtuosos y se distinguen por la alegría que causan en
quien los realiza (cfr. Cat.I.C. 390).
La plenitud del Espíritu llena los corazones de Jesús (Lc 4,1), de María (Lc 1,15), de
Isabel (Lc 1,41), de Zacarías (Lc 1,67), de Juan Bautista (Lc 1,15), de Pedro (Hch 4,8),
de los diáconos (Hch 6,3), de Esteban (Hch 7,55), de todas las Iglesias (Hch 9,31), de
Bernabé (Hch 11,24), de Pablo (Hch 13,9)... de todos (Hch 2,4; 4,31). Los cristianos
272
Cfr. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino, 507. Para profundiza en los carismas y dones,
especialmente el de sabiduría, cfr. RIVAS, El Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras, 62-65.
273
Para profundizar sobre estos siete dones del Espíritu, cfr. ROYO MARÍN, El Gran Desconocido, 94-208;
COMISIÓN LITÚRGICA DEL GRAN JUBILEO DEL AÑO 2000, Ven, Espíritu Santo, Ed. Conferencia Episcopal
Argentina, Buenos Aires 1997., 129-148 (incluye oraciones y signos litúrgicos).
son henchidos de Espíritu y de gozo (Hch 13, 52). Llenarse de Espíritu Santo como
exhorta san Pablo (Ef 5,18) es llenarse de alegría (cfr. Lc 1,47). También Jesús que se
alegra en el Espíritu, y en él ora, dando gracias (cfr. Lc 10,21). La misma escena,
narrada por Mt 11,25, presenta además a Jesús que aparece en el nivel del Reino de
Dios. Allí donde los cristianos se “alegran con una alegría inefable y esplendorosa”
(1Pe 1,8), porque por “la revelación de su gloria se alegran llenos de gozo” (1Pe 4,13).
En la Carta a los Gálatas, san Pablo, después de enumerar las obras de la carne,
dice así: “Pero el fruto del Espíritu es caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad,
bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad” (Gal
5,22-23). Sin embargo, notemos que emplea intencionalmente el singular, reduce a
uno esos frutos espirituales, porque, en realidad, uno sólo es el don y el fruto: el
mismo Espíritu Santo en nosotros.
8.- CONCLUSIÓN
Es innegable que en torno al Espíritu Santo, circula una mentalidad que contrasta
con la verdad; pero que sostiene que mientras el Padre y el Hijo se ve claramente que
son Personas -distintas y en comunicación- el Espíritu Santo más parece una fuerza
de Dios que una persona divina. Parece emanar de Dios en forma de gracia, de don,
de impulso o de luz, de experiencia de alegría o de paz; pero no como una persona.
Se lo ve más como la fuerza que hace hablar a los profetas que como uno que habla.
A diferencia del “Yo” divino del Antiguo Testamento y del “Yo” de Jesucristo, el Espíritu
Santo parece más el “Él” que está en todas partes pero que no es nadie. ¿No será que
el Espíritu Santo se revela revelando al Hijo y, a partir de Él, al Padre; pero no
revelándose a sí mismo? El Espíritu Santo se manifiesta como subjetividad pura,
incapaz de poderse vaciar en imágenes estáticas ni en conceptos adecuados, incapaz
de poder ser descrito objetivamente. No es la luz que vemos sino la luz que nos hace
ver.
Por eso, hablar del Espíritu Santo en forma discursiva o descriptiva se hace difícil y
quizás parezca poco provechoso; sin embargo, no es así. Nadie ama a quien no
conoce. Y si no lo conocemos, ni siquiera nos hacemos la pregunta de cómo el
hombre y/o la comunidad se han de disponer para su venida. Como palabras
274
Cfr. ROVIRA BELLOSO, Tratado de Dios Uno y Trino, 479-486.
conclusivas, quisiéramos señalar tres actitudes que nos disponen a recibir el “don
gratuito” que está siempre a punto de darse sin medida:
- Cuando la persona se olvida de vivir para sí misma y empieza a vivir para los
otros y para Dios.
