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DOMINGO, 8 DE AGOSTO DE 2010

El capricho y la parodia

Hace unos días, buscando trailers sobre Inception, la última película de


Christopher Nolan, encontré un trailer falso de "Titanic: The sequel". Ese
trailer estaba construido con pedazos de distintas películas en las que
participó Leonardo Di Caprio y en las que más o menos el rango de edad que
tiene es parecido. Con ese trabajo se consigue un producto digno y respetable
en el que se puede saber que hay una broma oculta, pero en el que los cortes
están al servicio de crear una realidad alternativa: si hubiera existido una
segunda parte de Titanic, el trailer se parecería bastante a ese trailer
falso. Esto sucedería primero porque alguna vez sonó el rumor de que habría
una segunda parte de la película de Cameron, pero sobre todo
porque "Titanic: The sequel" contiene muchos de los clichés a que el cine
hipercomercial de los últimos años nos tiene acostumbrados. Para que
cualquiera pueda comprobarlo, incluí el link a YouTube.
Definamos entonces que si el cliché es una enfermedad endémica de una
cuota muy importante del cine comercial (otra cuota no sufre de estas
infecciones), y que con la ayuda de un trailer falso podemos ver la
sintomatología del uso de estos clichés, la película de Nolan se convierte en
un ejemplo de cómo una película mainstream con un director al que se
supone prestigioso e innovador convierte una obra original en su propia
parodia.
¿En qué se ve esto?
Primero, en Di Caprio. Cuando un actor a sus treinta y algo de años (fetiche
para un director como Scorsese, pero que también ha sido elección
especialísima de Sam Mendes, Steven Spielberg o James Cameron), ha
desarrollado una selección de tics y los juega hasta volverse tremendamente
previsible, resulta muy difícil separar al personaje del actor y de su propia
caricatura. Eso está en Titanic: The sequel y en Inception. En una va en
broma y en otra va en serio, pero el efecto es exactamente el mismo.
Después es la propia creación de Nolan la que trabaja hasta el infinito con el
cliché, el propio y el ajeno. Quien vea la película reconocerá no sólo planos
(que podrían ser una marca de autor) sino espacios y escenas, y forma de
narrarlos que ya se han visto en Memento, Batman Begins o The dark
knight. Copias de sí mismo. Y luego están ciertas copias de películas de James
Bond, sobre todo en los fragmentos que transcurren en Mombassa o en un
monte nevado (que a la vez vuelve a ser el espacio de formación de Batman
begins).
Está claro que un estilo se construye a base de repeticiones formales y
temáticas, pero el arte y lo que por definición hace a un autor ser un autor es
que esas repeticiones no se lean como tales, sino como un conjunto, una
obra.
Es cierto también que mucho cine desde hace por lo menos unos veinticinco
años para aquí, tomó como una virtud la cita cinéfila. Un recurso muy
utilizado pero que a día de hoy está manido y bastante agotado. Sobre todo
porque se lo ha utilizado mucho de forma consciente y como cierto alarde de
virtuosísmo. Es, creo yo, mucho más interesante cuando un director no nos
quiere imponer sus referencias, sino que surgen por sí solas, como ha sucedido
toda la vida con el arte que evoluciona de una persona a otra en
circunstancias de olvido. Quizás Picasso copió a Cezanne un tiempo, y Pollock
quiso emular a Picasso, pero luego esa forma se trocó en otra hasta el punto
de crear algo totalmente nuevo.
En Nolan todavía se ve la superposición de motivos: el collage.
Un gran ausente, siempre, a la hora de nombrar las influencias de muchas
películas, Inception incluida, es Philip K. Dick. Y aunque las realidades
alternativas no son un patrimonio dickiano, es innegable que fue él quien
elevó el uso de ese recurso a la categoría de arte. Y traerlo a colación es
necesario porque él escribió un ensayo que se llamaba: "Cómo construir un
universo que no se caiga a pedazos a los dos días". El solo título ya indica cuál
es el problema y que no por inventarnos un cierto paisaje futurista, hemos
creado realmente un mundo nuevo. Esa es la diferencia entre realidad y
maqueta. La maqueta se desmorona porque por definición no vive ni respira ni
transmite emoción alguna.
La frialdad de Inception surge ya desde la forma misma en que fue imaginada.
Poderosamente visual y carente de vida. Los personajes todo el tiempo tienen
que estar narrando y reajustando tanto las novedades como el mecanismo de
cómo funciona (o debería funcionar) ese mundo onírico en el que se
encuentran operando. Esto es un defecto de arranque. Si el mundo alternativo
existe (no digo ya cuatro veces como se nos dice en la película), bastaría que
solo hubiera uno cuyas reglas y funcionamiento fueran claras, y no
necesitaríamos que nos repitieran no una, sino cien veces cómo hace para
andar. Y así y todo, se cae.
