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Introducción.
La encuadernación es el arte de sujetar entre sí los pliegos de un libro y de cubrirlos para
su mejor preservación y manejo.
Edad Media.
Pronto hicieron su aparición las encuadernaciones en las que las tapas de madera se
recubrían de cuero. Este se adornaba con diversas representaciones que, grabadas en
pequeños hierros, se estampaban en seco, en relieve y sin oro: es la denominada técnica
del gofrado, muy empleada en la época carolingia. El número y variedad de los
mencionados hierros aumentaron en el periodo románico, con adornos procedentes del
mundo vegetal o animal, imágenes de santos, caballeros y otras figuras humanas.
En el llamado gótico, las decoraciones ofrecen en un principio una decoración más
sencilla; pero hacia sus postrimerías aparecen abundantes ángeles y santos y más
tardíamente escenas eróticas y de cacería, especialmente en las cubiertas grabadas en
cuero, que se usaron sobre todo en Alemania y Austria en los siglos XIV y XV. Las
encuadernaciones góticas son muy escasas en España y presentan una decoración de
pequeños hierros ovales o triangulares que llevan inscritos motivos heráldicos y
ornamentales. Estos hierros se distribuyen regularmente por la cubierta formando motivos
sencillos para completar la decoración, todavía gofrada: el mejor ejemplar es el que
contiene la Regla de San Benito, del siglo XIII, procedente del Monasterio de la Huelgas.
A lo largo de toda la Edad Media se siguieron las mismas pautas, distinguiéndose entre
las encuadernaciones de cuero y de orfebrería, usada especialmente para determinados
libros litúrgicos; en los manuscritos más corrientes bastaba con una simple cubierta de
pergamino. Entre los primeros se deben citarla la tapa del Evangeliario de marfil,
procedente del taller de Fernando I y el Evangeliario de la catedral de Tortosa. En la Baja
Edad Media, la encuadernación más aceptada era de cuero: las tapas de madera se
recubrían con piel ya curtida y se decoraban siguiendo diversas técnicas, ya que al
gofrado había venido a unirse el repujado, realizado sobre cuero húmedo. En los ángulos
de las tapas se solían poner guarniciones de metal y el libro se cerraba por medio de
broches también metálicos: a veces aparecían con cadenas de hierro unidas a la
encuadernación por las tapas para sujetar el libro al pupitre o al estante.
El mudéjar, estilo genuinamente español, es el resultado de aplicar a la encuadernación
los recursos ya experimentados en la decoración de los cueros. Su característica esencial
es la de presentar en todos los ejemplares una técnica y estilo idénticos, aunque con una
infinita variedad de tipos: las decoraciones componen lazos, estrellatos geométricos,
cuadrángulos cruzados, rombos, etc, completados por la decoración menuda de cordón
que también compone las cenefas o borduras con dibujos siempre diferentes. Utilizan la
técnica del estezado y el gofrado. Entre los ejemplares más notables merece destacar el
Misal Toledano del siglo XV.
A final de la Edad Media la encuadernación se seculariza y se extiende, alcanzando
ahora, técnica y artísticamente, su propio sentido. Al uso de las pieles se añaden las
encuadernaciones en ricas telas, bordados con aljófar, pedrería y esmaltes, con exhibición
de emblemas en su parte central y en las manezuelas. La influencia árabe se extendió por
toda Europa y de ellos se tomará el empleo del cartón o papelón, que empleaban como
soporte de las encuadernaciones flexibles, tomando a veces la forma de cartera, que se
adaptaba al libro encerrándolo en una especie de estuche con una solapa. De la
encuadernación de muchos libros medievales, especialmente los correspondientes al
periodo prerrománico y románico, no quedan apenas trazas y si quedan sus motivos
irreconocibles. Sin embargo, se puede reconstruir su forma gracias a las representaciones
que de ellos se hacen en los códices, como en el Códice Virgiliano de El Escorial o en el
Beato de Gerona.
Renacimiento.
Durante el siglo XV se ponen de moda las planchas de hierro de gran tamaño que
ornamentan las cubiertas de una sola vez. Otra de las novedades es el coloreado y
cincelado de los cortes de los libros. En la segunda mitad del siglo aparece el llamado
estilo renacimiento, que generalizó el dorado de los cueros por medio de hierros
transformados en ruedas, que sin solución de continuidad, prodigaban arabescos,
combinaciones geométricas, ondulaciones, etc. La técnica fue posteriormente
perfeccionada por Aldo Manuzio (hierros aldinos), extendiéndose por las naciones
occidentales de Europa, donde llegó a dominar. El arte renacentista encontró su apogeo
con Grolier, Maioli y otros bibliófilos, refinando las líneas de las combinaciones o
duplicándolas en forma de cinta, puntillando los espacios o llenándolos de piezas de
colores que las hacían policromadas y en mosaico. En el centro suelen llevar un círculo,
un cuadrado o un losange donde va inscrito el nombre de la obra o de su poseedor. De
los bibliófilos mencionados se conservan preciosos ejemplares con decoración
variadísima, predominando los motivos geométricos y algunas veces florales. La
encuadernación renacentista española es más bien de gusto flamenco y repite de tal
manera las ideas arquitectónicas que bien puede ser llamada encuadernación plateresca.
En España la etapa neoclásica presenta una gran monotonía, sólo interrumpida por las
pastas valencianas, teñidas de diversos y vivos colores formando jaspeado, y el estilo
imperio se manifestó con la modalidad de cortina, invención atribuida al maestro Antonio
Suárez. A lo largo del siglo XIX la moda romántica se dejó sentir también en el arte de
encuadernar. La innovación más conocida es el estilo catedral, debido a Thouvenin; pero
lo que caracteriza a la época es la modalidad barroca del romanticismo, que en España
se llamó isabelina. Durante este siglo, Francia crea las encuadernaciones interpretativas o
cubiertas parlantes, donde aparecen motivos alusivos o escenas sacadas del contenido
del texto. Luego va adquiriendo cada vez una mayor sencillez y a finales del siglo la
decoración termina por circunscribirse al lomo.
Siglo XX.
La encuadernación del libro ha sufrido en el siglo XX una profunda evolución, tanto en lo
que se refiere a su decoración como en lo referente a la técnica. Actualmente casi todos
los libros se encuadernan mecánicamente, y las encuadernaciones manuales y
artesanales han quedado relegadas para uso de aficionados y bibliófilos. Las técnicas
empleadas para la encuadernación mecánica son múltiples, según se trate de un tipo u
otro de encuadernación: en tela, cartoné, piel, rústica, etc. Muchos libros presentan
aspecto de solidez, pero, desgraciadamente, no todos la poseen. La mayoría de los libros
disponibles en el mercado tienen una encuadernación pegada, y no cosida, lo que los
hace extremadamente sensibles a la manipulación. Italia, Inglaterra, Alemania y Francia
son los países donde la encuadernación ha adquirido mayor prestigio, tanto por su
manufactura como por su arte.
La decoración de la cubierta se ha visto influida por los vaivenes artísticos del siglo,
aunque se ha impuesto de forma generalizada la cubierta parlante que, ahora más que
nunca, informa sobre el contenido del texto, haciéndolo además atractivo para el lector: en
una sociedad tan condicionada por la comunicación audiovisual, el aspecto externo del
libro y la sugerencia que hace su portada son el primer reclamo publicitario. Algunas
editoriales han llegado a hacer verdaderos alardes de imaginación en las cubiertas de sus
libros: en este sentido merece ser citada la colección de cubiertas que Daniel Gil realizó
para el Libro de Bolsillo de Alianza Editorial.