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UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

FACULTAD DE LETRAS

CIUDAD REAL

Pedro Oliver Olmo

LA ACCIÓN COLECTIVA EN LAS PRISIONES


Y EL CAMBIO SOCIAL

Los presos comunes


como sujetos históricos

(PROYECTO DE INVESTIGACIÓN INSERTO EN LA PROPUESTA


ACADÉMICA E INVESTIGADORA, SEPTIEMBRE DE 2005)
Pedro Oliver Olmo

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

3ª parte
La acción colectiva en las prisiones y el cambio social:
Los presos comunes como sujetos históricos 401

0.- El profesor universitario y su labor investigadora 405


1.- Antes de empezar a investigar anotamos tres noticias históricas significati-
vas 409
2.- La perspectiva socioestructural y las hipótesis previas de la investigación 413
3.- Herramientas interdisciplinarias 419
3.1.- Más allá de la historiografía del encarcelamiento 419
3.2.- Conceptos básicos de la sociología de la prisión moderna 421
3.3.- Aplicabilidad de las teorías de la acción y los movimientos sociales 427
3.4.- Conceptualizar las acciones de los presos comunes: resistencias y
luchas 431
4.- Cambio social y prisional: de las noticias históricas a los procesos-tipo 441
5.- Años `70 del siglo XX: la década emblemática de los movimientos de pre-
sos 451
5.1.- La COPEL y su actuación durante la transición democrática en Espa-
ña 453
5.1.1.- La comparación con el cambio en Argentina: progresos y re-
gresos 459
5.2.- Protestas de presos y movimientos solidarios en Europa 467
6.- Protestas, motines y conflictos carcelarios en el presente 475
7.- Reformulación de hipótesis. Objetivos y tareas pendientes 488
8.- Bibliografía usada en el proyecto 495

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Pedro Oliver Olmo

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

PROYECTO DE INVESTIGACIÓN:
ACCIÓN COLECTIVA EN LAS PRISIONES Y CAMBIO SOCIAL

0.- EL PROFESOR UNIVERSITARIO Y SU LABOR INVESTIGADORA

Después de haber planteado la importancia de la renovación pedagógica


en nuestra tarea docente como profesores universitarios de historia contempo-
ránea, esta tercera parte de la propuesta académica e investigadora se centra
en la presentación de un proyecto de investigación que, como ya se ha dicho
en varias ocasiones, en este caso concreto hemos querido que se relacione
con el marco teórico que ha quedado expuesto en la primera parte e incluso
con algunos apartados temáticos de la programación docente. No está de más
recordar ahora el proceso que hemos seguido hasta llegar a este último apar-
tado:

• En primer lugar, se ha realizado un repaso crítico de algunos as-


pectos de la teoría y la historia de la historiografía para observar
en ellas un campo renovado de aportaciones que siguen llegando
a la nueva historia social, en cuyo marco planteamos la posibili-
dad de un pluralismo teórico que alimente una perspectiva so-
cioestructural de la historia del control y el castigo, la cual abarca-
ría a su vez la historia social de las instituciones punitivas y, más
concretamente, por lo que ahora nos toca, la historia de la vida en
las prisiones y las respuestas colectivas de las personas encarce-
ladas por motivos “comunes”.
• En segundo, metidos en la programación docente de Historia
Contemporánea de España e Historia del Mundo Actual, también
hemos introducido algunas generalidades y ciertas concreciones

405
Pedro Oliver Olmo

del devenir de la dialéctica de las libertades y las disciplinas en la


contemporaneidad y el presente. Además, se ha procurado inte-
grar esta problemática en el relato político para evitar las confu-
siones más frecuentes de los estudiantes y los riesgos de caer en
anacronismos y presentismos.
• Y por ultimo, ahora llega el turno de presentar lo que en mayor o
en menor medida está relacionado con todo lo anterior (sobre to-
do con la parte teórica, como ya ha quedado dicho): un proyecto
de investigación que nos interroga acerca del posible papel pro-
activo de los presos comunes en el cambio social. Como se verá,
este proyecto se sustenta sobre algunas hipótesis previas y se
alimenta de fuentes primarias para el estudio de casos, además
de las fuentes secundarias que ofrecen otras realidades naciona-
les (Argentina, países europeos, etcétera), algo que admite muy
bien el método comparativo de la historia social.