- Cuando la comunidad olvida y serena sus propios impulsos, apasionamientos,
prejuicios e intolerancias, para escucharse unos a otros creando aquel silencio o
aquella comunicación que espera el advenimiento el soplo de Dios.
- Cuando el hombre y la comunidad vuelven a su estado “natural” (creado según
Dios e integrado en Dios), es decir, al esponjarse del corazón y del clima
comunitario, el saber situarse cada uno en su propia verdad de hombres
pecadores y amados por Dios.
En toda situación es posible rezar, por cuanto si bien nosotros no sabemos cómo
orar, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom 8,26).
Podríamos decir que Él es nuestra oración: nuestro “gemido” hacia Dios. En toda
situación es posible amar, y específicamente, ser libres para amar. Esto es para
aportar en nuestro mundo lo que de veras queremos como verdaderamente bueno.
Porque el Espíritu “derrama” en nuestros corazones el amor de Dios (Rom 5,5). En
este sentido le podríamos llamar el impulso de nuestra opción fundamental, que acalla
y purifica nuestras “pulsiones” negativas e irracionales. En toda situación es posible
luchar y esperar como hijos de Dios, porque el mismo Espíritu se une a nuestro
espíritu para darle testimonio de que somos hijos de Dios (Rom 8,16), echando fuera
el espíritu de temor y de esclavitud. En este sentido podríamos llamar al Espíritu el don
de la filiación divina que nos reviste de esperanza y de confiada audacia (Hch 4,13-
29).
UNIDAD IX: INTRODUCCIÓN AL MISTERIO DE LA IGLESIA
1.- INTRODUCCION
“Sí, la Iglesia está viva… Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del
mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro”.275
Usados con propiedad, los nombres designan a las cosas, las distinguen de las
demás y dan a conocer de algún modo su entidad. Lo mismo ocurre con el que nos
ocupa, “iglesia”, que los primeros cristianos entendieron pronto como el más apropiado
para señalar a la comunidad, auténticamente nueva, que constituían.
275
J. RATZINGER, Palabras de Benedicto XVI al iniciar su pontificado, Roma 2005.
Etimológicamente, “iglesia” es un término proveniente del griego (ekklesia), que a
su vez traduce la palabra hebrea “qahal”, y significa tanto “asamblea convocada” como
“asamblea reunida”.
Los primeros cristianos usaron la palabra “iglesia” para designar unas veces a la
asamblea litúrgica, otras a las diversas comunidades locales (de Jerusalén, Corinto,
Éfeso, etc.), y otras todavía al conjunto de todos los cristianos repartidos por el mundo.
Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La “iglesia” es el pueblo que
Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y
se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística” (cfr. CCE 752).276
276
J. R. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia. Iniciación a la Eclesiología, Ed. Rialp, Madrid 2001, 19-20.
2.2.- La Iglesia y la Trinidad
Por ello la unidad de las personas divinas es para la Iglesia el origen, el modelo y el
fin de su existencia. La Iglesia vive de la Trinidad y en la Trinidad.278 Es decir que la
Iglesia no surge por casualidad, sino que es un proyecto trinitario, ha sido planeada
desde la eternidad, por las tres Personas de la Santísima Trinidad.279
Dios promete a Abrahán que un nacido de sus entrañas y del vientre estéril de su
esposa le dará una descendencia superior al número de las estrellas del cielo. Éste es
el signo que le da. “Y creyó Abrahán al Señor, y el Señor se lo tomó en cuenta” (Gn
15,6).
277
La Iglesia, en su misterio más profundo, es una realidad que nace de la Santísima Trinidad y reúne en su seno
una comunión de personas fieles de todos los tiempos y lugares. Por esa razón ha sido llamada Ecclesia de
Trinitate.
278
J. A. SAYÉS, La Iglesia de Cristo. Curso de Eclesiología, Ed. Palabra, Madrid 1999, 19-25.
279
PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 20-21.
El cambio de nombre es el signo que indica la vocación a la que Dios llama a
Abrahán: su misión consistirá en ser padre de una multitud de naciones. La vocación
de Abrahán aparece de este modo ligada no sólo a su descendencia, sino al destino
de la humanidad. San Pablo nos hará ver como todas las naciones fueron bendecidas
en la descendencia del patriarca que es Cristo (cfr. Gal 3,16).
Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra
salvación, anticipando en la Institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz. “El agua
y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este
comienzo y crecimiento. “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el
sacramento admirable de toda la Iglesia” (SC 5). Del mismo modo que Eva fue
formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado
de Cristo muerto en la cruz (cfr. SAN AMBROSIO, Expositio Evangelio secundum Lucas,
2, 85-89: PL 15, 1583 - 1586).
La Iglesia ha sido querida por Dios para la salvación de los hombres, de cada uno
de los hombres. “Nacida del amor del Padre eterno, fundada en el tiempo por Cristo
redentor, reunida en el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de
salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente” (GS 40). Todo en la
Iglesia se dirige a ese fin.
Confesamos en el Credo que Jesucristo bajó del cielo “por nosotros los hombres y
por nuestra salvación”. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es el único redentor del
hombre: “en ningún otro hay salvación” (cfr. Hech 4,12). Y Él se sirve de la Iglesia
como instrumento de la redención universal.
- UNIVERSAL: en la Iglesia, Dios ofrece la salvación a todos los hombres, sin que
ninguno esté de antemano excluido de alcanzarla: “Entonces les dijo: Vayan por
todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).
La Iglesia sólo puede ser entendida como lo que es, como el misterio de salvación
que, naciendo en el seno de la Trinidad, se realiza en Cristo por obra del Espíritu para
introducir a los hombres en la familia de Dios, superando el pecado y la muerte. La
Iglesia, en efecto, sólo puede ser entendida de arriba hacia abajo, pues no nace de
iniciativa humana alguna ni de intento de superar los límites y sufrimientos de la vida.
No es una fraternidad puramente social ni consecuencia de fuerzas puramente
humanas. La Iglesia es anterior al tiempo y está preparada desde toda la eternidad en
el designio salvador de Dios Padre en Cristo.
280
Cfr. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 35-40.
Responde, pues, la Iglesia a la concepción bíblica de misterio: designio de
salvación de Dios que, escondido desde toda la eternidad, se nos ha revelado ahora
en Cristo. En el mundo greco-romano se conocía el término de “misterio” en plural.
Misterios eran los ritos paganos importados del Oriente y en los que sólo podían
participar los iniciados. En el cristianismo, se habla del misterio de Cristo que el
hombre no puede conquistar por su inteligencia, sino recibir sólo como don.
Dice así COLLANTES: “Como plan divino, la Iglesia se dibuja en la oscura lejanía de
la eternidad, de donde arranca y hacia donde camina. Y, aunque se realiza en el
tiempo, la eternidad permanece siempre subyacente en su mismo ser… La Iglesia es
vida y acción de Dios sobre la historia humana. Cada individuo es una Iglesia en
pequeño, porque en lo más íntimo de la decisión personal se desarrolla el drama de su
propia entrega a la acción salvadora de Dios o de su frustración como elegido. La
Iglesia, en grande, no es otra cosa sino la socialización de la acción divina que se
realiza comunitariamente en todos aquellos que aceptan la llamada de Dios”.281
281
J. COLLANTES, La Iglesia de la palabra, Ed. BAC, Madrid 1982, 108.
282
Para PEREZ ARANGUENA: “El quid o la razón del misterio de la Iglesia puede rastrearse en este texto del
Concilio Vaticano II: Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos
invisibles…, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. Pero de suerte que en ella lo humano está
ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible…, y lo presente a la ciudad futura que esperamos” (La
Iglesia. 44).
283
Cfr. SAYÉS, La Iglesia de Cristo, 25-31.
3.2.1.- Cuerpo místico de Cristo
San Pablo, que utiliza repetidamente esta imagen, explica que “así como en un solo
cuerpo tenemos muchos miembros, aunque no todos tienen la misma función, así
también nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo y miembros todos
unos de otros” (Rm 12,4-5). Cristo “es la cabeza del cuerpo de la Iglesia” (Col 1,18).
