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Paul Verhaesrhe O

;EXISTE LA MUJER?
De la histérica de Freud
a lo femenino en Lacan

FAIDOS
Buenos Aires
Barcelona .
México
Titulo original: Does the woman existí From Freud's Hysteric to Lacan's Feminine
Publicado en inglés por Rebus Press Limited, Londres, 1997
© 1997 Marc du Ry
Originalmente publicado en holandés como Tussen Hysterie en Vrouw

Traducción: Jorge Piatigorsky

Cubierta de Gustavo Macri

La reproducción :otal o p ajrial de este tibro. fn cualquier forma


que ¿<?a. -.¿íntica o modificada, escrita a maquina, por el siste­
ma Taulneraph*. niirneo§rafo. impreso por r’ücocopia. fotodupli-
cacon, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reser­
vados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
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y Mark Paterson
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lnt|ii nao «n Talleres Gráficos MPS


i'Hii 'luí Entero 338, Lands, en febrero de 1999

W I I N lim i I 1 U I O - H
ÍNDICE

In trod ucción ...................................................................... 9

E l p s ic o a n á l is is c o m o p r o d u c t o d e l a h is t e r ia :
E L D IS C U R S O D E L AMO

1. El encuentro de F re u d con la histeria: el deseo........ 15

2. D el tra u m a a l fantasm a: lo real como


im p o sib le ................................................................. ....... 33

3. L a teoría de la represión: lo im aginario como


d e fe n s a ............................................... ............................. 47

4. D ora: la fa lta en lo S im b ó lic o ..................................... 75

5. E l psicoan álisis como consecuencia de la


histeria: el discurso del a m o ......................................... 91

L O S P O S F R E U D IA N O S Y EL D ISC U R SO
DE LA U N IV E R S ID A D

6. L a g ra n c o n fu sió n ............................................................ 101


7. Lucitn y discurso do la histórica

E l F r e u d o l v id a d o :
E l p a s a j e a l d is c u r s o d e l a n a l is t a

8. L a se gu n d a teoría freudiana de la h is t e r ia ............... 161

9. Consecuencias de la segunda teoría freu dian a:


los fenóm enos orig in ario s............................................. 195

10. L a roca de la castración................................................ 277

C onclusión ............................................................................. 327

B ib lio g r a fía ........................................................................... 337


IN T R O D U C C IÓ N

E l discurso del sujeto histérico le enseñó [a F riin ll


esta otra cosa, que en realidad se reduce a esto: </i/r . /
significante existe. A l recoger el efecto de este si^iu/\
cante en el discurso del sujeto histérico, logró dar!,' < e
cuarto de giro necesario que lo convirtió en un diana v>
analítico.
Jacques L acan , XX, i l

H ace unos cien años, F re u d inició un diálogo con paciente<


histéricas. Lo qu e in icialm en te iba a ser un tra b a jo para km
narse la vida, que im plicaba s a lir del am ado laboratorio y alo
ja rse de la po sibilidad de re a liz a r descubrim ientos, se con vi i
tió en una teoría que ib a a poner cabeza abajo el conocimiiMiln
establecido sobre el hom bre, y de tal modo el conocimiento it
secas. El efecto de esta h e rid a narcisista, que F re u d consido
raba la tercera infligida a la hum anidad, está lejos de ser pío
namente conocido.
U n a de las consecuencias parece h a b er sido la desapari
ción de la h isteria, coincidente con la aceptación m undial do!
psicoanálisis. Los síntom as de conversión se h an vuelto cad>t
vez más raros, la “g ra n h isteria” ó la S alpétriére es hoy en din
una curiosidad de invern adero. Según diversos h is to ria d m e
esta desaparición es el resu ltad o de la influen cia profiláctica
del psicoanálisis. L a difusión internacional de las ideas geno
r a d a s por su teo ría h a cam biado la sociedad h a s ta ta lp u n to
que la h isteria se convirtió en su p erflu a y, consecuentemente,
en obsoleta.
P ero una fa m ilia r id a d m ínim a con la teo ría la c a n ia n a de
los cuatro d iscu rso s b a s ta p ara re fu ta r este op tim ism o inge­
nuo. puesto q u e d ich a teoría d e m u e stra la u b ic u id a d de la
histeria como e stru c tu ra invariable. P arecería que se trata de
dos distintas interpretaciones de la historia.
N u e s t ra in te rp re ta c ió n se b a sa en u n a le c tu ra la c a n ia n a
de la obra de F re u d ; como resultado, en dicha o b ra se revela
una peculiar evolución histórica. L a teoría de L a c a n es que la
historia del p sic o a n á lisis sólo puede ser de sc ifra d a en la me­
did?. sn que e lla m ism a sea inscrita en la historia del incons­
ciente. H a y m u ch a distancia entre un estudio que a sp ira a in­
d a g a r la h istoria del inconsciente con u n a sucesión de hechos
y otro que considere la historia y el inconsciente como dos la­
dos de una m ism a m oneda.
L a conclusión de nuestro estudio puede e x p re sa rse en una
idea: la teoría d e sa rro lla d a por F reu d a lo largo de cuatro dé­
cadas dio los m ism os giros y rodeos que el tratam ien to indivi­
du al de u n a paciente histérica. E l escalonam iento en el tiem­
po, la d im en sió n h istórica del tratam ien to, son los mismos
que gobern aron el desarrollo de la teoría de Freud.
Este m arco histórico puede describirse en los térm inos de
u n a cierta re la c ió n en tre tres registros diferen tes. T an to la
h isteria como el psicoanálisis parten de u na discrepancia en­
tre lo R eal y lo Sim bólico, de un desajuste que o b lig a a pedir
ayu da a lo Im agin ario. E l efecto es que lo R eal desaparece ba­
jo la c iu d a d ela im a g in a r ia de la n eu rosis, m ie n tra s que lo
Sim bólico q u e d a re z a g a d o en dos aspectos c ru c ia les: la fu n ­
ción del p a d re y el problem a de convertirse en m u jer.
F reud encontró las mayores dificultades de su conceptuali-
zación precisam ente en esos dos puntos: los puntos donde tro­
pieza la h iste ria . T o d a su obra puede verse como u n intento
reiterado de d a r re s p u e s ta al en igm a de cómo u n a m u jer se
convierte en m u jer y describir el papel del padre en ese proce­
so, C a d a vez que p e n s a b a h aber lle g a d o a la solución, la pa­
ciento histérica le dem ostraba la insuficiencia del planteo. Sus
diversus soluciones fueron siem pre tipificaciones de vínculos
sociales específicos, y por lo tanto se las puede e n ten d er per­
fectam ente en los térm inos de los cuatro discursos. A d em ás,
se sabe que u n m arco conceptual coherente y cerrado resu lta
por completo inadecu ado p a ra la práctica clínica. F re u d optó
por la práctica clínica, con el resultado de que su teoría final
se sustrajo a la falacia del sistem a como ratonera coherente y
paranoide.
E l cam in o q u e siguió lo hizo v olver in e v ita b lem e n te a su
punto de partid a: lo Real traum ático como base de la histeria.
N o obstante, el viaje h a b ía elevado su visión a u n n ivel com­
pletam ente nuevo. E n su teoría, F reu d siguió las ela b o ra cio ­
nes im a g in a ria s de la histérica h asta sus ú ltim as consecuen­
cias (u n a de e lla s es la idea de la envidia del pen e), porque
éste e ra el único modo de ir m ás a llá del atolladero de la h is­
teria. E l hecho de que este “ir m ás allá" no fu e ra oído, salvo
por L a c a n , constituye u na ilu stración m ás de la dim en sión
histórica del inconsciente: nunca cesa de desaparecer.
N o sotros d e sa rro lla m o s este “ir más a llá ”. M á s a llá del
atolladero histérico, F reud señ ala el camino a otra conceptua-
lización. L a castración tem ida o desafiada de lo Im a g in a rio se
convierte en la dim ensión constitutiva del sujeto, en y a tra ­
vés de lo S im bólico, fun d an d o de tal modo la fa lt a que ab re
las o p o rtu n id a d e s p a ra la creación. Y en esto resid e la d ife ­
rencia entre el perpetu u m m obile histérico y L a M u je r, entre
el a n álisis como teoría exh au stiva y el análisis como discurso,
como u n discurso analítico.
D esde S ócrates sabem os que la verdad se en cu en tra en el
diálogo y sólo en el diálogo. D esde Freud tenem os u n a form a
especial de diálogo, a través del cual puede re v e la rse la v e r­
dad del sujeto. L a c a n dem ostró que este sujeto y su verd ad
ocupan u n a posición constitutiva en toda ciencia, de modo que
una ciencia tien e que en co n trar a llí su punto de p a rtid a si
quiere p ro d u c ir algo de verdad.
Esto im plica que tam bién la ciencia debe encon trar su ori­
gen en el diálogo, algo que no puede expresarse con esa clase
de monólogo que es u n a bibliografía.
Este libro es el resultado de un diálogo m an ten id o d u ra n ­
te va rio s añ os con J u lie n Q u ack elbeen . N in g ú n a g ra d e c i­
m iento se r ía su ficien te. E n la m edida en que n u e s t r a obra
esté al nivel de esos diálogos, será la m ejor e xpresió n de m i
gratitud.
L a traducción a l in g lés no h a b ría sido posible sin los es­
fuerzos de M a r c d u Ry, K irsty H a ll y O liv e r R a th b o n e ; t r a ­
tando con ellos h e llegado a ser su am igo. P or últim o (pero no
porque sea lo m enos im portante) agradezco a R ik Loose, uno
de mis pocos a m ig o s de toda la vida, que me in trodu jo “acci­
dentalm ente” en el m undo psicoanalítico de le n gu a inglesa.

Paul V erhaeghe
E-m ail: p au l.verh aegh e@ rug.ac.be
EL PSICOANÁLISIS COMO
PRODUCTO DE LA HISTERL\:
EL DISCURSO DEL AMO

E l discurso del sujeto histérico le enseñó [a Frrtul


esta o tra cosa, que en rea lid a d se red uce a i'slo
que el sign ifica n te existe [...].
1. EL ENCUENTRO DE FREUD
CON LA HISTERIA: EL DESEO

U N T R A B A J O P A R A G A N A R S E L A V ID A
V E R S U S L A IN V E S T IG A C IÓ N

Un neurólogo sin trabajo

U n n eurólogo, por cierto: entre 1877 y 1893 F re u d publicó


no m enos de vein tisiete tra b a jo s sobre n e u ro lo gía , cada uno
de los c u a les in c lu ía u n a b ib lio g ra fía excepcion alm en te ex­
h a u stiv a .1 C iertos pequeños descubrim ientos (d esd e un méto­
do p a r a t e ñ ir la s n e u ro n a s a fin de h acerlas v isib le s, h asta
u na in ve stiga c ió n sobre los m isteriosos órgan os g e n itale s de
la a n g u ila ) a te stig u a n sus intereses (ech ar lu z sob re el gran
m isterio de la s e x u a lid a d ), pero en el la b o ra to rio de la U n i­
v e rsid a d de V ie n a no b a s ta b a n para procurarle a un ju d ío la
se g u rid a d la b o r a l que n ecesitaba. D espués de h a b e r perdido
el tren en el asunto de la cocaína, lo único que le q u e d a b a pa­
ra g a n a rse la vida era em p ren d er la práctica m édica. Benévo­
los colegas de m ás edad le d eriv ab an pacientes; p a r a ellos ésa
era u n a oportunidad única de desem barazarse de clientes his­
téricas, es decir, m olestas.
E n su n u e v a ocupación, F re u d trabajó con la m ism a es­
c ru p u lo sid ad . L e ía todo lo que lle ga b a a sus m an os. E n sa y a ­
b a todos los m étodos nuevos. Pero no entendía n a d a . S u s co­
n ocim ien tos de n e u ro lo g ía y anatom ía, la b o rio sa m e n te
reu n idos y reitera d a m e n te puestos a prueba, e sta b a n siendo
socavados p o r q u ie n e s se suponía que ib a n a con firm arlos:
los pacientes. Los colegas mayores y m ás sabios su gerían que
esos pacientes s im u la b a n . E ra n sugestionables. O bien dege­
nerados, con vicios h ereditarios. Q uizá ten ían u n a lesión di­
nám ica, es decir, u n a le sió n que debía e x is tir pero no podía
encon trarse. F r e u d rec o rd ó el chiste de la olla, y lle gó a la
conclusión de qu e, c u a n d o la lógica no tien e éxito, h a y que
em pezar de nuevo. C om en zó a asentar por escrito sus obser­
vaciones, y h a cia 1898 h a b ía reunido m ás de doscientos estu­
dios de casos. E l n e u ró lo go h abía in gresad o en un n u evo te­
rritorio.
A l principio h ubo a lg u n o s descubrim ientos aislados, en su
m ayor parte n egativos. P o r ejemplo, llegó a la sobria conclu­
sión de que (c o n tra la s id e a s de Charcot) la p a la b r a h isteria
designaba prin cipalm en te u n a compilación de características
negativas y preju icios.2 S e la em pleaba principalm en te como
diagnóstico diferen cial respecto de las en ferm edades neuroló-
gicas reales , u n a d irección que más tard e d e s a r ro lla r ía B a -
binski. En el m ejor de los casos, era u na n osografía, un mero
sum ario de sín tom as.3
Junto a esos descubrim ientos negativos, tam bién encontró
algunos hilos sueltos. U n ejemplo era la “p referen cia” por los
síntom as en el á m b ito de las sensaciones: no sen tir n a d a (la
anestesia) o se n tir d e m a sia d o (la hiperestesia); en am bos ca­
sos re s u lta b a d e sc on certan te que no r ig ie r a n la s leyes de la
neurología. O tro s e je m p lo s eran la existen cia de u n período
de latencia entre el m otivo del síntoma y su aparición,4 y tam ­
bién que la su g e stió n como método in cu estion ab le lle v a b a
consigo otro elem en to: la autosugestión del paciente, con la
cual debía s in to n iz a rse la sugestión del te ra p e u ta p a r a que
fuera efectiva.3 A d e m á s , la histeria podía ser m uy bien el re ­
sultado de u n a idea patógen a, pero la tera p ia no podía consis­
tir sólo en d e s e m b a r a z a r s e de esa idea, lo cual no c u r a b a la
enferm edad en sí.6 Y , con respecto al tratam iento, a p e sa r de
que todos esos m étodos e ra n distintos, u n a y otra vez F re u d
descubría un factor c e n tral decisivo: la persona del propio te­
rapeuta, ju n to con la creencia en él del paciente.7
D e trá s de e sta s ob servacion es de am p lio espectro es fácil
ad v e rtir el b o sq u e jo de la principal in n ovación fre u d ia n a
(principal porque dio origen al psicoanálisis): F re u d abniwlnnit
el campo v isu a l y em pezó a escuchar.
E sta innovación, que ib a a tener u n a in fluen cia tan j.;*'•
r a liz a d a en n u e stro siglo, es notable, al m enos p o r dos m»u
nes. E n p rim e r lu g a r, F re u d no podía h aber apren d id o el inri
todo de su s m aestros, porqu e ellos lim itaban su tra b a jo n Iu
patología an atóm ica o consideraban a los histéricos como mu
ros im postores degenerados. A d em ás (y ésta es la segunda i n
zón p a r a s o rp re n d e rse ) la h iste ria ap arecía sobre todo on n|
campo visual, algo que F reu d señaló varias veces en sus hlstu
dios sobre la h is te ria . E l propio Charcot se c o n sid e ra b a "im
visu a l”, y precisam ente por esto era un p a rte n a ire privilegia
do de la histérica. Los principales hobbies de C h arco t eran t<l
dibujo y la p in tu ra, y el desarrollo de la fotografía fue aprovn<
chado inm ediatam en te en su clínica: entre 1876 y 1888 se pu
blicaron no m enos de cuatro ediciones de las Icon ogra p h ies </«•
la S a lp é trié re .8
E l hecho de a b a n d o n a r la clínica médica con su acento imi
la observación visual no carecía de consecuencias; la m ás im
portante e ra que la histérica perdía el control v isu a l del otro
A la histérica se le n egaba la m irada del observador, que trn-
dicionalm ente en carn aba el deseo de ella. F reu d la obligaba u
h ablar, sacando a luz su deseo y su división.

Primeros resultados de la escucha

O tros h a b ía n observado ya que la histeria ten ía u n a etiolo­


g ía tra u m ática . N o obstan te, F re u d fue el p rim e ro en escu
char este tra u m a e interpretarlo como generador de un efecto
sobre la p siq u e y, por lo tanto, sobre el soma. P o r esto tomó
conceptos de la psicología y la filosofía contem poráneas, una
psicofísica qu e c on sideraba el funcionam iento psicológico co­
mo un flujo de represen tacion es (ideas) en térm inos de ener­
gía m ecánica.
Su a rtíc u lo titu lad o “U n caso de curación p o r h ipnosis"
(1892-93) fu e el p rim e r intento de explicación din ám ica. El
curso de la en ferm edad e ra entendido como sigue. H a b ía una
idea “a n tité tic a ” que e l pacien te qu e ría rem o v er de su con
ciencia, es decir, s e p a r a r de su s asociaciones n o rm ale s. En
cuanto esta id e a p a s a b a a se r inconsciente, p ro d u c ía una
inervación en el cuerpo. F re u d añade que e ra m u y p ro b a b le
que esos dos pa so s fu e r a n en realidad uno solo.9 L a cuestión
del origen de la id e a pa tó g e n a fue abordada en su s notas a la
traducción de C h arco t, notas éstas que al m aestro francés no
lo; agradaron m ucho. L a id e a patógena e ra un recu erd o origi­
nado en un t ra u m a , en u n a serie a c u m u la tiv a de pequ eñ os
traum as, o in clu so en recu erdos que a p o ste rio ri rec ib ía n el
estatuto de tra u m a s . E n v ista de estas d iferen tes po sib ilid a­
des, era preciso re c o n s id e r a r la idea m ism a del tra u m a.
Freud lo vinculó con un Erregungszuw achs, u n increm ento de
la estimulación que no p o día ser adecuadam ente abreactuado
por el sistema n e u ro n a l.10
Pero el m ecan ism o de la formación del sín to m a seguía
-iendo misterioso, en especial a la luz del conocimiento neuro-
lógico. En 1893, F re u d quiso poner los puntos sobre las íes en
el artículo con el que dijo adiós al enfoque m édico de las neu­
rosis: "Q uelques co n sid é ra tio n s pour une étu de com parative
dea paralysies m otrices, organiques et h ystériqu es” (“A lgu n a s
'■Diisideraciones con m ira s a un estudio c o m p a ra tiv o de las
parálisis motrices, o rg á n ic a s e histéricas”). E sc rito a instan-
■ ta de Charcot, y o rig in a lm e n te publicado en fra n c é s, e ra al
mirtino tiempo la d e s p e d id a de Freud al en foque del m aestro
dit la Salpétriére. E n este artículo se encuentra u n a com para-
n on entre las p a rá lisis histéricas y orgánicas, y se dem uestra
que la parálisis h istérica no cumple con las leyes neurológicas
"rtUi Mecidas.
Sobre la base de e sa com paración, F re u d lle g a a u n a con-
1In ton decisiva, qu e por cierto h abría parecido p resu n tu osa
••o linca de un psicólogo, p e ro resultaba su m a m e n te convin-
i mito il ser e n u n c ia d a p o r un neurólogo e x p e rim e n ta d o : en
in iti’i la de p arálisis h istérica, la neurología y la a n atom ía no
1 1 1 *11* altan nada en absoluto. Como “explicación”, la presunta
li aun Mina mica” o “fu n cion al” era sólo un deus ex m a ch in a , y
Kt oikI in borró del m a p a , sirviéndose de alg u n o s argum entos
■.... ‘ V<iIvio a su s observaciones para d e sc u b rir la n a tu ra -
liiK't <li’ la 111«ui d e te rm in a n te en la p a rá lis is h istérica. Si-
euli tullí i laimt, descu brió y confirmó que lo central en la his-
*• ita mu Iii rii|)iivn«ntación po pu lar11 del cuerpo y sus partes,
en e sp e c ial la rep resen tación v isu a l. Dejó a trá s a J a n e t y a
sus prop ias conclusiones experim entales al in ten tar la prim e­
ra explicación dinám ica, que en realidad prolon gaba el inten­
to an terior de “U n caso de curación por hipnosis”. E n ese artí­
culo y a h a b ía expuesto la id e a de que la d e sa p a ric ió n de la
rep resen tación antitética como asociación consciente, por un
lado, y el proceso som ático de inervación de la m ism a rep re ­
sentación, p o r otro, bien podían ser dos lados de la m ism a mo­
neda. L a n u e v a explicación e ra la siguiente: el yo consiste en
una caden a asociativa en la cual el cuerpo tiene u n a posición
central. E s t a s represen tacion es están vincu ladas a so c iativ a ­
mente y cada u n a de ellas contiene un A ffek tb etra g , u n qu án-
tum o m onto de afecto. P a r a la sa lu d psíquica es n ecesario
que esta in vestid u ra energética sea abreactuada m ediante ac­
ciones m otrices o por u n a actividad psíquica asociativa, o bien
por u n as y otra. F reu d lle ga a la conclusión de que, en el caso
de la h isteria, la representación patógena ya no puede en trar
en la activid ad asociativa consciente del yo, y que la p a rá lis is
es causada p re cis a m e n te p o r esta exclusión a s o c ia tiv a . ¿Por
qué? P o rq u e dicha exclu sión e n tra ñ a la im p o sib ilid a d de
ab re a c tu a r el qu án tu m de afecto vinculado con esa rep resen ­
tación p a rtic u la r (p or ejem plo, del brazo).
É s ta fu e la p rim era explicación freu dian a del sín tom a de
conversión histérico. D e e lla su rg e con c la rid ad el tem a que
interesaría a continuación: ¿por qué la representación patóge­
na no es accesible p a ra la activid ad asociativa consciente del
yo, y cuál es el vínculo operativo entre esta exclusión asociati­
va y el sín to m a de conversión? E l prim er punto en co n traría
una explicación. E l segundo -có m o aparece la c o n v e rsió n - se­
gu iría siendo un m isterio p a ra Freud.

La teoría de la Abwehr y la hipótesis Q


E n 1893, F re u d u rgió a B r e u e r a pu blicar su tra b a jo con­
ju n to “C om un icación p r e lim in a r ”, el artículo q u e es a m p lia ­
mente reconocido como origen de la teoría del tra u m a. Según
F reu d y B re u e r, el histérico h a b ía sido víctima de uno o inclu­
so v a rio s tra u m a s , cuy as represen tacion es re p rim id a s se­
guían patogénicam ente activas, por el hecho de no h a b er sido
ilbroMcUiíid*» < liil rrim » conocer el cótno y ol porqué de esa ine-
xiitUmci» do abroacción. Kreud reitera prim ero la tesis de su
artículo anterior, acerca de la necesidad de la abreacción, y a
continuación se p re g u n ta u n a vez m ás por qué la abreacción
parecía im posible en la h is te r ia .12 L a con clusión paradójica
e ra que esas rep re se n tac io n e s seguían v iv a s p o r u n lado, y
por el otro el pacien te no ten ía ningún acceso consciente a
e llas. V a r ia s e x p licacion es eran posibles (la n a tu ra le z a del
trau m a, la condición psicológica del paciente en el m om ento
del traum a), pero todas se reducían a u na hipótesis central: la
existencia de u n a escisión en el funcionamiento psíquico, una
disociación entre dos estados, en la cual un grupo de ideas era
inaccesible p a ra el otro. A d em á s, un gru p o e je rc ía u n a p re ­
sión defensiva con tra el otro. E n consecuencia, la te ra p ia de
la h isteria con sistiría en volver a com binar asociativam en te
esos dos grupos, h acien do de tal modo posible la abreacción.
F re u d añadió que esta teo ría sólo explicaba el m ecanism o de
la form ación de los sín to m a s, pero no decía n a d a sobre las
causas internas o la etiología de la histeria en sí. L a histeria
seguía siendo elusiva.
E n sus dos artícu lo s siguientes, F reu d in siste en los m is­
mos descubrimientos, y tam bién en su pesim ism o acerca de la
etiología. E n 1894 el é n fa sis pasó desde la A b re a k tio n
(abreacción) a la A b w e h r (d efen sa), p artic u la rm e n te en “L a s
neuropsicosis de d e fe n sa ”. F re u d estaba convencido de h aber
h a lla d o la solución; se s e n tía tan en tu siasm ad o a l respecto
que generalizó su h ip ótesis p a ra incluir casi todo el campo de
la psicopatología. D e a llí e l subtítulo del artículo: “E n sayo de
u n a teoría psicológica de u n a histeria a d q u irid a , de m uchas
fobias y representaciones obsesivas y de ciertas psicosis aluci-
n atorias”. L a causa de la S p a ltu n g , la escisión, e ra u n conflic­
to entre el yo y un gru p o incom patible de representaciones re­
feren tes a la se x u a lid a d . L a solución del yo con sistía en
d e b ilita r a este g ru p o q u itá n d o le su q u á n tu m de afecto, de
m odo que el gru po d e s a p a re c ía de la a c tiv id a d asociativa
consciente. Debido a este proceso se lib e ra b a u n a cantidad de
en ergía flotante, u n a E rregungssu m m e, que e ra preciso inves­
tir en otra parte. E s t a in v estid u ra podía se r de m u y distinto
tipo, según la clase de “neuropsicosis de d e fe n sa ”. E n el caso
de la h isteria, g e n e ra b a una conversión: esa cantidad de ener
gía e ra u tiliza d a en un síntom a escrito en el cuerpo como sím
bolo m ném ico de la represen tación rep rim id a . E ste síntoma
se convertía en el centro del segundo grupo psíquico.
E s t a p a rte de la teo ría fre u d ia n a te m p ra n a e ra m uy im ­
portante p o rqu e explicitaba u n a form ulación y a aplicada im­
plícitam ente, y asim ism o particularizaba este supuesto en re­
lación con la h iste ria . E m p ezarem o s por la rela ció n de esta
fo rm u lación con la h iste ria . L a extensión g e n e ra l de la idea
de defen sa a toda la psicopatología suponía que este mecanis­
mo y a no podía ser u sado como signo indicador de histeria. La
p a rtic u la rid a d de la h iste ria no estaba y a en la defen sa sino
en la conversión: h isteria equivalía a conversión. E n adelante,
hasta el descubrim iento de la histeria de a n gu stia o fobia, ésa
se ría la ca ra c te riza c ió n típica de la h isteria. ¿Q ué e ra esta
conversión? U n a in v e stid u ra de energía, es decir, un proceso
que in viste, en la e sfe ra sen sorial o en la e sfe ra motriz, el
q u án tu m de afecto perteneciente al grupo de las rep resen ta­
ciones incom patibles con el yo. En una situación n atu ral, esa
energía, en lu g a r de se r investida, habría sido ab reactu ada a
través de la actividad asociativa o motriz.
E sta parte de la teo ría presuponía un su pu esto y a aplica­
do, pero que se estaba form ulando explícitam ente como la hi­
pótesis Q : “M e refie ro a l concepto de que en la s funciones
m entales h a y que d istin g u ir algo (una cuota de afecto o suma
de excitación) que tiene todas las características de u n a canti­
dad (a u n q u e no tenem os medios para m edirla), que es suscep­
tible de aum ento, dism inución, desplazam iento y abreacción,
y que e stá d is trib u id a sobre las huellas m n ém icas de las
ideas, m á s o menos como u n a carga eléctrica se distribuye so­
bre la su perficie de un cuerpo”.13
E sta hipótesis constituía la base de la teoría de la abreac­
ción, com ú n m en te conocida como teoría catártica. A su vez
im p licaba otro supuesto básico acerca del principio de placer
y el p rin c ip io de con stan cia. F reu d se h a b ía re fe rid o a él en
dos oportun idades, pero su elaboración propiam ente dicha só­
lo tuvo lu g a r en 1920, en M á s a llá del p r in c ip io de p la cer. Y
podríam os a ñ a d ir que se trató de una elaboración que alteró
p rofu nd am ente dicho supuesto.
Esta hipótesis Q se g u iría form ando parte de la teoría fre u ­
d ia n a de un m odo q u e in trig a b a . E ra esen cial p a r a la cohe­
rencia conceptual, e ra fu n c io n al en la práctica clínica, pero
segu ía siendo e n ig m á tic a . E s t a Q dem ostrab a se r d a ñ in a si
quedaba fijada o coagulad a, sin posibilidades de a b re a c tu a rla
y de tal modo re d u c irla . L a abreacción e ra p o sib le en dos
ureas. cuya com binación parecía m ás bien extrañ a: la locomo­
triz y la asociativa.
En el siguiente artícu lo de Freud, sobre la n eurosis de a n ­
gustia. encontram os esta h ipótesis aplicada a la conversión,
líl punto de p a rtid a tiene que v e r con el interrogan te sobre la
relación entre lo psicológico y lo somático en m a te r ia de s e ­
xualidad. E l proceso n o rm a l es descrito como sigue. P o r enci­
ma de cierto u m bra l, un im pu lso sexual somático produce en
la psique un estím ulo que debe ser abreactuado. F re u d distin ­
gue tres desen laces patoló gicos posibles. 1) L a “abreacción
inadecuada", sobre todo a tra v é s de la m asturbación, que g e ­
nera neurastenia. E n este caso la relación entre el aspecto se­
xual somático y el deseo psicosexual (la libido) es n orm al, pe­
ro la abreacción es e rró n e a . 2) L a '‘insuficiencia p s íq u ic a ”,
romo consecuencia de la cual los impulsos som áticos, aunque
fuertes, no alcanzan su transform ación psíquica. O b lig a d o s a
permanecer en el ám bito de lo somático, se convierten en cau-
m d(! la neurosis de an gu stia . 3) L a “defensa con sustitución”.
I .a histeria pertenece a esta categoría. T am b ié n en este caso
encontramos u n a su m a de ten sión som ática y el fra c a so p sí­
q u i c o en procesarla. E l resu lta d o es que la en ergía es devuel-
l a a In región som ática, do n d e provoca la con versión como
in1.tt.uto. Sin em bargo, existe u n a im portante diferen cia res-
l'oi'l.o «le la se g u n d a fo rm a m encionada antes; en este caso el
I ti 11 ki I*o somático h a sido procesado psíquicam ente, pero debi-
i l" a un i (inflicto psíquico se ve devuelto a su punto de origen,
m| n iir p o .1'
l'ur lo tanto, podem os d e d u c ir que la m iste rio sa Q puede
n|.........i en por lo m enos dos form as: una pu ram en te som áti-
■ i v, ii Hase i do su procesam iento, en u n a va ria n te psíquica:
In l i l m l a I a K e n l d e l cuerpo es procesado y elaborado a través
'li In 1111 i;; 111 i11 io y lo Sim bólico. L a conversión h istérica resul-
i a iln mui ilaiemut/ropresión en virtud de la cual el q u á n tu m
procesado psíquicam ente retorn a al cuerpo y se inscribe en él.
E l siguien te paso de F re u d fue el descubrim iento de que la
d e fe n sa o rig in a l tam b ié n e x p lica la resistencia del paciente
cuando se le pide que recu erd e la represen tación rep rim ida:
“Se tiene la im presión de un demonio que lucha, tem eroso de
la lu z del d ía porque sabe que sería su fin ”.15
Lo s descubrim ientos de este período ya no parecen tan he­
terogén eo s. L a s piezas del rom pecabezas h a n com enzado a
ocu par su s lu g a re s y a form ar u n a figura.
1. L a psicopatología (h iste ria incluida) es c a u sa d a por una
defen sa excesiva (excesiva en comparación con la defensa nor­
mal,) con tra la s rep resen tacion es psicosexuales, cada u n a de
las cuales tiene un qu án tu m de afecto.
2. E n la h iste ria , este q u án tu m de afecto inicialm en te so­
m ático es e la bo ra d o psíquicam ente y convertido en un grupo
p sic o se x u a l de rep resen tacion es; este grupo s e r á rechazado
por el yo y devuelto a la región somática, con el resu ltado de
u n a conversión. L a conversión funciona como un sím bo mné-
mico, que es lo que d iferen cia a la histeria de todas las otras
neurosis. E l desplazam iento posible de Q es válido p a ra todas
las neuropsicosis de defensa.
3. D e este modo se o rig in a n dos grupos d ife re n te s de re­
presentaciones: uno reprim ido, y el otro represor. L a resisten­
cia fu n cion a como lím ite entre ambos.
L a explicación de F re u d contiene un elem ento recurrente
que exige a c laracion es adicion ales: el qu án tu m de afecto. El
e x a m en de este factor nos lle v a r á a la conclusión v in cu lada
con el m étodo freudiano de la escucha, y es por lo tanto parte
y p a rc e la de u n a teoría del lenguaje.

D E S P L A Z A M IE N T O Y DESEO

,
¿Afecto energía, investidura, catexia,
suma de impulsos?

E l hecho de que la hipótesis Q apareciera con tantos rótu­


los e ra un signo de que ya incluía alguna dificultad intrínse­
ca. E n la h istoria de su em pleo, por Freud y por otros después
de él, podemos d is t in g u ir tre s significados distintos. E l p r i­
m er uso nos p ro p o n e la id e a de una can tidad de e n e rg ía so­
mática, m aterial, b a s a d a en la seudoneurología del Proyecto y
el descubrim iento con tem porán eo de las caden as n e u ro n a -
le s .16 Junto a l u so de F re u d , el término form ó parte del d is­
curso sobre la e n e r g ía en tre 1850 y 1890, con toda ju stic ia
descrito por J a c q u e s C la e s como om nipotente y ju b ilo so . A
F re u d le bastó to m a r este térm ino de ese discurso.17
Pero desde el principio m ism o encontramos que él lo u tili­
z ab a de distinto m odo. A u n q u e su origen e ra som ático, la
en ergía se e la b o r a b a como tensión psíquica, v in c u la d a a re ­
presentaciones p sicosex u ales. Este es el núcleo de la idea de
la libido, una can tid ad de en ergía misteriosa, in m a teria l. D e s­
de este punto de v is ta , F re u d se alin earía con los ém ulos de
Robinet (el prin cipio activo), H e rd e r (las fu e rza s o rgán icas),
Lam arck (el poder de la v id a ), S tah l (el vita lism o ), e incluso
Schopenhauer (la v o lu n ta d ciega). L a única diferencia reside
en el hecho de que F re u d vin cu la im plícitam ente esta fuente
misteriosa de poder con la psicosexualidad. E n ú ltim a in stan ­
cia, este uso sigue sien d o m ás misterioso que útil. E sta es por
lo menos la conclusión de R usselm an, quien realizó un e stu ­
dio completo del em pleo de esta idea (conocida como “m odelo
dinám ico”) por F re u d , a s í como de su aplicación antes y d e s­
pués de él. Dicho e stu d io dem uestra tam bién que el concepto
se sigue em pleando h o y en día; es un ejem plo la idea de que
el hom o faber m odern o necesita ventilar sus emociones, tener
válvu las de escape, etc é tera .18
E sta concepción con tem p orán ea nos a p orta un tercer uso,
en el cual el énfasis h a pasad o de la “cuota de afecto” al “afec­
to ”, punto desde e l c u a l b a s t a d a r un pequeño paso p a ra co­
m e n za r a h a b la r de “em ociones”. Sin d u da, en F re u d se po­
d ría n encontrar a lg u n a s indicaciones que a p u n ta n en e sta
dirección. En los E s tu d io s , por ejemplo, escribió sobre la lib e­
ración del afecto contenido, id ea ésta a la que todavía se apela
hoy en día como ju stific ac ió n de las llam adas terapias del g r i­
to. Pero para a fe rra rse a este punto de vista m ás bien restrin ­
gido habría que d e sa te n d e r otros pasajes en los cuales F reu d
tra z a una diferen ciació n en tre la s emociones y los procesos
energéticos subyacentes. L a formulación m ás c la ra puede en­
contrase en “L o inconsciente”, donde observa que “los afecto
y em ociones corresponden a procesos de abreacción, manif'<“
taciones fin a le s de lo que se percibe como sen tim ien to”.19 K
respu esta a esto, se podría a v e n tu ra r la opinión de que exist
u n a diferen cia entre los afectos inconscientes y las emocione
conscientes, y que la m eta de la terapia es la abreacción con»
em ociones conscientes de estos afectos inconscientes, proba
blem ente bloqueados. Pero incluso esto es refutado por Freud
E n el m ism o p a s a je a ñ ad e que no h ay afectos inconscientes
en el sentido de emociones inconscientes.
D e m odo que todos estos usos son im prácticos. N ivelan
a críticam en te las id e a s de F reu d con las m ás an tig u a s, o las
diluyen en un p a lab re río afectivo-emocional. E n am bos casos
se pierde el aspecto m ás im portante del descubrim iento freu-
diano: que el q u á n tu m de en ergía puede desplazarse.

E l d e s p la z a m ie n to

¿ C u ál e ra el núcleo de los descubrim ientos de F re u d en es­


te período tem prano? Q ue todo síntom a neurótico expresa al­
go p a ra lo cual no es la form a de expresión correcta, normal.
H ay, dijo F re u d , ueine falsche V erknüpfung”, u n a conexión fal­
sa, un nudo neurótico.20
E n otras p a la b r a s , este “a lg o ” se desplazaba a u n a forma
de expresión que no le pertenecía. F reud h a b ía descubierto el
m ás im portante m ecanism o del inconsciente y del proceso pri­
m ario: el d e sp la zam ie n to . E l m ás im portante porque, según
Lacan, no sólo constituye la base sino tam bién la precondición
necesaria del otro m ecanism o del proceso prim ario, la conden­
sación.21
A lg o se d e s p la z a b a . F re u d lo llam ó “e n e r g ía ”, “cuota de
afecto”, “su m a de estím u los”. Por cierto, en esa época, la me­
táfo ra de la e n e rg ía e sta b a al alcance de la m ano. P ero él la
elaboró y la hizo específica. S u s descripciones clínicas revelan
una y otra vez que ese “algo” equivale a W unsch, a deseo. In ­
cluso m ás: concierne al deseo psicosexual sobre el cual los pa­
cientes no q u ie re n s a b e r n a d a y contra el cual le v a n ta n una
resistencia.
A nuestro juicio, este descubrim iento fue el verdadero pun­
to de p a rtid a del psicoan álisis. E n adelante la h iste ria y a no
a pa rec ía d e te rm in a d a por a lg ú n traum a m isterioso, sino por
un deseo in a rtic u la b le que segu ía siendo desplazado. E l 27 de
octubre de 1897 F r e u d ge n e ra lizó esta idea y la convirtió en
la característica fu n d a m e n ta l de la histeria: “E l an h elo es la
principal c a ra c te rístic a de la histeria, así como la a n e s te sia
presente (a u n q u e sólo sea potencial) es su p r in c ip a l sín to ­
m a ".22 Deseo y a n e ste sia . L a c a n enunciaría esto en u n a fó r­
m ula bien conocida: “E l deseo del sujeto histérico es ten er un
deseo insatisfecho”.
U n deseo que no puede ser articulado por el sujeto y sigue
siendo desplazado. E s t a es la idea básica que está d e trá s de
tres im portantes estudios freudianos: La in terp reta ción de los
sueños (e l sueño como realización de un deseo p roh ibid o), P s i-
co p a to lo g ía de la v id a c o tid ia n a (acciones fr u s t ra d a s como
realizaciones exitosas de un deseo reprim ido) y E l chiste y su
relación con lo in con scien te (el chiste como v á lv u la de se g u ri­
dad para d a r sa lid a a ese m ism o deseo prohibido).
La teoría la c a n ia n a perm ite una elaboración adicional. El
desplazam ien to no es m á s que m etonim ia. Lo qu e h a de des­
plazarse es el deseo en cu a n to es significativo. L a neurosis de­
m uestra con stan tem en te que este proceso está llen o de ten-
.ion, lo cual explica el em pleo por Freud de la m e táfora de la
energía. D esde luego, en este proceso no hay escasez de em o­
ciones, pero esto no constituye u n a excusa p ara reducir la psi-
i'olerupia a un circo em ocional. E n L ’envers de la psychanaly-
■ Lacan redujo la rela ció n en tre la emoción y el deseo a sus
proporciones ju s t a s . E n el s e r hum ano hay u n solo afecto, a
iü I hm el efecto de la división en y a través del le n g u a je .23 El
'I....... encuentra realm en te su origen en y a través de esta di-
i mili, precisam ente p o rq u e e lla genera la p é rd id a irrevoca-
Iile •iu*' l,acan denom inó objeto a; por lo tanto, la relación en-
li" .ileelo, le n g u a je y deseo está dada desde el principio
nilwmo
>• i!1111 I ,nran, todo se r h abla n te (p arlétre ) está por defini-
■mu du idnio y es en consecuencia histérico. Esto nos p lan tea
I |u hIiIim u de la diferen ciación conceptual en tre la h iste ria
n "i "ui l v In In ti eri u patológica.24 Dejando este p roblem a a un
1" I " |" mI•'mu ; em tcluir que la relación entre el le n g u a je y la
h iste ria e stá presente en la teoría freu d ian a desde el princi­
pio m ism o. E n la h iste ria es o bvia la e stru c tu ra lin güística:
u n a significación rech azada por el yo se d esp laza a través de
va rio s sign ifican tes, se fija e inscribe en el cuerpo. D e uno u
otro modo, la cura tendrá que tra b a ja r con p a lab ra s, y Freud,
ya en 1890, reflexion ó sobre su poder m ágico “como in stru ­
m ento esen cial del tratam iento psíquico.”25

N O T A H IS T Ó R IC A

N o es n uestro objetivo e stu d ia r la histeria a lo la rg o de su


p ro lo n ga d a historia. O tros lo h an hecho: recientem ente, L ib -
brech t p a r a la psicosis h istérica, y M icale p a r a la h isteria
m a s c u lin a .26 P ero nos in te re sa discu tir un punto, porqu e se
tra ta de u n punto disputable.
N o s referim os a la relación entre los antecedentes cultura­
les de F re u d y la creación del psicoanálisis. E xisten al respec­
to v a ria s hipótesis. F reu d fue un hijo de su tiempo. F re u d fue
producto de un desarrollo m ás am plio, así como de la filosofía
rom ántica y la psicología académ ica, que, cada u n a por su la­
do, in te n ta b a n e stu d ia r el inconsciente. F re u d descubrió las
leyes del inconsciente a través de su autoanálisis.
N o pretendem os discutir los m éritos relativos de cada una
de e sta s h ip ótesis. S in d u da, diversos aspectos de la educa­
ción científica de F reu d pueden encontrarse en su teo ría psi-
coan alítica. E n varios lu g a re s, la teoría refleja el esp íritu de
la época, a s í como los antecedentes judíos del au tor. S in em ­
ba rg o , estos factores no perm iten explicar otros aspectos, en­
tre los c u a le s el m ás im portan te es el hecho sim p le de que,
a d em ás de estar preocupado por los significantes, F re u d escu­
chaba a su s pacientes.
S u b siste la circunstancia de que la m ayoría de los prim e­
ros p acien tes de F re u d fueron histéricas. E n este sentido, la
educación científica de él no le h a b ría sido m uy útil, por decir
lo m en os. N u e s t r a tesis es que F re u d , a p e sa r de su am plia
educación form al y de su form ación con Charcot, pasó a elabo­
r a r u n a teo ría de la h isteria que ib a en dirección contraria a
la de la s te o ría s y los m étodos de la época. P a r a explicar
n u estra tesis t ra z a re m o s u n a distinción a p ro x im a d a entre
dos períodos de la h istoria de la histeria, cada uno de los cua­
les sustentó u n a concepción particular.
E n el prim er período, u sualm en te denom inado precientífi-
co, una mezcla de religión , m a g ia y ciencia obstruía el p rogre­
so de la ciencia m ism a. E l segundo período es el de la Ilu stra ­
ción, en el cual la id e a de la ciencia “v e rd a d e ra ” a lc a n zó su
momento dorado.
Aplicadas a la h is te ria encontram os teorías m á s b ien g ra ­
ciosas acerca de la m igración del útero. Y a en el 2000 a.C. es­
ta teoría fue a s e n ta d a por escrito en un papiro den om in ado
K a h u m por el lu g a r en el q u e fue hallado. D e sc rib e a l útero
como un organ ism o vivo indepen diente. Si no se e n cu e n tra
suficientem ente irrig a d o , se vu elve m ás liviano y p u ede em ­
p e za r a vagar por todo el cuerpo, generando h isteria. Junto a
u n as maniobras m u y p ra g m ática s para restituir el ú tero a su
lu g a r propio, los m édicos sacerdotes recom endaban el m atri­
monio para a se g u ra r la n ecesaria “irrigación” que m an ten dría
la cosa en el lu g a r adecuado.
Con algunas m odificaciones, esta teoría prevaleció d u r a n ­
te varios siglos, en la s o b ra s de Hipócrates, G aleno y P aracel-
so. S u expresión m á s e x p líc ita se encuentra en P la tó n : “L a
m atriz es un an im al que a n h e la engendrar hijos. S i p erm an e­
ce estéril du ran te m u ch o tiem po después de la p u b e rta d , se
siente afligida y g ra v e m e n te pertu rbada, y, d e a m b u la n d o en
el cuerpo y cortando el paso a l aliento, impide la respiración y
provoca en la sufriente la m á s a g u d a angustia y tam b ié n todo
tipo de enferm edades.”27
L a Ilustración lle g ó con C h a r le s Lepois (C a r o lu s P is o ) y
W illis. En el siglo X V I I , am b o s ubicaron la causa de la histe­
ria en el cerebro. E l p a so sig u ie n te fue dado por S y d e n h a m ,
qu ien consideró la s “em ociones excesivas” como u n a de las
causas posibles. Esto p o m a de m anifiesto el fin de la s teorías
m ágicas. E l m édico cien tífico se convirtió en un o b se rv a d o r
objetivo cuya m irada pen etran te gan aba en agudeza gracias a
u n a gam a de in stru m e n to s en continuo desarro llo . C h arco t
dijo orgullosam ente de sí m ism o que era “un v is u a l”. Fam oso
por sus autopsias (“m ir a r d e n tro del cuerpo”) de todo tipo de
enfermos neurológicos, encaró la histeria con la m ism a m ira ­
da, tran sform an d o de tal modo este objeto de oprobio en tenia
de la ciencia seria. E l joven F re u d estaba lleno de adm iración
por este m étodo y los descu brim ien tos resu ltan tes; volvió ;i
V ie n a como u n devoto confirm ado de Charcot.
B a sta n te e x tra ñ am e n te , en el año an terior a su m uerta
Charcot arrojó por la borda toda su teoría médico-organicist.i
y por lo tan to objetiva, de un modo a p aren tem en te casual,
prefirien do lo que denom inó “el factor m ental”.28 D os de sus
segu ido res se rep a rtie ro n la teo ría entre ellos, B a b in s k i, el
detective p riv ad o de la n eurología, desarrolló un esqu em a ri­
guroso de o b serv ación p a ra expon er a la histérica como una
impostora, u n a fa lsa paciente sin ningún trastorno neurológi-
co real. Janet, por otro lado, elaboró el aspecto psicológico.29
¿Y F reu d? F re u d fue el que escuchó. Pero él no sólo escu­
chó, sino que tam b ié n oyó; oyó la significación m etafórica de
lo que denom inó síntom as histéricos de conversión. E n su ar­
tículo sobre la p a rá lisis histérica, observó que la cau sa no es­
taba en el cuerpo. L a estructura se le hizo cada vez m ás clara:
algo se d e sp la z a b a desde “a b a jo ” hacia “arriba'’, y ese algo no
era aceptable “a r r ib a ”, por lo cual era enviado de nuevo “aba­
jo”. E sta estru ctu ra fue refu n d id a en varias form ulaciones di­
ferentes. E n esa e ta p a tem p ran a se la entendía en los térm i­
nos de u n a e n e rg ía en dógen a que investía a u n g ru p o de
represen tacion es psicosexuales, lo cual podía conducir a una
abreacción n o rm a l o a un regreso al lu g a r de origen, el cuer­
po.30 M á s tarde esta teoría del “reenvío al cuerpo” evolucionó
hasta con vertirse en un concepto técnico: en lu g a r de “su pre­
sión” ( u n te rd ru c k e n ) pasó a h a b e r “represión”. H a b ía nacido
la teoría de la represión.
A lg o asciende, se le niega el acceso y entonces se inscribe,
junto con el rechazo, en a lg u n a parte del cuerpo: d e sp la z a ­
miento y conversión, decía Freud. E l útero no está irrigado, se
seca y com ienza a v a g a r por el cuerpo, causando de tal modo
los síntom as histéricos, decía el K a hu n.
D e sp la z a m ie n to , m igración : con esta teoría tem pran a
F re u d e s t a b a m á s cerca de su s predecesores de cuatro mil
años an tes que de su s contem poráneos. Sus predecesores h a ­
bían contado con u n a g ra n ven taja: el útero como órgan o in­
dependiente es em inentem ente femenino. Ellos h a b ía n forja­
do un significante p a ra L a M u jer, como un equ ivalen te al fa ­
lo, aun qu e p e rm an ecía en el registro de lo Im a g in a rio . F ue
precisamente la falta de ese significante lo que obligó a F re u d
a desarro llar u n a y otra vez su propia teoría.

NOTAS

1. M. Solms está preparando una edición de estos textos freudia-


nos relativamente desconocidos.
2. Freud. "Hysteria and Hystero-Epilepsy” (1888b), S.E. 1, pág.
41.
3. ídem.
4. Ibíd., págs. 43-44, 46 y 52.
5. Freud. "Preface to the translation of Bernheim’s De la Sugges-
tion ’ (1888). S.E. 1, pág. 83.
6. Freud. 'Review of August Forel’s Hypnotism" (1889a), S.E. 1,
pág. 100.
7. Freud. “Psychical (or Mental) Treatment” (1890a), S.E. 7,
págs. 291-293.
8. Didi-Huberman, Inuention de l'hysterie, Charcot et Viconogra-
phie photographique de La Salpétriére, París, Macula, 1982, págs. 1-
303.'
9. Freud, "A Case of Successful Treatment by Hypnotism” (1892-
1893), S.E. 1, pág. 122.
10. En la Standard Edition, “Erregungszuwachs” aparece traduci­
do como uaccretion o f excitation”. S. Freud, Preface and footnotes to the
translation ofCharcot’s “Leqons du Mardi de la Salpétriére * (1892-94),
S.E. 1, pág. 137. Las dificultades con las notas al pie son examinadas
por Strachey en su introducción a la Standard Edition, pág. 132.
11. En alemán Vorstellung significa tanto “idea" como “represen-
ilición" El elemento central de la psicología académica alemana de
culi ''poca era por cierto la Vorstellung, palabra que por lo general se
i i nduce como “idea”, con lo cual se pierde la connotación de repre-
iHiUación. Desde el punto de vista lacaniano, la mejor traducción,
por ni puesto, es “significante”.
1 í Freud, “On the Psychical Mechanism of Hysterical Phenome-
n.i lYi’liininnry Communications” (1893a), S.E. 2, págs. 8-12.
I I 1'i‘mid, “The Neuro-Psychoses ofDefence. An Attempt at a
1'nvi Iii ili'fMi al Theory of Acquired Hysteria, of many Phobias and Ob-
i'.mlnn iiiui of certain Hallucinatory Psychoses” (1894a). S.E. 3,
(II)
14. Freud, On the Grounds for detaching a Particular Syndrome
¡rom Neurasthenia under the description “Anxiety Neurosis" (1895b),
S-E. 3, págs. 114-115.
15. Freud, “Ü ber Hysterie” (1895g), Wiener klinische Rundschau,
IX, 1895, págs. 662-663, 679-680, 696-697. Texto no incluido en las
G.W. ni en la S.E. Lo hemos descubierto gracias a J. Quackelbeen.
La cita aparece en la pág. 696 del original.
16. Freud, Aus den Anfangen der Psychoanalyse ( 1887-1902). Brie-
fe an Wilhelm Fliess, Francfort, Fischer Verlag, 1975, págs. 297-385.
17. Claes, Psychologie, een dubbele geboorte, Kapellen, De Neder-
landsehe Boekhandel, 1982, págs. 145-189.
18. Russelman, Van James Watt tot Sigmund Freud, de opkomst
ven het stuwmodel van de zelfexpressie, Deventer, Van Loghum Sla-
terus, 1983, pág. 204. Este estudio lleva a un atolladero. Para una
lectura lacaniana que abre nuevas perspectivas más allá del punto
muerto artificial, remitimos a un articulo de J. Quackelbeen: "Welke
piaats geeft Lacan aan de psychische energie, het aífect en de drift?
Televisión IV ”, Rondzendbrief uit het Freudiaase veld, 1983-84, vol.
III, 3, págs. 5-26.
19. Freud, "The Unconscious” (1915e), S.E. 14. pág. 178.
20. Freud y Breuer, Studies on Hysteria (1895d). S.E. 2, pág. 67,
nota 1.
21. Lacan, Le Séminaire, Livre III, Les Psychoses, págs. 303-304.
The Seminar o f J. Lacan, Book III, The Psychoses, traducción de R.
Grigg, Nueva York, Norton, 1993, págs. 266-277.
22. Freud, S.E. 1, carta 72, pág. 267.
23. Lacan, Le Séminaire, Livre VII, L'envers de la psychanalyse
(1969-1970), París, Seuil, 1991, capítulo XI, pág. 175 y sigs.
24. Lejos de haber sido introducido por Lacan, este problema ya
está presente en los primeros trabajos de Freud, donde él comparó la
represión “normal” con la represión “histérica”. La diferencia sería
puramente cuantitativa, aunque a Freud no le gustaba la idea de un
factor “constitucional”. Nunca encontró una respuesta satisfactoria a
este interrogante; además, su último artículo, “La escisión del yo en
el proceso defensivo”, puede considerarse una generalización del pro­
ceso de defensa que desborda el marco de la histeria, e incluso ubica
este proceso en la base del desarrollo psicológico.
25. Freud, “Psychical (or Mental) Treatment’ (1890a), S.E. 7,
pág. 292.
26. Micale, Approaching Hysteria. Disease and its Interpreta-
tions, N u eva York, Princeton University Press, 1995. Libbrecht,
Hysterical psychosis, a historical survey. Londres, Transaction Pu-
blishers, 1995.
27. Pintón, Ti meo, parte III, 91c.
28. Véase el prefacio de Charcot en Janet, P.M.F., L ’état mental
des hystériques, París, Rueff, 1894.
29. Wajeman, Le M a itre et l'Hystérique, París, Navarin / Seuil,
1982, parte IV.
30. Freud, On the Grounds for detaching a Particular Syndrome
from Neurasthenia under the description “Anxiety Neurosis”, ob. cit.,
págs. 114-115.
2. DEL TRAUMA AL FANTASMA:
LO REAL COMO IMPOSIBLE

E L S U J E T O D I V I D I D O Y E L IN C O N S C IE N T E
ESTR UCTUR AD O COM O UN LENGUAJE

Los E s tu d io s sobre la h is te ria fueron el punto de p a rtid a


de la psicoterapia en ge n e ra l y del psicoanálisis en particular.
Desde ese m om ento, los pacientes neuróticos fueron escucha­
dos, y la teo ría aband on ó el cam po médico.
E ra u n a lu n a de m iel. F re u d distinguió tres form as de his­
teria: la h iste ria hipnoide, la histeria de retención y la h iste­
ria de defen sa.1 E n todas se encontraba el mismo núcleo: una
experiencia p síqu ica p a rticu lar que no había podido tener una
abreacción a d e c u a d a .2 E n la h isteria hipnoide, la abreacción
no se p ro d u c ía debido a la p ecu liar condición (h ip n o id e ) en
que la experien cia tenía lu g a r. E n la histeria de retención ha­
bía circ u n sta n c ia s e x te rn a s especiales, sobre todo sociales,
que o b lig a b a n a l paciente a ren u n ciar a la abreacción. E n la
histeria de defen sa, la c a u sa se encontraba en un conflicto in­
terno; el yo re p rim ía ciertos contenidos penosos, y de ta l modo
im posibilitaba la abreacción.
F re u d fue poniendo c a d a vez m ás én fasis en esta tercera
forma, h a sta el punto de que “h isteria de defensa” pasó a ser
sinónimo de la h isteria en sí. Este podría parecer un pequeño
paso, sólo u n a discusión sobre la frecuencia de aparición, pero
no se tra ta b a de eso: en este punto debemos situ ar un im por­
tante g iro con ceptual re a liz a d o por F reud, pues im p lic a la
idou de división, de S p a lt u n g de la psique. É ste ib a a se r el
prim er red escu b rim ien to de Lacan : el sujeto dividido, S, un
concepto con el cual el psic o a n á lisis se distanció irrevocable-
11urnte de toda form a de psicología.3
Ea en la histeria de d e fe n sa donde la idea de la rep re se n ­
tación "in com patible” a d q u ie r e todos sus fueros. E l yo consi­
dera que cierto gru po de representaciones es incom patible con
id, y las rechaza. L a con secu en cia de este conflicto es que el
afecto propio de ese g r u p o y a no puede ser a b re a c tu a d o , lo
que ge n e ra la con stitución de un segundo gru p o psíquico,
fuente de la eventual patolo gía.
Este segundo grupo contiene representaciones que son ube-
uiu8stseir.sunfáhige”\ lite ra lm e n te , incapaces de volverse
conscientes. E llas fo rm a n el núcleo del complejo patológico y
constituyen, en consecuencia, la meta del tratam iento, F reu d
las consideraba rem a n e n te s patológicos de un tra u m a psíqui­
co que el sujeto p re fe ría o lv id a r y por lo tanto rep rim ía. U n a
vez excluidas de las c a d e n a s asociativas n orm ales, ejercían
una influencia patológica, a la m anera de “F re m d k ó rp e r”, que
^on bacterias a je n a s a l p ro p io cuerpo, causan tes de infeccio­
nes contra la ; que el cuerpo necesita defenderse.4
En esta descripción h a y dos puntos que re c la m a n a lg u n a
aclaración: la “exclu sión ” y el “cuerpo extrañ o”. L a exclusión
asociativa les decir, la rep resión ) es causada por la incom pati­
bilidad entre esas rep re se n tac io n e s y el gru po dom in an te de
representaciones del yo.5 S in em bargo, no pu eden ser “extra-
i\jis”; algo más ad elan te en el artículo, Freud se ve obligado a
trazar una distinción m á s sutil. P or cierto, las representacio­
nes reprim idas p u e d e n h a b e r desaparecido de las asociacio­
nes conscientes o rd in a ria s , pero conservan a lg ú n vínculo con
los síntom as que d e te rm in a n . F reud pensó en dos soluciones
posibles.
La prim era r e s p u e s ta tien e que ver con lo que él llam ó
'/hinche V erkn üpfun g” , conexión falsa. El afecto de una repre-
Huit.rtdón inconsciente es falsam en te conectado con u n a re-
pi ivxmtación consciente.6 E s t a categoría incluía ya lo que él
ai.i , tarde den om in aría “tra n sfe re n c ia ”.7 E l proceso debe en-
t#ndiu\se como u n a rac io n a liza c ió n : el paciente no conoce la
i r Iación entre el sín to m a y su determ inación inconsciente, y
produce u n a explicación plausible. F reu d da el ejem plo de un
paciente que se m etía los dos p u lg a re s en 1a boca a continua­
ción de u n a su g estió n poshipnótica, y se excusaba diciendo
que tenía la stim ad a la lengua. Esto es m uy claro en el caso de
la histeria: la división entre los complejos de representaciones
conscientes e inconscientes no es r íg id a y n ítida; h a y m ás
bien u na co m p u ls ió n a asocia r las id eas del grupo consciente
con los sentim ientos que acom pañan al grupo inconsciente.8
‘ L a s e g u n d a solución es mucho m ás im portante, y aparece
en el exam en de F re u d de las tres capas de m aterial psíquico
en los casos de h isteria.9 Estas tres capas están a g ru p a d a s a l­
rededor de u n núcleo traum ático patógeno. La prim era contie­
ne un ordenam iento puram ente cronológico del m aterial, ilus­
trado a la perfección por A n n a O., qu ien podía rec o rd a r bajo
hipnosis todos los acontecim ientos qu e desem bocaron en su
síntoma, en orden exacto, pero invertido. La segunda capa es
una estratificación concéntrica de! m aterial patógeno en torno
al núcleo patógeno, en la cual el grad o de resistencia es inver­
sam ente p ro p o rc io n a l a la p ro x im id a d al núcleo. L a tercera
parte es la m á s im portan te: “[.. .] un ordenam iento se g ú n el
contenido del pensam iento, el enlace a lo largo de lín eas lógi­
cas que lle g a h a sta el núcleo 10
E sta ú ltim a c a p a es din ám ica, a tra v ie sa las o tra s dos y
produce las conexiones lógicas; se tra ta de un sistem a comple­
jo de conexiones con puntos n odales, y en ella se ponen de
manifiesto la determ inación m últiple de los síntomas.
E n otras p a la b r a s , el inconsciente está o rd en a d o ; la s re ­
presentaciones están vinculadas entre sí de u na m a n era pre­
cisa. E n este punto debem os reconocer el segundo de los más
importantes redescubrim ientos lacanianos: el inconsciente es­
tá estructurado como un lenguaje. L a prim era capa es la dia-
crónica, y la s e g u n d a proporcion a la sincronía de todos los
significan tes, pero el punto que m á s dificultades su scita en
esta teoría es la tercera capa, es decir, p ara Freud, la del sig­
nificado: el deseo como reprim ido por el paciente.
Como h em os dicho, estas tres capas rodean a un núcleo.
Freud em pleó diferentes m etáforas p a ra designar este núcleo
a lo largo de su o b ra: K ern unseres Wesen (carozo de nuestro
ser), N a b e l (o m b lig o ), Urzene (e sc e n a orig in aria), M y ce liu m
(m icelio). S u c a ra c te rístic a esencial es que no h a y p a la b ra s
para describirlo; no las encontraban Freud ni tampoco sus p a ­
cientes, a qu ien es él a p r e m ia b a a v erbalizarlo. E s obvio que
se trata de lo R eal lacan ian o, el registro que no puede poner­
se en p alabras.
E m p lean d o el m étodo hipnocatártico, F re u d supuso que,
en cuanto lo g ra ra evocar el complejo representacional au sen ­
te. liberando y a b reactu an d o consecuentemente el afecto con­
comitante, esas representaciones ausentes in gresarían en la s
cadenas asociativas norm ales. A este proceso lo denominó “co­
rrección asociativa”.
U n rasgo so rp re n d e n te que se reitera constantem ente en
los historiales es la oposición entre la representación patóge­
na y su verbalización. E sto s elementos reprim idos emergen a
menudo en form a de im ágen es, incluso de im ágenes visuales
muy a n im a d a s: "M u c h a s o tra s pacientes h istéricas nos h a n
informado que tienen recuerdos de este tipo en vividas im áge­
nes visuales, y que esto se aplica especialm ente a sus recuer­
dos patógenos”.11 De hecho, la frecuencia e ra tal que F reu d
llegó a la conclusión de q u e los pacientes histéricos estaban
muy dotados desde el p u n to de vista v isual: “L o s pacientes
histéricos, que como r e g la son de tipo v is u a l...”12 De esto se
desprendía la p re g u n ta terap éu tica: “¿Qué h a visto usted, o
qué le ha ocurrido?"13 L a m eta del tratam iento pasó a ser bo­
rra r esas im ágenes p o n ién dolas en palabras. E n los historia­
les son m uy frecu en tes ex p re sio n e s tales como absprechen,
aussprechen, h a b la r sin interrupción. Ésta era la “cura por la
palabra”, aplicada a la pacien te histérica que prefería apelar
al deseo del O tro en su m ira d a . L a cura consistía esencial­
mente en po n er en p a la b r a s estas im ágenes visuales. En la
descripción real de la eficacia terapéutica, esta verbalización
se vinculaba con la idea de lib e ra r el “afecto estrangulado”.
En este punto, la te o ría y la práctica parecían completas.
Cada síntom a sobredeterm in ad o era el punto de aplicación a
través del cual podía ra s tre a rs e la senda de los recuerdos pa­
tógenos. A continuación re s u lta b a posible abreactuarlos, y el
síntoma desaparecería.
Pero su b sistía un p e q u e ñ o problem a: la histérica se g u ía
produciendo recuerdos trau m ático s. C a d a vez que F reu d p e ­
netraba h asta dos de ellos, su rgían otros cuatro... Con Em m y
von N ., F re u d observó que los síntom as no desaparecieron por
completo p o rqu e la c a ta rsis sólo h a b ía liberado dos tra u m as
im portantes. Q u e d a b a n unos cuantos secundarios, y él tuvo
la im presión de que los nuevos se iban produciendo a m edida
que avan zaba. E n su artículo sobre la etiología de la h isteria
examinó dos ejem plos ficticios de síntom as histéricos de base
traum ática. P re firió que fu eran ficticios porque la discusión
de un caso clínico re a l le h a b ría tom ado mucho espacio y
tiempo, precisam en te debido a la m uy com plicada red que se
despliega en tre los sín tom as y la base traum ática. C om paró
la cadena de la asociaciones con un complejo árbol genealógi­
co en el cual algu n o s fam iliares consanguíneos hubieran teni­
do incluso la a u d a c ia de casarse entre s í . . . "
Conclusión: como consecuencia de la catarsis terapéutica,
el estran gulam ien to patológico de un afecto no resultaba tan­
to liquidado como desplazado interm inablem ente. L a id ea de
la catarsis o la abreacción no era totalmente correcta.

L O R E A L C O M O T R A U M Á T IC O

Del Abreagieren al Agieren


L a historia que siguió es tan bien conocida que nos lim ita­
remos a las g ra n d e s líneas. F re u d partió del supuesto de que
la h isteria se o r ig in a b a en u n tra u m a infantil. L a su stan cia
de este tra u m a e ra u n a escena de seducción sexual que, en su
momento, el niño podía no h a b e r entendido como sexual. Ésta
es u n a idea qu e F eren czi ela b o ró veinte años m ás tarde.
Freud habló de “u n a ala rm a sexual presexual”.15 Se retenía el
recuerdo sin com prenderlo, y el efecto traum ático sólo a p a re ­
cía después d e l inicio de la p u b e rta d , desencadenado por un
segundo in ciden te qu e re c o rd a b a al p rim ero.16 Este e ra el
“p roton pseudos ust” histérico, un “falso enunciado que seguía
a un falso su p u e sto ”. E l hecho de que la p rim era escena h u ­
biera sido o lvid ad a im pedía la abreacción adecuada, lo cual a
su vez g e n e r a b a u n a psicopatología n a ch trá g lich e , “d ife ri­
da”.17
Las dos principales características de esta escena origin a­
ria son que es re a l y no h a sido com pren dida como sexual.
F re u d tuvo que m o d ific a rla s a a m b a s, a b a n d o n a n d o de tal
modo la teoría catártica. E n la célebre c a rta 52 a Fliess, y a
h a bía expuesto su d escu brim ien to de que el ataque histérico
(q u e h asta entonces h a b ía concebido como u n a form a de
abreacción patológica) no e ra tanto u n a abreacción como una
acción, un A g ie re n en lu g a r de u n A b re a g ie re n . Y , como ac­
ción, presentaba la c aracterística p rop ia de toda acción, que
es “un medio p ara rep ro d u cir el placer”.18
Com enzaba a a lb o re a r la com prensión de la sexualidad in­
fantil. U n a consecuencia necesaria e ra la revisión de la teoría
del traum a: el p rim er tra u m a.n o era después de todo inocen­
te, sino que contenía un elem en to de placer p a ra la víctima.
D iez años más tarde, A b r a h a m publicó un artículo con un tí­
tulo significativo, “L a experien cia de los trau m as sexuales co­
mo u n a form a de a c tiv id a d s e x u a l”. U n punto destacado de
ese artículo es el hecho de que la escena o rig in a ria contiene
y a un elemento de conflicto p a ra el paciente; A b ra h a m llega a
la conclusión de que el típico silencio de la víctim a la convier­
te en cómplice. P re c is a m e n te esta característica le perm itía
tra z a r una diferenciación en tre los niños y a histéricos, y los
normales. A su juicio, en la h isteria las representaciones eran
al mismo tiempo in com p atib les y placientes desde el p rin ci­
pio.
• L a teoría de la abreacción y la catarsis desapareció silen­
ciosamente. E l fracaso de la defensa histérica no se debía a la
im posibilidad de d e sc a rg a r el recuerdo de un traum a externo.
L a defensa histérica f a lla b a porque ten ía que re a liz a r un
compromiso entre un deseo y la representación de ese deseo.
R e su lta ba m uy fácil v e rific a rlo en la práctica clínica: todas
las representaciones incom patibles de las pacientes de los E s­
tud ios contenían un deseo se x u a l que ellas no podía asum ir;
ol conflicto era inevitable.

El trauma versus el fantasma


I i» secuela de esta b ie n conocida parte de la historia psi-
rminnlítica es aún m ejor conocida (si acaso resulta posible). A l
principio F re u d pensó en la seducción de la niña por su “tío”
(en realidad, siem pre se tra ta b a del p a d re ) como traum a cau­
sal, pero finalm ente descubrió el fantasm a de la seducción. L a
célebre carta 69 a F lie ss pu so un punto final a la teo ría del
traum a,19
Freud, y esp e c ialm e n te su s segu ido res, prolongaron esta
interm inable discusión acerca del im pacto del traum a, real o
imaginario, contra el fondo de la siem pre presente cuestión de
si los histéricos e ra n víctim as o im postores. El propio F re u d
citó los estud ios de B r o u a r d e l acerca del abuso deshonesto
con niños inocentes, que no e ra poco común. M á s reciente­
mente, A rm stro n g realizó u n a investigación sobre el incesto,
m ientras que M a s s o n h a sostenido la n ecesidad de reexam i­
nar el tema a la lu z de lo que él considera nuevas pruebas.
Este in fa n til “sí, es así; no, no es a s í” pierde de v ista el
punto más im portan te de la discusión: la relación entre el fa n ­
tasma com o fuente del s ig n ifica d o y lo R e a l lacaniano com o lo
que se resiste a lo S im b ó lic o . E sta relación es de sum a im por­
tancia en la h is te ria , pero d esap areció en la controversia si­
guiente sobre la teoría del trau m a, y sólo a través de la ense­
ñanza lacan ian a pudo volver a l centro del escenario. P a r a ser
justos, debem os a ñ a d ir que tam b ié n F re u d la abordó en su
momento. Se tra ta de u n a parte de su teoría que nunca a p a ­
reció en los ai'tículos oficiales de modo tan resuelto como en
su correspondencia con Fliess. P o r ello nos será útil echar una
mirada a esta correspondencia.
En la carta 59 encontram os la prim era pista. F reu d escri­
bió que la solución de la histérica está en u n a particular fuen­
te de producciones inconscientes h a sta entonces d e sa te n d i­
das: el fa n ta sm a . C a s i in cid en talm en te añ adió que esos
fantasm as “p o r lo g e n e ra l, se g ú n me parece, se retrotraen a
cosas oídas por los niños a tem p ra n a edad y sólo com prendi­
das más tard e ”.20 E l p rim er p a r de determ inantes im portan ­
tes ya estaba incluido en este pasaje: por un lado, lo Real; por
el otro, el “h a b e r com prendido”, la elaboración, en lo Im a g in a ­
rio o en lo Sim bólico.
F reu d tra b a jó sob re este n u evo descubrim ien to en su co­
rrespondencia, entre 1897 y 1899. E n la carta 61 encontramos
el primer desarro llo .21 E n la histeria, todo conduce a la repro­
ducción de las escenas “r e a le s ” (sic) que están ocultas detrás
de los fantasm as. Estos últim os construyen u n a com prensión
d iferid a de esas escenas. E n el mismo párrafo, F reud introdu­
ce u n a segun da novedad: la represión histérica no cae sobre
los recuerdos, sino sobre los estím ulos que precisam ente pro­
vienen de tales escenas origin arias. Los fantasm as funcionan
como u n a defensa contra e sa s escenas.22 E n cuanto defensas,
constan de varias ediciones d istribu id as en el tiempo y orde­
n adas p ara aum entar la resistencia; la escena originaria sus­
cita la m ayor resisten cia.23 L a elaboración oficial de estas
id eas se encuentra en u n p a sa je de los E stu d io s acerca de la
estructura triple del m a te ria l histérico.
L a carta 66 (un p u n to destacado en el autoan álisis de
F re u d ) emite una nota diferen te. E l neurótico no sólo se de­
fiende con los recuerdos falsificados y los fantasm as, sino tam ­
bién de ellos. Freud d escu b ría m ás y m ás de estas falsificacio­
nes, h asta el punto de q u e en la carta 69 se vio obligado a
abandon ar la teoría del tra u m a. El modo en que descartó esta
teoría añade otra pieza al rom pecabezas; por cierto, la cues­
tión de la realidad de la escena origin aria desapareció con la
conclusión de que “no h a y indicaciones de la realidad en el in ­
consciente, de modo que no se puede distinguir entre la verdad
y u n a ficción investida de afecto”.24 E l paso siguiente de esta
secuencia fue la prim era m ención del complejo de Edipo como
“un acontecimiento u n iv e rsa l de la prim era infancia”.25
L a teoría siguió desarro llán d o se. E n la carta 65 encontra­
mos u n a elaboración de la id ea de la represión, a sí como u na
p rim e ra vislum bre del d e s a r ro llo lib id in a l b a sa d o en las zo­
n as erógenas: la oral, la a n a l y la genital. L a s experiencias
d el niño, sus fa n ta sm a s, o u n a s y otros, se origin an en esas
tres zonas: las dos p r im e r a s presen tan u n a característica
m uy peculiar: “una cuota de libido no puede, como en el caso
común, abrirse camino a tra v é s de la acción o de la traducción
en térm inos psíquicos”.26 A lg o que no h a sido elaborado psí­
quicam ente perm anece en el reino de lo R e al, y desde a llí
ejerce u n a fuerza tra u m á tic a patológica. E sto concuerda con
un descubrimiento a n te rio r q u e nosotros consideram os de su­
m a im portancia. E n su M a n u s c rito K , F re u d ya h abía descri­
to como sigue el desencadenam iento de la histeria: “Esta pri­
m era etapa de la h iste ria puede ser descrita como «histeria de
a la rm a»; su sín tom a p rim ario es la m anifesta ción de a la rm a
acom pañada por u n a la g u n a en la psique”.27 E n el M a n u s c ri­
to E , de dos años antes, h a b ía proporcionado una descripción
cuidadosa de éste proceso al tratar de explicar el modo en que
surge la an gu stia. T a m b ié n en ese caso se consideraba factor
causal la falta de elaboración psíquica.28 P o r lo tanto, tanto la
histeria como la n e u ro sis de an gu stia e ra n “S ta u u n gsn eu ro-
sen”, "neurosis de estan cam ien to”: lo que no puede ser proce­
sado p síqu icam en te se a c u m u la y se vu elve patógeno. Esto
sucede prim ord ialm en te en el tiempo “prehistórico”, es decir,
hasta el tercer año de vida.'"u
Estas ideas nos perm iten anticipar un descubrim iento que
Freud aún no h a b ía realizado: el de la fobia como histeria de
angustia. P or cierto, la teoría ya bosquejada, por rudim en ta­
ria que fuera, d e m o s tra b a que la form a p rim a ria de h isteria
era siem pre la h is te ria de an gu stia. Su u lterior elaboración
defensiva podía lle v a r a u n a histeria de an gu stia con un obje­
to secundario, es decir, a una fobia, o a la histeria de conver­
sión. L a eventu al au sen c ia de an gu stia en esta últim a podía
oscurecer el hecho de qu e la conversión, lo mismo que la fo­
bia, no era m ás qu e la elaboración secun daria de u na a n g u s­
tia prim aria»
A continuación h u bo un período en el cual el tem a de la
histeria perm aneció en segundo plano. F reu d trabajaba en su
estudio sobre el sueño, pero esto no le im pidió tra b a ja r sobre
un descubrim iento an terior, los juegos de palabras, de un mo­
do que dem ostró s e r útil en sus artículos posteriores. E n la
carta 80 se refirió a un excepcional an álisis lingüístico reali­
zado por el propio paciente. E l hombre había padecido un a ta ­
que de an gu stia m ien tra s intentaba ap od erarse de un Kafer,
un escarabajo, y m e d ia n te varios e x traord in ario s ju e g o s de
p a lab ra s llegó a Q ue fa ire ? , “¿qué hacer?". E l paciente, que
había tenido u n a in stitu triz francesa, recordaba la indecisión
de la m adre acerca del m atrim onio de e lla ...30 En la carta 94
encontram os el p r im e r a n á lis is lingüístico del olvido de un
nombre propio (J u liu s M osen), que no fue m ás que un ejerci­
cio previo p a ra el a n á lis is del olvido del nom bre del pin tor
Signorelli, dos cartas m ás adelan te.31
Con este análisis F re u d aprendió que la s conexiones entre
los fa n ta sm a s y las “e x p e rie n c ia s” de la in fa n c ia estaban
con stituidas por lo qu e é l denom inó “p a la b r a s conectoras”.
E ran conexiones de p a la b r a s . S u s muchos ejem plos nos per­
miten decir con total c la rid a d que en todos estos casos se tra­
taba del significante. E l sign ifican te, se g ú n la definición de
Saussure, es una im agen acústica independiente del concepto.
Es el significan te el que conecta al sujeto con su s días de in­
fancia. P ero, ¿con qué aspecto de esos días? U n o s años antes,
F reu d h a b ría respondido con la idea del tra u m a. S u nueva y
lacónica respuesta era: “N a d a h abía allí, salvo el germ en del
impulso se x u a l’ .32
L a ca rta 101 fue la p r im e r a de 1899. F re u d h a b ía recorri­
do un largo camino. A trá s q u e d a b a la idea del trau m a real (la
seducción por el padre) como causa de la h isteria. E n cambio,
h abía descubierto los im p u lso s eróticos infantiles. O bviam en­
te, esos im pulsos se d e sa rro lla b a n siguiendo u n a secuencia de
zonas erógen as. En el m om en to en que em e rg e n , son e x tra­
ños, incluso ajenos p a r a la psique. Sólo m ucho m ás tarde se
realiza su elaboración p síq u ica , en prim er lu g a r a través de
fan tasm as. T a le s con struccion es psíquicas t ra b a ja n con las
p alabras de conexión y e stá n dispuestas defensivam ente res­
pecto del im pulso origin al, segú n un orden jerárqu ico . E l nú­
cleo real es investido defen sivam en te de modo tal que resulta
im posible ponerlo en p a la b r a s . F re u d observó que lo mismo
ocurría en el análisis de los sueños. E l om bligo del sueño, que
se retrotrae a la m ism a h istoria, sigue siendo inaccesible, co­
mo el “carozo de nuestro s e r”, que nunca puede aparecer en el
(pre)consciente.33
Desde un punto de v is ta lacaniano, esto puede entenderse
como la relación entre lo R e a l y los otros dos registros. E l ca­
rozo, el om bligo, la escena o rig in aria o el m icelio de F reu d (es
decir, el elem ento im p u ls o r din ám ico) es lo R e a l im posible
que está m ás allá de lo Im a g in a rio y lo Sim bólico, resistiendo
a cualquier intento de d a r le representación. L a definición la-
caniana del trau m a es coh eren te con estas id e a s freu dianas:
Lacan h a b la de “la o p ac id a d del trau m a [...] su resistencia a
la significación”34 y de “el núcleo patógeno como lo que se bus­
ca pero rechaza el discu rso —lo que el discurso rehuye—”.35 Lo
Real es aparentem ente traum ático en s í m ism o y produce una
a n gu stia p rim o rd ia l como afecto básico. Su elaboración p sí­
quica dentro de lo Im a g in a rio y lo Sim bólico apu n ta a e rig ir
una defensa contra ese R eal traum ático.
A quí su rge otro interrogante: ¿cómo sucede que a la psique
•lo Im a g in a rio y lo S im bólico) le cu esta tanto e lab orar este
núcleo de lo Real? ¿Cómo se lo gra esta elaboración defensiva
en lo Im aginario, en lo Sim bólico, o en uno y otro? La respues­
ta exige el d e sa rro llo de la teo ría de la represión. A n tes de
dar ese paso, querem os re a lz a r otro punto. En la prim era teo­
ría fre u d ia n a sobre la h iste ria , el p a d re ocu paba un papel
central. ¿Qué sucedió con esta id ea a lo la rg o del desarrollo
conceptual que hem os bosquejado?

E L P A D R E C O M O E L O T R O P R E H IS T Ó R IC O

Puesto que en esta nueva teoría el origen de la histeria po­


día buscarse en los deseos infan tiles y su resolución, el papel
de! padre q u edaba reducido a un m ínimo, en comparación con
la teoría an terior. S in em bargo, en la m ism a carta que dese­
chaba la idea del padre como seductor, F re u d lo reintroducía
de un modo nuevo. D espués del pasaje y a citado acerca de la
falta de cualquier indicación de la rea lid ad en el inconsciente,
anotó: “De modo qu e qu eda a b ie r ta la p o sib ilid a d de que el
fantasm a sexu al se apropie del tem a de los p a d re s’’.36 En las
cartas siguientes, el padre v u elv e a ocu par el papel central,
aunque en el m arco del fan tasm a. L a n u e v a significación del
padre, fuera de la teoría del tra u m a, se puede reconstruir fá­
cilmente. En la carta 52, la m ás im portante de la serie, Freud
ya h abía descubierto que todos los síntom as histéricos son un
llam ado al otro. L a s p a lab ra s exactas con las que expresó e s­
ta idea destacan u n a de las m á s im portan tes características
del Otro lacaniano: “Los m areos y accesos de llantos -so n to­
dos dirigidos a otra persona~ pero sobre todo a la otra persona
prehistórica, inolvidable, a la que n adie que haya llegado des­
pués puede ig u a la r ”,,37 E n la carta 57 descubrió que las altos
norm as de a m o r que establece la histérica, y que inevitable
m ente la lle v a n a la in satisfacción , provienen do In imniron
id e a liz a d a del padre, con la que n in gún otro h om bre puede
e q u ip a r a rs e .38 D esde luego, a m enos que ese h o m b re-p u e d a
identificarse con el padre, en cuyo caso se produce u n a irrup­
ción de goce. F reud describió a u n a paciente que se encontra­
ba en esa situación, y que experim en taba de cuatro a seis or­
gasm os en cada coito: “E se h om b re m ayor d e b ía claram en te
este efecto a una posible identificación con el pad re inm ensa­
mente poderoso de la infan cia de ella, identificación que libe­
r a b a la libido lig a d a a la s fa n t a s ía s de la m u jer. ¡In stru cti­
vo!”39 F reu d concluye estim ando que esa paciente h a b ría sido
fríg id a de h aberse casado con u n joven.
'“E l inm en sam en te poderoso pad re de la in fa n c ia ”: en la
teoría de F re u d acerca del p a p el del padre se h a b ía producido
un cam bio considerable. E n lu g a r del pervertido trau m atiza-
dor aparece su imagen id e a liza d a Como am ante. O bservem os
al p asar que en este punto se perfila una tercera figu ra pater­
na: la del pad re real en la v id a de la paciente. E n agudo con­
traste con la s dos figuras an teriores, se m enciona u n a y otra
vez a padres enfermos, incluso agonizantes; b a sta con leer los
E stu d io s p a r a encontrar ejem plos. Pero, en ese m om ento, lo
único que F re u d retuvo de e sta característica recu rren te fue
el supuesto de que una h ija en cargad a durante m ucho tiempo
de cuidar la enferm edad del p a d re se volvía proclive a la his­
teria.40
¿Cuál es la relación entre este desarrollo y la otra elabora­
ción teórica, según la cual los im pulsos eróticos del niño final­
m ente em ergen como lo R e al traumático? L a resp u esta se es­
t a b a p re p a ran d o espo rádica y la teralm en te cuan do F reu d
h a b la b a de la identificación. E n la carta 125 la s cosas fin al­
m ente se aclaran . Los im pulsos eróticos se d e sa rro lla n en dos
capas, u na autoerótica y o tra heteroerótica. E l autoerotism o
no tiene m etas psicosexuales y sólo lucha por experiencias lo­
cales de satisfacción. L a h isteria, por otro lado, “es heteroeró­
tica: su prin cip al m eta es la identificación con la person a
a m a d a ”.41
Im pulsos heteroeróticos, fa n ta sm a s e identificación: en es­
ta secuen cia h a y que u b ic a r a l padre como p e rso n a am ada.
P a r a explicar el desarrollo de la verdadera h isteria en el sen­
tido freu diano, falta aún u n elem ento im portan te: “L a cons-
tracción de sín to m a s por medio de la identificación está vin ­
culada con fa n ta sm a s, es decir, con su represión en el incons­
ciente”.'12

NOTAS

1. Esta diferenciación fue sistematizada en The Neuro-Psychoses


o f Defence (1894a), S.E. 3, págs. 46-47. Freud la retomó en los Stu-
dies on Hysteria (1895d), S.E. 2, pág. 285.
2. Freud y Breuer, Studies on Hysteria (1895d), S.E. 2. pág. 10.
3. Ibíd., pág. 286. Lacan, “Subversión du sujet et dialectique du
désir’ , Ecrits, París, Seuil, 1966, pág. 795.
4. Freud y Breuer, Studies on Hysteria ( 1895d), S.E. 2. págs. 286-
287.
5. Ibíd., págs. 116 y 122.
6. Ibíd., pág. 67, nota al pie.
7. Ibíd., pág. 302.
S. Ibíd., pág. 69.
9. Ibíd., págs. 288-289.
10. Ibíd., pág. 289.
11. Ibíd., pág. 53, nota 1.
12. Ibíd., pág. 280.
13. Ibíd., pág. 110.
14. Ibíd., págs. 73-75, nota 2; Freud, “The Aetiology of Hysteria”
■1896c), S.E. 3, págs. 195-197.
15. Ferenczi, “Confusion of Tongues between the adult and the
child”, Int. J. Psycho-Anal., 1949, XXX, págs. 225-230. Freud, Aus
den Anfangen der Psychoanalyse, Briefe an W. Fliess, Francfort,
Fischer, 1975, cartas 29, 30 y 31 a Fliess, págs. 112-114. En este
sentido, véase también uno de los artículos originales de Freud en
francés, donde escribió: “expérience de passiuité sexuelle acant la pu-
berté: telle est done l ’étiologie spécifique de l'hystérie”. (“Heredity and
the Aetiology of the Neuroses” ( 1896n), S.E. 3, pág. 152).
16. Freud, Aus den Anfangen der Psychoanalyse, ob. cit., carta
12, pág. 68; véase también la carta 59.
17. Freud, “Project for a Scientific l'sychology”, S.E. 1, pág. 356.
18. Freud, carta 52, S.E. 1, páR. 239. De hecho, ésta era la elabo­
ración adicional de un descubrimiento anterior: “...wie der Hysterie
immer ein Konflikt zu Grande liegt (der sexuellen Lust mit der etwa
begleitenden Unlust)", Aus den Anfüngen der Psychoanalyse, ob. cit.,
carta 38, pág. 121.
19. Freud y Breuev, Studies on Hysteria (1895d), S.E. 2, pág, 134,
nota 2. Freud, S.E. 1, carta 69, pág. 259.
20. Freud, S.E. 1, carta 59, pág. 244.
21. Ibíd., carta 61, págs. 247-248.
22. “Escena originaria” tiene aquí el significado de “primera esce­
na"; sólo más tarde pasó a indicar el coito de los padres. Freud, Draft
L, S.E. 1, págs. 248-250: Draft M , S.E. 1, pág. 252.
23. Freud, Draft M, S.E. 1, pág. 250.
24. Freud. S.E. 1, carta 59, pág. 260.
25. Ibíd, carta 71, pág. 265.
26. Ibíd, carta 75, pág. 270.
27. Freud, Draft K, S.E. 1, pág. 288, cursivas de Freud.
28. Freud, Draft E. S.E. 1, pág. 192.
29. Freud, S.E. 1, carta 84, pág. 274.
30. Freud, Aus den Anfángen der Psychoanalyse, ob. cit., carta
80, pág. 207.
31. Ibíd., carta 94, pág. 255, y carta 96, pág. 227.
32. Freud, S.E. 1, carta 101, pág. 276.
33. Freud, The Interpretation o f Dreams (1900a), S.E. 5, págs.
525 y 604, respectivamente.
34. Lacan, Le Séminaire, Livre XI. Les quatre concepts fondamen-
tnux de la psychanalyse <1964), pág. 118. The Four Fundamental
Concepts o f Psycho-analvsis, Harmondsworth, Penguin, 1991, pág.
129.
35. Lacan, Le Séminaire, Liure l, Les écrits techniques de Freud
11975), pág. 47. The Seminar o f -J. Lacan, Book I, Freud's Papers on
¡'«chnique 1953-1954, Cambridge University Press, 1988, traducción
'!>■ J. Forrester, pág. 36.
36. Freud, S.E. 1, carta 69, pág. 260.
37. Ibíd., carta 52, pág. 239.
38. Ibíd., carta 69, págs. 259-260.
39. Ibíd., carta 102, pág. 278.
III. Freud y Breuer, Studies on Hysteria (lS95d). S.E. 2, pág. 161.
11 Freud, S.E. 1, carta 125, pág. 280.
I'.! Freud. Draft N, S.E. 1, pág. 256; las cursivas son nuestras.
3. L A T E O R ÍA D E LA R E P R E S IÓ N :
LO IM A G IN A R IO COMO D E F E N S A

EL CONTENIDO MANIFIESTO: LA REPRESIÓN Y LA RESISTENCIA

E l doble trauma

uL a represión, p ie d ra a n g u la r del edificio analítico77: F reud


describió estas p a la b r a s en su historia del m ovim iento psi-
coanalítico.1 E sta m etáfora evoca una idea de solidez, de inco-
rruptibilidad. P o r cierto, n adie después de él cuestionó el con­
cepto, que, sin e m b a rg o , sufrió dos cam bios radicales, a
menudo p a sa d o s p o r alto en la teoría fre u d ia n a ulterior. El
hom o p s y ch o lo g icu s a lie n a d o , tal como lo conocemos hoy en
día, se aprovecha de la id e a de la represión, p a ra bien o para
mal: “Sí, probablem en te he reprim ido eso”, dice, y de tal modo
suscribe sin sa be rlo la prim era teoría fre u d ia n a , en la cual la
represión ap arece como un acto voluntario.. U n o quiere cons­
cientemente lib e ra rse de un recuerdo em barazoso que data de
un reciente acontecim iento desagradable, incluso traumático.
Como proceso, se lo puede considerar u n a defen sa normal; só­
lo h abría u n a diferen cia de grado entre la represión norm al y
la represión p atológica. E n el prim er período de la teoría, la
idea de la rep re sió n como m ecanism o podía aplicarse a todas
las “neuropsicosis de d e fe n s a ”. L a diferen ciación específica
entre las distintas form as tenía que buscarse en lo que sucedo
con la energía del m aterial reprim ido después de producida In
represión.
P a r a u n a clín ica diferencial, las diferencias de in ten sid ad
no constituyen u n a base m uy satisfactoria. ¿Por qué u n a h is ­
térica im p o n d r ía a sus recuerdos d e sa g ra d a b le s u n a r e p r e ­
sión tan excesiva que llega a c a u sa rle u n a escisión, S p a ltu n g ,
psíquica, m ien tra s que éste no es el caso con una persona n o r­
mal? L a ú n ica explicación que F re u d podía dar a esas a ltu ra s
no resu lta b a m u y convincente: se su pon ía que la h istérica te­
n ía u n a cie rta “predisposición” que ju stific a b a la n a tu ra le z a
excesiva del proceso de represión.2
E l propio F r e u d no estaba m uy conform e con esta explica­
ción a la m a n e r a de Charcot. S u p rim e r artículo de 1896 in ­
terpelaba explícitam ente a Charcot y su escuela, presentando
u n a idea n u e v a , la idea de u n a etiología específica p a r a cada
neurosis.3 L a te o ría de la rep resión a ú n no había sido e la b o ­
rada, pero o b te n ía un fundam ento com pletam ente nuevo. Los
recuerdos recientes -dice F r e u d - sólo pueden producir un re ­
sultado tra u m á tic o si reconducen a u n tra u m a an terior. L a
reacción em ocional a ese prim er tra u m a sólo se hace efectiva
a través del se g u n d o . En su a rtícu lo siguiente vinculó este
descubrim iento con la represión, elevándola de tal modo a l e s­
tatuto de m ecan ism o patológico clave. “En el lu g a r de e sta
predisposición h istérica in d e fin id a podem os ahora poner, en
todo o en parte, los efectos postum os de un traum a se x u al de
la in fan cia. L a «re p re sió n » del rec u e rd o de una e x p e rie n c ia
sexual pen osa q u e se ha producido en años más m aduros sólo
es posible p a r a la s personas en q u ie n e s esas e x p erien cias
pueden activar la huella m ném ica de u n traum a infantil”.4 L a
defensa contra u n a representación reciente e insoportable se
convierte en u n a represión porque esa representación recien ­
te carga con el peso de un tra u m a se x u a l infantil m ucho m ás
antiguo. E sta es la condición de toda represión.
L a teoría p a re c ía completa, y en los dos artículos sig u ie n ­
tes F reu d se lim itó a refinarla.5 S u s ideas hasta ese m om ento
pueden re s u m irs e como sigue. U n a paciente histérica h a e x ­
perim entado u n tra u m a sexu al en su infancia, en la posición
de víctim a p a siv a . E n el m om ento en que ocurrió el episodio
no hubo n in g u n a reacción po rqu e la n iñ a no com pren día el
significado de lo s hechos. E l rec u e rd o es conservado como
neutro, sin n in g u n a señal de d isp lacer, y se reactiva d u ran te
u n a segunda escena u lterior, en la época de la pubertad. Sólo
con esta segunda escena se desencadena el displacer de la es­
cena originaria. Todo el complejo es entonces reprim ido, gene
rando síntom as de con versión que fun cion an com o símbolos
mnémicos sobredeterm inados.
F reu d e sta b a satisfech o; h a b ía tra n sfo rm ad o su anterior
pesimismo respecto del éxito terapéutico y de la comprensión
de la estructura histérica. A l reconsiderar el método hipnoca-
tártico, de los años de su sociedad con B re u e r, lo caracterizó
como un mero tra ta m ie n to de los síntom as. C o n su nueva
comprensión creía poder prom eter la “cura gen u in a de la his­
te ria '.6
A continuación, F re u d aplicó la idea a otros dos fenóme­
nos: el olvido de n o m b res propios y los recu erdos encubrido­
res.7 Los respectivos artículos aluden a la h isteria en algunos
aspectos. En el p rim e ro encontram os el célebre a n álisis de
"Signorelli”. F re u d h a b ía olvidado el nom bre del pintor de los
frescos de O rvieto. S u a n á lis is de los n om b res sustitutivos
que se le ocurrían sacó a luz la triple e stru ctu ra y a presente
en los Estudios: el nivel diacrónico y el nivel sincrónico de los
significantes, y el significado vinculado con el núcleo del ele­
mento más reprim ido. U n a segunda an alogía con los Estudios
era la relación inversam en te proporcional entre la im agen vi­
sual y la p a lab ra : F re u d no podía recordar el nom bre de S ig­
norelli, pero v e ía su c u a d ro con u n a c la rid a d in u su a l. A l re­
cordar el n om bre, d e sa p are c ió la im a g e n .8 A su juicio, este
pequeño estudio de un caso podía p rop orcion ar el modelo de
la construcción del sín to m a psiconeurótico: un contenido re­
primido se a p ro p ia b a de u n a im presión reciente y menos im­
portante. que de tal m odo tam bién qu edaba reprim ida. El mo­
tivo de la represión e ra el d isp lacer asociado con el m aterial
reprimido. De a llí la resistencia que encontram os en nuestros
pacientes -d ic e F r e u d - a l tra t a r de lle v a r el m a te ria l a la
conciencia: “L a m itad del secreto de la a m n e s ia histérica se
descubre cuando decimos que los histéricos no saben lo que no
quieren saber, y el tratam ien to psicoanalítico, que intenta lle­
nar esas lagu n as de la m em oria en el curso de su trabajo, nos
lleva a descubrir que la recuperación de esos recuerdos perdi­
dos tropieza con u n a cierta resistencia que es preciso contra­
rre sta r con un trabajo proporcionado a su m agnitud”.9 H a b ía
nacido el a n álisis de las resistencias. E n el segundo artículo,
a esa m ism a resistencia se la h acía responsable del m ecan is­
mo de los recuerdos encubridores: algo inocente que es reteni­
do con claridad visual en la m em oria actúa como p an talla pa­
ra oscurecer algo que no es inocente en absoluto.10

Los deseos reprimidos y las zonas erógenas

E s t a teo ría fue elev ad a a otro n ivel m ediante un m ovi­


m iento dialéctico cuando F reu d com plem entó la idea del trau ­
ma con las del fantasm a y de la se x u alid a d infantil. D e lib e ra ­
dam en te escribim os “com plem entó” porque, a nuestro juicio,
F re u d n un ca abandon ó la teoría del t ra u m a .11 E s obvio que,
desde este punto de vista, en la b a se de la histeria h a y algo
traum ático que insiste.
En a d e la n te, c u a lq u ie r d ific u lta d conceptual podía a b o r­
darse a través de dos interrogantes principales: ¿por qu é hay
represión? y ¿qué h ay allí p a ra reprim ir?
E l p o rq u é de la represión e sta b a m á s o menos claro en la
teoría del trau m a: el carácter displaciente del prim er trau m a
encontraba expresión en el segundo, de lo cual resu ltaba una
rep resión autom ática de am bos, en v irtu d del principio de
placer. Decimos “m ás o menos claro” porque dentro del marco
de esta p rim era teoría ap a rec ía n y a a lg u n a s dificultades. El
núcleo del problem a estaba en lo que F re u d calificó de enigm a
psicológico, a saber: ¿cómo debem os entender el displacer del
prim er trau m a, siendo que el carácter displaciente y tra u m á ­
tico de la prim era escena sólo se pone de manifiesto al se r dis-
p a ra d o por el segundo trau m a? U n a vez m ás, la n a tu ra le z a
traum ática y displaciente de la se g u n d a escena traum ática es
'le term in ad a como tal por ese m isterioso displacer prim ario;
cu a lq u ie r explicación debía ju s tific a r el m ecanism o en su to-
i ululad. Al principio Freud intenta b a s a r ese prim er displacer
i|<'l nirto on la vergüenza, la rep u g n a n c ia y la m oral, pero re-
rlia mi In idea an tes de concluir el texto. E n efecto, escribió
<|im ilnliia h aber u na fuente in d epen dien te de displacer en el
■ »i 111 »i i (In la se x u alid a d en s í .12 E sto p la n te a b a un segundo
111 ul 111« 111 ii «i la experien cia o rig in a l en sí era displacen tera,
¿por qué no era rep rim ida en su momento? F re u d no supo res­
ponder a estos interrogantes. D espu és de h aber descubierto la
sexualidad infan til, esta a rgu m en tació n q u e d a b a sin susten­
to: el niño experim enta placer con su form a de sexualidad. Se
desm oronaba la ba se m ism a de la p rim era teoría de la repre­
sión: puesto que no h a b ía d isp lacer, tampoco podía h aber re­
presión.
E l descubrim iento de la se x u alid a d infantil fue el punto de
partida de una teoría distinta de la represión. A lo largo de su
desarrollo, el niño h ace uso de v a ria s zonas no genitales, co­
mo la boca y el ano, p a ra obtener satisfacción. F reu d recordó
lo que Charcot le h a b ía dicho sobre las zonas histerógenas. y
pronto descubrió la relación en tre a m b a s concepciones. La
histeria se convirtió entonces en el negativo de la perversión,
por volver a las zon as e ró ge n a s in fa n tile s que de b ía n h aber
sido abandon adas en el curso de un desarrollo norm al. La ac­
tividad placen tera p ro c u ra d a por esas zonas e stab a acom pa­
ñ ada de fantasm as. A s í se respon día al segundo interrogante,
sobre qué es lo reprim ido: se reprim en precisam ente esos fan­
tasm as.
L a segun da teoría de la represión puede a h o ra resum irse
como sigue. U n niño d e sa rro lla por sí m ism o el deseo de pla­
cer y obtiene satisfacción a tra v é s de ciertas zonas erógenas
no genitales. E sta satisfacción es acom pañada por fantasmas.
Cuando se alcan za la eta p a genital, h ay que rep rim ir el com­
plejo anterior. E n los períodos ulteriores de la vida, este com­
plejo puede rea c tiv a rse y e x ig ir u n a n ueva defen sa; el even­
tual fracaso de e sta d e fe n sa da origen a u n a irrupción
patológica.

