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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NAYARIT

UNIDAD ACADÉMICA DE TURISMO


COORDINACIÓN DE INVESTIGACIÓN Y POSGRADO

MAESTRÍA EN CIENCIAS PARA EL DESARROLLO, SUSTENTABILIDAD Y TURISMO

REPORTE DE LECTURA:
“”LOS AÑOS OCHENTA: NUEVAS TENSIONES ENTRE TEORÍA E HISTORIA”
-DE LAS TEORÍA DEL DESARROLLO AL DESARROLLO SUSTENTABLE-

ALUMNA: NICTÉ AZÁLEA PEÑA FERNÁNDEZ.


DOCENTE: DR. OCTAVIO CAMELO AVEDOY.
UNIDAD DE APRENDIZAJE: DESARROLLO SUSTENTABLE.

TEPIC, NAYARIT; 14 DE MARZO DE 2017.

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Reporte de lectura: “Los años ochenta: nuevas tensiones entre teoría e historia”
Autores: Esthela Gutiérrez Garza y Édgar González Gaudiano.
Libro: De las teorías del desarrollo al desarrollo sustentable.

En este capítulo, los autores nos refieren las circunstancias y el contexto que
dieron paso al establecimiento de un sistema político, económico y social basado
en el neoliberalismo, aprovechando no sólo la crisis económica que se vivía en los
países capitalistas, sino también la época conocida como Distensión de la Guerra
Fría.

El antecedente a estas transformaciones lo encontramos en la crisis del


keynesianismo, cuyos críticos señalaban la incapacidad del Estado para combatir
la inflación provocada por las gestiones del Estado del bienestar, la corrupción, así
como su intervención en el comercio internacional. Como resultado, el monetarismo
cobró fuerza en los discursos políticos de la época, en especial cuando en América
Latina, los países tercermundistas no pudieron combatir el aumento de las tasas de
interés de sus respectivas deudas externas contraídas con Estados Unidos -el papel
de México fue decisivo, ya que en 1982 suspendió sus pagos, desatando la crisis
de la deuda externa-.
Aprovechando la debilidad de las economías tercermundistas, las
instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial, obligaron a las primeras a aceptar las políticas de austeridad y
cambio estructural, así como a la adopción del monetarismo, lo cual se reflejó en
los salarios (pérdida del poder adquisitivo), y recorte del gasto social del Estado,
para enfrentar el pago de sus respectivas deudas; la conocida como década perdida
en Latinoamérica tendrá como escenario el estancamiento e hiperinflación.
Para 1989, el Consenso de Washington retoma la tesis que los Chicago Boys
se habían encargado de mantener latente desde la década de los cincuenta, con
Milton Friedman a la cabeza, en la que se enaltecían las ventajas competitivas del
comercio internacional, a través de la construcción de un mercado global unificado,

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sentando las bases del resurgimiento del neoliberalismo y el regreso de la mano
invisible.
Los postulados del Consenso de Washington argumentaban la necesidad de
integrar las economías de los países periféricos al mercado mundial, sin importar su
contexto sociopolítico y económico; para ello, era necesario la desregulación y
liberalización comercial, financiera y laboral, por lo que el sector público se vería
afectado por la privatización –de ahí que se limitara la intervención del Estado en lo
económico y social-; y para instrumentar lo anterior, una política de austeridad, tanto
en salarios y gastos del sector público, sería la estocada final.
A partir de lo anterior, las políticas de liberalización económica, el fin del
Estado de bienestar, que incluía la privatización de la mayoría de las instituciones
públicas, transformaron radicalmente el contexto sociopolítico, económico e incluso
cultural de los países más afectados –los de la periferia-, dado que el modelo se
adoptó de manera global.
Los autores refieren el inicio de un círculo vicioso, dimanado de esa
integración global, ya que una de las políticas de estabilización para controlar la
inflación se basó en la sobrevaloración de la moneda local, lo que trajo como
consecuencia la disminución de exportaciones (encarecidas en el mercado
internacional), mientras las importaciones se incrementaron (baratas en
comparación con las anteriores), por lo que esta apertura comercial generó un fuerte
déficit, aunado a una fuga de capitales que, en consonancia, decantó en
devaluaciones y nuevas crisis. Finalmente, para salir del atolladero, muchos de los
países solicitaron ayuda financiera internacional, incrementando sus propias
deudas externas, y dando inicio, una vez más, al círculo vicioso. Por supuesto, son
los países Latinoamericanos los que, 25 años después, continúan atrapados en el
mismo modelo.
Stiglitz (como se citó en Gutiérrez, 2012), critica en su obra El malestar en la
globalización, como ésta no ha conseguido más que ampliar la brecha entre
poseedores y desposeídos, mientras que el precio por mantener el modelo
neoliberal ha impactado terriblemente al medioambiente (sobre todo por los
intereses comerciales industriales), destruyendo el tejido socio productivo, los