Cuando el personaje de Ariadne pregunta: "¿Pero, en el sueño de quién vamos
a estar?", expresa el desconcierto del personaje más identificado con el
público y que igual que el público se va enterando en tiempo real de cómo son
las cosas. Lo normal es que el público, por impulso propio, trate de
adelantarse a los acontecimientos de cualquier historia y aquí eso es muy
difícil. Y que sea difícil no es una virtud en ningún momento, porque más que
referirnos a un guión de trama compleja (que por un lado sí lo es), nos
referimos a un guión hermético al que es muy difícil entrar.
No sé si tienen la experiencia de ver gente que juega a las cartas a un juego
que ustedes no conocen. Están viendo que todos se divierten y ustedes
quieren aprender las reglas y las trampas. Todo. No quieren quedarse afuera.
Alguien les tiene que enseñar. Pero aprender estos juegos suele ser un
proceso aburrido porque por rápidos que seamos, necesitamos y estamos
obligados a incorporar un sistema nuevo que nos permita a nosotros también
divertirnos.
En el caso de Inception, nosotros necesitamos que transcurra la película
entera para ver si recién en una segunda película con el mismo tema podemos
ser como cualquier espectador que interactúa, quiere adivinar lo que pasa y
se confunde con la historia, pero que participa.
Nolan es el maestro de este juego porque suyo es el guión, la dirección y la
producción, por tanto, es el que ha creado las reglas y si queremos ser parte,
tenemos que empezar por aceptarlas. Pero también suele pasar en los juegos
de cartas que quien nos enseña hace dos cosas: a) si él pierde, acomoda las
reglas para así volver a ganar; b) se inventa constantemente nuevas reglas
porque los novatos, ignorantes, desconocemos el sistema y si queremos seguir
adelante tenemos que aceptar que nosotros vamos a quedar abajo y los
veteranos arriba.
Esa relación que espectadores y creadores tenemos con el cine, debería ser
como el ajedrez. Hay reglas hiperbásicas y a él pueden jugar y disfrutarlo
desde niños hasta grandes maestros. No excluye. El sistema de Nolan, es tan
infinitamente complejo y difícil de penetrar que se vuelve excluyente y, por
tanto, caprichoso.
Está afectado de toda la megalomanía que puede exhibir un director que pasa
de promesa independiente a niño mimado. De la arriesgada Memento a esta
maquinaria hiperexhaustiva y agotadora de Inception.
Valgan otros tres ejemplos de directores muy talentosos asediados por sus
propios egos: Peter Jackson, M. Night Shyamalan y Tim Burton. Cada uno de
ellos apuntó a algo innovador, a crear nuevos mundos y de un día para el otro
la industria los puso en un pedestal y ellos se creyeron merecedores de ser
estatuas vivientes, gurús, guías. En cada uno de ellos sobrevive ese impulso
creativo, poderosísimo (amén de su talento como directores), que los
encumbró, pero sus proyectos y su imaginería están más de acuerdo ahora con
estándares de la producción industrial (medio vivos, medio muertos, todo
parafernalia y colorido, y muy poco interesantes) que con lo que alguna vez
fueron.
Quien vio The lovely bones, de Peter Jackson sabe de la
excesiva caramelización del mundo de los muertos que nos presentó y cómo
ésta puede llegar a límites insoportables en la película. Aún teniendo un muy
buen punto de partida, tanto en la novela, como en la historia y hasta en la
intención, él se pierde en un derroche visual que es el opuesto exacto
de Heavenly creatures. Lo que en esta es la ventana a un mundo sombrío,
en The lovely bones se convierte en la visita a un parque de atracciones.
De Shyamalan, después de Unbreakable, no hay casi nada que se pueda decir.
Le siguen confiando megaproyectos que terminan siempre en lo insustancial.
El único que en sus irregularidades tiene algo más parecido a una obra es Tim
Burton, pero siempre hay una vuelta de tuerca, alguna cosa, que lo derriba.
Tiene un par de obras maravillosas como Ed Wood o Big Fish en las que
aparece una pulsión adulta entendida como dejar las cosas bien hechas y bien
atadas y de no sucumbir, una vez más, al capricho. Y el capricho es algo
demasiado poderoso como para hacerlo jugar a tu propio favor. Porque te
encanta y te arrastra. Creo que sólo gente como Bergman o Kurosawa podían
hacer arte valiéndose además de sus caprichos y sus obsesiones. Alguna vez
también Godard. Pero no cualquiera.