Análisis de las resistencias

E sta teoría es aún am pliam en te aceptada hoy en día, aun­


que con las inevitables variaciones y controversias. U n punto
persistente de discu sión tiene que v e r con el carácter oral o
g en ital de la h iste ria . U n gru p o sostiene que la histeria es
u n a regresión a la p rim e ra zon a erógen a, o u n a fijación en
ella, o am bas cosas, lo cual obliga a u na interpretación exclu­
sivam ente oral de esos fantasm as. U n autor abogo ohntiniuln
mente (d esd e lu ego) por la zona an al. O tro grupo considera
que la h isteria es la neurosis “genital” por excelencia, en v is­
ta de que todo lo genitaliza/faliciza. L a m ism a discusión v u e l­
ve bajo u n disfraz diferente con la p re g u n ta de si la h isteria
es una psicopatología edípica (gen ital) o preedípica.13 Otro te­
ma cuestionado, aún corriente hoy en día, considera las p ro ­
porciones relativas del fan tasm a y la rea lid ad en la com posi­
ción del t ra u m a .14 L a única constante en este revoltijo puede
enunciarse como sigue: p a ra que aparezca u n a histeria tiene
que h a ber por lo menos dos conflictos en la esfera de la sexua­
lidad, uno de ellos producido en la infancia (antes del inicio de
la p u bertad) y el otro m ás tarde. Es su n atu raleza conflictiva
lo que e x p lica entonces la represión , id e a esta que vuelve a
las "representaciones incom patibles” de los E studios.
En otras palabras, lo único constante es la represión m is­
ma. E l lector atento h a b rá advertido q u e hem os vuelto a
nuestro punto de p artida: ¿Por qué se produce la represión?
¿Por qué un n iñ o rep rim e un fa n ta sm a que le procura p la ­
cer? ¿Dónde se origina el conflicto que obliga a una niña a r e ­
prim ir una actividad fantasm ática satisfactoria y, m ás tarde,
como jo ven m ujer, a repetir este proceso en un segundo con­
flicto?
L a teoría que hemos expuesto no puede responder a estos
in terrogan tes pertinentes. Com o sucede a m enudo, la teoría
comienza a funcionar como un saber establecido, y en adelan ­
te el problem a ni siquiera se advierte. U n o se concentra en el
aspecto pragm ático: la represión im plica u n a agencia represo­
ra, y por lo tanto u na resistencia. Si uno qu iere lle ga r h a sta
el m aterial reprim ido, tiene que destruir esta resistencia.
El re su lta d o es m uy obvio: se term in a m uy ráp id am en te
en una de las m uchas degradaciones del psicoanálisis, en este
caso, el an álisis de las resistencias. F reud tomó ese camino; el
análisis de D o r a nos dem ostrará cómo. P ero no dejó las cosas
en ese punto, y el mismo a n álisis nos dem ostrará por qué.
La teo ría de la represión y la h isteria, tal como la hem os
bosquejado h asta ahora, sigue careciendo de algo, adem ás del
problem a del motivo p rim ario : ¿cuál es su relación con los
descu brim ien tos an teriores de Freud? E l p a d re como fig u ra
de identificación en el fa n ta sm a , la a n g u s tia p rim aria como
base, la elaboración psíqu ica in ad ecu ada de la s escenas o los
deseos infantiles, o de u n as y otros: todo esto parece h aber de­
saparecido del contenido manifiesto. R esu lta entonces oportu­
no considerar el contenido latente. Ig u a l que en todo análisis,
este contenido la te n te re s u lta u n a so rp re sa total. Se puede
enfocar el mismo m a te ria l con una le c tu ra y un énfasis dife­
rentes, y term inar en u n a historia com pletam ente distinta.

EL CONTENIDO LATENTE: LA MUJER

L a lectura de la te o ría de la rep resión p re se n ta d a hasta


ah ora es convencional. Como tal se la u tiliza actualm ente en
la International Psychoanalytic Association, donde se la con­
sidera un saber establecido, aunque con a lg u n a s modificacio­
nes concernientes a la represión prim aria, y un cambio de én­
fasis en la dirección del an álisis do las resistencias.
Com o saber constituido, esta on g ra n m edida sujeto a un
proceso de desgaste y erosión. N o es necesario ser m uy listo
p a ra señ alar sus la g u n a s. En an alogía con la interpretación
de los sueños, hem os calificado a esta teoría de “contenido
manifiesto". Freud nos h a enseñado que la omisión es el prin­
cipal mecanismo de lu censura que o p era en tre el contenido
m anifiesto y el contenido latente. ¿Qué es lo que se ha omiti­
do de la teoría o rigin al? Y a hemos b osq u ejad o a p ro x im ad a ­
m ente las partes qu e desaparecieron : lo R eal como núcleo
traumático; el padre como seductor o fig u ra de identificación,
o am bas cosas, en el fantasm a; la histeria como neurosis hete-
roerótica con respecto al desarrollo erógeno. Lo bueno es que
los contenidos om itidos vuelven con insistencia. Por cierto, ca­
da uno de los puntos a c tu a le s do discusión sobre la histeria
puede rastrearse h asta aquellos, y en tal sentido ellos consti­
tuyen nada menos q u e el retorno de lo reprim ido. P or ejem ­
plo, la cuestión de si el trau m a os real o fantasm ático sólo
puede resolverse e stu d ian d o lo Real desde un punto de vista
diferente. Lo m ism o se aplica a la con troversia sobre si la
histeria es oral preedípica o genital edípica. P a r a responder a
esto último debem os volver a las prim eras ideas de Freud so­
bre el desarrollo erógeno y la represión.
La M ujer como Real traumático; la defensa prim aria

A fines de 1895, F reud le escribió a Fliess: “L a h isteria ne­


cesariam ente presupon e u na experien cia p rim aria de d isp la ­
cer - e s decir, de n atu raleza p a s iv a -. L a pasividad sexual n a­
tural de las m u je re s explica su m ayor in clin ación a la
histeria.”15
H isteria y p a siv id a d . A u n q u e F re u d nunca abandon ó esta
idea, continuó lu c h an d o con e lla. E n el m ism o texto a g regó
que tam bién en los varones la h iste ria procede de u n a escena
experim en tada pasivam ente. In cluso en los casos de neurosis
obsesiva él en contró que, d e trá s de la escena in fa n til activa
cargad a de p la c e r, h a b ía u n a esc e n a p a siv a a n te rio r. T od a
neurosis o b se siv a tiene u n a b a s§ h istérica. E n o tra s p a la ­
bras. toda psicon eurosis se inicia con una experiencia de pa­
sividad d isp lacien te que ha sido rech azad a por m edio de u n a
defensa.
Pasividad y fem inidad: uL a pasividad sexual n atu ral de las
mujeres". Esta fra se inició una de las más difun didas contro­
versias del psicoanálisis, y F reu d, a p esar de todos sus inten­
tos de e la b o ra r u n a opinión m ás equ ilib rad a, nunca logró po­
ner fin a esa discusión. E l p ro b le m a que in te n ta b a a b o rd a r
era el de cómo e x p re sa r la diferen cia entre los hom bres y las
mujeres desde u n punto de vista psicológico. No todos a d v e r­
tían de qué se tra ta b a : E m e s t Jones, por ejem plo, hizo a un
lado esta cuestión m ediante u n a referencia sim plista a la B i­
blia: '“El los creó V a ró n y M u je r”. D e hecho, la cita no es exac­
ta.16 La dificu ltad de F reu d no e sta b a en diferenciar la m ujer
y el hombre, sino en definir la fem in id ad .17 La única solución
que continuó reapareciendo, pero con la cual él nunca estuvo
totalmente satisfech o, era su p rim e ra respu esta: desde el
punto de vista psicológico, la fe m in id a d sólo puede rep resen ­
ta t-üi* a través de otra idea que ocupe su lugar, la m uy cuestio-
nncla idea de la p a siv id a d .18
H isteria, p a siv id a d , fe m in id a d . E l 25 de m ayo de 1897,
Freud escribió: “H a y que sosp ech ar que lo esencialm ente r e ­
primido es siem p re lo fem enino”.19 E sta conclusión, sorpren ­
dente como p u ede serlo, es com pletam ente coherente con las
ideas anlei ion ■■ toda neurosis com ienza en u n a escena trau­
mática pasiva que es e x p erim en tad a como displaciente; pasi­
vidad significa fe m in id a d ; por lo tanto, el núcleo de lo rep ri­
mido es la fem inidad. E n la econom ía psíquica no parece h a­
ber lu g a r p a ra la m ujer.
E n este punto debem os e stab le ce r un vínculo im portante
con los d escu brim ien tos a n te rio re s de F reu d , de su período
del “tra u m a ”. E n esa época él h a b ía h allado que existía algo,
un núcleo, om bligo o m icelio im posible de e la b o ra r psíquica­
mente. y que d a b a orig e n a la a n g u stia como ú n ica reacción
posible. Y a hemos caracterizado ese “algo” como lo Real laca-
niano. situado m ás a llá del significante. F reu d estaba descu­
brien do que ese algo e ra sie m p re de n a tu ra le z a pasiva, dis­
placiente y traum ática. P a s iv a , y por lo tanto fem enina. Para
ser m ás precisos: la p a siv id a d pasó a ser un significante sus­
tituto de la fem in idad, porqu e ni siq u ie ra F re u d encontraba
p alabras adecuadas p a ra esta últim a.
E n otros térm inos, lo R eal traum ático, p a ra lo cual no hay
n in gú n significan te en lo S im bólico, es la fem in idad. F re u d
había descubierto la fa lta en el sistem a S im b ó lic o : no hay
n in g ú n s ig n ifica n te p a ra L a M u je r. M ed io siglo m ás tarde,
Lacan escribió esto como A , con el sentido de que la totalidad
de los significan tes n u n c a e stá com pleta, que el Otro tiene
una falta.
Este Real traum ático es reprim ido, rechazado. Se trata de
un proceso que a su m e u n a fo rm a especial. P o r cierto, el n ú ­
cleo traum ático y r e a l no pu ede ser reprim ido en sí mismo,
por la sencilla razón de que no h ay n ada que reprim ir, puesto
que no hay significan tes, “V o rs te llu n g e n ”, p a ra ello. Cuando
F reud em pleaba la p a la b r a “rep resión ” en este sentido, apun­
taba a una instancia m u y especial: “L a represión no tiene lu ­
g a r por medio de la construcción de una idea antitética exce­
sivam ente fuerte, sino m e d ia n te la intensificación de una
idea limíti'ofe”.20 E n lu g a r de lo R eal, encontram os un s ig n ifi­
cante lím ite, un significante S p a ra la falta A: S (A ). M ás tarde
se dirige u n a se g u n d a d e fe n sa contra la elaboración de este
significante en fan tasm as, y esta defensa secun daria es la re­
presión p rop iam en te dicha, que siem pre es u n a represión
N achd rángen, literalm ente, u n a “pos(re)presión ”.
E n adelante nos concentrarem os en esta defensa primaria,
U n a exposición m á s com pleta pu ede en contrarse en dos car­
tas a Fliess, la 46 y la 52, cuyo contenido es el siguiente. El
m a te ria l psíquico e stá ordenado e inscrito en un guión que
cam bia con los períodos de la vida. E n los lím ites entre perío­
dos consecutivos h a y u na transcripción o traducción del m ate­
r ia l psíquico a l len guaje del período siguiente. L a carta 46 di­
ce que el núcleo traum ático “no es transcrito”, en el sentido de
“no transcrito en representaciones de p a la b r a ”, W ortvorstell-
ungen. De a llí se despren de u n a consecuencia típica p a ra la
histeria: “L a excitación de u n a escena sexual la conduce, no a
consecuencias psíquicas, sino a la conversión”.21
L a carta 52 recoge esta idea de la tran scripción en térm i­
nos más generales. E l aparato psíquico se desarrolla m edian­
te un A ufeinan d erschich tung, es decir, un proceso que supone
u n a sucesión de capas, y durante el cual el m aterial ya adqu i­
rid o es transcrito/traducido a una n u e v a form a de expresión
de tiempo en tiempo. L a traducción al len guaje del período si­
guiente se produce en el límite entre períodos sucesivos de la
vida. Pero existe u n a excepción con p a rte de este m aterial,
q u e no es traducido. “U n a au sen cia de traducción: esto es lo
qu e se conoce clínicam ente como «re p re sió n ».”22
Esta idea fre u d ia n a nos perm ite d a r un paso más. L a con­
versión de lo que no es psíquico a lo psíquico es se g u id a por
un desarrollo en el seno de este procesam ien to psíquico. E n
su exam en de tal elaboración, F re u d retom ó la estructura en
tres capas presen tad a en los E studios. E l tra u m a que está en
la base de la h isteria, la “escena” p a siv a displaciente, es decir
la fem inidad, debe u bicarse fuera o m ás a llá de todas las for­
m a s de elaboración psíquica. E l p rim e r paso de esta e lab ora­
ción es la erección de u na representación límite, después de lo
c u a l tiene lu g a r u n a elaboración defen siva adicional. A n ues­
tro juicio, esta defen sa p rim aria por m edio de un significante
lím ite puede su b su m irse fácilm ente bajo lo que F reu d concep-
tualizó más tarde como represión p rim aria, algo que al princi­
pio aparece como fijación prim aria. A lg o qu eda fijado, situado
fu e ra del reino de la psique. L a única reacción posible consis­
te en la elaboración m ediante el m a te ria l lím ite que sustituye
a ese “algo” y que m ás adelante puede convertirse en un blan ­
co apropiado p a r a la represión como tal. D e modo que la r e ­
presión p rim aria puede en ten derse como el d e jar a trá s a La
M u je r en lo Real.

La imaginarización de una falta

L a defensa p rim a ria a p u n ta a o b tu ra r un agujero, llenar


u n a brecha. Esta defensa, la represión prim aria, se realiza en
p rim e r lu g a r m ediante la erección de u na e stru c tu ra límite,
u n a representación situ a d a en el borde de u n a fa lta, rep re ­
sentación esta que se convierte en “el prim er sím bolo del ma­
terial reprim ido”23 y es recu bierta por un prim er significante
sustituto, 3 (A ); p rim e r sím bolo, porque el desarrollo no se de­
tien e allí. L a rep resen tación lím ite, e rig id a como defensa,
evolucionará en construcciones psíquicas cada vez m ás com­
p le ja s, que tienen todas la m ism a función: el p rocesam ien to
p s íq u ic o de lo R e a l tra u m á tic o . F re u d descubrió estas cons­
trucciones un poco después: “E l punto que no advertí en la so­
lución de la h isteria está en el descubrim iento de u n a nueva
fuente desde la cual su rg e un nuevo elem ento de produccio­
nes inconscientes. Lo que tengo en m ente son los fantasm as
histéricos...”24
L a importancia de los fa n ta sm a s en la histeria es bien co­
nocida. Todo histérico o h istérica tiene su P riv a tth e a te r, lo
m ism o que A n n a O. H a y m enos acuerdo en cuanto a sus fun­
ciones. L a discusión se pierde en las opiniones contrapuestas
acerca de lo que sucedió re a lm e n te y lo que fue construido
fantasm áticam ente a posteriori; la cuestión subyacente es la
de la diferencia entre los pacientes “reales" y los sim uladores.
E sta discusión puede tam bién rastrearse en la obra de Freud,
pero allí hay mucho m ás al respecto. En sus prim eros artícu­
los, él no du d a ba de que el fa n ta sm a debía u bicarse entre la
defensa prim aria (la represión p rim a ria ) y una defensa subsi­
g u ie n te , la rep resión p ro p ia m e n te dicha. Su función estaba
tam bié n muy clara. F re u d o b se rv ó reitera d a m e n te que los
fan tasm as, como construcciones neuróticas típicas, elaboran
una com prensión a p o s te rio ri d i• lo que o rig in a lm e n te no fue
com prendido, es decir que proporcionan u na elaboración ulte­
rior de la representación lím ite en la estru ctu ra lím ite de lo
R e a l traum ático.25 L a histórica a p e la a lo Im a g in a rio para
tra t a r con lo Real. M á s específicam ente: p a ra elaborar ese a s­
pecto de lo Real donde a lo Sim bólico le fa lta un significante
definido. P o r esto se convierte en la cam peon a de la in te r­
pretación: todo síntom a histérico es un sím bolo mnémico so-
bredeterm in ado, decía F reud. Todo sín tom a histérico es una
interp retación im a g in a ria de lo R eal, a sí como una su peres­
tru ctu ra levan tada sobre lo real.
E n los térm inos de los registros la c a n ia n o s, esto im plica
que la histeria comienza en la confluencia de lo Real y lo Sim ­
bólico. Lo Real no entra com pletam ente en lo Simbólico, y lo
Sim bólico presenta u n a falta en relación con este Real: R > S.
S u elaboración defensiva en la estru ctu ra histérica se produ­
ce a través de lo Im aginario, que predom in a sobre lo Real: I >
R. A l mismo tiempo, la estructura com pleta de los tres regis­
tros dem uestra que lo Im aginario está sujeto a lo Simbólico: S
> I > R .2fi Por lo tanto, una solución en los términos de lo Im a ­
g in a rio está condenada al fracaso. Lo Im aginazno tiene que
p ro d u c ir una respu esta a la fa lta en lo Sim bólico; como lo
im agin ario está en sí mismo determ inado por lo Simbólico, en
el registro im agin ario reaparece la m ism a falta. F reu d y a lo
h a b ía dicho, y más adelante verem os cómo ocurre esto.
La tesis de que la histérica intenta tra ta r con lo R eal en lo
Im a g in a rio permite la clarificación conceptual de algunos fe­
nóm enos clínicos.
U n a prim era característica, a m enudo com entada, concier­
ne a la preferencia de las histéricas por la representación vi­
sual. Se podría entender esta p re fere n cia en los térm inos de
u n a a lte rn a n cia excluyente en tre la p a la b r a y la im agen.
C u a n to m ás dom ina el carácter v is u a l de u n recuerdo, m ás
parecen fa ltar las palabras: F re u d ve m entalm ente el cuadro
con u n a cla rid ad inu su al, pero no e n cu e n tra el nom bre p ro ­
pio, S ign orelli. Se puede decir que en la s h istéricas hay p re ­
p o n d e ra n c ia de lo Im a g in a rio . L a c a n dice que este registro
Im .lu n a rio comienza en iía), la im agen corporal. F reu d ya h a-
Imi destacado el predom inio de las representaciones visuales
jm ptilnres del cuerpo en los casos de p a r á lis is histérica. El
predom inio del m aterial visual en lo Im agin ario parece un he-
■ lm i il.nl>lecido.
I' 11 infundo término, podem os e c h a r a lg u n a luz sobre los
siem pre misteriosos síntom as de conversión, y tam bién sobre
la s alucinaciones h isté ric a s. D e sd e e l seno de lo Im a g in a rio
p arten dos vías posibles. U n a lle v a a lo Sim bólico: cuando lo
Sim bólico prevalece sobre lo Im agin ario, el aspecto v isu a l tie­
ne que desaparecer. Esto concuerda con la experiencia clínica:
en cuanto se ha encontrado la p a la b ra , desaparece la imagen.
L a segun da vía lleva a lo R eal, donde la preponderancia de lo
Im agin ario da origen a rea liza cion es, es decir, a efectos en lo
R eal. Esto puede ya leerse con todas la s letras en F reu d : “la
excitación de una escena se x u a l la lleva, no a consecuencias
psíqu icas, sino a la con v ersión ”. L a m ism a id e a explica las
alu cin acion es h istéricas, situ a d a s p o r F re u d ju n to a la con­
versión, en el mismo nivel estru ctu ral: la alucinación histéri­
ca es u n a conversión se n so ria l.27 L a histérica in ten ta produ­
cir u n a solución al A en lo Im a g in a rio , y esto ge n e ra la
apropiación del soma fu n cion al por el cuerpo im agin arizado.
Los precursores de la p siq u iatría tenían u na com prensión im ­
plícita de este proceso, pero ellos tam bién se q u e d a ro n en el
reino de lo Im agin ario, con su solución y con sus pacientes
histéricas. P o r cierto, en la época de H ipócrates estas teorías
y a habían promovido el ú tero a la posición de significante es­
pecífico de la fem inidad, a u n q u e con u n a connotación patoló­
gica. L a llam ad a m igración del útero puede en tenderse como
la inscripción de este significante buscado de la fem inidad en
otros lugares del cuerpo. L a tera p ia ap u n ta b a a fija r este sig­
nificante en su lu g a r propio.
H a y un tercer fenóm eno clínico, h a sta entonces misterioso,
que tam bién encontraba su lu g a r en el arco teórico m ás am ­
plio. Se dice que la pacien te h isté ric a lo se x u a liz a o erotiza
“todo”. E sta es u na con secuen cia d irecta del im perativo de
tra ta r con lo traum ático R e al en lo Im agin ario. Todo síntoma
histérico es un intento de resp o n d er a la pre g u n ta de qué es
u n a m ujer. L a falta de resp u esta sim bólica ge n e ra una serie
creciente de respuestas im ag in arias “como si”. Estam os ahora
en mejores condiciones p a ra definir este pansexualism o histé­
rico de una m anera m ás específica y, a l mismo tiempo, expli­
c a r por qué debe n ece sa ria m e n te fra c a s a r como respu esta a
A. P a r a hacerlo, debem os te n e r presente la relación entre lo
Sim bólico y lo Im a g in a rio . L a s elaboracion es lacnninnan ilol
narcisism o p rim ario y secundario d e m u e stra n que lo Sim bóli­
co d e te rm in a a lo im aginario: I(A ) —> i(a ). Com o sistem a, lo
Sim bólico se b a s a en el falo y no contiene n in gú n significante
p a ra la m u jer. L a determinación de lo Im a g in a rio por lo Sim ­
bólico im p lic a qu e lo Im agin ario ta m b ié n está b asad o en el
falo:

Simbólico Imaginario
ICA) iía)
O -9

E l p a n se x u a lis m o histérico es un panfalicism o\ la histéri­


ca lo fa liciza todo, y por ello la solución en lo Im aginario p ara
A fra c a sa autom áticam ente. L a discusión sobre si la histeria
es g e n ital-fá lic a o pregenital-oral recibe u n a respuesta defini­
da. E n la h isteria, la etapa genital es dom inante porque es en
e lla donde se siente la falta. Es p recisam en te esta brecha lo
que la h is te ria intenta cerrar. Puesto q u e la m u jer carece de
falo, lo fa liciz a todo. Este “todo” incluye tam bién el reino pre-
g e n ita l, lo cual e x p lica que el aspecto o ra l p u eda ser tan
abarcativo. P ero se trata de una o r a lid a d fa liciz ad a a poste­
riori. E l m e jo r ejem plo sigue siendo el caso D o ra. Pero en la
carta 52 a F lie s s , F re u d ya h a b ía e stab le cid o u n vínculo e x ­
plícito con el desarro llo de las zonas erógen as, sin que la tra ­
ducción a u n n u e v o registro se lim ita r a a “indicaciones p e r­
c e p tiv a s”, “re c u e rd o s conceptuales” y “rep resen tacion es de
p a la b r a s ”. D e m odo que las fases oral y a n a l pueden reescri-
birse de u n m odo “g e n ita l”, es decir, de un modo fálico. En
1906, F re u d con firm ó esta idea con respecto a la histeria, al
e sc ribir qu e “a lg u n a s zonas erógenas a d q u ie re n la significa­
ción de g e n it a le s ”.28
U n cuarto pu n to clínico tiene que v e r con la relativa inefi­
cacia de la s interpretaciones. M ie n tra s el a n alista emplee su
conocim iento an alítico p ara producir interpretacion es, la es­
tructura h istérica no retrocederá n i u n centím etro, a pesar de
que la p a c ie n te a m enudo confirm a e sa s in terp retacion es e
in clu so e x t r a p o la a p artir de ellas. ¿Cóm o pu ede explicarse
este hecho? P u e sto que un sistem a fa n ta sm á tic o histérico es
en sí m ism o u n a interpretación m a siv a de la relación entre lo
Sim bólico y lo Real, au n qu e desde un punto de vista im agin a­
rio, cualquier intento del a n alista tendiente a com plem entar
la “com prensión [h is té ric a ] de lo qu e o rig in alm e n te no fue
com prendido” con su propia com prensión analítica, producirá
in terp retacion es que sólo pu eden lo g r a r la confirm ación de
un im ag in ario congelado. Sólo u n a in te rp re ta ció n sim bólica
qu e apu n te a la función del fa n ta sm a como elaboración de­
fe n siv a de S (A ), y poten cial solución p a r a él, puede g e n e ra r
u n a tran sición a lo S im bólico y p ro d u c ir un efecto analítico
terapéutico.29
Com o último punto (q u e no por esto es menos im portante)
tenem os un quinto fenóm eno clínico que pude teorizarse m e­
d ian te la idea del fa n ta sm a como interpretación defensiva de
lo R eal. Freud ya h a b ía observado en los E studios que las pa­
cientes histéricas pueden presentar una compulsión a asociar,
de la cual resulta que los complejos inconscientes inundan los
contenidos de la conciencia de un m odo casi obsesivo.30 De
m a n era análoga podem os en ten der otra de sus conclusiones,
a saber: que es im posible lle g a r al punto final de u na cadena
de asociaciones, al tra u m a “r e a l” que está m ás a llá de ellas.
L a histérica no puede ni quiere alc a n za r ese punto último. En
lu g a r de ello, desea producir una respu esta a la falta original
con sus producciones im agin arias. N o sorprende que al princi­
pio F re u d con siderara esos fa n ta sm a s como obstáculos en el
cam ino hacia el núcleo, como b a rre ra s defen sivas.31 Después
de h a ber renunciado a la teoría de la seducción traum ática, él
ubicó en ese núcleo los im pulsos sexu ales infantiles. A b rió de
tal modo una nueva perspectiva p ara el desarrollo de lo im a­
gin a rio defensivo: las zonas erógenas.

La masculinidad como form a de im aginario


defensivo; la segunda represión

C u an do F reud e stab a elaborando esta estratificación de la


p siqu e en los térm inos de las form as de expresión del m ate­
rial, en la carta 52, planteó otra idea casi incidentalm ente: la
de que el desarrollo de la psique sigue el desarrollo de las zo­
nas erógenas. Los im pulsos que se origin an en esas zonas eró­
g e n a s son elaborados a posteriori en fan tasm as.32
A estas a lt u r a s de su pensam iento, F re u d no dijo mucho
sobre la evolución de estos fantasm as. E llo s provenían de las
zonas erógenas d e jad a s atrás, especialm ente la boca y el ano.
D u ra n te la in fa n c ia , esas zonas del cu erpo se u tilizan p ara
obtener placer.33 Los fantasm as deben u bicarse en u n a serie
que va desde los autoeróticos hasta los heteroeróticos. L a his­
teria pertenece a la últim a categoría, como consecuencia de lo
cual sus producciones im agin arias están siem pre dirigidas al
otro (véase la n ota 31). L a s fig u ra s p a re n ta le s son m uy im ­
portantes en este sentido, en especial el padre, que funciona
como norm a de tod as las relaciones a m o ro sa s.34 T am b ié n se
nos enseña que la identificación con la person a am ada es un
factor clave en la h isteria. E n este aspecto, los fan tasm as
pueden incluso tom ar la forma de au tén ticas novelas fam ilia­
res. L a identificación que se produce dentro de este marco tie­
ne que vincularse con la form ación sintom ática. Esto nos con­
duce a otro pu n to nuevo: los fa n ta sm a s, en cuanto elaboran
u n a defensa p r im a r ia y am plían u n a represen tación límite,
pueden a su vez convertirse en blan co de la s represiones si­
guientes.35
T odas e stas p ie za s del rom pecabezas son muy im p o rta n ­
tes, porque nos perm iten situ a r u n n uevo descubrim iento
freu dian o en el seno de un m arco coh eren te: sin ellas, este
descubrim iento s e g u iría siendo incom pren sible. Todas estas
piezas pueden reu n irse como sigue. L a h isteria comienza con
lo Real tra u m ático y puede e n ten d erse como un intento de
e la bo ra rlo p síq u ica m e n te por m edio de lo Im agin ario. E sta
elaboración por lo Im agin ario se inicia en una representación
límite y continúa con fantasm as Los fan tasm as aloeróticos de
la histérica se d irig e n a l otro, en especial al padre. Lo hacen
con una característica típica, a saber: u n a identificación con
la persona am ada, con el padre..M ás exactam ente: el pun to f i ­
n a l de la ela b ora ción defensiva p o r lo Im a g in a rio es la id e n ti­
fica ción con un hombre.. P a r a la histérica, la respuesta final a
la falta de sign ifican te p a ra la m u jer está en u n a identifica­
ción con el h om bre-pad re.
Esto im plica qu e finalm ente la h is té ric a enfrenta u na se­
cun d a lerie de rep resen tacion es in c o m p a tib le s, un segundo
conflicto. Estos dos conflictos pueden se r ah ora definidos con
precisión: el co n flicto p sicosexu a l que está en la base de toda
h isteria tiene que ver con la id en tid a d sexual, En prim er lu g a r
h ay u n a oposición entre lo R e a l y lo Sim bólico, debida a la fa l­
ta en lo Sim bólico de un sign ifican te específico con el cual la
m u jer pu eda identificarse a p a rtir de lo R eal. En realidad, só­
lo h a y u n a la g u n a que gen era angustia.^ L a solución, la elabo­
ración im agin aria, desem boca en un segun do conflicto: siendo
m u jer, la h istérica se id en tifica con un hom bre. L a defen sa
contra el prim er conflicto es u n a defen sa p rim aria o represión
prim aria., Con el segundo conflicto, la defensa se vuelve repre­
sión propiam ente dicha»
E ste nuevo descubrim iento freu d ian o <que la histérica re a ­
liza u n a represión excesiva de su se x u alid a d m asculina) tam ­
bién puede considerarse el resu ltado coherente de un prolon­
gado desarrollo. Su prim era id e a se en cu en tra en la carta 75
a Fliess. vinculada con el desarrollo erógeno y el fantasm a. L a
elaboración im a g in a ria del p rim e r conflicto psicosexual con­
cluye en u n a actividad sexual m a scu lin a en la cual el clítoris
se convierte en equ ivalen te del pene, lo cual tiene que cam ­
b ia r en la pubertad. “Pero la prin cipal distinción entre los se­
xos su rge en la pubertad, cuando las n iñ a s son invadidas por
u n a rep ugn an cia sexual no n eu rótica , y los varones por la lib i­
do. P u e s en ese período otra zona s e x u a l se extingue (t o t a l­
m en te o en p a rte ) en las m u je re s y p ersiste en los varones.
P ien so en la zona genital m asculin a, la región del clítoris, en
la c u a l du ran te la infancia se presen ta concentrada la activi­
dad sexu al tanto en las niñas como en los niños.”36 V a le la pe­
n a o b se rv a r que F reu d está h a b la n d o del desarrollo n o rm a l:
“u n a re p u g n a n c ia sexual no n e u ró tic a ” (la s cursivas son de
F reu d).
A u n q u e en su correspondencia no hubo una elaboración u l­
terior del proceso patológico, ap arece de a lg ú n modo m encio­
nado en otras dos oportunidades.37 L a p rim era de estas m en­
ciones e stá relacion ad a con el a n á lis is de D ora, en cuyo
conflicto dice F reu d que la p a rte prin cipal correspondía a “la
oposición entre la tendencia m ascu lin a y la tendencia fem eni­
n a ”. E n c o n tra m o s la s e g u n d a m ención algo m ás adelante.
F re u d sostiene que la represión, que segu ía siendo su princi­
p a l p roblem a, sólo se vu elve posible m ediante la interacción
de dos corrientes sexuales. Y esto nos lleva a una nueva idea
que m ás tarde, con los posfreudianos, llegó a funcionar como
un conocimiento recibido: la idea de la bisexualidad.

La monosexualidad: “I I n ’y a pas de ra p p o rt sexuel”

Como neurólogo, F reu d había in vestigad o la misteriosa di­


ferencia s e x u a l de la s an guilas. C o m o a n alista , enfrentó u n
problem a an álo g o . D uran te las p rim e ra s etapas de su d e sa ­
rrollo, tanto el v aró n como la n iñ a tom an distancia respecto
de lo que no p u ede expresarse en sign ifican tes: lo pasivo fe ­
menino. Esto llevó a F reu d a u n a conclusión sorprendente:
i;L a actividad autoerótica de las zonas erógenas es sin em bar­
go la m ism a en am bos sexos, y debido a esta uniform idad no
es posible tra z a r u n a distinción entre ellos como la que su rge
después de la p u b e rta d ”.38 Todo ser h um an o comienza su vida
con un so,lo g én ero; la infancia está m a rc a d a por la m onose­
xu alid ad. E n o tra s p a la b ra s, hay sólo un significante p a ra
ambos sexos, y este significante es el falo.
Este hecho tiene consecuencias enorm es. Si en lo Sim bóli­
co hay un solo significante para la diferencia sexual, la sexu a­
lidad. dentro lo Sim bólico, es fundam entalm ente sin ninguna
relación. En el seno de este marco conceptual debe entender­
se uno de los m á s provocativos enunciados de Lacan: *11 n ’y a
pas de rapport sexuel”, no hay relación sexual. En efecto, p ara
que h aya u n a rela ció n se necesitan dos térm inos diferentes
que puedan relacionarse. En este sentido, la m uy cuestionada
proposición de L a c a n concuerda totalm ente con Freud, y pu e­
de leerse como p a rte del retom o a F re u d lacaniano.
Sin em bargo, du ran te este período, F re u d a menudo habló
de la bisexualidad como factor determ inante en toda neurosis.
E n la carta 113 a F lie ss escribió que todo acto sexual tiene
que con siderarse como un proceso en tre cuatro individuos.39
E s bien sabido que la idea se h abía origin ad o en Fliess, quien
m ás tarde creó todo un problema acerca de la prioridad en tal
sentido. ¿Cómo pu ede esta idea conciliarse con la monosexua­
lidad? M ucho m ás fácilm ente que lo q u e parece. Desde el
principio mism o, F re u d y Fliess tu v ie ro n opiniones muy d is­
tintas sobre lo qu e po dría ser la b isexu alidad . En la carta 71,
F re u d escribió que él no h a b ía a ú n tratad o de aplicar esta hi­
pótesis de Fliess. O bservó que e lla e s ta b a en oposición com­
pleta con sus propias ideas.40 D e la correspondencia siguiente
su rg e con clarid ad que la teoría de F lie s s no e ra m ás que la
idea clásica de la com plem en tariedad b a jo un nuevo disfraz:
todo ser hum ano tiene un género dom inante y un complemen­
to reprim ido. En todo hom bre hay u n a m u jer en latencia, y vi­
ceversa: en toda m ujer h a y un hom bre laten te. F lie ss reem ­
plazó el concepto de b ise x u a lid a d por el de b ila te ra lid a d ,
su brayan d o de tal modo el aspecto de com plem entariedad. En
este punto Freud rompió definitivam en te con F liess.41 Siguió
u san d o la p a lab ra , pero sin n in g u n a refe ren c ia a la com ple­
m e n ta rie d a d .42 P a r a él, el problem a se g u ía siendo el mismo:
¿cómo se gen era una identidad fem enina, b a sa d a en un desa­
rrollo en el cual sólo hay lu g a r para la m asculinidad?
R e su lta bastan te extrañ o que en el período posfreudiano
h aya prevalecido la concepción de Fliess, a u n qu e atribuida a
F reu d . E n la literatu ra p o sfreu d ian a, la h om osexu alidad la ­
tente como base de la neurosis siguió siendo entendida en tér­
minos de androginia. U n neurótico es algu ien que no h a repri­
mido suficientem ente su lado fem enino, o su lado masculino.
P o d ría m o s decir su a n im a o su a n im u s . U n a histérica no es
m ás que un hom bre frustrado, una v irago; un histérico no es
u n hom bre real, sino un hom bre fem inizado. H a b ía desapare­
cido la idea de Freud sobre la problem ática fundam ental de la
iden tidad fem enina como tal.43
Se su p on ía que la m on osexu alidad h a sta la pubertad, se­
guida por u n a “repugnancia sexual no neurótica” (véase la no­
ta 35) h acía d esap arecer la corriente m a sc u lin a -fá lic a de la
niña. ¿Im plicaba esto que después de la p u b e rta d se establece
u n a diferenciación genérica sim bólica definida? F reu d nunca
dio u n a respuesta directa a esta cuestión. E n cambio, se rem i­
tió siem pre a la experiencia clínica: “E l hecho de que las m u­
je re s cam bian su principal zona erógen a de este modo, junto
con la ola de represión en la pubertad, con la cual, por así de­
cirlo, hacen a un lado su m asculinidad infantil, son los princi­
pales determ inantes de su m ayor proclividad a la neurosis, y
específicam ente a la h isteria".44
De modo que parecía casi evidente de por sí que la m ujer
está casi p re d e stin a d a a volverse n eurótica. Como si esto no
fu e r a lo b a s ta n te explícito, F reu d a ñ a d ió inm ed iatam en te
después que ésa e ra u n a condición lig a d a a la esencia de la fe­
m inidad.
E n el artícu lo de 1908 sobre la s te o ría s sexuales in fa n ti­
l e s ^ repitió esto m ism o casi al pie de la letra. En otro texto
del m ism o período descubrió que los sín tom as histéricos son a
m en udo d e te rm in ad o s por un doble fa n ta sm a : un fan tasm a
activo, m asculino, y otro pasivo, fem enino. E l resultado es el
choque entre am b os.46 Este es el m ism o conflicto que reap are­
ce en la época de la pubertad. El últim o escrito de Freud que
abo rd ó e x p lícitam en te la h isteria t e r m in a con la siguiente
oración: "E n u na g ra n cantidad de casos, la neurosis histérica
rep re se n ta m eram en te u n a acentuación obsesiva de la ola tí­
pica de represión que, al elim inar la se x u alid a d m asculina de
la niña, perm ite que s u ija la m ujer”.4. E sta últim a oración es
m u y intersan te. N o s en seña dos cosas. E n prim er lu g a r, se­
gún F re u d , el d e sa rro llo norm al de la fem in id ad pasa por la
rep resión de la s e x u a lid a d m asculin a. E n segundo lu g a r, no
se trata tanto de qu e las pacientes h istéricas fracasen en este
proceso, sino de qu e lo recorren de un m odo excesivo. En com­
paración con u n a n iñ a común que qu iere convertirse en ;‘una”
m u jer, la h isté ric a q u ie re ser "la"' m u je r. Y es allí donde las
cosas se complican.

L A R E P R E S IÓ N R E V IS IT A D A :
U N C Í R C U L O V IC IO S O P A R A L A M U J E R

H a llegado el m om ento de re c a p itu la r y evalu ar. A ju ic io


de F reu d. la h iste ria com ienza con u n a experien cia prim aria
con la que la p siq u e no puede tratar. El in t e nto de e la b o ra ­
ción defensiva se inicia con significantes lím ite y continúa con
fantasm as. Esta experien cia prim aria pu ede ser entendida co­
mo lo ReaJ trau m ático, según se lo ve en relación con la falta
en lo Simbólico, A. E ste punto de p a rtid a no es m ás que la ro
presión prim aria, en lo esencial una fijación prim aria: la mu
je r tiene que q u e d a r a trá s, en lo Real. L a pasividad pareen ol
único significante su stituto que se ofrece p a ra la elaboración
por lo Im aginario, S (A ). Los fa n ta sm a s resultantes se convier­
ten en blancos de la represión ulterior. Son reem plazados por
sus con tracaras “activas” o m a sc u lin a s. E n la pubertad, esto
da origen a un segundo conflicto, y a u n a segun da represión:
la p a rte m ascu lin a tiene qu e d e s a p a re c e r p a ra que p u eda
em erger L a M ujer.
E sta conceptualización solucion a a lg u n o s problem as pre­
vios, pero plantea nuevos interrogantes. H a n desaparecido las
dificultades concernientes al d isp la c er como motivo de la re ­
presión. El problem a se presen tab a como sigue: ¿era el displa­
cer necesario para ge n e ra r la rep resión , si todo se b a sa b a en
una se x u a lid a d infantil que p ro c u ra b a placer? L a respu esta
era que esta sexualidad in fan til se d e sa rro lla hacia dos polos
opuestos. L a s fantasías placientes que acom pañan la m astu r­
bación infantil son activas, y por lo tanto dirigidas contra una
pasividad temida. Esto puede ex te n d e rse a los ju e g o s del ni­
ño: el niño repite activam ente lo que los padres le hacen p a ­
decer pasivam en te. La p a siv id a d d isp la c ie n te es el motivo
prim ario de la represión, el p rim e r conflicto. E n 1905 F reu d
nos perm itió una vislu m b re de su d e sa rro llo al sostener en
sus Tres ensayos que la a c tiv id a d se x u al evoluciona a p artir
de las m ás tem pran as relaciones de crian za entre la m adre y
el niño. El niño da sus prim eros pasos independientes cuando
com ienza a ch upetear objetos q u e e stá n fu e ra de la m adre,
cuando rea liz a la transición d e sd e se r a m a m a n ta d o p a siv a ­
mente a un chupeteo activo.48 A F re u d le tomó veinte años
instrum en tar plenam ente este descubrim iento. En la m ujer,
la se g u n d a ola de represión, en la p u b e rta d , es c a u sa d a por
un segun do grupo de represen tacion es incom patibles: el pla­
cer m asculino-activo experim en tad o en la infancia tiene que
ser aba n d o n a d o en beneficio de u n a fo rm a fem en in a-pasiva,
Freud con sideraba que esta ú ltim a e ra displaciente, aun qu e
él m ism o y a ten ía serias d u d a s sobre su com prensión del
equ ilibrio en tre placer y d is p la c e r.49 P o r cierto, si su s ideas
anteriores eran correctas, ello im p lic a b a que no podía h a b er
placer p a r a la m ujer después de la p u b e rta d , a m enos que
fuera m asculino, activo, p recisam en te del tipo que e lla tenía
que reprim ir. Este im portante p ro b le m a segu ía irresuelto.
N o se ría erróneo concluir que, m ie n tra s tanto, el interro­
g a n te se h abía d e s p la z a d o a otro punto: ¿por qué tenía que
se r tan displaciente la pasividad? P a r a F re u d , ésta e ra una
cuestión fáctica, y la dificu ltad estaba m á s en la analogía pro­
blem ática entre la fe m in id a d y la pasividad. R esulta bastante
notable que el m ism o hecho haya rea p are c id o en un contexto
totalm ente distinto. E n u n seminario en el Collége de France,
en 1977-78, sobre el te m a de la se x u alid a d y la fam ilia en la
a n tig u a Roma, V eyn e llegó a la conclusión de que en el Im pe­
rio R om ano tardío e s ta b a permitido casi todo, tanto los actos
h om osexu ales como los heterosexu ales, e in clu so el tabú del
incesto e ra casi inexistente (cometer incesto no se considera­
ba m uch o peor que a lb o r o t a r en a legre com p añ ía), pero una
cosa se rech azab a p o r escandalosa: la p a siv id a d . H a b ía que
ser activo. Si bien esto h a b ría confirmado la experiencia clíni­
ca de F reu d , no explica n a d a : ¿por qué la p a siv id a d sería tan
displaciente, por qué h a b r ía que defenderse de ella en tal m e­
dida? E stá claro que sólo u n a concepción d istin ta del placer y
el displacer puede ech ar luz sobre este problem a. L a introduc­
ción por Lacan del concepto de “goce” fue ilu m in ad ora en tal
sentido.
U n a vez más, este concepto explícita u n a idea freudiana
im plícita. F reu d h a b ía exam in ado la tra n sició n entre el ser
am a m an ta d o p a siv a m e n te y el m am ar activam en te como un
paso im portan te en el d e sa rro llo de la s e x u a lid a d del niño.
Sign ificaba adquirir u n deseo propio. A l fin al de su vida, cada
vez prestó m ás atención a la relación preedípica m adre-hijo en
la etiología de la h isteria- Nosotros, basán don os en Lacan, po­
dem os reconocer en este fenóm eno “el goce del O tro”, el goce
del p rim e r gran Otro, la m adre, que im p lic a la reducción del
niño a la condición de m ero objeto a del deseo de este Otro. N o
tiene existencia propia. E stá siendo gozado por el Otro.
E s en este punto d o n d e reconocemos la pasiv id ad como
una experiencia p rim a ria de displacer de la que toda neurosis
tra ta de defenderse. E s t e es el complejo d e E d ip o freudiano,
entendido por L acan com o el m ás im portante proceso estruc-
tu ra d o r en la tran sform ación en ser h u m an o del ser hablante.
P a r a L a c a n , este proceso de toma de d ista n c ia se produce a
través de un doble m ecan ism o: la alienación y la separación.
Le proporciona a l niño u n significante p ro p io m ediante la in ­
tervención de la función sim bólica del p a d re , el N o m b re del
P ad re. D e tal modo se convierte en un sujeto dividido, lib e ra ­
do del atolladero anterior, con un deseo propio. Este es preci­
sam en te el proceso que no se d e sa rro lla con su a v id ad en las
m ujeres, en razón de u n a dificultad estru ctu ral: no hay signi­
ficante propio para la fem inidad, la m ujer sólo puede volverse
hacia el falo. De a llí que F re u d e stre c h ara los lazos entre la
h isteria, la fem inidad y la pasividad. E n este contexto ta m ­
bién puede mencionarse la relación con el m asoquism o.
D e modo que la nueva teoría freu dian a de la represión so­
lucionaba una dificultad anterior. T am b ié n es cierto lo opues­
to: u n a solución anterior se había vuelto m uy dudosa. A l prin­
cipio, a F re u d le costó d ife re n c ia r la re p re sió n n orm al de la
represión patológica. T u v o que recu rrir a u n a predisposición
m isteriosa p a ra explicar la patológica. E sta solución insatis­
factoria pasó a ser su p e rflu a después del descubrim iento de
u na experiencia traum ática infantil cuyo recuerdo, actuando
retroactivam ente, dab a por resultado una u lterior represión
patógena. Con el descubrim iento de la sex u alid ad infantil y la
generalización de la “p erversidad polim orfa’’, este argum ento
perdió su validez, y F reud se vio obligado a volver a su punto
de p a rtid a : la represión e ra un proceso u n iv e rs a l y norm al
que en la h isteria se presen tab a de modo excesivo, causando
de tal modo la patología. L a diferen cia en tre lo norm al y lo
patológico volvía a ap arecer como una cuestión de grado, in ­
cluso de constitución. Este es uno de los obstáculos de los Tres
ensayos, h a sta tal punto que F reu d tuvo q u e concluir con el
concepto de u n a h iste ria g e n e ra liz a d a : “D e sp u é s de todo,
M oebiu s pudo decir con ju sticia que todos som os histéricos en
alg u n a m edida”.50 Y a no cabía trazar una diferenciación noso-
lógica dentro de la teoría, salvo en térm inos de intensidad.
Podem os observar un interesante giro teórico: el problem a
de la h isteria se convierte en el problem a de la feminidad. To­
dos som os perversos polim orfos de niños, todos pasam os por
las mociones de la represión antes de a lc a n za r el punto final
genital. S in em bargo, esta predisposición a la perversidad po­
lim orfa en la infancia subsiste casi intacta en “u n a mujer pro­
medio no cultivada”.51 En nuestros propios términos: debido a
la fa lta de u n significante adecuado, la m u jer puede escoger
cualquier senda a la que ten ga acceso. A d e m á s tiene que a tra ­
v e sa r un proceso rep resiv o especial en la pu bertad, p ara con­
vertirse en mujer. L a rep resión histérica sería sólo u na form a
extrem adam ente intensa de este proceso (v é a se la nota 45): de
a llí la relación esencial en tre la m ujer y la h isteria (véase la
nota 42), y el hecho de q u e la represión a p a rez c a con m ayor
frecuencia en las m ujeres.52 F reud había descubierto un nuevo
campo. Le iba a llevar m á s de dos décadas pen etrar en “el con­
tin en te n egro”. Esta posposición no fue accidental, sino que,
como veremos, había d e trá s de ella una razón que pude descri­
birse en los términos estru ctu rales de la teoría del discurso.
Como conclusión de este capítulo, v ale la pena form ular el
siguiente interrogante: ¿qué es lo que realm en te se reprime en
la histeria? L a resp u esta p o sfreu d ian a clá sic a es m ás bien
confusa. Cuando se hace e sta pregunta, la respu esta alude a
pulsiones parciales p re g en ita les que d eterm in an síntomas en
virtu d del retom o de lo reprim ido. H ay u n a preferencia gene­
ra l por las funciones o ra le s, aunque esto p la n te a el problem a
de u n a oralidad g e n ita liz a d a . Sigue a continuación la discu­
sión sobre lo genital y lo pregenital. etcétera. F reud fue mucho
m ás claro. E l elemento origin alm en te rep rim ido es e \fem eni­
no; p a ra ser más específicos: los fantasm as fem eninos pasivos.
L a im agin arización d e fe n s iv a es activa-m ascu lin a y se desa­
rrolla a lo largo de las zo n as erógenas con su s fantasm as con­
com itantes. L a últim a de la serie, la zona clitorideana, tiene
que ser reprim ida en la p u b e rta d . P a ra F re u d se trataba de la
represión del elemento 7nasculino necesaria p a ra la transición
Q lo v a g in a l- f e m p n in n : en o tra s palabras, p a ra instau rar el rei­
nado de la zona genital. E s t a represión es su p e rflu a en el
hombre, que debe apegarse a su última zona erógena, la fálica,
lo que da origen a un p ro b le m a totalmente distinto.03
Parece evidente que la se rie se detiene aquí. En tal sentido,
In histeria sería el resultado de un fracaso de la últim a repre­
sión, lo cual explicaría que a lg u n a s histéricas tengan el aspec­
to de hom bres afem inados. S in embargo, p a r a F reu d hay aún
un tercer contenido que d e b e se r reprim ido: lo genital en sí.
"E n osa neurosis, la represión afecta más que n ada a las zonas
genitales reales, y éstas tra n sm ite n su susceptibilidad a la es-
I imulnción a otras zonas e ró ge n a s (norm alm ente desatendidas
en la vida adulta), las que entonces se com portan exactamente
como genitales.”54 A la luz de la teoría, este enunciado resulta
a p rim era vista m uy sorprendente. P or otro lado, a nadie que
tenga experiencia clínica le resu lta rá difícil reconocer este fe­
nómeno: la m ayoría de las n eurosis h isté ric a s se desencade­
n a n d u ran te o después de u n a confrontación sexu al-gen ital.
F reu d observó que las psiconeurosis por lo g e n e ra l irrum pen
"como resultado de las dem andas de la vida sex u al norm al”.35
A p aren tem en te estamos ingresando en un ám bito comple­
tamente nuevo que no se adecúa al cuadro trazad o hasta aho­
ra. ¿Cómo se puede conectar esta rep resión de lo genital con
las concepciones anteriores? F re u d no a b o rd a este tema. Por
nuestra parte, pensam os que la solución es m á s bien simple.
Con esta ú ltim a represión, c e n trad a en lo g e n ital, hemos
vuelto sencillam ente al punto de partida del proceso de la re­
presión: la falta de un significante p a ra la fem inidad. En este,
punto es m uy im portante com pren der q u e el desarro llo reco­
rre un círculo vicioso. U n a m u je r com ienza en S (A ), con la re­
presión p rim aria; en virtud de la evolución subsigu ien te que
hemos exam inado, deja atrás la pasiv id ad y e la b o ra las zonas
erógenas de un modo activo-m asculino. L a ú ltim a zona eróge-
na, la fálica-clitoridean a, tiene que ser re p rim id a , jun to con
las fantasías activas concomitantes, y ree m p la za d as por la zo­
na p a siv a -v a g in a l. E n otras p a la b ra s: u n a vez m ás la m ujer
en fren ta a S (A ), y se repite la p rim era re p re sió n , ju n to con
una reactivació n de las zon as eró gen as a n te rio re s, “que en­
tonces se com portan exactam en te como g e n it a le s ”. “G e n ita ­
les” debe entenderse en sentido fálico, porqu e el género m as­
culino es el único que tiene u n sig n ific a n te propio. De tal
modo se faliciza lo pregen ital, el círculo se cierra, y la rueda
continúa girando.
E n este estudio de la re p re sió n hem os a tra v e sa d o , ju n to
con F reu d, el cambio de siglo. E n 1905 él provocó un escánda­
lo con su s T res ensayos. Com o si no fu era suficiente, publicó
un artículo que h abía lan guidecido d u ran te cinco años en un
cajón de su escritorio: “F ra g m e n to de a n á lis is de un caso do
histeria”, su prim er historial im portante. Escrito en 1900 y li­
geram ente retocado, nos proporciona un cuadro de la práctica
clínica de F re u d hacia 1905. ¿Cómo operaba la teoría?
1. Freud, “On the History of the Psycho-Analytic Movement"
(1914d), S.E. 14, pág. 16.
2. Freud, “The Neuro-Psychoses of Defence” (1894a), S.E. 3, pág.
48.
3. Freud, “Heredity and the Aetiology of Defence" (1896a), S.E. 3,
pág. 147.
4. Freud, “Further Remarks on the Neuro-Psychoses of Defence”
(lS96b). S.E. 3, pág. 166.
5. Freud, “The Aetiology of Hysteria” (1896c), S.E. 3. págs. 189-
221, y “Sexuality in the Aetiology of the Neuroses” ( 1898a), S.E. 3,
págs. 261-285.
6. Ibíd., pág. 282.
7. Freud, “The Psychical Mechanism of Forgetfulness’ (1898b),
S.E. 3, págs. 2S9-297: ‘Screen Memories” (1899a), S.E. 3. págs. 301-
322, respectivamente.
8. Ibíd., pág. 291.
9. Ibíd., pág. 296.
10. Ibíd., págs, 308 y 310-311.
11. Freud, “My Views on the Part played by Sexuality in the Ae­
tiology ofthe Neuroses'{ 1906a% S.E. 7, págs. 274-275.
12. Freud, D ra ft K. S.E. 1, págs. 221-222.
13. Véase la bibliografía: E. Ville, B. Grunberger, J. Marmor, A.
Lazare, A. Sugarman y W. Reich.
14. Véase la bibliografía: O. Sachs, J. Neu, A. Silber, M. Klein.
15. Freud, D ra ft K. S.E. 1, pág. 228.
16. Esto puede encontrarse en sus artículos de 1927 y 1933 (véa­
se la bibliografía). Si Jones hubiera leído la Biblia con más cuidado,
no la habría utilizado como argumento. Por cierto, en Génesis II, la
mujer es llamada “Icha", que en hebreo es el femenino de ~¡ch". “Ic h ”
significa hombre...
17. Freud, Aus der. Anfángen der Psychoanalyse, Briefe an W.
Fliess, Francfort, Fischer, 1975, carta 123, pág. 259. Más tarde,
Freud utilizó adecuadamente la metáfora del “continente negro”.
13. Freud, Three Essays on the Tkeory o f Sexuality (1905d), S.E.
7, pág. 219, nota 1. En 1924, Freud introdujo una oración 5nal con­
firmatoria en la segunda parte del primer ensayo (S.E. 7, pág. 160).
19. Freud, Draft M. S.E. 1, pág. 251.
20. Freud, Draft K. S.E. 1, págs. 228-229.
21. La “escena sexual la ” remite al núcleo traumático que está
más allá de las representaciones verbales.
22. Freud, S.E. 1. carta 46, pág. 230.
23. Ibíd., carta 52, pág. 235.
24. Freud, Draft K, S.E. 1, págs. 228-229.
25. Freud, S.E. 1, carta 59, pág. 244. Cfr.xarta 61, pág. 247, y
Freud, Aus den Anfangen der Psychoanalyse, ob. cit., carta 62,
pág. 173.
26. Este es el nudo borromeo, con círculos entrelazados de lo
Imaginario, lo Real y lo Simbólico. Esta figura topológica lacaniana
nos permite comprender algunos fenómenos clínicos desde un punto
de vista formal. Por ejemplo, el efecto de la figura paterna suele re­
sultar paradójico si trabajamos con datos puramente clínicos. Cuan­
do se abordan estos datos en los términos de padre real, la función
paterna simbólica y la imagen paterna imaginaría, las cosas se vuel­
ven más claras.

27. Freud diferenciaba dos formaa de conversión: la motriz (es


decir, todas las formas “clásicas”) y In sensorial. Esta última es la
alucinación histérica. Para Freud, estas dos formas de conversión
son fundamentalmente idénticas. Se trata de "realizaciones” litera­
les, que ocupan el lugar de un procesamiento o una elaboración psí­
quica. Véase Freud, “The Neuro-Psychoses of Dofence” ( 1894a>, S.E.
3. pág. 49.
28. Freud, My views on the Part played by Sexuality in the Aetio-
logy o f the Neuroses (1906a), S.E. 7, pág. 278: Three Essays on the
Theory o f Sexuality ( 1905d), S.E. 7, pág. Iti7.
29. Sobre la diferenciación entre la interpretación simbólica y la
interpretación imaginaria, véase J. Lacan, Telávision, París, Seuil,
1973, pág. 18 y sigs.
30. Freud y Breuer, Studies on Hysteria ( 1895d). S.E. 2, pág. 69.
31. Freud, S.E. 1, carta 61, pág. 247; Draft M , S.E. 1, pág. 252;
Draft L, S.E. 1, pág. 248.
32. Freud, S.E. 1, carta 52, pág. 239, y carta 61, págs. 247-248.
33. Ibíd., carta 75, págs. 268-269,
34. Ibíd., carta 69, pág. 260; carta 57, pág. 244; carta 102, pág.
278.
35. Ibíd., carta 125, pág. 280; Aus den Anfangen der Psychoanaly­
se, ob. cit., carta 91, pág. 220; Draft M, S.E , I , pág. 252, y Draft N,
págs. 256-257.
36. Freud, S.E. 1, carta 75, pág. 270; las cursivas son de Freud.
37. Freud, Aus den Anfangen der Psychoanalyse, ob. cit., carta
141, págs. 280-281, y carta 145, pág. 287.
38. Freud, Three Essays on the Theory o f Sexuality (1905d). S.E.
7, pág. 219. Esta parte del texto de Freud lleva el título de 'L a dife­
renciación entre el hombre y la mujer”.
39. Freud, Aus den Anfángen der Psychoanalyse, ob. cit., carta
113, pág. 249.
40. Ibíd., carta 71, pág. 194.
41. Ibíd.. carta SI, pág. 208.
42. Freud, Three Essays on the Theory o f Sexuality (1905d). S.E.
7, págs. 142-143. El cítulo original de esta parte es :‘Heranziehung
der Bisexualitát”, abreviado en la traducción al inglés como “Bise-
xuality”. Se lo puede considerar una ilustración del rechazo por
Freud de la idea de la androginia.
43. Ibíd, pág. 221.
44. ídem.
45. Freud, “On the Sexual Theories of Children” (1908ci. S.E. 9,
pág. 217.
46. Freud. "Hysterical Phantasies and their Relation to Bisexua-
lity"i l 908a), S.E. 9. pájs. 157-166.
47. Freud, “Some General Remarks on Hysterical Attacks”
(1909a), S.E. 9, pág. 234.
48. Freud, Three Essays on the Theory o f Sexuality (1905di, S.E.
7, págs. 181-182.
49. “Todo lo que se relaciona con el problema del placer y el dis­
placer toca uno de los puntos más sensibles de la psicología actual.”
Ibíd., pág. 209
■50. Freud. Three Essays on the Theory o f Sexuality (1905d). S.E.
7, pág. 170; pág. 176, nota 2; pág. 205, nota 1. Con respecto a Moe-
bius, véase ibíd., pág. 171.
51. Ibíd., pág. 191.
52. Ibíd., pág. 236.
53. Véase P. Verhaeghe, Neurosis and psychosis; II n’y a pas de
rapport sexuel, CFAR-seminario del 27 de mayo de 1995, artículo pu­
blicado en Journal o f the Centre fo r Freudian Analysis and Research,
6, Londres, 1996.
54. Freud, Three E&says on the Theory o f Sexuality Í1905d), S.E.
7, pág. 183.
55. Ibíd., pág. 170. Véase también Freud, “My views on the Part
pluyed by Sexuality Ln the Aetiology of the Neuroses” (1906a), S.E.
7, piig. 271.
4. DORA: LA FALTA E N LO SIM BÓ LIC O

FREUD Y E L SABER

La normalización del deseo histérico

E n la segun da página del “F ragm en to de a n á lisis de un ca­


so de h is te ria ” leem os que "los síntom as h istéricos son la ex­
presión de los deseos m ás secretos y r e p rim id o s ”. En D ora
volvemos a encontrar uno de esos elem entos qu e F reud había
descubierto desde el principio: el deseo. O rigin alm en te, Freud
tuvo la intención de ponerle a este h isto rial el título de '‘Los
sueños y la h isteria”. El sueño como expresión de lo que él ha­
bía denom inado deseo inconsciente indestructible y la histeria
como u n a v a ria c ió n sobre ese tem a: todo sín to m a histérico
contiene u na doble realización de deseos. T an to el sueño como
la h iste ria son técnicas p ara e lu d ir la rep re sió n . P ero Freud
cam bió ese título por “F ra g m e n to de a n á lis is de un caso de
h isteria”. ¿Fue por azar? Lo v erem os.1
B ru ch stü ck, fragm ento, incompleto. E sto no sólo se debía a
que la paciente interrum pió el an álisis al cabo de tres meses,
sino tam bién a que F reu d optó por presen tar sólo un resumen
de los resultados, sin exponer los m edios técnicos que llevaron
a ellos. De no h a ber procedido de este modo, el artículo habría
sido de m a sia d o exhaustivo. L a razón e ra en lo esencial 1¡i
m ism a que en los Estudios: entre los síntom as manifiestos so-
bred e te rm in a d o s y los deseos laten tes, su b yacen tes, modín
u n a g ra n c a n tid a d de m aterial: “la la r g a red de conexiones
que se d e s p lie g a entre el sín tom a de la en ferm edad y u n a
idea p a t ó g e n a ”. De una V ern e in u n g su rg e con claridad que
F re u d e s t a b a cansado de todo ese m a te ria l circunstancial:
“Y a no n ecesitaré disculparm e por la extensión”. Citó incluso
el Fa usto d e G oethe: uN ic h t K u n s t u n d W issenschaft a lle in ,
G eduld w ill bei dem Werke s e in r (“N i el arte ni la ciencia sir­
ven solos; h a y que dem ostrar pacien cia en el trab ajo”). L a
m ism a p a c ie n c ia que ago ta b a n sus pacien tes, como él lo a d ­
mitió en el artícu lo sobre Dostoievski.2
L a con cisión es u na característica de los m aestros. L o s
an álisis de su eñ o s son exh austivos, d e m a sia d o exhaustivos
p ara F reu d . D e inmediato previno que no h a b ía que acordar­
les un lu g a r dem asiado prom inente con las pacientes h istéri­
cas.3 A d e m á s , en 1911, consideró necesario publicar un a rtí­
culo e x p líc ita m e n te didáctico en el cual advirtió a su s
discípulos q u e no se dem oraran en los sueños dentro del m ar­
co terap éu tico. L a s pacientes h istéricas n a rr a n dem asiados
sueños, les lle v a n al a n alista cuad ern os com pletos llenos de
sueños. E l a n a lis ta , dijo F reud, no puede se g u ir ese ritmo, y
el análisis e n sí se deteriora. E l relato de sueños se convierte
en u na re siste n c ia de la paciente, que h a descubierto "que el
método no p u e d e dom inar lo que se presen ta de este modo”.4
D espués d e todo, el cambio de título no h a b ía sido en ab so­
luto accidental. U n a vez más, F reu d h a b ía em prendido un ca­
mino tortuoso. S u búsqu eda origin al, interm inable.,_deLtrau-
m a real, del n úcleo real, se repetía en la b ú sq u e d a d e ld e se o
inconsciente.5 A l tropezar en todos lad os con la misma histo­
ria y no h a lla r nunca una respuesta definida, tuvo finalmente
que concluir q u e la esencia de la histeria e ra el deseo en sí. in ­
dependiente de cualquier contenido: “el anhelo es el principal
rasgo de la h is te r ia , a sí como la a n este sia presente (a u n q u e
sea sólo p o ten cial) es su principal sín tom a”,6
H a b ía q u e reconocer la dificu ltad. C a d a vez que lo g ra b a
poner el dedo en la llaga, su rgía otro trau m a, un nuevo deseo.
Con D ora im p u so un atajo: ella deseaba al señor K., quien h a ­
b ía ocupado e l lu g a r de su padre, y eso e ra todo. E l hecho de
que no q u is ie r a adm itir su deseo con stituía precisam ente la
p ru eb a de q u e e ra histérica. Q u ie n q u ie ra qu e reaccione con
disgusto a u n a situación sexual excitante en térm inos com en
tes es histérico. A d em ás, una joven n orm al d eb ía ser capaz di'
m anejar esa situación por sí misma, sin cre a r escándalo.7
Obviam ente, F re u d h a b ía ocupado u n a n u e v a posición: la
del amo.

La figura del amo*~

Los m eandros del deseo histérico, siem pre cam biantes, pa­
recen in te rm in a b le s. F reu d no se som etió a la n ecesidad de
esos cambios (la im aginarización defensiva de la falta básica),
sino que estaba decidido a ponerle fin desde el principio. En
el modo en que instrum entó su decisión no h a b ía la menor va­
cilación o duda. F re u d , el buscador qu e en con tram os en los
Estudios de las correspondencias con F liess, se h a b ía conver­
tido en “Freud, el que sabía'1.
Xo sorprende que inicie el historial con una acción chapu­
cera que revela con total claridad su cam bio de posición. ¿Qué
seudónim o d eb ía ponerle a la paciente? Se le im puso la idea
de lla m a rla “D o r a ”.8 Y ¿quién e ra D ora? L a dom éstica de la
herm ana de Freud, a la que ni siquiera se le h a b ía permitido
conservar su propio nom bre (R osa) porque coincidía con el de
la patrona. D esde el principio, los p a p e le s q u e d a ro n a sign a ­
dos: criada versus amo. Como histérica, D ora advirtió rápida­
m ente el ju e g o . A l fin a l ajustó cuen tas con F re u d : decidió
a b a n d o n a r el tratam ien to con u n a an tic ip ac ió n de quince
días, el preaviso h ab itu al para los sirv ie n te s...9 Se habían in­
vertido los roles.
A n tes de ese punto, Freud se desem peñ ó en la escena co­
mo un amo. Es im portante su b rayar que ese dom inio no terna
que ver con el contenido de las interpretaciones (p o r lo menos
en prim era in stan cia), sino que se po n ía de m anifiesto en el

* Aunque “amo” es la traducción acuñada de “m aitre”, en algunos


casos el contexto nos ha llevado a optar por “maestro”, la otra acep­
ción de esa palabra francesa. Desde luego, debe tenerse presente que
en la formulación original lacaniana ambos significados aparecen
condensados en un único significante. [N. del TJ
estilo. F re u d e xp lic a b a , en señ aba, d e m o s tra b a ... E ra el que
sa b ía, y b a s t a b a con que convenciera de la v e rd a d a sus p a ­
cientes. E l acento estaba en el com bate contra la s resistencias
y los motivos de la enferm edad. E sta b a n ju stificad os todos los
medios; por ejem plo, las contradicciones en el relato de la pa­
ciente eran p ru e b a s “que yo no d e jab a de u s a r contra ella”. La
cu ra se con virtió en u n a g ra n dem ostración . U n caso entre
m uchos es la explicación de F reu d sobre el cofre de las joyas.
F ue u n a e splén d id a exposición didáctica y dialéctica, un razo­
nam iento tan cerrado que D ora no pudo m eter baza. Su única
altern ativa e ra rech azarlo todo. A ñ os m ás tarde, F reu d previ­
no contra esta form a de análisis, en la cual se explica y se de­
m uestra; el paciente tiene que encontrar por sí m ism o los con­
tenidos inconscientes. E l p sicoan álisis no p u e d e reducirse a
un a terap ia de comprensión, de in s ig h t, ni a un medio de ins­
trucción ped an te y didáctico.10

El saber del amo: Edipo Rey

El saber es el tem a recurrente en todo el historial; más par­


ticu larm en te, el sa b e r sobre el sexo. E sto es notable, no sólo
por la reiteración, sino también porque F reu d rea liz a con regu­
la rid a d com entarios que no podía ju stific ar desde su punto de
vista teórico. A s í nos enteramos de que D ora desconfiaba de to­
dos los médicos, con la única excepción del m édico de la fam i­
lia. F reu d descubrió pronto la razón de esa excepción: el médi­
co de la fa m ilia era el único del que ella estaba se g u ra que no
podría descu brir sus secretos, robarle su sa b e r.11 A d em ás Dora
tenía u n a preferen cia especial por el sa b e r y el aprendizaje. Le
gustaba a sistir a “conferencias p a ra d am as” y se consagraba a
estudios serios. P refería no casarse, precisam ente porque el ca­
sam iento po dría obstaculizar su aprendizaje. A d e m á s, ese sa­
ber no era neutro; a m edida que av an za el historial, resulta ca­
ria vez m ás claro que tiene ver con la sexualidad. D o ra le pedía
consejos al respecto a una de sus institu trices y tam bién a la
nortora K. E sta últim a h a b ía puesto en sus m anos un ejemplar
do In Phyxiologie de l'A m o u r, de M an tegazza, un texto muy es-
nthrim o para la época. L a joven no tardó en con su ltar enciclo-
ptuiln i medicas. Curiosam ente, D o ra siem pre trató de ocultar
sus fuentes de inform ación a Freud. Él tuvo que hacer de Sher-
lock H olm es p a ra descubrir el papel de la institutriz, de la se­
ñora K y de las enciclopedias.12
Todos estos hechos fueron registrado s por F re u d , pero no
les dio n in gú n em pleo. P or cierto, p a ra él la situación era to­
talm ente clara. D o ra estaba en am orada del señor K., pero no
quería adm itirlo, ni siqu iera p ara sí m ism a. H a b ía apelado al
padre a fin de que s a lv a r a su “cofre”. S in em b a rg o , todos los
síntom as dem ostraban su enam oram iento: e sta b a afónica en
ausencia del señor K., cuando sólo podía lle g a r a él por corres­
pondencia; fue cóm plice de la señora K. y su p a d re , los dos
am antes, m ientras esta relación le convenía; reaccionó con fu­
ria cuando el señor K. quiso sólo sexo y no u n a relación ade­
cuada.
L a percepción por F re u d de esta situación b u rlesca se b a ­
saba en una hipótesis anterior, tran sform ad a en u n a observa­
ción y dotada del estatuto de un saber establecido. A l princi­
pio del h istorial, F re u d se refiere a "la atracción sexual
norm al'’ entre el padre y la hija, por u n a parte, y entre la m a­
dre y el hijo, por la otra. M á s adelante aplica extensam ente la
teoría del Edipo, rem itiéndose a un p a sa je de L a in te rp reta ­
ción de los sueños.13 D ora estaba com portándose como una es­
posa celosa al ponerse en el lu g a r de la m adre y en el de la se­
ñora K. E sta b a e n am o ra d a del padre. F re u d dice que ésta es
u na situación típica, que sólo se v u elv e patoló gica cuando
asum e una form a extrem a como consecuencia de la constitu­
ción personal. E l supuesto era que duran te m ucho tiempo Do­
ra h a bía m antenido congelado su am or al padre, de modo que
sólo reapareció reactivam ente. Como histérica, ella no tolera­
ba la situación com ún de excitación se x u al con el señor K. El
am or infantil al p a d re s e m a como vía de escape hacia un pa­
raíso tam bién in fa n til.14
Todo esto no e ra m ás que una va ria n te n eurótica del Edi­
po. F re u d h a b ía tra z a d o el prim er bosquejo de su teoría del
Edipo en L a in te rp re ta ció n de los sueños. E l deseo sexual in­
fa n til puede d iv id irse claram ente: la s p rim e ra s agitaciones
afectivas de la n iñ a están dirigidas al padre, m ientras que el
varón se concentra en la madre. De allí los sentim ientos do ri
validad, e incluso los deseos de m uerte respecto cid los pro^n
nitores del m ism o sexo. F re u d h a b ló de un “r a s g o n atu ral”,
idea m u y e x t r a ñ a si consideram os que fue el propio Freud
quien en su T re s ensayos demostró que en la elección de obje­
to no h a y casi n a d a “n atu ral”... T re s décadas m á s tarde revi­
só rad icalm en te su teoría del Edipo, pero en la época de Dora
aún e sta b a convencido de esta distribución de roles, que des­
de entonces se h a vuelto clásica.

L A F A L T A E N L O S IM B Ó L IC O

Lo dual im aginario: análisis de las resistencias

Y a hem os o b se rv a d o que lo su sceptible de crítica no era


tanto el con ten ido de las interpretaciones de F re u d , como su
estilo. In cid en talm en te, podemos decir que e stas reflexiones
críticas sólo se h a n vuelto posibles g racias a la s pun tualiza-
ciones del propio Freud, como verem os m ás ad elan te. Y a he­
mos calificado este estilo de exegético y dirigido a persuadir:
es el estilo del am o. Esta descripción no basta como argumen­
to, puesto qu e n o se adecúa a un contexto e stru c tu ra l, como
tam bién ten d rem os la oportunidad de dem ostrar.
E l cam ino recorrid o por F re u d h a s ta ese m om ento puede
d e scribirse como u n a elaboración de lo R eal en trán sito a lo
Im agin ario. C on su s pacientes, él h a b ía descubierto la imagi-
n arización d e fe n s iv a de lo R eal trau m ático , cen trad o en lo
que denom inó deseo psicosexual. D esde 1900 en adelante co­
m enzó a re c o n o c e r la estru c tu ra edípica, a u n q u e con una
cierta d e b ilid a d teórica: la s itu a ció n ed ípica, q u e es una es­
tru c tu ra c ió n s im b ó lica , fue in icia lm e n te entendida p o r Freud
com o una e la b o ra ció n im a gin a ria o dual. E l caso D o ra lo ilus­
tra m u y bien . R e s u lta notable qu e la m a d re d esap areciera
del h is to ria l; no h a y h uellas de e lla, salvo la m ención de su
“psicosis de a m a de casa”. Esto sign ifica que en el resto del
relato fa lt a u no de los tres p ila re s esen ciales, y sólo queda
u na p ru eb a de fu e rz a im aginaria entre dos. D o ra está enamo­
rad a del p a d re . E n la transferencia, F reu d recibe la posición
del padre, y en u n punto incluso la posición del señ or K. Dora
y ol padre; D ora y el señor K; D ora y Freud. N in g u n a relación
p o d ría se r m ás d u a l, y el atolladero es obvio. D e a llí que la
única solución e ra un an álisis de las resisten cias, de las cua
les se considera qu e la tran sferen cia es sólo u n a form a p a r ­
ticular.
E l an álisis de la resistencia era u n a e ta p a pre lim in a r n e­
c e sa ria , antes de in ic ia r el an álisis del m a te r ia l. É sta es la
d ivisió n tradicio n al, qu e Lacan e q u ip a ra con la división en­
tre el an álisis del yo y el análisis del d iscu rso . E n su prim er
se m in a rio , él se cen tró en un h is to ria l de A n n a F reu d , to­
m a n d o como b la n c o la psicología del yo. S u crítica puede
tra sla d a rse sin d ificu ltad al Freud que a n a liz ó a D ora. Anna
F re u d h a b ía in u n d a d o a sus pacientes con interpretaciones
que vin cu laban los síntom as con la m adre (p o r supuesto, con
la a n a lis t a en la posición de la m a d re ). D o r a recibió in ter­
pretacion es que e x p lic a b a n sus sín tom as vin cu lán do los con
un a m o r no d e c la ra d o a l señor K., su stitu to del padre, cuyo
lu g a r a su m ía F re u d en la transferencia. E n o tra s palabras,
en am bos casos encontram os dos yoes en oposición recíproca,
y a continuación com en zaba la b a ta lla . E s t a s interpretacio­
nes son den om in adas “d u a le s” por Lacan ; son erróneas, aun­
que sólo fu e ra p o r el hecho de que im p lic a n u n sa b e r del
a n a lis ta que en r e a lid a d no posee. D el com en tario adicional
de L a c a n su rge cla ram e n te que él tenía s e r ia s du d a s acerca
de e sta s in te rp re ta cio n e s edípicas clásicas. N o cuestiona la
im p o rta n c ia del E d ip o en sí, sino el m odo en qu e se lo usa.
S u aplicación d e b e ría concentrarse en r e v e la r el complejo de
E d ip o como u n a con stelación sim bólica “d o n d e se decide la
asunción del sexo”.15 Y esto va contra c u a lq u ie r form a de sa ­
b e r preconcebido, con tra la posición del am o qu e retiene ese
saber.
L a c a n reconoció el prim er encuentro con el am o en el esta­
dio del espejo, en el cual el niño queda frente a l otro como una
totalidad alienante. L a confrontación con este am o total gene­
ra la posición d e p re siv a , de la cual el n iñ o s a le a través de
u n a identificación con el amo, es decir, con la U r b ild o imagen
p rim aria especular, que es una base p a ra el u lterior ideal del
yo.16 L o interesan te es que la misma solucionóse aplica en la
psicología del yo, que no es más que otra confrontación con un
amo: la identificación con el analista. E l hecho de que esto se
logra a m enudo y no carece de resultados terapéuticos no bas­
ta para den om in arlo “an álisis”. D ora se negó a esta identifica­
ción con el am o, d e l único modo que le qu e d a b a : rech azan do
casi todo lo pro ve n ie n te de Freud.
Esta relación e sp e c u la r se repite en lo que L a c a n h a deno­
minado el estadio im agin ario del complejo de Edipo. E n sínte­
sis, se trata de “yo o tú”. Este aspecto d u al im agin ario no ha­
ce lu gar a n in g u n a otra alternativa y contiene la agresión del
estadio del e sp e jo . Sólo la estructuración sim bólica del com­
plejo de E d ip o g e n e r a u n a sa lid a posible de este ato llad ero
dual m ortal.17 S u precondición necesaria es la función del pa­
dre real y la c astración simbólica, que aún estaban m uy lejos
p a ra Freud. E l a ú n no h a b ía descubierto la función del falo,
ni la gravitación sim bólica del complejo edípico. P rim ero ten­
d ría que r e n u n c ia r a su recién a lc a n za d a posición de am o y
maestro, y v o lv e r a la posición de discípulo que recibe leccio­
nes de la histérica.

Freud contra Freud

E stas r e fle x io n e s críticas sobre F re u d fueron in s p ira d a s


por el propio F r e u d . E s sabido que prefería la publicación de
historiales de c u r a s que él mism o c o n sid e ra b a fru stra d a s,
problem áticas. S u id ea era que son la s únicas que pueden en­
señarnos algo, p u e s nos obligan a cuestionar n u e stra teoría.
A l final de D o r a encontram os m aterial y argum entos suficien­
tes como p a r a p r e p a r a r el terreno de la m en cion ada crítica.
Freud e stab a p re p a r á n d o s e p a ra otro paso dialéctico en la
elaboración de su teoría, esta vez en otro nivel.
En este se n tid o , exam in ó críticam ente sus e rro re s en el
manejo de la tra n sfe re n c ia . E n el curso de este exam en intro­
dujo cierto m atiz, cuyo efecto no siem pre h a sido plenam ente
ndvertido: ad m itió su convicción creciente de que el principal
i'i ror consistió en no h a b e r observado que D ora a lb e rg a b a un
*»mor “ginecofílico” por la señora K .18
¿Ginecofílico? ¿Cóm o se concilia esto con su concepción
contem poránea d e l complejo de Edipo? Sobre todo cuando tu­
vo i|Ui< llegar a la desconcertante conclusión de que D o ra esta­
tuí rulosa del p a d re por la relación de él con la señ ora K. Esto
no se adecú a al esq u e m a clásico de “el p a d re p a r a la hija, la
m adre p a r a el hijo”.19 S eg ú n este esquem a, D o r a d ebería ha­
ber sentido celos de la señora K ., por se r la m u je r que se ha­
bía llevado al padre. F reu d señaló que en re a lid a d ocurría to­
do lo contrario. A d e m á s esta situación re p e tía o tra an áloga
que se h a b ía creado con u na institutriz.
A l principio, F re u d trató de explicar este hecho invocando
una corriente hom osexual subyacente, algo que e ra coherente
con u n a predisposición neurótica. En el proceso de form ular
la explicación, introdu jo un m atiz n otable: “e s ta s corrientes
m ascu lin as, o m ás b ien g in e c o fílica s de sen tim ien tos deben
con siderarse típicas de la vida erótica inconsciente de las jó ­
venes h istéricas”.20 L a id ea de la b ise x u a lid a d y a h a b ía sido
con siderada insuficiente con an terioridad, y la h om osexuali­
dad tam poco ba stab a . D e b ía tratarse de un a m o r “ginecofíli-
co” a la m ujer. F reu d e stab a al borde de d e sc u b rir la reacción
histérica a la falta de un significante propio p a r a L a M u jer. A
la pre g u n ta de “¿qué es u n a mujer?”, la h istérica intenta en­
contrarle respuesta en una tercera parte, otra m ujer. U n a ter­
cera p a r t e , porque en la posición interm edia h a y un hombre.
En este caso, tenem os a D ora, el padre y la señ ora K., y tam ­
bién a D ora, el señor K. y la señora K.
L a señ ora K., con su “herm oso cuerpo b la n c o ”, en carn aba
la p re g u n ta h istérica que su rge del sig n ific a n te que falta
(véase la nota 20). E ste e ra el complejo de E d ip o de D ora co­
mo constelación sim bólica a través de la cual e lla inten taba
a lc a n za r su id e n tid a d sexual. B u sc a b a u n a re s p u e s ta a la
p re g u n ta de “qué es u n a m u je r” en la a m a n te d e l padre. L a
identificación con el padre, en la posición de am a n te de la se­
ñora K., sería una respu esta histérica convencional. P erm íta­
senos s u b r a y a r el hecho de que en este caso se supon e que
quien sa be es el padre.
F re u d observó todo esto, pero dem asiado tard e . S u posi­
ción como la persona que sabía no le dio la oportu n idad de ad­
vertir que la h istérica bu sca el sa b e r como ta l. É sta es una
bú squ eda que la llev a a rech azar todo fra g m e n to norm aliza-
dor de saber. L a razón de este rechazo del s a b e r establecido
no es clara. Lo claro es el rechazo al am o y su sa b e r. Cuando
D ora visitó a F reu d, después de la interrupción del iuuü Iíhí i.
le habló de u n n u evo síntoma: una n e u ra lg ia facial. Freud pu­
do ver claro: “¿ C u án d o se produjo por p rim e ra vez?” “Hace
una quincena.” D e nuevo la ubicua quincena. F re u d sonrió, y
señaló que p recisam en te quince días antes ella h a b ía leído a l­
go sobre él en u n periódico. U n a quincena antes, F reu d h abía
sido designado profesor en la u niversidad...
Rechazo a l am o, rechazo a su saber. L a histérica tiene algo
m ás en reserva . C u a n d o F reu d e stab a a n a liz a n d o con en tu ­
siasmo el se g u n d o sueño e inundando a D o ra con su saber, la
única re s p u e s ta de ella fue: “¿Qué es lo que h a salido a luz
que sea tan n o ta b le ? ”21 N o era eso lo que la histérica quiere
saber.