-
un organismo espiritual, no reducible a sus solas estructuras visibles;
-
alentado por un alma que es el Espíritu Santo;
-
dirigido por su cabeza, Cristo;
-
cuyos miembros son los fieles cristianos, que se unen con la cabeza y entre sí por
medio del bautismo, y se fortalecen por la recepción de la Eucaristía y de los otros
sacramentos;
- en el que cada miembro realiza su función propia, y algunos -la jerarquía- tareas
esenciales para el conjunto. Todo el cuerpo debe crecer armónicamente y todo él
se duele cuando sufre cualquiera de sus miembros (cfr. LG 7).
Jesucristo y la Iglesia, la cabeza y los miembros del Cuerpo místico, conforman, en
rotunda expresión de SAN AGUSTÍN, el “Cristo total” (cfr. Sobre la Unidad de la Iglesia,
4,7).
“En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin
embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin
conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le
sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza
con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo
de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación
y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo..., es decir, el
284
Cfr. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 48-50.
Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos y los
gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu” (LG 9).
“El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo”. Lo es
sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y
jerarquía, cuando “se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una
285
Para PÉREZ ARANGUENA, conforme a lo que describe el Concilio Vaticano II, la Iglesia en cuanto Pueblo de
Dios: “es un pueblo sacerdotal, que ofrece sacrificios de alabanza a Dios y anuncia sus maravillas; tiene por
cabeza a Cristo; la ciudadanía se adquiere por nacimiento del Espíritu Santo, y aporta la dignidad y la libertad de
los hijos de Dios; su ley es el nuevo mandamiento del amor; su fin es dilatar más y más el Reino de Dios; es
instrumento de Cristo para redención de todos los hombres; y peregrina en la tierra hasta la consumación del
Reino de Dios al final de los tiempos” (La Iglesia, 48).
vez para siempre” (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo
en medio de este mundo.
El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce
su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cfr. Jn
12,32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo
“venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28).
Para el cristiano, “servir es reinar” (cfr. LG 36), particularmente “en los pobres y en los
que sufren” donde descubre “la imagen de su Fundador pobre y sufriente” (cfr. LG 8).
El pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de
servir con Cristo.
Dice SAN LEÓN MAGNO en su Sermón 4,1: “De todos los que han nacido de nuevo
en Cristo, el signo de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra
como sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro
ministerio, todos los cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan
miembros de esta raza de reyes y participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en
efecto, más regio para un alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué
hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer en el altar de
su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?”.
Dice SAN AGUSTÍN en su Sermón 267,4 “Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra
alma, es para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros
de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.
Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen
divino. Pero sus manifestaciones históricas son signos que hablan también con
claridad a la razón humana. Recuerda el Concilio Vaticano I: “La Iglesia por sí misma
es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión
divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad, de su inagotable
fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad universal y de su invicta estabilidad”
(DS 3013).
286
Cfr. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 51-52.
La Iglesia es una debido a su origen: “El modelo y principio supremo de este
misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad
de personas” (UR 2).
La Iglesia es una debido a su “alma”: “El Espíritu Santo que habita en los creyentes
y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a
todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia” (UR 2).
Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una.
Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran
diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la
multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se
reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una
diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; “dentro de la comunión
eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones”
(LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No
obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la
unidad. También el Apóstol debe exhortar a “guardar la unidad del Espíritu con el
vínculo de la paz” (Ef 4,3).
Por lo tanto, la unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles
de comunión:
287
PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 115-116.
- la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;
- la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia
fraterna de la familia de Dios (cfr. UR 2; LG 14)
“La fe confiesa que la Iglesia no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo
de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo santo', amó a su
Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo
como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios” (LG
39). La Iglesia es, pues, “el Pueblo santo de Dios” (LG 12), y sus miembros son
llamados “santos” (cfr. Hch 9,13; 1 Co 6,1).
La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él; por Él y con Él, ella también ha
sido hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir “la
santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios” (SC 10).
“Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que
vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los
pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la
conversión y la renovación” (LG 8; cfr.UR 3;6). Todos los miembros de la Iglesia,
incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (cfr.1 Jn 1,8-10). En todos, la
cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio
hasta el fin de los tiempos (cfr. Mt 13,24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores
alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación.