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derechos humanos y la ética en los procesos políticos, todo ante la mirada
indiferente de los organismos internacionales (Banco Mundial, el FMI, entre otros)
que, se supone, fueron creadas para promover un crecimiento económico
sostenible y reducir la pobreza del mundo.
Otras críticas a las políticas neoliberales fueron las señaladas por la Cepal
(quienes acuñaron el término década perdida para América Latina), y junto a
Osvaldo Sunkel y José Serra unieron esfuerzos para construir nuevas propuestas
orientadas a mejorar las condiciones en Latinoamérica, subrayando la importancia
del mercado interno, la intervención del Estado en la economía y el fortalecimiento
de la política social para lograr un verdadero desarrollo; el neoestructuralismo
latinoamericano hacía frente al neoliberalismo y sus simpatizantes.
Por otro lado, la publicación de El desarrollo sustentable: transformación
productiva con equidad puso sobre la mesa un tema vital: la importancia del medio
ambiente y su conservación en el paradigma del desarrollo; sin embargo, las críticas
más importantes a este discurso refieren fue el referir al medio ambiente como un
capital natural (dentro del paradigma económico), así como su confianza excesiva
en la tecnología, particularmente la denominada tecnología limpia y eficiente,
destinada a facilitar el acceso al mercado internacional.
Ahora bien, el interés por generar teorías sobre el desarrollo humano,
señalan los autores, tienen como antecedente el trabajo del francés Francois
Perroux, quien mostró gran preocupación por el tercer mundo, sus desigualdades y
alternativas para atenuarlas, en especial al comprender que estas circunstancias
están sujetas a la dominación que los países desarrollados tuvieron, desde la
colonización, en esas regiones, desarticulando las estructuras de producción que,
más tarde, serían obstáculo para su desarrollo. Y como indicador de lo anterior,
señala la ausencia de cobertura de los costos hombres, es decir, aquellos factores
que permiten vivir satisfactoriamente en una época histórica determinada, los
comprendidos como derechos de carácter universal (alimentación, salud, educación
y recreación).
Por supuesto, estas reflexiones se presentaron en momentos de coyunturas
importantes en la historia contemporánea, particularmente durante el Mayo