Y aunque una comparación futbolística parezca desajustada, la acometo: a los
directores mimados la suerte los trata un poco como a Maradona, sólo que sus
caídas no se leen de la misma manera. A Maradona, que se anima a decir
cualquier cosa por absurda que parezca, se lo demoniza por casi todo. Por lo
que dice, claro, tanto en su forma como en el fondo, pero sobre todo por la
forma. El cómolo dice. Ese cómo proviene ni más ni menos que de lo
siguiente: seguir siendo un niño (cada vez más grande, ahora tiene cincuenta
años), que se ganó el derecho a ser uno de los más grandes del mundo a
fuerza de un talento arrollador; de cumplir con todo lo que se esperaba de él
y más (la mayoría de las veces); y al que nadie pudo nunca igualar en
autoridad y potencia tanto como para plantarse frente a él y cerrarle la boca.
Digo esto porque cuando un Maradona, con cocaína de por medio o no, habla,
impone su voluntad y su capricho porque tiene con qué hacerlo y eso en un
campo de fútbol y alrededores es fuerza y es ley. ¿Se puede criticar a
Maradona? Por supuesto. Pero hay que saber de dónde proviene ese
desparpajo, esa actitud y esas formas: de ese niño de trece años que quería
ganarlo todo y lo ganó todo. Y que también tuvo, por supuesto, la anuencia de
una afición que lo mimó y le consintió a límites indecibles, hasta otorgarle
prerrogativas casi divinas.
Estos otros niños grandes de los que hablamos, directores de cine, han
recibido de manos de los dioses más reales que el mundo contemporáneo
conoce (los productores de Hollywood) una carta blanca para hacer lo que
quieran. O casi.
Primero fue Burton, después Jackson, después Shyamalan y ahora es Nolan.
Todos fueron niños mimados en su momento y todos se quedaron atrapados en
el fotograma fijo del día de su éxito, afectados de una adolescencia perenne
de la que les resulta muy difícil escapar. Igual que Maradona todos pasan o
tienen que pasar por la prueba definitiva de saber si pueden hacer algo con
sus caprichos. Si son algo o son solo bocas, agua que se evapora.
No sé si se han fijado que muchos de los más famosos niños prodigios del cine
difícilmente terminan siendo altos o no adquieren la prestancia de un adulto.
Una corta lista: Mickey Rooney, Jackie Coogan, Michael J. Fox, Macauley
Culkin, Daniel Radcliffe. Se quedan con la cara y el cuerpo del niño que
fueron y que les hizo famosos. Una suerte de tiempo detenido, pero con
efectos dispares y tristes consecuencias. La distancia que separa al deseo de
un adolescente del de un viejo verde está en el paso de al menos unos
cincuenta años. No en el contenido ni en el objeto del deseo, que podría ser
el mismo y tan auténtico para un cuerpo como para el otro. Pero el cuerpo no
es el mismo. Hay una distancia, una brecha temporal que ya no se puede
salvar.
Este tránsito más o menos silencioso, es profundamente dramático para
cualquier creador. O crece o persiste en el niño que fue. Pero no puede evitar
que la podredumbre lo corroa por dentro como a cualquier mortal. Una
versión de Peter Pan negra en la que el pago por detener el tiempo sea que el
veneno ocupe el lugar de la sangre en tus venas.
La historia aquí es mejor juez que el presente y dirá quién y qué merece
quedarse. El presente del cine que hoy vemos es tremendamente mentiroso
porque toda la crítica está pagada y comprada. Desconozco críticos que
tengan un auditorio que se precie y que se animen a derribar los ídolos de
barro. Y cuando me refiero a ídolos de barro no es a estos directores en sí,
sino a ciertas de sus películas que nos vienen ofrecidas para que las adoremos.
Depende de cada uno de nosotros que esto sea así o no. Hoy la crítica nos
pide veneración para Inception. No la merece, para nada. Es humo de hoy al
que mañana se lo habrá tragado el aire. Y gracias que existe el aire.
Un amigo con el que vimos ayer la película dijo que él en dos semanas podrá
dar un veredicto sobre lo que vio. Yo, lo que le dije, es que no deje de
contármelo, y si yo cambié de punto de vista y le digo que Inception me
gusta, que dude seriamente de lo que pasa porque quizás esté metido en un
sueño, dentro de un sueño, dentro de otro sueño.
P U B L I CADO P OR G U STAV O P AL AC I OS E N 1: 12

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