U n a fa lta e n l o S im b ó lic o

E n el caso de D o ra, F re u d partió u n a vez m ás de la idea


del traum a p s íq u ic o como base de la h isteria, y nuevam ente
desembocó e n u n a b ú squ ed a in te rm in a b le m e n te d ife rid a .-2
E n el capitulo a n te rio r hemos conceptualizado el traum a pri­
mario como la fa lt a de un significante en lo Sim bólico para el
sexo fem enino. S u elaboración a través de un significante lí­
mite y de fa n ta s m a s da origen a u n a im agin arización defensi­
va de esa falta en lo Simbólico. E n tal sentido, todos los sínto­
m as histéricos so n un intento de lle g a r a u n a identidad
sexual. Puesto q u e esta fa lta es de n a tu ra le z a fundam ental,
todas las resp u esta s son insuficientes, lo que genera una serie
interm inable de intentos.
Con D ora, F r e u d se opuso diam etralm en te a este aspecto
“interm inable”, fija n d o de antem ano u n punto final. Dora de­
seaba al señor KL como padre sustituto: el resto e ra resisten­
cia. Sin em bargo, esta miopía no altera el hecho de que el his­
torial sigue sie n d o u n a m agnífica ilustración de la elaboración
histérica en lo Im a g in a rio de la falta en lo Simbólico.
El prim er s u e ñ o hacía referencia al cofre de la madre, por
el cual el p a d r e n o e sta b a dispuesto a sa c rific a r a sus hijoa.
F reu d señaló q u e las asociaciones al respecto eran vacilantes
y más bien e sc a sa s,23 observando que ese cofre estaba relacio­
nado con el m a te ria l m ás reprim ido del sueño. S u observación
e ra correcta; se tra t a b a de lo m ás intensam ente reprim ido, en
el sentido de la re p re sió n prim ordial, es decir, de algo que
q u e d a ba atrás, en lo R e a l o, en otras p a la b ra s, A . E l cofre re­
p re se n ta b a el in ten to de D ora de fo r m u la r u n a respuesta
im ag in aria m ediante u n significante lím ite: S (A ); adem ás, es­
tab a situado en un punto muy particu lar de la relación entre
los padres. F reu d no avanzó en una asociación im portante: el
p ad re rech azaba el cofre de la m adre y e le g ía a los hijos. En
este punto puede fácilm ente verse que, por lo m enos para Do­
ra, el núcleo del sueño tenía que ver con la p re g u n ta sobre la
posición sexual fem en in a en la constelación edípica, mientras
que F re u d puso é n fa sis en este elem ento com o respuesta. De
modo que no sorpren de que Dora reaccionara con un rechazo.
L a s resp u esta s de F r e u d continuaron d e sp le g a n d o una con­
vicción total: la F ra u e n z im m e r (lite ra lm e n te , habitación de
las m u jeres; en sen tido figurado, la m u je r) qu e él recogió de
las asociaciones p o d ía se r “abierta” o “c e rr a d a ” con una “lla ­
ve” bien conocida.24 A d em á s, la palabra a le m a n a F ra u en zim ­
m er tiene un definido m atiz peyorativo. E ncontram os la mis­
ma convicción respecto de otro significan te, el monedero, de
modo que podem os con cluir que algunos de los elementos del
sueño (caja, m onedero, cofre) representan los genitales feme­
ninos.25
L a im agin arizació n de propósito defensivo se hace incluso
más obvia en el segun do sueño, que puede in terp retarse ínte­
g ram en te como im ag in ariza c ió n de la fa lt a en lo Simbólico;
adem ás, esto ap a rec e en el sueño e x p líc ita m e n te vinculado
con el padre como p a d re m uerto. Este últim o aspecto no debe
pasarse por alto.
L a p rim era asociación fue ya significativa: “¿Dónde está la
S c h a c h te lT E n alem án , Schachtel es “ca ja ”, pero tam bién de­
sign a a la “m u je r”, con un matiz despectivo. L a pregu n ta se
d irig ía a la m adre y e s ta b a asociada con otro elem ento del
sueño: “E lla preguntó u n centenar de veces...” T am bién en es­
te caso F re u d om ite el signo de interrogación y pone todo el
énfasis en la respu esta. L a caja era u na m ujer. Lo mismo va­
le p a ra otra pregun ta: “¿Dónde está la llave?” L a llave era el
pene. F re u d ca ra c te riz a la continuación del su eño como una
“g e o g ra fía se xu al sim b ó lic a ”. Las p a la b ra s -p u e n te B a h n h o f
(estación fe rro viaria) y F r ie d h o fi cem enterio) lle v ab a n a Vor-
h o f (monte de V e n u s ); los Nym phen eran los labios menores, y
la d ich te r W ald (d e n s a selva) se relacionaba con el vello púbi-
co. L a totalidad se convertía en una W eibsbild (literalm ente,
im ag e n de u n a m u je r), tam bién u n a d esign ación despectiva
de las m u je re s...213
E n nuestra opinión, las producciones sintom áticas de Dora
pueden entenderse como la prolongada búsqueda de un signifi­
cante que sim plem en te no estaba allí. E n el últim o sueño, in­
cluso la enciclopedia m édica aparece como u n a obra de referen­
cia, aun que sólo d e sp u é s de la m uerte del padre. E l padre
m uerto y el sa be r. M á s adelante volverem os a encontrar esta
combinación. Lo q u e hem os descrito p a ra los sueños también
vale para los síntom as. Freud consideraba el síntoma histérico
como la actividad se x u al de la paciente.27 E n otras palabras, to­
do síntoma histérico es un fantasm a realizado.28 Estos fantas­
m as siempre tratan del mismo tema: ¿qué quiere u n hombre de
u n a mujer, cómo se define ella dentro de la relación sexual? La
falta de un significante fundam ental lleva a aban d on ar la rela­
ción genital norm al, reprim ida por im posible.29 D ora tiene que
retroceder a u n a relación pregenital. En su fantasm a, la “rela­
ción sexual” tom a la form a de u n a relación oral.30 L o s fantas­
m as asociados d e te rm in ab a n a su vez los síntom as orales: tos
nerviosa, afonía, n áu seas, globus hystericus.
D ora e stab a con stan tem en te en busca de lo que e ra o po­
d ía ser una m u jer. L a s respu estas continuaban cam biando y
nunca resu ltaban realm en te satisfactorias, Sólo e stab a segu­
ra de una cosa: de lo que una m ujer no era o no se lo permitía
ser. Precisam ente en este punto aparecían los m atiios dt’Npcc
tivos de la fe m in id a d : F ra u e n z im m er, Sch achtitl, Woihnbtl<l
S u rechazo a las resp u estas de Freud concordaba con otro n>
chazo. A una m u je r no se le perm itía ser reducida a la condi
ción de mero objeto del deseo masculino. Esto resulta muy ob
vio en el historial. E n el momento exacto en que e lla reconoce
esta reducción, in te rru m p e el ju e g o en el cual, h a sta onton
ces, h a bía d e se m p e ñ a d o el pap el de cóm plice voluntario
C u an do el señ or K . pronunció las célebres palab rd s, “M i mu
je r no significa n a d a p a ra mí”, se derrum bó la puesta en esce­
n a histérica.31 P o r cierto, si la señora K. no sign ificaba nada
p a ra el señor K , ¿cómo podría ella mism a,- D ora, significar al
• go p ara él, puesto qu e precisamente b u scab a su iden tidad se­
xu al con la señora K.? E sa s palabras del señ or K . la reducían
a la condición de m ero objeto del deseo m asculino. S u reacción
fue una cachetada en el rostro al señor K., tan to en sentido li­
teral como fig u ra d o . A d e m á s, ya h abía p a sa d o p o r la m ism a
experiencia m ucho a n te s con una in stitu triz, a la cual D ora
sólo le im p o rta b a en cuan to le facilitaba el acceso a l padre
(véase la nota 31).
E sta conducta de la histérica es bien conocida; form a parre
del oprobio que la rodea. A la histérica se la su ele lla m ar allu-
meuse, yesquero, p o rqu e “enciende” a todos los h om bres con
su conducta de v a m p ire s a , p ara m ejor d is fr u t a r del rechazo
del que después los h ace objeto. El hecho de qu e esta conduc­
ta sea m uy fa m ilia r no la explica. L a con cep tu alización que
hemos presentado nos perm ite explicarla en térm inos estruc­
turales. A l q u e d a r d e sv in c u lad a de la se ñ o ra K ., fu e ra de la
senda que la lle v a b a a u n a posible iden tidad se x u a l, D ora se
sintió reducida a la condición de mero objeto, de objeto pasivo
del deseo del Otro. U n a vez más. esta reducción la expulsaba
de lo Sim bólico y c e rr a b a el círculo: como objeto, en frentaba
de nuevo la falta en el Otro, es decir, el punto exacto que ella
qu ería evitar...
Adem ás, el efecto de todo esto para D ora re s u lta b a penosa­
mente duplicado en razón de su apellido. E n el exam en del se­
gundo sueño, F re u d m aldice la deontología q u e lo obligaba a
ser discreto; por cierto, un el nombre v e rd a d e ro se advertiría
mu a tn bifü od ad y se con firm aría el an álisis del sueño. Desde
el articulo do liogow , sabem os que el nom bre r e a l de D ora era
Ida Baunr B a uer significa campesino, pero la p a la b ra tiene
otra acepción que no carece de importancia. P o r cierto, Bauer
.lifnifica tam bién ja u la p a ra pájaros. Ida, la j a u l a p a ra p ája­
ros. Ida, nada m ás qu e un pájaro en la ja u la ...

NOTAS

1. Freud, “Fragm ent of an Analysis of a Case of Hysteria'


(1905e), S.E. 7, págs. 7-8, 10 y 16.
2. Ibíd., págs. 13-16, pág. 111. Freud, “A letter from Freud to
Theodor Reik” (apéndice a "Dostoevsky and Parricide”, 1928b). S.E.
21, pág. 196.
3. Freud, “Fragm ent of an Analysis of a Case of Hysteria'’
(1905e).S.E. 7, pág. 11.
4. Freud, “The H andling of Dream-Interpretation in Psycho-
Analysis” (1911e), S.E. 12, pág. 92.
5. Son bien conocidas las palabras de Charcot que eran una cita
favorita de Freud: “La teoría está bien, pero no impide que las cosas
existan”. J. Quackelbeen ha llamado la atención sobre el agregado
menos conocido del propio Freud: “Si uno supiera lo que existe...’ ,
S.E. 1, pág. 139.
6. Freud, S.E. 1. carta 72, pág. 267.
7. Freud. “Fragm ent of an Analysis of a Case of Hysteria'’
(1905e), S.E. 7, págs. 29 y 95.
8. Freud, The Psychopathology of Everyday Life (1901b), S.E. 6,
pág. 241.
9. Freud. “Fragm ent of an Analysis of a Case of Hysteria'’
(1905e), S.E. 7, págs. 105-106.
10. Ibíd., págs. 45, 59 y 69-71. Freud, “‘W ild’ Psycho-Analy-
sis” (1910k), S.E. 11. págs. 225-226.
11. Freud. “Fragm ent of an Analysis of a Case of Hysteria”
(1905e), S.E. 7, págs. 22-23, 73, nota 1, y 78.
12. Ibíd., págs. 31 y 37, nota 1.
13. Ibíd., pág. 21. Freud, The Interpretation o f Dreams (1900a),
S.E. 4, págs. 256-265.
14. Freud. “Fragm ent o f an Analysis of a Case of Hysteria*
(1905e), S.E. 7, pág. 56-59.
15. Lacan. Le Séminaire, Livre I, Les écrits techniques de Freud
(1953-1954), págs. 78-80. The Seminar o f Lacan. Book I: Freud’s Pa-
pers on Technique 1953-54, traducción y notas de J. Forrester, Cam­
bridge, Cambridge Uníversity Press, 1988, págs. 65-67.
16. Lacan. Le Sém inaire, Livre IV, La relation d’objet (1956-
1957), París, Seuil, págs. 179-195.
17. Ibíd., págs. 198-214.
18. Freud. “Fragm ent o f an Analysis of a Case of Hysteria”
(1905e), S.E. 7, pág. 120, nota 1.
19. Cf. Lacan: “Esto proviene, diremos nosotros, de un prejuicio,
aquel mismo que falsea en su comienzo la concepción del complejo de
Edipo haciéndole considerar como natural y no como normativa la
prevalencia del personaje paterno: es el mismo que se expresa sim­
plemente en el conocido estribillo: «Como el hilo es para la aguja, la
muchacha es para el muchacho».” “Intervention sur le transferí”,
Écrits, París, Seuil, 1966, pág, 223.
20. Freud, “Fragm ent of an Analysis of a Case of Hysteru
(1905e), S.E. 1, págs. 60-63.
21. Ibíd.. pág. 105.
22. Ibíd., págs. 24-28.
23. Ibíd., págs. 70-71, nota 1.
24. Ibíd., pág. 67.
25. Ibíd., pág. 77.
26. Ibíd., págs. 96-100.
27. Ibíd.. pág. 114.
28. Ibíd., págs. 46-47.
29. Ibíd., págs. 51, S8 y 110.
30. Ibíd., págs. 51-52.
31. Ibíd.. pág. 98.
32. Ibíd., pág. 104, nota 1. Rogow. 'Dora’s brother”. International
Review o f Psych.oa.nalysis, 1979, 6, pa¿s, 239-259.
5. E L P S IC O A N Á L IS IS COMO C O N S E C U E N C IA
D E LA H IST E R LA : E L D ISCURSO D E L AMO

INVERSIÓN DE POSICIONES

E l caso Dora abrió u n a n u eva dimensión en el cam po de la


h isteria, fue una a p e rtu ra inm ediatam ente c e rra d a en un mo­
vim iento típico del inconsciente.
F re u d en fren taba dos cosas: la actitud de la h istérica con
respecto al amo y con respecto al saber. H a b ía lle g a d o a res­
p u e stas para am bas: la transferencia y la resisten cia. E n ese
m om ento, ios dos conceptos aparecían estrech am en te asocia­
dos. L a transferencia e ra sencillam ente u na fo rm a especial de
resistencia, y el a n á lis is de la transferencia se e m p lea b a para
p e rs u a d ir al paciente y q u e b ra r la resistencia de u n a vez por
todas. E n consecuencia, lo determ inante e ra el conocimiento
del terapeuta. L a h is te ria podía reducirse a “u n no qu erer sa­
b e r ”.
E sto im plicaba n a d a m enos que u n a in versión de posicio­
n es. O riginalm ente, F r e u d h a b ía sido el que a p re n d ía , el que
a d o p ta b a siem pre la posición de discípulo. L o d e m u e stra su
a c titu d con Brücke, M e y n e rt, Fleischl, C h arco t y B reuer. La
correspondencia con F lie s s puede tipificarse com o la relación
de u n discípulo con u n m aestro al que trata de satisfacer pro­
porcionándole continuam ente m aterial nuevo. A u n q u e en otro
n ive l, lo mismo pu ede decirse de sus prim eros descubrimi(>n
tos. S u s prim eras con ceptualizacion es d e r iv a b a n de au.s pn
cien tes histéricas, p o rq u e perm itía que e lla s li* enNortnrnn
H a b ía tenido que re n u n c ia r a la hipnosis debido a su constan­
te fracaso: no e n c a r n a b a a l am o de m a n e r a convincente.
E m m y von N . le enseñó a no concentrarse en los síntomas. F i­
nalm ente, no quedó m ucho m ás que la escucha pasiva. En los
capítulos anteriores hem os demostrado lo fructífero que resul­
tó este método de la escucha. L a s teorías fre u d ia n a s de ese
perío do no tenían e q u iv a le n te s anteriores, y sólo el propio
F re u d la s c o rregiría posteriorm ente. L a h is te ria , como afec­
ción de la m atriz, p o d ría con buenas razones denom inarse la
m atriz del psicoanálisis.
E sto cambió h acia 1900. Hem os visto que con D o ra Freud
dio u n giro de ciento ochenta grados. ¿Cuál fue la razón de es­
te cam bio radical? S e rg e A n d ré ha señalado un p rim er factor
im portante: ése fue el período en el que F reu d se emancipó de
F liess. S u autoan álisis le perm itió tom ar d istan cia de una fi­
g u ra central de la tran sferen cia, a la que se le su pon ía saber.
Este último aspecto no debe subestimarse. Com o probable pa­
ranoico, Fliess e n c a rn a b a el conocimiento a b solu to, ante el
cual sólo hay dos reacciones posibles: un rechazo radical o una
adoración sumisa. L a adoración sumisa es típicam ente histéri­
ca, y F reu d la h a b ía escogido durante cinco años. E l punto de
inflexión apareció con la m uerte del padre, el p rim e r amo. En
adelante, cambió su tran sferen cia con Fliess: F re u d comenzó a
c u estion ar el sa b e r de ese hom bre y a lle v a r c a d a vez más al
p rim er plano sus propios descubrim ientos. E l am o comenzó a
fa lla r le . L a solución h is té ric a clásica es el ree m p la zo de un
am o qu e fa lla por otro n uevo. Sin em bargo, Is r a e l h a demos­
tra d o que existe otra p o sib ilid a d , aunque m en os frecuente y
conocida: el propio histérico puede reem plazar a l am o que des­
fallece y asum ir su posición. Israel no aplica esta idea a Freud,
pero a nuestro juicio eso fu e exactamente lo que ocurrió. Freud
solucionó su “pequeña h iste ria ” de una m an era elegante.
Y , p a ra coronar todo esto, recibió su p rim er reconocimien­
to oficial: “L a aclam ación del público fue in m en sa. H u b o una
m a r e ja d a de c o n g ra tu lac io n e s y flores, como si de pronto el
p a p e l de la se x u a lid a d h u b ie r a sido oficialm en te reconocido
por S u M ajestad, la significación de los sueños certificada por
el Consejo de M in istros, y la necesidad de la tera p ia psicoana-
lítica de la histeria, a p ro b a d a por u n a m ayoría de dos tercios
en el P arla m e n to ”. D e s p u é s de cuatro años de ca n d id a tu ra,
F re u d fue designado P ro fe s s o r E x tra o rd in a ria s . N o somos tan
in g e n u o s como para a f ir m a r que este n o m b ram ie n to lo con­
virtió en un amo. T od o lo contrario: precisam en te porque
F re u d había cambiado la posición histérica por la de amo, pu­
do d a r los pasos n ecesario s p a r a su n om bram ien to, como el
propio Freud lo explicó en la m ism a carta a F liess.
Con -Julien Q uackelbeen podemos reconocer en esta desig­
nación un segundo factor im portante en el cam bio de posición
de F re u d , un factor explícitam en te vinculado con la histeria.
L a c a n d id a tu ra de F re u d h a b ía estado e n te rra d a durante
cuatro años en el cajón del escritorio de un m inistro antisem i­
ta. F re u d le escribió a F lie s s que estaba cansado del “m arti­
rio ” y que se había d ecidido. Le pidió una opin ión a Exner,
quien le aconsejó que a p e la r a a influencias personales. Estas
in flu e n c ia s tomaron la fo rm a de P'rau G om perz. u n a ex p a ­
ciente de Freud. pero la intervención de ella an te el ministro
estuvo a punto de fracasar. A último momento, la s cosas cam­
biaron para bien: “Entonces se aplicó otra fuerza. U n a de mis
pacientes, M arie Ferstel [ . . . ] se enteró del asunto y comenzó a
a g ita rlo por cuenta p rop ia. N o descansó hasta conocer al m i­
nistro en una reunión, c a erle en gracia y hacerle prom eter, a
través de un amigo com ún, que designaría profesor a su m édi­
co, q u e la había curado.”
F ra u Gomperz, u n a ex paciente, la segun d a paciente y el
am igo común resp a ld ab a n esa designación. L a h iste ria no só­
lo le procuró a F reud u n a teoría, sino que tam bién lo ayudó a
obtener la dignidad de profesor. La histérica le h a b ía perm iti­
do a F re u d convertirse en am o, y adem ás el prop io F reu d se
creyó amo, por lo m enos d u ran te cierto tiempo. L o gra d o esto,
todo e sta b a dispuesto p a r a el segundo acto: la h isté ric a pon­
dría a prueba al m aestro o am o “hecho en casa”. ¿Cuán fuerte
era él o, como dice J u lie n Q uackelbeen, cu án ta d e b ilid a d po­
día tolerar?

El discurso del amo y la teoría

E sta inversión radical no dejó de tener im portantes efectos


en la teoría. El último artícu lo de Freud que a b o rd a explícita -
mente la h isteria d ata de 1909. ¿Implica esto qu e F reu d había
resuelto el e n ig m a de la histeria? ¡Lejos de ello! A lo largo-de
su obra, el é n fa sis fue cam biando: el p ro b lem a de la histeria
pasó a se r el e n ig m a de la fem inidad. E sto no sucedió de la
noche a la m a ñ a n a : el p rim e r artículo sobre la fem in idad no
apareció antes de 1925.
M ien tras tanto, F re u d elaboró exitosam ente la posición de
amo, con dos efectos. D e l lad o del haber, u n a irrupción inter­
nacional que d ifu n d ió su teoría en toda E u ro p a . D el lado del
debe, el d e sa rro llo de la teo ría en sí se h a b ía estan cado. U n
maestro no recibe lecciones de otros, sino qu e se en seña a sí
mismo. É sa fue la época de las exposiciones didácticas. Entre
1904 y 1917, F r e u d pu b lic ó m ás de veinte. N o es necesario
e xa m in a r esos a rtíc u lo s p o r separado: con la excepción de
unos pocos, son todos intercam biables. U n a y otra vez encon­
tram os la s m ism a s características. C a d a uno constituye una
unidad clara y au tosu ficien te en la cual se presen ta al psicoa­
nálisis como u n s a b e r establecido, sin indicios n otables de di­
ficultad o incom pletud. M u ch o más tarde, K uhn a firm a ría en
su obra titu la d a L a e s tru ctu ra de las re v olu cion e s científicas
que en la e n se ñ a n z a de u n a ciencia nunca se deb e hacer lite­
ratura de anticipación. P u e s si realmente an ticip a, cuestiona­
rá ciertos aspectos de la teo ría establecida, con fun dien do de
tal modo a los discípulos. F re u d sentía este p eligro intuitiva­
mente. S i en esos a rtíc u lo s él tropezaba con u n a dificultad,
rem itía la solución a l fu tu ro , y m ientras tanto calificaba a
esos textos de “p r e lim in a re s ”.
O tra constante fue la producción periódica de reseñas his­
tóricas. En 1914 esc rib ió su Geschichte o h istoria de D íe S a­
che, del m ovim iento psicoanalítico. L a principal preocupación
de ese artícu lo e r a s e p a r a r a los disidentes de la corriente
principal. M u c h o s de estos pequeños textos com ien zan con
una introducción h istórica: desde la hipnosis h a sta el psicoa­
nálisis propiam ente dicho, pasando por el método hipnocatár-
tico. Esto tam bién es típico: en cuanto uno está convencido de
haber llegado a u n re s u lta d o satisfactorio, com ienza a produ­
cir reseñas históricas. E xam in an d o más atentam ente este “re­
sultado sa tisfa c to rio ” vem os que su núcleo s e g u ía siendo la
resistencia y el a n á lis is de la s resistencias, ¡h asta el extremo
de la reeducación! E n este período F reud se con virtió en un
verd ad ero maestro en discern ir y em ascular las resistencias y
los antagonism os de su público, incluso antes de que el públi­
co t o m a ra conciencia de e lla s . Q u ien qu iera qu e lea no m ás
que u n p a r de estos artículos debe adm irar lo que nosotros de­
n o m in a re m o s el “a n á lis is didáctico de las re s is te n c ia s ” por
p a r te de Freud. En todos los casos, el propio F re u d form ula
la s críticas que podría rec ib ir del público (y lo h ace m ejor de
lo que e sta b a al alcance d e l propio público), y u n a y otra vez
desactiva los argum entos.
A d e m á s Freud t ra b a ja b a deliberad a y explícitam ente para
lo g ra r que su obra fuera acep tad a y p ara protegerla. E n lugar
de la polém ica presentación realizada en 1895 ante el Wiener
m edizinisch.es D o k to re n k o lle g iu m , en 1904 en con tram os una
defen sa mojigata, en la cual afirm a b a que su teoría e ra “gene­
ralm en te conocida y com pren dida” por el público contem porá­
neo. M á s adelante, en el m ism o artículo, nos e n te ram o s de
que sólo deseaba p resen tar al lector una explicación de la téc­
nica, p u es ésta era a m e n u d o confundida con o tra s, y el psi­
coan álisis requería u n a form ación específica. E ste aspecto de
la transm isión era una preocupación constante. E scribió algu­
nas R a tsch la ge zur T e ch n ik d er Psychoanalyse ( “R ecom enda­
ciones sobre la técnica del psicoan álisis”), y en 1910 previno
contra lo que llamó “psic o a n á lisis salvaje”.
O tro aspecto del p e río d o es un grupo de a rtíc u lo s que
F re u d destinó a “a m p lia r el cam po de su teo ría”. U n ejemplo
típico es la aplicación d e l psic o a n á lisis al arte. A l principio,
F re u d u só obras de a rte (e n especial lite ra ria s) p a r a resp a l­
d a r sus formulaciones teóricas; en esta época com enzó a hacer
exactam ente lo contrario: som etía las obras de a rte al examen
psicoanalítico. E l cam po de aplicación continuó expan dién do­
se d e sd e la religión h a s ta la ley, y desde la in stru cción y la
educación hasta la filosofía y la lingüística. E n 1913 presentó
un re s u m e n de todas e stas po sibilidad es en S c ie n tia . un pe­
riódico científico sem ipopular.
A l bo rd e de la P rim e ra G u e r r a M un dial, F r e u d ten ía casi
60 años y m ala salud. L a s fa n ta sía s gen eralizadas de Weltun
te rg a n g (fin del m undo) en la A u stria declinante despuf'H <l<-
la s p rim e ra s derrotas no re su lta b a n tampoco m u y estimulnn
tes. Volvieron a e m e rg e r los antiguos cálculos de Fliess sobre
el día de su m u erte; F re u d estaba convencido de tener los
días contados. E n relación directa con la idea de morir, pensó
en redactar u n a sín te sis exh au stiva de toda su teoría. S ería
u n a com pilación en doce p artes, un re s u m e n completo. C o ­
menzó a e sc rib ir fren éticam en te el 15 de m arzo de 1915, y a
fines de agosto el tra b a jo e stab a term inado. D e los doce ensa­
yos producidos de este m odo, siete fu eron d estru id os por el
propio F reu d. L o s cinco restantes son los conocidos como “es­
critos m etapsicológicos”, y en modo alguno constituyen un re­
sum en de la teoría an terior: todo lo contrario.
En lu g a r del resu m e n fallido, tenemos otra síntesis: las cé­
lebres C o n fe re n cia s de in tro d u cc ió n al p s ic o a n á lis is . F reu d
anunció de a n te m a n o qu e los cuatro se m e stre s de 1915 a
1917 serían los últim os de su paso por la u niversidad. El libro
resultó un best-seller: en v id a del propio F re u d fue traducido
a dieciséis idiom as, ¡incluso a l chino! Es a ú n hoy uno de los li­
bros más ven d id os y le íd o s de Freud. R e su lta n otable que él
m ism o lo c o n sid e ra ra poco im portante; la introducción tiene
u n tono de discu lpa, p o rq u e la obra era sólo un resumen y no
aportaba nada nuevo.
F reu d d e stru y ó m á s de la m itad de ese “re s u m e n 7’, y la
otra mitad no e ra un resu m e n en absoluto. E l a u to r se discul­
p a b a por las sie m p re p o p u la re s Conferencias in trod u ctoria s.
¿Qué era lo qu e ocurría? Sólo que Freud e sta b a abandonando
la posición de m aestro, y volviendo a descubrir. Lo aguardaba
u n a teoría to talm en te n u e v a , que m od ificaría la an terior en
su núcleo m ism o. U n a vez m ás, la h isteria d esem p eñ ab a el
papel central, pero en este caso bajo otra form a: aparecía en
el escenario como m u jer.

Los discípulos y el maestro

Lam en tablem en te, p o r entonces la vaca y a e sta b a vendida


y y a se h a b ía n tom ad o la leche. E l p sic o a n á lisis se difundió
con la form a de u n a p sic o lo g ía de m an ual. L a s C in co confe­
rencias sobre p s ic o a n á lis is , extrem adam en te sim ples, por no
decir chatas, h a b ía n con qu istado el m undo. L o m ism o había
ocu rrido con la s C o n fe re n cia s de in tro d u cció n , a u n q u e éstas
e ra n m en os elem entales. H a b ía n conquistado el m undo en
id io m a in glés, lo cual no ca re c ía de consecuencias. T am bién
se h a b ía n editado en varios idiom as num erosas selecciones de
los escritos didácticos/técnicos de F re u d pertenecientes a la
m en cion ada serie. Sus c u alid ad es pedagógicas lle v aro n a que
no fa lt a r a n en prácticam ente n in g ú n d ep artam en to de cien­
cias h u m a n a s. Esto resu lta b a obviam ente insuficiente, puesto
que, en 1924, la U n iv e rsid a d de H a rv a rd le pidió a E rn est Jo­
nes q u e rea liza ra un resum en de la obra de Freud, ¡dentro de
lo posible reducida a su noven a parte, y con u na introducción
clara! L a reacción de F re u d fue prem onitoria: “F u n d am en tal­
m en te. toda la idea es m u y rep elen te p a ra mí, típicam ente
norteam erican a. Se puede e star seguro de que cuando exista
ese «lib r o fuente», ningún norteam ericano tocará siqu iera las
obras originales. Pero tal vez no lo harán de todas m aneras, e
irá n a b u sc a r inform ación en las tu rb ias fuentes p o p u la re s.”
E n adelan te encontramos un fenómeno cultural m u y peculiar.
L a psicología, categoría en la cual se clasificaba el psicoanáli­
sis, ten ía que ser com prensible p a ra el hombre de la calle. Se
c o n sid e ra b a norm al que un profan o leyera sobre quím ica,
electrón ica u otra especialidad y no entendiera u n a p a lab ra ,
pero si se tra tab a de u n libro de psicología, que lo s profanos
no lo com prendieran e ra algo escandaloso.
E n su D iscurso del m étodo, D escartes incluyó u n a descrip­
ción de los discípulos: “Son como los zarcillos de u n a hiedra,
que n u n c a pueden lle g a r m á s alto que el árbol so b re el que
crecen: por cierto, a m enudo vuelven a descender, m ucho an­
tes de h a b e r alcanzado la c im a ...” A lo cual debem os añ ad ir
que, en el caso de Freud, el árbol estaba sólo a m edio desarro­
lla r cuan d o la hiedra inició el cam ino hacia abajo.
E l posfreu dism o es lo qu e me g u s ta ría d en om in ar V orle-
sungspsychoanalyse, el psicoanálisis de las conferencias intro­
d u c to ria s. L a teoría a la qu e se refiere se lim ita a la últim a
fase del prim er período de Freud. Desde luego, em plea ciertas
p a la b r a s del período posterior (en especial, la cóm oda m aqui­
n a ria d e Ich , Es, Ü b e r-Ich ), pero la teoría como tal no cambia.
En su totalidad, se convirtió cada vez más en u n a caricatura,
u n a c riatu ra híbrida que se sobrevivió a sí m ism a con el a rg u ­
m ento de la autoridad: “F re u d h a dicho q u e ...” L a dialéctica
entre la cura y la teoría se perdió por completo; el tratam ien­
to se convirtió cada vez m á s en u na confrontación entre dos
yoes. E l an alista era el qu e sabía y, puesto que se trataba del
m ás reciente especialista del pueblo, ap lic a b a su sa b e r siem­
pre que le resultaba posible. Fue el período de la “G ra n Com­
prensión”. Los psicoan alistas lo com prendían todo y no descu­
b ría n nada. A d e m á s de F re u d , hubo u n a s o la excepción:
Theodor Reik, con su artícu lo D er M u t n ich t zu verstehen ( “E l
coraje de no com pren der”), como solitario precursor del poste­
rior y lacaniano G ardez-vous de com prendre, cuídense de com­
prender. Este inicial fu ro r interpretativo de la década de 1930
(todo objeto alargad o e ra u n falo, todo objeto redon do y abier­
to era u na v a g in a ) dejó lu g a r, lenta pero im placablem ente, a
un silencio seguro. S eg u ro , porque era intocable. D espués de
la S egun da G u e rra M u n d ia l, el vacío de los círculos analíticos
europeos, generado p o r el éxodo, fue r á p id a m e n te llenado.
Junto con el P la n M a r s h a ll, las palom itas de m aíz y la Coca-
Cola, apareció la psicología del yo. H a b ía desaparecido el psi­
coanálisis freudiano (y, lam entablem ente, esto no es un pleo­
nasm o).
¿Y qué decir de la h iste ria ? ¿Qué sucedió con la patología
que h abía nutrido al psicoanálisis?
LOS POSFREUDIANOS
EL DISCURSO DE LA UNIVERSIDAD

Passio hysterica u n u m nom en est. va ria tam en et


innúm era a ccid entia sub se com prehendit.

G aleno
6. LA GRAN CONFUSIÓN

EN BUSCA DE LA HISTERIA

D esde la década de 1920, tanto las publicaciones psicoana-


líticas como las psiquiátricas de inspiración analítica se m ulti­
plicaron a un ritmo vertiginoso. Lam entablem ente, este incre­
mento no era u n a garan tía de calidad. E n ellas se en fren taba
la an tig u a cuestión con la que Freud h a b ía comenzado: ¿cómo
puede definirse realm ente la h isteria? 1 L a s respuestas se for­
m u laban en un dialecto extraño, una combinación de lenguaje
psicoanalítico, psiquiátrico y neurológico. Fuera de su contex­
to original, estos conceptos p erdían su precisión y a m enudo se
d eterioraban h asta convertirse en estereotipos sin sentido. Al
leer la m ayoría de estos artículos, uno no puede sino sorpren ­
derse an te descripciones y enunciados tan divergentes y a me­
nudo contradictorios. En aparien cia, no había nin gún síntom a
que la enferm edad histérica no p u d iera producir en u no u otro
mom ento, p a ra exasperación de q u ien es querían a p re h e n d e r
la esencia o el núcleo de la h isteria en una descripción.
E s t a fru stración generó dos reacciones. Por u n lad o, se
pensó q u e los estudios con tem p orán eos no iban lo b a sta n te
lejos, y que la definición ex h au stiv a, final, llegaría m á s tarde.
L a otra altern ativa (en un m om ento dado estuvo m u y de mo­
d a ) consistía en arrojar el concepto por la borda y p ro c la m a r
en voz a lta que la histeria no existía. A m b a s reacciones, a u n ­
que ap a ren te m e n te contradictorias, estab an relacion adas en
profundidad. L a s dos u b ic a b a n “el error” en el objeto de estu­
dio. En el p rim e r caso, el objeto resultaba difícil, en el senti­
do de que e ra complejo y heterogéneo. E n el segu n d o caso se
d a b a un paso m ás, proclam an do que la h isteria no existía co­
mo entidad se p a ra d a , precisam en te en v irtu d de esa hetero­
geneidad.
E l m étodo en sí no re c ib ía ninguna atención. Se d a b a por
sentado el id e a l de Linneo, sin preguntar siqu iera si era apli­
cable al objeto de la descripción. El constante fracaso de este
intento pasó a estim u lar la investigación, o bien los juicios de
v alor negativos. Freud. p o r el contrario, llegó a la conclusión
de que el m étodo p u ra m e n te descriptivo e ra in ad ecu ado. E l
h a b ía visto t r a b a ja r a C h a r c o t en sus inten tos de c la sific a ­
ción: la h isteria rea l ya h a b ía sido dividida en v a rio s tipos, y
adem ás estaban la s form as m itigadas ( les form es frustes) que
no presentaban todos los ra s g o s característicos. F re u d compa­
ró la n osografía de C h arco t no sólo con la desig n ac ió n siste­
m ática de la fa u n a y la flo r a rea liz a d a por C u v ie r, sino tam ­
bién con A d á n , q u e h a b ía recibido de D ios O m n ip oten te el
m andato de b a u t iz a r a to d a s las criaturas, g ra n d e s y peque­
ñas. del paraíso. Y a en 1893 observó: “Pero el enfoque exclusi­
vam ente nosográfico adoptado por la Escuela de la S alpétrié-
re no era adecuado para u n tem a puram ente psicológico”.2
C a si cien a ñ o s m ás ta rd e , esta idea sigue a flote. E n tal
sentido, los e stu d io s p re se n ta n una h e te ro g en e id a d in q u ie ­
tante, que podríam os a b o r d a r como sigue.
1. Los investigadores q u ie re n aprehen der la h iste ria en sí
m ism a.
É sta ya e ra la aspiración de Charcot. E l fracaso de este en­
foque h abitualm en te e n tra ñ a la conclusión de qu e la histeria
no existe. S la te r es un e je m p lo excelente de este gru po . Con
tres im portantes estudios sucesivos, no sólo llegó a la conclu­
sión de que la h iste ria no existe, sino de que, a d e m á s, desde
el punto de vista médico, los denom inados síntom as histéricos
dem uestran la b u e n a sa lu d d e l paciente, en cuanto confirm an
la ausencia de afecciones orgán icas. A ju ic io de S la te r, la p u ­
reza m etodológica de este d iseñ o constituía u n a g a ra n tía con­
vincente p ara la conclusión fin al: “El diagnóstico de «h isteria»
es un disfraz de la ig n o ra n c ia y u na fuente fé rt il de errores
clínicos. D e hecho, no es sólo ilusorio, sino también u n a tra m ­
p a .”3 E s t a p u re z a m etodológica con siste en !a b ú s q u e d a de
antecedentes genéticos, estudiando a mellizos, seguida por es­
tudios so b re la persisten cia de u n a potencial base o rg án ic a.
Todo esto se re a liz a b a ign oran do d eliberad am en te los sín to­
m as psíquicos: la causa tenía que encontrarse en el ám bito de
lo orgánico.
U n e stu d io an álogo de W h itlo c k llegó a la conclusión de
que el factor orgánico (u n a disfunción del cerebro) e ra central,
desp u és de h a b e r escogido m uy cuidadosam en te a su p o b la ­
ción de u n m odo tal que esta conclusión resultara inevitable:
“A u n q u e u n a proporción de los casos qu e se d escribirán p re ­
sen taban rasgo s de la denom inada personalidad ‘h isté ric a » o
«h istrió n ic a », no se incluyó n in gú n caso con perturbación ex­
clusiva en el ám bito de la p erson alid ad ”.4 El resultado - p u r a ­
mente d escrip tivo y m uy insatisfactorio— condujo de n u e v o a
la m en cio n a d a conclusión.
T a m b ié n de este prim er g ru p o , pero dia m e tra lm e n te
opuesto a su s prim eros represen tan tes, encontramos in v e sti­
gadores q u e efectivam ente descu brieron la histeria. G ach n o-
chi y P ra t t estudiaron la histeria entre las paredes de la clíni­
ca p s iq u iá t r ic a y llegaron a un c u a d ro clínico m ás o m enos
coherente, d esp u és de excluir con m ucho cuidado a todos los
pacien tes con etiología de tra u m a físico (lo mismo q u e hizo
W hitlock, pero a la in versa).5 P e rle y y G uze realizaron un es­
tudio de seguim iento inspirado por S later. Sus criterios d ia g ­
nósticos e ra n tan severos como a rb itra rio s: requerían la p re ­
sencia de p o r lo m enos veinticinco sín tom as d istrib u id o s en
por lo m enos nueve de diez categorías preconcebidas. L a s con­
clusiones de este estudio son exactam en te opuestas a la s del
estudio de S la te r: no sólo la h isteria existe, sino que es ta m ­
bién u n sín d ro m e consistente y con stan te que puede e n te n ­
derse en los térm in os de la descrip ción diagnóstica clínica.
L a m e n ta b le m e n te , ellos tuvieron que tom ar en cuen ta a lg u ­
nos tipos q u e parecían histéricos, pero no lo eran realm en te
según su s criterios.6 N o s encontram os de vuelta con Ch arcot
y sus fo rm e s frustes. L ew is tam bién realizó un estudio de se­
gu im ien to sobre la constancia del diagnóstico, y (con tra Sin-
ter) llegó asim ism o a la conclusión de que había una con.stiin
te, con la condición de que la h isteria se considerara en térm i­
nos de “reacción”. U n rasgo p la u sib le de este artículo es que,
después de a d o p ta r una perspectiva histórica en su introduc­
ción, dem uestra que en la h istoria de la psiquiatría se h an ido
alternando e sta s dos concepciones contradictorias (la h isteria
como la n e u ro sis, y la h is t e r ia como no existen te). E n este
sentido, el a u to r menciona a quince autores considerados a u ­
toridades en el período 1874-1966.7
2. Los estudios que dividen descriptivamente la h isteria en
entidades m enos abarcativas.
A llí donde el prim er g ru p o da a menudo u n a im presión ca­
ricaturesca por su porición extrem a, el segundo grupo es m ás
equilibrado. E l hecho de q u e su s m iem bros no comiencen ex­
cluyendo la d iv e rs id a d de la población in v e stig a d a g e n e ra
descripciones divergen tes de la histeria. P or lo tanto, se pro­
cede a una d ivisió n en e n tidades más pequeñas, clínicam ente
observables, q u e se suponen uniform es y constantes. E l resu l­
tado es una dism in ución en la cantidad de diagnósticos de
histeria: por cierto, se supone que se h a llegado a disponer de
criterios diagnósticos más sutiles, en lu g a r de los antiguos ró­
tulos rústicos.8 U n ejem plo típico es el enfoque del D S M - I I I ,
en el cual la h is te ria a p a re c e d istribu id a en m u ch as catego­
rías: histeria de conversión, h isteria disociativa, person alidad
histérica y psicosis histérica. Sólo falta la perversión.9
L a m e n ta blem e n te , los a u to re s no con cuerdan entre sí
acerca de la d iv isió n d e fin itiv a ... C h odoff y L y o n s h a b la n de
u n a “reacción d e con versión ”, de “p e rso n a lid a d h isté ric a ” y
“person alidad h istérica con reacciones de con versión ”.10 T r i-
lla t llega sim plem ente a la conclusión de que la h isteria es di­
v e rs a , sin m o le sta rse en d e t a lla r esta d iv e rs id a d .11 L a z a re ,
K le rm a n y A r m o r proponen tre s grupos diferen tes de rasgos
de personalidad, basados en u n estudio exhaustivo de la lite­
ra tu ra . C u an d o aplican u n a n á lis is factorial, el resu lta d o es
u n a mezcla de lo s tipos de p erson alidad “oral” e “h istérica”.12
Zetzel discierne cuatro g ru p o s: em pieza por el “b u en y v e rd a ­
dero histérico” ( ! ) y term ina, n o con el “v e rd ad eram en te m a ­
lo”, sino con e l “histérico seudoedípico y se u d o g e n ita l”.13
K e m b e rg 14 propon e la diferenciación entre el “carácter histé­
rico” y “una p e rso n a lid a d in fa n t il”; E a sse r y L e s s e r 15 d istin ­
g u e n la “h is te ria v e rd a d e ra ” del tipo “h isteroid e”, m ie n tra s
que S u g a rm a n 16 h a b la de la “person alidad histérica” versus la
“p erson alidad in fa n til”. M á s recientem ente, M aleval h a reco­
gido el concepto de “locura histérica”, pero a este a u tor d e b e ­
mos ubicarlo en el gru p o siguiente.17
E l procedim iento de este segundo g ru p o también g e n e ra la
desap arición de la h isteria, en este caso al d istrib u irla en
otros grupos m ás pequeños. El título del artículo de S a to w es
para d igm á tic o : “¿ Adonde se fue toda la histeria?” A d e m á s ,
ella lam enta que F re u d basara exclusivam ente su diagnóstico
en criterios d e sc rip tiv o s (!) y está m u y contenta de qu e los
an alistas contem poráneos se hayan liberad o de ese en foque y
realicen sus diagnósticos en “et nivel de las relaciones objeta-
íes, el funcionam iento del yo y la a n g u stia ” (!).
3. E l enfoque estructural-dinám ico.
E n oposición a los dos anteriores, este grupo si oyó el m e n ­
saje de Freud, en cuanto a que era necesario cam biar el m éto­
do nosográñco. S igu ien d o las huellas de F reu d y Lacan, noso­
tros proponem os un enfoque e stru ctu ral-d in ám ico p ara
e n ca ra r la d iv e rsid ad clínica.

CUESTIONANDO A LOS INVESTIGADORES

N u e s t r a reseñ a crítica dem uestra la necesidad de p re s ta r


m ás atención a l m étodo. Uno de los e rro re s fu n d am e n ta le s
del enfoque d escrip tivo consiste on qu e no considera la p o si­
ción y la in fluen cia del observador, o b ien no le a trib u ye im ­
portancia. Lo m ism o vale respecto de los métodos de la lín e a
an atom op ato lógica, qu e son seudoexplicativos: por ejem plo,
“E ste sín drom e psicológico puede ex p lic a rse por u n a e sta sis
de la organ ización libidin al durante la fase oral”. R em itim os
al lector a la crítica realizada por C la v re u l.18 Es típico de este
enfoque que se adop te la posición de q u ie n lo sabe todo pero
en la clínica no p u ede hacer nada con ese conocimiento. L o
m ism o que A d á n y C h arco t, lo único q u e tenemos son n o m ­
bres.
L a expresión “g ra n sabelotodo” a p u n ta y a a algo de la su b ­
jetividad involucrada. La subjetividad e ra básicam ente la m e­
t a de F r e u d a l u tiliza r los conceptos de inconsciente, Edipo,
tra n sfe re n c ia y con tratran sferen cia. L acan siguió el ejem plo
a l reconocer la posición del sujeto y su deseo en el núcleo de
toda cien cia.19 ¿No fue H e g e l quien escribió que la ciencia es
la hum an ización del mundo? E sta concepción convierte la po­
sición del in te rro g a d o r en la de quien h a de se r interrogado.
P ero la e x p e rie n c ia en la s a la de espejos del psicoan álisis es
m á s difícil y m ucho m ás am en azan te que la experiencia en la
sa la de h o rro re s nosográfica.
V o lv a m o s a nuestro pu n to de partid a, los artícu los pos-
freu dian o s so b re la histeria. Podem os e x tra e r tres conclusio­
nes.
1. N o e x is te n in gú n a c u e rd o acerca de la d en om in ada
esencia de la h isteria. A b u n d a n los en un ciados contradicto­
rios.
2. Im p re s io n a el hecho de que los autores, a p e sa r de su
posición de observadores objetivos, casi siem pre caen en ju i ­
cios m orales de valor. Y lejos de ser uniform es, estos juicios
resultan tan diversos como la s descripciones de los síntomas.
E n c o n tra m o s desde el h istérico m uy positivo, in teligen te y
atractivo h a s ta el histérico m u y negativo y desagrad ab le. Son
po sible s todos los m atices y com binaciones interm edios. A
veces es casi inevitable la im presión de estar leyendo un a le ­
ga to a favor o en contra de a lg u ie n , dirigido a un ju e z im ag i­
n a rio de q u ie n se espera el veredicto fin al... P o d ría m o s pre­
se n ta r a b u n d a n te s ejem plos con diversas citas, pero ello nos
qu ita ría m ucho espacio. P o r io tanto, rem itim os a l lector a la
m en cion ada d iv e rsid a d del se g u n d o grupo, que casi siem pre
podría red ucirse a una oposición entre “lo adulto, lo bueno, lo
re a l" y “lo in fan til, lo m alo y lo falso". Sin em bargo, no quere­
mos a bsten ern os de u na cita en particular. B a sá n d o se en un
estudio e x h a u stiv o de la lit e r a t u r a pertin ente, C h od off y
I.yons lle ga ro n a l siguiente g ru p o de rasgos como denom ina­
dor común de la person alidad histérica:

1. Egoísmo, vanidad, egocentrism o, egolatría, autocompla-


cencia.
'! Exhibicionism o, dra m a tiza c ió n , m entira, exageración,
tontralización, conducta histriónica, m en dacid ad, seu-
dología fantástica, autodespliegue dram ático, centro de
atención, sim ulación.
3. D e sp lie g u e d e se n fre n a d o de afectos, afectividad lá b il,
estallidos em ocionales irracionales, caprichos em ociona­
les, conti’ol em ocional deficiente, profusión de afectos,
emociones volátiles y lábiles, excitabilidad, inconsisten­
cia de las reacciones.
4. S u p e rfic ia lid a d em ocional, afectos fra u d u le n to s o s u ­
perficiales, vía libre p a ra las m ociones del sentimiento.
5. L a sc ivia , se x u aliz a c ió n de todas las relaciones no se ­
xu ales, conducta claram ente se x u al, coquetería, provo­
cación.
6. F rig id e z se x u al, m iedo intenso a la se x u alid a d , el im ­
pulso sexual no se desarrolla h acia su m eta n atu ral, se­
x u alid a d in m ad u ra, tim idez se x u al.20

E ste resultado objetivo de la ciencia m oderna nos trae a la


m ente u n a lista m ás an tigu a, confeccionada sin que m e d ia ra
n in g u n a investigación; en el año 1450, Antonino de Florencia
redactó el siguiente Alfabeto de los vicios de la mujer:

a. A vidum anim al (a n im a l ávido)


b. Bestiale baratrum (abism o b e stial)
c. Concupiscentia carnis (concupiscencia de la carne)
d. Dolorosum duellum (d u a lid a d dolorosa)
e. Aestuans aestus (p asión a fie b ra d a )
f.Falsa fides (m a la fe)
g. G arrulum g u ttu r (len g u a g á rr u la )
h. Herrinys arm ata (fu ria arm a d a)
i. Invidiosus ignis (en vid ia llam ean te)
k. K alum niarum chaos (fuente de calu m n ias)
1. Lepida lúes (p la g a seductora)
m. M onstruosum mendacium (m e n tira m onstruosa)
n. N a u fra gii n u trix (c a u s a de n a u frag io )
o. Opifex od ii (in stig a d o ra de odio)
p. P rim a peccatrix (p rim e ra pecadora)
q. Quietis quassatio (c au sa de agitación )
r. R u in a regnorum (ru in a de los rein os)
s. S ilva superbiae (se lv a de sob erb ia)
t. Truculenta tyrannis (t ir a n a truculenta)
v. Vanitas vanitatum (v a n id a d de vanidades)
x. Xantia xersis (fanatism o despiadado)
y. Imago id oloru m (im agen de ídolos)
z. Zelus zelotypus (en vidia celosa)

Este es el a lfa b e to que em pleron Jacop S pren ger y Henrich


In stitoris en 1539, en su M alleus maleficarum, m e jo r conoci­
do como M a rtillo de las brujas.21 C h o d o ff y Ly on s tienen e x ­
traños predecesores...
3. U n tercer pu n to es histórico. R esulta n o tab le que, a lo
la rg o de la h isto ria , la h isteria se h a y a siem pre m anifestado
en relación con personas que ocu paban cargos altos. Los cam­
bios en este se n tid o han sido convincentem ente ca rto g ra fia-
dos por C la v re u l y W a je m a n .22 E n gen eral, esta fu n c ió n fue
in icialm en te a s u m id a por el m édico-sacerdote (E scu la p io ).
M á s tarde le correspondió exclusivam ente al médico (H ipócra­
tes). E n la E u ro p a occidental, la cum plía el padre confesor, e
incluso el sacerdote como m iem bro de la Inquisición. D urante
el período del clasicism o, el acen to pasó al m édico. M ucho
m ás tarde, el lu g a r fue ocupado por el psiquiatra, encarnación
d e l concepto de la n e u ro p siq u ia tría . H oy en día tenem os al
psiq u iatra-p sic o te ra p e u ta, que p u e d e ser tam bién u n an alis­
ta: el efecto d ilu y e n te del posfreu dism o es tal que la idea del
“eclecticismo” proporcion a un bien ven id o chaleco salvavidas.
D esde luego, esta evolución no es exclusiva: Lourdes conserva
a ú n su poder m agn ético y, se g ú n estim aciones de Is r a e l y
Shoen berg, la m ita d de los histéricos son todavía tratados por
m édicos g e n e ra lista s.23
Exam inem os m á s atentam ente estos tres puntos, en orden
inverso, concentrándonos en la posición y la in flu en cia de los
investigadores.
E n cuanto al tercero de la serie, así como fueron cam bian ­
do los m en cion ados cargos de a lto nivel, tam bién lo hizo el
m odo de con siderar la histeria. E ste hecho ha sido comentado
p o r varios autores.24 R esum iendo con Shoenberg, podem os de­
c ir que la relación específica en tre el histérico y el terap eu ta
d e te rm in a la percep ción esp e c ífic a de la h isteria. E l médico
tra ta rá de fo rm u la r el diagnóstico en términos de patología fi­
siológica o neurológica (v é a se Slater y W h itlock ). D efin irá In
enferm edad de este modo, y sintonizará el tratam iento con e s
ta definición. E l p sic o te ra p e u ta interp reta la a n am n e sis e n
térm inos de psicogénesis, si es necesario con referen cia a u n
sí-m ism o “bueno” y “m a lo ” (véase Gachnochi y P ratt). E l exor
cista m edieval tra tab a de exorcizar al espíritu m aligno: el al
ma e sta b a poseída, pero por debajo su bsistía la persona ñor
m al. P odem os incluso ir m ás lejos: la relación en tre el
te ra p e u ta (sacerdote, m édico o psicoterapeuta) y el paciente
no sólo determ in a el m odo en que se ve la en ferm edad, sino
tam bién la forma que e lla toma. Para a c la ra r esta idea basta
echar u n a m irada a la evolución del fenómeno. E n prim er lu ­
gar, d esd e el punto de vista histórico, ¿han desaparecido to­
dos los santos y poseídos? De tanto en tanto se inform a sobre
a lg u n a aparición a is la d a , pero las buenas y viejas epidem ias
de posesión sa g ra d a y a no existen. ¿Ha desaparecido la d r a ­
m ática gra n d e hystérie de Charcot? ¿Dónde están los célebres
vapores que abrum aron al siglo pasado? Y, m ás cerca de noso­
tros, los an alistas contem poráneos están com enzando a preo­
c u p a rse por el hecho de que no ven tantos sín tom as de con­
versión como antes. En segun do término, y en una escala m ás
pequ eñ a, Shoenberg ha dem ostrado con dos historiales que la
n a tu ra le z a de los sín tom as (médicos, psíquicos) puede m odifi­
carse segú n sea la actitud (m édica o psicoterapéutica) del te ­
r a p e u t a .25 A d em ás, esto se le aplica perfectam ente a D o ra.
Veinte años después de su an álisis con Freud, ella consultó a
F élix D eutsch en los E stados Unidos. En su p rim era visita se
quejó de pérdida de la audición, vértigos, y de un m arido indi­
ferente que era probablem en te infiel, un hijo desagradecido y
encim a de todo insomnio. En la segunda consulta, ya no exis­
tía n in g u n o de esos sín to m a s. Dora h abía descu bierto que
D eutsch e ra uno de los íntim os de Freud, y de inm ediato sus
síntom as se convirtieron en analíticos: se quejó de su infancia
desdichada, de la falta de am or, do las obsesiones de la m adre
que cau saron en ella la m ism a constipación, secreciones v a g i­
n ales y dolor prem en stru al. Deutsch llegó a la conclusión de
que D o r a era una de las históricas más rep u lsiv as que él h a ­
bía conocido.26
P a re c e ría que, sin a d v e rtirlo , hemos pasado a nuestro se-
g u n d o punto: el Ajuicio de valor” m oral. N o somos nosotros los
prim eros en observar que la h isteria parece h aber evoluciona­
do ju n to con la c u ltu ra. De los d a to s reun idos s u rg e que la
h iste ria produce síntom as a tono con el contexto c u ltu ral y fa­
m iliar. Esto nos llev a a la idea de la histérica m ala, hipócrita,
que sim u la los síntom as de un m odo teatral y dram ático. En
la época m edieval term in a b a en la h oguera o n im b a d a con
u n a au reola: hoy en día sólo es se ñ a la d a . Resulta sum am ente
in te re sa n te p re g u n ta rse por m a n d a to de quién la h istérica
produce sus síntomas. P a r a m on tar una histeria se necesitan
por lo menos dos personas, dice Is r a e l.27 Cada dem an d a gene­
r a u n a oferta, y no h a y razones p a r a re s trin g ir esta tesis al
ám bito de la economía. Charcot presen tab a "su s” histéricas a
u n público atento. B a jo hipnosis, su scitab a todas la s etapas
del g r a n ataque histérico, del m odo preciso en que él las h a­
b ía descrito. A d e m á s colgaba en la pared una h e rm o sa lito­
g r a fía en la que podía verse... a C h a rco t con su paciente d u ­
r a n te u na dem ostración. B lan c h e W ittm a n n , la paciente
fa v o rita (u n a paciente externa, no h osp italizada) h a b ía hecho
im p r im ir en sus t a rje ta s la le y e n d a “P re m ié re p a tie n te du
p roffesseur C h arcot”. ¿Quién e sta b a mostrando a quien en es­
te caso?28
"P e ro la h istérica es m u y su gestion ab le, Todos lo sa b e ­
m os.” Se supone que ésta es la explicación definitiva de In di­
v e rs id a d de los síntom as histéricos. De un modo u otro, en di­
fe re n te s mom entos de la h isto ria , los distintos te ra p e u ta s
h a b r ía n inducido por sugestión en su s pacientas Ion diversos
p a tro n e s sintomáticos. L o s exorcistas h ab rían generarlo “po­
deres dem oníacos” en sus m ujeres crédulas, asi como Charcot
podía suscitar el síntom a de la p a rá lisis que eligiera. I -a desa­
p a ric ió n contem poránea de u n a sin tom atología qu e algu na
vez fu e m últiple d e m o stra ría sen cillam ente la pobre/a de la
im agin ación de nuestros terapeu tas. D esde esto punto de vis­
ta, la histérica no es la criatu ra h ip ócrita que nos e n gañ a sí
no, por el contrario, una criatu ra sugestionable, créd ula y d é ­
b il, sin p e rso n a lid a d propia. P o r cierto, no una v e rd a d e ro
paciente.
P e ro si todo p u e d e red u cirse a u n a cuestión do hipnosis,
¿por qu é el tera p e u ta no puede sen cillam en te in d u c ir la su
gestión de que la paciente está sana? Y ¿de dónde proviene la
m area de teorías en cuya b a se se encuentra invariablem en te
la h iste ria ? E ste últim o p u n to es m uy in teresan te. N o hay
n in gún otro fenómeno que h a y a dado origen a ta n ta s teorías
diferentes. D e sd e luego, nos sen tim os tentados a p e n sa r con
una condescendencia d iv e rtid a en las an tiguas te o ría s sobre
la em igración de útero, los v a p o re s, etcétera. P ero si echamos
una m ir a d a a las teorías con tem porán eas, en con tram os u n a
gam a no m en os divergente de teorías, supuestos y enfoques
terapéuticos. O bsérvese a l p a s a r que, al final de su carrera,
Charcot dio u n giro conceptual habitualm ente p a sa d o por a l­
to y que, de hecho, o b lite ra b a todas sus ideas a n te rio re s; re­
cordem os qu e fue A n n a O. q u ie n llam ó “cura por la p a la b ra ”
ai procedim iento de Breuer; q u e la división entre u n yo bueno
y un yo m a lo proviene de la m ism a A n n a O.: que -Justine, la
paciente de Janet, a lu c in a b a situaciones en las cu a les le pe­
día consejo, se respondía ella m ism a y de tal m odo rectificaba
las s u g e s tio n e s reales de él; no m enos im p o rta n te es que
Em m y vo n N . haya sido qu ien introdujo a F reu d en la asocia­
ción libre. ¿Quiénes eran los sugestionables?29
E n tre tanto, hemos v u elto a nuestro punto de partid a: la
h isteria no es sólo fuente de u n a am plia gam a de teorías v a ­
riadas, sino tam bién la causa principal de su fracaso, precisa­
m ente p o rq u e la h isteria es in a sib le . L a s teo rías y la s te ra ­
pias v a n y vienen, pero la h isté ric a resiste a su hom bre,
re s p a ld a d a por él... M ichel F o u ca u lt ha dem ostrado que al fi­
nal de la época clásica, toda la conceptualización concerniente
a “la fo lie et la déraison” e stab a completamente m in a d a por lo
que m á s tard e se denom inaría “les maladies nerueuses", es de­
cir, la h is te ria y la h ipocon dría.30 Foucault dice tam b ié n que
esto dio u n nuevo im pulso a los juicios m orales de valor.
U n a m ir a d a m ás aten ta p e rm ite descubrir otro hecho no­
table: n o sólo h ay m uchas te o ría s diferentes, sin o tam bién
u n a con siderable discrepancia entre las teorías e la b o ra d a s co­
h eren tem en te, por un lado, y p o r el otro la práctica concomi­
tante. W a je m a n dice que é sta es la brecha e n tre “el médico
como científico” y “el médico como curador”. S ea c u a l fuere el
alcance de la teoría, en la m a y o ría de los casos el tratam iento
de se m bo c a en un código de conducta que se r e fie re tanto al
t e r a p e u t a como a la paciente, e in c lu so m ás al terapeu ta.
V e a m o s dos ejemplos. A m ediados del siglo pasado, R. B. C á r ­
te r elaboró u na teoría de la histeria en la cual ya estaba pre­
sente en esencia la posterior teoría freu dian a, centrada en la
re p re sió n de los contenidos sexuales. S in em bargo, en el n ú ­
cleo de su capítu lo terapéu tico sólo encontram os el “tra t a ­
m ien to m o ra l”, con u n a descripción e x h a u stiv a del modo en
q u e debe com portarse el médico. “E l médico -d ic e , por ejem­
p l o - se verá llam ad o a tener una confianza indeclinable en su
p ro p ia opinión profesion al y actuar sobre la base de su fe: tie­
ne q u e e xp re sa rse con u n a determ inación tal que dem uestre
la in u tilid ad de con fron tar con él...”31 E l resto del capítulo gi­
r a en torno al desenm ascaram iento de la paciente, al proceso
de convencerla de qu e es tran sparen te p a ra el profesional, in ­
cluso a la idea de lle g a r a l chantaje, am enazán dola con h ablar
de ese desen m ascaram ien to a la fa m ilia . W a je m a n se centra
en G ilíe s de la Tourette, quien tam bién se detiene en las cua­
lid a d e s qu e debe ten e r el médico p a r a conquistar su “au tori­
d a d m o ra l” con la s pacientes: 'T odos los esfuerzos del médico
[. . . ] deben a p u n ta r a convencer a la paciente de su competen­
cia en estas cuestiones” (véase la nota 22). L a au torid ad mo­
r a l lo g r a d a de tal m odo d e b ía g e n e ra r la identificación de la
p a c ie n te con el b u en ejem plo del m édico: u n a identificación
con el ideal.
E stos dos ejem plos son prefreudianos. El tercero proviene
de la po sfreu dian a psicología del yo. L a discrepancia entre la
teo ría y la práctica es igualm ente o bvia en este caso, aunque
con u n a excepción im portan te. P a r a el médico del siglo XIX,
la teo ría y la práctica estab an claram en te separadas. E n m a­
te ria de “tra tam ie n to ”, él no v a cilab a en tom ar m edidas dra­
c on ian as cuando e ra n necesarias. P a r a detener u n a epidem ia
de h is te ria en un convento, B oerh aave reunió a todas las pa­
cientes, les mostró instrum en tos de h ie rro calentados al rojo,
y explicó lacónicam ente que “a la p rim era que tuviera un ata­
q u e se le c a u te riz a ría la p a rte bajo de la colum na”. T od as se
c u ra ro n de im ediato.32 E n el siglo X X , los hierros al rojo son
su perfluos: la propia teo ría ha ocupado su lugar. E l terapeuta
no u tiliz a su m arco teórico como in strum en to, sino como un
arg u m e n to de autorid ad al que la paciente tiene que a d a p ta r­
se p a ra a lc a n z a r la aceptación social. L a m eta terapéutica kh
la que y a hem os descrito, au n q u e con otro nombre: la identili
cación con el yo del a n alista . Esto se puede incluso v e r en i>l
F reu d de cierto período. S u eficacia terapéutica alcan zó la
mayor a ltu ra du ran te los años de incertidum bre y búsqueda,
y se red u jo cuan do él m ism o se prom ovió a la posición di>
'g r a n sa b e d o r”. Podem os a ñ a d ir que la fuerza terapéutica de
riv a p re c isa m e n te del continuo cuestionam iento del propio
método, de la propia teoría. D e tal modo queda ilu strada, pe­
ro no e x p lic a d a , la eficacia clín ico-terapéutica del D e r M u t
-lich t zu verstehen de Reik o del gardez-vous de com prendre de
Lacan. P a re c e ría que existe u n a relación fu n d am en tal entre
'.a histeria y el saber.
¿Cuál es entonces la base del éxito o fracaso terapéutico, si
nos lim itam os a este “tratam ien to m o ra l”, a estos códigos de
conducta? L a base es el terapeu ta que en cam a una autoridad
concerniente al saber, encarnación de la cual él m ism o tiene
que e star convencido en p rim e r lu g a r, p ara convencer en se­
cundo térm in o a su paciente histérica: “Sólo con la sum isión
ie la h isté ric a el médico puede a s u m ir toda la dim ensión de
su poder”.33 E s esta convicción la que determ ina el éxito o el
rracaso de la terapia, y en consecuencia de la teoría. L a diver­
sidad de la s teorías nos lleva de por sí a im agin ar a qu ién se
aplica “la in u tilid ad de confrontar”...

LA HISTERIA EN LA RELACIÓN SEXUAL

E n estas ú ltim a s páginas de nuestro estudio ha ido em er­


giendo, le n ta pero seguram en te, cierto hecho señ alado a m e­
nudo, pero pocas veces e x a m in a d o . La h isteria se pre se n ta
predom inantem ente en el cam po de tensión entre el hom bre y
la m ujer. E l víncu lo esencial en tre la h isteria y un cargo de
alto nivel, socialm en te im p ortan te, ocupado por un h o m b re ;
los juicios de v a lo r m oral, la n a tu ra leza militante, incluso bé­
lica, del tratam ien to (así se lo solía calificar, pero desde la ex­
pansión de la democracia estoa térm inos se han vuelto obsole­
tos y están p ro h ib id o s); el hecho de q u e la tra n sfe re n c ia no
sólo haya sido descubierta con esta neurosis, sino incluso pro­
m ovida a la d ig n id a d de instrum en to terapéu tico: todo esto
apu n ta en la m ism a dirección. Tuvim os un prim er indicio con
la expresión de L a c a n “no h ay relación se x u a l”. E sp eram os
ilu strarlo m ás adelante.
D uran te siglos, los h om bres y las m u jeres se h a n en trega­
do a un ju ego entre sí. L a h isteria es u n a de sus variaciones,
con la regla de que a n in g u n a de las partes se le perm ite reco­
nocer la su bje tivid a d im p líc ita o el p la c e r asociado. N o tiene
que ver con la su b je tiv id a d en el sentido de lo que puede e x ­
perim entarse a través de la introspección, sino como un dato
tran sindividu al y como u n a parte del inconsciente. L a expre­
sión '‘el inconsciente como discurso del O tro ” debe ser tom ada
literalm en te. E l in con scien te se d e s p lie g a en el ind ividu o a
través de u n a h istoria intersubjetiva, en la cual la encrucija­
da edípica es el rasgo c e n tral, precisam en te debido a que es
a llí donde se determ ina la identidad sexu al. Por esto hay que
bu scar el núcleo en la fa m ilia original, en la novela fam iliar.
E n tre u n a cierta c a n tid a d de ju g a d o re s , pero tam bién sobre
sus cabezas, se m onta un ju e g o o. m ás correctam ente, un tea­
tro de som bras. Podem os denom inarlo "el amo que desfallece”
o “la esposa d e fra u d a d a ”.
E n este punto, los críticos de la cu ltu ra podrían su b ir a la
tribun a y p resen tar la siguiente objeción: “¿Por qué lim itarse
a la fam ilia? E s la c u ltu ra , la sociedad, la que está en falta.
Es allí donde la m u je r es reprim ida, den tro de los confines de
un a sociedad m a sc u lin a falocrática. L a fam ilia es sólo un ex­
ponente de esa situación. Todo está m u y claro: la h isteria a l­
canzó su pico precisam en te durante el período Victoriano, ex­
trem adam ente rep resiv o.” N o nos apresurem os. Es cierto que
a fines del siglo p a sa d o la s m u jeres no ten ían casi n in gu n a
oportunidad de educación intelectual y sexual. P or cierto, las
dam as de la alta b u rg u e s ía padecían lo que Em m y von N . de­
nominó m uy a d e c u a d a m e n te “la h o rrib le m elancolía del bie­
n e sta r”. M im a d a s, s a c ia d a s y m a n te n id a s en la ign oran cia
por sus esposos, p o d ía n p e rm itirse su s a taqu es histéricos.
Adornás el consultorio m édico era u n a salida p ara sus posibi­
lidades fru strad as de desarrollo. E l hecho de que su principal
....... e ra precisam en te el médico incidía en la naturale-
/.ii di> sus síntom as: p a rá lisis, anestesias, parestesias, etcéte­
ra. P ero, ¿qué p e n sa r de los pacientes de Charcot en la S alp é -
triére? H o m b re s y m ujeres de los estratos sociales inferiores,
de los cuales podía decirse c u a lq u ie r cosa, salvo que padecían
esa ""horrible m elancolía del b ie n e sta r”... E l último a rg u m e n ­
to que re s ta es desde luego la re p re sió n sexual e intelectual.
Se po dría sosten er que resu lta especialm ente anacrónico que
hoy en d ía en la sociedad occidental no hay ninguna razón de
queja al respecto. ¿La hay? N o h a y terapeu ta que no h a y a oí­
do el la m e n to siguiente: “O ja lá no h u b ie ra estudiado, o ja lá
h u b ie ra se g u id o ignorante y a n a lfa b e to , porque entonces no
habría tenido todos estos p rob lem as’'. U n a época oportuna pa­
ra que a sc ie n d a al escenario R o u sse a u , llevando de la m ano
al "bu en s a lv a je ”.
D e m odo qu e no im porta m ucho q u e se sea rico o pobre,
tra b a ja d o r u ocioso, intelectualm ente desarrollado o no. ¿Y la
falocracia re p re siv a , el cab allo de b a t a lla de las fem inistas?
L a s o p in io n es difieren c o n sid e ra b le m e n te al respecto. U n
grupo so stie n e que, debido a la d e n o m in a d a revolución s e ­
xu al. e sta re p re sió n h a d e sa p a re c id o casi por com pleto. Se
piensa e n co n tra r una pru eba en el hecho de que los síntom as
histéricos con tem porán eos son m á s b ien vistos como e x p r e ­
sión de a g re s ió n rep rim id a. E n la op in ión de este g ru p o , lo
que está de m a sia d o reprim ido es la pu lsión agresiva. E n to n ­
ces, ¿será n e c e sa ria tam bién u n a revolución agresiva? S in
c on tin u ar con esta lín ea de p e n sa m ien to , sólo deseam os ob­
servar que, p a r a Freud, la m an ifestación de una pulsión está
siem pre m e zc lad a , debido a la fu n d a m e n ta l T rie b m is ch u n g :
la fusión de la pulsión agre siv a (e s decir, la pulsión de m u e r­
te) y la p u ls ió n erótica (es decir, la p u lsión de vida). O tros,
entre ellos Is r a e l, tienen se ria s d u d a s sobre u n a revolución
cuya m eta es obliterar la diferen cia en tre el hombre y la m u ­
je r.34 E n esto reconocen la negación de la diferencia en sí, ya
que se t r a t a de la diferencia esp ecialm en te fértil, en sentido
literal y fig u ra d o .
S e d ir ía q u e la s explicaciones c u ltu ra le s no explican m u ­
cho. V o lv a m o s a la clínica. L a h is té ric a recurre a un hom bre
que se su pon e que sabe: un sacerdote, u n médico, un especia­
lista (p si). E n síntesis, un m aestro. L a relación subsigu ien te
se centra en la autoridad del saber; el contenido es m enos im
p o rtan te que su poder de persuasión, los an tiguos egipcios lo
h a b ía n com prendido perfectam ente: p a r a devolver el útero
e rra n te a su posición correcta, fundían b ajo la vagina u n a es­
ta tu illa de cera p e rfu m a d a que rep resen tab a un ibis. N o con­
t a b a n sólo con el efecto del perfum e a g ra d a b le ; el ibis era el
sím bolo de Tot, uno de sus principales dioses. ¿Quién e ra Tot?
E l dios m ascu lino de la s a b id u ría , in v e n to r de la escritura,
g u a r d iá n de los lib ro s sa g ra d o s de e n se ñ a n z a . L a histérica
m e d ie v a l tenía q u e con ten tarse con p rá c tic as terapéuticas
m ucho menos sutiles: “A t a r debajo del om bligo una raíz de a l­
h e ñ a con forma de z a n a h o ria , cocida y u n ta d a con g ra s a de
lu b ric a r ejes”.35
N u estros terapeu tas contem poráneos no pueden recaer en
el m ism o grado de au to rid a d que sus predecesores. L a pacien­
te presenta sus síntom as, su queja. E l m édico los entiende co­
m o signos que se refie re n a algo, no a a lg u ie n , no a la perso­
n a . B u sc a ía e n ferm ed ad , pero no e n cu e n tra nada definido:
“perturbaciones funcionales sin ninguna b a se orgánica obvia”.
S a le de escena este m aestro, e ingresa el siguiente. U n espe­
c ia lista “psi” in te rp re ta los síntom as com o consecuencias de
u n tra u m a infantil, u n a fijación oral, etcétera. Los síntom as
son a ú n signos que rem iten a algu n a otra cosa y, según sea la
teoría, esta otra cosa puede ser casi cualqu ier cosa. P ero el te­
ra p e u ta también fracasa, a p e sa r de la teoría. Y si tiene éxito,
con frecuencia lo lo gra a p e sa r de la teoría, como si se tratara
de un m ilagro sin n in g u n a predectibilidad teórica. N o se gana
n a d a con poner n o m b re s o rótulos. Y a n o s hem os referid o a
A d á n como al prim er n om brador. Pero, ¿no fu e tam bién A d án
q u ie n recibió la m an zan a?
E l sa b e r del que se tra ta es un sa b e r “objetivo”. E l sujeto
e s t á excluido de a n te m a n o , en una com plicidad tácita de te­
r a p e u t a y paciente. L a teo ría debe concentrarse en fenóm e­
n o s observables objetivam en te, que rem iten a ese saber: debe
concentrarse en u n sín drom e orgánica o psicológicam ente de­
term in ad o como trau m ático . Q ue esté involucrado el “sujeto”
d e la paciente es a lg o y a d ifíc il de im a g in a r , pero ¡el yo del
te ra p e u ta ...! N o es p o sib le qu e el t e ra p e u ta ten ga n in g u n a
fa lt a , su código de con ducta m oral se e n c a rg a de ello. A h o ra
bien , el hecho de q u e no deb a presentar n in g u n a falta en nin-
^u n a circu n stan cia, ¿no es la p ru e b a de que la falta existe1’
Este es el núcleo de la histeria: el Otro, la falta y el deseo ri­
sa liante.
D e tal modo podemos alzar el velo de la relación sexual ta I
como ap arece en la histeria. En este contexto, las relaciones
sexuales deben entenderse como las relacion es de los dos se
xos. L a h isté ric a está en busca de un cierto tipo de hom bre,
en relación con el cual puede definirse como mujer. El hombre
parece fa lla r en su rol asignado cada vez que se atreve a a su ­
m ir la posición de maestro o amo. L a consecuencia de esta im ­
potencia es qu e la histérica tam bién fra c a s a en significarse
como mujer. Los significantes que ella ha recibido del especia­
lista no b a sta n p a ra darle una identidad sexual, de modo que
la relación se vuelve imposible.
D esde lu ego, n u estra “psicologización” corriente y u bicu a
tiene una re s p u e s ta de confección. De n iñ a, la histérica tuvo
un padre débil. Este traum a continuo explica la búsqueda in­
term in able de h om bres fuertes. U n a vez que lo h aya “com ­
prendido” como paciente en el curso de su terapia, la bú squ e­
da term in a rá , y e lla estará “c u ra d a ". L a s ilusiones de un
cuento de h a d a s científico...
L a s cosas no son tan simples. C u ado E a sse r y Lesser estu­
diaron a los p a d re s de pacientes h istéricas, llegaron a u n a
conclusión p a ra d ó jic a (véase la nota 15;. Les resultaba in e x ­
plicable: encontraron dos grupos de pad res totalmente distin­
tos, d iam etralm en te opuestos. El prim er grupo estaba consti­
tuido por pe rso n a s débiles, som etidas, a m enudo alcohólicas,
no carentes de una chispa de energía seductora, pero en gen e­
ra l padres de ínfim a categoría. En el otro grupo había padres
activos, dom in an tes, controladores y seductores. Por m á s es­
crupulosam ente que E asser y Lesser h u b ie ra n intentado a p li­
car la p rim e ra teo ría freu d ian a do la seducción, el segun do
grupo no se ade c u a b a a ella.
E l Otro, la falta y el deseo resultan te constituyen el núcleo
de la h iste ria . La falta no debo b u sc a rse en la realidad, sino
en la relación con lo Real. Lo Sim bólico no provee un sig n ifi­
cante p ara L a M u jer. L a histórica tra ta de significar su iden­
tidad se x u a l en relación con el O tro: “je n en prdhistorischen
unuergesslichen A n d eren, den kein spaterer mehr erreicht”, “el
O tro preh istórico in o lv id a b le , nunca ig u a la d o por cualquiera
q u e v e n g a d esp u és”.36
L a m a y o ría de los posfreudian os pierden de vista este últi­
mo m atiz sutil. Se h a oído sobre todo el lla m a d o de la histéri­
ca a un m a e stro do m in an te, de modo qu e h o rd a s de terapeu ­
ta s se la n z a ro n a p r o b a r su e rte asu m ien do e sa posición. En
los peores casos, la fa lt a de com prensión de la teoría se com­
pensó con u n a tún ica in d ia , u n a copiosa b a r b a y u n a profun­
da voz de bajo; en los m ejores casos, con u n a referencia m onó­
tona al m a e stro p r im o rd ia l: "F reu d d ijo ...” E l discurso
analítico n o fue siq u ie ra reem plazado por el del amo, sino por
el m á s po bre discurso de la universidad. D e sa rro lla re m o s es­
te punto m ás adelante.
M ie n tra s tanto, el am o prim ordial fue fin alm en te com ple­
m en tado con un se g u n d o am o. D espués de la m uerte de L a ­
can. el psicoan álisis oficial pareció d escu brir de pronto su im ­
portancia. E sta es en sí u n a perfecta ilu stra c ió n de la teoría
qu e y a hem os con firm ado con Freud: sólo se supone que sabe
el am o m uerto. P o r cierto, hoy en día no es m uy difícil encon­
t r a r en los periódicos de la I P A artículos q u e citan p ro fu sa ­
m en te a L a c a n . P ero la m a y o ría de esas citas me recu erd an
el pavo de n a v id ad re c a le n tad o el 2 de enero, rem ojado en la
sa ls a de la noche de A ñ o N u e v o . En otras p a la b ra s: a la obra
de L a c a n la a g u a r d a el m ism o destino trágico que padeció la
de F re u d . J a c q u e s -A la in M ille r observó en 1980 que m uchas
p e rso n a s no c o m p re n d e n q u e la obra de L a c a n es u n a en ti­
d a d com pleja, d in á m ic a , de la cual r e s u lt a im posible des­
p re n d e r los m ejores fra g m e n to s sin lle g a r a conclusiones gro­
tescas.37
Esto no im pide que la histérica consulte al an alista. E n su
b ú s q u e d a de u n s ig n ific a n te que sig n ifiq u e a L a M u je r, no
so rp re n d e que golpee la p u e rt a del su p u e sto especialista en
cu estion es se x u ale s. L a v u lg a riza c ió n d e l s a b e r an alítico es
tal, que su p rim e ra q u e ja su ele ser “D octor, tengo un p rob le­
m a edípico...”
En la E d a d M e d ia , im b u id a como lo e s t a b a de ideas re li­
giosas, la histérica an u n ció la Reforma. U n p a r de siglos des­
pu és puso en ridículo a los médicos de la escuela científica y
de tal modo in a u g u ró la neuropatología. C h arco t y B ab in sk y
com partieron el m ism o destino, y un reem p lazo sem ejante le
está prom etido a i psicoanálisis.
A medio siglo de distancia, debemos p regun tam os si el psi­
coanálisis es u n fenóm eno an álo g a m en te efím ero: como esas
anteriores encam aciones del discurso del am o, el enésimo tro­
feo de caza en la p a re d de la histérica, o la enésim a lápida de
su m ausoleo. L a degradación de la teoría y la práctica psicoa-
nalíticas descrita en este capítulo no hace m ás que confirm ar­
lo. U n m al p re sa g io es que, desde este en foque, ia h iste ria
tiende a “desaparecer". En la transición de la religión a la m e­
dicina, desap arecieron la s poseídas. E n la E d a d de Oro de la
neuropatología, el gran a taqu e histérico e stab a en rodas p a r ­
tes, su p a ra d ig m a e ra la epilepsia. E n un lap so muy breve
quedó obliterado y reem plazado por sín tom as m ás "psicológi­
cos”, cuando la estrella del psicoanálisis e stab a en ascenso. li ­
sa Veith confirm a estos y otros cambios (salvo el último) en su
historia de la h isteria. E n doscientas setenta páginas, ella nos
proporciona u n en can tador y bien docu m en tad o relato, que
nos permite lle g a r a la conclusión de que el sa b e r sobre la h is­
teria se ha perdido en gran m edida. 3 m em bargo, el final del
libro en fría un tanto nuestro en tu siasm o por la calidad de la
obra, tra n sfo rm á n d o la a su vez en u n a ilu stración de esta
pérdida del saber: en el epílogo, que ocupa sólo una págin a y
media, la au tora nos dice que la h isteria h a prácticamente de­
saparecido en estos días (1965), g ra c ias a la influencia profi­
láctica de la com prensión psicoanalítica, que h a pasado a for­
m ar parte del conocimiento c u ltu ral g e n e r a l... En la edición
de 1984 del In te rn a tio n a l J o u rn a l o f Psychoanalysis podemos
leer: “H oy en día encaram os la cuestión de la existencia o in e ­
xistencia de la h iste ria ”.38
Se supone que la h isteria está desapareciendo. U n a m ira ­
da a la histérica, in s p ira d a en F ou cau lt, su giere más bien lo
contrario; la h is te ria no está desap arecien do, sólo cam bia de
aparien cia y, en caso necesario, de p a rte n a ire .
E n prim er lu g a r, en lo qu e concierne a l cam bio de aspecto,
la historia está siem pre un paso adelante respecto del amo en
el d esarro llo de su saber. E l am o b u sc a sín tom as de c o n v e r­
sión y frigid ez, pero se le p re se n ta algo nuevo, inespenulo y
por lo tanto desconocido: el paciente b o rd e rlin e y. mas on k«'
n e ra l, los “trastorn o s de la perso n a lid a d ”. V olvem os a poner
n om bres a la m a n e ra de A d á n , lo que difícilm ente baste para
c u b rir la fa lt a de com prensión. E sta fa lt a a c tú a incluso re ­
troactivam ente: A n n a O. no h abría sido u n a histérica, en ab­
soluto, sin o u n a psicótica severa.39 E l resto de las pacientes
de los E s tu d io s h a b ría n sido por lo m enos casos de patología
b o rd e rlin e . Segú n M ille r, este concepto nosológico híbrido no
es m á s qu e la m anifestación reciente de la h isteria. E incluso
en este caso, el cam bio de g u a rd ia y a h a b ía sido anunciado.
N o sin h u m o r, J. Q u a c k e lb e e n h a b la de la “h is te ria lacan ia-
n a ” como la fo rm a m á s reciente, refirié n d o se a u n paciente
suyo que a m p lia b a la diferen cia tra z a d a p o r L a c a n entre el
pla ce r y goce con cinco su tiles distinciones adicion ales.40 Co­
mo consecuencia de u n cam bio m édico-cultural, el paradigm a
epiléptico fu e re e m p la z a d o por el esquizofrén ico. Esto tuvo
efectos desastrosos p a r a los pacientes (“la psiqu iatrización y
la fa rm acolo gización ), lo cual a su vez g e n e ró el movim iento
an tipsiqu iátrico de la década de 1960. F in alm en te, se convir­
tió en el p rin c ip a l im p u lso p a ra el d e sa rro llo de n u evas for­
m as de psicoterapia.
T odo esto produjo un cam bio de p a rte n a ire . M ie n tra s la
psicología del yo se con vertía cada vez m ás en un “tropiezo del
yo”, la h isté ric a se volvió h acia m aestros altern ativos. Por
cierto, la n a tu ra le z a a lte rn a tiv a de los descu brim ien tos de
F re u d quedó oculta d u ra n te mucho tiempo detrás de los diplo­
m as enm arcados y exh ibidos en las salas de espera. Israel ex­
plica la p opu laridad de la s sectas, los cultos, las iniciaciones y
otras prácticas m a rg in a le s por el hecho de qu e están del otro
lado de la ciencia establecida; significa que la histérica espera
h a lla r a llí u n a resp u esta a su pregunta, y a que la ciencia es­
tablecida la h a rechazado. Como parte y cómplice de ese esta-
b lishm ent, el an alista desaparece de su cam po de interés.
H a s t a a h o ra hem os con siderado sólo el psicoan álisis del
p rim e r período de F re u d . D e lib e ra d a m e n te nos hem os im ­
puesto e sta lim itación, p o rq u e en el período posfreu dian o el
psicoanálisis o fic ia l no es m á s que u n a versión dilu ida de ese
prim er período. E sta es la versión que puede considerarse efí­
m era. P ero h ay algo m á s; en 1914 se produjo un giro cuya im ­
portancia a ú n no se h a com prendido plenam ente. Con ese g i­
ro, F re u d in a u g u ró el discurso del a n alista . P a r a poner estn
cuestión en n uestro foco, debemos e n tra r en la diferenciación
estructural de los cuatro discursos lacan ian os.

NOTAS

1. La literatura al respecto es más que abundante. A continua­


ción citamos una muestra representativa, tomada de los principales
periódicos.
Head, “An address on the Diagnosis of Hysteria”, British Medical
■Journal, 1922, 1, págs. 827-829.
Riese, “Wandlungen in den Erscheinurigsformen der Hysterie”,
Die M edizinische Welt, 1927, 1, págs. 1160-1161.
Codet, “Le probléme actuel de rhystérie”, E v o lu tio n Psychiatri-
que, 1935 (2), págs. 3-44.
Cenac, “L ’hystérie en 1935”, E vo lu tion Psychiatrique, 1935 (4),
págs. 25-32.
Nyssen, “Le probléme de la constitution et du caractére hystéri­
que”, Acta Neurol. Psych. Belg., 1984, 48, págs. 47-56.
Ajuriaguerra, “Le probléme de l’hystérie”, L'E ncéphale, 1951, I,
págs. 50-87.
2. Freud, “Charcot” (18930, S.E. 3, pág. 22.
3. Slater, “Hysteria 311”, J ou rn a l o f M en ta l Science, 1961, 448,
págs. 359-381. Slater, “Diagnosis of Hysteria”, B ritis h M edical J ou r­
nal, 1965,1, págs. 1395-1399. Slater, “A follow-up of patients diagno-
sed as suffering from «hysteria»”, J. Psychosom. Res., 1965, 9, págs.
9-13. La conclusión citada puede encontrarse en el segundo artículo,
en la pág. 1399.
4. Whitlock, “The Aetiology of Hysteria”, Psychiat. Scand., 1967,
43, págs. 144-162. Se puede encontrar la cita en la pág. 148.
5. Gachnochi y Pratt, “L ’hystórique á l’hópital psychiatrique”,
Perspetives Psychiatriques, 1973, 44, págs. 17-27.
6. Perley y Guze, “Hysteria: the Stability and Usefulness of Clini-
cal Criteria”, New. Eng. J. Med., 1962, 266, págs. 421-426.
7. Lewis, “Survivance de l'hystórie”, E v o lu tio n Psychiatrique,
1966, 31, pág. 159-165.
8. Chodoff, “A re-exaininiition of some aspects of conversión hys-
ceria”, Amer. J. Psychiatry, 1954, 17, pág. 75. Satow, “W h ereh asall
the hysteria gone?”, The Psychoanalytic Review, 1979, 4, pág. 469.
9. D S M - III, M a n u el Diagnostique et S ta tis tiqu e des Troubles
Mentaux, París, Mnsaon, 1983, págs. 1-535.
10. Chodoff y Lyons, “Hysteria, the hysterical personality and
hysterical conversión", Am er. J. Psychiatry, 1958, 114, págs. 734-
740.
11. Trillat, “Regards sur l’hystérie”, E v o lu tio n P sy ch ia triqu e,
1970, 19 (2), págs. 353-364.
12. Lazare, Klerman y Armor, “Oral, obsessive and hysterical
personality patterns”, A rchives o f General Psychiatry, 1966, 14,
págs. 624-630.
13. Zetzel, ‘The so-called good hysreric”, In tern a tion a l Journal o f
Psychoanalysis, 1968, 49, págs. 256-260.
14. Kernberg, "Borderline personality organisation”, Journal o f
the A m erican Psychoanalytic Association, 1967, 15, pág. 641-685.
15. Easser y Lesser, “Hysterical personality: a re-evaluation",
Psychoanalytic Q uarterly, 1965, 34, págs. 390-405.
16. Sugarman, ‘The infantile personality: orality in the hysteric
revisited”, In tern a tion a l J o u rn a l o f Psychoanalysis, 1979, 60, págs.
501-513.
17. Maleval y Champanier. “Pour une réhabilitation de la folie
hystérique”, Annales Médico-psychologiques, 1977, 2, págs. 229-272.
Maleval, Folies hystériques et psychoses dissociatives, París, Payot,
19S1. Una excelente reseña de la historia de este concepto puede en­
contrarse en Libbrecht, H y sterical psychosis, a h is to rica l suruey,
Londres, Transaction publishers, 1995.
18. Clavreul, L'ord re m édical, París, Seuil, 1978, pág. 206.
19. Lacan, Le Sém inaire, L iv re X I, Les Quatre Concepts Fonda-
mentaux de la Psychanalyse (1964), París, Seuil, 1973, pág. 9.
20. Chodoff y Lyons, ob. cit., pág. 735.
21. Dresen-Coenders, H et verbond tussen heks en duivel, Baarn,
Ambo, 1983, pág. 26. Freud también señaló la relación entre la bru­
jería y la histeria, así como la importancia del M alleus maleficarum.
Véase Freud, S.E. 1, cartas 56 y 57, págs. 242 y 244. Clavreul. ob.
cit.
22. Wajeman, “La médicalisation de l’hystérie'’, O rnica r? Analyti-
m , 1, s.f., págs. 38-55.
23. Israel, Hysterie, sekse en de geneesheer. Leuven/Amersfoort,
Ateo, 1984. Shoenberg, “The Symptom as stigma or communication
In hyHteria”, International J o u rn a l o f Psychoanalytic Psychotherapy,
1075, 4, pág. 507-516.
’ I I-Hitare, “The hysterical character in psychoanalytic theory”,
hivrs o f General Psychiatry, 1971, 25, págs. 131-137. Pouillon,
Din inr und pntient: same and/or other? (Ethnological remarks)”,
’Vhv 1’nvt'honnalytic Study o fS o cie ty , 1972, 5, págs. 9-32. Shoenberg,
uli i’ll
25. Shoenberg, ob. cit., págs. 513-515.
26. Deutsch, “Apostille au «Fragment de l'analyse d’un cas d’hys-
:¿rie» de Freud”, Reuue Franqaise de Psychanalyse, 1973, 3, págs.
407-418.
27. Israel, ob. cit. pág. 116.
28. Major, Rever l ’autre, París, Aubier Montaigne, 1977, pág. 20.
29. Sobre Charcot, véase P. Pichot, “Histoire des idées sur l’hys-
Terie”, C onfrontations Psychiatriques, 1968, t. 1, págs. 9-28. Sobre
Anna O., véase Freud y Breuer, Studies on Hysteria (1895d), S.E. 2,
págs. 21 y 46. Sobre Justine, véase Ellenberger, The Discovery o f
The U nconscious, Nueva York, Basic Books, 1975, pág. 369. Sobre
Emray von N ., véase Freud, Studies on H ysteria (1895d), S.E. 2,
pág. 63.
30. Foucault, H is to ire de la fo lie . P arís. Gallim ard, 1972, pág.
•270.
31. Cárter, On the Pathology and T rea tm ent o f Hysteria. Londres.
Churchill, 1853, pág. 110.
32. Hollender, “Conversión hysteria, a post-Freudian reinterpre-
:ation of 19th Century Psychosocial D ata”, Archives o f General Psy-
: hiatry. 1972, 26, pág. 314.
33. Wajeman, que cita a Gilíes de la Tourette, ob. cit., pág. 48.
34. Israél, “La victime de l’hystérique", E vo lu tion Psychiatrique,
1968. 31, págs. 517-546.
35. Veith, H ysteria, the History o f a Disease. Londres, PhoenLx
Books, 1970, págs. 6 y 98-99.
36. Freud, S.E. 1, carta 52, pág. 239.
37. Miller, “D ’un autre Lacan, [ntervention á la Iré rencontre in-
temationale du champ freudien", Caracas, 1980, Ornicar?, primave­
ra de 1984, 28, págs. 49-57.
38. Miller, “Liminaire”, Ornicar?, otoño de 1984, 30, págs. 5-6.
39. Bram, “The gift of Anna O.”, B ritis h J ou rn a l o f M edical Psy-
chology, 1965, 38, págs. 53-58. Esta reescritura de la historia del psi­
coanálisis me recuerda a Orwell. La psiquiatría contemporánea tie­
ne un serio problema con algunos pacientes: trastornos límite,
esquizofrenia, neurosis narcisista, psicosis histérica... Hay una exce­
lente reseña de esta conclusión en Van Hoorde, “De hysterische psy-
chose, nosologische struikelsteen en eerherstel?”, Psychoanalytische
Perspektievien, 1984, 6.
40. Miller, “Liminaire”, Ornicar?, verano de 1984, 29, págs. 5-6.
Quackelbeen, “N a a r een vernieuwde visie op de hysterie”, Psychoa-
^alytische Perspectieven, 1984, 6, pág. 25.
7. LACAN Y EL DISCURSO DE LA HISTÉRICA

LA TEORÍA DE LOS CUATRO DISCURSOS

Respecto de la h iste ria , los po sfreu dian o s sólo pudieron


ofrecer una m a sa con fusa de datos. Lo único sensato en ese
momento e ra in tro d u c ir a lg ú n orden en ese caos. A l tomar
distancia y considerar las cosas desde un punto de vista histó­
rico, podemos lle g a r a la conclusión de que p a ra esa particu­
la r form a de psicoanálisis la histeria e stab a destinada a desa­
parecer. P ero lo in v e rso es igualm ente cierto: esa p articular
forma de psicoanálisis esta desapareciendo del campo de inte­
rés de la histérica.
Se retiran del escenario loa poe freud ianos, los parafreudia-
nos y los a n n a fre u d ia n o s. Com o p o s-p osfreu d ian o, L acan se
convirtió en el p rim e r freudinno, La exposición de una parte
clave de su enseñanza nos perm itirá d a r tres pasos: en prim er
lu gar, confirm ar la conclusión anterior, a sa b e r, que la posi­
ción de F reu d al fin al de su prim er período puede considerar­
se la de un amo; segun do, dem ostrar la u tilid a d del concepto
de “discurso de la u n iv e rsid ad ” para a g ru p a r a la m ayoría de
los posfreudianos (y probablem ente, en las próxim as décadas,
a los p o slacan ian os), un cuanto ellos se rem iten constante­
mente al amo; en tercer térm ino, introducir la teoría posterior
de Freud, en la cual el discurso analítico desem peña un papel
central.
P robablem en te el lector se p re g u n ta rá por qué no segui­
m os un orden cronológico. ¿Por qué los presentam os a los pos-
freudianos y a L a c a n entre F re u d I y F reu d II? H a y v arias ra ­
zones. Y a hem os m encionado la prim era. L a m a y o ría de las
referen cias a la h iste ria desp ués de F reu d se h an lim itado a
su s p rim era s teo rías, au n qu e adorn adas con conceptos y ob­
servacion es del período posterior. Los p o sfre u d ian o s pueden
entenderse fácilm ente con referencia a F re u d I, e incluso a los
prefreudianos. O t ra razón es n uestra convicción de que el me­
jo r modo de e n ten d er a F reu d II consiste en se g u ir el camino
ab ie rto por L a c a n . P o r cierto, L acan ha ex p licitad o algunos
conceptos im plícitos en F re u d , sin los c u a les esta segun da
teo ría re s u lta ría in com p ren sible. Los dos conceptos m ás im­
p ortantes con respecto a la h iste ria son “goce" y “p la ce r”; el
últim o está en oposición al prim ero. Esto se debe sobre todo a
la cru cial confusión p o sfre u d ia n a respecto de lo histeria. Ya
hem os señado que, desde 1920, el interrogan te de qué es la
h is te ria no fu e tan to respon d id o como hecho a un lado. La
teoría la c a n ia n a de los cuatro discursos nos proporciona una
solución estru ctu ral en consonancia con las ideas posteriores
de F re u d . P uesto que estas id e a s son p recisam en te las que
h an sido olvidadas, a través de ellas nos fam iliarizarem os con
un F re u d re la tiv a m e n te desconocido. En la ú ltim a parte del
libro nos concentrarem os en ese Freud.