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Francés, los movimientos estudiantiles en México, la lucha por los derechos civiles
en Estados Unidos, la Primavera de Praga, y las terribles condiciones de vida en
Etiopía o Bangladesh, todos durante los turbulentos 60. Por ello, en 1969, durante
la 11ª Conferencia Mundial de la Sociedad Internacional para el Desarrollo, el
empleo, la distribución de la riqueza, la pobreza, así como las condiciones
elementales para tener una vida física y mental saludable, es decir, específicamente
humana, fueron los temas centrales.
Otra organización que concentró también su atención en el tema del
desarrollo fue la Organización Internacional de Trabajo que, además de contribuir
con los estudios de empleo y del sector informal, definió las categorías de
necesidades básicas como nivel de vida mínimamente digno, acceso a los servicios
públicos, empleo adecuadamente remunerado y medioambiente sano, humano y
satisfactorio. Además, derivado de esta visión integral, aparece el índice de
desarrollo humano (IDH), resultado de una convocatoria de la Naciones Unidas, a
través del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); como
respuesta al PIB, que sólo se enfoca en el dinero y mercancía, el IDH se centra en
el bienestar y capacidades de los seres humano.
La pobreza y hambruna fueron las preocupaciones que llevaron a Amartya
Sen a reflexionar en 1999 sobre el desarrollo, particularmente en lo paradójico que
resultaban los casos de hambruna en lugares donde existen cantidades de alimento
disponible para erradicar a la primera. De ahí que concluyera que, además de los
factores materiales, son las oportunidades que gozan algunos individuos, y otros
no, lo que explica la pobreza extrema. Por lo tanto, definió al desarrollo como la
expansión de las libertades, superación de las privaciones y garantías de lograr
catalizar las capacidades humanas sin que éstas estén condicionadas al contexto
político, económico, social, cultural y ambiental, sin dejar de subrayar que es la
libertad el principal fin y medio para lograr ese desarrollo, clasificándola en libertad
constitutiva (vida digna) y libertad instrumental (derechos y oportunidades).
Finalmente, los indicadores que permitirían analizar el desarrollo, además de la
expansión económica, sería la democracia, las instituciones, las libertades públicas

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y las oportunidades (derecho cívico); y los aspectos a evaluar el nivel alcanzado en
cada país son la esperanza de vida, escolarización y acceso a una vida digna.
Por supuesto, los importantes aportes de Sen no zanjaron la necesidad de
seguir teorizando sobre el desarrollo; el crecimiento demográfico, los impactos
industriales y sus efectos sobre la atmósfera, el agua, los suelos y la propia salud
del humano evidenciaron, desde la década de los 60, como el modelo de desarrollo
dominante había mermado en todos ellos. Desde entonces, diversas disciplinas han
procurado incluir el tema ambiental en sus discursos, formando vertientes analíticas
y corrientes de pensamiento y acción enfocadas en la ecología social, el
ecofeminismo, ecosocialismo y la propia educación ambiental.
El Club de Roma –organización creada en 1968 que se encargó de revisar
diversos fenómenos demográficos, políticos y ambientales-, presentó en su primer
informe de 1972 el argumento de que ningún crecimiento puede ser ilimitado en un
sistema limitado, por lo que la colisión, en ese sentido, sería inminente.
También en 1972, la Conferencia de Estocolmo (Naciones Unidas) reconoce
la necesidad de una dimensión ambiental en el paradigma del desarrollo económico,
por lo que el ecodesarrollo aparece como catalizador de estrategias que impulsen
el entorno biorregional en apoyo de los recursos locales y culturales del mismo.
Para 1987, la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo de las
Naciones Unidas, en Nuestro futuro común (Informe Brundtlan), difunde el concepto
desarrollo sustentable, cuyo manifiesto político obliga a que ciudadanos,
organizaciones civiles y gobierno impulsen acciones, principios éticos y nuevas
instituciones orientadas hacia la sustentabilidad, es decir, al conocimiento que vaya
en consonancia con la vida de los seres humano, mientras promueva el desarrollo
económico equitativo y el respeto al medio ambiente.
Las investigaciones, estudios e informes continuaron enriqueciendo el
concepto hasta nuestros días, a pesar de los detractores que se resistieron (y aún
se resisten) al paradigma ya que no beneficiaba sus intereses particulares e,
incluso, se oponía a los mismos. El fin de la Guerra Fría permitió que el
neoliberalismo se impusiera sobre todos los discursos que se habían unificado en
la búsqueda de soluciones ante las injusticias del mundo, y Estados Unidos

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aprovechó su hegemonía, hasta la fecha, para mantener el rumbo sociopolítico y
económico que, hasta nuestros días, estamos obligados a seguir.

Bibliografía.

Gutiérrez G., E y González G., E (2012). De las teorías del desarrollo al desarrollo
sustentable: Construcción de un enfoque multidisciplinario. Universidad
Autónoma de Nuevo León; Siglo XXI Editores, México.

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