La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores, porque ella no
goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se
alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y
manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que
se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a
sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo.
“La santificación de los hombres es la finalidad definitiva de la Iglesia y, por tanto,
de su jerarquía y organización en la tierra. Difícilmente la Iglesia podría realizar ese
cometido, si ella misma no fuera santa y poseyera los medios de santificación. Y bien,
pese a que en la tierra esté gobernada y compuesta por pecadores, la Iglesia es nativa
e indefectiblemente santa – esto es, sin mancha ni imperfección -, por la presencia de
Dios en la entraña de su ser. Como Nota exteriormente reconocible, derivada de su
santidad interior, la Iglesia demuestra ser santa en cuanto santificadora, es decir, por
los abundantes frutos de santidad que ha producido desde su origen hasta hoy. El
testimonio más patente son las vidas de las muchas personas que la Iglesia ha
canonizado, esto es, ha reconocido como ejemplo de virtudes cristianas para los
demás fieles; en especial, el de la Santísima Virgen”.288
- Es católica porque Cristo está presente en ella. “Allí donde está Cristo Jesús, está
la Iglesia Católica” (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Smyrn. 8, 2). En ella subsiste la
plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (cfr. Ef 1,22-23), lo que implica
que ella recibe de Él “la plenitud de los medios de salvación” (AG 6) que Él ha
querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental íntegra, y ministerio
ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental, era
católica el día de Pentecostés (cfr. AG 4) y lo será siempre hasta el día de la
Parusía
- Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género
humano (cfr. Mt 28,19). Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por
eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de
todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios, que en el principio
creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos... Este
carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo
Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a
reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en
la unidad de su Espíritu (cfr. LG 13).289
288
PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 116-117.
289
Cfr. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 117-118.
presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa, católica y
apostólica” (LG 26).
Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una
de ellas: la Iglesia de Roma “que preside en la caridad” (Rom 1,1). “Porque con esta
Iglesia en razón de su origen más excelente debe necesariamente acomodarse toda
Iglesia, es decir, los fieles de todas partes” (SAN IRENEO, haer. 3, 3, 2; citado por el
Concilio Vaticano I: DS 3057). “En efecto, desde la venida a nosotros del Verbo
encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas partes han tenido y tienen a la gran
Iglesia que está aquí (en Roma) como única base y fundamento porque, según las
mismas promesas del Salvador, las puertas del infierno no han prevalecido jamás
contra ella” (SAN MÁXIMO EL CONFESOR, opusc.).
“Todos los hombres, por tanto, están invitados a esta unidad católica del Pueblo de
Dios... A esta unidad pertenecen de diversas maneras o a ella están destinados los
católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general llamados a la
salvación por la gracia de Dios” (LG 13).
La Iglesia es apostólica290 porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple
sentido:
- Fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los apóstoles” (cfr. Hch 21,
14; Ef 2,20;), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cfr. Mt
28,16-20; Hch 1,8; 1 Cor 9,1; 15,7-8; Gal 1,l).
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la
enseñanza (cfr. Hch 2,42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los
apóstoles (cfr. 2 Tm 1,13-14).
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de
Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de
los obispos, “a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro
y Sumo Pastor de la Iglesia” (AG 5): “Porque no abandonas nunca a tu rebaño,
sino que, por medio de los santos pastores, los proteges y conservas, y quieres
que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu
Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio” (Misal Romano, Prefacio de los
apóstoles).
Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, “llamó a los que
él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos
a predicar” (Mc 3,13-14). Desde entonces, serán sus “enviados” (es lo que significa la
palabra griega apostoloi). En ellos continúa su propia misión: “Como el Padre me envió,
también yo os envío” (Jn 20,21). Por tanto, su ministerio es la continuación de la misión
de Cristo, El mismo dice a los Doce: “El que los recibe a ustedes, me recibe a mi, y el
que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mt 10,40; Lc 10,16).
290 Cfr. J. R. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 118-119: “Esta nota señala la identificación de la Iglesia actual con la
de los apóstoles, manifestada en un hecho plenamente verificable: deriva de ellos por una sucesión histórica e
ininterrumpida”.
Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como “el Hijo no puede hacer nada
por su cuenta” (cfr. Jn 5,19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así,
aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (cfr. Jn 15,5) de quien
reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben
por tanto que están calificados por Dios como “ministros de una nueva alianza” (2 Co
3,6), “ministros de Dios” (2 Co 6,4), “embajadores de Cristo” (2 Co 5,20), “servidores de
Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4,1).
En el encargo dado a los apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos
elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay
también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con
ellos hasta el fin de los tiempos (cfr. Mt 28,20). “Esta misión divina confiada por Cristo
a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen
que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se
preocuparon de instituir sucesores” (LG 20).
“Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad
en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición
y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32).
Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo
sirven a su unidad y a su misión. Porque "hay en la Iglesia diversidad de ministerios,
pero unidad de misión. A los Apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de
enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. Pero también los
laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la
Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de
Dios". En fin, "en esos dos grupos (jerarquía y laicos), hay fieles que por la profesión
de los consejos evangélicos... se consagran a Dios y contribuyen a la misión salvífica
de la Iglesia según la manera peculiar que les es propia".
Las tareas específicas inherentes a la misión confiada por Jesucristo a los Doce
son las siguientes:
- Misión y poder de evangelizar a todas las gentes, como atestiguan claramente los
tres evangelios Sinópticos (cfr. Mt 28,18-20; Mc 16,16-18; Lc 24,45-48). Entre
ellos, Mateo pone de relieve la relación establecida por Jesús mismo entre su
poder mesiánico y el mandato que confiere a los Apóstoles: “Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las
gentes” (Mt 28,18-19). Los Apóstoles podrán y deberán llevar a cabo su misión
gracias al poder de Cristo que se manifestará en ellos.
Para llevar a cabo esta misión, los Apóstoles recibieron, además del poder, el don
especial del Espíritu Santo (cfr. Jn 20,21-22), que se manifestó en Pentecostés, según
la promesa de Jesús (cfr. Hch 1,8). Con la fuerza de ese don, desde el momento de
Pentecostés, comenzaron a cumplir el mandato de la evangelización de todas las
gentes. Nos lo dice el concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium: “Los
Apóstoles , predicando en todas partes el Evangelio, recibido por los oyentes bajo la
acción del Espíritu Santo, congregan la Iglesia universal que el Señor fundó en los
Apóstoles y edificó sobre el bienaventurado Pedro, su cabeza, siendo el propio Cristo
Jesús la piedra angular”. (cfr. Mt 16,18; Ef 2,20; Ap 21,14).
Con todo, Jesús confirió a los Apóstoles una misión de evangelización de todas las
gentes, que requiere un tiempo muy largo; más aún, que dura “hasta el fin del mundo”
(cfr. Mt 28,20). Los Apóstoles entendieron que era voluntad de Cristo que cuidaran de
tener sucesores que, como herederos y legados suyos, prosiguiesen su misión. Por
ello, establecieron “obispos y diáconos” en las diversas comunidades y dispusieron
que, después de su muerte, otros hombres aprobados recibiesen su sucesión en el
ministerio.
Los miembros de la Iglesia son todos los fieles cristianos, “quienes incorporados a
Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios y, hechos partícipes a su
modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno
según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios
encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo” (C.I.C. 204,1).
4.2.1.- El Papa
El Papa es el jefe supremo de la Iglesia Universal. Tiene potestad directa sobre los
obispos, sacerdotes y fieles. Ejerce la triple potestad, legislativa, ejecutiva y judicial en
la Iglesia, que por voluntad de su Divino Fundador, es una institución jerárquica.
El Papa, al ser Vicario de Nuestro Señor Jesucristo tiene como misión ser
enteramente fiel a la doctrina de nuestro Divino Redentor, transmitir él deposito de la
fe, lo que está guardado en la Tradición y las Escrituras. Pues es dogma de fe, que la
Revelación pública se cerró con la muerte del último Apóstol. Nada se puede agregar
a este sagrado depósito, sino tan sólo explicarlo en el decurso de los siglos. Por esto,
cuando la Iglesia define un nuevo dogma, no inventa nada, sino tan sólo precisa que
esta verdad está contenida en la Tradición o las Escrituras.