Hacia un nuevo diagnóstico: el discurso

A fines de la década de 1960 y principios de In de 1970, los


intelectuales h a b la b a n del estru ctu ralism o y los estru ctu ru -
listas; Foucault, L a c a n y B a rth e s eran sus estrellan. E l hecho
de que los tres n e g a b a n ser estructuralistas no se consideraba
im portan te, y sólo a g re g a b a a la discusión una pizca de pi­
m ienta y frivolid ad parisiense.
E n cuanto a L a c a n , resu lta m ás bien difícil responder a lu
pregu n ta de si e ra o no e ra estructuralista. Desdo luego, todo
depende de la definición que u no suscriba. P ero hay algo cla­
ro: F re u d no e ra e stru c tu ra lista , y si Lacan fue el único pos-
freu diano que elevó la teoría psicoanaiítica a un nivel distin
to y m ás alto, e s ta A u fh eb u n g , esta superación en ol Mentido
de H egel, está totalm ente relacion ada con el estructuralÍHnio
y el form alism o lacan ian os. E l resto de los po sfreu dian o s se
quedaron detrás de F reu d , descendiendo a m enudo al nivel de
los preíreudianos.
E s obvio que F re u d fue fu n d a m e n ta lm e n te inn ovador y
por propia iniciativa generó el giro hacia un nuevo paradigm a
en el estudio de la h u m a n id a d . Fue tan fu n d am en talm en te
in n ovad or que parece casi im posible ir m ás a llá de él. Esto
plantea de inm ediato un interrogan te acerca de los logros de
la teoría lacaniana.
P a r a apreciarlos, tenem os que con siderar la dificultad ra­
dical del estudio psicológico del hom bre. E n un enfoque cien­
tífico clásico se parte de la observación y la descripción, y a
continuación se av an za h acia la clasificación o categorización
y la gen eralización . E ste e ra el enfoque de la psicología y la
psiquiatría p re fre u d ian a s y posfreudianas. P a s a r de la obser­
vación de un individuo a u n a categoría g e n e ra liz a d a resulta­
ba m uy frustrante. Q u ien qu iera que h aya recibido u n a form a­
ción en psicodiagnóstico, que es el prim er paso en este tipo de
enfoque científico, sa b e exactam en te en qué consiste esta
frustración. P or m edio de la observación y las entrevistas, el
clínico obtiene u n a m u estra de algunas características del pa­
ciente in d ividu al, que a continuación debe c o m p a ra r con las
características enunciadas en un m an ual de psiquiatría. Ten­
d rían que concordar, pero, por supuesto, n u n ca concuerdan.
L a solución del en foque clásico consiste siem p re en u n a v a ­
riante sobre el m ism o tem a, que involucra u n a diferenciación
entre características p rim a ria s y se c u n d a ria s: por ejemplo,
las características p rim a ria s y se c u n d a ria s de la esquizofre­
nia. L a m ás reciente solución a este problem a aparece ejem ­
plificada en el D S M - I I I R , donde se le d e ja a l p rofesion al un
elemento de elección. U n paciente es denom inado borderline o
“lím ite” si presen ta por lo m enos cinco sín tom as de una lista
de ocho...
Lo interesante de este fracaso es que su núcleo consiste en
la tensión entre la rea lid ad clínica y la conceptualización, una
tensión que siem pre reaparece, de una u otra m an era. Lacan
la h a resum ido en uno de sus enunciados paradójicos: “el psi­
coan álisis es la ciencia de lo p a rtic u la r”. U n a de las innova­
ciones de F re u d fue su solución a este problem a. En lu gar de
construir gu propio sistem a de categorías en el cual cada pa­
c ien te ten d ría q u e en co n tra r u n lu g a r a d e c u a d o , y después
t r a t a r <ie convencer a l m undo de que su sistem a - y solamente
su sistema— era el que resu lta b a útil, optó por un abordaje to­
talm ente distinto. E sc u c h ab a a todos los pacien tes y de cada
historial resu ltaba u n a categoría en la cual en tra b a un uno y
único individuo. E n sus E s tu d io s sobre la h is te ria ya h abía
observado que la h isteria no existe como categoría separada,
y q u e la rea lid ad clínica siem p re rev e lab a com binaciones de
diferen tes tipos de n eurosis, cuya form a p u r a sólo se encon­
t ra b a en la psicología de m a n u a l .1 El resultado paradójico de
este enfoque freudiano, que p riv ilegiab a al individuo, e inclu­
so los sín tom as in d iv id u a le s de un pacien te in d iv id u a l, fue
q u e sólo F reu d logró e la b o ra r u n a teoría g e n e ra l de la psique
h um an a. Este m étodo no es en absoluto secreto. P a r a dar el
paso desde la re a lid a d clínica in d iv id u a l h a sta u n a concep-
tualización general, F re u d em p leab a Tina teoría de confección
o poco m enos. P o r cierto, e l n úcleo de la teo ría fre u d ia n a se
b a s a b a en m itos y relatos clásicos: la tra g e d ia de E d ip o y la
historia de N a rc iso son los ejem plos m ás fam osos. E n el últi­
mo volum en de la S ta n d a rd E d itio n encontram os diez pá g i­
n a s llenas de referencias a o b ras de arte plástico y literatura.
Y F re u d fue a ú n m ás lejos con esta solución, inven tan do él
m ism o un mito cuando no e n co n tra b a a lg u n o adecuado: por
ejem plo, el padre prim ordial de T ótem y tabú.
Este enfoque freu diano gen eró u n a im portan te irrupción y
un nuevo p a ra d ig m a . N o obstan te, p re se n ta b a un p a r de se­
ria s desventajas. E l método sólo resu ltaba útil si el relato era
lo suficientem ente vago. E n cuanto uno estu d ia el mito en su
particularidad, se convierte en parte de e sa ciencia de lo par­
ticular. E l propio Edipo ten ía su propia v ersión del complejo
de E d ip o ... U n a segu n d a y m á s im portante d esv en taja tenía
que v e r con el contenido de esos mitos, específicam ente con la
p o sibilidad que se lo psicologizara y se le a trib u y e ra u n a rea­
lidad su stan cial. Esto es lo que sucedió con la teoría junguia-
na y P osju n gu ian a. Sin ir m ás lejos, una cita de L a c a n basta
p a ra S e ñ a la r la tra m p a : “a u t e n tic a r lo Im a g in a rio es hacer
e n tra r e n la an tecám ara de la locu ra ” .2
B “j o esta luz debem os con siderar la teoría la c an ian a como
un im portante avance irruptivQ M ien tras que F re u d pasó del
pacien te in d ivid u al a los m itog su byacentes, L a c a n avanzó
desde esos mitos h a s ta la s e stru c tu ra s fo rm ale s que los go­
b iern an . E n este sentido, la m á s im portante de las estructu­
ras lacan ian as es la teo ría de 1 <js cuatro discursos.^
L a s ventajas de e stas estru ctu ra s form ales son obvias. En
p rim e r lu g a r, hay u n a g a n a n c ia enorm e en el n ivel de a b s ­
tracción. Lo mismo que en a l g a r a , casi todo puede represen­
tarse con esas '‘letritas”, la a, la S y la A, y las relaciones en ­
tre e lla s .4 P recisam en te este n ivel de ab stra c c ió n es lo que
nos perm ite in s e rta r a los objetos in d iv id u a le s en el marco
principal. En segundo térm ino, como estas estructuras form a­
les carecen totalm ente de carne y hueso, reducen la posibili­
dad de psicologización. Si u no com para el p a d re p rim ord ial
freu dian o con el S i la c a n ia n o , a dvierte q u e la diferencia es
muy cla ra: en el p rim e r caso, vem os ante nosotros un gorila
envejecido, d e se n fre n a d o entre su s h em bras. E n cam bio, si
escribim os S i, re s u lta m u y difícil im a g in a r a ese mono... y
precisam ente esto a b re la p o sibilidad de otras interpretacio­
nes de esta m uy im portan te función.
Esto nos lleva a la te rc e ra ventaja: e stas e stru ctu ras nos
perm iten tim onear la práctica clínica de un modo m uy e fi­
ciente. P or cierto, rep resen ta u n a diferencia enorm e que utili­
cemos el discurso del am o o el de ja histérica en u n a situación
dada; las fórm ulas respectivas hacen posible predecir el efec­
to de u n a elección p a rtic u la r.
P or supuesto, este sistem a tiene tam bién u n a desventaja,
( ’om p a ra d o con los m itos freu ijjan os y la s h istorias tradicio­
nales, las estructuras a lg e b ra ic as lacan ian as parecen ab u rri­
das. N o tienen carn alidad, carecen por completo del atractivo
de orden im aginario tan presente en aqu ellos relatos. Éste es
el precio que hay que p a g a r.
Los criterios diagnósticos bagados en este modo de pensar
son com pletam ente n uevos. L as d ife re n c ia s fu n d am en tales
respecto del psicodiagnóstico clásico pueden resu m irse como
sigue. Prim ero, una estru ctu ra lingüística proporciona el pun­
to de partida. Segundo, el otro recibe un lu g a r m uy prom inen­
te en el diagnóstico. T ercero, núcleo del sistem a tiene que
ver con el goce, aun qu e de un Tnodo muy extraño: cada discur­
so es u n m étodo específico de evitar el goce, de e rig ir u n a pro­
tección c o n tra él y de m a n te n e r intacto el deseo. E n últim a
in sta n c ia , todos los d iscu rso s ofrecen u n a re s p u e s ta al inte­
rro g a n te qu e ocupó la m e n te de L acan desde el principio:
¿quién e stá h ablan do, cu á l es la posición del sujeto en el len­
guaje?
Com o teoría, los discursos representan el pináculo del pen­
sam iento lacan ian o sobre la identidad psíquica. S eñ a la n tam ­
bién u n a ru p tu ra con los neofreudianos y con el propio Freud.
A n tes, la p s iq u e e ra con ceb id a como u n a esen cia su stan cial
p ro fu n d a m e n te e n te rra d a “en algún la d o ” (e l sí-m ism o inte­
rior de u n a p e rso n a lid a d ), y el inconsciente como el depósito
de todos los deseos que constituían el sótano de ese sí-mismo
interior. P a r a L acan , este sótano, lo m ism o que toda la casa,
está vacío. Todo sucede en la calle. La iden tidad está siempre
afuera, con el O tro o, m ás precisam ente, en la relación parti­
cular con ese Otro. T al es el sentido de algu nos enunciados cé­
lebres y cuestionados, como “el inconsciente es el discurso del
Otro”, o “el deseo es el deseo del Otro”. E sta visión es tan nue­
va que ni s iq u ie ra a los círculos lacan ian os les h a resultado
fácil p e n e tra r en ella. E s probable que la tentación de pensar
“soy un dios en m is pen sam ien tos más p rofu n d os” se a dem a­
siado fu e rte . L a teoría d e l discurso es u n a form alización del
nuevo m odo de ver.

Discurso y comunicación: posiciones y disyunciones

El d isc u rso evoca de m odo n atu ral la id e a de com unica­


ción, qu e h a ocupado el centro de la atención d u ran te los últi­
mos veinte años en m uchos campos diferentes, desde las rela­
ciones h u m a n a s hasta la genética, pasando por la electrónica.
U n a m eta u n ific a d o ra c a ra c te riz a a e stas d e n o m in a d a s teo­
ría » de la com unicación: e lla s asp iran a lle v a r la com unica­
ción n un n iv e l de p erfección que elim in e c u a lq u ie r tipo de
"ruido", de modo que el m en saje pueda flu ir librem en te entre
i*l wninor y el receptor. E l m ito básico que gobiern a estas teo-
rlitrt on ni ideal de la com unicación perfecta sin n in g ú n impe­
dimento.
KmI /• ¡don no tiene n a d a que ver con el concepto gen eral del
discurso, tal como fue acuñado por M ich el F o u c a u lt en d i­
ciem bre de 1970, en su conferencia in a u g u ra l en el Collége de
France. P a r a Foucault h ay u n a relación especial entre el dis­
curso y el poder. E l efecto de un discurso se hace sentir impo­
niendo sus significantes a otro discurso. P o r ejem plo, durante
la G u e rra del Golfo los bom bardeos se describieron como “me­
didas quirúgica3 tom adas con precisión q u irú rg ic a ”; esta m e­
táfo ra expresaba el poder del discurso médico, en cuanto era
u tilizada fuera de su cam po propio de aplicación. E n tal senti­
do, el análisis del discurso es un instrum ento m uy útil para la
investigación histórica de la evolución del poder, que era pre­
cisam ente lo que F ou cau lt qu e ría hacer.
L a teoría lacaniana del discurso no tiene n a d a que ver con
estas otras teorías. P u e d e incluso decirse que el punto de vis­
ta lacan ian o se opone rad icalm en te a la teoría de la com uni­
cación como tal. porqu e parte del supuesto de que la comuni­
cación siem pre fra c a sa y, adem ás, tiene que ser un fracaso,
razón por la cual segu im os h a b la n d o . 3i p u d iéram os enten­
d em os perm aneceríam os en silencio, y la com m u n io perfecta,
soñ ada, se produciría en el ám bito de un adecuado silencio y
con los ojos cerrados. A fo rtu n a d a m e n te la s pe rso n a s no se
com pren den , de modo que tienen qu e h a b la rse . Los cuatro
discursos trazan a lg u n a s líneas a lo largo de las cuales puede
producirse esta im posibilidad de com unicación. E s allí donde
se presenta la diferencia con la teoría de Foucault. En su teo­
ría del discurso. M ich el F oucault tra b a ja con el m aterial con­
creto del significante, poniendo el acento en el con ten id o del
discurso. Lacan, por el contrarío, v a m ás a llá del contenido y
e n fa tiza las relaciones form ales que cada discurso establece
en el acto de habla: “como la estru ctu ra necesaria de algo que
excede en gran m edida a la p a la b ra siem pre m ás o menos ca­
su a l [. . . ] consiste en relacion es fu n d a m e n ta le s que no ten­
d rían literalm en te e x isten cia sin el le n g u a je ”. Esto im plica
que la teoría la c a n ia n a del discurso debe en ten derse en pri­
m er lu g a r como un sistem a f o r m a l , in d epen dien te de cu a l­
q u ie r p a la b r a h a b la d a como tal. E l discu rso existe antes de
que se pronuncie c u a lq u ie r p a la b r a concreta y, m ás aún, el
discurso determ ina el acto de h a b la concreto. E sta determ ina­
ción re fle ja un su pu esto la c a n ia n o básico, a sa b e r: que cada
discurso e n c a m a u n a relación fundam ental, de la cual resul­
ta un p a rtic u la r v ín cu lo social. Puesto que h a y cuatro discur­
sos, h a b rá tam bién cuatro diferentes vínculos sociales.
Es im portan te a d v ertir que, por em pezar, todos los discur­
sos están vacíos. N o son m ás que recipientes vacíos con una
form a p a rtic u la r que determ in ará el contenido que se deposi­
te en ellos, y por lo tanto pueden contener casi cualquier cosa.
En cuanto uno reduce u n discurso a una interpretación, toda
la teo ría im plo sio n a y volvem os a la ciencia de lo particular.
Como recipiente, cada discurso tiene cuatro compartimientos
diferentes en los que se pueden poner cosas. Estos com parti­
mientos se denom inan posiciones, y las cosas que ubicam os en
ellos son térm in os.
H a y cuatro posiciones diferentes, que m an tienen u na rela­
ción fija entre sí. L a p rim era posición es obvia: un discurso se
inicia con a lg u ie n que h a b la , al que L a c a n lla m a agente.
Q u ien h a b la se d irig e a a lg u ie n , que o c u p a la se gu n d a posi­
ción, d e n o m in a d a o tro . D e sd e luego, e sta s dos posiciones no
r e p re se n ta n m ás que la expresión consciente de u n acto de
h abla, y en tal sentido constituyen el núcleo de toda teoría de
la comunicación:

agente ------ ► otro

D e n tro de esta relación m ínim a en tre em isor y receptor,


entre el agen te y el otro, se apu n ta a u n cierto efecto. E l re­
sultado del discurso se hace visible en este efecto, y lleva a la
posición siguiente, den om in ada p ro d u cció n .

agente ------ ► otro

I
producción

H a s t a este punto estam os aún en el m arco de la teoría de


la com unicación clásica. Sólo la cuarta posición introduce el
punto de v ista psicoanalítico. En r e a lid a d se trata de la ver­
d a d e ra p rim e ra posición, a saber, la posición de la verdad.
P o r cierto, Freud h abía dem ostrado que el hom bre que habla
es im pu lsado por una verdad, aunque él mismo la desconozca.
E sta posición de la v e rd a d funciona como m otor y punto de
p a rtid a de todos los discursos.

agente -------► otro

1
y

verdad II producción

L a posición de la v erd ad es el “prim er m óvil” aristotélico,


que afecta a toda la estru ctu ra del discurso. Su p rim era con­
secuencia es que el agente sólo es agente en apariencia. El yo
no h a b la , es hablado. L a observación del proceso de la asocia­
ción lib re lleva a esta conclusión, pero incluso el h a b la co­
rrien te atestigu a el hecho. C u a n d o h ablo no sé lo que voy a
decir, a m enos que lo h a y a a p re n d id o de m em oria o esté le­
yendo. E n todos los otros casos, no h ablo tanto como soy h a ­
blado, con p a lab ra s im p u ls a d a s por un deseo, con o sin mí
acuerdo consciente. E s u n a cuestión de observación sim ple,
pero h iere profundam ente el narcisism o del ser hum ano, por
lo cual F re u d la consideró la tercera de las gran des h u m illa ­
ciones narcisistas de la h u m an id ad . El lo expresó m uy conci­
sam ente: uda$s das Ic h kein H e rr sai. in seinern eigenen H au -
se”, “el yo no es amo en su prop ia c a sa ” .5 E l equ ivalen te
lacan ian o de esta fórm ula fre u d ia n a es: “le s ig n ifia n t, c ’est ce
qu i represénte le sujet p a u r un a u tre s ig n ifia n t”, “el significan­
te es lo que representa al sujeto para otro significante ” .6 Con
este cam bio de énfasis (p u e sto que no es el sujeto sino el sig­
nifican te el que rige en la definición), Lacan define a l sujeto
como efecto pasivo de la c a d e n a significante, y no p o r cierto
como am o de ella. El a g e n te del discu rso es sólo un falso
agen te, “un sem blante", u n a en tid a d ficticia. L a v e rd a d e ra
fu erza im pu lsora está debajo, en la posición de la verdad.
U n a segun d a consecuencia de la introducción de esta fuer­
za im pu lsora es <]ue so q u ie b ra la secuencia com unicativa del
discurso. Casi podríamos sen tim os tentados a esperar u n a se­
cuencia lógica en virtud de la cual el agente traduzca la v e r­
dad en u n m ensaje dirigido al otro y generador de u n a produc­
ción que, en u n m ovim ien to de retroalim en tación , vu elve al
emisor. N o se tra ta de esto. E n la teoría la c a n ia n a no hay una
verdad que p u eda ponerse completamente en p a la b ra s; por el
contrario, la n a tu ra lez a exacta de la verd ad es ta l que resulta
im posible p on erla en p a la b ra s. En lo R e al h ay siem pre algún
elem ento que no puede se r verbalizado. A esta característica
Lacan la denom ina ‘Ye m i-d ire de la vérité”, “el decir a medias
de la verd ad". E n lo esencial, ésta es tam bién u n a idea freu-
dian a; la com pleta v e rb a liz a ció n de la v e rd a d es im posible,
porque la represión p rim aria mantiene al objeto original defi­
n itivam en te fu e r a del ám bito del lenguaje, lo qu e a l mismo
tiempo significa “m ás a llá del principio de pla ce r”. E l resulta­
do es u n a in term in able compulsión a repetir, un intento ince­
sante de v e rb a liz a r lo n o-v erb al. Por su pu esto , otra conse­
cuencia es la incesante insistencia de este “decir a m edias de
la verdad"; K ie rk e g a a rd lo expresó bellam ente: “la repetición
es una esposa a m a d a de la qu e uno no se c a n sa n u n c a ” .7 De
a llí que todo discu rso sea u n a estructura a b ie rta , en la cual
esa apertu ra funciona como elemento c a u sa l :8 en virtud de la
falta estructural, el discurso se mantiene dando vueltas.
A d em á s de estas cuatro posiciones, la e stru c tu ra form al
del discurso consta de dos disyunciones, que expresan la rup­
tura de la lín ea de com unicación. E stas disyu n cion es son de
sum a im portan cia y constituyen la parte m ás difícil de la teo­
ría. E n el nivel su p e rio r del discurso, tenem os la disyunción
de im p o s ib ilid a d ; en el n iv el inferior, la disyunción de im p o­
tencia. A m b a s están relacionadas.

imposibilidad
agente ------ ► otro

ir
verdad II producción
impotencia

Disyunción de im posibilidad: el agente, sólo u n agente fic-


ticío. es im pulsado por u n deseo que constituye su verdad; co­
mo esta verdad no puede ser totalm ente verbalizada, el agen­
te no pu ede tran sm itir por com pleto su deseo al otro; de allí
que la com unicación perfecta con p a la b r a s sea lógicam ente
im posible. E sta es la explicación la c a n ia n a de las conocidas
dificultades de la comunicación. S in em bargo, esta disyunción
de im posibilidad va m ás lejos. L o que L a c a n expresa con ella
es n a d a menos que el célebre “no h a y relación sex u al”, la ine­
xistencia de la relación sexual. E ste enunciado, que es ya en
sí m ism o un resum en m uy denso de toda u na teoría, aparece
aún m ás condensado en la disyunción de la paite su perior del
discurso. E l otro está siem pre d em asiad o lejos del agente, con
el im p ortan te resultado de que el a g e n te sigue p e g a d o a un
deseo imposible. Este es im portante porque constituye la base
del vínculo social particu lar que cara c te riza a cada discurso.
C a d a uno de los cuatro discursos u n e a un grupo de sujetos
por m edio de la particular im posibilidad de un p a rtic u la r de­
seo.
E n el nivel inferior está la disyunción de impotencia. Esta
im potencia tiene que ver con el vínculo entre la producción y
la verdad. .Como resultado del discurso del otro, la producción
no tiene n ada que ver con la verd ad del agente. Si al agente le
resu lta ra posible v erb alizar com pletam ente su verdad para el
otro, este otro resp on d ería con u n a producción a p ro p ia d a ;
puesto que esta precondición n u n ca se cum ple, n in g u n a pro­
ducción puede corresponder a lo qu e subyace en la posición de
la verdad.
P a r a d e sc rib ir estas dos d isyu n cion es de modo sim ple, lo
m ejor es com enzar desde el punto de v ista opuesto, en el que
ellas están abolidas, como en “le d im a n ch e de la vie ” , “el do­
mingo de la vid a ”, en el que serían posibles la comunicación y
la relación sexual perfectas y soñadas. E n este caso, la verdad
encontraría u n a expresión com pleta en el deseo que el agente
tiene del otro, realizando la relación perfecta entre ellos, cuyo
producto se ría u na satisfacción d e fin itiv a que a b r a z a r a la
verdad. Este guión de Hollyw ood depen de de todo lo que ocu­
rre fu e ra del ám bito del significan te, p u es de lo contrario es
estructuralm ente im posible. E n cuanto uno habla, la verbali-
zación de la verd ad de lo que dice se vu elve im posible, gene­
rando la im posibilidad de re a liz a r el propio deseo en el lugar
del otro (“¿mi c a sa o la tuya?”), y de tal modo la im potencia de
la convergencia entre la producción y la v e rd a d .9
E stas dos disyu n cion es constituyen la p a rte m ás difícil e
im pen etrable de la teoría del discurso. C o n d en san un im por­
tante descubrim iento freudiano, a saber: el constante fracaso
d el principio de placer y las consecuencias de ese fracaso. Se
tra ta de un fra c a so que encuentra expresión en la disyunción
de impotencia, con la im posibilidad resultante. E l hom bre no
puede volver n u n c a a lo que F reu d denominó “die p rim a re Be-
frie d ig u n g s e rle b n is ”,10 la experien cia p r im a r ia de satisfac­
ción; es incapaz ( im potente) p a ra realizar este retorno debido
a la S p a ltu n g p rim a ria , la división del sujeto en el lenguaje.
P ero no deja de in ten tarlo, y en el proceso q u e d a pegado, es
decir, e x p e rim e n ta la im p o s ib ilid a d . T o d a b io g ra fía puede
leerse como u n a h istoria de esta im posibilidad. A h o ra bien,
en lu g a r de la m e n ta r la condición hum ana, es mucho m ás im ­
portante com prender el rasgo crucial de esta im posibilidad, es
decir, que constituye sólo la capa superior de u n a impotencia
subyacente, y qu e la estru ctu ra es en su to ta lid a d una estruc­
tu ra p ro te c to ra . S i p u diéram os volver a esa experien cia pri­
m a ria de goce, se re a liz a ría la relación sim biótica perfecta, y
ella im plicaría el final de n uestra existencia como sujetos. Por
esto el sujeto psicótico, que no comparte la estru ctu ra del dis­
curso, tiene qu e encontrar u n a solución p riv a d a a este peligro
siem pre p resen te de desaparecer en el g ra n O tro .11 U n sujeto
norm alm ente dividido está protegido de este peligro. P a ra de­
cirlo sin a m b a je s: en el cam ino hacia la b e a titu d de u n goce
que lo a ba rq u e todo, en el cual podríamos desaparecer, queda­
mos pegados en el punto del orgasmo, que pone fin a ese goce,
de modo q u e podem os e m p e z a r de nuevo. A lg u n a s personas
tienen tanto m ied o que no lle g a n siq u ie ra a ese punto, y se
detienen en u n obstáculo anterior.

Los términos y el discurso

E n este sen tid o , los cu atro discursos son cuatro m aneras


diferentes de a d o p ta r u n a posición por parte del sujeto, en re­
lación con el fracaso del principio de placer (en el nivel supe­
rio r) y ta m b ié n cuatro m a n e ra s diferentes de e v ita r el goce
(en el n ivel inferior). D e tal modo, c a d a u n a de esas cuatro
m an eras representa u n cierto deseo y su fracaso, de lo que re­
su lta u n vínculo social típico. E l c a rá c te r típico de cada dis­
curso concreto qu eda determ in ado p o r la posición de los té r­
m inos. P o r cierto, la s cuatro posiciones y las dos disyunciones
siguen siendo los m ism os en los diferen tes discursos; la dife­
rencia está en los térm in os, en su rotación en las posiciones
fijas.
E n sí mismos, los térm inos son obvios, en cuanto tienen
origen en la anterior teoría lacaniana del inconsciente y la es­
tructura del lenguaje. P a r a que b a y a u n a estructura lin gü ís­
tica m ínim a, tiene qu e h a b e r por lo m enos dos significantes:
esto nos da dos térm inos: Si y Sy. S i, como el prim er sig n ifi­
cante, tiene un estatuto especial, el “lím ite” freudiano, el “sín­
toma prim ario'’ o el “sím bolo p rim ario” del Proyecto de p s ico ­
log ía . E s el significan te am o que a p u n ta a obliterar la falta,
q u « preten de ser la g a ra n tía del proceso de cu brir esa falta.
El m ejor y m ás breve ejem plo es el significan te “yo”, que nos
da la ilusión de tener u n a identidad por derecho propio. Sa es
el nom bre del resto de los significantes, de la cadena o red de
significantes. En este sentido, es tam bién el nombre del sa b e r
contenido en esa cadena.
Los dos últimos térm inos son por igu a l efectos del sign ifi­
cante. D esde el punto de vista de L a c a n . la presencia de dos
significantes es la condición necesaria p a ra que haya un su je­
to; "un significante es lo que representa a un sujeto p a ra otro
significante”. De modo que el tercer term ino es el sujeto divi­
dido, ¡rj. No menos im portante es el últim o de los términos, el
objeto perdido, que se escribe objeto a. E l resultado de la a d ­
quisición del lenguaje es la pérdida de una condición p rim aria
den om in ada “n a tu ra le z a ”. Desde el m om ento en que el hom ­
bre h a b la , se convierte en sujeto del len g u a je (de hecho, un
sujeto dividido) que in te n ta a p re h e n d e r un objeto que está
más a llá del lenguaje o, m ás exactam ente, una condición que
i‘stii m ás a llá de la separación del sujeto y el objeto. Este obje­
to rep resen ta el térm ino final del deseo en sí, pero, como está
más a llá del ám bito del significan te y p o r lo tanto m ás a llá
del principio de placer, se encuentra irrevocablem ente p erd i­
do. A l mismo tiempo, es el motor que m antiene en m archa al
hombre. P a r a L a c a n constituye la base de toda form a de cau­
salidad hum an a.
Por cierto, el sujeto tra ta de recuperar su u n id a d perdida
acum ulando significantes com binados en u n a red. Esto im pli­
ca que la c a u sa de la p é rd id a original se u tiliz a como medio
p ara cancelar e sa pérdida. O bviam ente, esto tiene que fallar,
y el resultado es u n a repetición interm inable. Pero la acum u­
lación de sign ifican tes t a m b ié n produce u n cuerpo creciente
de saber, sin un aum en to correlativo del goce p a ra el sujeto.
Quien se am plía es el Otro, S 2 . Lacan e q u ip a ra este saber con
el goce del O tro: “E l sa b e r es el goce del O tro ” .12 T am bién és­
ta es u n a idea fre u d ia n a . U n o de los prim eros descubrim ien ­
tos de F reud fue que el inconsciente contiene un sa b e r desco­
nocido p a ra el sujeto, y qu e este saber a rtic u la u n a cierta
satisfacción m ás a llá del sujeto: ésa e ra la conclusión de L a
in terpreta ción de los sueños, E l chiste y su re la ció n con lo in ­
consciente y P s ic o p a to lo g ía de la vida c o tid ia n a . E l dispositi­
vo de aprendizaje lingüístico que está siem pre expandiéndose
también se goza.
L a relación en tre el sa b e r, el goce y el sujeto es en ciertos
aspectos paradójica. E l sa b e r restringe el goce del sujeto. U n a
vez más. el resp on sab le es el significante: la expansión de los
significantes, S 2 , g e n e ra u n a distancia e n constante creci­
m iento respecto d e l goce, y confirm a la p é rd id a del objeto a
como “p lu s de j o u i r ”. L a repetición a p u n ta a ese goce, pero
n unca puede a lc a n z a rlo , p u e s es siem pre u n a repetición de
significantes, y en consecuencia confirm a la pérd id a origin al
del objeto a y del goce del sujeto.
Estos cuatro térm inos, S i y S 2, S y a , tien en u n a relación
secuencial fija. S u orden no cam bia, pero p u ed en ocu par las
distintas posiciones, dan do lu g a r a las cuatro diferen tes fo r­
mas de discurso. E n la q u in ta rotación nos encontraríam os de
nuevo en el p u n to de p a r t id a , en virtud d e l orden fijo de los
términos.

Si ------- ► S2

Discurso del amo


S2 ------ ► a

Si // S
Discurso de la universidad

Sa II Si
Discurso del analista

S -------► Si

a // S -2
Discurso de la histérica

LA HISTERICA ENTRE EL AMO Y EL ANALISTA

E l d is c u r s o d e l a m o 13

E n la prim era parte hem os aprendido que la histérica está


siem pre en busca de una encarnación del am o-m aestro mítico.
Como encarnación, todo am o real está condenado a fracasar.
L a estru ctu ra del discurso nos m ostrará por qué. A dem ás, la
relación entre la histeria y el saber re s u lta rá mucho m ás cla­
ra en cuanto reciba su estatuto en el discurso de la histérica,
y se la vea en su relación con el discurso del amo.
L a c a n considera que el discurso del am o es el inicial desde
el punto de vista lógico. F u n d a el registro simbólico como tal,
da expresión form al al complejo de E dipo y explica la consti­
tución del sujeto. Es el discurso en el cu al los térm inos y las
posiciones parecen corresponderse. E l agen te es el significan­
te am o, q u e finge ser uno y no estar dividido. Como dice L a ­
can, es este p articular significante el q u e me da la idea de
que soy de m í mismo o am o de m í m ism o: “m a itr e ¡m ’étre á
n o i-m é m e ”. E l deseo de este discurso es po r cierto ser uno e
indiviso, por lo cual el sign ifican te amo tra ta de u n irse a Ss
en el lu g a r del otro:
Si ► S2

Este deseo es im posible: en cuanto hay u n segundo signifi­


cante, el sujeto q u e d a necesariam ente dividido entre am bos.
P o r ello encontram os a este sujeto dividido en la posición de
la verdad: la v e rd a d oculta del amo es que está dividido.

Si — ► S2

t
S

E n térm inos fre u d ia n o s: e l padre ta m b ié n está som etido


a l proceso de la c a stra c ió n , el padre p rim o rd ia l es sólo un
constructo im a g in a rio del sujeto. El resultado de este anhelo
im posible de se r u n o e in d iv iso a través de los significan tes
constituye una m e ra p a ra d o ja : resulta en u n a incesante pro­
ducción del objeto a, el objeto perdido.

S2

T
a

Este objeto a , c a u sa de deseo, nunca p u ede ser puesto en


relación con la división del sujeto. El efecto es que el discurso
d e l amo excluye el fa n t a s m a básico debido a su estru ctu ra:
S 0 a no es posible, el am o es impotente p a ra asu m ir esta rela­
ción. A ello se d e b e que se a estru ctu ralm en te ciego en este
sentido: S II a.
U n o de los aspectos m á s interesantes de este discurso es la
relación entre el sign ifican te am o en el lu g a r del agente y S -2
en el lugar del otro. Esto im plica que el s a b e r está tam bién si­
tuado en la posición del otro, lo cual significa que el otro debe
sostener al am o en su ilu sió n de que form a u n a unidad con su
sa b e r. Los d iscíp u los h a ce n a l maestro o, en los térm inos de
H egel, es el esclavo quien confirm a, por m edio de su saber, la
posición del am o. P o r cierto, esta parte su perior ilustra el he­
cho de que el a m o d e se a s e r el Otro, u n a en cam ación del s a ­
b e r deseado por algún otro. Precisam ente en esta encrucijada
lo a g ú a r d a el sujeto histérico.
É se es tam bién el pu n to donde la cegu era del am o está de­
t e rm in a d a estru ctu ralm en te; él es ciego a su p rop ia verdad,
no p u e d e reconocer esa v erd ad , porque si lo hiciera caería de
su posición y dejaría de s e r el amo. L a v e rd a d es que el amo
tam bién está castrado. E n térm inos lacanianos, está dividido
por su introducción en el len guaje, lo m ism o que c u alqu ier
otra c ria tu r a hablante. E l am o ren iega su p ro p ia castración
a fe rrá n d o s e al significan te amo. E l sig n ific a n te es el tapón
que o b t u r a la falta fu n d am e n ta l, por m edio del cual el amo
cree se r uno, “m a itre / m ’étre á m oi-m ém e”. H em os visto que el
ejem plo m ás característico de este significante am o es el pro­
nom bre “yo”, que tiene u n estatuto p a rtic u la r en lingüística.
Se pretende que el “yo” del amo es idéntico a sí mismo, de mo­
do qu e se n iega la b re c h a y la d iferen cia entre el yo de la
enunciación y el yo del enunciado. P a ra L a c a n , esta negación
es el pu n to de p artida de u n a nueva d ic ta d u ra contem porá­
nea: la egocracia.
El fra c a so de este in ten to se a dvierte claram en te en la
parte su perior del discurso. Como Si, un sujeto idéntico al sig­
nificante am o único, el am o trata de a lc a n z a r a Sa, que es el
cam ino hacia el goce perdido. N ecesariam ente fracasa, porque
si realm en te quiere a s u m ir la cadena de los Sa, tiene que re ­
nun ciar a su posición ú n ica como Si. S u b siste entonces la bre­
cha, y el goce sigue fu e ra de alcance.
liste fra c a so in e v ita b le de la posición del am o está m uy
bien ilu stra d o en la relación entre F reu d y D ora. F re u d asu ­
mió la posición de m aestro, dando la im presión de que sabía
todo lo que h abía que s a b e r sobre el deseo. Traicionó su acti­
tud en u n a preciosa negación, “j ’appelle un chat un chat”, “yo
llam o gato al gato”, ilu stran do proverbialm ente la im posibili­
dad de n om brar al objeto del deseo, incluso en francés .14 E n el
momento mismo en que dem ostraba su saber, S i —» 82 , se vio
obligado a m ostrar su p ro p ia división y su propio deseo: D ora
ten ía q u e a n h e la r a l s e ñ o r K ., quien h a b ía ocupado la posi­
ción d e l pad re. Su argu m en tación b rilla n te y p e rsu asiv a se
vio in te rru m p id a por la b u rlo n a observación de la joven:
“¿Qué es lo que ha salido a luz que sea tan notable?” L a exas­
p e ra ció n de F reu d puso de manifiesto su p é rd id a de goce. Su
s a b e r se h a b ía perdido en el acto del h a b la , la e n tro p ía era
in e v ita b le. Esto resu lta incluso m ás claro en el discurso de la
u n iv e rs id a d , que es u n a form a m ás d é b il del discu rso del
am o.
E l único modo de co n se rv a r la posición de a m o o m aestro
c o n siste en p e rm a n e c e r en silencio. E v ita r los sig n ific a n te s
p e r m it e no ser d iv id id o por ellos. F in a lm e n te , e l único am o
exitoso es el amo m uerto, un amo que h a en trado en el silen ­
cio eterno.

E l discurso de la histérica

C u a n d o hacemos g ir a r los términos un cuarto del círculo,


o bten em o s el discurso de la histérica. E n el lu g a r del agente
en con tram os al sujeto dividido, lo que im plica que el deseo de
este discurso es el deseo en sí. está m á s a llá de cu a lq u ie r s a ­
tisfacción . E l vínculo so c ia l de este discurso es lo que F reu d
d e sc rib ió como identificación histérica con un deseo no satis­
fecho; él teorizó este tipo de identificación en P s ic o lo g ía de las
m asas y an álisis d el yo. E l ejemplo clásico e m p le a d o por L a ­
can es el sueño de la b e lla carnicera.
L a h isteria como víncu lo social siem pre pone én fasis en la
p o sibilid a d del deseo. E ste discurso, que es la consecuencia ló­
g ic a del discurso del am o edípico. es tam b ié n el discu rso del
n e u rótico común. E n c u a n to uno h a b la , pierd e e l objeto p r i­
m a rio y qu eda dividido e n tre significantes; el re s u lta d o neto
de e ste proceso es u n a iden tidad qu e se e n c u e n tra en flujo
constante, más un deseo que insiste y no puede se r satisfecho
ni destruido, como lo descubrió F reud a l final del L a in te rp re ­
ta c ió n de los sueños.

t— a

Este deseo, que se o rig in a en u na p é rd id a p rim a ria , tiene


qu<> expresarse a tra v é s d e una dem an da d irig id a a l otro. E n
i r»i m inos de discurso, h a y que convertir al otro en un signifi­
cante am o p a ra obtener u n a respuesta. D e este modo el suje­
to histérico siem pre hace un am o o m aestro del otro, y Si tie­
ne que producir una respuesta: S —> Si.
E s t a p e c u lia r relación e n tre la h isté ric a y el am o era ya
evidente en la s publicaciones posfreu dian as sobre la histeria.
Se fo rm u la b a n dos conclusiones: en p rim er lu g a r, la llam ada
objetividad del científico no podía en cu brir su inevitable su b ­
je tiv id a d ; en segundo térm ino; la histérica tiene u n a extraña
s o lid a rid a d con el hom bre como amo. U n a y otra vez lo eleva
de sp u é s de h a b erlo hecho caer. E l m ejor ejem plo es el de la
paciente que corregía en sus alucinaciones las sugestiones de
Janet.
D u ra n te las protestas de m ayo de 1968, cuando estudian­
tes h istéricos irru m p ieron en el sem in ario en el cual Lacan
e sta b a p re p a ra n d o la teoría del discurso, él les dio u n a muy
fría resp u esta : “Eso a lo que ustedes a sp ira n como revolucio­
narios, es un amo. Lo te n d rá n .” A ellos les tomó veinte años
c o m p re n d e rlo ... Los in te rro g a n te s p la n te a d o s a l am o son
siem pre los m ism os: "D íg a m e quien soy yo, d íg a m e lo que
q u iero”. A u n q u e este m aestro puede encontrarse en distintos
lu gares (y ser un sacerdote, un médico, un científico, un ana­
lista, o incluso un esposo) h a y un factor común: se supone que
él sabe, se supone que producirá la respuesta. P or esto encon­
tram os el conocimiento, S 2 , en la posición de producción. Esta
resp u esta siem pre yerra. S 2 como saber gen eral es im potente
p ara prod ucir u n a respuesta p articular a la fuerza im pulsora
p a rtic u la r del objeto a en el lu g a r de la v erd ad : a II S 2. Esto
ge n e ra inevitablem ente u n a b a ta lla interm in able entre el su­
jeto histérico y el amo circunstancial. P o r ello los revoluciona­
rios siem pren term inan introduciendo un nuevo am o, a m enu­
do m ás cru el y duro que el an terior; p o r ello todo amo, un
poco antes o después, term ina con su cabeza en un lu g a r ines­
perado. E stru ctu ralm en te, el discurso de la histérica resulta
en la a lie n a c ió n del sujeto histérico y en la castración del
amo. L a resp u esta dada por el am o siem pre y e rra , porque la
v e rd a d e ra concierne al objeto a, el objeto perdido p a ra siem­
pre, que no p u ede ponerse en p a lab ra s. L a reacción común a
este fracaso consiste en producir incluso m ás significantes, lo
cual no hace m ás que a le ja m o s del objeto perdido quo ocupa
la posición de la v e rd a d . E l resultado in e v ita b le es u n a con­
frontación entre el amo, p o r u n a parte, y la falta fundam ental
de la caden a sign ifican te p o r la otra: p a r a la caden a sig n ifi­
cante es im posible v e rb a liz a r una verdad final. E sta im posibi­
lid a d causa el fracaso del am o y entraña su castración simbó­
lica. M ie n tr a s tan to el am o, en la posición del otro como S i,
h a producido un cuerpo creciente de S 2, de saber. E s este m is­
mo sa b e r lo que el sujeto histérico experim enta como profu n ­
dam en te alienante: como respuesta a su pregun ta particular,
la h isté ric a recibe u n a teo ría general, u n a religión, u n ... N o
im p o rta qu e obedezca o no obedezca, q u e se iden tifiqu e o no
con esa respuesta. E n todos los casos, la respuesta se rá senti­
d a como alie n a n te. E l s a b e r como producción es in ca p a z de
decir n ada im portante sobre el objeto a que ocupa el lu g a r de
la ve rd a d : a // Sa-
A través de la h istoria encontramos la serie siguiente:

a Si S2 S
? sacerdote religión santo/bruja
? científico ciencia creyente/incrédulo
? analista saber histérica buena/
psicoanalítico histérica mala 15

E l rédito de todo esto e s el cuerpo del sa b e r en expansión.


Si exam in am os la h isto ria de la ciencia, nos resu lta fácil lle­
g a r a la conclusión de q u e es esencialm ente una h is to r ia : la
ciencia siem pre h a sido u n intento de responder a los interro­
g a n te s existenciales, y el único resultado es la ciencia en sí...
E sto es m uy claro en las ciencias h u m a n a s, donde incluso el
p s ic o a n á lisis es u n prod u cto de la h iste ria . P ero lo mism o
p u ede decirse de todo el desarrollo del saber, aun en u n nivel
estrictam ente individuad. U n sujeto en desarrollo quiere cono­
cer la s respuestas a su p ro p ia división, y por ello continúa le­
ye n d o , h a bla n d o , etc é tera . T e rm in a rá con u na con siderable
c a n tid a d de sa b e r, que n o le enseña m ucho sobre s u objeto
perdido en el lu g a r de la verd ad.
E l sujeto histérico im p u lsa al otro a saber. L a histérica de­
s e a el s a b e r como m edio de goce. E sto es estru ctu ralm en te
im posible, y la tra n sfo rm a de indnctora de saber en fuente de
fracaso, con lo cual dem uestra la falta fun d am en tal. L a histé­
ric a no sólo erige a l hom bre amo, sino que tam b ié n lo desen­
m ascara: el deseo de él tam bién está determ in ado por el obje­
to a, de modo que tam bién él está dividido. A l m ism o tiempo,
ella se rep lie ga como objeto del deseo: él no la desea a ella, si­
no a l objeto a. E s así como la histérica expone la pa ra d o ja del
am o como sujeto deseante: la verdad del am o es que él tam ­
bién e stá castrado, dividido y sometido a la ley. L a paradoja
consiste en que, al lu c h ar por obtener goce, lo único que él
puede prod ucir es un sa b e r siem pre insuficiente, y que auto­
m átic a m en te lo convierte en un amo. P o r cierto, si él quiere
d e sp le g a r este conocimiento tiene que h a b la r, pero en cuanto
lo h ace rev e la su división. P a ra el am o, el único m odo de se­
g u ir siendo am o es perm anecer al m argen del ju e g o del deseo.
E n este punto tenem os que realizar la tran sición desde el
am o h a sta el pudro idealizado. El padre rea l de la histérica es
siem p re un padre “castrado” . Tanto en los E s tu d io s como en
el caso D ora, oh débil y enferm o. A m enudo su potencial pro-
creativo ha desap arecid o m ucho antes, y él sólo fun cion a en
un nivel honorario: os un procreador retira d o , en el mismo
sen tido en que no h a b la de un m ilitar retirado. E s a llí donde
aparece la figura del padre idealizado. Com o ideal, e n ca m a la
posibilidad do creación en relación con la m ujer, m ien tras que
person alm en te está "fu era de servicio”.
Esta os la condición necesaria si quiere a su m ir la posición
del am o. Com o padre idealizado , es un p a d re im ag in ario , no
som etido a la pérdida p rim a ria , un pad re com pleto que está
m ás a lia de la castración. E n las fó rm u las la c a n ia n a s de la
sexuación que aparecen en A u n , esto está form ulado como si­
gue: h ay sólo una x no som etid a a la castración (3 x <t>x). E l
propio F re u d ya tenía conciencia de que sólo un padre muerto
puede a su m ir esa función qu e está m ás a llá de la castración.
En T ó te m y tabú es el p a d re prim ordial asesinad o el que fun ­
ciona como in au gu rad or de la ley. Sólo qu ien no desea no está
som etido a la castración, sigue indiviso y puede ocu par la po­
sición del amo. E s interesan te observar que a quien no ocupa
en vida la posición de am o se le suele a trib u ir u n a total conti­
nencia, a u n q u e no le se a realm en te prescripta. ¿No se h a di­
cho que F re u d dejó de tener deseos sexuales después de los 40
años? Otro m aestro, G a n d h i. hizo un voto de castidad com ple­
ta ( b ra h m a ch a ry a ) c u a n d o ten ía 36 años. C arece de im p o r­
tancia que esto sea r e a l o no. A los ñnes de n uestra tesis, b a s ­
ta con que le h aya sido a trib u id o al maestro. E n este sentido,
qu izá valga la pena r e p e n s a r la regía analítica de la a b stin e n ­
cia, y sobre todo sus interpretaciones.
E l p a d re id e a liza d o de la histérica es el pad re m uerto, el
p a d re que, liberad o de todo deseo, ya no está som etido a la
fa lta fundam ental y puede producir en su propio nom bre, Si,
u n saber, So, concerniente ad goce. T am bién esto es ilu stra d o
por D ora. E n su segun do sueño, recibe la noticia de la m uerte
d e l p a d re y se le p id e que v a y a ai fu n eral. ¿Cuál es su re s­
puesta? Se dirige a u n departam ento vacío, donde com ienza a
h o je a r febrilm en te u n a enciclopedia, es decir, el libro donde
e lla h a bía encontrado su s a b e r sobre la sexualidad. U n pad re
muerto, sin deseo, produce saber.

E l discurso del analista

D en tro del m arco e s tru c tu ra l de los cu atro discu rso s, el


discurso del an alista es el opuesto al discurso del amo, y el ú l­
tim o en la serie de p e rm u ta c io n e s por giro. Esto no im p lica
necesariam ente que a p orte u n a solución a l discurso del am o;
después de todo, por su etim ología, una revolución es u n giro
com pleto, h asta la po sición inicial. El producto del discu rso
analítico es el significante am o Si, lo que significa que nos de­
vuelve al punto de p a rtid a , e l discurso del amo. Éste es el pe­
ligro intrínseco del d isc u rso del analista, u n peligro q u e con
m ucha frecuencia se concreta. L a estructura gen eral es la si­
guiente.
En el lu g a r del a g e n te encontram os el objeto a, la c a u sa
ilol deseo. En este objeto p e rd id o se basa la posición de escu­
cha del analista, qu e o b lig a a l otro a tom ar en cuenta su pro­
pio ser dividido. P o r ello encontram os en la posición del otro
al jujeto dividido: a —> S.
La relación entre el a g e n te y el otro es im posible, po rqu e
convierte al an alista en la c a u s a del deseo del otro, elim in án -
ilulo como sujeto y red u cién d olo a mero residuo, desecho de la
t ild e n » significante. E s ta e s u n a de las razones por las cuales
Lacan sostuvo que ser a n a lis ta es im posible. L o único que se
puede h a c e r es funcionar com o tal p a ra a lg u ie n , d u ran te un
lapso lim itado. Esta relación im posible entre a y el sujeto di­
vidido es la base para el desarro llo de la transferencia, a tra ­
vés de la cu a l el sujeto p o d rá circun scribir su objeto. É sta es
una de la s m etas del an álisis. E s lo que L acan h a den om in a­
do “la traversée du fa n ta s m e " , el cruce o atra v e sa m ie n to del
fa n ta sm a fun dam en tal. N o rm a lm e n te (es decir, siguiend o el
discurso del am o que establece la n orm a) esta relación es in ­
consciente y form a parte de la disyunción de impotencia: S Ha.
E l d isc u rso del an alista, como in verso del discu rso del amo,
lleva esta relación al prim er plan o en form a invertida: a —» S
va de la im potencia a la im p o sib ilid a d , con la d ife re n c ia de
que se tra ta de una im posibilidad cuyos efectos pueden explo­
rarse: “L o q u e no cesa de no escribirse ’'.16 El producto de este
discurso es el significante am o o, en térm inos fre u d ia n o s, el
p a rtic u la r determ inante edípico de ese sujeto. L a función del
a n a lis ta con siste en lle v a r a l sujeto a ese punto, a u n q u e de
un m odo paradójico: la posición an alítica funciona por medio
de un no-fu n cion am iento d e l a n a lis ta como sujeto, lo que lo
reduce a la posición de objeto. E n consecuencia, el resultado
final del discurso analítico es la diferencia radical: en el m u n ­
do de la aparien cia, “le m onde d u sem blant”, todos somos nar-
cisísticam en te iguales, pero m á s a llá de este m undo somos
fundam entalm ente distintos. E l discurso analítico produce un
sujeto sin g u la r, que se construye y desconstruye en el proceso
del a n álisis; la otra parte no es m ás que un escalón de piedra.
Esto me re c u e rd a algu n os cuen tos p o p u la re s y de h a d a s en
los cuales la am ada, el objeto del deseo, no puede h a b la r por
una u otra razón, y el héroe tiene que crear u n a solución en la
cual e n fre n ta esencialm ente a su propio ser, un ser que antes
desconocía.
E n este discurso es notable la posición del saber. Uno de los
principales giros de la teoría y la práctica freudianas está rela­
cionado precisam ente con esto; m e refiero al modo en que el
an alista hace uso de su saber. E ste modo, indicado por el dis­
curso del a n alista , es paradójico: el sa b e r funciona en la posi­
ción de la verdad, pero (como el lu g a r del agente es ocupado por
el objeto a ) no puede introducirse en el análisis. E! analista au-
be, por cierto que sabe, pero no puede hacer mucho con ese sa ­
b e r m ientras ocupa la posición de analista. Ese saber puede de­
n o m in a rse docta ¿ gn ora n tia , u n a 'd octa ign oran cia”, como la
lla m ó Nicolás de C u sa en el siglo XV. E l analista h a aprendido
sabiam en te a no saber, y de ta l modo a b re el camino p a r a que
otro logre acceso a lo que determ in a su subjetividad.
E l producto del discu rso del a n alista es un S i, un sig n ifi­
can te amo. L a revelación d e este significante, que d eterm in a
la s vicisitudes del a n a liz a n te , tiene el propósito de a n iq u ila r
s u s efectos. E s extrañ o —d ic e Lacan — que el discurso m ás
opuesto a l del amo genere u n producto que es precisam ente la
b a s e del discurso del amo. O bviam ente, h a y que hacer esto en
u n estilo com pletam ente diferente: '‘[E l an alista ] debe encon­
tra rs e en el polo opuesto de toda voluntad al menos confesada
de dom inio”. É sta es u n a expresión estru ctu ral de lo p ecu liar
de la situación analítica, a u n q u e el a n alista suele fa lla r preci­
sa m e n te en este punto...
D e esta m anera, el d iscu rso de la histérica puede ubicarse
e n tre el discurso del amo y el discurso del analista.

Si ---- ► í>2
1 i
S — ► Si
1 a
i _
— ► s
s //

a

T
i
a // S2
T
S2 // Si

amo histérica analista

L a b a rr e ra entre a y S 2 e n el discurso de la histérica se le­


v a n ta en el discurso analítico y pasa a la incom patibilidad en­
tre el am o completo, ind iviso y sin deseo, por un lado, y el sa­
b e r como m edio de goce, S 2 // Si, p o r el otro. E l discu rso
a n a lític o d e m u e stra la im p o sib ilid a d de que el d iscu rso del
lim o proporcione u n a solu ción p ara la h isteria. P o r cierto, el
m u hi stéri co e stá en bxrsca de un m aestro (S —» S i ) que
1 In producir sa b e r sobre el goce:
E l discurso del an alista a su m e esta im posibilidad del dis­
curso del am o, S i —» S 2 , y d em u estra la im potencia del amo:
S 2 // Si.
L a p a rtic u la rid a d del discu rso del a n alista no reside sólo
en la evitación de la solución histérica clásica (la in tro d u c ­
ción y rem oción de la fig u ra del am o), sino tam b ié n en u n a
reelaboración estru ctu ral de su fracaso necesario. L a efecti­
vidad del discu rso del a n a lis ta es doble. P or u n a p a rte , e m ­
pu ja al pacien te en la dirección del discurso de la h istérica:
de la re sp u e sta a a - » S sólo puede resu lta r S - * S I , lo que
obliga al paciente a su b jetiv izar, a conciliarse con la v erd ad
oculta de su síntom a. En lu g a r de p re se n ta r su p ro b lem a a
alg ú n otro p a r a que lo r e s u e lv ^ e] paciente e n fre n ta u n a
perm utación en virtud de la cual se ve a sí m ism o como cen­
tro de la dificu ltad. De este modo le resu lta po sible lle g a r a
la verdad de su síntom a, exploran do su fan tasm a fu n d a m e n ­
tal. P or otro lado, en el discurso del an alista la im posibilidad
que está en el centro de la e stru c tu ra h istérica se pone de
m anifiesto m uy explícitam en te como la im posibilidad de es­
tablecer y sim u ltá n e a m en te rec h a za r al amo. E n tre S 2 y Si
hay en el discurso del a n a lis ta un a b a rre ra al goce: es preci­
so elegir, son im posibles las dos alternativas al m ism o tiem ­
po. Es a q u í donde se puede experim tm lnr el v a lo r dialéctico
de esta form alización del discurso: nnlirn la base de la s reac­
ciones del an aliz a n te a u n a interpretación, el a n a lis ta puede
defin ir rá p id a m e n te la posición q u « tione que a trib u irle . Si
él está situ ado en el eje S i —» Sa, se vorri incorporado a la se­
rie histérica S —» S i —> S 2 . Sólo ja secuencia an alítica puede
e n tre g a r la v e rd a d del sín tom a: a ►S —> S i, con la con di­
ción de que no c a ig a en “el reverso”, su otro lado: el discurso
del amo. S i este vuelco se produce, siem pre te rm in a en u n a
form a d ilu id a del discurso d e l amo, a saber: el discu rso de la
u niversidad.
P a r a Lacan, el discurso de la universidad es u na regresión
d esd e el discurso del amo. E l discurso del a n a lista , como su
opuesto, constituye el otro polo del discurso de la universidad,
y tiene que u bicarse entre los otros dos.
D iscu rso del amo:

t— — I
V o lvie n d o a trá s un cuarto de giro, tenem os el discurso de
la u niversidad:

t
S2 ----- ► a
Y
1 Si // s

D iscu rso analítico:

Si

regresión del discu rso del amo significa tam bién la r e ­


g re sió n del propio amo: 8 1 d esap arece bajo la b a rra , el saber
Ocupa el lu g a r de agente, y su v e rd a d es g a ra n tiz a d a por un
S 1 . Kn el discurso de la u n iv e rsid ad , el am o funciona como ga-
1 unto form al del saber, n e g a n d o de tal m odo la siem pre pro­
blem ática división del sujeto qu e sabe. Finalm ente, esta nega-
1 tón será un fracaso.
Iv-i usté sa be r el que ocupa la posición del agente en el dis-
1 u n o de la universidad. Si hacem os dar u n cuarto de giro ha-
■ 1 1 ¡ i I.i ; ih al discurso del am o, obtenem os el discurso de la uni-
11 niliul como regresión del discurso del am o, y como inverso
del d iscu rso de la histérica. E l agen te es un s a b e r de confec­
ción, m ie n tra s que el otro q u e d a reducido a la condición de
m ero objeto causa de deseo: S 2 —> a.
L a historia del psicoanálisis ilu stra la meta del discurso de
la u n iv e rsid a d : F reu d fue con vertido en garan te de un sa b e r
cerrado y bien establecido. E l aspecto problemático de su obra
se h ace a u n lado, y sólo su n o m b re subsiste como el s ig n ifi­
cante am o necesario p ara la g a ra n tía : “Made in .. .” El aspecto
u n ific a d o r de este S i y a se p re se n ta b a en el hecho de que el
posfreu dism o redujo a F re u d a la condición de un todo m a si­
vo, u n m onolito sin n in gu n a d in á m ic a interna. P o r cierto, se
reconocía la “evolución” de su o b ra, pero sólo en el sentido de
u n a p rogresión acum u lativa, q u e se iniciaba an tes de F reu d
1 la p siq u ia tría “dinám ica”), y desp ués de él lle ga b a al pinácu­
lo conocido como psicología del yo:

É ste es el vínculo social q u e resulta del deseo de alc a n za r


el objeto m ediante el saber. E l sa b e r es presentado como u na
u n id a d oi'gan izada y tra n sp a re n te que se toma del texto y se
a p lic a directam ente. La v e rd a d oculta es que sólo puede fu n ­
cionar si se lo garan tiza con u n significante amo.
T od o cam po de conocimiento funciona en virtud de u n a g a ­
r a n t ía de ese tipo. En n u e stro propio campo, rep etim os “L a ­
can h a dich o...”, “F reu d sostu v o qu e...”. El ejem plo prim ario
de e s ta relación entre el s a b e r y el significante am o es D e s ­
cartes, quien necesitó de Dios p a r a garantizar la corrección de
su ciencia.
E n la posición del otro en con tram os al objeto perdido, la
c a u sa del deseo. L a relación e n tre este objeto y la cadena sig­
n ifican te es estructuralm ente im posible: el objeto es p recisa­
m en te ese elem ento, Das D in g , que está m ás a llá del sign ifi­
cante. E n consecuencia, el pro d u c to de este discu rso es una
división creciente del sujeto: cuan to más saber em pleam os pa­
ra a lc a n z a r el objeto, m ás nos dividim os entre los sig n ific a n ­
tes y m á s nos a le ja m o s d e l h o g a r, es decir, de la v e rd a d e ra
causa de deseo: S 2 —> a.
E l producto de este discurso dem uestra su fracaso, puesto
que de él no resu lta m ás que el sujeto dividido, S. É sta es u n a
consecuencia de la relación im posible entre S 2 y a. E l sa b e r no
g e n e ra goce, sino sólo u n su jeto dividido por un saber e x p re ­
sado en significantes. Este sujeto, S, nunca puede ser identifi­
cado con un Si, porque ello e x ig iría un estado indiviso. Entre
la v e rd a d y la producción, in siste la disyunción de impotencia:
S i // S.
A d e m á s, en este discurso no h ay ninguna relación entre el
sujeto y el significante amo; se supone que el am o segrega sig ­
n ificantes sin que h a y a n in g u n a relación con su propia su bje­
tividad: S i // S .17 E s t a ilu sió n subyace en la “objetividad” r e ­
q u e rid a en la ciencia clásica.
E sta exposición fo rm aliza d a del discurso de la u niversidad
en relación con los discursos del amo y el an alista nos perm i­
te c a rto g ra fiar la h istoria del psicoanálisis después de Freud.
L a c a n h a resum ido a l p o sfre u d ism o como el discurso de la
u n ive rsid ad , como un dispositivo p ara convertir el desarrollo
del inconsciente en u n sa b e r, en u n a teoría. L a respu esta es
el discurso de la histérica, qu e m u estra dónde falla ese saber.
F re u d ponía todo el énfasis en el descubrim iento, y sobre todo
en el modo en que podía rea liza rse . P a ra L acan , esto se resu ­
m e en la invención del p sic o a n á lisis como u n nuevo víncu lo
social, como un nuevo discurso que hay que entender en opo­
sición a l discurso del am o. L a n ueva relación social es la
tra n sfe re n c ia como m étodo de descu brim ien to, p ara d e sb lo ­
q u e a r el inconsciente. P o r cierto, esta tesis lacan ian a encuen­
tra su m ejor aplicación en el cam po de la histeria, como lo ha
d e m o stra d o de modo m u y convincente A n d ré en u na exposi­
ción cuyo título resum e la tesis expuesta: L e psychanalyse, ré-
p onse á l ’hystérie? ( “E l p sic o a n á lisis, ¿ resp uesta a la h iste-
riu ? " ) . 18 En la m e d id a en que la histérica en fren te un sa b e r
pHiconnalítico acum ulativo, qu e tenga al a n alista como últim o
Util ii. rnpntirá la a n tig u a relación con el amo. Como ella posee
111111 11 • 111114 ojcperiencia en este ju e g o (en vista de la estructu-
• ** iln m ilifii ui no), este últim o am o se s u m a rá m uy pronto a
lo Mío 1..... ••• 11 nrtiidos, de lo s “retira d o s”, “ex com batien ­
íes”. E n tal sentido, podemos a h o ra form ular una resp u esta a
la p re g u n ta inicial de este capítulo (¿adonde se h a ido la h is­
teria?), pero invirtiéndola. L a h is te ria no desapareció; es m ás
bien e sta fo rm a de psicoan álisis la qu e pertenece a l pasado,
en el m arco m ás global de u n a h is te ria que no cesa de evolu­
cionar. A d e m á s, en este punto s u rg e una paradoja: en cuanto
estam os tra ta n d o con un desc u b rim ien to que se in v a lid a al
convertirse en u na teoría, los m ejores analistas son en re a li­
dad la s p ro p ia s histéricas. Si el a n a lis ta , detrás d e l diván ,
produce u n a interpretación, la h istérica le añade diez: e lla se
siente perfectam en te cómoda con el sistem a interp retativo,
puesto que es quien lo ha puesto en m archa con su im a g in a ­
ción defen siva frente a la falta b á sic a S(A>. La m ultiplicación
de la s interp retacion es, e sp e c ialm e n te en lo Im a g in a rio , no
hace retroceder ni un centímetro a la estructura. L a ú nica so­
lución p a ra este “am o” o “m aestro” que está detrás del diván
es el a n á lis is de las resistencias u o p ta r por un p ru d e n te si­
lencio. Com o a la m ayoría de las histéricas les resulta m uy fá­
cil devolverle al em isor el análisis de las resistencias (a los 18
años, a D o ra no le costó mucho h a ce rlo con Freud), los a n alis­
tas h a n evolucionado en la dirección de lo que -Julien Q u ac -
k elbeen denom inó ad e c u a d a m en te “ccouterism ”, “escuchis-
mo’ , la práctica del a n alista silencioso. Esto perm ite ocupar
una especie de posición se u d o a n a lític a, en el sentido de que
constituye un modo m ás o menos inocuo de en cam ar la figu ra
del am o. P ero, como resultado, los a n á lisis se v u elv en in te r­
m inables.
E n oposición a este trayecto, vem os que Lacan, con su “re­
tom o a F re u d ”, redescubrió la p ráctica psicoánalítica, qu e de­
term ina u n vínculo social formal den tro de una estructura d a ­
da; su contenido es siem pre d ife re n te , aunque den tro de la
m ism a estructura. Se trata del d iscu rso del analista, sosteni­
do por u n im p e ra tiv o ético: a b r ir el inconsciente, qu e está
siem pre cerrado, en el punto de c a u s a y efecto: a —» S. L a in ­
terpretación no se lim ita a un d eseo siempre cam bian te; h ay
que p re s ta r u n a atención total a a q u e llo en tom o a lo cual gi­
ra el deseo en el fantasm a fun d am en tal: el objeto a.
F u e este cambio de foco lo que F re u d introdujo después de
1914.
1- Freud, Studies on Hysteria (1895d), S.E. 2, pág. 529.
2. Lacan, Le Seminaire, Livre III, Les Psychosess (1981), París,
Seuil, pág. 23.
3. Puesto que nosotros consideramos que esta teoría es una con­
densación de la evolución de Lacan, cualquier referencia bibliográfi­
ca a un trabajo en particular resulta limitada. Dicha teoría fue
tomando forma durante el seminario de 1969-1970, L'envers de la
Psychanalyse (París. Seuil, 1991), “Radiophonie" (S cilicet . 1970), y
en el seminario siguiente, D ’un discourse qui ne serait ¡uta du sem-
blant. Una elaboración adicional puede encontrarse en Encoré, el
seminario de 1972-1973 (París, Seuil, 1975 .
4. Lacan, Seminaire X V II, L ’envers de la psychanalyse ( L969-
1970), París, Seuil, pág. 11.
5. Freud, Introductory lectures on psychoanalysis f 19!(i-1917),
S.E. 16, pág. 285.
6. Lacan, ob. cit.. págs. 38 y 39.
7. Kierkegaard, La répétition. Essai d'íxperience pxychalogiquv
par Constantin Constantius (traducción de! danés por P 11 Pinseau),
Félix, París, 1993, pcssim.
8. Véase el undécimo seminario, en e! cual Lacan describió ol
inconsciente como un proceso de “béance caúsale", una hmnciu con
función causal, un particular movimiento ce apertura y cierre
9. Véase una elaboración adicional en P. Verhuenho, "Paycho-
therapy, Psychoanalysis and Hysteria”, Th¿ Lelter, otorto de 1.1)94, tí'
2, págs. 47-68.
10. Freud, Project for a S cien tific Psychology (1950a), S.E I,
págs. 317-320. Desde luego, esta idea reaparece a lo Iju>;o do toda In
obra de Freud.
11. Por ello el paciente psicótico nos resulta tan inmMito: noHotrnn
no compartimos sus vínculos sociales. El psicótico no compm te Imi
discursos, debido a que su solución edípica está fuera del duieumo
del amo, y por lo tanto fuera de la estructura misma del dimu'NO,
12. Lacan, ob. cit. pág. 12.
13. En la siguiente caracterización de cada uno de Ion ('unl.rn din
cursos, seguimos al ya citado Seminario XYU.
14. Freud, Fragment o f an analysis o f a case o f Hyxtana ( lOOftn),
S.E. 7, pág. 105.
15. Las expresiones “buena o mala histérica" fueron nourtndai
ingenuamente por E. Zetzel en su artículo “Thu ao cnllod Good
llysteric”, Int. J. PsychoanaL, 1968, 49, 256-260. La diferencia entre
In histérica como santa y como bruja ha sido descrita con mtmoa can-
didez por G. Wajeman, Le M aitre et l'Hystérique. París, Navarin,
19S2.
16. Lacan, Le Seminaire, Livre XX, Encoré, París. Seuil, pág. 74.
17. Lacan, "Radiophonie”, Scilicet, 1970, n- 2/3. pág. 88.
18. El núcleo de esta idea aparece elaborado en su libro sobre la
histeria: André, Que veut une femme?, París, Navarin, 1986.
E L FR E U D OLVIDADO:
E L P A S A JE A L D ISCU RSO D E L AN A LISTA

A l re co g e r el efecto de este s ig n ifica n te en el d is ­


cu rso d el sujeto h istérico, lo g ró darle ese c u a rto
de g ir o necesario que lo c o n v irtió en discurso a n a ­
lítico .

J acques L a c a n , XX, 41
E n la prim era parte del libro hemos considerado los prim e­
ros intentos freu dianos de form ular u n a teoría, tanto desde el
punto de vista fo rm a l como con respecto a su contenido en
evolución. E l p rin c ip a l cam bio que en con tram os en relación
con el contenido fue el concerniente al tra u m a real, convertido
en deseo dentro del fantasm a. L a b ú sq u e d a del traum a origi­
nal fue se g u id a por la b ú sq u e d a de un deseo siem pre cam ­
biante. A m edida que se desarro llab a la teoría, se iba atrib u ­
yendo u n a im p o rta n c ia cada vez m a y o r a esta elaboración
fantasm ática. Com o consecuencia, quedó a un lado un descu­
brim iento an terior: el fracaso esencial de la elaboración psí­
qu ica de lo re a l trau m ático. E n la teo ría de F re u d , este real
trau m ático e q u iv a lía a lo fem enino como pasivo. E n Lacan,
podemos leerlo como S (A ).
A l mismo tiem po que este cambio de contenido, se produjo
un cam bio de form a. F re u d intercam bió la posición de descu­
brid o r sorp ren d id o por la de un m a e stro que en señaba. El
principal efecto sobre el estudio de la h isteria fue que a partir
de ese m om ento F re u d emitió saber, especialm ente sa b e r so­
bre el deseo. Com o m a e stro -te ra p e u ta , em bridó este deseo
m óvil con u n a interpretación b a s a d a en su prim er sa b e r edí-
pico: el niño de se a b a a la m adre, la n iñ a al padre.
E n esta tercera parte exam inarem os los efectos de este do­
ble desarrollo en F re u d y en sus seguidores. L a doctrina pon
fre u d ia n a se convirtió en un discurso u n iv e rsita rio , anclado
en el s a b e r del maestro p rim o rd ia l. Este s a b e r se lim ita b a a
un re s u m e n confuso ie la o b r a de Freud, siendo el único fac­
tor c o n stan te el denom inado análisis de la s resisten cias. Por
su m odo de funcio~¿r, r e s u lt a b a fácil a se m e ja rlo a l modelo
p re fre u d ia n o d e l trabamiento moraL
S in e m b a rg o , al ru a l d e la prim era parte de este lib ro des­
cubrim os a u n Freud que se despojaba de la toga de m aestro y
a b ría u n n u e v o c a m o d e descubrim ientos. L a m e ta de ese
viaje e ra e l continer:^ n e g ro ...
8. L A SE G U N D A T EO R ÍA FR E U D IA N A
D E L A H IS T E R IA

L a práctica clínica g e n e ra una p a rtic u la r estru ctu ra, así


como el estud io h istórico de las pu blicacion es científicas
tam bién ha producido estru ctu ras particulares. L a teoría de
los cuatro discursos nos perm ite com pren derla en los térm i­
nos de la relación entre ol discurso histérico y el discurso del
amo. U n a y otra vez, e sta relación provocó el ascenso y la
caída de u n a teoría, la tnoria del conocimiento. Sabem os que
la histérica eleva prim ero ;iI m aestro, p a ra después v o lte a r­
lo. Esto explica la evolución de los modos de aparición de la
histeria a lo largo de la historia, ju n to con las teorías conco­
m itantes. E n la E u ro p a occidental, el discu rso religioso fue
seguido por el discu rso médico, que a su vez tuvo que a b a n ­
donar el campo a u n a versión psicoterapéutica y psicoanalí-
tica.
A estas alturas de nuestro estudio tunemos que plantear la
cuestión de si F reu d púnele reducirse a la condición de punto
destacado en la .serie de loa amos cuya única razón de existir
fue la ben evolen cia de la histérica. Si éste fu e ra el caso, su
teoría sería tan útil o Inútil como las an teriores. A p rim e ra
vista podemos en con trar varios argum entos que apoyan esta
idea. Por ejemplo, la actitud de F reud con D o ra fue sin duda
la de un maestro, que lo explicaba como se debe am ar. E l a n á ­
lisis que ha realizado I laley de la práctica posfreudiana de la
psicología del yo constituye por cierto una caricatura de la re­
lación entre el amo y el esclavo . 1 Considerado de este modo, el
p s ic o a n á lisis podría re d u c irs e al an tigu o choque entre el
m aestro o a m o y la histérica.
N u e s t r a tesis es ü a m e tra lm e n te opuesta. Nosotros soste­
nemos que:
1) F re u d produjo io s te o ría s de la h isteria, la segu n d a de
las cuales ree lab o ró ’.a p r im e r a por m edio de u n a A ufh eb u ng
dialéctica.
2) L a s p u blicacion es p o sfre u d ia n a s, con pocas excepcio­
nes. se b a s a r o n exc lu siv a m e n te en la p rim e ra teo ría de
F reu d , y p o r lo ta n :: trop ezaron can las m ism as dificultades
y a to lla d e ro s: c u a r f j in v o c a n los oonceptos freu dian o s de la
se g u n d a te o ría , lo; en tien d en y aplican a la luz de la prim e­
ra. g e n e ra n d o de tai m oco el denom inado a n á lisis de la s re­
sistencias, la psico'. : ría d e l yo y la :eoría de las relaciones ob­
jétales.
3) F re u d n u n ca :e r m in ó su segunda teoría; fue Lacan
quien recogió el hile de A r ia d n a .

R E E V A L U A C I Ó N D E L A P R IM E R A T E O R ÍA :
I I M O D E L O H ID R Á U L IC O

En su p rim e r pertodo. F re u d realizó u n a serie incesante de


descubrim ien tos fundam entales. ízual que sus ilustres prede­
cesores, lo g ró resultados n otables en su confrontación con la
histeria. E l acento ie b í a ponerse en el descubrim iento: él no
en ten d ía n a d a , y por e so descubría. Lo hizo m ás que dichos
predecesores, a veces suscribien do sus ideas, otras refutándo­
los. pero siem p re yendo m á s allá. Por ejem plo, adh irió a la te­
sis de C h a rco t de ene lo s síntom as histéricos podían inducirse
psicológicam ente m ediante el equivalente de un trau m a, pero
hizo a un lad o la teoría d e l francés acerca de los factores here­
ditarios. P a r a Frend, l a h iste ria es u n a psiconeurosis, lo cual
im plica profundam ente la id e a de la sexu alid ad, en el sentido
psicológico de la p a l a b r a , su brayad o en el concepto de
Wunsch, deseo. El ser h u m a n o es en p rim er lu g a r u n ser de­
ntante, m a s iv a e interm inablem ente deseante. Su vida de vi­
gilia no le b a s t a y a p e la a la ayuda del sueño p a ra satisfacer
ese deseo insaciable. P e r o esto rampoco es suficiente, según
una de las p rin cipales conclusiones de La in te rp re ta ció n de
los sueños.
P or cierto, el desear es u n proceso precario. Se expresa en
V ors te llu n g e n , sign ifican tes, que pueden se r incom patibles
con el gru po de representaciones que dom inan en el yo. En tal
caso son reprim idos, pero v u e lv e n como “el retorn o de lo re­
prim ido”: un retorno sintom ático, que insiste m ás a llá del sa­
ber consciente del paciente silencioso, en la form a m uy espe­
cial de sín tom as de con versión . “L a h istérica sufre de
rem iniscencias.” En un artícu lo de 1894, F reu d prom ovió esas
rem iniscencias a la d ig n id a d de característica definitoria de
la h isteria. E l resto del m ecan ism o es el m ism o de todas las
neurosis: represión de la representación cargada con placer, y
después el retorno de lo reprim ido. E l retom o histérico es una
conversión: el significan te rep rim id o aparece g r a b a d o en el
cuerpo. E n la época de E s tu d io s sobre la h is te ria , F re u d ya
h a bía descu bierto que esto no sucedía sin placer: E lizabeth
von R. puso de m anifiesto reacciones voluptu osas du ran te el
exam en m édico, el ju e g o del doctor. D e a llí la conclusión de
que todo sín tom a en g e n e ra l, y el síntom a de conversión en
particu lar, es u n a form a in a d ecu a d a de d e sc a rg a placiente,
inadecuada debido a la patología intrínseca.
Se h acía necesaria la psicoterapia. E n 1914 F re u d observó
que la m eta de esta te ra p ia h a b ía seguido siendo la m ism a
para él du ran te los últim os veinte años .2 Sólo el método había
sufrido a lg u n o s cam bios. E s a m eta - s o s t u v o - e ra , desde el
punto de v ista descriptivo, lle n a r las brechas en la m em oria
(consecuencia de la rep re sió n ); desde el punto de v ista diná­
mico. el objetivo podía d e sc rib irse como la su peración de las
resistencias de la represión. E s ta s pobres pacientes histéricas
no eran m ás que víctim as de u n a dudosa doble m o ra l: no se
podía m ostrar n ada sexual, y m enos aún ponerlo en palabras.
En consecuencia, tenían que rep rim ir la se x u a lid a d cargada
con representaciones de su deseo, la cual desap arecía enton­
ces de la conciencia y e n co n trab a expresión patológica en los
síntom as. F re u d asu m ió resu e lta m e n te la posición opuesta:
“al gato lo llam o gato” e ra su credo en la época de D ora. Esta­
ba convencido de su capacidad p a ra ayu dar a esas histéricas:
una vez rem ovida la represión en la terapia, tam bién ellas po­
drían lla m a r a la vagin a por su nom bre y d escargar su deseo
de modos adecuados. P ero el m étodo que F re u d todavía des­
cribía en el artícu lo m encionado comenzó a cam biar. A l prin­
cipio, es d ecir en la época de su colaboración con B re u e r, se
h a bía concentrado en d eterm in ar los elem entos de la neurosis
por m edio de la hipnosis y el m étodo hipnocatártico, p a ra lo­
g ra r u n a abreacción o de sc a rga a través de la reproducción y
la rem em oración. D espués se volcó al nuevo método de la aso­
ciación libre, al principio em pleado de un modo peculiar: el te­
rap e u ta se d e ja b a ilu stra r p o r el m aterial producido y conje­
tu ra b a e in te rp re ta b a lo que la propia paciente no conseguía
recordar. Com o este segundo método no perm itió éxitos tera­
péuticos to talm en te satisfactorios, él d e sa rro lló otro, en el
cual a b a n d o n a b a por com pleto la focalización en el m aterial
“olvidado”. E l acento pasó a l estudio de lo que su rg ía espontá­
neam ente en la superficie psíquica del paciente, abordado por
medio de la interpretación de la s resistencias.
Éste fue el núcleo del m étodo de F reu d h a sta 1914. Todos
los otros conceptos analíticos del período an terior concuerdan
con él. P o r ejem plo, el descubrim ien to g ra d u a l de la sexu ali­
dad infantil, ju n to con el complejo de Edipo y el mecanismo de
la identificación, fueron u sados p a ra explicar la form a especí­
fica que asu m e el deseo h u m an o, así como la necesaria decli­
nación de este complejo edípico, y la represión. O tro descubri­
m iento fue el de la tra n sfe re n c ia , inicialm en te considerada
p u ra resistencia, u n enésim o retorno de lo reprim ido, en ese
caso con la fig u r a del a n a lis ta como punto de cristalización.
L a mezcla de estos elem entos de resistencia en un dispositivo
terapéutico (testim on io d e l genio clínico de F re u d , que no
siem pre es posible im itar) perm aneció duran te mucho tiempo
dentro del m ism o marco conceptual, de la m ism a teoría.
L a teoría. F re u d h a b ía cam biado el descubrim iento por el
saber. U n s a b e r que él no e x tra ía de la clínica sino que, por el
contrario, im p o n ía a su clín ica. E r a un s a b e r origin ad o en
otro lu gar, u n presaber, incluso un preconcepto o un prejuicio.
A l principio h a b ía orientado su s observaciones clínicas, pero
al final se convirtió en c a u sa de extravío. E l m ism o F reu d que
en 1893 hizo radicalm en te a un lado el sa b e r médico-neuroló-
gico como b a s e e x p licativ a de la p a rá lisis h isté ric a estaba
deslum brado por un sa b e r análogo, aun qu e distinto. E r a a n á ­
logo, pero con la im p o rta n te diferen cia de que en el caso de
F re u d fue tem porario; tre in ta años m ás tarde, con la m ism a
rad icalidad , él se d e sp re n d ió de los principios básico s de su
propia teoría, y u n a vez m á s los reem plazó por el d e sc u b ri­
miento.
¿Qué era este p re sa b e r freudiano, cuáles eran los precon-
ceptos de la p rim era teoría? ¿Qué axiom as m an ejaba, cuáles
eran sus dogmas? N o se tra ta b a de terremotos: por el contra­
rio, pertenecían a l sentido conuin, que todos saben que tiene
razón: pertenecían al sa b e r establecido.
Todo ser hum ano (p a r a el caso, todo ser vivo) lu ch a por e¡
placer, por la satisfacción. Todo organ ism o vivo se m antiene
lo m ás lejos posible del d isp lacer. Éste era el p rim e r precon-
cepto derivado del sen tido com ún, que condujo al e m p la z a ­
miento de un prim er prejuicio: el p rin c ip io de p la ce r. S u mo­
dificación por m edio del principio du rea lid ad no a lt e r a este
hecho. L a observación atenta revela que este principio de re a ­
lidad es un principio de placer precavido, no carente de senti­
do común, que ha aprendido que la persecución del placer in­
m ediato es se g u id a por una cuota aun m ayor de displacer,
comúnmente conocida como cuntido, A través de la experien ­
cia, aprende que un poco de pan os m ejor que o a d a de la tor­
ta. De modo que el principio do placer era la fuerza im pulsora
de todos los seres vivos.
E l segundo axiom a de F reu d no refería al funcionam iento
de este principio de placer. ¿Qué oh el placer, a qu é equivale
el máximo placer? A la inversa, ¿qué os (“1 displacer, cómo evi­
tarlo a cualquier costo? U n a vez mas, el sentido com ún ofrecía
u n a respuesta de confección: ol d isp lacer no es m á s que ten­
sión, los diversos niveles crociont.os du u na creciente tensión
insoportable. O bviam en te, ol pintor d ebía ser el alivio de esa
tensión, una abreacción que produjera su reducción, h a sta el
punto cero, pero si no era posible so podía acep tar u n nivel
bajo y preferiblem ente constante. Preferiblem ente constante,
porque de tal modo e ra miis fácil de m anejar. C om o decía
F reud, ^Uno no olvida n ad a, pero so acostum bra a todo”.
Estos dos axio m as d a ta b a n de los prim eros a rtícu lo s de
F reu d . E l p r in c ip io de c o n s ta n cia se puede en co n trar en la
p rim era versión “oficial” o p u b lic a d a de su ch arla p a ra el Co­
legio de M édicos de V ie n a del 1 1 de en ero de 1893,3 en la
cual, aunque aún no recibía ese nom bre, aparecía elaborado a
tra v é s de la idea de la abreacción : toda acum u lación de ten­
sión tiene que reducirse a cero por m edio de la abreacción. El
m ism o desarro llo aparece en '‘L a s neurop sicosis de defen sa”
(1894), particularm ente en las dos ú ltim a s secciones. P or e x ­
traño que parezca, fue B re u e r quien acuñó la expresión “prin­
cipio de constancia” en su aporte a los E stu dios, aunque a tri­
bu yen d o el descu brim ien to a F re u d en el m ism o p a sa je .4
F re u d se concentró en ese concepto en su Proyecto de p s icolo­
g ía . En ese célebre original encontram os otra expresión, Ten-
denz z u r T ra g h e it o T rá g h e its p rin zip , es decir, principio de la
inercia neuronal, así como o tra e la b o ra c ió n .5 Lo que él deno­
m inó origin alm en te n e u ro n a s (y m ás ta rd e “ap a rato p síq u i­
co”) aspiraba a u n a descarga com pleta h asta el punto cero; es­
to resu ltaba imposible por la necesidad de m antener un cierto
nivel de tensión p ara la ejecución de la “acción específica”. En
consecuencia, el aparato n e u ro n a l c a m b ia b a de m eta y, m ien­
tra s se resistía al ascenso de la tensión, lu ch aba por m an te­
ner un nivel de tensión lo m á s bajo y constante posible.
U n a m irada m ás aten ta a este texto freu dian o revela que
el principio de constancia es u n a e la b o ra c ió n del origin al
“p rin cipio del cero” (v é a se el u lte rio r principio de N ir v a n a )
im puesto por la s necesidades de la vida. R esu lta interesante
verificar que este principio de constancia no era nuevo ni ori­
g in a l: form aba parte del s a b e r establecido, en p articu lar por
el psicofísico Theodor F ech n er. E sta im portan te fig u ra de la
psicología académica a le m a n a y a h a b ía form ulado este princi­
pio u n iversal de la estab ilid a d en 1873, en un artículo citado
a m enudo por F re u d .6
E l p r in c ip io de p la c e r tien e u n a h isto ria m ucho m ás b r e ­
ve, pero h a disfrutado de u n a vida m u y productiva. T am bién
partió del conocim iento e sta b le c id o , e la b o ra d o den tro del
m ism o ám bito psicofísico p o r el m ism o autor, Fech n er, que
incluso h a b ía acuñado su nom bre: Ü b e r das L u s tp rin z ip des
H and elns, “sobre el principio del placer de la acción ".7 P rim e­
ro, F re u d lo denom inó “principio de d isp la c er”, lo que es p e r­
fectam ente coherente con su elaboración conceptual. Se refi­
rió a él en L a in te rp re ta ció n de los sueños y (con servan do la
an alogía con F ech n er) lo describió como u n sistem a autom á­
tico de retroalim entación, a lg o que hoy en día probablem ente
c lasificaríam os como con dicion am iento in s tru m e n ta l u ope­
ra n te .8 E n el período que siguió, hasta 1914, F re u d utilizó in­
d isc rim in ad a m en te el concepto como p rin cip io básico, sin
n in g u n a discu sión ex p líc ita adicion al, con u n a so la excep­
ción: en el artícu lo “F o rm u la c io n e s sob re los dos principios
d e l acaecer psíqu ico”, lo re la cio n ó con el principio de rea li­
dad, pero sin a bo rd a r tam poco su carácter fundam ental. D es­
pués de 1914 investigó re a lm e n te este principio, y lo cambió
de m an era radical.
H a sta entonces h a b ía estad o arm ado con este s a b e r que le
lle v a b a cada vez m ás a a b a n d o n a r el cam po del d e sc u b ri­
miento. H a b ía construido u n a teoría perfectam ente coheren­
te. E l ser h u m an o lu ch a p o r el placer, p o r la re a liz a c ió n d¿
sus deseos, y evita el displacer. L a acción de las rep resen ta­
ciones c a rg a d a s de deseo e n tr a ñ a un ascenso de la tensión
que se vu elve in so p o rtab le porqu e produce d isp la c er. Su
abreacción d re n a el exceso o excedente de tensión, y con elle
produce placer. E n un se r h u m a n o “n o r m a l” esto es fá cil de
entender. C u an d o él desea a su m ujer (ascenso de la tensión,
d isp lacer), d e sc a rg a este exceso de ten sión por m edio de la
eyaculación, el dispositivo p a r a la reducción de la tensión ofi­
cialmente autenticado. E l o rgasm o fálico m asculino es consi­
derado prototipo de toda fo rm a de placer, desde lu e g o tam ­
bién del placer fem enino, y no sólo en los neuróticos. Debido
a su prehistoria neurótica, ellos han reprim ido las rep resen ­
taciones investidas de deseo, como consecuencia de lo cual no
h ay abreacción y la ten sión con tin ú a au m e n tan d o . A u n q u e
las representaciones pueden s e r “o lv id ad a s”, su efecto no de­
j a de producirse: es el d isp la c er. P a r a F re u d , en lo esencial,
los síntom as neuróticos e ra n intentos de lle ga r a la a b re a c ­
ción, es decir a la satisfacción , de c u a lq u ie r m a n era . E l ele­
mento patológico debía situ a rs e en el hecho de que esa satis­
facción su c ed á n ea e ra in a d e c u a d a , po rqu e no e m p le a b a el
mecanismo convencional. L o s neuróticos son im potentes para
obtener satisfacción.
P o r lo tanto, el tratam ien to debía se g u ir el cam ino opuos
to, con tra esa represión, p a ra n e u tra liz a rla . Los m étodos
su cesivos de F re u d (q u e ya hem os visto ) siem pre tenían la
m ism a meta: liberar las representaciones rep rim idas, perm i­
tiendo de tal modo u n a abreacción a d e c u a d a “del afecto e s ­
tra n g u la d o ”, a ñn de que la paciente histérica pu diera recor­
d a r lo que antes había luchado por olvidar, lo reprim ido. U n a
vez curada, podría volver a segu ir la sen da directa a la sa tis­
facción, sin desvíos neuróticos.
Considerado de este modo, el m ecanism o de la enferm edad
y su te ra p ia puede verse como constituido por dos procesos
opuestos pero com plem entarios ( esqu em a 1). E l esquem a d e ­
m u estra el carácter obvio de un rasgo central: la prim era teo­
ría de F reu d era un sistem a perfectam ente cerrado. Este r a s ­
go llevó a que, como se sabe, se lo d e n o m in a ra “m odelo
h id ráu lico”. D esde el punto de vista estructural, constituía la
respu esta del discurso del amo al discurso de la histérica. Co­
mo resultado, la prim era teoría de F reu d sobre la histeria e ra
una teoría que no afectaba a la histérica. T e n ía el mismo efec­
to que un balde de agua sobre un pato: se desliza y lo deja in ­
tacto. U n a característica de la aplicación de este esquem a re­
su lta sorprendente, sobre todo en el prim er período de F reu d :
la represen tación origin alm ente re p rim id a e ra a m enudo de
tipo triv ia l. P o r ejem plo, A n n a O. no p o día b e b e r de vasos,
porqu e en a lg u n a op ortu n id ad h a b ía visto a u n a in stitu triz
p e rm itir que lo hiciera su perrito; E m m y von N . tuvo h o r ri­
bles alucionaciones, inducidas por la lectura del artículo (n u n ­
ca ra stre a d o ) de un periódico. L a s cosas se com plicaban a ú n
m ás porqu e el proceso no se lim ita b a a u n a represen tación .
D u ra n te la cura se encuentra toda u n a serie de representacio­
nes, que giran como en tom o a u n núcleo. E n la últim a parte
de los E stu d ios, este fenóm eno convenció a F re u d del m e c a ­
nism o de la sobredeterm inación. U n p a r de años m ás tard e ,
en L a in te rp reta ció n de los sueños, h a b ló del “om bligo” del
sueño, ubicado m ás allá de cualqu ier po sibilidad interpretati­
va. P are c ía fa lta r un p rim er m om ento, lógicam ente anterior.
D e a llí la parte superior som breada de n uestro esquem a. C o ­
mo consecuencia, F reud tuvo la fru stran te experiencia clínica
de en co n trar continuam ente n u e v a s represen tacion es, m á s
iillá de la presuntam ente últim a. E l deseo seguía m oviéndose
a través de la cadena del significante, y el final del tratam ien­
to continuaba retrocediendo.
L a p rim era teoría de F re u d le im pidió a d v ertir este m ovi­
m iento en círculos. A d em á s, la teoría m ism a producía el tér­
mino final necesario. E n perfecta conform idad con este saber,
él descubrió m uy pronto (en realid ad , dem asiado pronto) que
D ora estaba enam orada del señor K., reem plazante edípico del
padre. Pero ella no lo sa b ía porqu e lo h abía reprim ido. Todos
los síntom as apu n taban en esa dirección: el globus hystericus
e ra una reacción al deseo de coito-fellatio reprim ido luego de
un abrazo con el señor K. (este revestimiento edípico aparecía
perfectam ente confirm ado, adem ás, porque se su pon ía que e'.
padre, en cuyo lu g a r h abía en trado en escena el señor K., era
unverm ógend , impotente, y por lo tanto lim itado a l sexo oral :
el mutismo en ausencia del señor K. (¿para qué h a b la r si no se
encontraba allí la persona m ás im portante?). Todo esto le re­
su lta b a obvio a c u a lq u ie ra , salv o a la propia D ora. Y a llí co­
m enzó el calvario de F reu d : e lla no creía en él. P e o r aún: se
bu rlab a de sus interpretaciones, y lo despidió como se despide
a un criado. La próxim a vez F reu d sería m as prudente (opero
el principio de realid ad ), y fue él quien despidió a la D o ra si­
guiente, es decir, a la hom osexual de 1920, antes de que ésta
tuviera la oportunidad de despedirlo a él. Pero su bsistía el de­
sencanto: las pacientes histéricas se sustraían a su teoría.
Esto convirtió en esc á n d a lo el desenlace de esta p rim era
teoría: las pacientes h istóricas no q u erían s a b e r n a d a de la
cura de Freud. F re u d e sta b a convencido de poder aportarles
el Freu de. el placer, la c a p a c id ad para e x p e rim e n ta r placer,
pero ellas lo rechazaban. La neurosis era la elección de la im­
potencia en relación con la satisfacción. El m ism o proceso
puede se ñ a la rse, en escala m ás pequeña, en un h is to ria l de
Lucien Israel. U n a joven histérica padecía frigidez, y el ana­
lista novicio puso todo su em peño en lle v a r la c u ra a buen
puerto, es decir, desde su punto de vista, a p o sib ilitar que la
paciente d isfru ta ra do orgasm os. Y (m ila g ro de los m ilagros
el tratam iento dio resultado: “A y e r hice el am or con m i espo­
so y tuve un orgasm o". El a n a lis ta se sintió en el séptim o cie­
lo, m aravillad o de su propia capacidad como terapeuta, hasta
que la paciente lo d esp ertó de ese sueño rosado: “M i esposo
rae hizo terminar, pero ahora, definitivamente, no quiero ha­
cer más el amor con él”.9
La¿ histéricas sencillamente no quieren poder.