Soy consciente de que en cierta medida al final ha resultado ser más im-
portante la propia formulación de nuestras intenciones que los resultados obte-
nidos (los cuales son lógicamente provisionales). Pero igualmente caigo en la
cuenta de que, precisamente, lo que más me ha ayudado es haber formulado
con coherencia esa pretensión ambiciosa. Al menos me ha servido para
aproximarme a la meta integradora de la parte académica y la parte investiga-
dora de toda la propuesta. Sinceramente ha sido decisivo para mí contar con
una voluntad que habiendo sido ahora cuando ha empezado a esbozarse no
terminará aquí, porque comparto con muchos colegas que a fin de cuentas lo
que hacemos y cómo lo hacemos es lo que verdaderamente nos define como
historiadores.
Entiendo que la historiografía es aquello que explicamos y escribimos los
historiadores y sobre lo que también reflexionamos. Por eso, más allá de infor-
mar detalladamente acerca de las posibilidades de unas hipótesis y unas in-
formaciones históricas pasadas y presentes, en realidad, esta proyectada in-
vestigación a la vez que define y concreta su objeto de estudio, funcionalmente
informa de algo más profundo: nos habla de cómo nos planteamos los historia-
dores la otra importante función del universitario que en este caso quiere ser

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

profesor contratado doctor, es decir, cómo valoramos nosotros mismos el des-


empeño de la tarea investigadora partiendo del conocimiento previo de los refe-
rentes teóricos, las herramientas interdisciplinarias y los métodos historiográfi-
cos que son más adecuados para llevar a cabo la investigación.
En cierto sentido estamos ahora mejor dispuestos porque se diría que
tenemos la sensación de estar caminando por campos más trillados. ¿Por qué?
Porque así como suele decirse que el actual Personal Docente e Investigador
(PDI) no ha sido preparado correctamente para ejercer la docencia (y ya lo
hemos dicho también aquí como autocrítica y como deseo de superación de
esos déficits en el contexto del proceso de adaptación al Espacio Europeo de
Enseñanza Superior), en cambio, es de suponer que ese mismo personal está
bastante fogueado –si se me permite la expresión- para el desarrollo de pro-
yectos de investigación como el que aquí se presenta, pues debe considerarse
que hace tiempo que ha obtenido la suficiencia investigadora y la capacitación
que otorga el doctorado.
No obstante, no se debe caer en la retórica de la división estanca entre
docencia e investigación. En términos generales no es aceptable. Es una falsa
polémica que insulta la inteligencia de nuestros alumnos. La investigación,
aunque en gran medida sea una actividad paralela a la docencia universitaria,
debe calar a esta última. ¿Cómo? Por supuesto que participando en los pro-
gramas de doctorado por tratarse de un ámbito específico, pero igualmente no
desdeñando la capacidad de los alumnos de la licenciatura de historia para in-
terrogarnos, no sólo acerca de los contenidos de las materias que impartimos,
sino también sobre el porqué, la metodología y la explicación de nuestras pro-
pias investigaciones.
Corta es aún mi experiencia académica pero no tengo ya la más mínima
duda al respecto: podrá ser mejor profesor cumpliendo su papel de referente
para el alumno aquel que demuestre (también en el aula) con sus conocimien-
tos teóricos y metodológicos que está bien capacitado para investigar la mate-
ria sobre la que orienta y explica.