El Romano Pontífice es el padre común de todos los fieles, los que deben rezar291
por él.
291
La liturgia católica nos señala una oración admirable por el Vicario de Cristo: "Roguemos por nuestro Pontífice
Benedicto XVI, para que Dios lo conserve, lo vivifique, lo haga feliz en la tierra y no lo deje caer en manos de sus
enemigos"
4.2.2.- Los obispos
De esta manera, por disposición de Jesucristo San Pedro y los demás apóstoles
forman un grupo que se llama “Colegio Apostólico”. Los sucesores de los apóstoles,
de este colegio apostólico son los obispos.
Los fieles, por el sacerdocio común, ofrecen a Dios Padre, por medio de Jesucristo,
sacrificios espirituales y anuncian el poder del que les llamó de las tinieblas a la luz
admirable (cfr. 1Pe 2,5), pero algunos de ellos han sido hechos partícipes de la
consagración y misión del Hijo, los apóstoles y sus sucesores, los cuales la han
confiado en grado subordinado a los presbíteros como cooperadores del orden
episcopal en orden a predicar, santificar y regir al pueblo de Dios.
292
SAYÉS, La Iglesia de Cristo, 384-396.
concede a los sacerdotes la gracia de ser ministros de Cristo, llevando el sacrificio
espiritual de los fieles junto con el sacrificio de Cristo que el sacerdote hace presente
en la Eucaristía. Los sacerdotes quedan consagrados en Cristo, configurados con él
para obrar en su nombre, in persona Christi; representando a Cristo como cabeza de
su cuerpo místico, y realizan así ministerialmente la misión de Cristo de predicar,
santificar y gobernar al pueblo de Dios.
Dice así Lumen Gentium: “En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos,
que reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al
ministerio. Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su
presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la
caridad. Es oficio propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, la
administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir
en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los moribundos,
leer la Sagrada Escritura a los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos
de funerales y sepelios” (LG 29).
El Concilio Vaticano II enseña: “Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los
fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado, y
los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles
cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en
pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y
real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la
Iglesia y en el mundo” (LG 31).
293
SAYÉS, La Iglesia de Cristo, 401-409.
de este mundo según Cristo y buscar su santificación en medio del mundo. La
vocación específica de los laicos consiste en buscar el reino de Dios en la gestión de
las cosas temporales que ellos ordenan según Dios.
Hay una común dignidad entre todos los miembros del cuerpo místico de Cristo,
una sola fe, un solo bautismo (cfr. Ef 4,5) que hace imposible cualquier desigualdad o
discriminación en medio de la Iglesia. Básicamente iguales, todos estamos llamados a
la santidad dentro del propio estado, pero con funciones diferentes que contribuyen a
la unidad del mismo y único cuerpo que es la Iglesia.
“El estado de vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos, aunque
no pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo, sin discusión a su
vida y a su santidad” (LG 44).
“Desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que intentaron, con la
práctica de los consejos evangélicos, seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo con
mayor precisión. Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios. Muchos, por
inspiración del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas, que
la Iglesia reconoció y aprobó gustosa con su autoridad” (cfr. PC 1).
La vida religiosa, nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo (cfr. UR
15) y vivida en los institutos canónicamente erigidos por la Iglesia (cfr. Cat.I.C. 573), se
distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto cultual, la profesión
pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común, y por el
testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia (cfr. Cat.I.C. 607).
Todos los religiosos (cfr. Cat.I.C. 591) se encuentran entre los colaboradores del
obispo diocesano en su misión pastoral (cfr. CD 33-35). La implantación y la expansión
misionera de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas
“desde el período de implantación de la Iglesia” (cfr. AG 18, 40). “La historia da
testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la propagación de la fe y
en la formación de las nuevas iglesias: desde las antiguas Instituciones monásticas,
las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas" (JUAN PABLO II, RM
69).