E squema 1
El modelo hidráulico

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■ -esistencia “ - ~7 'v

tratamiento análisis ds la res¡$:encia * ' /


interprttdón

Pensamientos dominantes desde el punto de vista freudiano


Principio de placer
Principio de constancia
Represión
liuorpretación lacaniana
Goce fálico
Restricción del deseo a su expresión en el significante
S*. —
* S —► Sx
P U N T O D E I N F L E X I Ó N E N T R E L A P R IM E R A Y L A S E G U N D A
T E O R ÍA : E R I N N E R N , W I E D E R H O L E N U N D D U R C H A R B E I T E N
• R E C O R D A R , R E P E T IR Y R E E L A B O R A R .

En este punto de su desarrollo, F re u d dem ostró poseer una


cualidad m uy ra ra : la honestidad científica. E n lu g a r de ape­
garse a su teoría y condenar a la histérica por tram posa, fra u ­
dulenta y com ediante 1 como lo h a b ía n hecho sus predecesores
y lo h ar.an a lg u n o s de sus segu id o res), él comenzó a cuestio­
n ar su propio pensam iento. A l principio logró e x p licar los fra­
casos terapéuticos m ediante el concepto de resistencia: la re­
presión era m an ten ida por la m ism a fuerza que en un primer
momento la h a b ía producido y qu e se g u ía im pidien do que '.a
idea llegara a ser consciente, obstruyendo de tal modo el fun­
cionamiento del principio de placer. Según este razonam iento,
la histérica te n ía que ser p e rsu a d id a de que re n u n c ia ra a su
resistencia. P a r a decirlo claram ente: h a b ía que interp retar 1
resistencia en sí, a fin de h a ce r posible la interp retación del
m aterial reprim ido. Aunque esta técnica tenía un g ra n futuro
(e l an alisis de la s resistencias en la psicología del yo), f i n a ­
mente se reveló imposible: los fracasos terapéuticos se am on­
tonaban y los an álisis se volvían u n e n d lic h , interm inables.
P or otro lado, tam bién se redujo el entusiasm o terapéutico
de Freud. E n 1914 ya se h a b ía n publicado sus cinco principa­
les historiales: la idea optim ista de la difusión del psicoanáli­
sis como rec u rso profiláctico con tra la n eurosis desapareció
jun to con las pacientes h istéricas que probaban su suerte con
otros m aestros . 10
Pero en 1914 se produjo un reflujo, como consecuencia de
un articulo relativam en te pequeño: R ecord ar, re p e tir y reelc-
borar. Su im portan cia fue tal que transform ó radicalm en te al
p sicoan álisis, a l m enos en tre q u ie n e s q u e ría n tom arlo en
serio.
Todavía con un pie en su teoría anterior, F re u d la resumió
en los dos p rim eros conceptos: record ar y repetir. Como resu l­
tado dei proceso de represión, la paciente h abía olvidado alg u ­
nos contenidos y no podía recordarlos. In evitablem ente tenía
que repetirlos en la form a de un “retorno de lo reprim ido". La
teoría de F r e u d alcanzó otro n ivel en cuanto él com enzó 1
cuestionar este denominado “olvido”. E se cuestionam iento e ra
tan completo que, finalmente, no q u e d a b a m ucho de esa id ea
que en algú n m om ento h abía sido tan im p o rta n te para el psi­
coanálisis.
O lvid o uno. Resulta notable, dijo F re u d . qu e al final de sus
an álisis las pacientes sostengan que sa b ía n de antemano todo
lo que se les dijo duran te el tratam iento. P a re c e ría que el ol­
vido es básicam en te un no querer sa b e r, u n a disociación. “L a
pasión de la ign oran cia”, diría L a c a n .11
O lv id o dos. E n el punto donde la a n a liz a n te había olv id a ­
do efectivam ente algo. F reu d ¿escubrió q u e la brecha que de­
ja b a el recu erd o olvidado siem pre p o d ía s e r llenada por otro
m ecanism o: el recuerdo encubridor. P e n s e m o s en ei pequeño
Goethe arrojan d o la vajilla de la m adre, y reteniendo este pe­
queño hecho de la vida como .mico re c u e rd o del período en el
q u e nació su herm an ito. ¿Que era lo qu e e s t a b a arrojando?
Como significante, este recuerdo rem ite a otro contenido, m u ­
cho m ás im p ortan te .12
O lv id o tres. F re u d sostuve que. en ú lt im a instancia, toda
ia ¡dea del oivido tenía que re la tiv iz a rs e . p o rq u e en el curso
de un an álisis la paciente descubría a m e n u d o ciertos hechos
de los que n un ca h a b ía sido consciente, y q u e por lo tanto no
podía h a b e r “olvid ad o”. Se tra tab a de los fa n ta sm a s incon s­
cientes, que o bligab an al analista a in te rv e n ir con una n u eva
herram ien ta: la construcción. Al p asar, qu erem os señalar que
F re u d e sta b a tom ando el mismo c a m in o e n septiem bre de
1897, cuan d o le escribió a Fliess q u e h a b ía abandon ado su
teoría del tra u m a como etiología de l a h is te r ia . T am bién en
ese caso el argu m ento h abía sido que “el olvid o” nunca puede
rem overse, ni siqu iera en los casos m á s favorables. T am b ié n
entonces h a b ía dicho que el fa n ta sm a oc u p a el lugar del (r e ­
cuerdo d e l) t ra u m a real. F reud e s t a b a com enzando a tra z a r
u n a diferencia entre una realidad y a v in c u la d a con significan­
tes y un R eal que estaba m ás allá de ese ám bito. En este p u n ­
to la reflexión g ira hacia la segunda teo ría. E l recuerdo desa­
parece casi com pletam ente en este r e e x a m e n de la idea del
olvido, y en su lu gar aparece el dúo de la repetición y la ree la ­
boración. E l concepto de repetición e r a e l pu n to de fra c tu ra .
Com o fenóm en o clínico utilizado en el p rim e r período de
F re u d . y a h a b í a alcan zado casi totalm ente su propósito.
F reud h a b ía e s t a d o convencido de que lo que reto rn ab a en los
síntom as e ra l a parte “o lv id ad a ”. E l nuevo enfoque socavaba
la idea del o lv id o , y él tenía que encontrar otro origen para la
repetición. E n este sentido, el artículo sólo re s u lta b a parcial­
m ente e x ito so . M á s tarde F re u d vinculó la repetición con la
tran sferen cia, que redujo a una m era repetición. P ero en ese
m omento p r e s e n t ó una innovación: en lu g a r de la anterior
W iederh olen (re p e tic ió n ), de un modo casi c a su a l pasó de la
Z ira n g zur W ie d e rh ole n (com pulsión a repetir) a la Wiederho-
lungsz-r-ra n g i c om p u lsión de repetición), algo totalm ente dis­
tinto. Y c u a n d o nos enteram os de que es lo que esta compul­
sión tiende a re p e tir, advertim os la m agnitud de los cambios
in trodu cid os e n com paración con la idea a n te rio r de repeti­
ción: “el re p ite todo lo que ya so ha abierto cam ino desde las
fuentes de lo rep rim id o hasta su personalidad m anifiesta: sus
inhibiciones y actitu des ¡m ililos. y sus rasgos de carácter pa­
tológicos ” . 13 Y F re u d añ ad e u n a idea adicion al: “y todos sus
sín tom as”. P e r o este pequeño a g re g a d o e ra precisam en te el
único elem en to de la repetición, en la form a de retorno de lo
reprimido, q u e aparecía postulado en su p rim era teoría de la
repetición. A p a re n te m e n te , en ese artículo de 1914 se am plia­
ba la idea a fin de que incluyeru “la personalidad m anifiesta '.
L a com pulsión d e repetición involucraba a todo el ser del su­
jeto.
Esto llevó a F re u d a otro descubrim iento. Lo hizo reformu-
la r el concepto d e la neurosis de transferencia, convirtiéndola
en un in stru m e n to terapéutico. Y tam bién en este punto per­
cibimos u n a n u e v a nota. Y;» sabíam os que la n eurosis y la re­
sistencia p o d ía n ir de lu mano: ul mism o poder que origin al­
mente h a b ía provocada la represión, podía m ás tarde ejercer
resistencia c o n tra la idea de que el contenido p a s a ra a la con­
ciencia. H e m o s dicho que, <'ii virtud de la com pulsión de repe­
tición, el m a te r ia l del retorno de lo reprim ido h a b ía cambiado
y se h abía a m p lia d o ; on consecuencia, r e s u lta b a necesario
cambial- y a m p lia r asim ism o el concepto de resistencia. L a re­
sistencia ya no podía lim itarse ul síntom a (como en la prim e­
ra teo n a ), sin o q u e h abía que ex te n d e rla a la “person alid ad
m anifiesta”: e ra la resistencia de transferencia. E n este punto
resulta totalm en te obvio que la m ayor parte del an álisis pos-
freudiano, con s u én fasis en el yo y en el a n á lis is de la resis­
tencia, perten ece a la p rim era teoría fre u d ia n a . P o r cierto, a
la luz de la s e g u n d a teoría resu lta im posible establecer una
alianza del tra b a jo con “la parte san a del yo”, porque esa par­
te sen cillam ente no está allí. T odas las teo rías ulteriores so­
bre un sí-m ism o “rea l”, “auténtico” o “bu en o” pueden criticar­
se desde el m ism o punto de vista. Lacan lo ha aclarado en su
teoría de la alienación: un sujeto siem pre recibe su identidad
del Otro, no h a y n in gu n a identidad original d e trá s de la pan­
talla. P o r cierto, no hay identidad en absoluto que este antes
o más a llá de e sta alienación necesaria, sino sólo un ser des­
nudo en lo R e al, a l m argen de cualqu ier proceso de h um an i­
zación.
Este cam bio desde la resistencia tran sferen cia! en el nivel
de los síntom as a la neurosis de transferencia en el nivel de la
person alidad le perm itió a F reu d c artografía!- otro fenómeno
que él no h a b ía com prendido hasta entonces: la exacerbación
de los síntom as, e incluso de toda la neurosis, bajo l:i influen­
cia del a n á lis is. E l concepto de “ganan cia de la en ferm edad"
era considerado insuficiente desde mucho antes, y un par de
años m ás tard e F re u d introdujo la idea de la “reacción te ra ­
péutica n e g a t iv a ”. El pasaje desde la resisten cia transieron*
cial a la n e u ro sis de transferencia tuvo como resultado que el
mero se ñ a la m ie n to al paciente de un factor de resistencia va
no bastaba p a ra h acerlo desaparecer. Se necesitaba altfn míis:
la D u rch a rb eite n , la reelaboración. E n este artículo Freud no
nos proporciona m uchos detalles sobre esa n u e v a idea. Serta-
la que se t ra t a de la parte m ás difícil del tratam ien to, de la
cual depende su éxito o fracaso. D esde el punto do vista din á­
mico, com paró l a reelabo ració n con la “abreacción de cuotan
del afecto e stra n g u lad o por la represión ”.14 E n 1926 la vinculó
con la resisten cia del propio inconsciente, es decir, con In re ­
sistencia qu e r e s u lt a de la com pulsión de repetición y que
subsiste de sp u é s de conquistadas las resistencias del yo .1,1
Esto conduce a la conclusión siguiente: “R ecordar, repetir
y reelaborar” m a rc a un punto principal de fra c tu ra en la con-
ceptualización fre u d ia n a . Lam en tablem en te, este artículo oh
tan fácil de leer qu e la fractura pasa sencillam ente inadverl i
da; Lacan tiene razó n en cuanto a que cierto estilo “se com ­
prende dem asiado fácilm ente ” . 16 Si la com prensión es dem a­
siado rapida, sólo se h a entendido lo que ya se sa b ía de ante­
mano. Por lo tan to, term in arem os e sta sección en u m e ran d o
esos cambios principales.
1 . Desaparece la idea m ism a de “o lv id ar”, y tam bién la de
rastre ar el “rec u e rd o ” siguiendo su s h uellas. D os de las m ás
importantes ideas de la prim era teoría se convertían en histo­
ria. Lacan confirm ó este cambio a l p a s a r el énfasis de los “re­
cuerdo; in fa n tile s” al fantasm a fu n d am e n ta l constituido d u ­
rante el período infan til de la h is to iia del sujeto.
2. Se introducen dos nuevos conceptos. E n p rim e r lu g a r,
los fanrasrnas inconscientes, acerca de los cuales F re u d espe­
cifica cae nunca h a n sido conscientes (diferenciándolos de tal
modo de los en su eñ os diurnos conscientes o preconscientes).
L"n año mas tarde F reu d les dio u n nuevo nom bre: fantasm as
p j'im orzic'.es u originarios. De tal modo su b ra y a b a que se los
debía entender y situ a r más a llá de cualquier form a de olvido
o recuerdo.1' A d e m á s aparecía u n a n u eva h e rra m ie n ta tera ­
péutica: ¡a co n s tru cc ió n . A u n q u e no es aún m en cion ada por
su nombre en este artículo, se e n c u e n tra sin d u d a presente
cuando F reu d se refiere al h is to ria l del H om bre de los L o ­
bo s .13
3. Algunos conceptos sufren un cam bio radical, cuyas con­
secuencia; fueron d e sa rro lla d as a lg u n o s años m ás tarde. L a
repetición se convierte en com pulsión de repetición. L a resis­
tencia pasa a se r resistencia tra n sferen cia l e incluso neurosis
de transferencia. Se vuelve necesaria u n a nueva h erram ien ta
terapéutica: la D u rch a rb e ite n , la reelab o ració n , algo lite ra l­
m ente im pen sable en la p rim era teo ría. En conjunto, estos
cam bio; debían necesariam ente d a r origen a u n a nueva teoría
de las pulsiones y tam bién a u na concepción diferente del yo.
4. H ay algo que F reu d no a bord ó en este artículo, pero de­
m ostraría ser el cam bio conceptual m ás im portante de todos:
la revisión de los dos principos básicos sobre los que se b a s a ­
ba la primera teoría, es decir, el principio de placer y el prin ­
cipio de constancia.
E l goce fálico v e rs u s el goce del otro

E l 10 de en ero de 1915, L o u -A n d re a s S a lo m é le escribió


un a carta a F re u d sobre el libro que él a c a b a b a de publicar:
In tro d u cció n al n a rcisism o. Entre otras cosas, la carta conte­
n ía la siguiente observación ilum inadora: “¿ N o es entonces el
principal p roblem a de la sexualidad que no q u ie ra tanto ap a ­
g a r la sed. sino q u e consiste más bien en el an h elo de la sed
misma? ¿No es q u e el estado de relajación y satisfacción so­
m ática alcan zado es al m ism o tiempo decepcion ante, porque
reduce la tensión, la sed?”.lfe
U n a vez m ás la histérica le señalaba a F re u d el carmino: le
dem ostraba la d e b ilid a d de sus argum entos y lo orientaba ha­
cia u na n u e va solución. L a sexualidad es el D urstsehr.sucht,
el deseo de sed. el deseo de deseo, y no de su satisfacción. L a
a cu m u la ción de tensión puede ser placiente, y la descr.'ga de
la tensión decepcionante. E l principio de p la c e r comenzaba a
d erru m barse. A F re u d le llevó cinco años in c o rp o ra r esa sim ­
ple observación a su teoría, y hacerlo le exigió u n a revisión de
todas sus ideas an teriores.
Incluso m ás tiem po le tomó com enzar a t r a b a ja r con ella.
U n año m ás tarde pudo aún escribir, en "P u ls io n e s y destinos
de pulsión ’, que el principio de placer r e g u la autom áticam en­
te incluso los procesos psicológicos m ás in trin c a d o s, y que el
placer equivale a u n a reducción de la tensión, m ientras que el
d isp lacer a c o m p a ñ a b a a l aum ento de ten sió n . P ero añadió
que la relación en tre placer y displacer e ra m á s com pleja .20
C u a tro añ os m á s tarde, en “Lo om in o so ', h a b ía cam biado
realm ente de idea: postuló una com pulsión de repetición que
iba más a llá del principio de placer, lo c u a l e x p lic a b a algunos
extraños fenóm enos del final del tratam ien to .21 F reu d remitía
al lector a un fu tu ro artículo en el cual p ro m e tía desarrollar
esas nuevas ideas: M á s a llá del p rin c ip io de p la c e r.
P o r cierto, este n uevo trabajo su p o n ía u n g iro de ciento
ochenta grad os. D e la introducción s u r g ía obviam ente que
Freud estaba convencido de que algo fa lla b a en su s principios
biinicos. de que algo iba m ás allá de ellos. Sólo que él no h abía
descubierto de qu é se trataba. Los dos prim eros capítulos ex­
p re sa n su convicción y se ñ a la n su b ú sq u e d a e sp e ra n z a d a .
D espu es de d a r la form ulación m ás explícita del principio de
placer y el principio de constancia, F re u d com ienza buscando
los elementos qu e los contradicen, y no puede h a lla rlo s: exa­
m in a su oposición con el principio de re a lid a d , con sidera el
modo en que la represión tran sform a el placer an terior en un
displacer actual, y los juegos infantiles displacientes, pero en
n inguno de estos casos en cuen tra que no rija el principio de
placer. Por el contrario, parecen con firm arlo ...22
L a prim era excepción im portante surge con el concepto de
com pu-;ión de repetición. Com o terap eu ta. F re u d se h a b ía
visto obligado a lle g a r a la conclusión de que, a p e sa r de su
experiencia en el descubrim iento de las resistencias, a p esar
de sus intentos de convencer al paciente de que ren u n ciara a
ellas, incluso em p lea n d o "in flu e n c ia s h u m a n a s-’, es decir, el
lu g a r de la tran sferen cia íic), el paciente su cum bía al poder
de la compulsión de repetición.":l P erm ítasenos se ñ a la r al pa­
s a r que los conceptos de tran sferen cia y resistencia aparecen
aún empleados con su antiguo signifiendo. M á s ad elan te en el
texto, y en d esarro llo s ulteriores, F reu d los m odificó com ple­
tam ente. A d e m á s del hecho del desencanto, realizó otro des­
cubrimiento im portante: ¡que la resistencia funcionaba a l ser­
vicio dei principio de placer! Esa resistencia e m a n a b a del yo,
m ien tras que el m a te ria l reprim irlo en sí no e jercía n in g u n a
resistencia; por el contrario, sólo qu e ría llegar a ser conscien­
te. Esto ya no concordaba con la prim era teoría.
L a com pulsión de repetición in v o lu cra b a c la ram e n te u n
m aterial displacien te, en conflicto con el principio de placer.
¿Qué era lo que se repetía de modo compulsivo? F re u d lo ll a ­
m ó das S ch ick sa l, el destino, y lo relacionó con el prim er r e ­
chazo de va sta d o r por el prim er com pañero am oroso, uno d e
lo s progenitores: "E n la tra n sfe re n c ia , los pacien tes re p ite n
todas estas situaciones inde-toadas y emociones penosas, y la s
reviven con el m ayor ingenio. T rata n do provocar la in te rru p ­
ción del tratam ien to m ientras aun está incom pleto; u n a v e z
m ás se las in gen ian para sentirte desdeñados, p a ra obligar a l
m édico a que les h a b le severam onLo y los trate con fria ld a d ;
descubren objetos apropiados para sus celos . . . ”24
E l principio de pla ce r h a b ía sido gravem en te conmovido,
se h a bía encontrado la prim era excepción, la prim era palan ­
ca. A continuación, F re u d realizó un descubrim iento su m a­
mente sorprendente: la compulsión de repetición no contrade­
cía el principio de placer, sino que estaba jenseits, m ás allá de
él. Adem ás, la compulsión de repetición le p reparaba el cami­
no. Sigu e en el texto la exposición de las neurosis traum áti­
cas, en la cual F reud traza u n a distinción entre el traum a con
y sin expectativa p re v ia an gu stiad a. Si es esperado, el trau ­
ma podía controlarse: en los térm inos freudianos, catectizar-
se, carg a rse con en erg ía y ser, por lo tanto, descargado m ás
tarde. Si no era esperado, no h abría ninguna catexia p repara­
da, ni llena de significación ni vinculada con un significante.
D esde el punto de vista lacaniano, estaba en lo Real. E n tal
caso, la práctica clínica dem uestra que el impacto es mucho
mayor, mucho más traumático. L a repetición subsiguiente del
trau m a no es entonces m ás que un intento de in stalar “la ex­
pectativa a n g u stia d a ” que h a b ía faltado inicialm ente. ¿Poi­
qué? P o rq u e la “lig a zó n ” establecida de tal modo perm ite el
funcionam iento del principio de placer. ¿De qué modo? U n a
vez que la tensión es “lig a d a ” a una representación, la tensión
displaciente a c u m u lad a puede abreactuarse. El principio de
placer puede rein ar de nuevo.
¿Significa esto volver al punto de partida? Si la única ex­
cepción al principio de placer apunta precisamente a restable­
cer este principio, ¿debe considerarse una excepción? E n este
punto, a m itad de cam ino en el texto, enfrentam os un giro
que sería casi totalmente inesperado de no ser una convicción
de F reud que algo fa lla b a en el principio de placer. Freud elu­
de la cuestión de la relación entre la pulsión y la compulsión
de repetición, y term in a descubriendo la oposición entre la
pulsión de vid a y la pulsión de m uerte, Tánatos y Eros. U n a
pulsión siem pre a p u n ta a restablecer un estado origin al del
i P a r a Freud, éste es un efecto de inercia, supuestam ente
inherente a la vida orgán ica (por ejemplo, la “inercia neuro-
iwil" del Proyecto). E n últim a instancia, ese estado original es
In m uerte, y en este punto la idea de T án atos encuentra su
1111;: i»- propio. D iam etralm en te opuesta es la pulsión de vida,
Ktn;i, tk-mpre dirigida hacia la fusión. P a ra encontrar el esta­
do original concomitante, F reud tiene que referirse al mito de
A ristófan es acerca de la unidad inicial de los dos sexos, divi­
didos m ás tarde por la intervención de algu n a instancia divi­
na. E s a e ra la transición desde u n a especie n o-divid id a (u n
in-dividuo) a un sujeto dividido.
L a s consecuencias eran de vasto alcance. U n a teoría de las
pulsiones totalmente nueva exigía cambios im portantes en la
teoría del yo. L a nueva teoría de las pulsiones le dio el tiro de
gracia al principio de placer. D e la s nuevas pulsiones, era
Eros la que subsum ía la pulsión sexual “intensificadora de la
vida”. D esaparecían las pulsiones yoicas en lo concerniente a
la autoconservación .25 A d em á s, en un artículo posterior
(1924c), F reu d habló de la dim ensión m ortalm ente narcisista
del yo. ¿Cómo operaba este elemento intensificador de la vida
propio de Eros? U n a vez más, el ejemplo del coito señalaba el
camino. Su efecto no consiste sólo en que descarga la tensión
(e l único argu m ento de la prim era teoría), sino que tam bién
añade nuevas cantidades de excitación; en otras p a lab ra s, el
coito acrecienta la tensión con esas “nuevas diferencias vita­
le s ” .26 E l principio de placer e n tra b a en pánico: todas esas
n uevas tensiones debían ser dren ad as, agotadas, abreactua-
das. D e modo que éste era el precio: si h a b ía m ás tensión, se
necesitaba m ás tiem po p a ra agotarla, y se a m p liab a la vida.
M ientras tanto, el principio de placer había recibido un nuevo
nombre: p rin c ip io de N irv a n a , expresión propuesta por B a r ­
b ara L o w y adoptada por Freud. D e modo que F reud h abía re­
descubierto una de sus prim eras hipótesis y tam bién una so­
lución im plícita al problem a asociado con ella. En el Proyecto
ya h a bía postulado una hipótesis cero: las neuronas ap u n ta ­
ban a un nivel cero de tensión (de investidura). E n realidad,
nunca alcanzaban ese estado, y no estaba claro por qué. Des­
pués, lo típico fue que en sus artículos F reud recurriera a for­
m ulaciones gem elas o dobles: el principio de placer lu ch aba
por u n a d escarga com pleta pero, si no la lograba, debía con­
ten tarse con m an ten er constante y preferiblem ente lo más
bajo posible el nivel de la tensión. E l principio de placer y el
principio de constancia se com plem entaban. Con los nuevos
planteos se resolvía la a n tig u a am bigü edad: el principio ch“
placer, rebau tizad o como principio de N irv a n a , bu scaba ul
punto cero, pero lo con trarrestaba otra fuerza que reiterada­
mente lograba aum en tar la tensión. Esto nos lleva a una con­
clusión m uy extraña, y por cierto terrible. El punto cero de la
descarga total de la tensión a l que a p u n ta b a el principio de
placer no era m ás que la m uerte: el orgasm o, “la petite
m ort”,21 prefigu raba la m uerte propiamente dicha. Esto im pli­
ca que el principio de placer está a l servicio de Tánatos. E n el
extremo opuesto del espectro encontram os a Eros, que m an ­
tiene e intensifica la tensión al servicio de la vida. En esta en­
crucijada, F reu d tropezó con un grave problem a term inológi­
co. In evitablem ente tenía qu e cuestion ar sus concepciones
previas sobre el placer y el displacer, en vista de que la últi­
ma form a de “placer” no e ra m á s que la m uerte. E sta cues­
tión, sólo planteada im plícitam ente en el texto, llevó a Freud
a diferenciar el placer o displacer de las constelaciones pulsio-
nales “lig a d a s ” (proceso secun dario) respecto de las “desliga­
das” ( proceso prim ario). L a teoría anterior ya nos había ense­
ñado que la ligazón significa posibilidad de descarga, y la
no-ligazón, im posibilidad de descarga. F reud llegaba ahora a
la conclusión paradójica de que los procesos pulsionales desli­
gados generaban el m ayor placer y tam bién el m ayor d isp la ­
cer; ésta era una paradoja porqüe, según la prim era teoría, en
la cual la tensión e ra displaciente, esos procesos debían ser
exclusivam ente displacien tes, y a que intensificaban la ten­
sión y resu lta ba im posible descargarla. N o sorprende enton­
ces que F reu d concluya con un enunciado profético: “Éste po­
dría ser el punto de partida de nuevas investigaciones ” .28
Él mismo nunca aportó el desarrollo necesario. E n E l p r o ­
blem a económ ico del m asoquism o intentó echar algo m ás de
luz, pero sólo logró aum en tar la oscuridad. A llí comienza por
repetir lo obvio: el principio de placer regu la autom áticam en­
te la vida psíquica, que ap u n ta al m enor displacer y el mayor
placer; F reu d incluso menciona el nuevo nombre, principio de
N irv a n a . A continuación p la n te a la dificultad: hay tam bién
una tensión placiente y un alivio displaciente; de la tensión
en am bos casos tenem os u n a contradicción de térm inos. En
ese punto encontramos u na nueva definición de los principios
(nueva en comparación con M á s a llá del p rin c ip io de p la cer).
E l principio de N ir v a n a e ra la expresión de la pulsión de
m uerte, y tendía a la tensión cero, a la m uerte. El principio
de placer constituía u na modificación de este principio de N ir ­
vana, y actuaba al servicio de Eros, la pulsión de vida. F in a l­
mente, el principio de rea lid ad ex p re sa b a la influencia del
mundo externo .29
R esulta claro que, a p esar de que la term inología sigue
siendo la misma, y por lo tanto crea confusión, lo que aquí te­
nemos es un principio de placer totalm ente distinto, un p rin ­
cipio de placer que h a cam biado de ban d o y ahora pertenece
al E ros inten sificador de la vida, un principio de placer que
lucha por un placer distinto del que busca el principio de N ir ­
vana.
Freud había descubierto un segundo tipo de placer, un pla­
cer que estaba m ás allá del sentido común de la prim era teo­
ría, porque podía incluir el dolor. El principio de placer en su
form ulación original suponía un fracaso intrínseco. F reud se
h a bía visto obligado a su brayar la lacha p o r el placer, es decir
el deseo, y no el térm ino final, la satisfacción. A u n qu e este
término final podía gen erar una cierta forma de placer (el ali­
vio de la tensión, el pla cer fúlica), había sin em bargo otra co­
sa que estaba m ás a llá de este placer, el "deseo de ser”, algo
que por definición nunca acaba porque lucha por algo que es­
tá m ás allá de un fin: tiene que ver con otro noce. D esde un
punto de vista lacaniano, es allí donde aparece la doble dis­
yunción de la teoría del discurso: In impotencia hum ana para
obtener satisfacción, la falta intrínseca en el principio de pla­
cer, es la base de la im posibilidad de |,¡oce "El placer m arca el
fin [el final/la metal del goce",

E l s u je to d iv id id o y la s cx tin ció n

E n la neurosis y principalm ente en la histeria, la neuro­


sis por excelencia ho iJ<<hLnt ji la repetición del fracaso. L a
práctica clínica non nmonti a que estn se produce sobre todo en
las denom inadas "reluciónos", I'ara l'Veud, la causa estaba en
la com puta..... le ruprl irínii, que msit te en repetir un fracaso
prim ero u originario con la finalidad de adqu irir dominio so­
bre él, Adormís, la nueva le o n a freu d ian a de las pulsiones
presuponía dos estados prim igenios a los que el organism o
quería reto m a r, cada uno de ellos con su típica form a de p la ­
cer: Eros lucha por la fusión y genera placer elevando la ten­
sión; T á n ato s lucha por desligar, y su placer está en el nivel
de la tensión cero, el sueño, incluso la muerte.
Parecería que nos hem os introducido en el reino de la filo­
sofía. ¿Cómo entender estos enunciados en relación con la clí­
nica de la histeria? L a descripción que rea liz a F re u d de la
compulsión de repetición señ ala un prim er hecho clínico bien
conocido: “E llos se las in g e n ia n u n a vez m ás p a ra sentirse
desdeñados, p a ra o b lig a r al médico a que les h a b le se v e ra ­
mente y los trate con fria ld a d ...”. L a repetición del fracaso,
del traum a, perm ite reg re sa r al prim er rechazo de la prim era
pareja en la prim era relación am orosa, entre un progenitor y
el niño. U n segundo punto es que Freud, para describir esta
condición ideal o rigin aria, tiene que rem itirse a un mito, el
expuesto por A ristófan es en E l banquete, relativo a la fusión
original del ser h um an o todavía indiviso. R e su lta extraño
(|ue, al hacerlo, F reud no advirtiera que estaba retom ando un
t oma que ya h a bía tratado veinticinco años antes en su inim i-
l.ilile P roy ecto : el de la p rim era satisfacción mítica en form a
nlucinatoria, la satisfacción m ás perfecta, cuya huella mnémi-
i .1 funcionará como norm a com parativa en todas las satifac-
fu tu ras, condenándolas como insuficientes.30 Tam bién
i'Íu tig s
ri'Miilta bastan te extraño que un p a r de años después no vin-
liilura estas ideas con un “nuevo” descubrimiento. Se suponía
111m* In niña rea liz a la transición a la relación edípica con el
Imi* 111 ' desde el vínculo preedípico con la m adre a través de un
" l>t oche (entre otros): el de no h a b e r recibido suficiente (le ­
che), lün esta discusión, F re u d rechazó por completo el a rg u -
nti'iifo sociológico (un período m ás corto de am am antam iento
deludo ;i las condiciones cultu rales), favoreciendo en cambio
el ni idea: “Es como si n uestras niñas hubieran quedado para
.......pro no sa c ia d as”,31 con un deseo histérico, insatisfecho,
ihniii inble. En el m ism o artículo F re u d estableció u n a r e la ­
ción r ;¡n id a l entre la h isteria y esta relación preedípica m a­
llín Itíjii Adem ás, que F reu d h ubiera dejado atrás su prim era
i* "i mi determ inó un hecho im portante: desde 1925, él pudo
ti I mi mi el deseo fem enino e histérico como algo distinto del
ilnei n iun: calino.32 A n tes, la situación edípica h a b ía sido
siempre elu cidada desde el punto de vista m asculino: la v e r­
sión fem enina era “lo mismo, pero a la inversa”.
De modo que la segunda teoría permite una diferenciación
basada en el género. Pero hay m ás: el tem a mismo de esta se­
g u n d a teoría es la diferencia sexual. P a r a explicar a Eros,
F reud utilizó el mito de Aristófan es sobre el ser hum ano com­
pleto origin al, dividido por la intervención divina. D ividido
¿en qué? E n dos criaturas con diferentes sexos.
Se ha pasado por alto la im portancia de este detalle esen­
cial. L a aplicación del mito de A ristófan es y todo el tem a de
Eros versus Tán atos se suelen incluir entre los pocos deslices
teóricos de Freud, que hay que perdonarle a un hombre ancia­
no. N o parecen ciencia seria. L a necesidad de lo grar acepta­
ción en el escenario científico internacional es tan gran de,
que a m enudo se hace a un lado al auténtico psicoanálisis.
Nosotros, sin em bargo, estam os convencidos de que sin es­
te razonam iento mítico resulta m uy difícil com prender la his­
teria. E l mito utilizado por F reud aparece en la práctica clíni­
ca con todas la s pacientes histéricas, como fan tasm a
origin ario construido n a ch tra g lic h , y tam bién como fuerza
pulsional, como un leitm o tiv que determ ina todas las produc­
ciones del inconsciente.
En prim er lu g a r, un fa n ta sm a originario se construye a
posteriori. En parte es tomado en el lenguaje y de tal modo se
convierte en un sujeto. Com o sujeto, nunca puede coincidir
completam ente con el cuerpo de lo significante, es decir, con
el Otro; siem pre qu eda un resto, que Lacan denom ina objeto
a. A través de esta operación, el sujeto se transform a en divi­
dido y sexuado: “E re s un hijo/hija d e...”. En este punto, el su­
jeto histérico en fren ta u n a im posibilidad. Tom ado en el len­
guaje, tiene que a d q u irir u n a iden tidad sexual m ediante la
identificación sim bólica con un significante. P a r a la m ujer,
este significante, S (A ), falta. Es allí donde se origina el deseo,
concentrándose en un estado construido retroactivam ente, y
por lo tanto mítico, supuestam ente anterior a la división, en
el que se piensa que hubo un sujeto absoluto, sin ninguna di­
visión y por lo tanto sin ningún problem a de sexuación. A es­
te fenóm eno nos g u s ta ría den om in arlo “el fantasm a unisex
histérico”; es m uy obvio en la práctica clínica, tanto on In pnr-
I,iculor im portancia atribuida al otro, como en la fusión histé­
rica. El mito de la “em patia”, de la “intersubjetividad” perfec­
ta, queda de tai- modo expuesto como un fantasm a histérico.
En segundo lu g a r tenemos el tem a de la fuerza o le itm o tiv
pulsionales. Los síntom as histéricos no son m ás que fan tas­
m as realizados, intentos de prod u cir u n a resp u esta a S (A );
siem pre tienden h acia el m ito del sujeto absoluto. L a princi­
pal característica de este sujeto absoluto es que prom ueve la
idea de que todos los sujetos son igu ales; el concepto de que
“todos son igu ales ante la ley” ejem pliñca esta tendencia uni­
sexual. A a lg u ie n fa m ilia riz a d o con la clínica psicoan alítica
de la histeria no le sorprende que en muchos casos esto resu l­
te en u n a form a de com prom iso social. A n n a O. se convirtió
en la prim era trab ajad o ra social, y décadas m ás tarde fue ho­
m e n aje ad a con u na e stam p illa que lle v a b a su efigie y la s i ­
guiente leyenda; H elfer der Menschhe.it (auxiliadora de la hu­
m an id ad ).33
L a h istérica añ ora la u n id a d del paraíso perdido. E n pri*
m er lu gar, este anhelo es solam ente nominal. Si uno cree que
puede satisfacerlo, que puede rem ediar la falta de am or m e­
diante un “sostén” (u n a terapia de apoyo), se llevará una gran
sorpresa: la histérica no a p u n ta a la satisfacción de este de­
seo, sino que quiere sostenerlo como deseo. A d em á s sa tisfa ­
cerlo es peligroso. Si se rea liza ra la unidad, se perdería la di­
ferencia entre el goce del Otro y el goce del otro, de modo que
el sujeto se vería reducido a la condición de mero objeto pasi­
vo del deseo del Otro, desde donde la única salida es la psico­
sis histérica.
D e modo que tenem os un sujeto dividido, §, que busca su
identidad sexual y no la encuentra, como consecuencia de lo
cual elabora un retorno fantasm ático a la totalidad mítica a n ­
terior a cualqu ier form a de diferenciación sexual. El proceso
es alim entado por Eros, que a p u n ta a la fusión, a un placer
que (en aposición a la abreacción fálica) intensifica tensión y,
por lo tanto, tiene que ver con otro goce.
E s notable que esta teoría h a y a sido confirm ada por cier­
tos textos posfreudianos, algunos de ellos m uy conocidos. El
famoso artículo de B alin t sobre el “objeto prim ario de am or”
nos enseña que “E l niño tiene el deseo de seguir viviendo co­
mo parte com ponente de la u n id a d m adre-h ijo (u n a unidad
d u a l)”.34 L a descripción de esta fusión deseada acentúa la no
diferenciación de am bas partes componentes e incluye una ca
racterística que el autor considera “totalmente inesperada”: el
placer asociado con esta unión es m uy extraño y se asem eja al
Vorlust, el juego prelim inar, como un placer que intensifica la
tensión. Seis años después de este artículo, W innicott descu­
brió el objeto transicional como la p rim era posesión no-yo. El
niño realiza la transición desde la unidad ilusoria de m adre e
hijo a una du alidad diferenciada apelando a un fenómeno in­
termedio. D ice W in n icott que este objeto transicional puede
referirse al seno de la m adre, pero potencial mente representa
al falo materno.35 E l falo de la m adre es lo que en nuestro r a ­
zonamiento llena la falta p ara m antener una unidad. Cuando
el niño descubre la carencia de la m adre, llena esta brecha,
precisamente p ara evitar la ru p tu ra con el prim er gran Otro.
A l cabo de otros seis años, encontram os la m ás perfecta
ilustración en un texto de Peto que se propone exam inar epi­
sodios “psicóticos”. E n nuestra opinión, esto resulta engañoso,
puesto que todos los pacientes lím ite presentados provienen,
con u n a excepción, de los E stu d ios sobre la histeria. Peto
quiere exam inar un cierto fenómeno transferencial: “Los fenó­
menos consistían en estados recurrentes de la regresión m ás
profunda du ran te lapsos de sem an as o meses. En esos esta­
dos, el paciente se percibía a sí m ism o y al analista como fu ­
sionados en u n a m asa m ás o menos am orfa de carácter vago e
indefinible. [.. .] Pron to esta etap a se desarrolló en u na fase
en la cual los dos cuerpos se convertían en u na m asa de car­
ne.”36 El autor aclara que esos estados tenían que ver con fan ­
tasm as prim ordiales que nunca h abían sido conscientes, pues
“estas regresiones siem pre llegab an en la ti-ansferencia a si­
tuaciones y fan tasm as m ás arcaicos que los realm ente recor­
dados”; se refe ría n a un período prehistórico mítico de su ­
puesta fusión con la m adre. E se estado de fusión no presenta
ningún signo del placer o el displacer clásicos, sino que evoca
una especie de “n ada v aga e indefinible”. Peto rastrea correc­
tam ente esta regresió n h a sta perturbacion es de la im agen
corporal, pero no logra form ular u na generalización adicional:
todos sus pacientes tienen dificu ltades con su identidad se­
xual, lo cual se explica por la condición fusionada alcan zada
regresivamente,. P or cierto, en esta condición fusional no exis­
te ninguna diferenciación sexual. Esto se ve m uy claram ente
o.n su segundo historial, de u n a paciente que h abía aprendido
a aban d on arse a esas regresiones: “aprendió a deslizarse en
ellas siem pre que un conflicto penoso relacionado con la m as­
turbación an al o genital le provocaba un sentimiento de culpa
abrum ador”.
L a im agen corporal im plica u n a etapa especular. Los p a ­
cientes de Peto se apegaban a la identiñcación im aginaria con
la im agen total del otro. “T o ta l” im plica la falta de la falta,
porque la im agen está llena por el objeto a; “im agin aria" im ­
plica que los elementos son intercam biables, pues son im agi­
narios-duales. L a identificación sim bólica del doble esquem a
especular lacan ian o no es asu m id a, porque introduciría una
falta a tra v é s de la identificación con los significan tes del
Otro.37 N o sorprende que el autor encuentre en estos pacien­
tes una especie de pensam iento arcaico. Esto es lo que (¡iseln
Pankow demostró con su obra sobre el efecto de la estructura­
ción dinám ica de la im agen corporal en la psicosis histérica.

C o n se cu e n cia s de la s e g u n d a te o ría de F re u d

P a ra F reu d, estos nuevos descubrim ientos supusieron un


cambio radical de curso. Con respecto a la teoría, inauguraron
lo que nos g u s ta ría lla m a r el período de los fenóm enos U r:
U rverd rá n gu n g, U rph a n ta sie, U rv a te r. U r se traduce como
“prim ario”, “p rim o rd ia l”, “o rig in a rio ”, “prim itivo”: represión
primaria, fantasm a originario, padre primordial. Entendem os
que lo “originario” se refiere a un momento lógicam ente ante­
rior a la constitución del sujeto, desde un punto de vista nach-
tr&glich (posterior, retroactivo). L a represión p rim aria tiene
que ver con la fa lta en lo Sim bólico correspondiente a lo que
lin quedado atrás en lo Real. Se supone que los fantasm as ori­
ginarios proporcionan u na respuesta a esa falta. El padre pri­
mordial se convierte entonces en el elem ento necesario que
liny que construir p a ra re p a ra r la falta en lo Simbólico. En el
■upitulo siguiente nos detendrem os en las elaboraciones de
l'Youd en tal sentido. En cuanto a Lacan, es en ese punto don­
de sitúa la introducción en el len guaje y la subsiguiente divi­
sión del sujeto S, así como la pérdida irrevocable de la unidad
y el movimiento del deseo que la sigue.
Esto nos vuelve a llevar al sujeto histérico, aunque en este
caso en el sentido propio de la p a lab ra , como el sujeto dividi­
do por el lenguaje, S. Por cierto, el único sujeto dividido, S, es
el histérico, y la posición histérica es la necesaria de todo ser
hablante. Sobre la base de esta posición, la histérica S aspira
a la unidad de un sujeto completo, S. Esto implica una encru­
cijada con dos direcciones: por un lado tenem os el objeto, y
por el otro, el deseo.
E l deseo se origina en la división del sujeto, causada por el
lenguaje. S expresa su deseo en representaciones o significan­
tes, y de tal modo la convierte en u n a dem anda. L a expresión
nunca es suficiente; de allí el carácter interm inable, insisten­
te, repetitivo, de la cadena de significantes, que intenta ex­
presar el deseo: S —» Si —» S 2. C u a lq u ie r final es siem pre v ir­
tual. E l sujeto histérico no desea u n a satisfacción de
confección como respuesta a su anhelo. Rechaza el placer fáli­
co y se reserva p a ra otro goce. D e allí su necesaria insatisfac­
ción. A llí a rr a ig a la a m enudo m encionada “la b ilid a d ” de la
paciente histérica, jun to con la activación de una crisis aluci-
natoria en el momento en que cree que ha hallado la unidad,
la satisfacción perfecta.38 E l deseo que se desliza interm in a­
blem ente a lo largo de la cadena de significantes resu lta en
una repetición de la cual el punto final virtual es lo Real laca-
niano; es “virtu a l” porque este Real está más allá del alcance
del significante. E l encuentro con este Real necesariam ente
se frustra, y si se corre el riesgo de que no lo haga, la respues­
ta os la psicosis histérica y la alucinación histérica. Con esta
concepción lacan ian a de la alucinación, redescubrimos la teo­
ría original de Freud sobre la satisfacción alucinada.39
I ./i prim era teoría de l'Yeud se centraba exclusivam ente en
el deslizam iento interm inable del deseo, con sus raíces en el
principio (le placer. Por ello el tratam iento en sí se convertía
en un encuentro frustrado. Sólo el discurso del amo podía im­
poner 1111 final al continuo desp lazam ien to del deseo. Con
l'Yeud II y Lacan, comenzamos a reconocer el otro lado: el la ­
do del objeto y el fan tasm a, S 0 a. E l objeto a está m ás a llá
del significante, es el últim o térm ino del deseo, que nunca
puede expresarse en significantes. Como objeto, se encuentra
entre el g ra n O tro y S, en la intersección de sus respectivas
faltas. E l sujete histérico sólo puede encontrarse con el Otro
m ediante un fantasm a con el que vela al objeto a en su inten­
to de llenar la fa lta de a. Esto im plica que el objeto adquiere
una im portancia extrem a como respu esta a la falta en el
Otro, por un lado como medio p a ra resta u ra r la unidad origi­
naria, y por el otro como pru eba fin al de que es imposible. E s­
to explica la depen dencia h istérica respecto del p a rte n a ire ,
tam bién reflejad a en la neurosis de transferencia y en la re­
sistencia transferencial.
E s obvio que esta n u eva teo ría m odifica radicalm ente la
concepción de la cura. L a interpretación que se centraba en el
deseo y sus desplazam ientos, S —> S i —» S 2, al final del desa­
rrollo de F reu d se convierte en dos recursos técnicos m ás aco­
tados, cada uno con su propia función. En prim er lu g a r tene­
mos la D e u tu n g (lite ra lm e n te “indicación”), centrada en
secciones m ás pequeñas de la asociación libre, y destinada a
sacar a luz el deseo inconsciente “indestructible”. Esto no bas­
taba. L a indestructibilidad se debía precisamente a que el de­
seo no apun ta a la satisfacción/al Eldorado de la pulsión ge­
nital sino, por el contrario, a p e rp e tu a rse a sí m ism o como
deseo (piénsese en el sueño de la bella carnicera). E l segundo
recurso técnico se propone rev e lar la estructura en la cual y a
través de la cual el deseo se m an tiene cam biando. L a expe­
riencia clínica de F re u d lo h a b ía persuadido cada vez m ás de
que el deseo cam bia constantem ente; con respecto a él, cual­
quier final terapéutico sólo puede ser virtual. L a respuesta de
F reu d se desplegaba en un lapso idéntico: era la D urcha rbei-
ten, la reelaboración, como procedim iento contra la causa de
los desplazam ientos in term in ab les, contra la com pulsión de
repetición.
Lacan instrum en tó la s consecuencias prácticas de estos
cambios y formuló la necesaria extensión conceptual. E l deseo
ni* mantiene en movimiento porque en su punto de partida es
unu falta irreparable en el Otro. E l neurótico oye esta falta en
«I Otro como u n a dem anda (es decir, expresada en significan-
I.011) n intenta responder con su fantasm a. Estas producciones
fantasm áticas m ontan la escena que el deseo, siguiendo su
guión, interpreta una y otra vez. Las D eutungen funcionan co­
mo puntuaciones en la cadena de la asociación libre del an ali­
zante, radiografian do la estratificación de los significantes y
apuntando al deseo cambiante. Su carácter insistente se vuel­
ve claro cuando aparecen en significantes, es decir, allí donde
el deseo se ha transform ado en dem anda, y es esa insistencia
lo que ha de cuestionarse u n a y otra vez; este aspecto queda
perfectamente expresado con la figura del “ocho interior'’ que
hace visible esta circularidad40 y d em u estra por qué la cura
no debe interrum pir los desplazam ientos. L a meta es revelar
la estructura fantasm ática básica, que tiene un específico ob­
jeto a como agente del discurso analítico. L a “construcción” y
la “reelaboración ” freu d ian as llevan a L acan al “p a se ” como
nueva solución p ara el problem a de la term inación del an áli­
sis, “la trauersée du fantasm e ”, viaje a través del propio fan ­
tasma, que paradójicam ente term ina en que el sujeto se sepa­
ra de él. Esto es lo que Lacan denom ina la d estitución
subjetiva del sujeto, que se refleja del lado del Otro como el
désétre de l ’analyste (des-ser del an alista).41
L a segunda teoría freu dian a puede tam bién resum irse en
un esquem a (véase el esquem a 2).
En comparación con el esquem a 1, resulta totalmente cla­
ro que la segunda teoría freudiana es abierta. E l discurso del
amo ha desaparecido, una vez más hay lu g a r para la histeria.
Freud postuló un momento lógicamente originario, un período
precedente de capital importancia p ara la constitución del su­
jeto. Encontramos su elaboración en uno de los textos freudia-
nos m ás poéticos: “El motivo de la elección del cofre”.42
Se trata do un artículo clave,' por ser el prim ero que acordó
un lu g a r central a la figura de la m u jer-m adre, cuya im por­
tancia no dejó de aum entar en la teoría freudiana de la histe­
ria. Todo ser hum ano inicia su vida en u n a satisfactoria uni­
dad con la m adre, unidad que se pierde y m ás tarde se busca
en la figura del p a rten a ire. Posteriorm ente, F reu d especifico
que lo que vale p a ra la histérica tam bién es cierto p a ra la
mujer en general: incluso su partenaire (m asculino) puede ser
contam inado con la im ago de la m adre, puede servir para
rein stalar la fusión orig in aria con la m adre como prim er
____ i________
5
primerá satisfacción mítica: sujeto indiviso S: fantasma originario

represión primaria - introducción en el lenguaje: £ —> a

compulsión de repetición: tiene que ver con el fracaso de

l ’oncopto básico: Freud Eros-Tánatos


Fantasma originario - represión
primaria
Construcción - reelaboración
Lacan Goce fálico y goce del otro
El sujeto indiviso S y la pérdida del
objeto a
Expresión en el significante:
- S i - * S -> S 2
-S O a
Otro. Esta búsqu eda de fusión, la lucha por el am or y la satis­
facción, presenta u n a extraña afinidad con la m uerte y lo no-
verbal. Exige una defensa, el necesario e interm inable despla­
zamiento del deseo.
E sta defen sa no es m ás que el com plejo de Edipo, con el
cual F re u d postuló un p a d re edípico que somete a la ley el
deseo del sujeto. S u s prim eras teorías edípicas no hacían lu ­
g a r a la p rim era fig u ra central: la m adre prim ordial, el p ri­
m er Otro. Com o resultado, esos p lan teos desem bocaron en
un atolladero. U n a vez m ás, fue la histérica quien le señaló
la salida.

NOTAS

1. Haley, De machtpolitiek van Jezus Christus, Amsterdam, Al­


pha boeken, 1972 (original inglés: The power tactics o f Jesús Christ).
2. Freud, “Remembering, Repeating and Working-Through (Furt-
her Recommendations on the Technique of Psycho-Anaiysis”, II)
(1914g), S.E. 12, págs. 147-148.
3. Freud, Conferencia “On the Psychical Mechanism o f Hysterical
Phenomena” (1893h), S.E. 3, págs. 27-39.
4. Freud y Breuer, Studies on Hysteria ( 1895d), S.E. 2, pág. 192.
5. Freud, Project for a Scientific Psychology (1950a), S.E. 1, págs.
295-296.
6. Fechner, Einige Ideen zur Schópfungs und Entwicklungsge-
schichte der Organismen, Leipzig, Breitkopf und Hártel, 1873.
7. Fechner, “Uber das Lustprinzip des Handeins”, Zeitschrift für
Philosophie und Philosophische Kritik, Halle, 1848.
8. Freud, The Interpretation o f Dreams (1900a), S.E. 4-5, págs.
599 y 574.
9. Israel, Hysterie, sekse en de geneesheer, Leuven/Amersfoort,
Acco, 1984, pág. 109 (original francés: L ’hystérique, le se.xe et le nié-
decin).
10. Esta idea de una profilaxis fue explícitamente mencionada
por Freud en el curso del segundo congreso psicoanalítico internacio­
nal de Nuremberg. Véase Freud, “The Future Prospects of Psycho-
Analytic Therapy” (1910d), S.E. 11.
11. Lacan, The Seminar, Book I, Freud’s Papers on Techni­
que (1953-1954), Cambridge, Cambridge University Press, pág. 271.
12. Freud, “A Childhood Recollection from Dichtung und Wahr
heit” ( 1917b), S.E. 17.
13. Freud, “Remembering, Repeating and Working-Through”, ob.
cit., págs. 150-151.
14. Ibíd., pág. 156.
15. Freud, Inhibitions, Symptoms and Anxiety (1926d), S.E. 20,
pág. 159.
16. Lacan, The Seminar, Book III, The Psychoses (1955-1956),
Nueva York, W. W. Norton & Company, pág. 164.
17. Freud, “A Case of Paranoia running Counter to the Psycho-
Analytic Theory of the Disease” (1915f), S.E. 14, pág. 269.
18. Freud, “Remembering, Repeating and Working-Through” ob.
cit., pág. 149; véase también la nota 1 del editor en S.E. 12. pág. 141.
19. Freud - Salomé, Briefwechsel, Francfort, Fischer, 1980, pág.
28.
20. Freud, “Instincts and their Vicissitudes” (1915c), S.E. 14,
pág. 121.
21. Freud, “The Uncanny” 1 1919h), S.E. 17, pág. 238.
22. Freud, Beyond the Pleasure Principie (1920g), S.E. 18, pág. 17.
23. Ibíd., págs. 18-19.
24. Ibíd., pág. 21.
25. Ibíd., págs. 52-55.
26. Ibíd., pág. 55.
27. “La petite mort ” es una expresión francesa para denominar :>l
orgasmo, de modo que la experiencia orgástica aparece condensada
en esta expresión con la experiencia de la muerte.
28. Freud, Beyond the Pleasure Principie, ob. cit., pág. 63.
29. Freud, “The Economic Problem of Masochism” (1924c), S.E.
19, págs. 159-161.
30. La descripción del “Proyecto” acerca de una satisfacción origi­
nal que opera como norma de comparación con todas las otras satis­
facciones no es la única. La idea reaparece en varios textos freudia-
nos. Freud, S.E. 1, págs. 317-319; The Interpretation o f Dreams
(1900a), S.E. 4-5, pág. 598; “Negation” (1925h), S.E. 19, pág. 238.
31. Freud, Female Sexuality (1931b), S.E. 21, págs. 234, 226.
32. Freud, “Some Psychical Consequences of the Anatomical Dis-
tinction between the Sexes” (1925j), S.E. 19, pág. 248.
33. Israel y Gurfein, “Le vieillissement de l’hystérique”, Evolu-
tion psychiatrique, XXXV (II), 1970, págs. 372-73.
34. Balint, “Early developmental states of the ego. Primary object
love (1937)”, International Journal o f Psycho-Analysis, 30, 1949,
págs. 269-272.
35. Winnicott, “Transitional objects and transitional phenomena,
a study of the first not-me possession”, International Journal o f Psy­
cho-Analysis , 1953, XXXIV, págs. 95-96.
36. Peto, “Body image and archaic thinking”, International Jour­
nal of Psycho-Analysis, 1959, 40, págs. 223, 228, 228.
37. Lorré, “Psychose en paeudo-psychose: onderscheid ín de spic-
gelüpstelling”, Psych oanalytische Perspektieuen, 7, 1985, págs. 129-
140.
38. Maleva], Psychoses dissociatives et delires hystériques, París,
Payot, 1981.
39. Freud, Project for a Scientific Psychology (1950), S.E. 1, pág.
31; The Interpretaron ofDreams (1900a), S.E. 4-5, pág. 565.
40. Lacan, The Seminar, Book IX, The Four Fundamental Con-
cepts o f Psycho-Analysis (1964), Londres, Penguin Books, pág. 271.
41. Lacan, “Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de
l’École", ECF, Annuaire et textes statuaires, París, ECF, 1982, pág.
28.
42. Freud, "The Theme of the Three Caskets’’ (19130, S.E. 12,
págs. 289-301.
9. C O N S E C U E N C I A S D E L A S E G U N D A
T E O R ÍA F R E U D IA N A :
L O S F E N Ó M E N O S O R IG IN A R IO S

A l d e sa rro lla r su prim era teoría, F reu d h abía sido un


alum no en la escuela de sus pacientes histéricas. L a re p re ­
sión era el mecanismo central y el contenido del m aterial re­
primido tenía que ver con fantasm as sobre el padre, entreteji­
dos alrededor de un núcleo de rea lid ad . E l fracaso de esta
teoría en el lu g a r donde debía h a b e r sido confirm ada - e n el
ti'atamiento— llevó a F reu d al punto de Más allá del p rin cip io
de p la cer. H a b ía algo m ás a llá del principio de placer, más
allá de la teoría del principio de placer, algo que era responsa­
ble de la resistencia transferencial, de la neurosis de transfe­
rencia y de la reacción terapéutica negativa.
En ese texto, F reud descubrió u na form a de placer que ex­
cedía a su principio de placer, otro goce en el que parecía cen­
trarse el deseo de la histérica, sin a g u a rd a r nunca su satisfac­
ción. L a prim era teoría, basada exclusivam ente en el principio
de placer, ya no se sostenía. E ra necesaria una revisión com­
pleta, e iba a tom ar form a una teoría nueva. Pero “n ueva” no
es la palabra correcta. De la cám ara del tesoro del Proyecto y
las cartas a Fliess, F reud extrajo y refino algunas ideas olvi­
dadas.
U n a particu laridad de esta n u eva teoría era que, en com­
paración con la prim era, resu lta b a incluso m ás “o rig in aria ”.
R econsideraba los m ism os conceptos respecto de la histeria,
pero con adjetivos agregados: la rep resión pasó a ser re p re ­
sión primaria, el fantasm a se convirtió en fantasm a originario
o fundam ental, y el padre en un padre prim ordial. Estos tres
fenóm enos drigin arios se su elen considerar por separado. A
mi juicio, están estrecham ente vinculados: los tres conceptos
son efecto del pasaje de F reu d a u n a nueva teoría, y cada uno
de ellos tiene lazos con los otros dos. La hebra que los recorre
es el proceso de la sexuación psíquica, con énfasis en la fem i­
nidad. L a pre g u n ta de “¿qué es u n a mujer?” se convirtió en
“¿qué quiere u n a mujer?”. Es lo mismo que se pregunta la h is­
térica.
R epresión p rim aria, fa n ta sm a originario, padre p rim o r­
dial: tres conceptos clave que resum en la s n uevas ideas de
Freud. Pero la serie es incom pleta, y las omisiones iban a lle­
varlo de nuevo a un atolladero. Siguiendo la m ism a línea de
pensamiento, esa serie podía completarse con dos términos: la
“castración origin aria” y la “m adre prim ordial”. F reud dio es­
te paso, dudando mucho, en sus últim os trabajos. L a “m adre
p rim ord ial” recibió u n a form ulación im plícita en Moisés y la
re lig ión monoteísta', la “castración origin aria” estuvo a punto
de aparecer form ulada en “L a escisión del yo en el proceso de
d efen sa”. L a m uerte, como am o prim ordial, im pidió que le
diera el último toque.
L a p rim era teoría h a b ía sido reform ulada, pero incluso la
nueva edición debía su frir modificaciones. Los cambios se su­
cedieron como en la cura de u n a paciente histérica. Ésta es
u n a dem ostración perfecta del lu g a r común según el cual ca­
da psicoanálisis consiste en un redescubrim iento de la teoría.
A l principio h a b ía una cierta relación entre lo Sim bólico y lo
R eal, que fue tanto d escu b ierta como encubierta por Freud.
P a ra ocultarla, él empleó el mismo registro que sus pacientes:
lo Im agin ario. A l igu al que en la histeria, F re u d montó este
registro p a ra re p a ra r la fa lta en lo Sim bólico —un m ontaje
fu n d am en tal que consistió en construir fenóm enos cada vez
m ás o rigin arios-. F reu d fracasó en este sentido, y la histérica
fracasó con él. A d em ás, am bos tropezaron en los mismos lu ­
gares: el pad re y el falo. M ie n tra s Freud forjaba su mito del
padre prim ordial, fue incapaz de trascender la realid ad : el
inito tenía que referirse a una realidad histórica concreta. Lo
mismo ocurrió con la castración: el complejo de castración si­
guió siendo el obstáculo real (en cuanto determ inado biológi­
camente) con el que tropezaba todo análisis. Nunca dio el pa­
so hacia la función simbólica del padre, el Nom bre del Padre
como significante, ni hacia la m adre como el prim er Otro so­
metido a la ley del N om bre del Padre.

D E L A R E P R E S IÓ N A L A R E P R E S IÓ N P R IM A R IA

L a re p re s ió n p r im a r ia y lo R e a l

Antes del desarrollo de la segunda teoría, la represión his­


térica funcionaba como un proceso interm inable y circular.
Toda represión lle v a b a consigo su propio fracaso, de lo cual
resultaba el retorno de lo reprim ido, que a su vez exigía una
nueva represión. Este desplazam iento interm inable sólo po­
día ser perseguido por un tratam iento que nunca lograba al­
canzarlo.
Hemos atribuido esta circularidad a la ausencia de un pri­
m er momento lógico. F reu d introdujo ese momento en tres
trabajos: su estudio sobre Schreber, “La represión” y ‘‘Lo in­
consciente ” .1 E n esos textos, discierne tres momentos del pro­
ceso de la represión: la represión prim aria, que es el mecanis­
mo básico; la eig en tlich e V erd rá n g u n g o N a ch d rá n gu n g, es
decir, la que viene después ( n a ch ), proceso que es posible en
virtud de la represión prim aria anterior, y en ultimo término,
el retorno del m aterial reprim ido en forma de síntomas.
P a ra F reu d, d arle a esta represión prim aria una concep-
tualización correcta fue una pesadilla metnpsicológica. L a -
planche y Pon talis señalan con ju sticia que este concepto es
en prim er lu g a r un postulado, que so basa en lo que se supo­
ne son sus efectos .2 Por cierto, una representación sólo puede
ser reprim ida si actúan dos fuerzas: una que repele y otra que
atrae. El problema reside en «ato última: ¿de dónde proviene?
Tiene que h a b er algú n tipo de núcleo inconsciente desde el
cual su rja esa atracción, un núcleo originado en un proceso
desconocido. Freud asumió el supuesto do que ésta era la obra
de algu na represión prim aria que h abía generado ese núcleo
inconsciente. Pero la represión prim aria, como “prim er mó­
vil”, exigía pensar en un mecanismo muy especial, puesto que
al principio no podía h a b er ningún núcleo con poder de atrac­
ción. Por cierto, el núcleo atractor sólo adquiere existencia co­
mo efecto de. la represión prim aria. De modo que el único m e­
canism o posible e ra la c o n tra in v e stid u ra .3 Si seguim os
nuestro argum ento, tal como lo desarrollam os en la prim era
parte, podemos decir lo siguiente: la represión prim aria esta­
blece una representación en el límite de la falta de lo Sim bóli­
co, falta en la cual hace su aparición lo Real. Esto implica que
la represión prim aria no es tanto una represión como una f i ­
ja c ió n , u n a fru stración orig in aria: algo de lo Real queda
atrás, en un nivel anterior, m ientras que el prim er desarrollo
funciona como una contrarrepresentación (Gegenvorstellung),
como un filtro alrededor de la a b e rtu ra .4
N o sorprende que F re u d no se sin tiera m uy contento con
este m ecanism o lim itado. En 1926 escribió: “E s dem asiado
poco lo que se sabe h a sta ah ora sobre los antecedentes y las
etapas prelim inares de la represión”. A continuación previene
contra la sobrestimación del papel del superyó, que se origina
en un período posterior. Y concluye: “E n todo caso, los m ás
antiguos estallidos de angustia, que son muy intensos, se pro­
ducen antes de que el superyó haya quedado diferenciado. Es
sum am ente probable que las causas precipitantes inm ediatas
de las represiones p rim arias sean factores cuantitativos tales
como un grado excesivo de excitación y la irrupción a través
del escudo protector contra estím ulos .”5
E l desarrollo adicional del concepto (u n a cuestión urgente,
según F re u d ) no se produjo; por cierto, después de F reu d ha
tendido a desaparecer por completo. P a ra comprobarlo, basta
echar u n a m irada al G rin stein , la principal bibliografía psi-
coanalítica an terior a la Internet; entre sus 96.000 entradas
sólo se encuentran cuatro referen cias a la represión p rim a ­
ria... L a explicación de esta pobreza es m uy simple: la idea de
la represión p rim aria no se adecúa a la teoría posfreudiana,
que sólo se b a sa en F reu d I.
S in em bargo, la m ism a teoría fre u d ia n a perm ite realizar
la elaboración necesaria. Tom em os nuestra últim a cita, en la
cual F reud h abla de “los m ás antiguos estallidos de angustia”
y de “la irrupción a trav és del escudo protector de excitacio­
nes excesivas”. L a represión supone un motivo, el displacer;
podemos razonablem ente suponer que la represión p rim aria
supone un d isp lacer originario, “los m ás antiguos estallidos
excesivos de a n gu stia ”. En este punto es probable que el lec­
tor reconozca algo: treinta años antes, Freud h abía supuesto
que en la base de la histeria hay u n a experiencia de angustia
origin aria, producida en un estado de insuficiencia psíquica,
en el cual el aparato psíquico aún no estaba en condiciones de
ela b o ra r n ada. En otras p a la b ra s, volvem os a la s prim erísi-
mas formulaciones freudianas acerca del traum a.
N u e stra lectura de esta teoría en la prim era parte del libro
nos permite lle g a r a algu nas conclusiones. E l traum a que no
pudo ser procesado psíquicam ente es lo R eal lacaniano. A l
principio F reu d pensó que la única reacción posible consistía
en investir a una G renzvorstellung (representación limítrofe);
en estos nuevos textos habló de u n a Gegenvorstellung (contra-
rrepresentación). En nuestro exam en de esta investidura y su
ulterior elaboración en fantasm as llegam os a la conclusión de
que se trataba de una elaboración defensiva en lo Im aginario
de lo traum ático Real; en otras p a lab ra s, un intento de elabo­
ración psíquica de algo p a ra lo cual fa ltab a n origin alm ente
palabras. E sta falta en lo Sim bólico es el A lacaniano; el sig­
nificante que representa a esta falta es S (A ). Este significan­
te es el que F re u d utilizó como significante sustituto de la
mujer: la pasividad. En este sentido, la contrarrepresentación
es una actividad “m asculina”; es el Si de Lacan como nombre
del significante fálico, que tam bién designa al padre prim or­
dial como pad re total; lo que L a c a n denom inó “el al-m enos-
uno”, la única excepción que se sustrae a la castración, es de­
cir, a la división su b je tiv a .6 Com o tal, satisface la condición
que hace posible lo Simbólico, el S 2, la cadena de significantes
junto con su falta intrínseca.

Freud Real —» pasividad <-> actividad —> fantasma


traumático fálica edípico

Lacan A S(A) Si —» S2

S // a
E sta representación esquem ática dem uestra dos cosas: en
prim er lugair, la coherencia con otros fenóm enos origin arios
que aún nos resta considerar, como el fan tasm a origin ario y
el padre prim ordial; en segundo término, que, desde el punto
de vista lacaniano, es en ese punto donde com ienza a existir
el inconsciente, ju n to con el proceso de la identiñcación se­
xual, y que la condición p a ra ello es el discurso del amo. Si
funda lo Simbólico, la cadena de S 2, de lo que resulta un suje­
to dividido S y un objeto en el lu g a r de la fa lta en el Otro.
Adem ás, esta estructura del discurso del amo es la estructura
del complejo de Edipo freudiano como condición necesaria pa­
ra lo Simbólico. E n n uestra discusión sobre el padre prim or­
dial volverem os sobre este im portante punto.
La tesis de que es allí donde se origina el inconsciente pro­
viene de Freud. L a formalización es lacaniana. Freud seguía el
desarrollo: el inconsciente no es un hecho a priori. Com ienza
en un punto definido del desarrollo del ser hum ano, un
momento mítico, ciertam ente abstracto, que debe entenderse
como lógicam ente an terior a cualqu ier subsiguien te N ie -
derschrifte, a las inscripciones que son otras tantas elaboracio­
nes psíquicas. L a conclusión inevitable es que el núcleo del in ­
consciente es lo Real. La represión prim aria concierne a S (A ), y
sólo con las represiones ulteriores se añadirán otros significan­
tes al primero. De modo que la estructura del inconsciente es
la descrita por Freud en sus Estudios: un núcleo inalcanzable
de lo Real, rodeado por tres capas ordenadas de un modo espe­
cífico. Y a lo hemos exam inado al dem ostrar que éste es el pun­
to donde puede decirse que el inconsciente está estructurado
como un lenguaje. A h o ra podemos d a r un paso más: el mo­
mento en el que el inconsciente se separa como estructura, no
tomada por el primer sistem a de inscripciones, es el momento
de la introducción del lenguaje. E l lenguaje y el inconsciente
tienen el mismo origen, y cada uno de ellos presupone al otro
en u n a dependencia recíproca. P or lo tanto, es precisam ente
en este punto donde viene a la vida el sujeto dividido S, donde
se produce la escisión del yo en el proceso de defensa.
A Freud, estas id eas le crearon problem as relacionados
fon In term inología de su p rim era topología. L a p alab ra “in-
ronriciente” ya no era aplicable en el sentido original descrip­
tivo, como “no consciente” u “olvidado”. En tanto concepto to-
pológico que d e sig n a b a un sistem a, d esd ibu jaba los lím ites
del preconsciente. P e n sa r en los térm inos de la m etáfora di-
námica-económica provocaba dificultades incluso mayores, a
causa del aún m isterioso concepto de “en ergía’ psíquica.
F reu d elaboró una segun d a topología, en la cual el “incons­
ciente” no era tanto un sistem a como un m ero adjetivo, un
predicado. Pero esto tampoco resolvía el problema; la m aqu i­
naria del Ich , el Es y el Ü ber-Ich se transform aba en un juego
de personificaciones. Todo se convertía en un cuento para ni­
ños sobre un cochero que trataba desesperadam ente de m an­
tener a su caballo bajo control desp ués de h a b er perdido su
carruaje dos cuadras antes. En uno de sus primeros trabajos,
Lacan propuso un empleo más m atizado del término “incons­
ciente”, con la aplicación de otro concepto, m ás funcional: el
de lo Im agin ario .7

L a re p re s ió n p r im a r ia y la p r á c tic a c lín ic a

L a represión p rim aria comí) postulado, como proceso m e­


diante el cual el inconsciente pasa a ser una entidad separada
en un momento dado, suscita la sospecha de que creemos un
concepto necesario, en prim er lugar, por razones de coheren­
cia teórica más que para la práctica clínica. Pero no es así: la
represión p rim aria puede encontrarse en la clínica. En vista
del trasfondo evolutivo, los m ejores ejem plos se en cuentran
en el an álisis de niños. El hecho <le que Juanito fuera fóbico,
de que padeciera u n a histeria de an gu stia, adecúa muy bien
su caso a nuestros fines. C uando F reud redactó su historial,
aún no h abía form ulado el concepto de represión prim aria. Si
nos basam os en sus descripciones clínicas y hacemos uso de la
conceptualización lacaniana, podemos puntualizar el lu g a r y
la función de dicha represión «in Inficionar el texto de Freud.
E n cuanto lo hacemos resulln claro un hiato importante en la
teoría de Freud sobre los fenómenos originarios: el papel de la
madre.
E l niño nace en un mundo hum ano, es decir, verbal; nace
en el campo del Otro. Com o futuro sujeto, tiene que consti­
tuirse en este cam po m ediante su duplicación intrínseca: la
m adre es el Otro originario y el padre es el segundo Otro; ju n ­
tos son responsables de introducir al niño en el lenguaje, en lo
Simbólico.
P a r a Juanito, esta introducción tomó u n a form a m uy es­
pecífica. L a am bigüedad de los dichos de la m adre, en combi­
nación con la extrem a indulgencia del padre, determ inaron el
desencadenam iento de la fobia, descrita en el prim er capítulo
del historial. Juanito e stab a obsesionado por el pene, lo b u s­
caba y qu ería verlo en todo organism o vivo. L a s intervencio­
nes de la m adre como p rim er g ra n O tro tuvieron un efecto
determ inante en tal sentido. L a m adre intervino de tres mo­
dos diferentes, que com binándose entre sí generaron una si­
tuación m uy paradójica. L a prim era afirmación rotunda de la
m a d re concernía a su propio falo; ella p reten día tener tam ­
bién un W iw im acher, un pene. Esto significaba que h abía un
solo género. E n segundo lugar, la m adre expresaba su convic­
ción de que las cuestiones sexuales son eine Schw einerei, una
po rqu ería, algo que no se debe hacer. E n ese tiempo, sus
am enazas de castración no asu staban al niño. En tercer tér­
mino, la conducta am orosa de Juanito con a lg u n a s niñas
constituía u n a fuente de g ra n placer p a ra am bos padres, lo
que no se le ocultaba al niño. H asta aquí, estas paradojas no
le cre a ba n dem asiados problem as; él se com portaba -d ic e
F r e u d - como un ve rd a d e ro hom bre, convencido de la om ni-
presencia del falo .8
C u a n d o tenía 3 años y 9 m eses de edad, hubo un cam bio
abrupto. P o r p rim era vez Ju an ito tuvo un sueño elaborado
defensivam ente; era obvio que se h a b ía producido un prim er
proceso de represión .9 En un segundo momento estalló la fo­
bia. ¿Qué h a bía sucedido? ¿Qué m aterial se h a b ía reprimido,
y por qué se h abía producido esa represión?
P a ra responder a este interrogante debemos echar otra m i­
rad a al discurso de los padres, especialm ente al de la madre.
E lla le h a b ía enseñado a Ju an ito la om nipresencia del falo,
mÍii n in g u n a mención de una falta. Todo el m undo tenía un
W iw im acher, incluso ella. L a am enaza de castración resulta-
liu inocua, y el niño continuaba ju gando consigo mismo. Esto
i nmbió abruptam ente al nacer H an n ah : por prim era vez Jua-
niiii vÍD a un ser vivo sin falo, es decir, desde su punto de vis­
ta, castrado. Vaciló entonces su confianza, su mundo cayó en
pedazos. Si H a n n a h estaba castrada, tam bién podría estarlo
la m adre. E n realid ad , a p e sa r de todos sus intentos, nunca
h abía visto realm en te el W iw im a ch e r de la m adre. S e g u ra ­
mente ella le h a bía mentido porque le h abría gustado tenerlo.
En otras p a la b ra s, Ju an ito en fren tó la falta básica, y esto
echó por tierra su seguridad básica. L a única solución era la
represión prim aria, que en este caso, como siem pre en la clí­
nica, puede exp resarse en los térm inos de re p r im ir la fa lta
del p rim e r O tro. Lacan dem u estra que el subsiguiente d esa­
rrollo fóbico tuvo una doble función. P or un lado, Juanito in ­
tentó respon der a la falta de la m a d re llenán dola él mismo;
por otro lado, la fobia apu n taba a m antener la distancia nece­
saria entre él y el am enazante deseo de la m adre .10 N o se po­
día permitir que la madre lo deseara a él o al falo, porque esto
implicaba una falta insoportable y u na am enaza p ara el suje­
to. Ella tenía falo. Con esto evitaba el S (A ). Como efecto de to­
do esto, Juanito ingresó de inm ediato en “el mundo del sem ­
blan te”. Vio el herm oso W iw im a ch er de H a n n ah (v é a se la
nota 8 ). Presum iblem en te tan herm oso como el de la m adre.
Su prim er reconocimiento de la diferencia sexual era tan fa l­
so como la hipocresía de la m adre.

E l efecto de la re p re s ió n p r i m a r ia : la fa lic iz a c ió n d el
m u n d o ; e l m u n d o d e l s e m b la n te

El ejemplo de Juanito nos dem uestra que la represión pri­


m aria tiene que situarse en el proceso de la diferenciación se­
xual. A l principio de este proceso h ay una oposición entre lo
que Freud denominó tendencias “activa” y “pasiva”. A nuestro
juicio, esto se convierte en la oposición entre Si, el significan­
te fálico, y S (A ), la ausen cia de u n significante equivalente
para la mujer. E n este punto reconocemos la diferencia traza­
da por F reu d con la represión propiam ente dicha: la atracción
ejercida por el inconsciente sobre el m aterial que ha de ser re­
primido es un efecto de S (A ) como vagin a dentada absorbente,
quizá como un agujero negro astronómico que se traga toda la
energía: la repulsión em ana del significante fálico que recha­
za todos los contenidos no com patibles. Estas relaciones piu*-
den perfectam ente invertirse: el significante fálico atrae todo
el m aterial compatible, m ientras que S (A ) repele esa clase de
m aterial.
Si es el lado afirm ativo, significativo: presente, tangible.
Como significante básico que designa la diferencia básica (la
diferenciación sexual) funda la diferencia en sí y, de tal modo,
todo el sistem a de los significan tes .11 Esto concuerda perfec­
tamente con la teoría de Saussure: un significante sólo existe
en la diferencia. P a r a S aussure, como lingüista, el único pro­
blem a e ra el origen de la p rim era diferencia. Este problem a
se resolvió en el campo del psicoanálisis, al m argen de la lin ­
güística p u ra. D e este modo podemos en ten der por qué el
m undo hum ano es un m undo fálico: el mundo hum ano im pli­
ca un sistem a simbólico, im plica la diferencia, implica lo fáli­
co y lo no-fálico.
L a s consecuencias son im portantes. Freud ya h abía obser­
vado que Juanito, en su b ú squ ed a del falo, al lla m ar pene al
rabo de un mono, h abía caído en la m ism a imprecisión que el
len guaje coloquial: por cierto, Schw anz, en alem án, significa
tanto ra b o como pen e . 12 E sta observación casi casual puede
am pliarse h asta proporciones gigantescas. S. A n dré y Julien
Q uackelbeen señalan que el estudio de cualquier diccionario
erótico conduce inevitablem ente a la conclusión siguiente: to­
das las p a la b ra s pu eden em plearse para design ar algo eróti­
co, incluso la p a la b ra “n a d a ” p ara los genitales fem eninos . 13
Podem os su scribir esta observación, añadiéndole otra, a s a ­
ber: que este proceso no es reversible. E l significante básico
puede ser connotado por prácticamente todos los otros signifi­
cantes, pero el significante “pene” tiene una extensión mucho
más restrin gida. G orm an llegó a esta conclusión en un estu­
dio realizado desde un punto de vista totalmente distinto; di­
ce que la s den om in adas “p a la b ra s corporales” perm iten un
em pleo metafórico sum am ente am plio (“m ano” es el ejem plo
clásico), con u n a excepción: las designaciones propias de los
genitales sólo pueden significarse a sí m ism as . 14 E l proceso de
significación es una pii'ámide invertida, en la cual el punto de
apoyo determ ina a la estructura superior o, a la inversa, en la
que la sección superior cristaliza hacia abajo en un uno y úni­
co punto:
falo

Este es el resultado de la m etáfora del Nom bre del Padre.


P or u n a vez, L a c a n es m uy claro: “D ie B edeutung des P h a -
llu s ” [la significación del falo | es en realid ad un pleonasm o:
en el lenguaje no hay más B edeutung que el falo ” .15
E n la clínica tam bién puede confirm arse esta falicización
general. F reu d se disculpa por la monotonía de las interpreta­
ciones psicoanalíticas; en ú ltim a instancia, todas rem iten al
falo. El desarrollo de la im agen corporal lo ilustra m uy bien.
Y a hemos visto que todas las zonas erógenas se falicizan a
posteriori, nachtraglich. En nuestro examen de este fenómeno
clínico resultó obvio que la falicización de lo oral y lo an al es
precisam ente un efecto de la fu ga de S( A ) m ediante la “com­
pulsión de asociar”, es decir, el efecto determinante del Si fáli-
co sobre S 2. A l p asar, debem os se ñ a la r que esto in valid a la
idea aceptada de un desarrollo libidinal progresivo de las zo­
nas erógenas .16 L a práctica clínica con la histeria confirma en
términos generalizados esta redundancia fótica. N o sorprende
que el característico movimiento doble (distanciam iento res­
pecto de S (A ), atracción por S i) h aya sido reconocido por los
practicantes atentos. En 1957, W isdom dio una conferencia so­
bre la histeria en la Sociedad Psicoanalítica Holandesa. E l tex­
to, publicado m ás tarde, es más que sencillamente interesante;
a nuestro juicio, se trata de una de las más concienzudas pu ­
blicaciones posfreudianas sobro In histeria. La descripción que
realiza W isd om del sim bolism o em pleado por la histeria nos
llam a la atención sobre dos observaciones muy interesantes
(entre otras): las partes del cuerpo son símbolos especialmente
privilegiados; esas partes del cuerpo también significan el pe­
ne y la castración al mismo t iempo. En general, esto se explica
con referencia a la denom inada “fijación f'álica”, pero, en la
opinión de W isdom , así no no explica nada, porque sólo tene­
mos una generalización diagnóstica. Adem ás, él también des­
cubrió una extraña parndoja: el propio pene puede ser un sím­
bolo del falo: “Es probable (|tie tanto la fijación fálica como el
anclaje del símbolo tengan esencialmente el mismo significado
y un origen común”. Em pleando esta idea, a continuación for­
m ula al falo como significante básico constituyente de lo Sim ­
bólico. Y hay más. Después de presentar una cautivante y cui­
dadosa discusión del complejo de Edipo en la histeria, vuelve a
esta fijación fálica con un supuesto de base clínica: en prim er
lugar, la h isteria “opta” por esta hiperfalicización a causa de
la angustia relacionada con la vagina.11 Esto significa que, ha­
biendo basado su argum entación en u na práctica m uy cuida­
dosa de la escucha, W isdom toma distancia respecto de la cha­
ta teoría posfreudiana, y lle ga a la form ulación de la m ism a
doble conclusión que obtenemos nosotros, desde nuestro punto
de vista lacaniano: el falo es el significante básico del orden
simbólico (S i) a causa de la an gu stia relacionada con la falta
de un equivalente femenino, S (A ).
E n este sentido, parece ju s ta la objeción fem inista de que
el psicoanálisis lo faliciza y p atriarcaliza todo, pero, como di­
ce Juliet M itchell, para sacarse de encima una realid ad peno­
sa no basta con criticar a quien la ha descubierto .18 La trage­
dia del esclavo griego es probablem ente eterna: se ajusticia al
mensajero que trae las m alas noticias...
L a crítica fem inista nos lleva a la relación central entre la
histeria y el falo. Según Lacan, $sta relación, tal como fue for­
m ulada por Freud, tiene u n a im portancia central para el psi­
coanálisis. Lacan elaboró esta idea en la sesión final de su se­
m inario D ’un d iscours q u i ne sera it pas du sem blant. En
cuanto el universo simbólico hum ano se basa en el significan­
te fálico básico, esto im plica que ese mundo es un mundo fic­
ticio, el m undo del sem blante. L acan considera que el falo es
un “sem blante”, no porque falte (todo significante “falta”) sino
porque no permite n in gu n a p a la b ra sobre la relación sexual.
I ia histérica le dem an da u n a respu esta a este mundo. Es en
cate punto, en relación con la h isteria, donde La c a n sitúa el
pasaje desde el falo al padre. L a histérica le dem an da una
respuesta a alguien situado por ella en la posición de falo. En
ndelante, puede escoger entre dos opciones.
En prim er lugar, puede convertirse en adm iradora y alen-
tmlorn del padre, y por lo tanto del falo. Evita la castración y,
un y a través de su fantasm a, instala al padre prim ordial co­
mo alguien que es y debe poder procurar L a Respuesta, como
un signiñcante amo sin falta. E n la sección siguiente de este
libro, el exam en del fa n ta sm a histérico nos m ostrará que la
histérica, al em plazar a este padre prim ordial, se reduce a lo
que llena su fa lta . L a teoría fre u d ia n a del complejo de Edipo
no es m ás que la conceptualización de esta dem anda histéri­
ca; adem ás, con la conceptualización de su p rim era teoría,
F reud tam bién evitaba la castración (es decir, una falta inso­
portable), lo mismo que sus pacientes.
En segundo término, la histérica puede optar por quejarse.
D em uestra entonces el fracaso del padre, que no cesa de retor­
n a r (n i siqu iera su s p a la b ra s son capaces de in a u g u ra r una
relación sexual decente). En este guión, ella pone el acento en
una negativa: se niega a ser el objeto del deseo, se niega a ser
reducida a lo que llena la fa lta del otro. L a histérica se niega
a ser reducida a objeto a, y a veces se enam ora de posiciones
extrem as al respecto. S u tem a central es siem pre el mismo:
un alegato por la igu ald ad de todas las personas, lo que se
convertirá en el núcleo de un nuevo fantasm a histérico.

DESDE E L FA NTA SM A A L FA N T A SM A FU N D A M E N T A L

D esde el mismo principio, la histeria y el fantasm a han es­


tado estrecham ente ligados. M u y a m enudo, los fan tasm as
histéricos proporcionaron el espejo en el que científicos fanta­
seadores se adm iraban a sí mismos. L a historia de la relación
podría ser objeto de un extenso estudio, en la línea de Ellen-
berger y Micale. Nosotros nos concentraremos en el lu g a r y la
posición del fa n ta sm a en la se g u n d a teoría fre u d ia n a de la
histeria.
El punto de partida de F reu d fue lo Real traum ático como
base originaria de la histeria. Y a hemos sostenido que, contra
la opinión histórica común, él nunca abandonó esta tesis, sino
que la amplió y reelaboró con u n a teoría del fantasm a. El te­
ma del papel desempeñado por la realidad siguió im portunán­
dolo. E n su segunda teoría, encontró una respuesta: el fantas­
ma originario.
L a segunda teoría sobre la función del fantasm a le perm i­
tió tom ar en cuenta algunos fenóm enos que no concordaban
con la prim era. Esto es especialm ente cierto en el caso del sa-
ber: como im agin arización defensiva, el fa n ta sm a siem pre
produce u n a respu esta a las pregun tas acerca del origen. AI
abordar este punto tenemos que establecer u n a relación muy
im portante con otro descubrim iento freu diano de ese mismo
período: las teorías infantiles sobre la sexualidad. Adem ás, el
interrogan te acerca del origen tiene que relacion arse con el
prim er fenómeno oi'iginario, la represión prim aria.
“E l fantasm a -d e c im o s - siem pre produce u n a respuesta a
las preguntas acerca del origen.” En la prim era teoría, el fan­
tasm a individual e ra considerado u na entidad separada, pero
con la segun d a teoría resultó claro que todo fan tasm a debía
estu d iarse como parte de u n a serie de variacion es sobre el
mismo tem a. A d em ás, esta serie im a g in a ria desem peñaba
una función muy clara. S u m eta era reg u la r la relación entre
el sujeto dividido y el orden simbólico, el Otro, sobre todo en
lo concerniente a un punto, el de la diferenciación sexual. De
modo que un fa n ta sm a puede considerarse terapéutico en el
punto en que aspira a otorgar al sujeto u n a identidad sexual
en el campo de lo Sim bólico. E sta últim a idea nos obligará a
establecer una conexión inm ediata con otro fenómeno origina­
rio freudiano: el padre prim ordial.
Escuchado de este modo, el fantasm a se revela como meca­
nismo central de la relación entre el sujeto y el Otro. Los des­
cubrim ientos de F re u d en esta área tendían a lo grar una co­
h erencia cada vez m ayor, en la cual sólo fa lta b a el concepto
básico: S (A ).
El fantasm a originario, el saber, la serie fantasm ática, la
falta en el Otro: a través de estos cuatro puntos aparece lo que
a veces se denomina la “invención” de Lacan: el objeto a. Hoy
en día no se puede pen sar u n a teoría sobre el fantasm a sin
contar con este concepto. E l objeto a ocupará un lu g a r muy es­
pecífico en la fórm ula lacaniana del fantasm a histérico.

La escena o rig in a ria , la rea lidad , el fa n ta sm a


fu n d a m en ta l

Yu hemos descrito la evolución de F reu d desde el traum a


ffimo 1‘ojilklnd h asta la idea de lo Real. T am bién hemos exa­
m inado la función del fan tasm a como relleno necesario, como
respuesta a la falta en el Otro. A h o ra debemos relacionar es­
tos elementos de las prim eras conceptualizaciones freudianas
con su desarrollo ulterior. H em os visto que du ran te el d e sa ­
rrollo de la prim era teoría lo R eal fue cada vez m ás dejado de
lado en favor de lo Im agin ario y lo Simbólico. E sta pérdida es
m ás obvia precisamente en el punto donde F reud introdujo el
fantasm a originario: el historial del H om bre de los Lobos.
E ste h istorial puede con siderarse el últim o intento de
F re u d de en contrar u n a b a se en lo R eal p a ra los síntom as
neuróticos. Veinte años después de la bú squ eda de seduccio­
nes reales, Freud, con la m ism a tenacidad, buscaba una esce­
na origin aria que h ubiera sido realm ente observada, aunque
m ás no fuera un coito entre perros. Freud nunca aceptó la te­
sis ju n g u ia n a , una fantasm atización retroactiva del adulto
sin ninguna base real. T en ía que haber una escena originaria,
cuya observación por el niño desencadenaría la neurosis pos­
terior. Podem os reconocer el mismo esquem a que en la seduc­
ción traum ática: un acontecimiento no comprendido en el mo­
mento en que sucedió, después un lapso interm edio, y
finalm ente un segundo hecho que elabora el prim ero a poste-
riori y lo hace patógeno. Lo m ás notable en esta polémica bú s­
qu eda es que F reu d , en el m om ento mismo en que tenía la
respuesta al alcance de la m ano y estaba a punto de compro
b a r la autenticidad de u n a escena que h abría sucedido, real
mente en ese mismo momento, decimos, introdujo una nueva
respuesta: el fantasm a origin ario .19
L a expresión en sí no e ra n u e v a .20 Su m ejor definición
puede encontrarse en la Conferencia X X III, en la cual una ve/,
m ás se describe la relación con la realidad. Se supone que In
fan tasm as origin arios aparecen en el lu g a r de una realidad
faltante. E l niño que nunca ha presenciado u n a escena origi
n a ria la im agin a; por lo tanto, estas escenas primordialcM
apelan a u n a realid ad prehistórica, filogenética: algu na ve/,
en el período infantil de la h um anidad, la seducción, la esee
n a p rim ord ial y la castración fueron realid ad es totalmente
reales. E n tal carácter, pertenecen a la herencia filogenét ira
de todo cachorro h um an o .21 A ju ic io de Freud, su importancia
era m uy gran de: en algu n o s casos, bajo la influencia do cnla
herencia filogenética cam bia la realid ad individual. Por ejem­
plo, el H om bre de los Lobos v eía al p a d re como la autoridad
castradora, d e acuerdo con el esquem a filogenético, y en con­
tradicción con su propia experiencia, en la cual la am enaza de
castración h abía provenido exclusivam ente de m u jeres .22 Re­
sulta totalmente claro que F reud estaba subordinando la rea­
lidad individual a u n a relación que actuaba estructuralm ente
entre lo R eal y lo Simbólico.
En este punto tenem os que reconocer en F reu d un doble
movimiento implícito que nunca explicitó y que se perdió des­
pués de él. Esta búsqueda de la realidad originaria, de los he­
chos duros de la historia individu al del paciente, fue comple­
mentada y m odificada por un nuevo concepto: el del fantasm a
originario. Esto no im plica (y en tal sentido debemos corregir
i'l prejuicio posfreudiano) que F reu d se desprenda de la idea
de la realidad. En un segundo movimiento creó una nueva re­
lación entre el fantasm a originario y una realidad prehistóri­
ca su prain dividu al. Tótem y tabú nos proporcionará el ejem ­
plo m ás elaborado.
Con toda justicia, invocar hoy en día como explicación una
misteriosa herencia filogenética no resultaría m uy convincen-
k<. Esto nos obliga a pen sar m ás a llá de la superficie de esta
explicación y a e x a m in a r la elaboración de F re u d p ara com-
pronder el contenido profundo de su idea. N uevam ente, la co-
11 ".spondencia con F liess nos proporciona u n a respuesta. En
Ion m anuscritos L y N , F re u d estud ia la arq uitectura de la
histeria. E m pleando la expresión “escenas orig in arias” en el
itmil ido más amplio (algo así como acontecimientos prim ordia-
|o»), sitúa estas escenas en u na relación muy definida con los
liinlasm as; la m eta de la paciente histérica es “volver” a las
Hiiri’iias prim ordiales y, en algunos casos, sólo lo logra “a tra-
Vi'mde un rodeo por los fa n ta sm a s”. Y a hem os visto esto en
DUivit ra prim era parte, al asu m ir el supuesto del S (A ) como el
fu iiuiim m obile del que huye la histérica m ediante la elabora-
flun fantasm ática. N o es la histérica quien quiere volver a
B u * imcenas prim ordiales, sino el propio F reu d... E l modo en
I uim i*l describe esos fan tasm as nos perm ite in terp retar esta
in i a c t iv a “filogenética”. Estos fantasm as, observa Freud, se
H ^ t r u y e n a p artir de una combinación de cosas que han sido
experim entadas u oídas, hechos pasados (de la historia de los
progenitores y los a n te p a sa d o s) y otros hechos de los cuales
uno mismo ha sido testigo esencial .23 P a r a decirlo de otro mo­
do: la herencia filogenética es la h is to ria de la fa m ilia en la
cual h a nacido el niño, en la cual ya tenía un lu g a r antes de
h aber nacido, y en la cual creció.
Con la introducción de los fantasm as originarios se añadía
una nueva dimensión a la teoría y a la práctica clínica. Como
concepto, ellos designan u n a estructura subyacente y latente
que nunca h a sido consciente ni lo será, y que sólo puede co­
nocerse a través de sus d iv e rsas m anifestaciones. En tanto
estructura, no a p e la n tanto a las experiencias individuales,
sino que, para ser m ás precisos, las determ inan y las dirigen.
E n consecuencia, e l sujeto aparece situado muy deñnidam en-
te en el campo del Otro. E l procedim iento terapéutico tam ­
bién queda modificado: en lu g a r de interpretar los contenidos
“olvidados” o “deform ados defensivam ente”, Freud pone cada
vez más énfasis en la construcción, con la meta de ilum inar el
fantasm a originario como estructruya subyacente que deter­
m ina al sujeto hasta en sus síntom as neuróticos mínimos.
Este fantasm a originario fue elaborado gradualm ente por
Freud en la dirección de lo que nos gustaría lla m ar el fantas­
ma básico. Preferim os este nom bre porque nos perm ite aban­
donar el siem pre precario p a ra d ig m a genético-evolutivo. La
clarificación de este fan tasm a básico puede m uy bien descri­
birse como “el resultado” del a n á lisis .24
E l fantasm a básico es tam bién básico en otro aspecto. Y a
nos hemos referido a la dirección proactiva, a la relación cons­
titutiva entre el elemento básico y todas las producciones de­
term inadas por él. A la in v ersa, en la dirección retroactiva,
podemos ver que todos los fantasm as básicos tratan sobre los
problem as básicos. F re u d nunca vaciló al respecto. Los temas
son tres: la seducción, el coito parental y la castración. Todos
conciernen al problem a del origen. L a castración debe cimen­
tar la diferenciación sexual. L a seducción le a sign a al padre
un lu g a r muy específico en el origen de la sexualidad, es de­
cir, en el origen del deseo. E l coito parental concierne al ori­
gen del propio niño. Estos tres orígenes pueden reducirse a
un tema central: la relación sexual. M ás correctamente, estos
tres fan tasm as proporcionan tres respuestas al interrogante
sobre la relación sexual, form ulados desde tres ángulos.