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

1.- ANTES DE EMPEZAR A INVESTIGAR ANOTAMOS TRES


NOTICIAS HISTÓRICAS SIGNIFICATIVAS

Ya se ha dicho que el historiador usa los métodos inductivo y deductivo


1
dependiendo de la fase en la que se encuentre su investigación . Y demasiado
bien conocemos en la práctica la importancia que tiene la significatividad de la
información a la hora de iniciar una investigación histórica, pues es entonces
cuando inducimos la propia línea a seguir y nos dotamos de un método riguro-
so que, como podrá verse en los siguientes apartados, implica dotarse de un
marco teórico bien fundamentado, formular las hipótesis previas y definir las
categorías conceptuales y su aplicabilidad.
Pues bien, para empezar, o mejor dicho, antes de estructurar el proyecto
de investigación, tomamos nota de tres noticias históricas significativas, aleja-
das en el tiempo pero temáticamente muy relacionadas. Obviamente no hemos
ido al archivo “a ver qué es lo que hay”. No hacemos búsquedas aleatorias de
tesoros ni erudiciones impropias de proyectos que pretenden llevarse a cabo
utilizando determinadas prácticas científicas. Indudablemente esas informacio-
nes originales las hemos conocido en el curso de otras investigaciones y, como
es el caso, suelen quedar desde el principio encuadradas en líneas de investi-
gación relacionadas entre sí.
También es cierto que podríamos dar a conocer más noticias similares, y
de hecho eso mismo forma parte de los objetivos operativos de este proyecto:
acopiar más información de acciones colectivas de presos en los siglos XIX y
XX. Pero como quiera que estas tres noticias que vamos a dar a conocer están
suficientemente cargadas de información, lo importante es que contamos con
algunos estudios de casos que, usando la perspectiva socioestructural, nos
permitan definir posibles procesos-tipo.

1
J.L. Gaddis, El paisaje de la historia…

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Ésa es la cuestión. Así, cuando leamos los apartados teórico-


metodológicos que siguen a éste, sabremos cuál es la información empírica
que en principio nos ha inducido a iniciar este proyecto. Después, en los próxi-
mos capítulos 4 y 5 volveremos sobre estas tres noticias para analizarlas e in-
terpretarlas dentro de la relación del cambio social y el cambio prisional.

• La primera noticia habla de que los presos de la cárcel han conse-


guido hacer público un problema alarmante de supuestos malos tra-
tos propinados por un carcelero a varios presos enfermos. La denun-
cia y la consiguiente petición de investigación de los hechos la han
trasmitido los propios presos a determinadas “personas zelosas que
los han visitado”.
Son, pues, estos últimos los que se han encargado de darla a co-
nocer. Se trata de “gente piadosa” ante la cual el poder político admi-
te que, efectivamente, son tan graves los hechos que la denuncia “no
puede desentenderse”. Inmediatamente se ordena una investigación
independiente a resultas de la cual el sistema carcelario es profun-
damente refutado.
Se ordena a los jueces que visiten a los presos más frecuente-
mente para reunirse con ellos apartadamente, sin la presencia del al-
caide, con el fin de asegurar que no haya intimidación alguna. Ade-
más, la instancia política que ha ordenado la investigación anuncia
una reforma integral del sistema carcelario y pide a esas personas
piadosas (entre la que hay tanto religiosos como laicos) que sean
ellas las que gestionen buena parte del nuevo sistema: la contabili-
dad de la cárcel, la alimentación de los presos pobres, sus quejas y
súplicas, etcétera.
Esa “gente zelosa” era, sin duda, lo que la literatura penalista ha
llamado en otros países “los reformadores”. Pero todo lo que acaba-
mos de relatar ocurrió en las Cárceles Reales de Navarra a finales
2
del siglo XVIII .