Más aún, María, aun siendo madre de la Iglesia, no deja de ser un miembro de ella
ni deja de ser nuestra hermana en la fe. Es justamente la persona en la Iglesia que ya
ha llegado a la perfección (cfr. LG 65), aquella en la que se dan de forma eminente
todas las perfecciones que la Iglesia quiere infundir en sus hijos. Por eso la Iglesia ve
en María el camino que ha de seguir. En la conciencia de la Iglesia, María es el espejo
en el que se mira la Iglesia, es el arquetipo y el modelo conforme al cual Dios ha
plasmado a la Iglesia y es, a la vez, el esplendor acabado de perfección al que la
Iglesia tiende.
“La figura de María se vislumbra en la sombra de las mujeres clave del Antiguo
Testamento: Eva, Judit, Esther, Rebeca, Betsabé, etc., y en las realidades como el
arca de la alianza o el tabernáculo, el vellocino de Gedeón, etc. María como realidad
de los últimos tiempos, es el antitipo que responde a los anhelos, la expectación, los
bocetos que, a lo largo de la historia salvífica, van diseñando la figura de la Madre del
Mesías. Pero, a su vez, al recoger en sí misma todas esas luces dispersas que hacían
presentir en ella la aurora del gran día, ella misma se convierte en figura y tipo, la más
perfecta de todas de la obra maravillosa de Cristo, la Iglesia”294
294
J. COLLANTES, La Iglesia de la palabra, Ed. BAC, Madrid 1982, 364.
5.1.- María, Madre de la Iglesia295
María es miembro de la Iglesia, salvado por Cristo de una forma eminente, hermana
nuestra en la fe, y al mismo tiempo, nuestra madre. La Iglesia ha visto en las palabras
de Cristo en la cruz: Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn 19,26), la proclamación de la
maternidad espiritual de María, nueva Eva, con respecto a los creyentes
representados en el discípulo amado.
295
COLLANTES, La Iglesia de la palabra, 508-511.
296
J. RATZINGER, Informe sobre la fe, Ed. BAC, Madrid 1986, 115.
La Iglesia camina con María porque ve en ella su mejor modelo, modelo de virginidad
y fidelidad a Dios. Cuando la Iglesia siente la tentación de ceder a la moda y a los
deseos del mundo, tiene en María la fuerza y el ejemplo para su fidelidad y para amar
entrañablemente a los hombres.
La misma fe eucarística tiene en María una analogía adecuada, Ella fue el primer
sagrario de Cristo en este mundo. Hay así una especial vinculación entre la fe en
María y la fe en la Eucaristía: la encarnación que tomó cuerpo en María, sigue en la
Eucaristía.
6.- CONCLUSIÓN
Para concluir esta unidad del módulo hacemos nuestras las palabra de BENEDICTO
XVI: “Preguntar hoy por la Iglesia equivale, en gran medida, a preguntar cómo hacerla
diferente y mejor (…). También hoy la voluntad de actuar en la Iglesia exige ante todo
paciencia para preguntarse qué es la Iglesia, de dónde viene y a qué fin está
ordenada; también hoy la ética eclesial sólo puede estar rectamente orientada si se
deja iluminar y guiar por el logos de la fe (…). El concepto de Iglesia se investiga en su
más profunda naturaleza sólo cuando resulta claro hasta qué punto la Iglesia penetra
en mi intimidad, en mi alma, en mi conciencia”
Si estudiar esta unidad sobre la Iglesia nos ha permitido reflexionar sobre nuestra
realidad de Iglesia, interpelándonos hasta qué punto la Iglesia penetra en nuestra
intimidad, alma y conciencia, entonces el recorrido trinitario que hicimos a lo largo de
la Historia de la Salvación para comprender su esencia y constitución ha sido
fructífero.
Todos los aspectos que hemos considerado se insertan y aúnan en una sola
realidad compleja: la Iglesia, misterio de comunión con los hombres que la infinita
bondad de Dios ha querido ofrecerles gratuitamente. Al cabo, en efecto, “La Iglesia es
eso: Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla,
llamándonos con su revelación, santificándonos con su gracia, sosteniéndonos con su
ayuda constante en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria”
297
Cfr. COLLANTES, La Iglesia de la palabra, 511- 514.