E l fa n ta sm a básico, las teorías in fa n tile s sobre la


sexualidad, y el saber

E l saber se expresa en el lenguaje, en significantes. E n vir­


tud de su expresión simbólica, el saber hum ano tiene un fun­
damento fálico: el falo como significante básico fundam enta el
sistema significante hum ano. Lo que está m ás allá del orden
del falo no puede expresarse simbólicamente. Por lo tanto, en
lo Simbólico, en el Otro, no h ay n in gún saber sobre la m ujer,
no hay n in gu n a relación sexual que pueda expresarse sim bó­
licamente.
La falta de este saber enfrenta al niño con problem as insu­
perables. Lo que él encuentra en lo Real no siempre puede ex­
presarse en lo Simbólico. D ebe construir u na solución propia
m ediante la elaboración de los fantasm as básicos; el saber se
construye con significantes en lo Im aginario, fuera del reino
de lo Simbólico. Esta búsqueda de saber es continua, sobre to­
do en la histérica. E l deseo de saber es aprem iante p ara ella,
que a p e la al O tro a fin de hac'erle producir un saber insatis­
factorio por definición. L a histérica construye un Otro que de­
sea saber. E n la sección siguiente encontrarem os en este he­
cho el vínculo necesario con el padre prim ordial.
En la prim era teoría de F reud no había mucho lu g a r para
esta bú squ eda del saber, pero en cuanto él abandonó la posi­
ción de m aestro y volvió a re a liz a r descubrim ientos pudo
a b ord ar como objeto digno de estudio, por derecho propio, la
denom inada pulsión epistemológica. Este cambio de posición
puede ejem plificarse notablem ente con las num erosas adicio­
nes y notas al pie que com plem entan los Tres ensayos de teo­
ría sexual, originalm ente publicados en 1905. N o s interesan
sobre todo las observaciones acerca de las denom inadas teo­
rías infan tiles de la sexu alid ad porque estam os convencidos
de que al mismo tiempo eran los futuros “fantasm as origina­
rios”. Este alineamiento dem uestra que Freud ya h abía tendi­
do los cimientos del vínculo entre el fantasm a básico, la teoría
infantil de la se x u alid a d y el saber. L a s adiciones a la s que
nos referim os nos proporcionan otra confirmación. L a sección
sobre las teorías infantiles fue añ adida íntegramente en 1915,
es decir, en el período en que hemos ubicado el pasaje a la se­
gunda teoría en el capítulo anterior.
Encontram os otro ejem plo n otable de la transición en la
actitud de F reud acerca del esclarecim iento sexual. E n 1907
había escrito con entusiasm o sobre el tema: el adulto no debía
retener ningún conocimiento esencial; por el contrario, debía
inform ar al niño correctamente, con lo cual resultarían super-
fluas las fantasm áticas e incorrectas teorías infantiles sobre
el nacimiento. T rein ta años m ás tarde sostuvo que ese efecto
profiláctico h a bía sido groseram ente sobrestimado: el esclare­
cimiento podía proporcionar un sa b e r consciente, pero no im ­
pedía que el niño construyera sus propias fantasías .25
Los m últiples agregad os a los T res ensayos nos enseñan
dos cosas. 1. E l aprem io de saber se origina al mismo tiempo
que el prim er florecimiento de la sexualidad. 2. Este aprem io
se m aterializa en fantasm as que no son m ás que intentos de
responder a a lg u n a s p regu n tas in fa n tile s típicas: estos fan­
tasm as son las teorías infantiles sobre la sexualidad, que se­
rán retom adas en el momento de la pubertad y eventualm en­
te desen caden arán los síntom as neuróticos posteriores.
Adem ás, todos los fan tasm as de la pu bertad evocados por
Freud son exclusivam ente fantasm as básicos .26
¿Qué es lo que niño quiere saber? ¿Por qué este saber está
condenado a fracasar? En 1915, F reu d aún estaba convencido
de que el interrogante central p ara el niño tenía que ver con
el misterio de la procedencia (¿de dónde vienen los bebés ?),27
aunque Juanito podría haberle,enseñado otra cosa. Por cierto,
la observación infantil so dirige en prim er lu gar hacia la dife*
ron da sexual, hacia el modo en que difieren los niños y las n i­
ñas; además, el interrogante sobre el parto y el embarazo con­
cierne al papel del padre. Precisam ente en el momento en que
escribía su prim er y m ás im portante trabajo sobre la m ujer,
Freud cambió de idea: lo central no era el origen de los bebés;
el foco de la investigación infantil tenía que ver con el cómo y
por qué de las diferencias sexuales. P o r otro lado, en 1908 ya
h a bía observado que la p rim era teoría sexual establecía la
universalidad del falo .28
En otras palabras, el niño comienza con una convicción fá-
lica m onosexual en la cual no h a y lu g a r sim bólico p a ra la
mujer. L a diferencia que puede descubrirse en lo Real no en­
cuentra su contracara en lo Simbólico. E s interpretada fálica-
mente con el fantasm a originario de la castración.
U n a vez más dem uestra su utilidad la diferenciación entre
lo Real, lo Im agin ario y lo Sim bólico. E lla perm ite descartar
a lgu n as discusiones entre F re u d y ciertos seguidores acerca
de si la niña “conoce” la v a g in a , si du ran te la infancia hay o
no sensaciones vagin ales. L a n e ga tiv a de F reu d a reconocer
estos datos expresaba su convicción sobre la prim acía fálica.
Desde este punto de vista, la va g in a sigue siendo térra incóg­
nita para la niña. L a diferenciación de los tres órdenes permi­
te com prender por qué esta discusión no podía zan jarse: los
interlocutores h ablaban de distintas cosas. P or cierto, la niña
no “conoce” la vagin a porque, debido a la falta de un signifi­
cante de la fem inidad, el género femenino no sale de lo Real.
El fantasm a básico en torno a la castración puede conside­
rarse la prim era teoría sexual infantil, el prim er saber elabo­
rado p a ra cerrar la brecha. A la luz de nuestros argum entos
anteriores, esto im plica que dicho fantasm a apunta a produ­
cir una respu esta a S (A ). S u resultado (junto al efecto de ce­
rra r la brecha entre lo R e al y lo Sim bólico) es el complejo de
castración, del cual la envidia del pene es una variante histé­
rica .29
L a segunda teoría infantil concierne al nacimiento y el em­
barazo, y en especial al papel del padre. E n estas teorías pre­
valece lo pregenital: el niño p ie n sa en un engendram iento
oral, a n al o incluso cloacal. U n a y otra vez se encuentra per­
dido al tratar de im aginar el papel del padre en esa situación.
Si bien incluso los niños m u y pequeños detectan sin proble­
mas el papel de la m adre en la procreación, la parte del padre
les resulta incomprensible. Creen que la concepción se produ­
ce por comer algo, por besarse, incluso por orinar juntos... Si
¡ti padre se le reconoce a lg ú n papel, el papel que se le atribu­
ya es el de seductor.
En este punto podemos fo rm u lar una prim era conclusión.
I ¿as dos teorías sexuales infan tiles que ya hemos exam inado
no constituyen m ás que el prim er desarrollo de dos fantasm as
básicos. C a d a uno de ellos com ienza con un m isterio al que
trata de responder; no puede hacerlo, y por esta razón nunca
va m ás lejos y qu eda pegado al interrogante. F reu d escribió:
“Sin em bargo, h ay dos elementos que las investigaciones se­
xuales de los niños nunca descubren: el papel fertilizante del
semen y la existencia del orificio sexual femenino ” .30 A q u í re­
conocemos la relación im posible entre lo R eal y lo Sim bólico
en dos puntos bien definidos: el género fem enino y el papel
del padre.
L a tercera teoría sexual infantil nos proporciona la prim e­
ra elaboración del fantasm a básico sobre la escena originaria
coital. L a s m últiples interpretaciones de los niños, en su m a­
yoría sádicas, acentúan el hecho de que la relación sexual no
es evidente p ara el niño. El niño traduce “el misterio del m a­
trimonio” a algo pregenital: orinar o defecar juntos, besarse...
Lo pregenital es lo no-genital: pai*a el niño hay un solo sexo, y
en consecuencia la relación entre dos sexos diferentes es im ­
pensable. De allí que nunca reconozca el vínculo entre el coito
y la concepción. M á s tarde F re u d agregó que estas ideas in­
fantiles sobre la relación sexu al son factores determ inantes
de los síntom as neuróticos adultos. A d em ás, él mismo no al­
bergaba n inguna ilusión acerca del m atrimonio. En 1908 ob­
servó que “u n a n iñ a tiene que ser m uy san a para poder tole­
rarlo”, y que “la cura de la enferm edad nerviosa que surge del
matrimonio sería la infidelidad m arital ” .31
El “Penis norm alis, dosim repeta tur” no es una terapia efi­
caz p ara la h iste ria .32 Recíprocam ente, a veces se encuentra
un efecto terapéutico en el fan tasm a como intento de respon­
der a la falta básica.

L a serie fa n ta sm á tica y el efecto tera péu tico

E l fan tasm a no es sólo un intento de h u ir de un m undo


frustrante. H a y que considerarlo, en un contexto m ás amplio,
como una estructura básica que procura responder a u n a fal­
ta básica; por lo tanto, es estructuralm en te necesario. C o­
mienza con las denom inadas teorías sexuales infantiles y con­
tin ú a con u n a serie fan tasm ática histérica. Hem os escogido
deliberadam ente la p a lab ra “serie” porque el fracaso del fan*
tasm a básico como respu esta a la falta en la estru ctu ra da
origen en la histérica a u n a sucesión interm inable de fantas­
mas. E l fracasó no es necesariam ente total: la serie im agin a­
ria puede d a r por resultado que el sujeto se constituya en el
Otro de un modo m ás o m enos satisfactorio, es decir, que en­
cuentre una identidad m ás o menos satisfactoria.
Este efecto terapéutico del desarrollo fantasm ático es reco­
nocido por Lacan en el historial freudiano del H om bre de los
Lobos. E n su punto culm inante, la neurosis in fan til de este
paciente tenía el m ism o papel y función que un an álisis: la
reintegración del pasado en u n a ley, en el campo de lo Simbó­
lico. “Lo que F re u d nos m u estra entonces es lo siguiente: el
sujeto entra en el ser en la m edida en que el dram a subjetivo
es integrado en un mito que tiene un valor hum ano ampliado,
casi universal ” .33
Después de Freud, esto se aplicó explícitamente en el aná­
lisis de niños. M elan ie Klein, al poner el acento en los fantas­
mas infantiles y su elaboración en el comportamiento, apun­
taba a la introyección del “objeto bu en o” y la exclusión del
“objeto m alo”. Bruno Bettelheim descubrió que la predilección
de los niños, algunos de ellos gravem ente enferm os, por cier­
tos cuentos de h a d a s en p articu lar, constituía un excelente
instrum ento terapéutico. G a rd n e r lo convirtió en u n a m era
técnica, sin n in gu n a b a se conceptual: “la técnica de contarse
cuentos recíprocam ente”. A l p asar, obsérvese que Freud ya
h abía comentado la relación entre las teorías sexuales in fan ­
tiles, los cuentos de h adas y los m itos .34
Debido a las peculiaridades estructurales de la histeria, su
serie fantasm ática se concentra en el padre, sobre todo en la
construcción de cierto padre. E l fantasm a básico de seducción
apunta al establecim iento del hom bre-padre para hacer posi­
ble u n a relación sexual. Como víctim a de una histeria de a n ­
gustia, Juanito construyó algunos fantasm as centrados cada
vez m ás en esa figu ra patern a que él necesitaba para escapar
del atolladero edípico. Lacan exam ina este tema en su cuarto
sem inario, donde com para la función de los fantasm as de
.1 u¡mito con la función de los mitos p a ra un pueblo, tal como
lii describió Lévi-S trau ss: cada fantasm a intenta resolver un
proliliMiiii del origen, y en el caso de Juanito, el papel del p a ­
dre (véase la nota 10). L a evolución de este intento de solu ­
ción perm itía ver el modo en que estaba solucionando su si­
tuación edípica.
Los fan tasm as de Juanito nos proporcionan uno de los
ejemplos m ás perfectos de la b ú sq u e d a infantil de un padre,
pero reservarem os esta discusión p a ra la sección siguiente,
centrada en el padre primordial. Otro ejemplo muy interesan­
te, pero monos conocido, es el de la principal paciente de
B reu er de los Estudios sobre la histeria.'. A n n a O. Su nombre
real era B erth a Pappenheim ; su biografía constituye u na de­
mostración excelente de la tesis de que el desarrollo de un
fantasm a básico determ ina el modo en que uno vive la propia
vida. L a información sobre la historia de Bertha Pappenheim
proviene del libro de Freem an. ICntre otras cosas, nos propor­
ciona algunos de los contenidos del Priu a tth ea ter de Bertha,
en la época del tratam iento y posteriorm ente. L a evolución
que puede descubrirse en estos fantasm as, com binada con al­
gunos otros datos, nos permite interpretar la actitud de esta
mujer respecto de su padre y el modo en que fue cam biando a
lo largo de su v id a .35
L a p rim era serie es histérica, de un modo casi clásico.
Bertha necesitaba que el padre le significara su identidad se­
xual fem enina. L a incertidum bre acerca de la figura paterna
le generaba a su vez una incertidum bre extrem a acerca de su
identidad femenina. En consecuencia, construyó su propia fi­
gura paterna, con el resultado de que ocupó ella m ism a el lu­
gar de él: “E lle fa it l ’hom m e ".3(5 S us fantasías son una ilustra­
ción perfecta de esta situación. Por ejemplo, el prim er cuento
que le narró a Breuer: “U n a pobre huerfanita va g ab a buscan­
do a alguien a quien pudiera am ar. En una casa desconocida
encontró a un padre incurablem ente enferm o y agonizante.
L a esposa ya no tenía esperanzas. L a h u é rfan a se negó a
aceptar lo inaceptable y comenzó a cuidarlo día y noche. Y,
¡oh m aravilla!, el hom bre se recuperó y adoptó a la niña. E lla
h abía encontrado a alguien a quien am ar.”
L a h uérfana no buscaba un hogar donde la am aran; por el
contrario, bu scaba un padre que pudiera ser am ado por ella.
Este notable contenido lúe realizado por Bertha de diferentes
modos. D u ran te años h abía atendido como en ferm era al pa­
dre enferm o. A ñ os después del tratam ien to con B re u e r, se
convirtió en benefactora de... un orfelinato. P a ra procu rar a
los pequeños a lg u n a diversión, les contaba cuentos que ella
m isma inven taba y que posteriorm ente editó por cuenta pro­
pia: In der Trodelbude ( “E n la tienda de ropa vieja”). El m a r­
co básico de los cuentos es la historia del tendero, un hombre
que vivía en la más profunda desdicha porque su m ujer lo h a ­
b ía abandon ado. É l relato term ina cuando la hija su p u e sta ­
mente perdida vuelve con la noticia de la muerte de la esposa,
es decir, de la m adre de ella. L a h ija se m uda a la casa del
tendero, le devuelve el deseo de vivir, y todo se resuelve para
bien.
Este final feliz no deja de ser extraño: l¡i madre lia muerto,
la hija vuelve, y todo es perfecto, En ese período, U e rlh a era
m uy agresiva con la m adre. Prom ovida de In categoría de be­
nefactora a la'de directora del orfelinato, su política en la ins­
titución fue en muchos puntos exactam ente opuesta al estilo
de la m adre en su hogar. Berth a puso énfasis en la educación
y el estudio (la búsqueda de saber), en In recuperación psico­
lógica y en un extrem ado sentida de la ju sticia (todos son
iguales ante la ley). Israel dice que i'l principal reproche a la
m adre de la hija histérica era “Tú no eres In mujer que mi pa­
dre debió h a b e r tenido”. L a m u jer-m adre no hnhln hecho al
hom bre-padre, es decir, no le había permitido asu m ir plena­
mente su función sim bólica .37 Tuvo que hacerlo In propia hija.
E lla hizo E l H om bre, y de tal modo ocupó ni !ii|:nr Kn tal
sentido, no sorprende que Bertha firm ara su libro ron un seu­
dónimo doblem ente m asculino: P a u l llortholil Kl nom bre
m asculino es reforzado por la peculiaridad del upellido: por
cierto, “B e rth o ld ” es el m asculino de Herthn. Con esta firm a
ella hizo público su P riva tth e a te r; en IHHÍt puhli....... i ilnimn
titulado Frauenrecht (“E l derecho do las mujereü"),
E sa o bra marcó la en trada en u n a segunda lime 121 tema
principal de la p rim era serie fan tas nuil, un ....... ... ,i In
construcción de una figu ra paterna, necesaria por lu falta de
uña m adre consintiente y corroboradora,, Kn el Monundn perio­
do encontramos una inversión total: se expone el fnicimu ilel
padre, y la m adre es descrita como su victima Kl elem ento
central entre esas dos figu ras era la relación sexual <01110 lo
que puede y debe ser rechazado por las mujeres (éste e ra pre­
cisamente su F ra u en rech t). L a obra ilustra esta inversión de
modo dramático. N a r r a la historia de u n a obrera que la n g u i­
dece en u n a boh ard illa con su hijita de cinco años. N o hay fi­
g u ra paterna. L a s prostitutas den un cian a la policía a esta
m ujer como a g ita d o ra sindical, por lo cual es encarcelada.
Cuando la liberan, está tan enferm a que ya no es capaz de ga­
narse la vida. L a esposa de un abogado (rico por la fortuna de
su m ujer) le pide al m arido cien m arcos p ara dárselos a la po­
bre m adre. A l principio el bruto se niega, pero finalm ente
consiente en visitar a la protagonista, junto con la esposa, p a ­
ra ju z g a r por sí m ism o. En la b o h a rd illa se descubre que él
h abía sido el am ante de esa m ujer, a la que h abía abandon a­
do cuando quedó em barazada. L a esposa escandalizada deci­
de finalmente que no lo abandon ará “por los niños”, pero que,
en adelante, y a no ten drá n in gún contacto sexual con él. “II
n ’y a plus de rapport sexuel” (“Y a no h ay relación sexu al”).
Resulta notable la segunda dirección de la serie fantasm á-
tica, pero sólo a la luz de la p rim era. L a figu ra central es la
m ujer, a la que el hom bre le debe todo, incluso su fortu n a .38
L a relación sexual es descrita como un fraude, una ficción, y
esto sólo por culpa del hombre. L a s m ujeres que traicionan a
L a M u je r son precisam ente la s que consienten esta relación
sexual falaz: la s prostitutas. Pero L a M u je r no puede menos
que rechazar sem ejante fraude.
M u y expresivam en te, ésta fue la ú ltim a producción que
Bertha firm ó con su seudónim o m asculino; adem ás, este seu­
dónimo ya h a b ía sido reducido, desde “P au l B erth old” a un
mero “P. B erth old”. E n el año 1900 agregó su propio nombre
entre paréntesis. M á s tarde él seudónim o desapareció por
completo, y B erth a firmó sólo con su nombre í'eal.
En 1904 creó la Jü discher F ra u e n b u n d (L ig a de M u je re s
Judías), en la cual ocupó la presidencia. L a filial de Francfort
fue b a u tiza d a con prop iedad “V ig ila n c ia Fem en in a”. B e rth a
h abía asum ido su identidad fem enina de un modo tal que in ­
vertía com pletam ente la p rim era fase. A l pasar, señalem os
que este segundo desarrollo nos pen n ite ubicar a D ora en el
prim er momento de su an álisis con Freud. E n el prim er sue­
ño, ella h abía puesto en escena u n a figu ra paterna que se ne­
gaba a sacrificar a sus hijos por el cofrecito de joyas de la es­
posa. Nuestro-exam en de este sueño, en la prim era parte, en
combinación cbn la evolución de las fan tasías de B e rth a que
acabam os de describir, indica que en la época del sueño D ora
tam bién estaba intentando establecer a un padre prim ordial
contra la m adre. C u an d o entró en el consultorio de Félix
Deutch, veinte años m ás tarde, h a b ía escogido otra posición:
la vindicativa. Se quejó del padre y se pintó a sí m ism a como
víctima de los hom bres en general: el padre, el señor K., el es­
poso, el hijo. E n ese m om ento se h a b ía puesto del lado de la
m adre, en oposición al período de su análisis con Freud.
E n B e rth a encontram os un tercer desarrollo de la serie
fantasmática, que dem uestra a la perfección el efecto terapéu­
tico de dicha serie. L a m adre h a b ía m uerto en 1905. Berth a
se ocupó del fun eral e hizo arreglos p ara que a ella m ism a se
la en terrara en su momento junto a la madre, es decir, ni con
el padre (cuya tum ba estaba en B ratislava), ni con las herm a­
nas (en V ien a). Abrió u n a nueva institución, ya no p a ra h uér­
fanos sino p a ra jóvenes m ujeres delincuentes, la m ayoría de
ellas m adres solteras. E ste pasaje desde el lado del padre al
significante m aterno es típico del segundo desarrollo. En ese
m omento B e rth a inició u na nueva afición igualm ente típica:
tra zar la genealogía de la fam ilia de la m adre. Precisam ente
con esta bú squ eda com enzaba la tercera fase. D uran te sus in­
vestigaciones, tropezó con una an tepasada olvidada: Glückel
von Ham en. E n esta figura encontró un modelo identificatorio
ideal. Ig u a l que Bertha, Glückel se h abía ocupado del proble­
m a ju d ío y h abía albergad o a los oprim idos y perseguidos ya
en el siglo X V II. Pero, a diferencia de Bertha, se h abía casa­
do, y su matrim onio fue feliz. Sus actividades comerciales, in ­
dependientes de las del esposo, no le impidieron criar una do­
cena de hijos. Después de la m uerte del m arido escribió siete
libritOH de historias, “p a ra ah uyen tar los recuerdos dolorosos
que me m antienen penosam ente despierta d u ran te m uchas
n u e l i e n " , Hertha se deleitó: ¿era posible que, después de todo,
l u í ! llera r e l a c i o n e s sexuales? Com enzó a traducir esos libros,
\ i l e m alirló a n a p arábola que en adelante sería p a ra ella un
i “ ni.* |>i un ijial “D u ra n te una torm enta, un nido de pájaros
• ni i in |n<11|fi n i|e qu edar bajo las aguas. E l padre iba a poner
a sus hijos a salvo, uno por uno. M ien tras volaba sobre la co-
rren tada, sosteniendo cuidadosam en te entre sus g a rr a s al
primero de los pequeños, le dijo: «M ir a lo que estoy haciendo
para salvarte; ¿harás lo mismo por mí cuando esté viejo y dé­
bil?» «P o r supuesto que lo h a ré », replicó el pichón. A n te lo
cual el pad re lo dejó caer m ien tras com entaba; «N o h ay que
sa lv a r a un m entiroso.» Lo m ism o ocurrió con el siguiente.
Cuando le hizo la m ism a pregunta al tercero y último, la res­
puesta fue: «Q u erido papá, no puedo prometértelo, pero sí te
prometo que lo h aré para sa lv a r a mis propios pichones». In­
necesario es decir que el padre salvó a este pequeño.”
L a figu ra patern a se sa lv a porque no tiene que ser sa lv a ­
da. El significante que establece esa función ha sido transferi­
do a la generación siguiente.

E l fa n ta s m a b á s ico y S ( A ) : “L a M u je r no e x is te ” y
“N o hay O t r o d e l O t r o ”

Esta reseña dem uestra que los fantasm as básicos intentan


una y otra v e r construir algo en el punto donde falla lo S im ­
bólico, de sig n ific a r algo p ara lo cual faltan originalm ente
significantes. E n el caso de la h isteria, los significantes que
faltan son El Padre, L a M ujer, la Relación Sexual. Los conte­
nidos que deben construirse están estrecham ente interrela-
cionados y pertenecen a una estructura principal. El padre es
establecido de tal modo que debe poder producir el significan­
te faltante p ara L a M ujer, perm itiendo entonces la existencia
de la Relación S exu al. Y a hem os dem ostrado estos vínculos
en F reu d y su relación con u n a noción lacan ian a central: el
S (A ). A h ora continuarem os con esa combinación, para darle a
este difícil concepto un m arco m ejor que el usual.
En 1971, Lacan reaccionó contra una concepción errónea:
se pensaba que el S {A ) era el equivalente de O, el falo simbó
lico que falta en el Otro. Este error, compartido por algunos
de sus discípulos, lo obligó a d e fin ir con m ayor precisión lo
que entendía por S (A ). N o era el equivalente de <f>. Tenía 11111 >
ver con algo totalm ente distinto; puesto que expresa la idea
de que “no hay O tro del Otro, im plica que La M u je r no oxi *
te ’’.39 A nuestro juicio, este doble aspecto de S (A ) nos propnr
ciona una formalización del descubrimiento freudiano, demos­
trando de tal modo su coherencia.
“L a M u je r no existe: de allí M u je r.” E sta es la m ás co­
nocida interpretación de la falta de un significante en lo Sim ­
bólico. E n los niños encontram os su prim era elaboración
defensiva en ei fantasm a básico de la castración, una elabora­
ción que siem pre fracasa porque sólo puede b a sa r la diferen­
ciación sexual en la presencia o ausencia de un único signifi­
cante, el falo. L a histérica busca una identidad sexual propia,
y no encuentra u n a respu esta satisfactoria. Si quiere conse­
g u ir un significante que designe específicam ente a la m ujer,
tiene que aprehender la falta m ism a, la falta en el Otro.
En este punto encontram os el segundo fantasm a básico de
Freud, el de la seducción, que tiene al padre como causa e ins­
tigador del deseo. L a h istérica im agin ará (y con stru irá) un
hom bre-padre como amo tota!, el macsl.ro en el saber sobre el
deseo y el goce .'10 Con esta construcción de un padre prim or­
dial intenta c e rra r la b rech a entre el padre real y la figu ra
paterna sim bólica. U n a vez establecido el m aestro, él tiene
que en tregar el significante de Ln M ujer, haciendo de tal mo­
do posible una identidad femenina propiamente dicha. A llí es­
tá la histeria, entre la creencia en E l Hombre y el cu lto de L a
M u jer, y ésta es la manifestación mas Upicu del fantasm a his­
térico. T am bién fracasa, y en este pinito do fracaso encontra­
mos la otra cara de S (A ): “No hay Otro del O tro”. La falta en
el O tro es irrem ed iab le, debido a su e stru c tu ra .’11 E l padre
prim ordial es u n a quim era de beodo que le deja a la histérica
una resaca fálica. Si ella quiere traiinformar al hom bre-padre
en un p a d re p rim ord ial, la única solución consiste en rem e­
diar su incapacidad: convertirse en el objeto que llena su fal­
ta. Verem os más adelante de que modo Lacan form alizó esta
idea en la fórm ula del fantasm a histórico.
L a coherencia entre los tres fantasm a:! básicos se vuelve
clara en el resultado soñado, el “domingo de la v id a ”. Si hu­
biera un Otro total, un padre prim ordial, La M u jer adquiriría
una identidad propia, haciendo de tal modo posible la relación
sexual entre dos sujetos sexualizados de distinto modo. I1
)! ul­
timo fa n ta sm a o rigin ario de F reu d (el coito p a re n ta l) llene
que vincularse con los anteriores. La falta de relación sexual
en lo Simbólico im plica que h ay que im agin ar una. Y en esta
construcción im ag in aria es de nuevo el padre quien ocupa la
posición central. T a l vez sea cierto que la cuestión del “ori­
gen” que se adhiere a este fantasm a originario concierna a la
procreación, al intemporal “¿de dónde vienen los bebés?”, pero
este hecho no debe extraviarnos. P a r a el niño, el problem a se
centra de nuevo en el padre y en su papel en el proceso de la
procreación. E l historial de Juanito es m uy convincente en tal
sentido. L a s dificultades con las que se tropieza, la im posibili­
dad de encontrar una respuesta satisfactoria, determ inan el
fracaso de las denom inadas teorías sexuales infantiles. De la
práctica clínica con la histeria surgen claram ente la m eta y la
función del padre: el padre tiene que ser completo. L a función
procreativa de la que se supone que él se ocupa no sólo
concierne a la niña, sino tam bién a la niña sexualizada como
mujer.
A l aplicar un concepto lacaniano hem os explicado la cohe­
rencia im plícita entre los fantasm as, el saber y la diferencia
sexual en Freud. S (A ) es el nombre de lo imposible; la im posi­
bilidad de la relación sexual que no cesa de no escribirse. El
fantasm a es la estructura en la cual esta estructura imposible
n unca se detiene, de modo que h ay que u b ic a rla en la ruta
desde lo Im aginario a lo Sim bólico .42 E l obstáculo en el cami­
no es el objeto a.

E l fa n ta s m a h is té r ic o y el o b je to a

En la prim era teoría freudiana, el fantasm a no puede con­


siderarse un tem a central. A lo. sumo ocupa un lu g a r especial
en la serie de los síntom as. Con la segun d a teoría, esto cam ­
bia de modo drástico: la introducción de la idea de un fantas­
m a originario, junto con los conceptos de construcción y reela­
boración, determ ina que la estru ctu ra fantasm ática en sí se
convierta en el blanco terapéutico de la práctica analítica.
M ien tras que en la prim era teoría la s interpretaciones siem ­
pre persegu ían a un deseo en incesante retroceso, en la se­
gun da teoría la m eta es el marco mism o en el cual el deseo se
desplaza.
Esta segunda teoría no puede discutirse sin tener en cuen­
ta a Lacan. A nuestro juicio, su retom o a Freud ha sido doble.
E n p rim er lu gar, L a c a n realizó el (re)descu brim ien to de
F reud I, el F reu d del sujeto dividido, del inconsciente estruc­
turado como un lenguaje: en síntesis, el Freud del significan­
te. Con el F reu d II, la s cosas se com plicaron un tanto; ya no
se tra taba de un mero retorno, sino de la elaboración adicio­
n al de u n a teoría sólo term in a d a a m edias. F reu d h a b ía
enfrentado el mismo p ro b lem a que sus pacientes histéricas:
¿cómo expresar, cómo poner en p alab ras la sexualización psi­
cológica femenina, el devenir mujer? En este sentido, él siguió
la solución histérica, porque en su teoría tam bién puso el
acento en la figu ra p a te rn a que tenía que d a r la respuesta a
la pregunta “¿qué es u n a mujer?”. En su prisa por llegar al fi­
nal, se salteó un escalón, el punto de partida. L a falta en lo
Simbólico es la falta en el Otro, y concierne entonces al deseo
del Otro. E l prim er O tro es la m adre, u na fig u ra com pleta­
mente ausente en la teoría freudiana de la histeria hasta ese
período. L a pregunta “¿qué es u na mujer?” debe interpretarse
en prim er lu g a r como “¿qué desea una mujer?”. En este senti­
do, Lacan ha am pliado el psicoanálisis con un nuevo concepto:
el objeto a como elemento constitutivo del fan tasm a .43
L a im portancia del fantasm a en la teoría de Lacan y en la
práctica consiguiente sólo puede dem ostrarse puntualizando
el modo en que él sitúa al fantasm a en el devenir del sujeto.
Inm ediatam ente relacion adas con esto, encontramos tres di­
m ensiones hum an as fundam entales: el goce, la angustia y el
deseo .44
E l devenir sujeto es siem pre un devenir verbal: el proceso
de subjetivación se produce a través de significantes ya exis­
tentes. E l sujeto mítico (definido como mítico cuando aún no
existe) tiene que en co n trar su lu g a r en el cam po del Otro:
“¿Cuántas veces cabe S en A?” E l prim er Otro que proporcio­
na significantes es la m adre, y esto en el nivel donde debe si­
tuarse el goce prim ordial. L a operación puede escribirse como
u n a división aritm ética:

Goce

El ri‘Multado de esta división es determ inado por A, la fa l­


ta en el Otro. E l sujeto no puede e n tra r completamente en el
Otro, queda un resto. Este resto puede describirse como lo
que resiste a “la signiñ can tización ”, la parte de goce que no
puede reducirse al significante. Éste es el resto denom inado
“objeto a” por L a c a n .'15 C u an do el sujeto es confrontado con
este objeto a, h ay siem pre un m om ento de an gu stia como
reacción a esa parte de lo Real p ara la cual falta el significan­
te .46 E sta falta aparece clínicam ente en los intervalos entre
los significantes del O tro .47 Y a lo hemos visto en el caso de la
m adre de Juanito: ella le significaba su deseo, y por lo tanto
su falta, m ediante palabras, de modo que el pequeño reaccio­
nó con u na h isteria de angustia. L a operación del sujeto se
puede ahora elaborar adicionalm ente:

A Goce

A Angustia

En esta operación, el objeto a toma la posición de la causa.


Es allí donde tenemos que situar la división del sujeto, junto
con el origen del deseo. La causa del deseo es estructuralm en­
te equivalente a la causa de la división del sujeto: el objeto
a .48 ¿Hacia qué se dirige el deseo? FG1 deseo quiere deshacerse
de la angustia haciendo que a entre en el significante, es de­
cir, en el Otro. E n este sentido, el objeto a es la e n tra d a al
Otro: “D esear al Otro es siempre desear al objeto a ”; la an gu s­
tia funciona como dispositivo interm edio entre el goce y el de­
seo. Este dispositivo tiene tam bién una función separadora: o
se refiere a la separación central e n t r e el deseo y el goce .49

S Goce

a A Angustia

8 Deseo

En este punto vemos el fantasm a como sostén y modelador


del deseo. El fantasm a crea un doble vínculo entre S y el Otro.
El deseo del sujeto se dirige a la falta del Otro, que en prim e­
ra instancia es la madre. Esta falta (el objeto a) está fuera del
significante y es por definición inalcanzable para el sujeto di­
vidido como actor del h abla. De modo que, en prim er lugar, el
sujeto tiene que introducir el objeto a en el reino del sign ifi­
cante. El modo en que esto sucede nos proporciona una defini­
ción de la n eurosis en el m ás pleno sentido de la p a la b ra : el
sujeto dividido traduce el deseo indecible del O tro como d e ­
m a n d a 50 del Otro, y tra n sfo rm a la dem an da en objeto de su
deseo: él tiene que p ro c u ra r u n a resp u esta .51 E sta es la p ri­
m era relación entro $ y a, la alienación como respu esta a la
falta en el Otro: en esta alienación, el sujeto desaparece (hay
un fa d in g del sujeto) bajo los significantes de la dem anda del
Otro. Lacan considera que éste es un proceso letal: la subjeti-
vación se detiene, no hay ningún deseo propio: se trata de la
alienación.

S\ a
alienación

El proceso fracasa porque a no puede reducirse a la d e ­


m an da del Otro. Rn Ion intervalos entre los significantes con­
tinúa insistiendo la falta, una falta que tam bién concierne al
sujeto como actor del h ab la. La .segunda operación entre el
sujeto y el objeto a es la separación, en In cual se responde a
la falta del Otro con la falta del Miijeto. La precondición nece­
saria es la operación del Nom bre del Pariré, la castración sim ­
bólica, que le permite al sujeto fallar: ya no tiene que realizar
el deseo del Otro, sino que puede d e sa rro lla r un deseo p ro ­
pio .52 É sta es la separación.

Reparación

E sta doble operación entre el sujeto y el objeto a dem ues­


tra que el fantasm a establece la falla i■n mi proceso circular.
L a falta del Otro retorna en la falta del «ujotn I)e allí la tesis
lacaniana: “el deseo del hom bre es el doneo del ( Uro".
O bviam ente, la conclusión de esta relación entre el sujeto
y el Otro es que no h ay n in gu n a relación, nalvo una relación
fan tasm ática como intento de verbalización de lo que es en
esencia no verbal. E l objeto a am ado no es m ás que objeto a:
“Este sujeto dividido S sólo se relaciona como p a rten a ire con
el objeto a inscrito en el otro lado de la b a rra . N u n c a puede
a lcan zar a su p a rte n a ire sexual que es el Otro, salvo por la
mediación que es tam bién la causa de su deseo. P or lo tanto,
esto no es n a d a m ás [...] que un fa n ta sm a .”53 L a im p osib ili­
dad de esta relación en traña el fracaso continuo del principio
de placer. E n la p rim era parte de nuestro estudio hemos des­
crito la función del fantasm a histérico en la elaboración de la
falta de lo Sim bólico en relación con lo Real, una elaboración
que tiene lu g a r en lo Im aginario. L a pregun ta es ahora cómo
podemos entender nuestra tesis a la luz de la teoría lacaniana
del fantasm a.
L a función del fa n ta sm a en la h iste ria puede exponerse
desarrollando la fórm ula completa, que habitualm ente apare­
ce en form a abreviada: SO a. L a versión completa nos presen­
ta la m eta (u n Otro sin falta) y el efecto (un sujeto que se alie­
na en un objeto, del que volverá a se p a ra rse ). P o r cierto, la
“creencia” de la histérica en un O tro completo (en contraste
con el paranoico, que no cree, sino que sabe) la lleva a hacer a
ese Otro. E s precisam ente esta construcción la que tiene lu ­
g a r en y a través del fantasm a, en el cual la histérica se
transform a en ese objeto necesario p a ra que el Otro sea com­
pleto .54 Como esta fa lta es irrevocable p ara lo Sim bólico, di­
cho objeto debe construirse en lo Im agin ario, y resu lta en la
versión fálica del objeto a:

-9

L a versión completa de la fórm ula es entonces:

a
s o ------- 0 A
- <P

E l sujeto histérico establece al Otro absoluto presentándo­


se él mismo como relleno de la falta; por lo tanto, en este pro­
ceso de alienación la histérica desaparece como sujeto (fciding
del sujeto) y queda reducida a m ero objeto. Su respuesta a la
falta del Otro dem uestra su propia castración im ag in aria en
relación con el Otro. L a privación de la m ujer, la castración
simbólica como falta de un significante en el Otro, queda aquí
reducida a un mero proceso im agin ario en el cual el falo sólo
puede m aterializarse en a.
L a meta es establecer al Otro completo, el uno y único ca­
paz de proporcionar un significante específico p ara u na iden­
tidad sexual fem enina específica. De este modo, el fantasm a
tiende la cam a para una posible relación sexual. E l apéndice
necesario es el padre prim ordial.

D E L P A D R E E D ÍP IC O A L P A D R E P R IM O R D IA L

U n poco antes o después, todo estudio de la histeria tropie­


za con la rein a del an álisis, es decir, con el rey, el padre, el
padre prim ordial. L a resonancia dudosa de esta m etáfora aje­
drecística va mucho m ás allá de un juego superficial de p a la ­
bras. En el noble ju ego del ajedrez es la posición del rey la
que determ ina si hay ja q u e m ate o no. S alvo en este im por­
tante aspecto, el rey no g ra v ita mucho en la p a rtid a ; es un
punto inerte, casi siem pre inm óvil y protegido por las piezas
que lo rodean, cuyas m od alid ades son mucho m ás diversas
(incluso la s torres se m ueven m ás). Por cierto, la v erd adera
reina del honorable juego del ajedrez es la reina.
A n tes de descubrir a esta reina, Freud le dio un poco más
de lustre a l rey, tare a in term in ab le en la que la histérica lo
a y u d a b a con mucho gusto (to d a histérica es u n a devota del
padre). A l principio de su enseñanza, F reud ya h abía presen­
tado al padre de dos modos diferentes: como el perverso que
c au saba la h isteria de sus h ijas, y como el padre idealizado,
modelo eje m p la r del am or y la s relaciones sexuales. De tal
modo le proporcionó a la histérica, dentro del marco del fan­
tasm a de ella, un modelo identificatorio ideal pero, lam enta­
blem ente. m asculino. L a iden tidad fem enina siguió siendo
l /m iiiuccosible como antes. Hem os visto desm oronarse los dos

■Mi l!
principales pu n tales de la teoría: el principio de placer y el
principio de constancia perdieron su sensación de seguridad;
se abrió el cam ino a l goce. ¿Qué segu rid ad es le qu edaban a
Freud acerca de la figu ra del padre, el punto de jaqu e m ate o
victoria? P or lo m enos la siguiente: que el padre tenía que
proporcionar la seguridad.

E L M O D E L O E D ÍP IC O C O M O P A R A D IG M A
E X P L IC A T O R IO P R E E X IS T E N T E

En 1906, el año siguiente a la publicación de los Tres ensa­


yos de teoría sexual, F re u d le pidió a sus seguidores que le
proporcionaran observaciones de niños in sp irad as en el psi­
coanálisis, pues le resu ltaban necesarias. G ra f, uno de sus
am igos de los m iércoles por la noche, comenzó a inform arle
lealmente sobre los retozos de su hijo menor. A partir de cier­
to momento, esos inform es se convirtieron en un historial. El
pequeño H erbert/Juanito se h a b ía vuelto fóbico: temía salir
de la casa y tenía miedo a los caballos. S up ervisado por
Freud, G r a f comenzó a dar los prim eros pasos vacilantes del
an álisis de niños. F a lla b a como padre, pero em ergió como
analista. A u n q u e en rea lid ad no; em ergió m ás bien como un
“sujeto supuesto saber”, un sujeto que se supone que sabe, pe­
ro que ha olvidado que se trata sólo de un supuesto.
E ste h istorial nos perm ite dem ostrar: 1) que el padre se
establece como sujeto supuesto sa b e r con respecto a la dife­
rencia sexual; 2 ) cómo y por qué eso era exactam ente lo que
bu scaba Juanito; 3) cómo apareció el p a d re en el escenario
de !a histeria. E n cuanto a este últim o punto, precisam ente
en este h istorial, F re u d clasificó la form a m ás frecuente de
fobia como histeria de angustia, es decir, como algo que tiene
la m isma estru ctu ra que la h isteria de conversión. L a s úni­
cas diferencias están en la presencia o ausencia de la an gu s­
tia o la conversión; adem ás, la práctica clínica dem u estra
que am bas form as de histeria se encuentran a m enudo m ez­
cladas .05
E l fantasma de la jira fa y el deseo del padre

E n este prim er análisis de un niño encontramos un fantas­


m a relacionado con u n a jirafa . ¿Cuál es la historia? Juancito
h a b ía en trado en el dorm itorio de los padres du ran te la no­
che, y a la m añ an a siguiente explicó que “anoche h a b ía u na
g ra n jir a fa en la habitación, y otra arru gad a; la gran de gritó
porque yo ap a rté de e lla a la a rru ga d a. D espués dejó de g ri­
tar, y yo me senté encim a de la a rru g a d a .”56 A p artir de este
comentario, F reu d llegó a la conclusión de que estaba relatan­
do un fantasm a, no un sueño.
Esto parecía merecer la intervención del an alista, es decir,
del an alista que el padre de -Juanito im agin aba ser. R esulta­
ba im posible pen sar en un guión m ás clásico: atribuyéndose
el papel del padre Layo, de inmediato reconoció al Edipo-Jua-
nito que tom aba posesión de la jir a fa m adre arru ga d a (Yocas-
ta), m ientras que la g ra n jir a fa padre se veía reducida al pa­
pel de observador vociferante. En su totalidad, agi'egó, el
relato rep rodu cía u n a escena casi cotidiana: el pequeño se
u n ía a la m adre en la cam a por la m añ an a, suscitando sólo
débiles protestas del padre, invariablem ente rechazadas por
la m adre irrita d a .57
A l releer este fantasm a línea por línea, junto con el diálo­
go siguiente, resu lta totalm ente claro que alg u n a s cosas no
eran lo que se supuso. L a s interpretaciones del padre, tal co­
mo la s hemos resum ido, resu lta b a n en últim a instancia in ­
completas, y probablem ente erróneas.
C onsiderem os la p rim era de esas interpretaciones. “Ese
m ism o día el padre descubrió la solución del fan tasm a de la
ji r a f a .” L a encontró. ¿Dónde la encontró? P o r cierto, no con­
versan do con Juanito, porque el diálogo de la m ism a página
no la suscribe en modo alguno. E sa interpretación era el efec­
to secundario de un saber preexistente, ya establecido, e iba a
ser brin d a d a desde u n a posición S i, la posición del amo: “En
el tren le expliqué el fa n ta sm a de la jir a fa ...” E n varios tex­
tos, F re u d nos advierte que no h ay que explicar; el paciente
tiene que encontrar el significado de sus síntomas por sí mis­
mo, y la tarea del a n alista consiste en a b rir el cam ino a ese
descubrimiento: la advertencia aparece incluso en este mismo
h isto rial .58 M uchos años después, L a c a n previno contra “el
verbalism o", la seducción de la significación; el analista tiene
que tra ba ja r en y con el significante, sin perder de vista la di­
mensión del objeto a.
L a interpretación proveniente de Si carga al otro con un
saber, S 2 , la explicación. En consecuencia, tenemos que supo­
ner la presencia de un sujeto dividido, S, debajo de Si, en el
lu gar de la verdad, porque obviam ente estamos en el discurso
del amo. ¿Qué se puede decir del padre de Juanito como suje­
to dividido? A trav és de todo el h istorial, se vuelve cada vez
m ás evidente que el hom bre no puede a su m ir la posición de
padre. En la relación con la esposa, se supone que dice insen­
sateces. E ra tam bién el padre quien v isita b a fielm ente a su
propia m am á en Lainz, todos los domingos, junto con Juanito.
Sin su esposa. Y cuando le preguntó a Juanito qué h aría él si
fuera papá, el niño respondió sin vacilar que llevaría a su ma­
má a L a in z .59 Los niños tienen buen olfato.
En vista del carácter de este S, la interpretación desde Si
fue asum iendo cada vez m ás el aspecto de un fan tasm a del
padre, que satisfacía su deseo m ás profundo: por cierto, le h a ­
b ría gustado m ucho a su m ir la posición del P ad re de la Ley,
“el que tiene la posesión legítim a de la m adre, y en principio
en paz”, siendo en consecuencia envidiado y adm irado por el
hijo .60 Pero en la vida cotidiana, Juanito no tenía en absoluto
miedo a su padre; por el contrario, tem ía a la madre. A ella, y
no al padre, le h a b ría gustado darle una buena paliza .61 A d e ­
más, ese padre no poseía a la m adre “con toda tran qu ilidad”;
por el contrario, el divorcio estaba en camino (véase el apén­
dice de F reu d al historial).
L a verdad iba a abrirse paso. L o interesante del historial
está en lo que el padre revela en u n a reacción espontánea, a
pesar de su sa b ia explicación: “E l dom ingo 29 de m arzo fui
con Juanito a Lainz. En la puerta, me despedí brom eando de
mi esposa, con las p alab ras «Adiós, gran jirafa ». «¿Por qué ji ­
rafa?», preguntó Juanito. «M a m á es la gran jirafa », le contes­
té, a lo cual Juanito replicó: «¡Sí! Y H an n a, la jira fa arrugada,
¿no es cierto?»” (V é a se la nota 57.)
Inmediatamente después de esta reacción, el padre propor­
ciona otra explicación, no concordante con la anterior; con
bia: la an gu stia no es libido tran sform ada, sino que funciona
como señ al de peligro. E n n u estra opinión, la am b ig ü e d a d
su bsigu ien te puede entenderse como sigue: en la transición
desde una situación originalm ente satisfactoria pero después
provocadora de a n gu stia reconocem os la p rim era situación
tran sicion al que vive el niño, tal como la hem os descrito a
p a rtir de la segu n d a teoría freu d ian a: desde el prim er goce
mítico de un sujeto no dividido y un O tro todopoderoso sin
ninguna falta, hasta el estado de división y pérdida, S 0 a, en
el cual h ay que contentarse con u n a satisfacción m eram ente
fálica. Ésta es la “transform ación” de la libido, el goce original
que se ha vuelto provocador de angustia. Tam bién pueden ex­
plicarse las dificu ltades relacion adas con su conceptualiza-
ción. Sobre la base de su concepto unívoco del placer, F reu d
no podía diferenciar entre la satisfacción y el goce. Sin em bar­
go, también es totalm ente obvio que F reud estuvo al borde de
descubrir esa diferenciación, como lo hem os visto a propósito
de M ás allá del p rin c ip io de placer, en el caso de Juanito, ob­
servó que la angustia corresponde a un deseo reprimido, pero
no coincide con él, precisam ente porque entre ambos ha inter­
venido la represión. D e todos modos, es im portante advertir
que el descubrim iento fu n d am e n ta l no es alcanzado por la
controversia: la angustia apunta a algo que origin alm ente fue
una fuente de placer. Este placer tiene que entenderse en los
términos del “goce del O tro” lacaniano, con el niño como obje­
to pasivo del goce del Otro.
Pero, ¿del deseo de quién estamos hablando? “El deseo del
h om bre es el deseo del O tro.” Se tra ta del deseo de prim er
g ra n Otro, la m adre, que se h a b ía vuelto peligrosa para Ju a­
nito después de que él descubriera la falta de ella. F reu d ob­
serva que la m adre h abía facilitado la neurosis “con su excesi­
vo despliegue de afecto por el niño y con su dem asiado
frecuente disposición a aceptarlo en su cam a ” .68
Juanito creará con este complejo otro fantasm a que, como
prim era solución, e x p re sa b a la a n gu stia relacion ada con el
deseo de la m adre: “«P a p á , he pensado algo: yo estaba en el
baño, vino el p lo m e ro y lo d estornilló. Después tom ó un g ra n
taladro y me lo clavó en el estóm ago.» El padre de Juanito tra­
dujo este fa n ta sm a como sigue: «Y o estaba en la cam a con
M a m á , vino P a p á y me sacó a em pujones. Con su g ra n pene
me sacó de mi lu g a r jun to a M a m á .» Perm ítasenos suspender
nuestro juicio por el m om ento .”69
Esta últim a observación de F reu d era necesaria. L a inter­
pretación elaborada por el padre puede criticarse en términos
análogos a los em pleados respecto del fantasm a de la jira fa .
B a sta con que pasem os a la p á g in a siguiente p a ra recoger
m ás datos de la boca del propio Juanito. É l tenía miedo de ser
introducido en la b añ era por la m adre, temía caer en el agua.
E l diálogo siguiente es m uy instructivo: “Juanito: Sólo tengo
m iedo de caer en la g ra n ba ñ era . Yo: P ero M a m á te baña.
¿Temes que te deje caer en el agua? Juanito: Tengo miedo de
que me suelte y yo me vaya de cabeza.” (Véase la nota 69.) En
su undécimo sem inario, Lacan tipifica a la m adre fáliea como
la que deja caer a su hijo, el niño objeto-abyecto .70 P re c is a ­
mente lo que tem ía Juanito.
L a an gu stia originaria, es decir, la angustia que establece
una histeria de an gu stia y precede a u n a fobia, puede descri­
birse como sigue. L a m adre es a fectad a en su om nipotencia
porque desea el falo. L a introducción del falo entre la m adre
y el niño desn uda la falta del Otro. A través de la confronta­
ción con S (A ) Ju an ito es notificado de que tiene que lle n a r
esa brecha en su condición de objeto a. En la relación entre el
sujeto dividido (es decir, la m a d re desean te) y la fa lta en el
Otro, Juanito desaparece como sujeto y se convierte en el ob­
jeto abyecto de ella. Esto puede en ten derse en los térm inos
de la prim era parte de la m etáfora del N o m bre-del-Pad re, en
la cual la confrontación se produce entre el deseo de la m adre
y el hijo:

Deseo de la madre

Significado para el sujeto

É sta es la alienación, la p rim era operación la c an ian a del


proceso en virtud del cual un sujeto tiene que constituirse en
el cam po del Otro: “si en un lado aparece como significado
producido por el significante, en el otro aparece como afán i-
sis ” .71 L a afánisis o “fa d in g del sujeto” es la consecuencia letal
resulta totalmente claro en el inicio de la fobia: “P odría obser­
varse que la jira fa , como an im al gra n d e e interesante en r a ­
zón de su pene1, era una com petidora posible del caballo por el
papel de espan tajo ...’’79 Si recordam os el hecho no carente de
im portancia que el apellido fam iliar, es decir, el “nom bre del
p a d re ”, e ra “G (i)r a ílfe )’’, la com petencia resulta m ás obvia, y
la elección incluso m ás enigm ática. A l principio del historial
el padre h abía dibujado u n a jira fa , y Juanito lo obligó a com­
pletar ese dibujo con un w iw im acher. E l padre debía tener la
posesión del falo. Sin em bargo, Ju an ito optó por el caballo.
N o s en teram os de que, entre los an im ales gran des, Juanito
prefería definidam ente a los caballos, que era el padre quien
ju g a b a al caballito con él, y que uno de sus am iguitos lo había
lastim ado m ientras ju g a b a n a ser caballitos. Todo esto parece
más bien trivial, carente de importancia. Se destaca un deta­
lle: h abía un padre (no el padre de Juanito) que h a b ía preve­
nido a los niños contra los caballos. U n padre que advertía.
Esto resu lta sum am ente interesan te si consideram os el mo­
mento en que la a n gu stia se convierte en fobia: después de
ver caer en la calle a un caballo de ómnibus. Freud llega a la
conclusión de que esta observación accidental sólo pudo haber
tenido sem ejante efecto porque'el significante “caballo” ya ha­
bía adquirido antes una cierta significación p ara Juanito.
En cuanto a esta significación anterior, F reu d no deja de
ser vago. N u e s tra tesis es la siguiente: el significante “caba­
llo” rem ite al padre im aginario, el que debe hacerse cargo del
deseo de la m adre. Y este padre prim ordial no es otro que el
propio Freud.
En a bril de 1903 nació un niño en la fam ilia G raf. Freud lo
sabía: la m adre h abía estado en an álisis con él, el padre asis­
tía regularm ente a las reuniones de los miércoles por la noche
en la casa de Freud. C u an do el niño cumplió 3 años, Freud le
llevó un regalo que subió personalm ente, a pulm ón, escaleras
arriba, hasta el departam ento de la fam ilia: un caballito-m e­
cedora . . .80
Se po dría decir que se trata de un fenóm eno trivial. Sin
duda, lo es como hecho, pero los hechos sólo existen dentro del
marco de un discurso. Como significante, “caballo” pasó a ser
para Juanito algo de la p a lab ra parental que se refería a una
fig u ra de amo externo, el que h a b ía ayu dado a la m adre, al
que su padre le h abía pedido consejo, y el que recibía sus pro­
pias producciones infantiles sobre la “tontería”. E ra el que sa­
bía, el cuarto punto.
Pero si incluso este cuarto punto podía derrum barse (el ca­
ballo en la calle, el objeto a de la m adre, la caída en el baño),
¿qué seguridad le quedaba? N o sorprende que en ese momen­
to irrum piera la fobia. Por cierto, se necesitaba la perspicacia
de un Freud p ara reconocer que detrás de la angustia superfi­
cial que le provocaban los caballos m ordedores había una an­
gustia fun d am en tal: la de que incluso los caballos podían
caer .81 N i siqu iera ellos eran suficientes para responder a la
falta de la madre.

L a in te rv e n c ió n de F r e u d : g a r a n t iz a r la g a r a n tía

A lo largo de todo el historial, sólo una vez Freud intervino


personalmente. Innecesario es decir que fue una intervención
de peso; de hecho, se trataba de u n a construcción: "M ucho an­
tes de que él (J u a n ito ) estu v iera en el m undo, continué, yo
había sabido que ven dría un Ju an ito con tanto afecto por la
madre que a causa de ello tendría que sentir miedo del padre,
y se lo h a b ía dicho a l p a d re ” .32 F re u d está introduciendo la
parte faltante de la m etáfora paterna. Lo interesante es que
no sólo la introdujo p a ra Juanito, sino también para el padre:
“y se lo h a b ía dicho al p a d re ”. En vista de la situación, esto
era sum am ente necesario.
El efecto sobre Juanito de esta intervención se puede eva­
lu a r considerando la posición que en adelante el niño le atri­
buyó explícitam ente a F reud: “¿H abla el profesor con Dios, ya
que puede decirlo todo de antemano?” Y finalmente, cuando el
padre, completamente desconcertado, le preguntó casi con de­
sesperación qué era lo que temía, Juanito le respondió sin v a ­
cilar que él m ism o no lo sabía, pero que el profesor se g u ra ­
mente conocía la respuesta. T am bién expresó su esperanza de
que cuando todo se le contara al profesor en u n a carta, su
“ton tería” (e l sobrenom bre fa m ilia r de la fobia) term in aría
pronto .83
A qu í nos encontramos frente a un elemento sorprendente,
es decir, sorprendente p a ra un análisis “clásico” posfreudiano:
el padre edípico es uno que tiene que saber ,84
Esto puede ya leerse en el propio Freud: observó que p ara
Juanito el padre no era sólo algu ien que le im pedía estar con
la m adre, sino que tam bién poseía cierto conocimento sobre
él .85 U n poco m ás adelante volverem os sobre este im portante
tema.
D espués de la intervención de Freud, el tratam iento a v an ­
zó a toda m áquina. Le h a b ía asignado u na cierta posición al
padre y Ju an ito lo h a b ía escuchado m uy bien. Lo confirm an
las p a rte s su bsigu ien tes del h istorial. A n tes de la in terven ­
ción de F reu d , en los fan tasm as de Juanito el padre sólo te­
nía un p a p el de cómplice, m ien tras que la L e y a p a rec ía en ­
carnada por u n a agencia externa, el policía. T al fue el caso en
dos fan tasm as en los cuales el niño y su padre cometían ju n ­
tos u n a falta leve (e n tra r en la zona prohibida de un parque,
rom per una ventanilla de un vagón de ferrocarril); en am bos
casos, los dos term inan castigados por la L e y (véase la nota
47). E n el momento de la intervención de Freud, el padre n ie­
ga haberse enojado nunca con Juanito y dice que nunca le pe­
gó (v é a se la nota 82). J u an ito replica de inm ediato que por
supuesto le h a b ía pegado (au n q u e sólo m ientras ju g a b a ). De
tal modo Juanito confirm a la construcción de Freud: p ara él,
el padre tenía que funcionar como u na autoridad. E l niño in ­
sistirá en este punto en el curso de u na discusión a n áloga;
cuando el pad re n iega estar enojado, Juanito responde: “Sí,
es verdad. E stá s enojado. Lo sé. Tiene que ser v e rd a d .”86 En
la estela de la intervención de Freud, cada vez m ás le atrib u ­
ye al pad re el sa b e r proven ien te del profesor .87 A d em ás, a
J u an ito le re s u lta entonces posible expresar su a n gu stia de
u n a m a n era m ucho m ás clara: qu eda an gu stiad o cuando el
padre sale de la casa, por temor a que no v u elv a .88 En el mo­
vim iento dialéctico del an álisis, puede entenderse que el pa­
dre a c a b a de ser establecido y Juanito no puede perm itirse
perderlo.
E l padre h a sido establecido en su función: como en carn a­
ción d e l Otro, F reud estableció la segunda parte del N om bre-
del-Padre. Actuó como un padre prim ordial cuya intervención
convertía a p ap á G r a f en su em bajador. P a d re p rim ord ial
equivale a p a d re im agin ario. N o se h a puesto en m archa la
función sim bólica paterna, el N o m b re -d e l-P a d re lacaniano.
Esto puede escribirse como sigue:

Padre primordial Si Deseo de la madre (A)


-------------------------------- . ---------------------------------------- => Si ------
Deseo de la madre Significado para el sujeto falo

en lu g a r de

Nombre-del-Padre Deseo de la madre (A)

Deseo de la madre Significado para el sujeto N.-del-P. falo

Esto implica que en adelante Juanito debe comportarse co­


mo un sujeto dividido frente a un Si. Es especialmente im por­
tante reconocer la estructura que F reud ha introducido de es­
te modo, lo cual sólo puede hacerse con la conceptualización
lacaniana. N u e stra tesis es que F reud introdujo en Juanito el
inconsciente, obligándolo a re a liz a r la transición al discurso
histérico.
F reud introduce el inconsciente, lo superpone al caos de la
vida psíquica de Juanito. ¿Qué caos? E l de los significantes,
el del lenguaje. L a cadena de significantes que Juanito ha re­
cibido a través del discurso p a re n ta l carece del punto de a n ­
claje necesario. F reu d lo proporciona. Introduce un S i como
elemento necesario para m an ejar S 2. P ara Lacan, éste es pre­
cisamente el discurso del inconsciente, sinónimo del discurso
del amo; el S i, el “al menos uno”, 3x<l>x, es un elem ento ra i­
gal p a ra S 2, el tesoro de los significantes con su falta intrín ­
seca.89 E n el mismo movim iento encuentra su origen el obje­
to dividido:

Si -— S2
| |
S // a

Como sujeto dividido, Juanito entra en la red de los víncu­


los sociales norm ales de todo ser hablante, es decir, en el dis­
cucho de Id l i i.sl.**rica: Freud le dio un deseo (un deseo edípico)
y lo enfrentó con un amo/maestro que produce saber.

8 — ► Sj

a // S2

Con lo cual Freud cargó p a ra siem pre a Juanito con el dis­


curso de la histérica. P o r cierto, la b ú squ eda de un m aestro
que supiera iba a volverse interm inable. Freud estaba nacien­
do lo que h abía propuesto al final de los Estudios sobre la his­
teria:. “Mucho se ga n a rá si logram os transform ar su desdicha
histérica en infelicidad com ún ” .90 H a b ía trivilizado la h iste­
ria, reduciéndola a una desdicha común. Esta “solución” es in ­
term inable desde el punto de vista estructural, puesto que el
amo nunca puede ser lo b astan te amo. Juanito entró en una
competencia im agin aria, que nos g u staría llam ar The G u in -
ness Book o f Records-Hysteria, u na variante típicamente m as­
culina. El tratamiento de Juanito concluyó con el fantasm a de
un plomero que le retiraba el pene con unas pinzas y lo reem ­
plazaba por otro m ás grande. Y esto no bastaba: tam bién sus
posaderas eran retiradas y reem plazadas por otras m ás gran ­
des. C u an to m ás g ran d es, m ejor. P or otro lado, Juanito se­
guía haciendo preguntas: “¿De qué están hechas las cosas?”,
“¿Quién las hace?” C u an d o el pad re se aburre y le responde
que no puede saberlo todo, Juanito reacciona con las palabras
siguiente: “Pensé que, como sa b ías eso del caballo, tam bién
sabrías esto ” .91 H a y un resto.

E l m ito e d íp ic o en la h is te r ia

En una prim era lectura no analítica del historial, u n a lec­


tura guiada por el saber establecido, todo el análisis de Juani­
to parece perfectam ente inteligible. E l niño quiere estar con
la madre, quiere acariciarla. El padre ocupa la posición del ri­
val temido y odiado. E l nacimiento de H a n n a, en combinación
con el complejo de castración, da origen a un proceso de repre­
sión, del que resulta un objeto fóbico: la angustia relacionada
con el caballo mordedor es el sustituto neurótico del padre. El
an álisis apu n ta entonces a hacer consciente la base de esta
angustia, y así sucesivamente.
E speram os que n u e stra elaboración h a y a dem ostrado el
carácter insostenible de esta lectura de tipo S 2. L a pregunta
obvia es: ¿de dónde provino el inconfundible efecto terapéuti­
co real? A él debemos acreditarle todos los méritos de la cons­
trucción freu dian a. Y a hemos visto ese efecto en la s reaccio­
nes subsigu ien tes de Juanito: el p a d re fue introducido por
F reu d en su función, la segunda parte de la m etáfora pater­
na. E n adelante se in icia el Edipo p a ra Juanito, con el padre
en la posición que suscita el deseo de la madre.
Desde este punto de vista, la estructura edípica no era tan ­
to la causa de la neurosis de Juanito como la solución para ella.
E sa estructura era lo que h abía que introducir para liberar al
niño de la relación peligrosa entre la madre, el hijo y el falo. De
allí su confirmación agradecida de la construcción freudiana y
su aceptación de las interpretaciones paternas acerca de la jira ­
fa y el fantasm a del plomero, pues ellas le brindaban exacta­
mente lo necesario para que pudiera salir del atolladero.
A h o ra estam os preparad os p a ra u n a conclusión m uy im ­
portante: la estructura edípica no es tanto lo que da base a la
neurosis al m ontar la escena p a ra la lu ch a necesaria, sino
que, por el contrario, esta estructura rev ela ser un fa ctor ne­
cesario para la seguridad del neurótico. U n a vez establecido
el mito edípico, el neurótico cuenta con una base segura, por­
que h a abandon ado u n a du alid ad am enazante. E n adelante
puede iniciar u n a lucha mucho m ás reasegu rad ora: la lucha
con un padre que nunca será suficientem ente padre.
A l reun ir todas estas piezas nos vem os obligados a repen­
sa r el papel del padre en la histeria, ju n to con el mito edípico.

E L P A D R E P R IM O R D IA L C O M O P I E D R A A N G U L A R D E L
F A N T A S M A H IS T É R IC O E D ÍP IC O : T Ó T E M Y T A B Ú

La construcción dentro de la teoría

Hem os llegad o a u n a conclusión ex tra ñ a: el complejo de


E dipo no es tanto la base de todas las neurosis como una
cqiimI rucción fantasm ática necesaria, erigida por el propio su­
jeto neurótico con el carácter de m u ra lla protectora contra el
deseo del priinér Otro, la m adre. E sta conclusión es extraña a
la luz de la teoría clásica, en la cual el Edipo se considera ha-
bitualm ente la explicación final de toda neurosis, e incluso de
los avances en dirección a la psicosis .92
En consecuencia, ahora querem os estudiar la teoría freu-
d ian a del complejo de Edipo. Q uien em pren d a este estudio
enfrenta directam ente un hecho curioso: el concepto no es
tanto elaborado teóricamente como aplicado en la práctica. Se
lo conceptualiza principalm ente de modo descriptivo; Freud
explica el complejo rem itiendo a la traged ia de Sófocles (por
ejemplo, en su vigésim o p rim era conferencia). Lo gra explicar
muy bien la atracción u n iv ersal que ejerce esta tragedia (to­
dos estam os fa m ilia riza d o s con los sentim ientos de culpa y
deseo de Edipo), pero el complejo en sí 110 recibe casi ninguna
explicación .93
A falta de una elaboración sistem ática, nos hemos vuelto
hacia la historia del concepto. L a s p rim eras ideas de F reu d
conciernen obviam ente a algo real: la seducción y la teoría del
traum a describen al padre como protagonista: un padre per­
verso, un padre que no es suficientem ente bueno. En la se­
gun d a teoría, con el descubrim iento del fantasm a, el acento
pasa a lo Im agin ario, en la m edida en que asp ira al registro
simbólico. L a s escenas y los traum as de la seducción son cons­
trucciones neuróticas elaboradas fantasm áticam ente en torno
a un núcleo de lo Real. F re u d desarrolló el complejo de Edipo
dentro de este marco. El complejo de castración lo siguió unos
años después.
L a teoi'ía siguiente, una tercera fase en el desarrollo freu-
diano, nos proporciona el apéndice necesario. N u e stra m eta
es e xam in ar el cómo y el porqué de esta tercera fase, que se
centra en la función de la con stru cción freu diana en su rela­
ción con la histeria.
P or cierto, estam os an te u n a construcción en el sentido
psicoanalítico de la palabra. En el curso de la cura, el analis­
ta construye u na parte perd id a de la historia del sujeto para
completar su anam nesis. Tanto en la práctica como en la teo­
ría, esta construcción particular iba a convertirse en el apén-
dice más importante. Es allí donde F reu d cometió un error: la
construcción necesaria del mito del pad re prim ordial siguió
perm aneciendo p a ra él dentro del cam po de lo Im agin ario.
P o r esta razón F re u d se covirtió en el padre prim ord ial del
propio psicoan álisis, en el “al m enos u n o”, 3 x O x , g ra c ias al
cual sus hijos pueden basar sus obras en u na autoridad. Esto
es claro en el caso de los posfreudianos. Adem ás, en este mo­
mento podemos ya estar totalmente seguros de que lo mismo
ocurrirá con los “poslacanianos”.94

La transición desde el padre real hasta el padre


imaginario: la novela familiar del neurótico

E n 1908 F reu d escribió una introducción para un libro de


Otto Rank, D er M ythus von der Geburt des Helden. Redactado
originalm ente dentro de este contexto significante, se lo p u ­
blicó por separado como “L a novela fa m ilia r de los n euróti­
cos”. A nuestro juicio, este pequeño artículo fue el precursor
de la teoría elaborada en 1912 en Tótem y tabú, y tam bién la
transición hacia ella.
L a prim era oración ya nos sum erge en el corazón del tema:
“L a liberación de un individuo, a m edida que crece, de la a u ­
toridad de sus padres, es uno de los resultados m ás n ecesa­
rios, aunque m ás penosos, generados por el curso de su desa­
rrollo”.95 E n este artículo F reu d elaboró u na idea que ya
h a b ía form ulado varios años antes a l exam in ar la paranoia,
pero que ahora aplicaba en una versión adaptada a la neuro­
sis.96 El tem a central concierne a la relación entre el hom bre
y la autoridad parental. A l leer este breve artículo resulta ob­
vio que la autoridad “parental” puede entenderse como auto­
rid ad “patern a”.
F re u d trazó un cuadro evolutivo. A l principio los padres
en cam an la única autoridad que conoce el niño, quien no tie­
ne la m enor intención de cuestionar el poder de ellos. M ie n ­
tras crece, el niño los com para con otros adultos, por lo gene­
ral con d esven taja p a ra los padres. M u y a m enudo, en ese
mismo período em erge un nuevo tipo de fantasm a, denom ina­
do “novela fa m ilia r”. E l niño im agin a que sus padres no son
los “reales”; en algún momento, en algú n lugar, hubo una sus­
titución con u na particularidad típica y recurrente: se piensa
que los p a d re s'“reales” son de un nivel social m ucho más alto.
F reu d añade que esta fantasía se elabora en el período du ran ­
te el cual el niño no tiene aún un conocimiento exacto de los
detalles sexu ales concernientes a la procreación. C u an do ya
ha adquirido este conocimiento en medida suficiente, cam bia
el contenido del fantasm a. E n su nuevo fantasm a, el niño usa
el intem poral “P a ter semper incertus est” p ara sustituir exclu­
sivam ente la fig u ra paterna.
E n ese punto F reu d vuelve a la m encionada p a rtic u la ri­
dad: no se trata tanto de que el niño sustituya al padre, como
de que lo sitúe en un nivel m uy superior .97 El padre im agina­
do, de noble origen, y por lo tan to de u n a m ayor autorid ad
simbólica, se asem eja en todos los aspectos al pad re real, sal­
vo en su nivel social.
L a razón de esta “sustitución” tam bién puede encontrarse
en Freud. E x p resa la nostalgia del niño por ese período perdi­
do en el cual no tenía ninguna duda sobre la autoridad del p a ­
dre. El fantasm a intenta que ese período dure un poco más.
P a r a decirlo en otras p a la b ra s, el niño necesita un padre
cuya autoridad esté m ás allá de toda duda. Cuando esta auto­
rid ad inevitablem ente fa lla e n i a realidad, la criatu ra im agi­
na otra. En tal sentido, encontramos el mismo patrón que en
la s teorías in fan tiles sobre la sexu alid ad: se establece una
cierta fig u ra p a te rn a m ás a llá del pad re real. E l fenómeno
puede observarse fácilmente. B asta con visitar el patio de ju e ­
gos de cualquier escuela p rim aria y escuchar las vehementes
discusiones entre los pequeños partidarios de sus padres: “M i
p a d re es el m ejor, el m ás fuerte, el m ás in te lig en te ...” Esto
p la n te a una cuestión im plícita a la que F reu d no respondió;
¿por qué necesita el niño esa figu ra paterna?
H a sta este punto podemos reconocer una cierta evolución,
tanto en el desarrollo neurótico como en la teoría concomitan­
te. L a s pacientes histéricas n a rra n historias de seducción en
la cual el padre aparece como protagonista. F reu d las aceptó
como reales en su prim era teoría, pero, después de h aber des­
cubierto la im portan cia del fantasm a, pasó a otro nivel de
conceptualización. E n la etapa siguiente encontram os el des­
cubrim iento del com plejo de Edipo y los fan tasm as que lo
acompañan. Sin em bargo, en muchos aspectos la teoría no es
convincente. En prim er lugar, el padre seductor de la histéri­
ca, real o im aginario, en la realid ad resulta ser débil, enfermo
e, incluso, impotente. E n segundo término, las am enazas de
castración que in a u g u ra n el complejo de Edipo son por lo ge­
neral proferidas por m ujeres, au n qu e norm alm ente se las es­
pera del pad re. Esto fue lo que ocurrió, no sólo con Juanito,
sino tam bién en los casos del H om bre de los Lobos y el H om ­
bre de las R atas. Finalm ente, el período preedípico y el com­
plejo de Edipo femenino quedan en la oscuridad, p ara decir lo
menos. E l paso siguiente de la conceptualización freu dian a
nos lleva h a sta la m en cion ada novela fam iliar, la cual de­
m uestra que el sujeto neurótico le atribuye toda la autoridad
a la figu ra paterna.
A l estudiar este desai'rollo resulta imposible no llegar a la
conclusión de que hay en él algo erróneo, algo que falta, en es­
pecial porque se advierte que el niño im agina a la figu ra p a ­
tern a edípica, encarnación de la Ley, como un complemento
necesario del padre real. E s p ro b a b le que la causa de este
proceso pueda buscarse en el período preedípico, lo cual a su
vez obliga a rev isar el complejo de castración.
A l llegar a este punto, F reu d podría haber teorizado la ne­
cesidad de esta figura patern a p a ra la histérica. En lu g a r de
ello, como repuesta a la novela fam iliar edípica, creó un mito
fam iliar edípico: Tótem y tabú.

Estableciendo al padre prim ordial

Tanto p a ra los editores como p a ra el propio Freud, el ám ­


bito de Tótem y tabú era la psicología social y la antropología
social. A d em ás, la ú ltim a parte del libro (el ensayo sobre la
horda p rim itiv a y el asesinato del padre p rim ord ial) e ra el
texto preferido de F reud. Lo consideraba lo m ejor que había
escrito .98 D ejando a un lado la s eventuales aplicaciones antro­
pológicas, nosotros estam os convencidos de que este últim o
ensayo va mucho m ás a llá de estos campos y desem peña una
función totalm ente distinta: es el apéndice necesario a l com ­
plejo de E d ip o freudiano.
L a obra puede entenderse como un prolongado desarrollo
que concluye en un clímax, “El retorno del totemismo en la in­
fancia”, en el cual se expone el mito de la horda prim itiva, el
padre prim ordial y su asesinato. N o s concentraremos en esta
última parte.
En el m arco de la an tropología de esa época, el problem a
podía resum irse como sigue: ¿cuál fue el origen de las compli­
cadas estru c tu ra s del totem ism o, de los tabú es y las reg las
exogám icas subsiguientes? Con su perspicacia h a b itu a l,
Freud redujo estos grandes problem as a sus rasgos esenciales
desnudos. Pronto descubrió que h abía dos tabúes principales:
el que p roh ibía el asesinato del propio an im al totémico y el
que v e d a b a la s relaciones sex u ales con alguien del mism o
clan, el tabú del in c e sto ." En el estudio del prim er tabú abor­
dó antes que nada el papel de “los reyes”; las comillas son ne­
cesarias, porque el estudio revela un cuadro totalm ente dife­
rente del esperado. El rey no es un déspota autocrático y
todopoderoso; por el contrario, vive p a ra sus súbditos, que
realm ente lo necesitan, porque “Es su persona la que, en sen­
tido estricto, regu la todo el curso de la existencia ” .100 Si fraca­
sa en su tarea, será rep ud iad o y eventualm ente asesinado.
F reu d reconoce en esto la actitud del paranoico respecto de su
pad re-persegu idor, b a sa d a en la relación de sobrestim ación
entre el padre y el niño .101
Esto significa que el rey ocupa u n a posición m uy extraña.
Como garan te de la ley y el orden, es a la vez la persona más
necesaria y m ás vulnerable de la sociedad. C uando fracasa en
su tarea, cae la piedra a n gu la r y queda condenada la sociedad
como un todo.
In m ediatam ente después de este tema, F reu d exam in a el
tab ú sobre la m uerte. E n esta discusión presen ta u n a idea
que sólo fue acabadam ente instrum entada por Lacan: el tabú
concerniente a una persona m uerta se concentra en el nombre
del extinto. E l castigo por pronunciar ese nom bre en voz alta
es tan severo como el del asesinato. O bviam ente, tiene que
haber a lgu n a relación entre asesinar y pronunciar un nombre
en voz alta. Adem ás, como clínico, F reud observó que este ta­
bú no form aba parte del trabajo de duelo, sino que pertenecía
a una reacción de espanto .102 Observem os al pasar que, pues­
to que era judío, F reud estaba perfectamente preparado para
este descubrimiento: en la religión ju d ía no se puede pronun­
ciar el nombre de Yavé. E l nom bre es una parte integral de la
persona y, p a ra los llam ados prim itivos, quien conoce el nom­
bre de u n a p erson a adqu iere u n poder potencialm ente letal
sobre ella.103
E l paso siguiente de la argum entación de F reud tiene que
ver con la relación entre el tótem, el tabú y el rey. Los miem­
bros de un determ inado clan totémico se ponen los nom bres
de su tótem, convencidos como lo están de que descienden de
él. L a s interdicciones asociadas tienen que ver en prim er lu ­
g a r con la Eheverkehr, es decir, la rela ción sexual.104 Con res­
pecto a esta idea de descendencia, F reu d introduce una obser­
vación casi causal que va más a llá de las ideas antropológicas
de esa época. Dice tener la im presión de que la fuente últim a
del totemismo es la incertidum bre de los primitivos acerca de
la procreación, y en especial acerca del papel del padre. P a r a
Freud (en oposición a las ideas antropológicas de la época) es­
to no tenía n ada que ver con u n a supuesta falta de inteligen­
cia de los “sa lv a jes”, quienes conocían perfectam ente bien el
papel biológico del padre. El factor que estaba en ju e g o era
otro: “Ellos parecen h aber sacrificado la paternidad en bene­
ficio de algú n tipo de especulación destinada a honrar las al­
m as de sus antepasados”.105 Le recordam os al lector que tam ­
bién en el niño el “P a te r sem per incertu s est” suscita la
elaboración de construcciones especiales, que comienzan con
los fantasm as básicos de las teorías infantiles de la sexu ali­
dad y term inan con la novela fam iliar. Podemos suponer que
hay una relación entre el tótem y el padre promovido en estas
producciones infantiles.
D espués de rea liza r una comparación con el caso de Ju an i­
to, F reud confirm a la equivalencia de una serie de términos:
anim al totémico, rey, padre. En esta serie no debemos omitir
el aspecto de la nominación. E n el caso de la fobia a animales,
el niño le transfiere a un anim al u n a parte de sus sentimien­
tos respecto del padre, así como u n a tribu desplaza sus senti­
mientos h acia el tótem. Lo n otable en am bos casos (tótem y
objeto fóbico) es que el sucedáneo del padre es tan temido co­
mo respetado y adm irado.106 El historial de Ferenczi sobre el
pequeño A rp a d destaca cierto factor que ya hemos visto ope­
rando en Juanito, L a fo b ia del pequeño A rp a d tenía que ver
con gallos y gallinas. N o h a b ía n in gun a duda acerca del moti­
vo subyacente: si deseo de saber acerca de la sexualidad y la
p rocrea ción .107
U n a vez m ás, esto im plica que estam os ante las m ism as
preguntas ya form uladas en las teorías infantiles sobre la se­
xualidad y en los fantasm as fundam entales: ¿qué es una mu­
je r, qué es un padre, qué es la relación sexual entre ellos?
A h ora, podem os a ñ a d ir algo im portante: la con stru cción de
una p a rtic u la r fig u ra p aterna está totalm ente relacionada con
la respuesta im posible a esos interrogantes.
E l an im al totémico es el pad re p rim ord ial de quien des­
cienden todos y del que se d eriva el propio nom bre. Los dos
tabúes principales (la prohibición de m atar al anim al totémi­
co y de tener relaciones sexuales con alguien del mismo grupo
totémico) se vuelven ah o ra inteligibles: basta con siderar a
Edipo, que m ató a su p a d re y durm ió con la m adre. P ero si­
gue sin explicar el origen m ism o del tótem y de esos dos ta ­
búes principales. F re u d apuntó explícitam ente a dar esa ex­
plicación con el mito que fabricó personalm ente. L a historia
es bien conocida. En la horda prim itiva, los herm anos unidos
asesin an al padre p a ra ten er acceso a las m ujeres. E l senti­
miento de culpa resultante da origen a la posterior obediencia
a la Ley. Se erige el tótem como recordatorio del p a d re p ri­
m ordial y se establece la prohibición del incesto, junto con el
m andato de la exogam ia. D e este modo, el p a d re prim ordial
m uerto adquiere u n poder que nunca h a b ía tenido en vida:
“E l padre muerto se vuelve m ás fuerte de lo que nunca lo fue
el padre vivo ...” 108
De este modo, F re u d m ataba dos pájaros de un tiro: la so­
lución a un p rob lem a antropológico le b rin d a b a al mismo
tiempo una explicación satisfactoria de la situación análoga
en el nivel individual, es decir, del complejo de Edipo. Lo que
h a bía sido re a l a lg u n a vez en la historia de la h um an idad se
repetía en cada niño, aunque en escala menor, de modo defen­
sivo,
Kroud h abía invertido la dirección de su marcha. D espués
dr liiilicr descubierto los sentimientos y las situaciones edípi-
( !i . <in In pnictica clínica, y explicado con ellas la atracción y
fascinación intem porales de las tragedias de Sófocles, utiliza­
b a un mito (y un mito fabricad o expresam en te) p a ra d a r
cuenta de fenóm enos clínicos recu rren tes en el n ivel in d iv i­
dual. Esto tenía sus ventajas. A d em á s de que la construcción
proporcionaba la pieza final necesaria p ara la teoría edípica y
le daba coherencia, procuraba tam bién un im portante recurso
en la práctica clínica: F reu d h a b ía construido el padre busca­
do por todo neurótico. El hecho de que es p referib le que ese
padre esté m uerto, que y a no p u e d a fa lla r, e ra conocido por
los clanes totémicos. F reud no desarrolló esta idea h asta sus
límites; se detuvo en un padre re a l que era realm ente asesi­
n ado .109
Deseam os exam in ar con m ayor atención lo que hemos de­
nominado una inversión. Se plantean tres interrogantes. P ri­
mero, ¿dónde fa lla el argu m en to de Freud? D em ostrarem os
que esto tiene mucho que ver con su estudio de la am bivalen­
cia y de la prohibición del incesto. Segundo, los logros de la
construcción de Freud, ¿pueden traducirse en térm inos clíni­
cos? Y tercero, ¿qué im portan cia tiene este enfoque p a ra la
histeria? L a últim a pregunta nos obligará a exam in ar la rela­
ción entre la ley y el “no hay relación sexual”, junto con el de­
seo de saber sobre la sexualidad.

La ambivalencia y la prohibición del incesto

En la argum entación de F reu d hay algunos elem entos ex­


traños que sólo se vuelven inteligibles si seguim os otra línea
de razonamiento.
U n o de tales elem entos tiene que ver con la am bivalencia
de los hijos respecto del padre p rim ord ial y, m u ta tis m utan-
dis, la am bivalen cia del niño varón respecto de su padre. Se
supone que esta am bivalencia consiste en am or y adm iración
simultáneos con odio y agresión. A nuestro juicio, estos térmi­
nos se refieren a los afectos adultos, y son menos apropiados
cuando se h a b la de los tum ultos emocionales de la niñez. In­
cluso en relación con los adultos, definir el odio y el am or re­
sulta bastante problemático. Con niños, parece m ás adecuado
pen sar en términos de “miedo a” y “necesidad de”. L a “necesi­
dad” que se siente de cierta fig u ra es rebautizada como amor,
nunca fue reconocida como tal por el propio Freud. E l acentuó
m ás bien el segundo momento del complejo de Edipo. Su tra ­
tam iento se cen trab a en los efectos de la ñ g u ra p a te rn a tal
como la h abía establecido el propio neurótico y en las reaccio­
nes hacia ella. Esos efectos eran dobles: por un lado, tenemos
el complejo de castración apareciendo ju n to con la an gu stia
de castración; por otra parte, las vicisitudes de un nuevo de­
seo en seguridad, que añora un goce definitivam ente perdido
en una fusión an terior con la m adre. Este deseo p articu lar
contam ina a toda m u jer con la im agen de la madi'e. U n a m u­
je r sólo es se g u ra en la m edida en que puede volver a ser
identificada con la m adre, porque esto da la segu rid ad de la
regulación, la ley y el orden. Cuando no es posible este retor­
no, surge en cambio u na figura ominosa, un “eso”, una esfinge
am enazante con un enigm a en el lu g a r del deseo: ¿qué quiere
la mujer?, Was w ill das Weib?
L a s interpretaciones y construcciones basadas en esta teo­
ría dan lu g a r a un logro inm ediato en la clínica. Y a lo hemos
ilustrado con Juanito: cuando Freud produjo su construcción,
in staló la función patern a. Esto es precisam ente lo que el
neurótico an hela: un elem ento de certidum bre y seguridad,
algo que introduzca una separación e instale la ley y el orden,
que e rija al rey-tótem capaz de “re g u la r todo el curso de la
existen cia”. De este modo F re u d confirm aba y reforzab a la
fantasía defensiva. De ser necesario, incluso se la inculcaba al
paciente: “Sí, es El P ad re quien..." Construía al Otro del Otro
como u na g a ra n tía necesaria p a ra responder a la falta en el
Otro. De tal modo no sa lía de la línea de pensam iento del
neurótico, y en especial de la histérica. D esde un punto de
vista lacaniano, T ótem y tabú es un producto típicam ente
neurótico, cuyo contenido le fue dictado a F re u d por sus p a ­
cientes histéricas. Com o especialista en mitos, L év i-S trau ss
criticó como sigue este mito fabricado por Freud: “En un caso,
pasam os de la experiencia clínica a los mitos, y de los mitos a
la estructura; en el otro caso, uno inventa un mito p ara expli­
car los hechos: en lu g a r de interpretar, hemos hecho lo mismo
que el paciente ” .112
A p a rtir de a q u í podemos tra zar una cla ra diferenciación
entre un discurso terapéutico rep arador, por un lado, y un
discurso analítico por el otro. D esde este punto de vista, hay
un sólo discurso terapéutico: el discurso del amo. Si uno quie­
re realizar terapia “de apoyo” con un neurótico, se ve obligado
a ocupar el lu g a r del amo, es decir que debe g a ra n tiz a r la
existencia del padre prim ordial, por lo general encarnándolo.
Esto explica que la transición desde la psicoterapia individual
a una formación gru pal sea tan fácil cuando el grupo se aglu ­
tina en términos casi religiosos en torno a su encam ación del
padre prim ordial, el cual se supone que segrega saber sobre el
deseo y el goce. L a década de 1960 estuvo llena de estas en ­
carnaciones, pero el fenómeno en sí es tan viejo como el tiem­
po. Los alienistas del siglo X IX tenían una agud a conciencia
de esta g a ra n tía necesaria, y por ello establecían códigos de
conducta p a ra el terapeu ta: p a ra a se g u ra r que su dominio
nunca estu viera en peligro. S in em bargo, como hem os visto
en nuestra discusión de la teoría del discurso, a partir del mo­
mento en que uno h a b la es inevitable el fracaso. Todo discur­
so terapéutico genera un resto, y es allí donde hace su a p a ri­
ción el sujeto histérico .113
E l interrogan te es ah ora a qué se refiere esta garan tía,
qué es lo que el amo tiene que garan tizar, siguiendo las hue­
llas del padre prim ordial. E n este punto debemos prestar una
atención plena al padre simbólico y su función.