2
La información se encuentra en el Leg. 3º, C. 60 (1790) de la Sección Casa Galera,
Cárceles… del Archivo General de Navarra (AGN). Se puede leer el relato completo de los

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

• La segunda noticia se parece algo a la anterior pero cambia la forma


de la acción colectiva. Tras una larga etapa de quejas, los presos se
rebelan arrojando la comida al suelo mientras gritan que no van a
comerla porque está avinagrada y huele a podrida. Al parecer es la
misma comida que la beneficencia municipal ya ha servido en las
ollas públicas de las calles para socorro de los pobres de la ciudad.
Los hechos trascienden el ámbito carcelario y se ordena una in-
vestigación. El resultado de las pesquisas obliga al poder político a
amonestar la forma de ejercer la queja pero también a dar la razón a
los presos, pues se comprueba que, efectivamente, la comida estaba
en muy malas condiciones. Ocurrió en la prisión de la Audiencia Pro-
3
vincial de Pamplona a finales del siglo XIX .
• Y la tercera noticia es en realidad un reguero de informaciones que
nos lleva a los años 1977-1979: tras la amnistía a los presos políticos
antifranquistas comienza en las prisiones españolas una serie de
huelgas de hambre, protestas y motines de presos comunes que se
extenderá por todo el país y dará lugar a la creación de la Coordina-
dora de Presos en Lucha (COPEL).

El estudio de este último caso merece una atención especial ya que se


va a convertir en el más importante de nuestro eje temático. Por eso no sólo lo
analizamos como un asunto más, sino que nos sirve para articular el estudio
comparativo entre distintos países, acerca de la relación entre las protestas de
los presos y los cambios políticos durante la década de los setenta del siglo
XX.

hechos en: P. Oliver Olmo, Cárcel y sociedad represora…, más exactamente en el apartado
titulado “Quejas de presos y refutación judicial del sistema de alcaidías en 1790. Los orígenes
de un asociacionismo filantrópico, «para-penal» y de gestión carcelaria”.
3
Esta información fue obtenida en el Archivo de la Audiencia Provincial de Pamplona
dentro del Libro de Actas de las juntas locales de prisiones (1/10/1888-21/4/1894), L. 591, visita
del día (29/11/1888). El relato completo de los hechos también aparece en: P. Oliver Olmo,
Cárcel y sociedad represora…, más concretamente en el capítulo titulado “Socorro y justicia:
«voces» de súplica, queja y protesta de las personas encarceladas ante los jueces visitadores”.

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Además, por lo que se refiere a España, la experiencia de la COPEL ha


inspirado siempre a las personas que han seguido dinamizando y protagoni-
zando las protestas de los presos hasta la actualidad. Sin embargo, no parece
que hayan vuelto a germinar en un caldo de cultivo propicio.

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

2.- LA PERSPECTIVA SOCIOESTRUCTURAL Y LAS HIPÓTESIS PREVIAS

Recordemos el sentido que se le ha dado al marco teórico de esta pro-


puesta. Veamos ahora si merecía la pena. En la primera parte se destacaban
las posibilidades de la historia social, a pesar de las recurrencias del discurso
que alude a lo insuperable de su crisis y a su disolución en las prácticas histo-
riográficas resultantes del vendaval posmoderno. No se ha negado ese impacto
–de hecho se ha analizado en el marco de la crisis epistemológica y del agota-
miento de los grandes paradigmas del siglo XX-, pero cabe destacar que en la
práctica, es decir, en el día a día de los que investigan y escriben sobre ello, los
historiadores sociales han tenido el talante suficiente para evaluar críticamente
los objetos y los métodos de la historia social en el campo de trabajo de las
ciencias sociales y de la historiografía en general (por ejemplo, el historiador
4
alemán Jürgen Kocka) .
Con todo, y con ser la autocrítica un valor importantísimo para la pervi-
vencia y renovación de la propia historia social, lo más trascendente ha sido el
hecho de que los historiadores hayan seguido practicando historia social y reci-
biendo mientras tanto las nuevas ópticas y los nuevos métodos de las nuevas
historias, fundamentalmente las que priorizan el valor de lo cotidiano y de las
representaciones culturales, la pujante renovación de la historia política, y la
revisión radical que propone la perspectiva de género (más aún cuando se va-
lora la aplicabilidad analítica del gender junto a categorías como las de clase,
tradicionalmente cultivadas por la historia social, además de las de etnia e iden-
5
tidad, más elaboradas por la historia cultural) .