E l padre prim ordial, la ley y el saber

En su estudio de los fa n ta sm a s “fun d am en tales”, las teo­


rías infantiles de la sexualidad, la novela fam iliar (el mito in­
dividual del neurótico), y tam bién del mito en Tótem y tabú,
hemos advertido varios elem entos recurren tes. E l punto de
aplicación de estos mitos es siem pre un (n o ) saber con respec­
to a las relaciones sexuales. E n el período duran te el cual el
niño no conoce la función procreativa, en su novela fam iliar
reem plaza a los dos progenitores. Después de h a b er recibido
el esclarecimiento necesario, advierte el punto débil restante
( “P a te r semper incertus est”), y en su fantasm a reem plaza so­
lam ente al padre. E n las sociedades totémicas, se considera
progenitor al tótem o padre p rim ord ial, a p esar del correcto
saber biológico sobre la procreación. Los miem bros del tótem,
señaló F reu d, honran de tal modo “el espíritu de los an tepa­
sados”.
U n a segunda constante es que en ambos casos (el del neu­
rótico individu al y el del clan totémico) el padre construido de
este modo tiene proporciones propias. En la novela fam iliar es
promovido a un nivel social superior y en el mito pasa a ser el
antepasado u n iversal de quien todos descienden y cuyo nom­
bre llevan. Lo m ás peculiar es que este superpadre no se con­
vierte tanto en una superautoridad, en el sentido de un dicta­
dor, como en un padre fun d ad or. Esto resulta m uy claro en
los estudios etnológicos que describen a los reyes funcionando
como g a ra n tía s del curso n orm al de la vida cotidiana. E l p a ­
dre p rim o rd ia l es una g a ra n tía fundam ental.
U n tercer fenómeno recurrente consiste en la dificultad de
a tribu ir al pad re real la función que norm alm ente es propia
del padre prim ordial. Los m iem bros de un clan pueden muy
bien elegir un rey que ten ga el papel de garante, pero un poco
antes o después el pobre hom bre está condenado a fracasar y
ser reem plazado. E n sus fastasías, el niño puede in flar al pa­
dre h asta proporciones fóbicas, si acaso lo necesita. Y al res­
pecto F reu d nos aporta un irpportante descubrimiento: sólo el
padre m uerto puede en carn ar u na autoridad suficiente como
p ara lle n a r esta función.
D e tal modo, el sistem a totémico se revela como u n a solu­
ción m uy interesante porque, como sistema, conduce a un tra ­
tado con el padre: “E l sistem a totémico era, por así decirlo, un
pacto con su padre, en un contrato en el cual él les prom etía
todo lo que u n a im aginación infantil puede esperar del padre
(protección, cuidado e indulgencia), mientras que, por su lado,
ellos se com prom etían a respetar la vida de él, es decir, a no
rep e tir el hecho que h a b ía llevado a la destrucción al padre
real” (véase la nota 110). E l padre muerto era la garan tía de­
finitiva. Esto nos perm ite d a r el paso siguiente. Freud y a ob­
servó que p a ra ciertos “sa lv a je s” pronunciar un nom bre en
voz alta equ ivalía al asesinato y estaba severam ente castiga­
do. D e a llí que el n om bre del pad re y el padre m uerto estén
del mismo lado, el de su función simbólica.
Ah ora podemos rea liz a r una combinación m uy importante.
I ) El punto de partida es un no saber con respecto a la activi­
dad sexual. 2) El padre construido proporciona una g aran tía
fundam ental. 3) Este p a d re es el pad re m uerto o el nom bre
del padre. Entonces, tanto los m iem bros del clan totémico co­
mo los hijos de u n a fam ilia reciben el nom bre del padre. P ara
decirlo claram ente: el nom bre del pad re p ro p o rcio n a una g a ­
ra n tía contra la in certid u m b re en re la ció n con las relaciones
sexuales. E sta g a ra n tía funda el modelo social para la regu la­
ción de las relaciones entre los diferentes sexos y las diferen­
tes generaciones . 114 L a ley edípica se establece p ara reg u la r
el goce.
En F reud falta el padre simbólico como concepto. Tótem y
tabú llegó a estar definidam ente en camino a form ular al pa­
dre a través de su esencia como significante, pero nunca llegó
a hacerlo. Con su mito fabricado, F reu d ubicó al padre prim or­
dial en lo Real y en todo caso lo volvió a encontrar en lo Im agi­
nario con el sistema totémico. En 1923 basó en la ontogénesis
este mito filogenético, al form ular la idea de la formación del
superyó. Esta formación especial se origin a en el prim er yo y
encarna al padre como una figura de autoridad .115 A partir de
este punto el complejo de castración se volvió cada vez m ás
importante en la teoría, como elemento determinante del com­
plejo de Edipo. La relación entre el asesinato prim ordial y la
nominación estaba y a presente en T ótem y tabú, pero F reud
no dio el paso al orden simbólico como tal, a la función fundan­
te del nombre del padre. Con este fracaso había vinculada otra
carencia de la teoría: en la prim era versión del mito no apare­
cían madres ni mujeres, sino sólo “h em bras”.
Como significante, este nom bre del padre tiene un estatu­
to m uy especial: “el significan te en el Otro, como lu g a r del
significante, es el significante del O tro como lu g a r de la
ley ” .116 E n tanto significante, pertenece al Otro, al lu g a r o
campo de todos los significantes. Este “pertenecer a” es tras­
cendido por su función', fundam enta al Otro como el lu g a r de
la ley. E l N o m b re -d e l-P a d re es la excepción p articu lar a lo
universal, una excepción que de tal m odo establece al u n iv e r­
sal. Tratarem os de hacer m ás com prensible esta formulación
difícil, em pleando dos ejemplos. E l conjunto de todos los con­
ju n to s posibles se contiene a sí m ism o por definición, pero
tam bién está fuera, p a ra crear la posibilidad del conjunto
universal, p i núm ero 1 pertenece al conjunto de los conside­
rados núm eros “n a tu ra le s”, pero tam bién está fu e ra de esta
serie, porque es su punto de p a rtid a necesario. Estos ejem ­
plos ilustrar, el modo de op erar de la ley: el elemento fun dan ­
te cubre el infinito. C u a lq u ie r conjunto agregado pertenecerá
siem pre al conjunto definido como completo; cualquier nuevo
núm ero añ ad id o a la serie puede siem pre expresarse en los
térm inos de “uno”. D e modo an álogo, el N o m b re -d e l-P a d re
produce el anclaje de A, es el resgu ard o de la ley que regu la
la falta del Otro. L a respuesta a esa falta en el Otro es la pro­
ducción del falo, que debe entenderse en este contexto como
la producción de la d ife re n c ia , es decir, de lo que es la base
m ism a del sistem a de los significan tes y, por lo tanto, del
Oti'o. El O tro no es com pleto, h a y un A . S ea lo que fuere lo
que suplem ente esta serie interm inable de significantes; algo
es seguro: siempre será recogido en términos de diferencia, es
decir, en los térm inos del falo como base del sistema, y por lo
tanto se convertirá en parte del sistem a significante. El N o m ­
b re -d e l-P a d re produce el falo como base del sistem a sign ifi­
cante sim bólico h um an o. E n tanto significante, está en sí
mismo fuera de la serie: Bx.Ox, la excepción fundante. De allí
la denom inación la c a n ia n a , el “al menos u no”, la necesaria
excepción a la reg la. P recisam en te por esto crea la posibili­
dad del sistem a significante, y por ello es necesario para per­
m itir la representación de un sujeto por un significante. M ás
aún: p ara perm itir la representación por el significante. Esto
implica que la realidad hum ana, siendo una realidad sim bóli­
ca, es asegu rada por el N o m b re -d e l-P a d re y su producción, el
significante fálico.
Como punto de partida de la cultura simbólica hum ana, la
ley del N o m bre -d e l-P a d re da fundam ento a todas las otras le­
yes. F re u d observó que el sistem a totémico tendió las bases
de la organización social .117 E l N o m bre-del-P ad re fundam en­
ta el orden simbólico, Si —» S 2, generando de tal modo la posi­
bilidad de los discursos, esas estru ctu ras que perm iten la
existencia de nuestros diferentes lazos sociales. De allí que la
transgresión de este sistem a im plique una am enaza a la exis-
ti'iW'in misma del orden social, especialmente si esa transgre­
sión I ¡cno que ver con el fundam ento de la ley .118
L a h istérica , la ley y la verd ad

L a función simbólica del padre establece por convención la


ley que re g u la las relaciones sexu ales. P o r convención: el
m undo hum ano es un m undo convencional, pero m ás aún lo
es lo que L acan denom ina “el m undo del sem blante”. E s allí
donde la histérica aparece en escena, con lo que Lacan llam a
su típico am or a la verdad. E l papel de la histeria en el soca-
vam iento de las relaciones sociales h a sido de conocimiento
comiín desde hace mucho tiempo. Isra el observa que es posi­
ble reconocer la h isteria como hilo conductor de movimientos
revolucionarios m uy diferentes entre sí. Los psiquiatras cono­
cen la conmoción que una paciente histérica puede causar en
toda una sala. Pero la razón de este fenómeno es menos cono­
cida.
Los cómo y los porqué de esta actividad perturbadora de la
h isteria pueden encontrarse extensam ente descritos en
Freud: “L a n atu raleza asocial de la s neurosis tiene su origen
genético en su propósito fundam ental, que es huir de una rea­
lidad insatisfactoria, a un m undo fantástico m ás a g rad ab le.
E l mundo real, que los neuróticos evitan de este modo, está
bajo el im perio de la sociedad h u m a n a y de las instituciones
creadas colectivam ente por ella. A p a rta rs e de la realid ad es
al mismo tiem po retira rse de la com unidad de los hom ­
b re s .” 119 L a histérica sale de la “sociedad h u m a n a ”; esto de­
term ina que no pueda h aber una circulación norm al a través
de los discursos y, en consecuencia, tampoco ninguna circula­
ción a través de las relaciones sociales inherentes a ellos.
En la histeria, la convención sexual es puesta a prueba. El
sujeto histérico ve a través de su carácter fundam entalista y
detecta su aspecto fingido; ataca la incertidum bre intrínseca
en su base: el padre y sus seguidores, que se supone ga ra n ti­
zan lo que es siem pre im posible de asegurar. El hecho de que
la histérica cuestione las “instituciones creadas colectivamen­
te” no es m ás que consecuencia de un hecho fundamental. De­
bido a la estructura específica de la histérica, -ui impacto re­
volucionario es m ás bien pequeño. E lla logra siem pre
reinstalar al amo, realizando de tal modo el Mentido etimológi­
co de la p a la b ra “revolución": u n a viioltn ;11 punto de partida.
14. Gorman, “Body W ords”, The Psychoanalytic Review, n- 51,
1964-65, págs. 15-28.
15. Lacan, D ’un discours qui ne serait pas du semblant. Semina­
rio inédito, Í970-1971, 9 y 16 de junio de 1971.
16. Lacan asume esta posición en respuesta a una pregunta de F,
Dolto. Lacan, The Seminar, BookXl, The Four Fundamental concepta
of Psycho-Anaiysis (1964), Londres, Penguin Books, 1979, pág. 64.
17. Wisdom. “A methodological approach to the problem of hyste-
ria”, International Journal o f Psycho-Anaiysis, vol. 42, 1961, págs.
227 y 233. Este es uno de los puntos más confusos para el lector que,
aunque familiarizado con la teoría psicoanalítica del símbolo, lo esté
menos con Lacan, ¿Cuál es la relación entre el orden simbólico laca-
niano y el símbolo en un sentido más freudíano? En general, el sím­
bolo freudiano, que debe analizarse o interpretarse, en términos la-
canianos forma parte de lo Imaginario. Para Lacan, un símbolo que
está dentro de un contexto neurótico es siempre la “comprensión” de
algo, es decir, la fijación de una significación en un significante que
no es el propio, la “falsche Verknüpfung” (conexión falsa) de Freud.
Después de un análisis (es decir, después de la interpretación y su
reelaboración por el sujeto) este símbolo pasa a formar parte de lo
Simbólico. La principal diferencia con lo Imaginario consiste en que
en lo Simbólico vuelve a ser posible el libre flujo de los significantes.
18. Mitchell, Psychoanalysis and Feminism, Londres, Penguin
Books, 1990, pág. 299.
19. Freud, “From the History of an Infantile Neurosis” (1918b),
S.E. 17, págs. 57-60.
20. Freud, “A Case of Paranoia running Counter to the Psycho-
Analytic Theory of the Disease” (19150, S.E. 14, pág. 269.
21. Freud, Introductory Lee tures on Psycho-Anaiysis (1916-17),
S.E. 15-16, pág. 371.
22. Freud, “From the History of an Infantile Neurosis”, ob. cit.,
pág. 119.
23. Freud, Draft L, S.E. 1, pág. 24S.
24. La diferencia entre el fantasma fundamental y las variacio­
nes “manifiestas” basadas en él (los ensueños diurnos) sólo podría
precisarse con un estudio detallado que está más allá del alcance de
este libro. La necesidad de realizar ese estudio surge claramente,
por ejemplo, de una conferencia de Michel Silvestre, “L ’aveu de fan-
tasme”, donde el autor, entre otras cosas, se pregunta cómo es posi­
ble que un fantasma pueda tanto determinar un sueño como apare­
cer en un ensueño. A juicio de Silvestre, esto genera dificultades
insolubles en torno a la relación entre el inconsciente (el sueño) y el
consciente (el ensueño). Pero si consideramos el fantasma básico co­
mo una estructura generadora que está en el núcleo de todos los sín­
tomas, incluso en el sueño, esta dificultad desaparece.
De aventurarnos a realizar ese estudio detallado al que nos he­
mos referido, deberíamos subrayar en primer lugar la posición del
sujeto como el rasgo diferenciador de estos dos tipos de fantasmas (el
fantasma básico y el ensueño). En segundo lugar, habría que subra­
yar la relación entre el fantasma básico como elemento constitutivo,
por un lado, y por el otro los síntomas determinados por él. Final­
mente, este estudio debería permitirnos reconsiderar la meta del
psicoanálisis, en el sentido de que, como resultado del tratamiento,
se establezca una nueva relación entre el sujeto y su fantasma. Esto
no implica que después de su análisis el paciente no tenga fantas­
mas en absoluto, ni tampoco que en adelante drene conscientemente
sus anteriores fantasmas reprimidos defensivos. Cada normalización
a priori de esta relación reduce necesariamente el análisis a una “or­
topedia del alma”; en cambio, pensar dicha relación explícitamente
(más allá de cualquier idea de adaptación) beneficia al discurso ana­
lítico. No olvidemos que el objeto a funciona en este discurso como
agente. Precisamente a esta nueva relación entre el S y el fantasma
básico nos referimos al sostener que la elaboración del fantasma y el
fantasma en sí pueden considerarse los resultados del análisis. Esto
no significa que haya que “descubrirlo” en 13 cura, sino que es posi­
ble construirlo a lo largo de las sesiones. A nuestro juicio, éste es el
principal propósito de lo que Lacan ha denominado "la trauersée du
fantasme”, el atravesamiento o la travesía del fantasma.
No podemos dejar de mencionar una concepción errónea: la ela­
boración del fantasma en la cura analítica no debe considerarse co­
mo una mera confesión de su contenido, con lo cual se reduciría el
sujeto a lo que Foucault, en su H istoria de la sexualidad, ha denomi­
nado “une béte de l ’aveu” (“un animal de confesión”). Después de la
confesión sólo puede haber penitencia y castigo, junto con un alivio
del que surge con claridad que se espera una salvación salvífica en el
nombre de Freud, como nuevo padre-Moloch, con el psicoanálisis co­
mo excusa científica.
Silvestre, L ’aveu de fantasme. Conferencia en el Congreso de la
Ecole de la Cause Freudienne, París, 13 y 14 de octubre de 1984, en
prensa.
Miller, “D ’un autre Lacan”, Intervención en el Primer Encuentro
Internacional del Campo Freudiano, Caracas, 1980, Ornicar?, pri­
mavera de 1984, n‘- 28, págs. 49-59.
Miller, “Symptome-Fantasme”, Actes de l ’École de la Cause
Freudienne, vol. III, octubre de 1982, págs. 13-19 (con ¡a discusión
incluida).
Siilni', "Tninulort ot. inlcrprótalion dans la névrose”, Actes de l ’É-
ro/r dr la ('m ise Fre lidien ne, vol. 6, junio de 1984, págs. 7-9.
2f>. Frmuf. “The Sexual Enlightment of Children” (1907e), S.E. 9,
piiR. 131; “Annlysis Torminahle and Interminable” (1937c), S.E. 23,
págs. 233-234.
26. Freud, Three Essays on the Theory o f Sexuality (1905d), S.E.
7, pág. 10f>, agregado de 1915, y pág. 226, nota 2, agregada en 1920.
27. Freud, Three Essays on the Theory o f Sexuality (1905d), S.E.
7, pág. 195, agregado de 1915. Esto también había sido mencionado
en “On iho Sexual Theories of Children” (1908c), S.E. 9, pág. 212 y
sigs., y en “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old Boy” (1909b),
S.E. 10, pág. 132.
28. Freud, “Some Psychical consequences of the Anatomical Dis-
Linction between the Sexes” (1925j), S.E. 19, pág. 252, nota 1; “On
the Sexual Theories of Children” (1908c), S.E. 9, págs. 215-216.
29. En otro trabajo (Neurosis and Psychosis: il n’y a pas de rap-
port sexual), que se publicará en el C FA R -Journal, de Londres, he­
mos sostenido que la envidia del pene es en primer lugar una “aflic­
ción” que aflige al varón... Esto es perfectamente coherente con lo
que estamos sosteniendo, pues la histérica se identifica con el géne­
ro masculino.
30. Freud, Three Essays on the Theory o f Sexuality ( 1905d), S.E.
7, pág. 197, agregado de 1915.
31. Freud, “«Civilized» Sexual Morality and Modern Nervous 111-
ness” (1908d), S.E. 9, pág. 195; “On the Sexual Theories of Chil­
dren" (1908c), S.E. 9, págs. 221-223.
32. Freud recibió esta “receta” de Chrobak. La historia del trata­
miento de la histeria demuestra que dicha prescripción es tan vieja
como el mundo, y se ha aplicado de diferentes modos. Las reacciones
a ella (escepticismo, indignación moral, ridiculización) dejan en la
sombra cualquier vislumbre de la estructura en la cual la receta
aparece como una “cura” inevitablemente condenada al fracaso. La
histérica está en busca de El Hombre, un hombre que esté más allá
de cualquier castración, porque es el único que puede darle la posibi­
lidad de una sexuación femenina. Sin embargo, El Hombre que está
más allá de la castración sólo puede proporcionar una confirmación
del culto al falo (piénsese en el lingam en Oriente). En última ins­
tancia, esta conformación genera precisamente el fracaso de lo que
se tiene en vista: la monosexualidad resultante confirma la falta de
relación sexual. El núcleo de todo tratamiento de una paciente histé­
rica está en la evitación de esta solución histérica típica, condenada
a fracasar por razones estructurales; de allí que el terapeuta no pue­
da asumir la posición del amo.
Freud, “On the History of the Psycho-Analytíc Movement”
(1914d), S.E. pág. 14.
Quackelbeen, “Hysterie: tussen het «geloof in de Man» en de
«kultus van De vrouw»”. Psychoanalytische Perspektieven, 6, 1984,
págs. 123-139.
33. Lacan, The Sem inar, Book I, F re u d ’s Papers on Technique
(1953-54), Cambridge, Cambridge University Press, 1988, págs.
190-191.
34. Klein, passim. Bettelheim, Uses o f Enchantm ent. M eaning
and Im portance o f F a iry Tales. Freud, “On the Sexual Theories of
Children" ( 1908c), S.E. 9, pág. 211.
35. Freeman, L ’histoire d’Anna O., París, PUF, 1977, págs. 1-326
(publicado originalmente en inglés). La interpretación del texto es
enteramente nuestra.
Después de haber concluido este estudio, hemos encontrado más
material interesante, que utilizamos en otra publicación: P. Ver-
haeghe, “Les fantasmes de l’hystérique, ou l’hystérie du fantasme”,
Quarto, B u lletin de l ’Ecole de la Cause Freudienne en Belgique. 24,
1986, págs. 35-42. A continuación listamos las referencias bibliográ­
ficas de ese material, a menudo difícil de obtener:
Abrahams, Beth-Zion (comp.), Glückel o f Harneln: Life 1646-
1724, Nueva York, Th. Yoseloff, 1963.
Bertha Pappenheim zura Gedáchtnís, B la tter des Jüdischen
Frauenbundes, XII, julio/agosto de 1936, Berlín.
Edinger Dora, Bertha Pappenheim, Leben und Schriften, Franc­
fort, Ner-Tamid Verlag, 1963.
Edinger Dora, Bertha Pappenheim, F re u d ’s Anna O ., Highland
Park, Illinois, Congregation Soles, 1968.
Lówenthal, Marvin (comp,), Glückel o f H am eln: Memoirs, Nueva
York, Harper and Brothers, 1932.
Ellenberger, H, F., “The Story of «Anna O»: a critical review with
new data”, Jou rn a l o f the H istory o f the Behavioral Sciences, vol.
VIII, 3, julio de 1972, págs. 267-279.
Jensen, E. M., “Anna O. - Ihr Spáteres Schicksal”, Acta Psychia-
trica et Neurologica Scandinavica, vol. 36, 1961, págs. 119-131.
Jensen, E. M., “Anna O.: A Study of her later life”, Psychoanaly
tic Quarterly, vol. 39, 2, 1970, págs. 269-293.
Karpe, R., “The Rescue Complex in Anna O ’s Final identity", /Nv>
choanalytic Quarterly, vol. 30, 1961, págs. 1-27.
Pollock, G. H., “Glückel von Hameln: Bertha Papponhoiin1> Idrn
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Berthold, P In der Tródelbude. G eschichírn, l.nln, Dnick mui
Verlag von Motriz Shauenburg, 1890.
Berthold, P., “Frauenrecht”, E in Schauspiel in drei Aufzügen,
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Berthold, P., (Bertha Pappenheim), Z u r Ju.denfragen in Gali-
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Pappenheim, Bertha, Die Memoiren der Glückel uon Hameln,
Viena, Verlag von Dr. Stefan Meyer und Dr. Wilhelm Pappenheim,
1910.
Pappenheim, Bertha, Tragische Momente. Drei Lebensbilder,
Francfort, Verlag von J. Kauffmann, 1913.
Pappenheim, Bertha, Kámpfe. Sechs Erzahlungen, Francfort,
Verlag von J. Kaaffmann, 1916.
Pappenheim, Bertha, Sisyphus-Arbeit. Reisebriefe aus den Jah-
ren 1911 und 1912, Leipzig, Verlag Paul E. Linder, 1924.
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Frauenbundes in Iseberg 1914-24, Francfort, Druckerei und Ver-
lagsanstalt R. Th. Hauser & Cié, 1926.
Pappenheim, Bertha, Sisyphus-Arbeit. 2. Folge, Berlín, Druck
und Verlag Berthold Levy, 1929.
Pappenheim, Bertha, Allerlei Geschichten. Maasse-Buch (según
la edición de Maasse-Buches, Amsterdam, 1923, recreada por Bert­
ha Pappenheim, Publicación de la Liga de Mujeres Judías), Franc­
fort, J. Kauffmann Verlag, 1929.
Pappenheim, Bertha, Zeenah U.-Reenah. Frauenbibel según la
recreación judío-alemana de Bertha Pappenheim, Publicación de la
Liga de Mujeres Judías, Francfort, J. Kauffman Verlag, 1930.
Pappenheim, Bertha, Gebete (recopilado y publicado por la Liga
de Mujeres Judías), Berlín, Philo Verlag, 1936.
Pappenheim, Bertha y Rabinowitsch, Sara, Z u r Lage der Jüdis­
chen Bevolkerung in Galizien. Reise-Eindrücke und Vorschlüge zur
Besserung der Verkültnisse, Francfort del Main, Neuer Frandfurter
Verlag, 1904.
36. La expresión francesa original tiene un significado ambiguo:
“Ella hace al hombre” y “Ella hace de hombre”. Lo mismo ha sido
indicado por Andró con respecto a Elisabeth von R., en su Que veut
une femme?, París, Navarin, Bibliothéque des Analytica, 1986,
págs. 119-131. Hemos tomado la expresión “elle fait l ’homme” de C.
Soler, “Abords du Nom du Pére", Quarto, VIII, 1982, pág. 64. [Nota
de Marc du Ry, traductor al inglés.]
37. Israel, L'hystérique, le sexe et le médecin, París, Masson,
1980, pág. 96. Israel formula allí una etiología de la histeria: la
mujer-madre no hace al hombre-padre, es decir, no permite que el
padre realice su función simbólica, de modo que la hija tiene que
hacerlo en lugar de ella. Estamos de acuerdo, pero con un matiz
particular, destinado a señalar la diferencia con la psicosis. La di­
ferencia entre psicosis e histeria en este punto reside en que la ma­
dre de un futuro psicótico no tiene ningún deseo que vaya más allá
del niño: el hijo satisface por completo su deseo, sin ninguna refe­
rencia a otra cosa, o bien forma parte de la carne de ella, sin nin­
guna posibilidad de existencia como sujeto en lo Simbólico. En am­
bas situaciones psicóticas (que desembocan en lo mismo) faltan las
referencias esenciales al padre concreto y a la función del padre.
En el caso de la histeria, la figura paterna aparece de un modo
muy distinto: en realidad, la madre tiene un deseo además del ni­
ño, pero el padre concreto es definido como inadecuado para satis­
facer incluso la parte más leve de ese deseo. Hay una referencia
real a “algo” que está fuera del padre y del niño y que podría satis­
facer ese deseo, de modo que es la dimensión misma del deseo lo
que queda significado para el niño. Precisamente por esto no se
convierte en psicótico. En la clínica con niños, esta diferencia pue­
de advertirse fácilmente.
38. En el original, “Vermógen ”, que significa “fortuna” y tam­
bién “potencia sexual”. [Nota del traductor al inglés.]
39. Lacan, D ’un discours qui ne serait pas du semblant. Semi­
nario inédito, 1970-1971, 20 de enero y 17 de febrero de 1971. Apa­
rentemente, esta advertencia contra tal concepción errónea no fue
suficiente. Después se repite por lo menos dos veces.
Lacan, Le Séminaire, Livre XX, Encoré (1972-1973), París,
Seuil, 1975, págs. 68 y 75.
Lacan, Le Séminaire, Livre X X II, Le Sinthome (1975). Ornicar?,
9, 1977, págs. 36 y 39.
40. En este sentido, resulta perfectamente clara la razón por la
cual Lacan previno al analista acerca de un punto muy importante,
al explicar el discurso analítico: “Debe encontrarse en el polo
opuesto de toda voluntad al menos confesada de dominio”. Por cier­
to, un analista que suscribe la impresión de que él tiene efectiva­
mente un saber sobre el deseo y el goce se convierte muy pronto en
un gurú. La historia siguiente del psicoanálisis (pos)lacaniano de­
muestra que algunos de sus discípulos no prestaron atención a es­
ta advertencia, y de tal modo demostraron una vez más la existen­
cia de una brecha entre el saber y la verdad.
41. Lacan, Le Séminaire, Livre XX, Encoré, ob. cit., pág. 90.
La “solución” histérica se convierte en un atolladero en el que el
sujeto oscila entre dos posibilidades. El título de un artículo de J.
Quackelbeen resume la peripecia histérica: “Tussen het «geloof in
De M an» en de «kultus van De Vrouw »”, “Entre la creencia en El
Hombre y el culto de La Mujer”.
Lacan, Le Séminaire, Livre XX, Encoré, ob. cit., págs. 83 y 87.
fcste fjesarr()[i0 ya había sido anunciado en una nota agregada en
1 al esquema R de “De una cuestión preliminar a todo tratamien-
t° P^-ible de la psicosis” (Écrits. A Selection, Nueva York, W. W. Nor-
ton * Company Inc., 1977, pág. 223). Allí el fantasma es definido co-
rlUl>u,ia pantalla a través de lo Real, una pantalla cuyo borde corre a
1° go de lo Imaginario hacia lo Simbólico, y vuelve a lo Imaginario,
movimiento interminable; ésta es la estructura de la banda de
^ Hus. En un texto anterior, “La dirección de la cura y los princi-
Plos 'le su poder” íÉcrits, A Selection, ob. cit., pág. 273), Lacan había
^ ido el fantasma como sigue: “No obstante, una vez definida co-
lT1° lltiagen puesta a trabajar en la estructura significante, la noción
^ 'Intasma inconsciente ya no presenta ninguna dificultad”. En su
íJXP0,iición para la televisión él elaboró este “no hay relación sexual”
col\ ;is categorías de la coincidencia, la necesidad y la imposibilidad.
Q'tackelbeen ha elaborado esta formulación en su comentario so-
k1 e élévision, en un artículo publicado en The Letter, n21.
. S. Dos observaciones acerca de este objeto a. La primera se rela-
clon'\ con una repetición histórica. Como lo hemos demostrado a lo
lar^ de nuestro estudio, los posfreudianos sólo vuelven a Freud I, a
Pesar de Freud II. En lo que concierne al concepto de fantasma, esto
ica que en la práctica del análisis del yo el fantasma nunca o
pocas veces es considerado una estructura básica, como en
e^d II; la psicología del yo se‘atiene a la interpretación y el análi-
31S ^e las resistencias. Es bastante extraño que el mismo fenómeno
r?!pita con Lacan. El rápido crecimiento de su éxito en la década
*í)60 se centró exclusivamente en un aspecto: el significante. En
e los círculos intelectuales franceses se reconocía la importancia
f dignificante, el significante lo explicaba todo. En otras palabras,
s0.0 se absorbió la mitad de Lacan y de su “retorno a Freud”. La otra
^ ‘H d se hizo a un lado. Ya en su célebre conferencia de 1971, Le-
uj 'e hizo un llamado para que no se barriera lo que él denominó el
cubrimiento de Lacan” en su propia escuela. La discusión que se
ProHujo resultó inesperadamente vehemente, y especialmente ad hó-
minem. Este llamado para que no se hiciera a un lado al objeto a en
cueNtiones de teoría y práctica fue repetido en 1980 por J.-A. Miller,
en ^1 Primer Congreso Internacional de Caracas. Ante una audiencia
int6macional, el heredero de Lacan sostuvo que se ha subrayado de-
^na^iado al “Lacan del significante”, desatendiendo de tal modo al
otro Lacan”, el Lacan del objeto a.
Muestra segunda observación tiene que ver con la expresión “des­
cimiento de Lacan”, la cual induce a suponer que el concepto es-
ausente en Freud. Lacan corrigió esta expresión de Leclaire en
la discusión posterior a la conferencia. Él llama objeto a a su “cons­
trucción” basada en algo que ya se encontraba implícitamente en
Freud. Más allá de este matiz sutil (descubrimiento o construcción),
nosotros queremos señalar que por cierto se pueden encontrar en
Freud muchos argumentos que prepararon el camino para este obje­
to a, pero pensamos que el “retorno a Freud” de Lacan merece abar­
car este punto: ese retorno permitió aprovechar los talentos descu­
biertos, con el resultado mínimo de un excedente de valor: la
plus-value, el objeto a.
Leclaire, “L’objet «a» dans la cure", Lettres de l’Ecole Freudienne
de París, 9 (Congrés de L ’E.F.), Aix-en-Provence, mayo de 1971), di­
ciembre de 1972, págs. 422-450 (la discusión está incluida).
44. Lacan, L ’Angoisse (1962-63). Seminario inédito, 6 y 13 de
marzo de 1963.
45. Lacan, Le Séminaire, Liure XX, Encoré, ob. cit., pág. 77; ‘The
subversión of the subject and the dialectic of desire in the Freudian
unconscious”, en Écrits. A Selection, ob. cit, pág. 320.
46. Lacan, L ’Angoisse (1962-1963). Seminario inédito, 15 de ma­
yo de 1963.
47. En este punto podemos señalar una adición de Lacan a la clí­
nica de Freud. Freud había relacionado los fantasmas con cosas oí­
das o vistas tempranamente, que sólo se comprendían más tarde.
Lacan no sólo se refiere a “materias oídas y vistas tempranamente”,
sino también y en especial a cosas que el niño no oyó, cosas que ni si­
quiera fueron mencionadas, pero que sin embargo aparecían en el
habla, más precisamente en las brechas entre las palabras pronun­
ciadas. Nada es más significativo que lo que se omite y le da un par­
ticular sabor a lo que está presente.
En el caso de Juanito, esto es muy obvio: durante cierto período,
el niño le preguntaba continuamente al padre quién era su verdade-
ro progenitor (“Pero, ¿yo soy tuyo?”; véase la sección siguiente sobre
el padre primordial). Lo inquietante era que nunca recibía una res­
puesta adecuada. Por lo menos una parte de su neurosis se originó
en esta omisión. Otro caso en el cual es central la ausencia de ele­
mentos en el habla parental se examina en un muy interesante ar­
tículo de Suzanne Hommel, “Une rencontre avec le réel”, origi­
nalmente publicado en Actes de l ’Ecole de la Cause Freudienne, vol.
III, 1982, y reimpreso en Ornicar ?, 31, 1984, págs. 138-143, que tam­
bién incluye una discusión de los efectos patógenos.
48. Lacan, Le Séminaire, LivreXX, Encoré, ob. cit., pág. 114.
49. Lacan, L ’Angoisse (1962-1963). Seminario inédito, 3 de julio
de 1963.
50. No se trata tanto de un proceso de traducción como de verba-
Iización de algo no verbal. El lector atento ya habrá reconocido dicho
proceso; es exactamente el mismo que hemos descubierto en la base
de la histeria freudiana, la experiencia primaria de angustia, etcéte­
ra, al principio denominada “defensa primaria” por Freud, y más
tarde redescubierta como “represión primaria”. El propio Lacan no
ha establecido esta conexión. Nosotros elaboramos sus consecuencias
metapsicológicas y clínicas en otro libro, Klinische Psychodiagnostiek
vanuit Lacans discourstheorie (“Psicodiagnóstico clínico basado en la
teoría de los cuatro discursos de Lacan”).
51. Lacan, “The subversión of the subject and the dialectic of de-
sire in the Freudian unconscious”, Escrits. A Selection , ob. cit., pág.
321.
52. Lacan, “Position de l’inconscient”, Ecrits, ob. cit., págs. 835-
844 y 823. Véase también Lacan, The Seminar, Book XI, The Four
Fundamental Concepta o f Psycho-Analysis (1964), Londres, Penguin
Books, 1991, págs. 203-215.
53. Lacan, Le Séminaire, Livre XX, Encoré, ob. cit., pág. 75.
54. Lacan desarrolló esta fórmula en su seminario sobre la
transferencia. Lo más notable es que en adelante la fórmula desa­
parece. Por ejemplo, falta por completo en el libro de S. André sobre
la histeria. El estudio de Melman contiene un capítulo sobre la his­
teria y el fantasma, pero emplea la fórmula habitual. C. Calligaris
logra desarrollar una fórmula propia, pero no dice ni una sola pala­
bra sobre la de Lacan. Donde su menciona esta fórmula, no se hace
más que indicar su existencia, sin ninguna elaboración, explicación
o aplicación.
Lacan, Le Séminaire, Livre VIII, Le Transferí (1960-1961), París,
Seuil, 1991, 19 y 26 de abril de 1961.
André, Que ueut une femme?, París, Navarin, Bibliothéque des
Analytica, 1986.
Melman, Nouvelles Eludes sur l ’hystérie, París, J. Clims, 1984,
págs. 1-296.
Calligaris, Hypothése sur le fantasma, París, Seuil, 1983.
Chemama, “A propos du discours de l’hystérique”, Lettres de l ’E-
cole Freudienne de París, 21, 1977, págs. 311-326.
Leres, “Proposition pour un article «Hystérie»”, Lettres de l ’Ecole
Freudienne de París, 15, 1973, págs. 245-250.
Lemoine, “L ’hystérie, est-elle une structuro nosographique?”, Ac­
tas de l ’Ecole de la Cause Freudienne. Premiares journées d’études
consacrées á la clinique psychanalyliqui' d’aujourd'hui, París, febre­
ro de 1982, págs. 13-19, con la discusión incluida,
55. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Yonr-OId Boy" ( 1909b),
S.E. 10, pág. 115. La denominación “histeria do angustia" fue em­
pleada inicialmente por Freud en el prefacio a un libro de Stekel,
Neruóse Angstzustánde und ihre Behandlung, 1908.
56. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 36.
57. Ibíd., págs. 23 y 121.
58. Por supuesto, esto nos recuerda el “Gardes-vous de compre n-
dre!” de Lacan. Otros textos freudianos en los que aparece esta mis­
ma advertencia son The Fature Prospects o f Psycho-Anulytic therapy
(1920d), Wild Psycho-Analysis (19 lOk), 0/2 Beginning the Treatment
(Further Recommendations on the Technique o f Psycho-Analysis)
(1913c), Remembering, Repeating and Working-Through (Further
Recommendations on the Technique o f Psycho-Analysis) Í1914g).
59. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 89.
60. Lacan, The Seminar, Book III, The Psychoses (1955-56), Nue­
va York, W. W. Norton & Company, 1993, pág. 204.
61. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 81.
62. Ibíd., págs. 32-33.
63. Ibíd,, págs. 7 y 10 respectivamente.
64. Ibíd., pág. 21.
65. Especialmente en materia de fobia, esto ha sido elaborado por
Lacan en las lecciones.tercera y cuarta de su seminario La relation
d'objet (5 y 12 de diciembre de 1956).
66. Lacan, Le Seminaire, Liure XVII, L'enuers de la psychanalyse
(1969-70), París, Seuil, 1991, pág. 180.
67. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 58, nota 1. En Tótem y tabú Freud iba a enfrentar el mismo pro­
blema, sobre todo al indagar la razón de la angustia motivadora en
relación con un acto que debió haber sido una fuente de placer, pero
que en el presente aparece cargado con un tabú (S.E. 13, pág. 69).
68. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 27.
69. Ibíd., págs. 65-66.
70. Lacan, L ’Angoisse (1962-1963). Seminario inédito, 23 de ene­
ro de 1963.
71. Lacan, The Seminar, Book XI, The Four Fundamental Con
cepts o f Psycho-Analysis (1964), ob. cit., pág. 210.
72. Ibíd., págs. 214-215. Esta idea aparece ya en el seminario La
relation d’objet, especialmente en la lección del 6 de febrero de 1957.
También allí Lacan diferencia dos períodos en ln relación entre el ni­
ño y la falta de la madre: en el primero m> produce una ‘'identifica­
ción primaria” y el niño llena el vacío; en el negundo el niño presen­
ta su propia falta, señalada como la base de todo enamoramiento. En
nuestra opinión, estos dos factores se convertirán respectivamente
en la alienación y la separación. Resulta notable que en el pasaje ci­
tado del seminario undécimo no se ofrezca ninguna solución real a la
alienación; la separación aparece sólo indicada, pero no elaborada. A
nuestro juicio, es exactamente en ese punto donde debe aparecer la
metáfora del Nombre-del-Padre como instancia separadora, lo cual
es confirmado por un breve pasaje de “Position de l’Inconscient” en
Écrits, ob. cit. pág. 849.
73. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
págs. 116-117.
74. Ibíd., pág. 87.
75. Ibíd., págs. 85-88.
76. Ibíd., pág. 91.
77. Ibíd., págs. 133-134.
78. Lacan, Le Séminaire , Livre IV , La relation d ’objet (1956-
1957), París, Seuil, 1994, págs. 116-117.
79. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 122.
80. Graf, “Reminiscences of Professor Sigmund Freud”, Psychoa-
nalytic Quarterly, II, 1942, págs. 465-476, y 474: “En ocasión del ter­
cer cumpleaños de mi hijo, Freud le llevó un caballito mecedora, que
él mismo cargó a lo largo de los cuatro tramos de la escalera que lle­
vaba a mi casa”. i
81. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 125.
82. Ibíd., pág. 42.
83. Ibíd., págs. 42-43, 84 y 61.
84. El denominado análisis “clásico” no es en realidad un análisis
freudiano, lo cual constituye una sorpresa para el analista del yo es­
clarecido. Véase Lipton, “The Advantages of Freud’s Technique as
shown in his Analysis of the Ratman”, International Journal o f Psy-
choanalysis, 58, 1977, págs. 255-273. El titulo de este artículo habla
por sí mismo.
85. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
pág. 134.
86. Ibíd., pág. 83.
87. Dos expresiones de Juanito relacionadas con el padre son tí­
picas en este sentido: “Tú lo sabes todo, yo no sé nada” (ibíd., pág.
90) y “Seguro que tú sabes más” (ibíd., pág. 91).
88. Ibíd., pág. 45.
89. Lacan, “Proposition d’Octobre 1967 sur le psychanalyse de
l’École”, Scilircl, 1968, I , págs. 14-30. Véase un comentario en J.-A.
Miller, “De la Tin de l’analyse dans la théorie do Lacan", Quart.n, VII,
págs. 15-24, y especialmente la pág. 22.
90. Freud y Breuer, Studies on H ysteria (1895d), S.E, 2, pág.
305v
91. Freud, “Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old-Boy”, ob. cit.,
págs. 98-100. Las típicas preguntas continuas de los niños en un pe­
ríodo determinado de su desarrollo del lenguaje son examinadas por
Lacan como una puesta a prueba de los límites del Otro, de la posibi­
lidad de la representación en el lenguaje, es decir, de la falta del
Otro y del lenguaje. El que esto se haga a través del Otro, es decir, el
padre y la madre, y en última instancia a través de la falta del Otro,
nos retrotrae al problema histérico. Lacan, Le Séminaire, L ivre V III,
Le transferí (1960-1961), París, Seuil, 1991.
92. El estudio de la psicosis nos proporciona el mejor ejemplo de
la naturaleza dominante de esta interpretación edípica, así como de
su carácter defectuoso. Durante medio siglo, los estudios sobre Sch-
reber se centraron en el papel del padre en la génesis de la psicosis
del hijo. Schreber padre aparece descrito como un tirano, un pru­
siano fanático de la gimnasia en el liv in g , inclinado a diseñar ins­
trumentos “pedagógicos” aparentemente sádicos, etcétera. Durante
la ola antipsíquiátrica de la década de 1970 se montaron incluso
dos exitosas obras de teatro basadas en esa idea. Esta interpreta­
ción no es más que una neurotización de la psicosis: si el padre-tira­
no edípico es demasiado “tiránico”, y va más allá de cierto límite,
sus hijos ya no serían neuróticos, sino que también cruzarían un
límite, y se volverían psicóticos. Esta teoría es errónea y sólo es po­
sible sostenerla descartando la realidad clínica. Basándose en ma­
terial histórico hallado recientemente acerca de Schreber, J. Quac-
kelbeen ha demostrado de modo convincente que la figura de la
madre fue central, en una medida nunca revelada hasta entonces;
en segundo lugar, el padre no fue en absoluto el tirano de la casa,
el jardín y la cocina, como se ha sostenido con frecuencia, sino más
bien una sombra ausente que durante horas se ocultaba en su habi­
tación. El hecho de que su nombre se volviera muy popular hay que
atribuirlo totalmente a la madre, quien, después de que él muriera,
gracias a una buena política y algo de suerte, lo promovió a alturas
desconocidas. En este sentido, los “Schreber-Forschers” la ayuda­
ron mucho.
Quackelbeen (comp.), “Schreber-Dokumenten I”, Psychoanalytis-
che Perspektieven, 1 , 1981, págs. 1-164.
Quackelbeen (comp.), “Schreber-Dokumenten II, Nieuwe teksten
van Paul Schreber”, Psychoanalytische Perfipektiavtni, 3, 1983, págs.
1-123.
Quackelbeen, “Forclusion”, Psychoanalytische Perspektieven, 3,
1983, pág. 142.
Schreber, ‘'Rimes á sa mere”, traducidas y anotadas por J. Quac­
kelbeen, Ornicar?, 28,1984, págs. 19-31.
J. Quackelbeen, “Notes sur les Rimes á sa mere", Ornicar?, 28,
1984, pág. 32-37.
93. Freud, carta 71, S.E. 1.
94. Freud, Inlrod u ctory Lecturas on Psycho-Anaiysis (1916-17),
S.E. 15-16, conferencia XXI.
El destino tragicómico del movimiento psicoanalítico es que ejer­
ce una atracción muy fuerte sobre los semejantes a Juanito o Dora,
es decir, sobre los caracteres pasivos-histéricos que, debido a su es­
tructura subjetiva, tienen la urgente necesidad de una figura Si. De
esto resulta el hecho históricamente verificable de que la mayoría de
las sociedades analíticas terminan como variantes de la horda pri­
mordial del mito, proporcionando en el Ínterin una penosa ilustra­
ción de la observación burlona de Karl Kraus en cuanto a que el psi­
coanálisis es la misnia enfermedad que él pretende curar. Más allá
de este fenómeno (es decir, más allá de su aplicación inadecuada del
significante del psicoanálisis), la teoría de los cuatro discursos nos
da la posibilidad de trazar diferenciaciones nítidas. En vista del pro­
blema al que nos referimos, lo importante es la posición ocupada por
el Si.
95. Freud, “Family Romancea” (1909c), S.E. 9, pág. 237.
96. Freud, carta 57 y Manuscrito M, S.E. 1.
Freud, Aus den Anfangen der Psychoanalyse, Briefe an W. Fliess,
Francfort, Fischer, carta 91.
97. Freud, “Family Romances” (1909c), S.E. 9, pág. 214.
98. Freud, S.E. 13, págs. X-XI y S.E. 15, pág. 9, respectivamente.
99. Freud, Tótem and Taboo (1912-13), S.E. 13, pág. 31.
100. Ibíd., pág. 43.
101. Ibíd., pág. 50.
102. Ibíd., págs. 54-57.
103. Ibíd., pág. ]81.
104. Ibíd., págs, 104 y 107, respectivamente.
105. Ibíd., pág. 118.
106. Ibíd., pág. 129.
107. Ibíd., págs. 131-132.
108. Ibíd., pág. 143.
109. Lacan, “On a question prolimínury tu nny possihhi trcnl
ment of psychosis”, en É crits. A Selection, ol>. oit,, I!)!),
110. Freud, Tótem and Taboo, (1912-13), S.E. 13, olí. r i l pá|{H.
143-145.
111. Lacan, “Kant avec Sade”, en Ecrits, París, Seuil, 1966, págs.
781-782.
112. Lévi-Strauss, Les structures élémentaires de la parenté, Pa­
rís, Mouton, 1949, pág. 611. Lacan, D ’un discours qui ne serctit pas
du semblant (1970-71). Seminario inédito, lección del 9 de iunio de
1971.
113. Sería muy interesante estudiar las diferente escuelas de psi­
coterapia en función del resto que producen, porque con este resto se
identifican los pacientes.
114. Freud, Tótem and Taboo, ob. cit., pág. 107: “Entre estas nor­
mas, las que gobernaban las relaciones matrimoniales eran de pri­
mera importancia”. De este modo se le ofrecía al niño, a través del
Nombre-del-Padre, una garantía sobre la relación sexual. Pero esta
certidumbx-e era precaria, porque se basaba en un cierto tipo de con­
vención. La consecuencia es que las cosas también pueden invertir­
se, a saber: el hijo, o concebir un hijo, puede funcionar para ciertas
parejas como prueba de su relación (sexual). La mayoría de los tera­
peutas conocen bien los efectos patológicos sobre el desarrollo del ni­
ño generados por este propósito.
115. Freud, Tótem and. Taboo, ob. cit., pág. 100. Lacan, Ecrits, ob.
cit., págs. 188 y 432.
116. Lacan, “On a question preliminary to any possible treat-
ment of psychosis”, en Ecrits. A Selection , ob. cit., pág. 221.
117. Freud, The Ego and the Id (1923b), S.E. 19, págs. 31-32. El
valor clínico de esta teoría queda demostrado del mejor modo por la
opuesta, es decir, a través del examen de la psicosis como determina­
da por la forclusión del Nombre-del-Padre. Si falta este significante
básico, los efectos deben ser predecibles sobre la base de la teoría
que acabamos de describir en el texto. La consecuencia predecible de
la forclusión es que el sistema del lenguaje ya no operará como lo ha­
ce normalmente en los neuróticos, es decir a lo largo de líneas meto-
nímicas y metafóricas. Esto tiene que ver con los trastornos del len­
guaje en la psicosis, conocidos desde hace mucho tiempo, cuyo
diagnóstico diferencial avant la lettre ya había sido formulado por
Shakespeare: “...no es locura lo que he revelado: ponédme a prueba,
y reformularé la cuestión de la que surge la locura” (Hamlet, acto II,
oseen a 4). Una segunda consecuencia es que desaparece la realidad,
porque no está fundada simbólicamente: la Weltuntergangserlebnis.
En tercer término, siendo el delirio un intento de recuperación, debe
contener siempre dos elementos: una elaboración renovada del len­
guaje, que aspira a restituirle su función normal de representación
(la Grundsprache de Schreber y los escritos de Wolfsson), y un
“pousse-á-la-femme”, como efecto de la falta no regulada en el Otro,
que el psicótico Irata de llenar por sí mismo. Esto es adecuadamente
ilustrado por él delirio de Schreber acerca de convertirse en la mujer
de Dios, es decir, en La Mujer, lo cual equivale a convertirse en lo
que le falta al Otro.
118. Este no es el caso usual en la histeria: lo atacado, removido
y reemplazado será la autoridad representacional. Las estructuras
perversa y psicóuica se centran en la ley en sí; cada una de ellas lo
hace a su modo, definido estructuralmente.
119. Freud, Tótem and Taboo , ob. cit., pág. 74.
120. Lacan, “R.S.I.” Ornicar?, 5, 1975, pág. 21.
121. Lacan, Televisión. A Challenge to the Psychoanalytic Esta-
blishment (1974), Nueva York, W. W. Norton & Company, 1990,
págs. 27-28 y 30.
10. LA ROCA DE LA CASTRACIÓN

Escu ch ar o leer analíticam en te supone prestar especial


atención al significante, resistiéndose a la seducción de la sig­
nificación. Esto no basta para que, en los intervalos entre ta­
les significantes, h a g a su aparición la e x trañ a alianza entre
el sujeto y el objeto perdido. U n a n álisis debe enfocar lo que
no se revela pero, en tal sentido, debe a p u n tar tanto a lo cir­
cunscrito como a lo velado por el discurso.
V a n D e r S terren h a leído el E d ip o Rey de Sófocles como
un an alista. Su conclusión es que la s traducciones y las in­
terpretaciones clásicas favorecen la s m ism as om isiones.
M ie n tra s que el texto o rig in a l dice que E d ip o c a u sa rá la
m uerte de sus padres ( tous tekontas), la m itad de las traduc­
ciones que él consultó vierten “la m u erte del p a d re ”. T a m ­
bién la s interpretacion es su b ra y a n la m uerte exclusiva del
padre. D e allí que V a n D e r S terren concluya que la hostili­
dad entre la m adre y el hijo es propia de esa parte del com­
plejo revisada m ás defensivam ente. Con este descubrimiento
en mente, continúa su escrutinio del texto exam inando el pa­
pel de la esfinge. M u e stra que la m adre aparece en dos figu­
ras: la propia Y ocasta y la esfinge. “P o r ello la esfinge es la
c ria tu ra am en azan te y p e ligrosa, m ien tra s que Yocasta si­
gue siendo la m ujer atractiva y digna de a m o r .” 1 La relación
entre la esfinge y Edipo es dual, y por lo tanto mortal: si E d i­
po no lo gra reso lve r el en igm a, debe m orir. Pero u n a res­
p u esta correcta tam b ié n e n tra ñ a su m uerte. V a n D e r Ste-
rren vincula este enigm a con el enigm a de la sexualidad p a ­
ra el niño. >
D e modo que tenem os el asesinato del padre, el enigm a
que la mujer/madre le plantea al hijo concerniente a la sexua­
lidad, y u n a relación m ortal; ah ora que, desde nuestro punto
de vista h a y incluso m ás grietas. E l mito prim ord ial de
Freud, que es la descripción fundam ental del complejo de Edi-
po, implica una omisión muy notable. En la horda no hay nin­
g u n a fig u ra m aterna. Sólo aparece un grupo de hem bras, to­
das las m ujeres disfru ta d a s por el padre prim ordial. Puesto
que falta esta fig u ra m atern a, resu lta sum am ente difícil en­
contrar el fundam ento de la prohibición del incesto de los hi­
jos/herm anos con respecto a la m adre. L a c a n señ ala que la
ley in au gu rad a de tal modo prohíbe el goce de todas las m uje­
res, es decir, el goce reservado exclusivam ente al pad re p ri­
m ordial .2
F a lta la m adre; lo único que encontram os es u n a tra n si­
ción desde todas las m ujeres a una mujer, es decir a la “no-to­
da”. Y hay otra omisión: el mito fundam ental en sí no dice na­
da sobre la castración; tam poco lo hace la tra g e d ia de
Sófocles. E n Tótem y tabú, la referencia a la castración es ca­
sual y no generalizada. E n In trod u cción al narcisism o, Freud
descartó explícitam ente dicha generalización .3
E sta s dos omisiones (la de la m adre y la de la castración)
son notables. L a práctica analítica dem uestra reiteradam ente
que lo omitido retorna del otro lado de la barra. En el discur­
so del neurótico, la castración sólo aparece “como miedo, evi­
tación, y precisam ente por ello sigue siendo enigm ática”. El
modo en que la castración aparece en la h isteria es típico de
esta forma de neurosis: la castración es evitada situándola en
el otro. “D igam os qu e la histérica necesita de un p a rten a ire
castrado.” Con esta respuesta, que es su teoría edípica, Freud
seguía la s huellas del sujeto histérico. L a teoría edípica freu-
dian a “fue dictada por histéricas ” .4
S egú n Lacan , esta resp u esta es Tótem y tabú. E l intento
freudiano de evitar la castración, precisam ente subrayando el
asesinato del padre prim ordial, tam bién seguía las huellas de
la h isteria. Recordem os que el padre m uerto es una función
sim bólica. M á s a llá del asesinato del padre prim ordial, m ás
allá del ¡atento neurótico de poner en m archa la función del
padre simbólico, hay otro tem a que debe ser defensivam ente
cubierto por osa función; el tem a de la m adre y la castración.
Falta aún desarrollarlo.
M á s a llá del padre y sil asesinato se asom a am enazadora­
mente la esfinge. Freud discutió este punto en su elaboración
del denominado período preedípico, en el cual la m adre ocupa
el lu gar central. A llí, el goce del prim er Otro es supremo. E s ­
te goce está situado en lo R eal, provoca an gu stia y reclam a
una elaboración defensiva. Verem os que este trabajo defensi­
vo no es m ás que “la castración”, porque e n trañ a una cone­
xión entre un goce que es no significado y el significante fáli-
co, expresando de tal modo la fa lta de la m adre en términos
de falo.
Este proceso, en su totalidad, no es nada menos que el pro­
ceso de convertirse en sujeto, el proceso de la transición desde
lo R eal a lo Sim bólico. Idealm ente, el resultado es un sujeto
dividido, que está más allá de la castración simbólica, con un
deseo propio que puede ser puntuado por la satisfacción fúli­
ca. D u ra n te esta transición, la histérica sigue a d h e rid a a lo
Im aginario, y F reud junto con ella. P a ra ninguno de los dos el
falo se convierte en una identidad simbólica, sino que subsis­
te como objeto de dem anda: envidia del pene. Se lo espera del
padre, y la m adre no puede darlo. F reud construyó los antece­
dentes reales de este proceso, incluso reescribiendo el mito de
la horda prim itiva. Precisam ente en ese punto creó su propio
atolladero: la castración como roca biológica.

E L C O N T IN E N T E N E G R O

L a versión h is tó rica

E n su presentación autobiográfica de lí)2!5, F reud dedicó


una parte al complejo de Edipo. E l varón, al d irigir su deseo
sexual h acia la m adre, debía d e sa rro lla r im pulsos hostiles
respecto del pa d re -riv a l. S upuestam ente la situación e ra la
m ism a con la niña, aun qu e invertida: como objeto del am or
aparecía el padre, y la m adre asu m ía ia posición de rival.
Diez años m ás tarde F re u d a g regó una nota al pie a ese p á ­
rrafo, en la cual rechazó la an alogía entre varones y niñas en
cuanto a l desarrollo edípico descrito .5 D u ran te ese intervalo
de diez años h a b ía estado buscan do a L a M u je r. Lo que en­
contró fue L a M adre.
L a m ayor parte de los historiadores oficiales y no oficiales
están de acuerdo sobre esta parte de la teoría de Freud, por lo
menos en lo que concierne a la secuencia tem poral. L a m ayo­
ría de los m an u ales e introducciones a F re u d describen en
térm inos idénticos su descubrim iento del período preedípico
de la niña. El pad re fu n d ad o r del psicoanálisis describió en
prim er lu g a r el complejo de Edipo masculino. Sólo m ás tarde
volvió su cabeza canosa h acia la s vicisitudes edípicas de las
m ujeres y, como resultado, produjo tres célebres trabajos .6
Strachey nos proporciona u n a apreciación entusiasta de lo
que él denom ina la prim era reevaluación completa realizada
por F re u d de sus ideas sobre el desarrollo psicológico de las
m u je re s .7 L a descripción de Jones tiene el m ism o contenido
(d espu és de d escu brir el com plejo de Edipo de los hom bres,
F reud encontró la versión fem enina), pero su controversia con
el maestro sobre este punto !o llevó a reaccionar con friald ad .8
E llen berger se apresuró a dem ostrar que la concepción del pe­
ríodo preedípico como determ inante del complejo de Edipo fe­
menino no era en absoluto nueva, sino que y a estaba presen­
te en la teoría del m atriarcado de Bachofen .9 Y cerram os esta
serie con Juliet Mitchel!, quien propuso una explicación de la
dem ora de F reud en descubrir el complejo de Edipo femenino:
como hombre, no tenía ojos ni oídos para lo que era realm en ­
te im portante p a ra las m ujeres. Su descubrim iento no fue
m ás que un desarrollo adicional de lo que h abía recibido como
obsequio de las analistas m ujeres .10
E sta parte de la obra de F reud parece bien conocida, sobre
todo porque dio origen a u n a violenta controversia. P or cierto,
F reu d no sólo descubrió la importancia de la relación preedípi-
ca m adre-hijo y sus efectos sobre el desarrollo edípico de la ni­
ña, sino que tam bién form uló a lg u n a s consecuencias p a ra el
proceso de llegar a ser m ujer, y estas consecuencias se convir­
tieron en la parte más polémica de la teoría psicoanalítica. P a ­
ra comenzar, perm ítasenos realizar un resumen convencional.
Tanto p a ra los varones como p a ra las niñas, la m adre es el
prim er objeto de am or. P a r a los niños lo sigue siendo, tanto
en el período preedípico como en el edípico. L a intervención
del padre tiene un efecto nítido: el complejo de castración. D e ­
bido a la “a n g u stia ” de castración, el niño renuncia a la m a­
dre como objeto e in te rn a liz a la autorid ad paterna. D e este
modo el complejo de Edipo desemboca en la formación del su-
peryó.
En la niña las cosas son mucho m ás complicadas. D uran te
el período preedípico ella experim enta impulsos amorosos ac­
tivos dirigidos a la m adre, lo m ism o que el varón. ¿Cómo se
produce entonces el pasaje hacia el objeto amoroso adecuado,
es decir, el padre? S egú n F reud, esto se debe a que la niña
descubre el pene y su rge en ella la envidia del pene. E l hecho
de que no tenga pene significa que, adem ás de sentirse in fe­
rior, celosa, y de m anifestar resistencia a la m asturbación, la
niña se a p a rta hostilm ente de la m adre y se vuelve hacia el
padre, esperando recibir de él lo que a ella le falta. L a dife­
rencia m ás notable con el complejo de Edipo del varón es que
la contracara fem enina de la an gu stia de castración, la envi­
dia del pene, se convierte en causa de em plazam iento del
complejo de Edipo, m ientras que p a ra el niño in au gu ra el fi­
nal del período edípico .11
F reu d resum ió la diferencia entre los dos géneros con un
doble desplazam iento que es sólo aplicable a la niña. En pri­
mer lugar, ella debe cam biar de zona erógena: la fálica-clitori-
deana debe ser reem p lazad a por la vagin al. En segundo tér­
mino, debe c a m b ia r el objeto: el p a d re tiene que ocupar el
lu g a r de la m a d re . 12 Estos dos cam bios se pueden explicar
adicionalmente. E l prim ero im plica que el clítoris m asculino
“activo” debe ser reem plazado por la vagina femenina, recep­
tora, pasiva. E l pasaje hacia el pad re como objeto supone
otras dos modificaciones. Prim ero, el deseo original del pene
debe convertirse en el deseo de tener un hijo; segundo, la niña
debe finalm ente de se a r que ese hijo se lo dé un hom bre, su
hombre, que h a ocupado el lu g a r del padre.
Viendo las cosas de este modo, convertirse en mujer no só­
lo es un asunto complejo, sino tam bién desesperado. E l lector
atento h a b rá advertido que hemos vuelto al punto de partida:
comenzamos con la m adre y term inam os con la m adre, con la
n iñ a que sé convierte en m adre. A d em ás, todo el proceso es
dirigido por el hombre/ padre, que es en efecto el que produce
a la mujer/madre. F reu d distinguió tres vías posibles de desa­
rrollo .13
L a prim era vía lleva a apartarse de la sexualidad. Sobre la
base de la envidia del pene, no sólo se detiene la actividad cli-
torideana, sino que toda la actividad sexual se paraliza. E l re­
sultado es la inhibición sexual-y la neurosis.
L a segun da vía tiene que ver con el célebre complejo m as­
culino: “H a sta una edad increíblemente avanzada, ella se afe-
rra a la esperan za de lle g a r a tener un pene. E s a esperanza
se convierte en la m eta de su vida, y la fa n ta sía de ser un
hom bre a p esar de todo suele persistir como factor formativo
duran te largos períodos .” 14 En este caso se rechaza la tran si­
ción a la pasividad.
L a tercera posibilidad es la aceptación de la pasividad y la
renuncia casi completa a la posición activa. Se reprim e la p a r­
te fálico-activa; si esta represión no es dem asiado severa, que­
da abierto el camino a la feminidad. Pero si la represión sí es
dem asiado severa, la m u jer recae en la prim era de la s vías
que hemos considerado. Se diría que las cosas tienen que do­
sificarse con mucha exactitud. Cuando la dosis es correcta, la
niña se vuelve hacia su pad re .15 E l deseo original de tener un
pene debe reem p lazarse por el deseo de tener un hijo, y m ás
tarde el padre tiene que ser reem plazado por otro hombre ca­
paz de proporcionar un hijo real. En la ruta a la fem inidad, la
niña em erge como m adre...
Éste es un resum en convencional de la teoría de Freud. Se
b a sa en los tres trabajos freudianos sobre la fem inidad y re­
su lta perfectam ente com parable con el tratam ien to mucho
m ás exhaustivo que Juliet M itchell le da a este tem a en su li­
bro. E l hecho de que este autor le dedique m ás espacio y tiem­
po no im pide ad v e rtir que subsiste una aporía. C u an do uno
comienza a estudiar la controversia subsiguiente, este atolla­
dero trágico se convierte en una caricatura.
L a controversia se inició m uy tem pranam ente con un tra­
bajo de K aren Horney. E n u na crítica al artículo de A b rah am
sobre el complejo de castración femenino, ella lo redujo todo a
hechos, preferiblem ente hechos biológicos .16 L a discusión ad­
quirió adem ás un tono moral que por otra parte persistiría: la
m eta era dem ostrar que las m ujeres no son en absoluto infe­
riores a los h om bres por el sólo hecho de no tener pene. En
realidad, los hom bres tienen celos de ellas porque no pueden
d a r a luz. ¡M agnífico! L a s cosas em peoraron cuando H elene
Deutsch elevó el sustrato supuestam ente biológico a un nivel
teleológico norm ativo: no ya u na m ujer, sino L a M u jer, tenía
orientación v a g in a l, y la presen cia del clítoris, dem asiado
m asculino, no era m ás que “in fortu n ad a” ( s ic ) . Jones intentó
hacerse el listo remitiéndose a la B iblia. El único resultado de
esta confusión de len guas fue que F re u d entró en la historia
como exponente de la falocracia y la m isoginia .17
Con referencia a nuestro interrogante inicial (¿cómo se lle­
ga a convertirse en m ujer?), a q u í no tenem os respuesta, no
podemos responder desde el atolladero del resum en que aca­
bam os de dar. Si u n a n iñ a quiere convertirse en m ujer, apa­
rentem ente tiene que despedirse de la m adre. Y es precisa­
mente en este punto donde fracasa la histérica.

La lectura analítica

E l complejo de Edipo es precedido por un período preedípi­


co que le asigna a la m adre el papel de personaje central. Ella
es el prim er objeto de am or p a ra todo niño, sea cual fuero su
género. Esta prim era relación es peculiar. Por un lado, la m a­
dre aparece como la encarnación del poder, presente o ausen­
te, que da o que rechaza. P o r otra parte, encontramos al niño
en u na posición p a siv a en la que tiene que soportarlo todo.
Los denom inados sentim ientos de om nipotencia del adulto
neurótico no se originan en una supuesta omnipotencia infan­
til, sino en la identificación infantil con la omnipotencia de la
m adre. P a r a decirlo m ás claram en te: en una identificación
con la m adre fálica .18 L a paranoia nos m uestra las formas pa­
tológicas que puede tom ar esta relación, particularm ente en
el miedo de ser asesinado, devorado o envenenado por la m a­
d re .19
De modo que la prim era relación del hombre tiene que ver
con u na oposición entre la actividad y la pasividad; esto se
produce antes de que h aya el m enor indicio de estructura edí­
pica, es decir, antes de la castración. Freud observó que la pa­
sividad siem pre en tra ñ a u n a cierta reacción, una repetición
activa de las cosas que hubo que soportar pasivam ente .20 E s­
to vale tam bién respecto de la relación preedípica entre la
m adre y el hijo. E l niño quiere ejecutar activamente lo que le
hace la m adre, y que él debe soportar pasivam ente. U n a pri­
m era transición consiste en p a sa r de ser am am antado a m a­
m ar activam ente; ella puede a su m ir u n a dim ensión o ral-sá-
dica. L a d u a lid a d es inequívoca; los im pulsos agresivos
orales-sádicos respecto de la m adre encuentran su contracara
en el m iedo a ser m atado por ella.
Podemos ahora recordar la prim era oposición de F reud en­
tre lo activo y lo pasivo. L a com paración de notas revela un
cambio de significación. E n sus conceptualizaciones m ás anti­
guas, el par activo/pasivo representaba la oposición masculino/
fem enino; la “p a siv id a d ” e ra el componente m ás difícil. Por
cierto, tenía la finalidad de í'epresentar la fem inidad en el ni­
vel psicológico pero, en el análisis final, sólo dem ostraba la fal­
ta de un significante específico para la mujer. E l modo en que
Freud em plea esa m ism a oposición posteriormente im plica la
adición de un factor muy importante: la pasividad también de­
signa un cierto goce en la relación entre la m adre y el hijo. Los
intentos del niño de realizar la transición al polo de la activi­
dad deben entenderse como un apartam iento de la posición de
objeto pasivo de goce, en dirección a una form a activa de pla­
cer. Com o conclusión p relim in ar, podemos decir que en este
punto de la teoría de F reu d emerge una relación entre la falta
de un significante para la mujer, la pasividad como significan­
te sustitutivo y u n a cierta actitud respecto del goce.
Se tra ta de u n a conclusión prelim in ar, porque h ay m ás
que decir. F reu d descubrió que las niñas le asign an a la m a­
dre preedípica u n a posición que él conocía bien: la de m adre
seductora. L a m adre “seduce” al niño para arrastrarlo a una
cierta form a de goce contra la cual él se reb elará. Sólo m ás
tarde, en el período edípico propiam ente dicho, esta posición
le atribu irá fantasm áticam ente al padre. Por último, Freud
h i>

Imlnn descubierto una b a se re a l p a ra el trau m a y la seduc­


ción.al
L a serie preedípica puede completarse. E l niño es un obje­
to pasivo del goce de la m adre, y por ello la hija la acusa de
seductora. M ien tras que en las prim eras conceptualizaciones
freudianas podemos leer la pasividad como la falta de un sig­
nificante para la m ujer, ahora estamos en condiciones de am ­
pliar este mismo concepto de la pasividad p ara que incluya la
idea de un goce que está fu era del significante. Am bas lectu­
ras suponen u n a cierta com prensión del S (A ) de Lacan, y de
tal modo la falta de un significante p a ra la m ujer queda vin ­
culada con una forma de goce que está fuera del orden fálico,
un goce que no puede ser significado. E n am bas teorías el n ú ­
cleo es un R eal traum ático: el niño huye de un goce pasivo.
En esta fuga se dirige hacia el padre, es decir, hacia lo Sim bó­
lico.
En este punto se p la n te a n dos in terrogan tes: por qué la
n iñ a escapa de este goce pasivo y por qué huye h acia el p a ­
dre. L a respuesta de F reu d puede encontrarse en sus form u­
laciones sobre el complejo de castración femenino: la envidia
del pene. L a h e rid a n a rc isista e x p erim en tad a por la niña
cuando descubre su falta de pene la hace hostil a la m adre y
la lleva a volverse h acia el padre. Ig u a l que en el atolladero
subsiguiente, se siguen tres desarro llo s posibles, que F reu d
elabora.
U n atolladero es a menudo resultado de una prem isa erró­
nea. Es preciso exa m in a r con algo m ás de detención la envi­
dia de pene como motivo de cambio. A l respecto, h ay dos h e­
chos notables. E n prim er lugar, lo que se describe como efecto
de esta envidia del pene (apartarse de la m adre y volverse h a ­
cia el padre) no es algo que en realidad comience con el descu­
brimiento por la niña de que no tiene pene. E n ambos sexos el
complejo de castración queda em plazado plenam ente cuando
se descubre la castración de la madre, es decir, en el momento
en que la m adre pierde su om nipotencia .22 E n otras palabras,
la niña no se vuelve hacia el padre porque ella misma no ten­
ga pene, sino porque ha descubierto que la madre está castra­
da y presenta una falta. En segundo lugar, cuando Freud oxn
m ina la en vidia del pene como motivo para a p artu m * di' In
m adre, siem pre tiene el cuidado de en u m e rar a lim ó n otro»
motivos que eran habitualm ente omit idoM. Anlr i
■|<< <jiu< upn
rezca cualquier mención de la envidia del pene, el niño y a in­
tenta a b a n d o n a r la posición p asiva respecto de la m adre y
r e a liz a r l á transición a la posición activa. Precisam en te en
esa transición hay un motivo mucho m ás raig a l para el cam ­
bio de objeto: la p rim era relación entre la m adre y el hijo, con
el niño como objeto pasivo del goce de este prim er Otro, es
d u al-im agin aria y, como tal, m ortal para el devenir de un su ­
jeto. N o sorprende que h aya sido en este punto donde F reu d
descubrió u n a forma p rim aria de angustia: el miedo a ser m a­
tado por la m adre, a ser envenenado o devorado por ella. Esta
a n gu stia p rim a ria se com bina m ás tarde con la an gu stia de
castración, porque la a n gu stia de castración ree lab o ra a la
an gu stia prim aria, na ch tráglich. De allí la tesis freudiana de
que el miedo a la m uerte y la angustia de castración pueden
considerarse sinónim os .23
Esto significa ver bajo una nueva luz tanto la envidia del
pene como el volverse hacia el padre. L a n iñ a se ap arta de la
m adre, en dirección al padre falofórico, con una m eta d efin i­
da: adqu irir lo que podría llenar el deseo que hace grieta en la
m adre, la falta del prim er Otro. Lacan lo explica de un modo
m uy gráfico: “S u papel concierne a su deseo, que es algo que
nunca lo deja a uno intacto. su deseo como un gran cocodrilo,
entre cuyas m an díbulas uno es aferrado y que ella podría ce­
r ra r ... N o obstante, h ay un rodillo, de piedra n aturalm en te,
que potencialmente puede m antener abiertas las m andíbulas:
es el falo que los protege en el caso de que esas m andíbulas se
cierren .”24
E l niño huye de la m adre h acia el padre. Este enunciado
inevitablem en te suscita a lg u n a s interpretaciones psicologi-
zantes. E s posible e v ita rla s em pleando otra form ulación. E l
niño abandon a lo R eal por lo Simbólico; lo R eal tiene que ser
conquistado por lo Simbólico. E l vínculo entre estos dos regis­
tros es el significante fundam ental que indica la diferencia, el
significan te que fu n d am en ta el orden simbólico: el falo. El
cuerpo de la m adre es el registro de lo Real, m ientras que la
función del padre simbólico tiene que introducir el significan­
te fálico .25
C o n sid era d o b ajo esta luz, el período preedípico puede
inscribirse en la historia del sujeto tal como la construyó La-
can. U n esquem a que ya hemos utilizado dem uestra esta ins­
cripción:

A S Goce - el Otro del cuerpo

a A Angustia - el Otro del significante

S Deseo - el sujeto dividido y la ley

Este esqu em a lacan ian o puede en trelazarse con la teoría


freudiana del desarrollo psicosexual del niño. Decimos “entre­
lazarse” porque no h ay u n a sem ejanza lineal. Freud observó
que la prim era oposición que h abía que establecer era la exis­
tente entre el objeto y el sujeto; la segunda tom aba como po­
los la actividad y la pasividad. Todo niño tiene que a d q u irir
una ex-sistencia, como decía Lacan, fuera de lo real del cuerpo
de la m adre, fu era de la relación en la cual funciona como ob­
jeto pasivo del goce del Otro. E n tal sentido, el prim er Otro es
el Otro del cuerpo, sin falta, en lo R eal: A. E l nacimiento del
niño debe ser seguido por el nacim iento del sujeto, p a ra que
se pueda cortar la relación orig in al in trau terin a. L a tra n si­
ción a esta separación de sujeto y objeto implica la existencia
de la m adre como sujeto separado: ella pierde su posición de
m adre omnipotente y m uestra u n a falta que el niño debe en­
frentar. L a m adre se convierte entonces en el prim er Otro del
significante, A, con u n a falta, a. L a confrontación del niño con
esta figu ra equivale al encuentro de Edipo con la esfinge. En
la m edida en que este enigm a no se expresa en significantes,
se convierte en el m om ento de. la a n gu stia suprem a. Según
Freud, la tercera oposición que es preciso introducir en el cur­
so del desarrollo sexual tiene que ver con la oposición entre el
aparato gen ital m asculino y la castración. M á s tarde, en la
pubertad -d ic e F re u d -, esto debe convertirse en la oposición
entre lo m asculino y lo femenino.26 En este punto divergen las
rutas de F reu d y Lacan.
En Lacan encontram os dos posibilidades: convertirse en
sujeto con un deseo propio basado en la castración simbólica u
optar por el deseo neurótico que depende de la dem an da del
Otro. E n este últim o caso, el efecto de la estructura edípica
queda restringido a lo Im aginario, a una castración im agin a­
ria. E l objéto a del deseo se traduce de un modo fálico-im agi-
nario,

-<p

con independencia dé cual de los cuatro objetos sea. El deseo


del sujeto sigue alien ad o al deseo del Otro. L a castración es
evitada, negada, porque la falta es insoportable. Como ya he­
mos visto, esta negación es a m enudo histérica, y crea un
amo, expone su falta y lo acusa de causante de la castración.
A p esar de esta negación, el sujeto histérico enfrenta irrem e­
diablem ente su propia falta, la castración im agin aria. L a na­
turaleza intolerable de esta confrontación da origen a algunas
h azañ as de la histérica p ara desdibujar y disfrazar, o incluso
n e ga r sus propias faltas, en un movimiento típico que recuer­
da a una rueda que gira por inercia, y que term ina atribuyén­
dole la culpa al otro. U n a segunda consecuencia es un estado
casi perm anente de insatisfacción. La falta histérica no puede
ser llen ad a por n ada ni por'nadie. Todo el proceso perm anece
en lo Im aginario. Pero en el caso de la castración simbólica la
falta puede rastrearse hasta su origen: el significante que di­
vide al sujeto. L a liberación de la obligación de ser “completo”
abre la posibilidad del deseo, la creación y el placer.
F reu d nunca trazó esta distinción. E n su teoría faltaba la
función m ediadora de lo Simbólico, y esto (en perfecta an alo­
gía con la histérica) lo obligó a poner énfasis en el padre im a­
ginario y en la negación de la castración im aginaria. Lo Real
im posible se convertía en un Im agin ario defensivo desde el
cual el fan tasm a tra ta b a en vano de a lc a n za r lo Sim bólico.
U n a falta de mediación a través de lo Sim bólico suele m uy a
menudo “realizarse” en lo Real: el padre prim ordial y el asesi­
nato originario fueron alg u n a vez reales, la envidia del pene
aparece dirigida al órgano real que idealmente es reem plaza­
do por un hijo varón tam bién real. La inscripción freu dian a
del proceso de convertirse en m ujer debe leerse como u na ela­
boración de tres varian tes histéricas.
E l continente histérico

Aparentem ente no h a b ía mucho lu g a r p ara la histeria en


el estudio freu diano del proceso de convertirse en m ujer. É l
apuntaba explícitamente a resolver “el problem a de la fem ini­
d ad ”. El recientem ente descubierto período preedípico perte­
necía a “la prehistoria de la m ujer”.27 E n estos tres trabajos,
la histeria sólo aparece dos veces. Sin em bargo, esas dos ap a ­
riciones de ningún modo carecen de importancia.
U n prim er punto concierne al apego preedípico de la hija a
la m adre: “hay u na sospecha de que esta fase del apego a la
madre está en especial íntim am ente relacionada con la etiolo­
gía de la h isteria, lo que no sorpren de si reflexionam os que
tanto esta fase como la neurosis son característicam ente fe­
m en in as”.28 E s precisam ente en este período donde resu lta
muy difícil profundizar, “como si h ubiera sucumbido a una re­
presión especialmente inexorable”. Y a hemos visto que esto se
refiere a la represión prim aria, el d ejar atrás la falta del pri­
m er Otro. F reu d postulaba una estrecha relación entre la his­
teria y la fem inidad, pero no elaboró esta idea.
L a segun d a referen cia su b ra y a esa relación estrecha. El
fantasm a histérico de seducción por el padre se retrotrae a
u na rea lid ad preedípica: “A l fin al m e vi llevado a reconocer
que estos relatos no eran ciertos, y de tal modo llegué a com­
prender que los síntomas histéricos derivan de fantasías y no
de hechos reales. Sólo más tarde pude reconocer en el fantas­
m a de ser seducida por el padre la expresión del complejo de
Edipo típico en la s m ujeres. Y a h o ra encontram os una vez
más el fantasm a de seducción en.la prehistoria edípica de las
niñas, pero la seductora es regularm ente la m adre.”29 Resulta
importante advertir que este pasaje contiene un notable des­
plazam iento. E l punto de p a rtid a es la histeria como seduc­
ción por el padre. Este fantasm a, al principio solamente histé­
rico, se convierte de pronto en “la expresión del complejo de
Edipo típico en las m ujeres”, lo cual se subraya con otra frase:
“en la prehistoria preedípica de las n iñ a s ”. Sin que lo a d v ir­
tiéramos, la histeria y la fem inidad se han convertido en sinó­
nimos.
Freud percibió que h abía algo erróneo en esta generaliza­
ción y en. el p árrafo siguiente se sintió obligado a ju stificar y
defender su teoría. E s probable, escribió, que algu nas perso­
nas señ alen que en la re a lid a d no se puede observar mucho
de esta relación sexual preedípica entre la m adre y la hija. A
continuación expone dos argum entos, que son b astan te co­
rrectos si se los toma por separado, pero cuya yuxtaposición
recuerda el chiste de la olla prestada. E n prim er lugar, para
percibir algo en los niños h ay que tener talento p ara la obser­
vación. Y , en segundo térm ino, es posible que él no exprese
casi nada de su deseo sexual; de allí, dice Freud, que la teoría
que acaba de exponer se base en gran m edida en los análisis
de pacientes adu ltas, con quienes podía estudiar a posteriori
los residuos y consecuencias de ese período originario, a veces
en u n a form a especialm ente clara y rica. Concluye que la pa­
tología, en su form a extrem a, siem pre saca a luz las relacio­
nes que perm anecen en las som bras si el sujeto es normal. En
vista de que esa investigación no incluía casos de patología
severa, la generalización le parecía justificada.
Este aspecto de la h isteria se vuelve sum am ente claro
cuando nos concentram os en el punto de p a rtid a clínico de
Freud: las m ujeres con un fuerte apego al padre, m ás allá del
cual él descubrió, p ara su sorpresa, un igualm ente fuerte ape­
go a la m a d re .30 Se diría que el padre había heredado ese ape­
go, y que debido precisam ente a ello las cosas comenzaron a
m a rc h a r m al, sobre todo al tener que realizarse el siguiente
cam bio de objeto, es decir, cuando el hom bre-esposo debía
ocupar el lu g a r del hom bre-padre. D uran te ese reem plazo se
hacia visible la preponderancia del prim er apego preedípico a
la m adre, y el esposo h eredaba la carga. “E l esposo de este ti­
po de m ujer estaba destinado a ser el heredero de la relación
de ella con el padre, pero en realidad se convirtió en heredero
do la relación de su m ujer con la m adre .”31 Esto puede refor-
m uliirse en términos lacaniunos: on el proceso de convertirse
en sujeto, el deseo de la m adre debe reem plazarse por un de­
seo del propio mijí'to, gracias a la intervención del N om bre-
del-Padre, tal como lo onuncui la metáfora paterna. En los ca­
sos descritos, hay am p lia r prueba , de <111 • <•1 apei;o al denro
de la m adre sólo se lia desplazado moloiiínncamonli' hacía el
padre, y el proceso doHcrito cu la niel alora no no luí producido.
E n consecuencia, nunca queda bloqueado el camino de retor­
no al prim er objeto.
A l con siderar estos tres d esarro llo s posibles que F reu d
bosquejó, no sorpren de que cada uno de ellos ten ga que ver
con un desarrollo histérico. E l continente negro de F reu d se
revela como un continente histérico.
L a prim era senda se relaciona con una inhibición casi total
de la sexualidad, fenómeno b asado en la envidia del pene. Si
no pueden conseguir un pene, estas m ujeres tampoco quieren
el resto de la cuestión. F reu d dice que ésta es la senda neuró­
tica, que se caracteriza por u na inhibición sexual gen eraliza­
da. L a insatisfacción histérica es un ejemplo de prim era clase.
L a segun da senda da origen a l complejo de m asculinidad:
esta histérica es tan ruda como cualquier varón de pelo en pe­
cho. Esta variante vindicativa de la histeria fue rastreada por
Freud hasta una identificación con el padre o con la m adre fá­
lica, de lo cual resulta u na h om osexualidad latente o incluso
manifiesta. L a serie se inició con D ora y su am or “ginecofílico”
por la señora K., y terminó con la joven hom osexual y su pa­
reja. L a base sigue siendo la en vidia del pene, en la form a de
una negativa a renunciar a la actividad clitorideana.
L a tercera senda abre la posibilidad de convertirse en mu­
je r. É sta es la m ás interesante, porque nos expone tanto el
guión del fantasm a histérico típico como su fracaso. Tam bién
ilu stra de modo m uy convincente el hecho de que F reu d si­
guió las huellas de la histeria en el desarrollo de sus teorías.
Se supone que la niña se convierte en m ujer cuando prevalece
la pasividad, sin que por ello desap arezca por completo la
parte activa-m asculina. Esto le perm ite a la niña rea liza r la
transición desde la m adre al padre, aunque reteniendo la de­
m an da de un pene. M á s tarde, el padre tiene que ser reem ­
plazado por el hom bre-esposo, y el pene por un hijo, preferi­
blemente un hijo varón.
F a n ta sm a histérico: la h istérica se dirige al padre-hom ­
bre-am o que tiene que hacerla m ujer, darle lo que le falta pu­
ra convertirse en La M ujer. Fracaso: el resultado final os que
la histérica se convierte en m adre, que vuelvo a caer en la
primera identificación con la m adre, Am ia O. se había dirigi­
do ii Mreiier con ai dem anda de convertirse en m ujer, hasta
ol punto del em barazo histérico, pero esto no le im pidió vol­
ver a caer en la p rim e ra identificación con la m adre, años
después. Si bien en su caso el final fue relativam ente feliz, no
ocurrió lo mism o con D o ra. E l hecho de que la pre g u n ta de
ella q u e d a ra sin resp on d er - p o r el padre, por el señor K. y
por F r e u d - determinó que ella se convirtiera en una caricatu­
ra de la m adre.
El propio F re u d ten ía conciencia de que h a b ía algo e rró ­
neo. Reconoció que el resultado de la tercera senda solía ser
una regresión a la. p rim e ra identificación con la m adre, lo
cual convertía la relación m atrim on ial de la h ija en una la ­
m entable repetición del fracaso parental. Cuando éste no era
el caso, la nave m arital tenía que sa lv a r otro escollo. Por cier­
to, el fin al feliz, el hijo an h elad o como sustituto metonímico
del pene, que llenaba la fa lta de la nueva m adre, producía el
efecto de concentrar todo el am or en el bebé, ese am or que el
hom bre-padre se h abía reservado p ara sí. En este sentido, se
puede decir que F reu d inició una doxología sobre este am or
entre m adre e hijo, como el más perfecto posible. El hijo como
respuesta a la falta de la m adre, el hijo que lo es “todo” para
su m a d re .32 A q u í debem os introducir unos p árrafos sobre la
histeria m asculina.
E l hom bre, que se supon ía iba a hacer a la m ujer, llega a
la conclusión de que ha creado una madre. La sobria reflexión
de F re u d fue que “Se tiene la im presión de que el am or del
hombre y el am or de la m ujer están psicológicamente desfasa­
dos”.33 N o hay relación sexual.

EL EDIPO REVISITADO: MOISÉS Y


LA REINTRODUCCIÓN DEL PADRE

L o s jó v e n e s ira c u n d o s . L a h is te ria

Se suele p e n sa r que F re u d descubrió en prim er lu g a r el


complejo de E d ip o del la d o del hom bre, y que Tótem y tabú
fue u n a aplicación antropológica de este descubrimiento, una
incursión de “psicoanálisis aplicado” en el campo de la antro­
pología. Se supone que sólo m ás tarde Freud se concentró en
el complejo de Edipo femenino, con el resultado de descubrir
la im portancia del período preedípico en el proceso de conver­
tirse en mujer.
Hemos demostrado que la prim era conceptualización freu-
diana del período edípico no fue en realid ad la versión mascu­
lin a de este complejo, sino la versión histérica, con lo cual
F re u d seguía la s h u e lla s de la propia histérica al crear u na
cierta solución p ara un problem a que él aún no conocía plena­
mente. Esta solución consistía en introducir una particular fi­
gura paterna. N o podía hacerlo sin dificultades, y Tótem y ta ­
bú fue la respu esta a esos escollos. Con el mito expuesto en
ese libro proporcionó u n a g a ra n tía p a ra la existencia de la
particu lar fig u ra patern a que el sujeto neurótico necesitaba
p ara la solución de su problem a.
L a naturaleza de este problem a no su rgía con mucha clari­
dad en la primera teoría edípica. L a prohibición del incesto en
relación con la m adre no quedaba explicada por el mito de la
horda primitiva. Se postulaba otra prohibición, la de gozar de
todas las m ujeres, de L a M u je r en su totalidad. E l descubri­
miento del período preedípico como la relación entre la m adre
y el hijo nos permite atribuir a esta prohibición el carácter de
protección. La prim era form a de goce entraña el riesgo de que
el sujeto desaparezca en lo R eal del cuerpo de la m adre. L a
M u jer como totalidad está hecha precisam ente del uso del ni­
ño como objeto.
Esto im plica que la segun d a parte de la teoría edípica
freu dian a, el denom inado descubrim iento del complejo de
Edipo femenino, tam bién debe entenderse de otro modo. N o
hubo un descubrimiento de un Edipo m asculino seguido por el
de un Edipo femenino, sino una formulación en dos etapas del
complejo de Edipo histérico. P rim ero F reu d estableció el pe­
ríodo final defensivo y a continuación descubrió de qué defen­
día ese período.
El punto de partida e ra la relación entre el prim er Otro y
el niño, caracterizada por un goce que estaba más allá del sig­
nificante y que F reu d describió como pasividad. Hem os visto
que este térm ino perm ite dos interpretaciones de lo Real
traum ático. A m b a s son interpretaciones del S (A ) lacaniano.
A l principio F reu d consideró que la p asividad era el traum a
sexual pasivo, y la convirtió en un concepto sustitutivo de la
fem inidad, del significan te faltante. Con el descubrim iento
del periodo preedípico, la “p a siv id a d ” pasó a design ar la for­
ma de goce en la relación entre la m adre y el hijo, relación de
la cual el niño quiere huir. En este caso, a la m adre se le asig­
na la posición de seductora. Am bos trau m as convergen en el
punto donde la fa lta de un significante p a ra la fem in idad es
tam bién la falta de la m adre, y el niño corre el riesgo de con­
vertirse en el eventual relleno.
L a función del padre simbólico consiste en generar una de­
tención total, de la cual resulta la castración simbólica y la in­
troducción del falo como significante, que fundam enta el sis­
tem a sim bólico de intercam bio. E l niño es tom ado en el
len gu aje y a d qu iere un deseo propio b asad o en esa división.
De tal modo se ab re y a se g u ra la dim ensión de la incomple-
tud: lo Sim bólico es por definición incom pleto, pero esta in-
completud puede siempre expresarse en los términos de Si- El
deseo continúa cam biando, pero el placer fálico interm itente
proporciona una escansión.
En la h isteria, esta detención total tiene una dim ensión
distinta. Se introduce otra fig u ra patei'na, la cual tiene que
d a r la respuesta a la falta de la m adre. Pero tanto esta falta
como la respuesta a ella perm anecen en el nivel de lo Im agi­
nario. N o hay transición a la m ediación sim bólica, de modo
que lo Im aginario entra en coalición con lo Real. E l padre y el
pene adquieren una dimensión de realidad no trascendida por
lo Simbólico. L a histérica continúa buscando al amo (u n a fi­
gura abstracta y punto de partida de todos los discursos posi­
bles) en la realidad .34
Esta dimensión diferente se puede expresar del mejor mo­
do en los términos del discurso de la histérica y el materna del
fantasm a histérico.

impotencia
a
t
S -------► Si
— i ------- 0 A
a // Sü - (p
impotencia
E l sujeto histérico huye de la falta del prim er Otro, la m a­
dre, hacia el segundo Otro, el padre. L a meta de esta h uida es
obtener protección contra el goce. L a form a estru ctu ral del
discurso de la histérica dem uestra que, para conservar la im­
posibilidad de este goce, la histérica suscribe la disyunción de
la impotencia. E n los términos de Lacan, “el deseo de la histé­
rica es sostener el deseo del padre en su estatuto”. ¿Qué esta­
tuto? L a práctica clínica proporciona u na sola respu esta: el
estatuto de la impotencia. Los p a d re s de D ora, de A n n a O.,
etcétera, pueden caracterizarse por su Unvermogen. M ientras
se preserve esta impotencia, m ientras la cadena de significan­
tes, S 2, no pueda responder por el objeto a, la im posibilidad se
conserva, y S está a salvo de ser tragado por el Otro.
El fantasm a histérico despliega la variante patológica. P a­
ra m antener la im potencia del Otro, la histérica se presenta
como lo que podría lle n a r su falta, pero nunca logra hacerlo.
L a falta del Otro, el objeto a, no puede expresarse en térm i­
nos de significante, de cl>. Lo que la histérica le presen ta al
Otro es:

-<P

confirmando de tal modo la castración im aginaria. De allí que


la histeria pueda caracterizarse como la neurosis en la cual el
problem a de la castración se “soluciona” señalando la castra­
ción del Otro.
H a sta este punto hemos aducido que la versión “m asculi­
n a” del complejo de Edipo no es m ás que el punto final histé­
rico. E sta tesis se ilustra del m ejor modo con algo que aún de­
bem os e la b o ra r adicionalm ente: que tanto la teoría como el
sujeto histérico han encallado en las m ism as rocas, el padre y
la castración.
Perm ítasenos ahora corregir un error acerca del origen de
la teoría de Freud. F reu d fue acusado de desarrollar exclusi­
vam ente, du ran te años, el complejo de Edipo m asculino, h a ­
ciendo a un lado la versión fem enina como “análoga”, antes de
cam biar de opinión. Desde nuestro punto de vista, la prim era
concepción de Freud era la correcta: su prim era teoría edípica
es v á lid a tanto p ara el hom bre como p a ra la m ujer, con la
condición de re e m p la za r el térm ino “m u jer” por “h istérica”.
En la histeria, el sujeto opta por la línea m asculina del desa­
rrollo. N o es u n a coincidencia que L acan , en su rep re se n ta ­
ción esquem ática del proceso de la sexuación, ubique al sujeto
histérico del lado m asculino.35
L a versión m asculin a (como la versión histérica) da como
resultado la creación de un superpadre, extrem adam ente ne­
cesario p ara e¡ hom bre, en la m edida en que no está obligado
a renunciar a su prim er objeto. De allí que la relación entre la
m adre y el hijo requiera una salv agu ard a especial, “un padre
especial que sa b ía desde mucho antes q u e ...”. E n el hombre,
el complejo de castración, junto con la introducción del super­
yó, debe llevar a la declinación absoluta del complejo de E di­
po. S in em bargo, todo hom bre necesita años p a ra tom ar dis­
tancia respecto de este patriarca, p a ra establecer la
diferenciación entre la ley y el represen tan te de la ley. El
“movimiento de los jóvenes iracundos” es válido tanto p ara el
hom bre como p a ra la histérica, que ha escogido el lado m as­
culino. D ebido a la estructura, esta revolución no puede más
que con firm ar al amo en ío Im agin ario. E l resu lta d o es una
competencia in term in able, el G uinnes Book o f Records de la
histeria. E l propio F re u d necesitó otros veinte años para lle ­
g a r a introducir algunos matices en este Moloch paterno. El
resultado puede leerse en su estudio sobre Moisés.

M o is é s : creo q u ia a b s u r d u m

U n a de las últim as publicaciones de F reud fue u n a compi­


lación de tres ensayos: Moisés y la religión m onoteísta. 36 Hoy
en día, ésta es u n a de las menos leídas de las obras de Freud.
Se la considera un producto del clima antisem ita de la época,
a lo sum o una secuela de Tótem y tabú, el an terior estudio
histórico-antropológico.
M á s que u n a secuela, se trata de una corrección suplem en­
taria, que debe ubicarse en la esfera clínica. Freud modificó el
fundam ento del complejo de Edipo en tres puntos cruciales.
El prim ero tiene que ver con el lu g a r de la madre. El segundo
aborda al hijo como quien introduce al padre. El tercero con­
cierne a la castración. Estos tres cam bios son situados por
Freud en el marco de la interpretación histórica de una re li­
gión. Sin em bargo, la lectura del texto pronto dem uestra que
esta dimensión se trasciende en todas y cada una de sus pá g i­
nas, y que F reu d elaboró un ensayo con importantes repercu­
siones clínicas.
L a s dificultades relacion adas con la construcción y des­
construcción del padre im aginario (tanto para los hom bres co­
mo p a ra los sujetos histéricos) qu edan m uy bien ilu strad as
por esta reescritura del mito de la horda primitiva. En su pri­
m era versión, F re u d no le h a b ía hecho lu g a r a la m adre. E l
padre prim ordial e ra rea l p a ra él y el asesinato originario
realm ente se h abía producido en la niebla del tiempo. Su r e ­
cuerdo, cargado de efectos, se conservaba de algún modo en el
inconsciente. L a sentencia final dice “...en el principio era la
acción”: la h u m a n id a d comenzó con el parricidio. Nosotros
leemos la oración inicial de Moisés y la religión monoteísta co­
mo su secuela correctora: “P riv a r a un pueblo del hombre del
que se enorgullece como el m ayor de sus hijos no es algo que
se pueda tom ar alegrem ente o con descuido, y menos aún por
alguien que form a parte de ese pueblo ” .37
Nosotros preferim os ver Moisés y la religión monoteísta co­
mo u n a reescritu ra fru stra d a de Tótem y tabú. R eescritura,
porque el período preedípico y la madre finalmente reciben un
lu g a r en ella. F ru strad a, porque en realid ad no sabe qué ha­
cer con la figura p atern a y la castración (en perfecta analogía
con los efectos clínicos de la histeria). F reu d intentó descons­
truir al padre im agin ario, pero esto no im pidió que reiterara
el efecto de su construcción, a saber: la confirmación de que se
trataba de una estatua, un artefacto.
H ay otra diferencia im portante con Tótem y tabú. A l ter­
m inar el tercer ensayo de este último, en 1912, lo consideró lo
mejor que h abía escrito, y nunca cambió de opinión. Moisés y
la religión monoteísta, en especial el tercer ensayo, fue descri­
to por él como lo peor que h ubiera escrito. Ésta es una extra­
ñ a inversión, que no puede considerarse aisladam ente de su
contracara, sobre todo porque se trata de una reelaboración
de esa contracara. Ig u a l que Tótem y ta b ú , M oisés y la r e li-
g ió n m onoteísta consta de tres partes, pero allí term ina la se­
m ejanza de estructura. El avance seguro hacia cierto clímax
en el prim er trabajo, en el segundo se convierte en u n a repe­
tición balbuceante. El tercer ensayo es un intento de reescri-
bir el segundo, m ientras que en el primero hay elementos que
sólo en cu en tran su ju stificación en los ensayos posteriores.
L a s razones de este fracaso literario tienen que buscarse en el
tem a y no en las circunstancias en que el libro fue escrito.38
E l tem a central es la reescritu ra del mito del p a d re p ri­
m ordial. M ie n tra s que T ótem y tabú sólo a b o rd a b a el efecto
del poder paterno sobre los hijos, esta nueva obra exam ina el
efecto del patriarcado sobre el orden femenino, el m atriarca­
do. F re u d la inició dos veces y en ninguna llegó a un fin al.39
En am bos intentos M oisés v aga como un interm ediario, un
m ediador entre un padre prim ordial originalm ente real, de­
m asiad o real, por una parte, y una especie de pa tria rc a pri­
mordial im aginario por la otra, que casi alcanza las dim ensio­
nes del padre simbólico.
E l mito de la horda prim itiva es expuesto en etapas. En la
p rim era etapa sólo aparecen el padre prim ordial y sus hem ­
bras. N o hay m a d re s y el len guaje está ausente. En la se­
gu n d a etapa se produce el asesinato del padre prim ordial, e
inesperadam ente da por resultado el establecim iento del m a­
triarcado. L a tercera e ta p a le crea m uchos prob lem as a
F reud. Como fase transicional, contiene una ex trañ a mezcla
de m atriarcado, diosas m adre, clanes de herm anos y un tote­
mismo em ergente. L a c u arta y ú ltim a etap a reintroduce al
pad re-patriarca prim ordial, gracias a una figu ra interm edia:
el hijo.
L a lectura de esta ta b la periódica repetida dos veces lleva
al siguiente resultado: sólo tiene sentido si se rea liza hacia
atrás y se la relaciona con las digresiones aparentem ente se­
cundarias acerca del lenguaje y el origen de la cultura espar­
cidas en el texto.
Comencemos por la lectura invertida, en la cual la im por­
tancia de cada fase se puede a d v ertir gracias a la siguiente.
L a p rim era etapa es la más inequívoca, es decir la m ás “idio­
ta” en el sentido etimológico de la palabra. N o h ay lenguaje,
sólo “es” lo R e al.40 E sta prim era etapa recibe un significado
en la segunda, y esto debido al modo en que desaparece: el
an im al macho asesinado se convierte en un padre prim ordial
que, cuando se esfum a su autoridad, perm ite la irrupción de
un poder anteriorm ente em bridado por él: el matriarcado. A sí
como la etapa uno tiene que ser leída desde la etapa dos, esta
segu n d a etap a (la del m atriarcad o) sólo recibe significado y
peso por el modo en que desaparece en la tercera. Y a en T ó ­
tem y tabú, F reu d se h a b ía referido a un intervalo lleno de di­
ficultades entre el asesinato prim ordial y la aparición de los
sentim ientos de culpa, la prohibición del incesto y la ob lig a ­
ción de la exogam ia. E se mismo intervalo es elaborado ahora
como tercera etapa. L a desaparición de la autoridad paterna
libera un poder antes encadenado (el m atriarcado), lo que exi­
ge contram edidas p a ra em bridarlo de nuevo.41 Según Freud,
esto ocurre gracias a la intervención del hijo-héroe que reins­
tala la función del padre. Junto con las m adres primordiales y
la s diosas, hacen su aparición los hijos-dioses, y finalm ente
asum en un estilo patriarcal.42 L a transición al monoteísmo se
realiza a través de un m ediador (M oisés, Cristo) que restable­
ce la autoridad paterna. E sta es la últim a fase.
E n las dos últim as etapas es fácil reconocer la clínica de la
histeria. Juanito h abía tenido que introducir al padre-patriar-
ca p a ra huir del m atriarcado, de la g ra n b a ñ era m atern a en
la cual corría peligro de desaparecer. D ora soñó con un padre
que salvaba a sus hijos de una casa en llam as, contra la pre­
ferencia de la madre. A n n a O. im aginó historias en las cuales
la h ija actu aba como sa lv a d o ra del pad re, con un final feliz
que incluía la desaparición de la madre.
En esta coyuntura “fam iliar” no resulta difícil advertir que
Freud estaba preparán dose p ara diferenciar la función pater­
na simbólica respecto del padre im agin ario construido por el
neurótico. L a c u arta eta p a de F reu d, el monoteísmo p rop ia­
mente dicho, trata de un principio simbólico, a través del cual
se introduce un tratado, un pacto con una figura fundadora.
N o obstante, F reu d no llegó a trazar la diferenciación ade­
cuada entre el principio, el portador de este principio y la
construcción im agin aria del padre como puente neurótico en­
tre esos dos elem entos anteriores. E n su desconstrucción de
este padre im ag in ario (lo mismo que en la oración inicial),
Kreud se sigue m oviendo en círculos. Escribió que su cons­
trucción de M oisés (q u e h ay que com parar con su construc­
ción en el historial de Juanito) no bastaba para explicar la in­
troducción del monoteísmo. Dijo que debía h aber algo que iba
m ás allá. D e tal modo s e ñ a la b a su propio error: su creación
de M oisés im plicaba volver a caer en el mito del creador, del
héroe .43 P o r cierto, al continuar buscando los rasgos diferen-
ciadores del “gran hom bre”, esta indagación lo retrotrajo ine­
vitablem ente al padre. Petición de principio: la figura de M o i­
sés pudo restab lecer a l pad re porque él mismo era un
representante del padre. S ubsistía la confusión entre lo Im a­
ginario y lo Simbólico. Probablem ente -d ijo F reu d— al pueblo
ju d ío no le re s u lta b a fácil diferen ciar la im agen del hom bre
M oisés respecto de la im agen de Dios. ’4 Tampoco le resultaba
fácil al propio Freud. U n poco m ás adelante en el texto apare­
cen u n as p a la b ra s que expresan claram ente esa oposición:
“E sa religión les aportó a los judíos una concepción m ás g ra n ­
de de Dios o, como podríam os decir con m ás modestia, la con­
cepción de un Dios m ás gran de ” .45
E sta com prensión sobria ponía de m anifiesto al clínico,
que en su práctica encontraba principalm ente “la concepción
de un D ios m ás g ra n d e ”, d'e un padre im agin ario que nunca
podía ser lo suficientem ente grande. L a “mucho m ás gran de
concepción de D ios” era el último paso que F reu d dio en la di­
rección del descubrim iento de un principio que fu n d ara lo
Simbólico.
F reud nunca pudo form ular este principio de modo decisi­
vo, y en consecuencia se vio obligado a e x tra e r conclusiones
éticas sobre la v erd ad y la justicia. A su juicio, la fig u ra del
pad re no explicaba el progreso espiritual ( das G eistige) y la
c u ltu ra, precisam en te porque era ese progreso el que h a b ía
in au gurado la autoridad paterna. El no tenía en claro las r a ­
zones, de ese principio, pero pudo form ular su consecuencia
del mejor modo: Creo quia a b s u rd u m :'ti Un principio es siem ­
pre arbitrario, lo mismo que el lenguaje en el cual se lo expre­
s a . En este caso el principio fun d ad or es el len guaje mismo,
cuya base es el N o m b re -d e l-P a d re , que tran sform a al padre
m al on su representante. L a mezcla de uno y otro obligaba a
Kroud a su “credo” . Aplicó el mismo criterio a las reglas mo­
rales im puestas por el patriarcado, que instauraron un orden
moral y social basado en la prohibición del incesto y la exoga­
m ia . 47 Tam bién estas reg las eran arb itra ria s, “en principio”,
y h abía que creer, credere, en ellas. A ju ic io de Freud, su ca­
rácter a rb itra rio se re v e la b a m ás que convincentem ente en
las am plias posibilidades de transgresión. El desdeñó incluso
el argum ento (basado en la biología) de que el incesto era le­
tal para la especie ,48 y tam bién la reiterad a afirm ación de
que esas reglas eran “verdades etern as”. F reud tenía una ex­
periencia clínica suficiente como p a ra saber que el ser h u m a­
no prom edio no tolera m ucha v e rd a d , y por lo ge n e ra l se
aparta lo m ás rápido posible si la dosis se vuelve dem asiado
gran de .49
Resulta notable que la conclusión de Freud en este sentido
term inara en el mismo punto que él ya h abía reconocido en
Dostoievski, en un contexto análogo: el sometimiento a una fi­
gu ra paterna dentro de un m arco religioso .30 En ese texto,
Freud describió la secuencia típica de la actitud de Dostoievs­
ki respecto del padre: construcción del padre, rebelión contra
él, sometimiento a él. Precisam ente este punto final lo llevó a
la conclusión de que Dostoievski h abía siguido siendo neuróti­
co. Este trabajo nos lleva hacia otro aspecto que aún nos falta
desarrollar: el asesinato del padre. E n Moisés y la religión m o­
noteísta F reud se atuvo a la idea de que ese asesinato h abía
ocurrido realmente. En consecuencia se planteaba otro proble­
ma: h abía que explicar de qué modo su recuerdo quedaba a l­
macenado en la memoria individual, hasta el punto de que in­
cluso en la época m oderna (y posm oderna) seguía generando
efectos. Esto nos retrotrae a la prim era y la segunda etapas de
este mito, y especialmente a las'observaciones incidentales de
Freud acerca del lenguaje y el origen de la cultura.
Las dos últim as etapas, en las cuales el m atriarcado es so­
metido a la ley, reintroducen al p ad re-patriarca a través del
hijo. El punto de partida se reconstruye de modo retroactivo:
había u na vez un padre prim ordial que fue asesinado por sus
hijos, después de lo cual enraizó el m atriarcado. De allí la
reintroducción por el hijo. E n ese punto sitúa Freud la idea
del “héroe” y la “culpa trágica”. U n o de los hijos asum e la car­
ga de la culpa, y de ese modo exculpa a los otros. L a fuerza
del dram a, el poema épico y la tragedia reside precisam ente
en la reform ulación de este tem a .51 A través de la interven ­
ción del hijo, el pad re-patriarca recobra su puesto. Toda per­
sonalidad neurótica recoge esta hebra de lo alm acenado en la
m em oria colectiva de la hum anidad. P a ra explicar esta tran ­
sición desde el nivel filogenético al nivel ontogenético, Freud
tuvo que apelar a la “herencia arcaica, fdogenética del incons­
ciente ” .52
Antes de descartar este argum ento por considerarlo facilis-
ta, vale la pena e x am in ar el modo en que F re u d elaboró esta
h erencia filogenética. A p arece a b o rd a d a después de u n a di­
gresión sobre la función del recuerdo y la represión. L a con­
clusión era que la conciencia sólo puede aparecer a través del
lenguaje. Luego F re u d se refiere a la “herencia arcaica”, que
vincula de inm ediato con la adquisición del lenguaje. S eñ ala
la “u n iv e rsalid a d del sim bolism o del le n g u a je ”, y llega a la
conclusión de que la herencia filogenética incluye la a d qu isi­
ción del lenguaje como tal. E l lenguaje contiene un “saber ori­
g in a l” no adqu irido, que consiste en “conexiones de p e n sa ­
miento entre ideas, conexiones establecidas duran te el
desarrollo histórico del h abla y que tiene que repetirse ahora
cada vez que el desarrollo del h a b la se produce en un in d ivi­
duo”. Si era posible conservar esta capacidad en la m em oria
filogenética, lo mism o podía decirse del recuerdo del asesina­
to prim ordial. P or lo tanto —concluye—, “D espués de este exa­
men no dudo en declarar que los hom bres siem pre han sabido
(de este modo especial) que alguna vez tuvieron un padre pri­
m ordial y lo asesinaron ” .53
F re u d está v in cu lan do dos tem as: la adquisición del len­
guaje y el asesinato prim ordial. Su genio clínico intuía la re­
lación. Esto resu lta sum am ente claro cuando retom a su p ri­
m era etiología de las neurosis, de un modo tal que no puede
quedar ninguna du da acerca de su lealtad a ella. Y a no sostie­
ne la teoría del trau m a, debido a la ausencia de posibilidades
objetivas de verificación del hecho traum ático, pero se limita
a re a liz a r una inversión y producir u n a definición desde el
puntó de vista del sujeto: en la base de toda neurosis hay
siem pre algo traum ático, porque es tra u m á tico para el sujeto.
¿Por qué? Porque siem pre concierne a algo que ocurrió duran-
tv el período de ad quisición del lenguaje, algo para lo cual f a l­
taron palabras,M
1 )(í (‘,ylt‘ modo <>l traum a, el asesinato prim ordial, la heren­
cia filogenética y la adquisición del len guaje cristalizan en
torno a un punto central. Freud ya h abía escrito que p a ra los
prim itivos pronunciar un nom bre ora m ortal, y por lo tanto
estaba prohibido. Lo mism o ocurría on id m onoteísm o judío,
que veda la pronunciación del nombro del Dios fundador; por
ello, F reu d supuso que los escribas de M oisés habían sido los
inven tores del alfabeto, es decir, de un lenguaje con sign ifi­
cantes, liberad o de su carácter im a g in a rio /'15 A juicio de
Freud, este lenguaje se revelaba como el factor más im portan­
te de lo que él denominó el M enschw erdung, el convertirse en
ser hum ano. S u consecuencia es una T rie b v e rzich t , renuncia
a la pulsión, y “el triunfo de lo e spiritu al sobre lo se n su al”.
P ero esto no ba stab a , porque la adquisición del len guaje no
im pide “la omnipotencia del pensam iento”. El paso siguiente
fue la introducción del patriarcado, que prevaleció sobre el
m atriarcado, con el resultado de u n a nueva form a de ju rid ici­
dad. El “triunfo de lo espiritual” estaba entonces alineado con
un K u ltu rfo rts ch ritt, un paso m ás en el desarrollo de la cultu­
ra, sencillam ente porque el linaje paterno es siem pre un s u ­
puesto basado en premisas, a diferencia de la descendencia de
la m adre, que es verificable con los sentidos .56
N o sorprende que las consecuencias de esta parte m uy im­
portante de la conceptualización psicoanalítica no fueran bien
comprendidas. Lo que Freud descubría era nada menos que el
convertirse en sujeto, es decir, la transición desde un ser “bio­
lógico” y “n a tu ra l” a un ser hum ano “cu ltu ral” y hablante, la
transición desde lo Real del cuerpo completo a lo Simbólico de
la falta y el deseo. Lo que se leyó y entendió es que Freud era
u n p atriarca falocrático que e la b o ra b a argum entos teóricos
para desmerecer al m atriarcado y “por lo tanto” a toda mujer.
Quienes creen comprender seguirán pensando que se trata de
los padres y m adres reales con los cuales todos tenemos aún
que ajustar cuentas, en sentido positivo o negativo.
Lacan puede ayudarnos a tender un puente entre la filogé­
nesis y la ontogénesis freudianas. Este puente es el lenguaje
mismo, que se adquiere en dos etapas. O riginalm ente los sig-
nillcantes están ordenados p ara el sujeto de un modo binario
como en el “fo rt-d a ” freudiano. Esta secuencia de significantes
b a sa d a en la ausencia o presen cia de la m adre om nipotente
como prim er Otro no presenta, sin em bargo, la regularidad de
la ley. Su regulación es sólo introducida por un tercer térm i­
no, el N o m b re -d e l-P a d re y el falo, en virtud de lo cual el len­
guaje trasciende la condición de sistem a de signos y se con­
vierte en u n a cadena sim bólica de significantes. El asesinato
prim ordial que F reud consideraba real se repite en cada niño
hum ano cuando aprende a h ablar. “La palabra es el asesinato
de la cosa.” E l nom bre del p a d re como padre sim bólico es en
adelan te el padre m uerto. M u erto porque concierne a una
función simbólica, con la cual el padre real tiene la m ism a re­
lación que todo sujeto con cualquier significante: desaparece
debajo de él. E l hecho de que puede em erger de nuevo con
cualquier otro significante form a parte del dram a neurótico.
P a ra el neurótico, el padre real tiene que coincidir con el pa­
dre simbólico,-y por ello construye al padre im aginario.
Es con este padre im agin ario con el que F reud llega a un
atolladero, de lo que resulta su Credo quia absurdum . La otra
consecuencia es la siguiente: en su versión revisada de la es­
tructura edípica. la idea de la castración no puede conservar
el m ism o estatuto. Si bien en la p rim era teoría no ocupaba
mucho espacio, y fue sólo introducida posteriorm ente con el
carácter de am enaza, de castigo temido, en la segun da v e r­
sión todo se complica mucho más. Si al padre prim ordial ase­
sinado se le restituía su poder a través del hijo p a ra em bridar
el m atriarcado, ¿qué sucedía con la idea de la castración? En
la obra sobre Moisés, el concepto es sólo modificado de m ane­
ra vacilante. A q u í y allí encontramos el uso clásico: la castra­
ción como am enaza, como castigo, aunque en form a más dé­
bil. F reud nos dice que el padre prim ordial tiene otros modos
de castigar a sus hijos, adem ás de la castración; puede lim i­
tarse a m atarlos o expulsarlos.57 Junto con la formación fam i­
lia r del complejo de castración aparece algo distinto. L a cir­
cuncisión, como form a debilitada de castración, es el signo de
un pacto con el Dios fun dador.58 L a castigación firm a el pacto
con el padre. L a intervención del padre simbólico es una cas­
tración simbólica. P a ra F reu d, se convirtió en una roca.
“Sólo com prendiendo esta posición (e l reconocimiento del
deseo como deseo insatisfecho) logra el an alista acceso a los
síntomas histéricos y a su evolución. En este sentido, el suje­
to histérico fue el m aestro de Freud, y todavía hoy nos perm i­
te a d q u irir sa b e r sobre el funcionam iento del deseo incons­
ciente en la vinculación del sujeto dividido con su s objetos
internos. Pero incluso esto vela algo que está más allá, el p r o ­
blema de la castración.'’59
L a h isteria tiene a ú n algo que enseñarnos, algo que va
m ás allá del deseo y sus objetos, algo que sólo aparece de m a­
nera velada. Este es el punto m ás difícil de toda la teoría, por­
que es en sí m ism o la causa de la ausen cia de totalidad: la
castración.
En cuanto nosotros hemos form ulado la interpretación del
complejo de E d ip o de u n modo que no es el clásico, debem os
preguntarnos qué lu g a r recibe en esta reform ulación el com­
plejo de castración. L a h istoria y la función de este complejo
son perfectam ente conocidas. Lo m ás notable en la h istoria
del complejo de Edipo es que su generalización se produjo
m ás bien tarde, sólo en 1923, cuando F reu d le asignó un pa­
pel fun dam en tal.150 Su función puede enunciarse como sigue.
El niño teme al padre, teme la castración como castigo pater­
no por su deseo prohibido dirigido a la m adre. L a n iñ a desa­
rrolla la envidia del pene, y tiende a compensar su falta fálica
volviéndose hacia el padre en busca de u na respuesta. L a po­
sible falta de pene es capital p ara am bos sexos. Y a hemos en­
contrado esta idea en Freud. cuando él descubrió el fantasm a
originario de la castración como explicación infantil de la dife­
rencia sexual.
Hem os definido el complejo de Edipo histérico en dos eta­
pas. E n el prim er período encontramos un apartam iento res­
pecto de la m adre, respecto de la falta en el prim er Otro. L a
relación preedípica entre la madre y el hijo implica una forma
de goce en la cual el niño corre el riesgo de desaparecer. A
modo de solución, el sujeto histérico construye un padre im a­
ginario que tiene que darle una respuesta por la falta del pri­
m er Otro. Este es el segundo periodo. Con este complejo de
E dipo histérico, la a n gu stia qu eda situ ada prim ordialm en te
en el prim er nivel, donde el niño enfrenta el deseo de un Otro
incompleto. De! mismo modo, la práctica clínica nos presenta
otra angustia, en este caso dirigida hacia la figura paterna in­
troducida en la se gu n d a etapa. E sta an gu stia (d en om in ada
an gu stia de castración) aparece entonces asociada con u na fi­
gura im agin aria. Lo m ism o ocurre con la envidia del pene en
la niña.
M anteniendo esta reform ulación en mente, querem os aho­
ra estu d iar las consecuencias teóricas y clínicas de la castra­
ción.

E l a t o lla d e r o de lo R e a l

L a s soluciones postu ladas por F re u d p a ra el com plejo de


Edipo “fem enino” g u ia d a s por la envidia del pene, term inan
en un atolladero. L a inhibición sexual completa desemboca en
la neurosis, el complejo de m asculinidad se aferra al pene-clí-
toris, y el tercer camino sólo alcanza un final feliz con la con­
dición de que el deseo del pene sea reem plazado por el deseo
de un hijo, preferentem ente un hijo varón.
Viendo las cosas de este modo, F reu d no pudo evitar pre­
guntarse qué era lo que hacía eficaz a un análisis, cuáles eran
las p ro babilidades de lle g a r a un final del tratam iento. Este
interrogante central recibió una respuesta pesim ista en “A n á ­
lisis term inable e interm in able ” ,61 que es bien conocida: todo
an álisis term ina en una roca biológica, la an gu stia de castra­
ción en el hom bre y la envidia del pene en la mujer. M á s allá
de esto, n a d a es posible. E l carácter consagrado de esta res­
puesta no nos exime de la obligación de leer m uy cuidadosa­
mente este trabajo.
F reud aisló tres factores determ inantes relacionados con el
éxito o fracaso de un an álisis: la influencia de la etiología
traum ática, la fuerza de las pulsiones y las alteraciones del
yo .62 Los dos primeros deben discutirse juntos, pues los trau­
m as psicoanalíticam ente im portantes están siem pre situados
en el campo sexual. El último factor, el de las alteraciones del
yo, constituye una categoría totalmente distinta, una apertu­
ra hacia un nuevo registro.
Un a n álisis com pletado con éxito presupone que en a d e ­
lante el analizante queda libre de todos los síntomas neuróti­
cos. A l considerar su práctica clínica, a F reu d no le costó en­
contrar algu n os casos en los cuales el a n álisis le pareció
h aber term inado con éxito, pero los pacientes habían vuelto a
caer en la n eurosis, a veces m uchos años m ás tarde. Segú n
Freud, una neurosis vuelve a irru m p ir o se reinicia en los pe­
ríodos de la vida durante los cuales la s pulsiones padecen un
cambio somático: la pubertad y la m enopausia. Se trataba del
efecto del factor “cuantitativo”, la combinación de la fuerza de
la s pulsiones con el im pacto traum ático. Se suponía que el
an álisis lo solucionaba —continúa F re u d —, revisando y corri­
giendo el proceso original de represión. Sin em bargo, su expe­
riencia dem ostraba que esto era casi im posible.63
M ás allá ya de la term inología biológica (m enopausia, pu ­
bertad, fu erza de la p u lsión ) h a b ía em ergido otra cosa. La
neurosis siem pre irru m p e du ran te u n a confrontación con el
problem a de la identidad sexual. Esto es ilustrado del m ejor
modo por uno de los ejemplos de Freud. Se trataba de una p a ­
ciente histérica exenta de neurosis duran te una considerable
cantidad de años, “a pesar de algu n as circunstancias trau m á­
ticas actuales”. Sin em bargo, en un momento dado la neurosis
se desencadenó con toda su fuerza, y esa vez de un modo defi­
nitivo.64
Ese momento no h abía sido accidental: la neurosis estalló
al descubrirse un núcleo celular patológico que exigió una his-
terectomía. D e ello resultó un cuestionam iento de la iden ti­
dad sexual, que era inequívocamente el factor determinante.
En este punto podem os s u b ra y a r el pesim ism o de F re u d
ante la even tu al corrección d e f proceso originario de rep re ­
sión. En cuanto concierne a la represión p rim aria (F reu d no
lo relacionó con la “represión secun daria”, habló de represión
“origin ai'ia”), tiene que v e r con la fa lta irrem ed iable de un
significante específico para la fem inidad. En comparación con
lo Real, al orden simbólico le falta algo, y esta falta es “solu­
cionada” por la histérica m ediante u n a superestructura im a­
gin aria. C u a n d o irru m p e la neurosis, en trañ a siem pre u n a
confrontación entre un im pulso proveniente de lo real de la
pulsión (la pu bertad, la m asturbación, el matrim onio, la en-
formeclml, la m enopausia) y una falta en lo simbólico. L a neu­
rosis es un intento de ten d er un puente sobre esa fa lta por
medio de 1». Im agin ario. El efecto terapéutico de un an álisis
puede m edirse por el modo en que cuestiona la respuesta neu­
rótica a esa falta en lo Simbólico, y por el modo en que fin al­
mente se aplica a.rem ediar dicha falta.
El obstáculo con el que F reud tropezaba era el complejo de
castración. E n una conferencia sobre este tema, A n dré ha su­
bray ad o que la m an era en que concluye un an álisis está de­
term inada por la concepción que tiene el analista de la castra­
ción .65 Si le aplicam os esta idea a Freud, resulta claro que su
concepción llevaba a que tanto su teoría como su práctica ter­
m in a ra n en un atolladero, determ inado por las realid ad es
biológicas deseadas o evitadas en lo Im aginario.
Respecto de su práctica, F reud se quejaba de que al tratar
de p e rsu ad ir a u na m ujer de que abandonara su deseo de un
pene, sobre la base de que es irrealizable, o cuando trataba de
convencer a un hom bres de que la actitud p asiv a ante los
hombre no siem pre significa castración, le parecía estar pre­
dicando en el desierto. El análisis se volvía interm inable.
En la teoría, con la “envidia del pene” y la “protesta m as­
cu lin a” F re u d se h a b ía abierto cam ino a través de "todos los
estratos psicológicos hasta chocar con la roca biológica. “E l re­
pudio de la fem inidad no puede ser m ás que un hecho biológi­
co, una parte del gran enigm a del sexo .”66
Tanto en la práctica como en la teoría, F reud h a b ía reali^
zado el mismo desarrollo que la histérica, salvo que él había
penetrado más en lo Im agin ario, hasta las realid ad es deter­
m in ad as biológicam ente. Sigu ien do esta lín e a de ra z o n a ­
miento, bien podríam os lle v a r la cam a al desván, ju n to con
los libros. P or cierto, desde este punto de vista, la salvación
sólo puede e sp e ra rse de ese tipo de cuestionable d e sp la z a ­
miento de órganos cuya norm a fue establecida por M a rie Bo-
n a p a rte .67
L a conclusión pesim ista de Freud no nos im pide encontrar
algunos indicios que vuelven a a p u n tar a sus conceptualiza-
ciones anteriores; estos indicios nos proporcionan otra teoría,
y por lo tanto otra práctica.
C u an do leem os la form ulación que realiza Freud de este
atolladero, se destaca algo concerniente al vinculo con sus
conceptualizaciones anteriores. L a roca en la que encalla todo
an álisis induce a p e n sa r en un principio común p a ra am bos
sexos: “algo que am bos sexos tienen en común ha sido forza­
do, por la diferencia entre los sexos, a tom ar form as diferen­
tes de expresión ” .68 E l punto común, el principio oculto, es el
“repudio de la fem in idad”, y este texto rastrea dicho repudio
h a sta un repudio de la p a s iv id a d , lo cual im plica que tene­
mos que vincularlo con toda la problem ática preedípica, algo
que Freud no hizo, en combinación con el concepto de pasivi­
dad. F reu d h a b ía a isla d o tres factores pertinentes p a ra el
éxito de un análisis. Puesto que los dos prim eros ya parecían
suficientes como p ara abandon ar toda esperanza de éxito, h a­
bía que considerar que el tercero era relativam ente poco im ­
portante. L a s denom inadas “alteraciones del yo” fueron exa­
m inadas por F reu d como un aparte, sin conexión visible con
el tema anterior. L a constitución individual desem peñaba un
cierto papel, lo m ism o que la crianza. D uran te el proceso del
desarrollo se e rig ía n defen sas, y a e llas se las consideraba
responsables de las alteraciones del yo. E l proceso central de
defensa es, desde luego, la represión. F reu d empleó una me­
táfora, com parando la represión con la censura que suprim e
parte de un texto: h ay om isión, algo faltan te. E l motivo era
que “E l aparato psíquico no tolera el displacer; tiene que de­
fenderse de él a cualquier precio, y si la percepción de la re a ­
lidad en traña displacer, esa percepción (e s decir, la ve rd a d )
debe ser sacrificada ” .69
E stas p a labra s hacen sonar u n a ala rm a: Fi'eud utilizó en
varios lugares la m ism a form ulación p a ra describir el descu­
brim iento de la castración, l a ‘fa lta de pene en las m ujeres.
T am bién en ese caso la percepción e ra típicam ente falseada
por una “omisión”. Este tercer factor entre los determinantes
del éxito o fracaso de un análisis debe vincularse con la teoría
de la castración. L a s “alteraciones del yo” están también vin­
culadas con ella.
De tal modo se abría u n a senda que “A n álisis terminable e
interm inable” no tomó. P a r a encontrar el desarrollo ulterior
de esta idea debem os con sultar las ob ras inconclusas de
Freud. Ellas nos m ostrarán que la castración puede entender­
se de otro modo, dando así u n a n u eva dirección al concepto
del fin del tratam iento.

Sobre la privacidad femenina70

lín 1919 F reud publicó un artículo en el que bu scaba las


fuentes ríe “Das U n h e im lich e ”, lo ominoso, lo siniestro, lo ex­
traño inquietante. E m p le a n d o el an álisis lingüístico, descu­
brió que h e im lich y u n h e im lich com partían el mismo signifi­
cado, y que lo que es fa m ilia r puede convertirse en una
fuente de a n gu stia si contiene algo que debe m antenerse
oculto debido a cierto p e lig ro .71 En las raíces de este senti­
miento F re u d logró a isla r dos gran des categorías. En la pri­
m era es central el com plejo de castración, y los genitales de
la m adre funcionan como algo heim , dem asiado bien conocido
pero radicalm ente desconocido. L a segunda fuente tiene que
ver con el retorno del fa n ta sm a in fa n til ele la om nipotencia
del pensam iento. E n el curso norm al de los acontecimientos
esta etap a es trascen dida, pero cuando recu rre se convierte
en u n a fuente de U n h e irn lic h k e it"2
El a n á lisis adicional de estas dos fuentes aporta nuevo
m aterial. F reud describió la fconexión entre la castración y “lo
ominoso” em pleando el relato de H offm an sobre el Hom bre de
A rena. E n esa historia es por cierto muy notable el modo es­
pecífico en que aparece la castración: tiene que ver con la pér­
dida de los ojos. Se supone que esta pérdida sustituye la cas­
tración, y es entonces tan tem ida como la castración misma.
F re u d se rem ite a Sófocles, en quien encuentra el mismo
reemplazo: Edipo se arrancó los ojos para castigarse por la re­
lación proh ibid a con su m adre. Sobre la base de este modelo
clásico, F re u d pudo g e n e ra liza r: ser cegado era un sustituto
de ser castrado, y el miedo a ser cegado podía rastrearse has­
ta la an gu stia de castración .73
Esta sustitución es m ás bien exti-aña, por decir lo menos.
Si el componente ominoso del complejo de castración se retro­
trae al hecho de h a b er visto los genitales de la m adre, la falta
de pene, arran carse los ojos no parece ser la prim era sustitu­
ción disponible. S er cegado hace pensar m ás bien en una de-
Iuiihh contra el haber visto, contra algo que uno no quiere o no
puede ver. Esto es m ás evidente si recordam os la definición
que da F reud de lo ominoso: algo fa m ilia r en lo cual se oculta
algo no fam iliar y peligroso. Años antes, F reu d h abía aplicado
esta idea a la ceguera histérica, que evita los contenidos per-
ceptuales “peligrosos” p a ra el sujeto.74 Adem ás, lo mismo pue­
de decirse de Edipo: se arrancó los ojos, según él mismo dijo,
p ara no ver m ás a la m adre, a quien h a b ía visto dem asiado.75
D e modo que estar ciego es u n a defensa contra lo que está
prohibido ver. Podem os ex tra p o la r esta idea si tom am os en
cuenta las descripciones clínicas freu dianas sobre el desenca­
denamiento del complejo de castración. F reu d siempre lo pre­
sentó clínicam ente en térm inos visuales, y de un modo m uy
particular. E l niñito ve los genitales fem eninos pero falsea su
percepción: lo que observa es la falta de un pene. L a niñita ve
el pene y quiere tener uno ella mism a. D e allí que el punto de
p a rtid a del complejo de castración sea el hecho de no haber
visto los genitales femeninos. Lo único que se ha “visto” es el
pene faltante, porque aún tiene que crecer, o porque ha sido
quitado.
En este punto tenemos que trazar u n a diferenciación entre
la angustia, la castración y el ser cegado. L a idea de castra­
ción, tal como surge en el mundo del infante, es en prim er lu­
g a r una interpreta ción de los genitales fem eninos, y los hace
desaparecer de tal modo que nunca son vistos. El complejo de
castración recubre el misterio de la fem inidad.76 Si los genita­
les femeninos y a no pueden verse en térm inos de castración,
lo que entonces am enaza con em erger es otra percepción, con­
tra la cual el estar ciego es la últim a lín ea de defensa. P or lo
tanto, la an gu stia tiene que entenderse prim ordialm ente co­
mo una reacción a lo que está más allá de la castración, a a l­
go contra lo cual tanto la interpretación de la castración como
la ceguera form an u n a b a rre ra . E ste “a lg o ” es la falta de la
m a d re que está m ás a llá del orden fálico. E n tra ñ a una con­
frontación con el goce en lo Real, confrontación esta que am e­
n aza con tomar al niño como objeto pasivo.
Como prim era fuente de lo ominoso, e l complejo de castra­
ción se m uestra especialm ente u n h e im lich en el punto donde
p o d ría fallar. L a se gu n d a fuente detectada por F reu d tiene
que ve r con la om nipotencia del pensam iento, en la cual se
unen los deseos y la realidad. Sobre la base de su descripción,
podemos rastre ar esta omnipotencia hasta el periodo anterior
a la escisión entre sujeto y objeto, cuando el otro funcionaba
como un doble de un modo muy peculiar. El doble no era aún
reconocido como otro, aún no se h abía producido la S p a ltu n g
de la cual em erge el id eal del yo. Se tra ta del período en el
cual el yo no está aún diferen ciado de su contracara y del
U m w elt.11 E n otras palabras, esta fuente de lo ominoso puede
tam bién rastrearse h asta la m adre. Los sentimientos de om­
nipotencia del neurótico se originan en una identificación con
la m adre todopoderosa durante la época anterior a la castra­
ción. E sta identificación, u n a vez atravesado el complejo de
Edipo, es ree m p la za d a por otra identificación, la iden tifica­
ción con el idea) del yo.
V ista de este modo, la doble fuente fre u d ia n a de lo U n-
heim liche apun ta a lo Real del prim er Otro. L a segunda fuen ­
te vuelve al período a n terior a la falta en el prim er Otro. El
complejo de castración, que aborda esta falta en térm inos fá­
lleos, debe situarse en su estela. E l efecto de JJnheimlichkeit
se produce en el m om ento en que las capas defen sivas se
agrietan bajo el em puje de lo R eal y se corre el peligro de que
10 Real aparezca en su form a desnuda. En este punto recono­
cemos las form ulaciones an teriores de F re u d sobre lo R eal
traumático como núcleo no elaborado psíquicamente, en torno
al cual se a gru p a el m aterial patógeno. Este Real traumático
debe entenderse como la falta del Otro, que todavía está fue­
ra del orden fálico.
Estam os ah ora en condiciones de com prender otros dos
puntos del texto de F reud que de otro modo seguirían siendo
casi ininteligibles. E l prim ero concierne a algo que Freud con­
sid e raba un rasgo gen eral, m erecedor de especial atención:
“Es decir que a menudo se produce un efecto ominoso cuando
la distinción entre la im aginación y la realidad se borra, como
cuando algo que hasta ese momento consideramos im aginario
aparece ante nosotros en la realid ad , o cuando un símbolo
asum e todas las funciones de la cosa que sim boliza, y así su-
i'ómIvilmente” .78 Lo ominoso aparece cuando lo R eal emerge a
11 nvÓH de la ru p tu ra del fan tasm a, cuando lo Im a g in a rio ya
mi cumple con su función defensiva.
E l segundo punto tiene que ver con el modo en que este a r­
tículo encaja en la unidad global de la obra de F reud en evo­
lución. M á s o menos en la m itad del texto, F re u d se disculpa
por no poder d e sa rro lla r com pletam ente el vínculo entre lo
ominoso y su determ inantes infantiles. Rem ite al lector a un
tra ba jo futuro y a un concepto central que ib a a d e sa rro lla r
en él. E se trabajo e ra M á s a llá del p r in c ip io de p la c e r y el
concepto a l que hace referen cia es la com pulsión de rep eti­
ción, que está m ás a llá del principio de p la ce r .79 Esto tiene
una im portancia capital. F reud estaba diciendo que lo omino­
so está relacionado con lo que se encuentra m ás a llá del prin­
cipio de placer, m ás a llá del placer fálico. D ebe ser vinculado
con otro goce, un goce que está fu e ra del significante, en un
Real amenazante. E n n uestra elaboración anterior hemos po­
dido describir la función de esta compulsión de repetición co­
mo la “lig a d u ra ” de este R eal, que lo une a significantes, y
donde, por empezar, los significantes faltan .80
L a castración aparece entonces bajo u n a luz totalm ente
distinta. L a castración protege contra el m isterio de la femini­
dad y constituye la línea de ru p tu ra entre dos form as de pla­
cer. L a p rim era fo rm a'e s propia de lo R eal, es trau m ática y
lleva al sujeto a desap arecer, a desvanecerse en el Otro; de
a llí sus dos nombres: el goce del Otro, el otro goce. L a segun­
da forma está significada con arreglo a la ley; el goce descono­
cido se expresa a trav és del falo y se inscribe en el principio
fálico de placer; de allí su nom bre: placer fálico o goce fálico.
El falo, el significante de esta puesta en p a lab ra s, tiene que
ser introducido por el padre, abriendo de tal modo la posibili­
dad de interpretar la falta de la madre en términos fálicos, en
térm inos de castración. E n este sentido, la castración pasa a
ser la condición del placer fálico.
¿De qué modo concuerda esto con la idea del padre como
espantajo que castiga con la castración? H a y otra dimensión
de la castración, ya com entada por F reud en su trabajo sobre
M oisés, según el cual la circuncisión, en tanto símbolo de la
castración, funcionaba como pren da del pacto con el padre/
Dios. T am bién es posible encontrar esta idea <mi o tras parh'H
de la obra de Freud.
T res años después de la publicación di' "l<o nmimmo",
F re u d escribió un borrador que tenía la intención de desarro­
llar más adelante. E l m anuscrito, titulado “L a cabeza de M e ­
d u sa”, fue publicado después de su muerte. Este borrador de
una página y m edia (junto con “La escisión del yo en el proce­
so defensivo” y Esquem a del p s ico a n á lis is ) contiene las m ás
avan zad as ideas de F re u d sobre la castración. Es sintomático
que estos trabajos hayan quedado inconclusos y sólo se los pu ­
blicara postum am ente: es sintomático de las dificultades que
experim entaba Freud con este concepto y su redefinición.
E l artículo sobre la M ed usa nos introduce sin rodeos en un
ám bito fa m iliar. El m iedo sucitado por la percepción de los
mechones serpenteantes de la M ed u sa es rastread o hasta la
an gu stia de castración y “vinculado con la visión de algo”. Se
podría e sp e ra r que la s serpien tes fueran sím bolos fálicos, y
éste es por cierto el caso. F reud resuelve con elegancia la con­
tradicción aparente (un símbolo simultáneo de la castración y
del falo): “...por terroríficos que puedan ser en sí mismos, [los
m echones] sirven no obstante p a ra m itigar el horror, pues
reem plazan al pene, cuya ausencia es la causa de ese horror.
Esto constituye una confirmación de la regla técnica según la
cual una multiplicación de símbolos del pene significa castra­
ción ,”81
U n a regla técnica dice que la m ultiplicación de símbolos
dei pene significa la castración y por lo tanto suscita angustia
de castración, pero al mismo tiempo m itiga esa angustia, por­
que su multiplicación reem plaza al pene faltante. E stá claro
que F reu d no temía a las paradojas. Antes de lla m ar a la lógi­
ca en nuestra ayuda, parece apropiado su brayar que él estaba
comentando un fenómeno verificable en la clínica. En un es­
tudio metodológicamente riguroso, W isdom h a observado que
en la histeria las partes del cuerpo en las que aparece la con­
versión pueden significar tanto al pene como a la castración .82
Si em pleáram os la lógica para arrojar el a g u a del baño (la ex­
presión), el resultado sería en este caso que la práctica clínica
su friría la m ism a suerte q ue el bebé del proverbio.
O tro elem ento de la práctica clínica perm ite fo rm u lar de
distinto modo el enunciado de Freud. En 1919, él añadió a l­
gunos párrafos a La interpretación de los sueños. E l título de
ese a g re g a d o era “D ie «grosse Le istu n g » im T ra u m e ”, es de-
cir, “U n «g ra n logro» en un sueño”, y el texto del sueño era el
siguiente: “U n h om bre soñó que era u n a m u je r em b a ra za d a
te n d id a en e l lecha. E n c o n tra b a la s itu a c ió n m uy d e s a g ra d a ­
ble. E n to n ces e x c la m ó : « P r e f e r ir ía e s ta r ...» (durante el a n á li­
sis, después de recordar a una enferm era, completó la oración
con las p a lab ra s «picando piedras»). D e trá s de la ca m a , en la
p a red , h a b ía u n m a p a con un lis tó n de m a d era en el bord e i n ­
fe r io r , p a r a m a n te n e r lo p la n o . R o m p ió ese lis tó n to m á n d o lo
de sus dos ex trem os. P e r o de ese m o d o n o lo qu eb ró, s in o que
lo escin d ió en dos m ita d es a lo la rg o. E sta a cción lo a liv ió y al
m is m o tie m p o lo ay ud ó en el p a r t o .” Inm ediatam ente después
del sueño, el paciente (sin n in g u n a ayuda, añade F re u d ) in ­
terpretó que rom per el listón (L e is te ) había sido un gran logro
(L e is tu n g ). “H u ía de su situación incómoda (en el tratam ien­
to) rompiendo con su actitud fe m en in a...” Freud pensaba que
la escisión en dos m itades a lo largo del listón rep resen tab a
u na duplicación del símbolo del pene, y por lo tanto rem itía a
la castración, sobre todo porque el significante Leiste también
significa “ingle” en alem án. L a últim a oración de la interpre­
tación era la siguiente: “él h a b ía superado la am enaza de cas­
tración que lo h a b ía llevado a a d o p ta r u n a actitud fem e­
nina”.83
Desde nuestro punto de vista, este sueño representa el n a ­
cimiento de un sujeto, lo cual, con toda justicia, puede consi­
derarse “un gran logro”. E l cuadro inicial nos presenta al ana­
lizante como m ujer em barazada, como tomado en lo Real del
cuerpo del prim er Otro. “E n con trab a la situación m uy desa­
gradable.” La situación final es un parto, del cual el sujeto sa­
le liberado. E n tre el principio y el final encontram os la cas­
tración, como m étodo del paciente p a ra “rom per con su
actitud femenina". Como en el caso de la cabellera de serpien­
tes de la M ed u sa, de la duplicación del pene resulta u na dis­
minución de la angustia. N o se tra ta tanto de que el soñante
no vaya m ás a llá de “la am en aza de castración que lo h abía
llevado a a d o p ta r u n a actitud fem en in a”, sino de que tra s­
ciende esa actitud fem enina, precisam ente gracias a la cas­
tración. El deseo no significado de la m ujer-m adre em baraza­
da al principio lo absorbe en lo R eal, en el goce del prim er
Otro del cuerpo. L a castración es una interpretación defensi­
va porque, como resultado de ella, el deseo de la m adre queda
vinculado a un significante, es decir, al orden fálico. L a pieza
restante dé lo R eal traum ático adquiere una significación fá ­
lica; el prim er goce, que provoca angustia, se convierte en un
placer fálico m ás seguro.
L a an gu stia prim aria no está relacionada con la castración
sino con lo R e a l que está m ás a llá de la castración, es decir,
m ás a llá del significante. L a castración es lo que, de modo re­
troactivo, convierte este goce prim ario en una form a legítim a­
m ente sign ificada, y por lo tan to'elabo rable. El sentim iento
de U n h eim lich k eit, lo mismo que la angustia, es una señal de
que lo R eal está por irrum pir, de que la función de la castra­
ción está en peligro. Como reacción, se duplica la interp reta­
ción fálica defensiva: lo que se ha visto no son los genitales fe­
m eninos, sino la ausencia de un pene que aún puede crecer,
en caso necesario, y m ultiplicarse por cien en la cabellera de
serpientes. M á s allá de la castración está el M ás a llá del
p rin c ip io de placer, el otro goce, que no concuerda con el goce
fálico, porque no está vinculado con significantes.

Piezas para, una nueva teoría, para otra práctica

E l sujeto entra en la existencia cuando al infante se lo se­


p ara de lo R eal e ingresa en el m undo simbólico hum ano. El
precio es su división, “la escisión del yo en el proceso defensi­
vo”, la castración sim bólica. Com o sujeto, es dividido entre
tina v e rd a d que él ren ie ga y u n a convicción a la que se afe-
rra:

t—
S ------ ► Si

L a defensa se dirige contra lo Real provocador de angustia,


que pierde su poder traum ático cuando se lo significa. A l m is­
mo tiem po, y en el m ism o proceso, el goce prim ario queda
atrás, y a la angustia prim aria se le puede d a r la form a de los
prim eros síntomas.
Eso es lo que escribió F reud el 2 de enero de 1938. E l yo se
escinde como efecto de un trau m a psíquico. D u ran te u na ex­
periencia de goce, el niño es aterrorizado por algo que en tra­
ña un “peligro r e a l”. L a división del yo puede gen erar dos
reacciones a ltern ativ as: se hace a un lado “la re a lid a d ” y el
niño continúa como de costum bre, o bien hay un reconoci­
miento del “peligro de la realid ad ”, y la angustia se convierte
en un síntoma elaborable.84 L a experiencia traumática consis­
te en la observación de los genitales fem eninos, junto con la
am enaza de castración que, “como de costumbre, se atribuye
al padre”. El niño “entiende” entonces la ausencia de pene en
las mujeres y renuncia a ciertas form as de goce: “en otras pa­
labras, renuncia, en todo o en parte, a satisfacer la pulsión.85
E l padre pasa al prim er plano como temido ejecutor del casti­
go. Se supone que ese castigo es la castración; de allí que la
an gu stia sea an gu stia de castración. “Se supone”. “Tampoco
este miedo al padre articulaba el tem a de la castración: con la
ayu da de la regresión a u n a fase oral, asu m ía la form a de
miedo a ser comido por el pad re”.ss Los gigantes comeniños de
los cuentos de h a d a s no castran, sólo devoran. L a an gu stia
prim aria concerniente al goce del prim er Otro pasa al segun­
do Otro, donde se vuelve elaborable. L a angustia relacionada
con el padre como segundo Otro proviene de la angustia pri­
mordial. En su E squem a , Freud generalizó la división del su­
jeto, pero, igu a l que en sus otros trabajos, la teoría quedó in­
conclusa. Freud term ina con la idea de que la “escisión del yo”
es seguida por la formación del superyó, la agencia que ayuda
al yo a estar a la altu ra de sus norm as e imperativos. Lo que
sorprendía era la recurrente severidad de este superyó, que
siem pre excedía la severidad real del pad re.8' L a m adurez
consiste entonces en la desconstrucción de tal superyó hiper-
severo, y éste es el último obstáculo en el complejo de Edipo:
“Después de que la agencia paterna ha sido internalizada y se
ha convertido en el superyó, la ta re a siguiente consiste en
desprenderlo de las figuras de las cuales era originalm ente el
representante psíquico”.88 Esta frase aparentemente inocente
señala la diferencia entre un sujeto neurótico y un sujeto no
neurótico, entre un sujeto que h a asum ido la castración sim ­
bólica y un neurótico que sigue evitando la castración im agi­
naria.
F ue L a c a n qu ien recogió esta lín e a de pensam iento. L a
castración; sim bólica se convirtió en la firm a de un pacto con
el padre simbólico, condición necesaria para el deseo y el pla­
cer. La introducción de lo Sim bólico es en s í m ism a la castra­
ción: “L a castración, una función simbólica, sólo puede enten­
derse desde el punto de vista de una articulación significante
[...] la castración es la operación real introducida en la rela­
ción entre los sexos por el im pacto de algún significante. Y es
obvio que tam bién determ ina al padre como este real im posi­
ble que hem os descrito.”89 E l significante y su ley protegen
contra el otro goce y abren la puerta al deseo y al goce fálico.
Entre estas dos form as de goce está la castración simbólica:
“L a castración significa que el goce debe ser rechazado p a ra
poder alcanzarlo en la escala invertida de la Ley del deseo”.90
L a función paterna sim bólica es lo que vincula el deseo con la
ley. ¿Qué ley? L a ley del significante, según la cual la falta es
definitiva, y lo real que está detrás del significante se ha per­
dido p a ra siempre.
L a n eurosis se ubica en la grieta de esta diferencia entre
la función sim bólica p a te rn a y el pad re real. El padre real
también padece la escisión, es tam bién un sujeto dividido, tie­
ne faltas y deseos. P or lo tanto, su posición es imposible: como
representante del orden simbólico, no puede coincidir con su
función. L a relación im posible entre la función patern a sim­
bólica y el padre real da por resultado la construcción neuró­
tica de u n a im agen p a te rn a im ag in aria como causa de esta
privación, de la castración im aginaria. E n la neurosis, lo Real
perdido ( l ’a-chose )91 se convierte en un objeto faltante, es de­
cir, en un objeto de dem anda. E l amo tiene que proporcionar
lo que se ha perdido para a liv ia r la falta.
M ás allá de cualquier tapón im aginario, esta falta es cons­
titutiva riel ser hum ano como sujeto dividido en lo Simbólico.
I’racimímonto oHt.n I’iiUn hace posible la creación, en el sentido
de <1(1 r átjnifirutlo, v culo incluyo la creación de la relación se­
xual. La lalln ilinii'iilái'i’l a mi prim or término, la del Otro del
cuerpo, tiene que >er iif.iiírit ada a Lravén dol nogundo Otro,
para q u e el miedo a |(n/ar pueda ti aiiiil'oi'manie en goce fálico
por vía de la eaMtraeíim D e allí q u e la di njjjmii'iim do la falta
sea un significante q u e Mi^nlflea q u e liav al;:a q u e falla en la
Simbólico: S (A ). Lo Sim bólico es incom pleto, b a y “no todo”.
A llí se introduce la m ujer. “L a M u je r no existe”, como enun­
ciado, es el efecto del sistem a simbólico de fundam ento fálico.
E l deseo de ella pasa a ser un enigm a (W « s w ill das W eib?) si
se lo toma como desear un significante que falta. En adelante,
todas las interpretaciones son posibles. L a patología es la de­
m anda de una sola y ú nica interpretación.
E n lo Simbólico, L a M u je r no existe. Por lo tanto, no hay
relación sexual posible entre los dos sexos, significados de
distinto modo. L a única relación posible es la que proporcio­
n a la p a lab ra : “ ...le r a p p o r t sexuel, c ’est la p a r o le e lle -m é -
m e ".92 A través de la m etáfora, el h a b la a b ra za la dimensión
de la creación, la posibilidad de p re p a ra r el fundam ento para
n uevas significaciones. De allí que, p a ra Lacan, la m etáfora
sea la única e n tra d a a un discurso qu e vaya m ás a llá del
m undo del sem blante, “q u i ne s e ra it p a s d u s e m b la n ? ,93 En
este punto, el efecto unificado!- para la m u jer de la dem anda
de un pene deriva hacia el enigm a de u n a interpretación des­
conocida.

NOTAS

1. Van Der Sterren, “The «King Oedipus» of Sophocles”, Interna­


tional Journal o f Psycho-Analysis, 33, 1952, pág. 347.
2. Lacan, D ’un discours qui ne serait pas du semblant. Seminario
inédito de 1970-1971, 9 de junio de 1971.
3. Freud, “On Narcissism: au Introduction” (1914c), S.E. 14,
págs. 92-93.
4. “Que la veamos resurgida en.todo momento en el discurso del
neurótico pero bajo la forma de un temor, de una evitación: en ello
justamente la castración sigue siendo enigmática.”
“Digamos que la histérica necesita el partcnaire castrado.”
“Es en efecto bajo el dictado de las histéricas como no se elabora,
pues el Edipo nunca ha sido verdaderamente elaborado por Freud,
sino que es indicado de algún modo on el horizonte, en el humo, por
así decirlo, de lo que se eleva como sacrificio de la hintóricn.” ILacan,
D ’un discours qui ne serait pus ilu t« m bUinl Seminario inédito de
1970-1971, lección del 16 de junio de 1071,)
La c o n c e p c ió n la c iiiiin in i d e la l e o n a <>dípii:¡i do F r e u d a p a r e c e
c la r a m e n t e o x p re tia d a en ni o m in o iu ilo m í k i i I o i i I.o :
“Es que sólo en tanto el asesinato del padre es aquí el sustituto
de esta castración rechazada, el Edipo ha podido venir a imponerse,
si puedo decirlo, al pensam iento de Freud, en la sucesión, de sus
abordajes de la histórica.” (Ibíd, >
5. Freud, An A utobiographical Study (1925d), S.E. 20, págs. 37
y 39.
6. Freud, “Some Psychical Consequences of the Anatomical Dis-
tinction betvveen the Sexes” (1925j), S.E. 19, págs. 248-258; Feinale
Sexuality (1931b), S.E. 21, págs. 225-243; Fem inity, X X III, Lectura
í1933a), S.E. 22, págs. 112-135.
7. Strachey, E d ito r’s note. S.E. 19. págs. 243-247.
8. Jones, Sigm und Freud. L ife and Work, Londres, The Hogarth
Press, 1974, parte III, págs. 281-285.
9. EUenberger, The Discovery o f the Unconscious , N ueva York,
Basic Books, 1970, págs. 218-223.
10. Mitchell, Psychoanalysis and Fem inism , Rarm ondsworth,
Penguin Books, 1975, pág. 109 e.v.
11. Freud, “Some Psychical Consequences of the Anatomical Dis-
tinction betvveen the Sexes” (1925j), S.E. 14. pág. 251.
12. Freud, “Fem ininity”, New Introd uctory Lecturea on Psyco-
Analysis, (1933a), S.E. 22, pág. 118.
13. Freud, “Female Sexuality”. ob. cit., pág. 229; "Femininity",
ob. cit., págs. 126-130.
14. Freud, “Female Sexuality”, ob. cit., pág. 229.
15. Freud, “Femininity”, ob. cit., pág. 128.
16. Abraham , "¡Vlanifestations of the Female Castration Complex
f 1920)”, Selected Papers on Psycho-Analysis, Londres, The Hogarth
Press, 1973, págs. 33S-369, Horney, “On the Genesis of the C astra­
tion Complex in W om en”, International Journal o f Psycho-Analysis,
V, 1924, págs. 50-56.
17. Deutsch y Jones, citado en Mitchel, ob. cit.. págs. 125-131.
18. Lacan, Le Sém inaire, L iv re IV, La retalian d ’objet (1956-
1957), París, Seuil, 1994, págs. 69-73.
19. Freud, “Female Sexuality’’, ob. cit., págs. 226 y 237.
20. Ibíd., pág. 235.
21. Ibíd., pág. 126. Freud, “Femininity”, ob. cit., págs. 120-121.
22. Ibíd., pág. 126.
23. Freud, Inh ibitons, Symptoms and Anxiety ( 1926d), S.E. 20,
pág. 130.
24. Lacan, Le Séminaire, L ivre X V II, L'envers de la psyckanalyse
(1969-1970), París, Seuil, 1991, pág. 129.
25. Los lectores familiarizados con los desarrollos posfreudianos
liroliiililomente objetarán que Lacan no fue muy original con su teo­
ría de la madre como primer Otro, y que tanto en el período freudia-
no como en el posfreudiano hubo analistas que llamaron la atención
sobre la posición de ella. En tal sentido, se puede mencionar a A bra-
ham, Rank, Ferenczi, Groddeck y Jung. Toda la teoría y práctica de
Winnicott y sus discípulos está iluminada por la figura materna, y la
cura pasa a ser una reparación, una corrección del quehacer mater­
no frustrado. P ara responder a esta objeción es importante reconocer
la distancia que existe entre la teoría lacaniana y la práctica de la
reparación. Es bien sabido que Freud siempre ocupó la posición del
padre en la transferencia, y que explícitamente rechazaba la posi­
ción de la madre. Para hacerlo tenía una razón definida estructural­
mente: es cierto que el primer amor apunta al primer objeto, la ma­
dre, pero no debe pasarse por alto el hecho de que este objeto está
definitivamente perdido y que esta pérdida es necesaria, de modo
que cualquier reparación carece de sentido. P ara Lacan, la castra­
ción siempre implica la castración de la madre. El niño descubre la
falta y, en consecuencia, el deseo de ella. La neurosis comienza allí
donde la criatura supone que tiene que llenar ese deseo, quedando
cautivo de la castración imaginaria. L a intervención del padre sim­
bólico permite pasar a la castración simbólica. A modo de conclusión,
podemos postular que ésta es la interfaz entre el psicoanálisis y la
ética: en la cura, el analizante debe tener la oportunidad de simboli­
zar la ley, más allá del padre real, en el punto de diferencia entre el
padre que representa la ley y el padre que está a su vez sometido a
ella. La cura analítica será sin duda confrontada con la figura de la
madre como punto de cristalización de esta pérdida, falta y necesi­
dad, pero en tanto tratamiento no intenta reparar esa falta, sino que
se propone simbolizarla.
26. Freud, “The Infantile Genital Organization” (1923e), S.E. 19,
pág. 145.
27. Freud, “Femininity”, ob. cit., págs. 113 y 130.
28. Freud, “Female Sexuality", ob. cit., págs. 226-227.
29. Freud, “Femininity”, ob. cit., págs. 120-121.
30. Freud, “Somc Psychical Consequences of the Anatomical Dis-
Linction between the Sexes”, ob. cit., pág. 251; “Female Sexuality”,
ob. cit., pág. 225; “Femininity”, ob. cit., págs. 119-120.
31. Freud, "Female Sexuality”, ob. cit., pág. 230.
32. Freud, •'Femininity”, ob. cit., pág. 133.
33. Ibíd., pág. 134.
34. Que faites-vous lá petite filie
Avec ces fleurs fraichement coupées
Que faites-vous lá jeune filie
Avec ces fleurs séchées
Que faites-vous lá jolie femme
Aveq ces fleurs qui se Fanent
Que íaites-vous lá vieille femme
Avec oes fleurs qui meurent
J’attends le vainqueur.

[Q ué haces pequeña/Con esas flores recién cortadas/Qué ha­


ces muchacha/Con esas flores ajadas/Qué haces mujer/Con
esas flores marchitas/Qué haces anciana/Con esas flores que
mueren/Espero al vencedor.]

Prévert, Paroles, París, Gallim ard, 1972, pág. 202.


35. Lacan, Le Sém inaire, L iv re XX, Encoré (1972-1973), París,
Seuil, 1975, págs. 73-82.
36. Freud, Moses and M onotheism (1939a), S.E. 23, págs. 1-137.
37. Ibíd., pág. 7.
38. Strachey, E d ito r’s Note, S.E. 23, págs. 3-5.
39. Freud, Moses and Monotheism, ob. cit., págs. 80-84 y 130-132.
40. Ibíd., pág. 80.
41. Tiene mucha im portancia advertir que esta interpretación
del m atriarcado es completamente errónea desde el punto de vista
histórico. En segundo lugar, no hace m ás que expresar el miedo
neurótico al primer gran Otro, proyectado en realidades supuesta­
mente históricas. El individuo neurótico hace lo mismo en su desa­
rrollo, aunque de un modo equívoco: una vez que se ha producido la
división entre la madre y el hijo, el sujeto anhelará lo que teme, es
decir, la fusión original con el primer gran Otro, en la cual él no te­
nía existencia propia. El denominado “matriarcado” sólo existe en la
regresión; es esta misma regresión la que lo hace existir, tanto en el
nivel ontogenético como en el filogenético. La realidad es distinta,
tan distinta que apenas nos resulta posible captarla. El lector pue­
de consultar el espléndido libro de E. Reed, W om an’s Euolution.
F rom m a triarcha l clan to p a tria rch a l fam ily, Londres, Pathfinder,
1974.
42. Freud, Moses and Monotheism, ob. cit., págs. 82 y 132.
43. Ibíd., págs. 129 y 107.
44. Ibíd., pág. 13.
45. íbid., pág. 112. Véase también Freud, “Female Sexuality”, ob.
cit., págs. 228-229.
46. Freud, Moses and Monotheism, ob. cit., pág. 118.
47. Ibíd., pág. 119.
48. Ibíd., págs. 120-121.
49. Ibíd., págs. 128-129.
50. Ibíd., págs. 97-99 y 132.
51. La construcción por Dostoievski de una figura paterna no fue
puramente imaginaria, en vista de que su padre real parece haber
tenido un carácter verdaderamente traumático. Freud, “Dostoevsky
and Parricide” (1928b), S.E. 21.
52. Freud, M oses and Monotheism, ob. cit., págs. 97-98.
53. Ibíd., págs. 98-101.
54. Ibíd., págs. 71-73, 126 y 129.
55. Ibíd., pág. 43 y pág. 43, nota 3.
56. Ibíd., págs. 112-113.
57. Ibíd., pág. 81.
58. Ibíd., págs. 27, 44 y 122.
59. Quackelbeen, “The psychoanalytic view of the symptom. An
approach from a reading of J. Lacan”, Rondzendbrief ui.t het Freu-
diaanse Veld, II, 1, 1982, pág. 6.
60. Freud, “The Infantile Genital Organizaron”, ob. cit., pág. 14;
“Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old Boy”, ob, cit., pág. 8, nota 2,
agregada en 1923.
61. Freud, “Analysis Terminable and Interminable” (1937c), S.E.
23, págs. 250-252.
62. Ibíd., pág. 224.
63. Ibíd., págs. 227-228.
64. Ibíd., pág. 222.
65. André, La thiorie de la castration, Conferencia en “Psychoa-
nalytische Perspektieven', Ghent, 30 de enero. 12 y 27 de marzo de
1985.
66. Freud, “Analysis Terminable and Interminable", ob, cit.,
págs. 250-252.
67. Millot, “La princesse Marie Bonaparte”, L ’Ane, le magazine
freudien, mayo-junio de 1983, pág. 26.
68- Freud, “Analysis Terminable and Interminable”, ob- cit., pág.
250.
69. Ibíd, pág. 237.
70. Éste es el título de un poema medieval, editado por L. Elaut:
De Vrouwen Heimelijkhcid. Ghent, Story, 1974. Ha sido J. Quackel­
been quien nos hizo llegar el texto de este “poema didáctico" que con­
firma los hallazgos freudianos; la palabra “Heimelijkkeid" designa
los genitales femeninos. Se trata de la versión holandesa del alemán
“das (un)heimliche”; remitimos al lector a Freud y sus explicaciones
semánticas en “The Uncanny” (1919h), S.E. 17.
71. Freud, “The Uncanny”, ob. cit., págs. 224-226.
72. Ibíd., págs. 247-249.
73. Ibíd., pág. 231.
CONCLUSIÓN

D e sd e la h is té ric a de F r e u d h a s ta -h a M u je r de L a c a n

L a prim era conceptualización psicoanalítica freu diana so­


bre la histeria tenía que ver con la S p a ltu n g (escisión o cliva-
je ) del sujeto histérico, b asad a en un deseo insoportable. Sus
últim as ideas apu n taban a u na teoría gen eral de la división
del sujeto, vinculada con la castración.
Entre unas y otras está el largo camino que Freud recorrió
como teórico y clínico siguiendo a sus histéricas. Cuando él se
apartó de la senda correcta, ellas lo hicieron volver sobre sus
pasos y reelabo rar la teoría. Finalm ente, tanto las histéricas
como F reud progresaron en el mismo punto.
En este camino se perdió mucho equipaje que fue recogido
m ás tarde, a veces décadas después. A d em ás, después de
Freud volvió a perderse. Esto vale en especial para la idea de
lo real traumático como base ideológica de la histeria. L a bús­
queda freudiana de ese real se vio desb a ra ta d a por el descu­
brim iento de aqu ello con lo que todo neurótico encubre lo
Real: el fantasm a. E n la teoría de F re u d , el concepto de fan ­
tasm a realizó duran te mucho tiem po In m ism a función que
tiene en la neurosis: olvidar lo Real. La neurosis fue entendi­
da como un sistem a patológico de i'(>ali/,ación do deseos on el
cual el principio de placer no soguín las sondas correctas. A c­
tuaban como causa los mocanismoN de defensa, con la repre­
sión a In cnboza de In lisln
Sin em bargo, la causa de la causa daba lu g a r a problem as.
El d isp lacer que se supon ía estaba en las raíces de la repre­
sión ocultaba u n a ex trañ a form a de placer, que ignoi'aba las
leyes del placer y el principio de constancia. P or otra parte, la
represión parecía v in cu lad a al proceso de sexualización, el
proceso de convertirse en hom bre o m ujer; este último, el de
la mujer, era especialm ente difícil. Con renuencia, F reu d lle­
gó a la conclusión de que, en la psique, la idea de una “pasivi­
dad” traum ática era la representación menos inapropiada de
aquello cuyo lu g a r ocupaba: la “fem inidad”.
El propio autoan álisis de F reu d atravesó todos estos des­
cubrim ientos. S u s efectos fueron obvios. Luego de la m uerte
del padre, él desató sus vínculos con Fliess, el receptor de su
tran sferen cia, y abandon ó la posición de discípulo. D espués
de su prim er período de descubrim ientos, en el cual se permi­
tía ser sorprendido por lo que escuchaba, se puso la toga de
maestro y comenzó a enseñar, convirtiendo el descubrimiento
en su opuesto. Erigió su teoría como u na totalidad cerrada. El
saber que h abía recibido originalm ente de la práctica de la es­
cucha se transform ó en un yugo im perativo, im perioso. Los
anteriores interrogantes recibieron el tipo de solución que los
obliteraba. F reu d sabía cómo h ay que desear, qué sendas to­
mamos en virtud del principio de placer. Su teoría dio forma a
un m odelo consistente. Todo lo que se oponía a este modelo
era neurosis o resistencia, dos conceptos que se volvieron casi
sinónimos. E l tratam iento se convirtió en un ejercicio pedagó­
gico, y la enseñanza pasó a ser el tratamiento.
En un segundo movimiento, que fue una confrontación re­
novada con la h isteria, la teoría pareció fa lla r. El éxito del
elemento didáctico no im pedía que las pacientes rechazaran
el yugo de la cura. Los principos básicos del placer y la cons­
tancia pasaron a ser dos buenos ejemplos de las célebres pala­
bras de Charcot: “L a teoría está bien, pero eso no impide que
las cosas existan ”. M á s a llá de esos principios ex-sistía algo
diferente, algo que no obedecía a las m ism as leyes. U n a vez
más, F reu d se vio enfrentado a lo Real y el traum a. Descubrió
la com pulsión de repetición y su m eta: poner en p a la b ra s lo
no-significado, ob lig a r a los procesos prim arios desligados, a
Lmvés de un proceso de lig a d u ra basado en la energética, a
obedecer las leyes del principio de placer y del proceso secun­
dario. M á s a llá de este principio de pla ce r h a b ía otra form a
de goce, desligada, no significada, Real.
P o r lo tanto, la teoría recayó en conceptos cada vez m ás
prim ordiales. Los conceptos m ás im portantes del prim er pe­
ríodo habían recibido el prefijo U r (p rim ario, prim ordial, ori­
ginario). L a represión se convirtió en represión prim aria, co­
mo frontera entre lo no-sim bolizado y el orden simbólico con
su Bejahung. Los tres fantasm as originarios eran intentos de
significar un cierto aspecto de ese Real. L a difícil relación en­
tre lo Simbólico y lo Real cristalizaba en dos puntos: la identi­
dad sexual de la m u jer y la función del padre. D el fantasm a
originario sobre la castración sólo em ergía u na m ujer con una
identidad sexual negativa. Por lo tanto, la solución se encon­
traba en el padre soñado, que tenía que suscitar deseo en la
hija: ése era el fantasm a originario de seducción. E l resultado
apu n taba al establecim iento de la relación sexual: el fan tas­
m a de la escena originario.
L a s teorías sexuales infantiles y los fantasm as originarios
son intentos que realiza el niño para em b rid a r lo R eal donde
falla lo Simbólico. Estos intentos dan origen a un interm ina­
ble desplazam iento en lo Im agin ario, precisam ente debido a
la falta de un anclaje simbólico. E n todas las patologías esta
falta se centra en la figu ra del padre. Específicamente para el
sujeto histérico, de esta figura paterna se espera una respues­
ta acerca de las cuestiones de la identidad sexual, la relación
sexual y la regulación del deseo. E l padre real parece insufi­
ciente, de modo que se hace necesaria la creación de una im a­
gen p atern a im ag in aria. D entro del orden im aginario, esta
creación no tiene fin: busca algo grande, m ás grande, lo m ás
grande, que nunca es suficientemente grande.
Freud escuchó este llam ado al padre. Siguió entonces a la
histeria, no interpretando este llam ad o en el tratam iento e
incorporándolo a una teoría b a sa d a en esa práctica, sino en­
carnando él mismo la figu ra paterna en la cura y construyen­
do u n a teoría como g a ra n tía de la respu esta a ese llam ado.
Tótem y tabú m aterializó al padre prim ordial que necesitaba
el neurótico, la única excepción a la ley es el fundam ento de
la ley. De tal modo el deseo parecía regulado y In roliicirin "■
xual ga ra n tizad a . Sin em bargo, en el tratam iento continua­
ban surgiepdo dificultades en torno a construcción de una fi­
g u ra paterna. O no e ra lo suficientem ente gran de, con el re ­
su ltado de que la b ú squ ed a histérica continuaba, o bien era
dem asiado grande, y debía ser obsesivam ente destruida.
E n el ám bito clínico, la teoría suscitó algunos pen sam ien ­
tos m ás a llá y por en cim a de esta construcción. E n el mito
freudiano de la horda prim itiva no había lu g a r p ara una figu­
ra m aterna. L a prohibición del incesto aparecía en prim er lu­
g ar como la prohibición de gozar del mismo modo que el padre
prim ordial; se prohibía gozar de todas las m ujeres, se prohi­
bía gozar de L a M u je r como un todo. D el problem a de la cas­
tración sólo se h ablaba indirectam ente. F reud ubicó este mito
en lo Real, como si los hechos hubieran realm ente sucedido, y
su herencia se hubiera m antenido viva en el inconsciente, cui­
dando de la regulación del deseo en cada niño humano.
U n a prohibición que establece la regulación del goce en lo
Real es u na prohibición que promueve seguridad. El complejo
de Edipo, en la prim era versión freudiana, aparece por lo tan­
to como una estructura que proporciona seguridad, un punto
final defensivo, ávidam en te esperado por el neurótico. Su
punto de partida, aquello contra lo cual se e rigía la defensa,
seguía oculto o directam ente fa ltab a en esta prim era versión.
E l descubrim iento por F reu d del período preedípico en el
complejo de Edipo femenino no era más que la formulación de
lo que ten ía que p erm anecer oculto, el punto de p artida del
complejo de E dipo histérico. L a m adre adqu irió entonces un
nuevo estatuto, no como m adre psicologizada, sino como el
prim er Otro, el tesoro de los significantes, la lengua m aterna.
Al principio seguía siendo el Otro del cuerpo, lo Real. L a re la ­
ción prim ordial entre la m adre y el hijo se inicia a continua­
ción de la relación in trau terin a , en la cual el niño goza del
Otro del cuerpo form ando una unidad con él. E l goce y la uni­
dad se pierden con la adquisición del len guaje; la m adre se
convierte en el prim er O tro del significante, revelando al m is­
ino tiempo la falta y el deseo. E sta falta es am enazante p a ra
<*l niño, porque él no puede descubrir ninguna regu larid ad en
el fort (In, on la estructura bin aria de la presencia y ausencia
ilrl (iriin er Otro del significante. Se convierte entonces en un
objeto pasivo de goce q u e com pleta a l O tro. L a a n g u s tia es la
ú n ic a reacción posible.
P a r a q u e el su je to p u e d a e s c a p a r a la reducción le ta l qu e
lle n a e sta fa lt a h a y q u e im p o n e r u n a r e g u la r id a d a! s ig n ifi­
can te, un p u n to de a n c la je a tr a v é s d e l c u a l p u e d a c o b ra r
ex isten cia la sign ificació n . E s a llí d on d e debe ap a re c e r el p a ­
d re como re p re se n ta n te de la ley, com o qu ien som ete el goce a
la ley del s ig n ific a n te fálico.
E n un p rim e r m ovim ien to, F re u d h a b ía descu bierto y v e ri­
ficad o el té rm in o de la e s t ru c tu ra e d íp ic a n e cesario p a r a el
n eu rótico: el p a d r e p r im o r d ia l. E n u n se g u n d o m o vim ien to
identificó su p u n to de p a rtid a , en el cu al la m ad re era la fig u ­
ra central. E n am bo s casos sigu ió los d esp lazam ien tos h isté ri­
cos en lo Im a g in a rio , que d e se m b o c a b a n en un atolladero. L a
función p a te rn a s im b ó lic a y la im a g e n p a te rn a im a g in a ria se
fu n d ía n en el creció q u ia a b s u rd u m . E l falo como sign ifican te
de la falta del p rim e r O tro sólo a p a re c ía en su form a im a g in a ­
ria: la a n g u s tia de castración y la e n v id ia del pene.
E l pro ceso de c o n v e rtirs e en m u je r d escrito p o r F r e u d se
p u e d e e n te n d e r en los té rm in o s de tre s lín e a s de d e s a rro llo
histérico. E n la s dos p rim e ra s , el d eseo histérico aparece lle ­
v a d o a un a t o lla d e r o en a p a r ie n c ia d e te rm in a d o b io ló g ic a ­
m ente, qu e se p o d ría co n sid erar, in cluso, im puesto por la teo­
ría : en v id ia del pen e, e n v id ia del órgan o . E l objeto im a g in a rio
q u e n u n ca a p a re c e a l fin a l de la m e to n im ia del deseo re c ib ía
u n a con sisten cia, u n a d im en sió n de re a lid a d , q u e es to d a v ía
d ifícil de d e s c a rta r. L a te rc e ra lín e a de d e s a rro llo (e l m e n o r
de los tres m a le s) e n tra ñ a b a p recisam en te un reto m o a lo que
ten ía que ser evitad o : ia m a d re . '
F re u d h a b ía se g u id o a su s p acien tes histéricas con to d a fi­
delidad, tan to en la teo ría como en la práctica. P o r lo tanto, se
vio llevad o a l m ism o p u n to m uerto, en el cual el tra ta m ie n to
se v o lv ía in t e r m in a b le m ie n tra s la t e o ría te n ía que a b a n d o ­
n a r el rein o p síqu ico. E s e fu e el fra c a s o m á s fru ctífero de la
h isto ria de la s cien cias h u m a n a s . C o m p r e n d e r la e stru c tu ra
h is té ric a h a s t a su lím ite e ra la con,dilio Hiñe »/«</ non p a r a
c re a r la p o sib ilid a d de ir m á s a llá de ella. U n (¡interna cerrad o
p a ra n o id e lo h a b r ía hecho im ponible. Miin a lia de este a to lla ­
dero, enconl ra m ó n qu e Freí id <•1111»n > In Memillu de u n a n u eva
teoría y de otra práctica. La castración se convirtió en el sím ­
bolo de un pacto con el padre, en la causa de una Ichspaltung,
decisión del yo, m ás a llá de lo Im agin ario. L a an h e lad a ilu ­
sión de totalidad se convertía en u n a fa lta fundam entadora,
abriendo posibilidades de creación.
L a c a n d esarrolló la s consecuencias de la s ú ltim as ideas
em brion arias de Freud. Los tres registros fueron el escalpelo
conceptual que le perm itió disecar la práctica clínica de un
modo que h o n ra b a la teoría freu dian a. Los cuatro discursos
ofrecieron u na form alización rigurosa de la transferencia. So­
b re esta base se pudo fo rm u lar de un modo claro la concep-
tualización psicoanalítica de la histeria. L a histérica opta por
u n a línea m asculina de desarrollo y sólo puede inscribirse Sá­
licam ente de modo negativo. Esto explica u n a cierta monoto­
nía de la histeria: todo es reducido a la dem anda de un objeto
que debe lle n a r la falta, pero que nunca es suficiente. M á s
a llá de esto, h ay otra relación posible entre u n a m ujer y el
gran Otro. L a M u je r no existe, por falta de un significante
unificador. P o r lo tanto, M u je r queda som etida al signifi­
cante fálico y tam bién al significante de la falta. L a combina­
ción del falo simbólico <I> y S (A ) da por resultado el hecho de
que M u jer, el convertirse en mujer, sea un proceso signifi­
cativo basado en la m etáfora. L a histeria, por el contrario, es
una fijación que rechaza significado y se b a sa en la m etoni­
mia.

El análisis y la histeria

L a h isteria es el nom bre de la an tig u a relación entre el


hombre y la mujer. E v a le ofreció a A d án la m an zan a del ár­
bol de la sabidu ría, esperando que de ello resu ltara el saber.
De inm ediato los dos se encontraron fu era del P araíso. L a
histérica quiere llenar la falta en el Otro, y apela al amo. Este
tiene que producir lo que a ella le falta, tiene que garan tizar
una totalidad. A cambio, la histérica se ofrece como la re s­
puesta a u n interrogan te que h a form ulado en lu g a r de él,
u na resp u esta que ella m ism a rechaza de antem ano: “N o es
eso lo q u e ...” A l mism o tiempo, en u na conspiración tácita, la
falta m ism a nunca se lleva a la mesa de negociaciones. E s po­
sible reem plazar las som bras del ju ego de som bras, pero sub­
siste el lu g a r vacío que h;\y que llenar. Si un análisis se redu­
ce a un ju ego de som bras de ese tipo, su fracaso segu irá la
m isma senda trillada. Es preciso evitar la solución histérica.
El psicoanálisis no hace a la m ujer ni al amo. En tanto el tra­
tamiento analítico de la histeria apu n ta a algo que está más
allá del atolladero clásico, sólo puede alcanzarlo prestando oí­
dos a su causalidad. L a consistencia im aginaria del objeto de­
m andado tiene que h acer lu g a r a lo que él oculta: un sujeto
dividido. Esto se lo gra por medio de la expresión en palabras
de la función de ese objeto, lo cual conduce al fantasm a cuyo
guión siem pre ubica el deseo m ás a llá del reino del presente
(no ahora, qu izá después, tal vez m ás tarde), un guión en el
cual el sujeto desaparece en el objeto (la unidad soñada, con
un exceso de goce que no deja lu g a r al sujeto ni al otro como
sujeto).
M ás a llá de esta u n idad en gañ osa, el discurso analítico
apunta a la diferencia entre dos sujetos, cada uno de ellos con
una relación propia respecto de la falta, y por lo tanto respec­
to de su propio deseo.
En este punto, muchos se sienten tentados a evocar el es­
pejismo del hom bre como ser privilegiado que, en virtud del
falo, ocupa un lu g a r p re fere n cia l con respecto al deseo y el
goce. El falo funciona como significante p ara ambos sexos. El
hombre puede inscribirse en la categoría de ese significante,
y la m ujer no. C o n v e rtir este hecho en la idea de u n a posi­
ción privilegiada no es m ás que una reacción histérica, total­
m ente a contrapelo de la práctica clínica. El estudio de la
neurosis en hom bres proporciona pru ebas m ás que suficien­
tes en sentido contrario: la presen cia de ese significante no
impide que sus portadores queden envueltos en una interm i­
n able competencia fálica im agin aria, ni les impide crear (p a ­
ra asegu rar esa presencia) una autoridad de la que la m ayo­
ría de ellos nunca se liberarán ; tampoco im pide que, por ser
seres que pertenecen a una categoría, caigan en una monoto­
n ía hastiada.
Como mujer, la histérica ha elegido el lado masculino, y en
consecuencia se convierte en su c a ric atu ra o en una queja
contra esta caricatura. A llí donde una m ujer trasciende la es­
tructura histérica, no se deja reducir a un significante siem ­
pre ausenté. Sólo allí puede volverse clara la diferencia con el
hombre.
B asta con que atendam os a la diferencia en sus relaciones
respectivas con la ley y la autoridad. Tanto p a ra el hom bre
como p a ra la histérica, esta relación es siem pre especial. D e­
bido a su estru ctu ra su bjetiva, am bos necesitan u n a autori­
dad que debe proporcion ar la certidum bre n ecesaria p a ra lo
im posible, pero por esa m ism a razón esta certidum bre nunca
deja de ser cuestionable. El superyó, como heredero de esta
autoridad fabricada, es u na formación típicamente m asculina
que determ ina una neurosis típicamente m asculina, la neuro­
sis obsesiva. E n el proceso de convertirse en m ujer no hay
ningún motivo para la instalación de semejante superyó como
heredero del padre im ag in ario , y esto colorea m uy in te n sa ­
mente la relación de la m ujer con la ley. El hecho de que esta
coloración h a y a llevad o a algu n os an alistas a pen sar que la
m ujer no tiene superyó (haciendo eco a antiguas discusiones
teológicas sobre si la m ujer tiene o no tiene a lm a ) dem uestra
con claridad que el hom bre necesita una autoridad y se des­
concierta cuando e n fren ta a un ser que no tiene esa necesi­
dad. E l personaje de K a fk a en ía parábola de las puertas de la
le y 1 es, lo mismo que el centinela, un hom bre: algo distinto
sería im pensable. P a r a Lacan , M u je r es el único ser que
está dentro y fuera de la ley al mismo tiempo, de modo que la
relativiza.
U n a segunda diferencia que podemos tener en cuenta, pe­
ro en un plano form al, sin n in g u n a elaboración definida del
contenido, es que en el proceso de convertirse en m ujer encon­
tram os otra forma de creatividad. N o reducidas a u na catego­
ría, y en una relación diferente con la ley y la autoridad, las
m ujeres tienen m uchas posibilidades abiertas a ellas con res­
pecto a este proceso de transform ación. Se h a dicho que este
proceso puede entenderse en términos de sublimación. N o s li­
mitaremos a retener lo siguiente: este proceso es siempre úni­
co, intransferible e irrepetible en su contenido. Existen en él
mucho» desvíos neuróticos, no todos necesariam ente patológi-
onu 1 ‘i'K) lo mejor es con trarrestar la falta de un significante
con (il.m iiii’.nificnnle. Éste os el punto de mayor atractivo alie-
nante de toda ideología y toda m itología. P or diferentes que
sean (desde la m adre en el h ogar h asta la m ujer fatal lib e ra ­
da), todas comparten un rasgo: son reductivas.
L a m eta del psicoan álisis se describe del m ejor modo en
térm inos negativos. N o debe d eteriorarse h asta el punto de
p a sa r a ser un sistem a que se presenta como una respuesta a
la falta del significante. U n a m etáfora clásica describe al neu­
rótico como alguien que p rep ara continuamente sus m aletas,
con la esperanza de poder p a rtir algú n día. En el psicoanáli­
sis se desem pacan esas m a le tas y se exam in a su contenido,
p ara que algún día realm ente se pueda intentar un viaje sin
carga innecesaria. E n el m om ento mismo en que el viaje co­
mienza, el an alista debe ser dejado atrás, si es preciso, como
la últim a pieza de un equipaje superfluo.

NOTA

1. Véase Lacan, D ’un discours qu i ne serait pas du semblant,


seminario inédito, 10 de febrero de 1971. Vor dem Gesetz es el título
de una parábola de Kafka. Inicialmente formó parte del texto de E l
proceso. Se la puede encontrar en el Alm anach neue Dichtung: Vom
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B IBIJO CIIiAK IA

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ÍNDICE DE TEMAS

Abreacción 19, 21, 25, 29, 33, 37-38, 213, 222, 226-228, 231-233, 245,
167, 184 247. 253, 257, 260, 277-289, 295-
Activo-pasivo 283 298, 305-318, 327-331
Afecto 19, 21-26, 33-34, 37, 41, 43, Catarsis 37, 38
50, 106,167, 174, 252 C atexia, véase Investidura 24, 178-
Agencia 52, 253, 317 179
Alienación 68, 143, 173, 225, 228, Causalidad 137, 332
235 Clivaje, véase Escisión
Alucinación 58,168, 188 Complejo de Edipo 41, 68, 82-83,
Ambivalencia 251, 252 128, 140, 164, 190, 253, 257, 260,
Amo 13, 18, 75-78, 80-82, 84. 91-96, 277, 280-281, 283, 290, 294, 297-
113, 116-120, 125, 129, 133-134, 298, 306-307, 313, 317, 330
136, 139-153, 157, 161, 168, 188- Complejo de m asculinidád 282, 292,
189, 212, 222, 230, 239, 241-242, 307
254-256, 259, 289, 293, 295, 228, Com pulsión de repetición 173-178,
318, 327, 332 181, 189, 313, 329
Análisis 11, 42, 49-53, 63, 71, 75, 78, ■ Comunicación 19, 130-135
80, 109, 147, 153, 157, 161, 171, Condensación 25
307-310, 332 Conexión falsa 25, 34
Angustia 21, 41-43, 52, 198-199, 206, Conflicto 20, 23, 33, 38, 52, 62-63,
224, 229, 233-237, 240, 242, 253, 66-67, 177
279, 281, 287, 307, 311-312, 314- Construcción 42, 44, 49, 55, 57, 172,
317, 331,201,229, 235 174, 189, 197, 211, 216, 218, 222-
A n n a O. 34, 111, 168, 184, 293, 300 223, 228, 239-240, 242-245, 249-
Ataque histérico 9, 38, 110, 118 251, 253-254, 298-300, 302, .118,
Autoanálisis 27, 39, 91 330
Bisexualidad 63-65, 83 Contrainvestidura líiH
Castración 11, 82, 140-141, 143, 146. ContrarreprosenLncI<'in IHH lllli
197, 199, 202, 205-206, 210-211, Conversión 9, 19 13, '."i til, 11, III, iii,
58, 104, 109, 120, 162, 229, 315 Erógeno 53, 63
Cuerpo 18-23, 26-30, 34, 53-60, 62, E ros 178, 184
83. 162, 185*186, 288, 294, 315- Escena originaria 36. 42, 49, 329
316. 313, 33d Escisión 20, 47, 312, 314-318, 327,
Cura por la palabra 36, 111 331
Defensa 20, 23, 33, 38-39, 43, 47-49, Escuchismo 153
51, 53, 56-57, 62-63, 166, 190, Espejo 82, 186
197, 200, 233, 252-253, 310, 312, E stru ctu ra 9, 26, 29, 39, 56-58, 61,
314, 316, 327, 330 80, 129, 131-134, 136, 139-140,
Defensivo 61 146, 149, 153, 161, 1S8-189, 283,
Delirio 102 288, 298-299, 305, 330-331, 334
Deseo 17, 21, 24-26, c6, 38, 51, 68, Fading del sujeto 228, 235
75-77, 79-80, 86-87, 105, 116- Fálico 60-61, 66, 70-71, 167, 181, 184,
117, 130, 133, 135, 137, 140-142, 188, 279, 281-285, 288, 292, 295,
144-148, 150-153, 157, 162-164, 306, 312-314, 316, 318, 331-334
167-168, 176, 181-184, 186-190, Falo 30, 60. 63. 68, 82, 97, 185, 279,
195, 202, 207, 211-212, 222-226, 287, 295, 305, 314, 331-334
229, 231-235, 237-239, 241-243, Falocracia 115, 283
251-254, 279-282, 287-292, 295. F a lta 11, 55-61, 66, 70, 83-87, 116-
305-307, 316-31S, 327-330, 332- 117, 134, 137, 141, 143-146, 186,
334 1S9, 197-200, 202, 206, 208, 212-
Desplazam iento 21-26, 30, 188, 197, 213, 216, 222-226, 233-236, 241,
281, 290,310, 329, 331 254, 258-260, 279, 285-290, 293,
Diagnóstico 15, 102-105, 109, 129 295-297, 305-308, 311-312, 314,
Discurso 9-11, 13, 24, 43, 69, 80, 91, 318,329, 331-335
94, 99. 113, 117-118, 121, 125- , F a lta básica 77, 153
126, 129-136, 139-142, 146-149, Fan tasm a 33, 38-39, 43, 50, 52-53,
152, 157, 161, 167, 181, 200, 202, 57-58, 61, 63, 66, S6. 140, 147,
230, 233, 239, 241, 254, 258-259, 149, 153, 157, 172, 174, 183-184,
277-279, 295, 318, 332-334 186-189, 195, 206-216, 221-223,
Disyunción de impotencia 134-136, 225-231, 234-235, 242-246. 253-
147, 152, 295 256, 289-290, 293, 295, 313, 327-
Disyunción del discurso 134-135 329, 332
División 26, 33, 68, 136-137, 140, Fantasm a fundamental 195, 207
142, 147, 152, 179, 181, 184, 186 Fem inidad 53-56, 60, 67-68, 86, 94,
División del sujeto 11, 136, 140, 152, 195, 213, 282, 285, 289-290. 295,
186,225, 317, 327 308-310, 312,314, 327
Dora 52, 60, 63, 75-87, 91, 109-110, Fenómeno 49, 58, 116, 177, 185-186
141, 144, 153, 161, 164, 168, 219, Fijación prim aria 56, 67
292-293, 297, 300 Fobia 20-21, 41, 201-202, 229, 233,
Dostoievski 75, 302 235-240, 249
Emmy von N . 91, 111, 115, 168 Fóbico 256
Energía 20-26, 29, 17, 117, 178 G arante 256
Knlrupin I 11 Goce 181, 184, 188, 195, 222, 224,
línvidÍH di-i pnn<< 11, 260, í79, 281- 234, 236, 253-254, 257, 277-279.
2H2, \'M, ’h ; •>«(>, :)0(i-;i07, 285-288, 294-295, 306, 312-313,
001 316-31.8, 330-332
Hidráulica 162, 167 Im posibilidad 19, 131, 134-136, 141-
Hipnoide 33 143. 147-149, 180-183, 260, 295-
Hipnosis 34, 91, 95, 110, 164 297
Hipocondría 111 Inconsciente 9-11, 18, 24-27, 33-36,
H isteria 9-11, 15-17, 19-20. 23, 25- 39-41, 43-44, 57, 61, 75-78, 83,
27, 33-34, 37-41, 43-44, 49-57, 91, 105, 113, 130, 136-137, 147,
60-62, 66, 68-69, 75-77, 84, 91- 152-153, 172, 174, 183, 188, 298,
94, 96, 98, 101-118, 125, 128, 302, 306, 330
139, 142, 144, 148, 152, 157, 161- Inercia 166, 178
162, 168, 172, 181-184, 189, 195- Interpretación 9, 51, 53, 57, 61, 131,
197, 199, 201, 205-207, 210, 215- 149. 153, 157, 164, 168, 171, 188,
217, 221-224, 226-229, 235, 205. 211, 215, 222-223, 230-231,
242-245. 251, 259-260, 279, 289- 235, 243, 254, 277, 287, 295, 298,
299, 306, 315, 327-330, 332 306, 312, 315-316, 318
Histeria de angustia 21. 41, 225, 236 Interpretación defensiva 316
H istérica 11, 17, 19, 29, 37, 39, 43, Investidura 19-21, 24, 179
47, 57-63, 66, 77, 79. 82-84, 86, -Juanito 300-301
91-94, 101, 105-106, 109-111, -Juego previo 185
116-121, 125, 128-130, 133, 135, Libido 21-24, 41, 44, 63
137-14, 142-153, 161, 168, 171. Lím ite 57. 62
176. 184, 186, 189, 191, 279, 283, M adre 42, 67-68, 79-80, 83-85, 110,
289-298, 300. 306-310, 312, 327- 157, 172, 183-185, 189-191, 277-
334 300, 305-306, 311-314, 316, 330-
Histérico 9-11, 15, 18-19, 26-30, 36- 331, 335
39. 43, 47-50, 53, 57-61, 65-66, Maestro, véase Amo
69-70, 75-77, 83-84, 91-93, 102- M atriarcado 280, 299-300, 302-305
106, 110, 112-115, 117, 141-144, Metonim ia 26, 331-332
148-149, 157, 161-165. 167, 170- Mito 128, 130, 178, 181-184, 259,
171, 183-184, 186-188, 195-197. 277-280. 294. 298-299, 301-302,
206-210, 215-218, 222-224, 226- 330
228, 231, 241-243, 254-256, 259 Modelo 24, 49, 157, 167, 311, 329
Historiales 15, 36, 82, 109, 171 M o ral 111,157
H om bre de los Lobos 176 M uerto 85, 118, 142, 146, 251, 256-
Ideal del yo 82, 312 257, 279, 305
Identidad 62, 65, 83-84, 86, 113, 117, M u je r 63-66, 84-85, 107. 129, 144,
130, 137, 142, 173, 183-185, 208, 168, 183, 277, 280-282, 290-297,
216-217, 219, 222-223, 228-229, 299, 312,316, 317, 330
279, 308, 329 M undo de! semblante 147
Identificación 44, 52-53, 62, 82-83, Narcisism o 60, 133
112, 142, 164, 183, 186, 200, 283, N eurasten ia 21
292-293, 313 N eurosis 11, 21, 47, 51,53-55, 65-66,
Im agen corporal 58, 205 68, 70, 104, 113, 162-164, 171,
Im aginario 11, 23, 30, 39, 42-43, 47, 173-176, 181. 188. 308, 318, 327
50, 52. 55, 57-65, 67, 69, 71, 80- N eurosis de angustia 23, 4 1
82,84-85, 106, 129. 140, 153, 186, N om bre do) Pudro 68, 197, 20f>, 226,
245, 257, 259, 279, 288-289, 21>R, 2:ia-236. «41. 2S7-2fl1>. flílft
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