4
J. Kocka, Historia social y conciencia histórica. Madrid, 2001.
5
De la abundante bibliografía destacamos: R. Chartier y “De la historia social de la cul-
tura a la historia cultural de lo social”, en Historia Social, 17 (1993), pp. 97-103; J.W. Scott
(Gender and the Politics of History, Nueva York, 1999); y F. Thébaud, “Le temps du gender “,

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Además, en el encuentro de aportaciones entre lo social y lo político se


observa el rico campo de estudio de la acción social y los movimientos sociales
como componentes del cambio social. En efecto, como se verá más adelante,
la sociología de la agencia humana nos ofrece herramientas conceptuales que,
además de acercar la historia social a la historia de la vida cotidiana, nos ayuda
a ver en la historia seres humanos individuales, gente corriente que actúa y
6
cambia el sistema social con su conducta cotidiana .
En ese sentido, además, nos interesa comprobar la aplicabilidad histo-
riográfica de las tesis que sostienen que la construcción de la sociedad se lleva
a cabo por la acción colectiva y que sus principales agentes son los movimien-
7
tos sociales . En ese sentido, si miramos al período más remoto de nuestro
trabajo de investigación, cabe ubicar el papel para-penal de las asociaciones
de caridad con los presos pobres y más genéricamente las acciones de los re-
formadores de las prisiones desde finales del siglo XVIII, e igualmente y con
más pertinencia los movimientos coetáneos de solidaridad con las personas
encarceladas, una actuación movimentista que como se verá más adelante
vamos a tener muy en cuenta en este proyecto.
Todo lo que acabamos de ver, tanto en su aspecto de renovación teórica
como en su vertiente metodológica, explica la validez de las perspectivas de la
historia social para el análisis y la explicación de los procesos de estructuración
del control social y de los sistemas de castigo. Pero como quiera que no basta
la voluntad para poder definir un marco teórico y un método, si queremos des-
arrollar una perspectiva socioestructural de la historia del control y el castigo,
nos tenemos que apoyar en referentes teóricos bien fundamentados y necesa-
riamente plurales:

• En ese sentido ya se ha dicho que son aprovechables algunos de


los postulados de las tendencias marxistas, tanto la económico-
estructural como la politológica, para analizar las funciones ideológi-

en Ecrire l´histoire des femmes (Fontenay-aux- Roses, ENS, Éditions Fontenay/Saint Cloud
collection Societés, Espaces, Temps, 1998, pp. 109-161).
6
Anthony Giddens, The Constitution of Society, Cambridge, Polity Press, 1984.
7
P. Sztompka, Sociología del cambio social, Alianza, Madrid, 1995, pp. 125-256.

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

cas del derecho penal en el ocultamiento de los intereses de clase y


de la represión de conflictos sociales a través de sistemas y subsis-
temas de control y castigo (una idea que junto a los marxistas tam-
8
bién sostienen Weber, Foucault y Elias) .
• Asimismo tiene una enorme validez la obra de Foucault, de cuyo
impacto no se han librado los análisis marxistas, sobre todo su des-
cripción del poder microscópico, y más aún cuando se observan los
espacios y las prácticas de control y castigo. No obstante, conviene
estar al tanto de la historiografía postfoucaultiana. Hay muchas obje-
ciones que hacer a Vigilar y Castigar, pero quizás nos interese ahora
más que ninguna otra el hecho de que en las tesis foucaultianas del
triunfo histórico de la prisión no aparece alusión alguna a la resisten-
cia de los presos, seguramente porque eso pondría objeciones a la
propia idea de la extensión y el calado del proceso disciplinario.
• Desde otro punto de vista (que nos conectaría con la influencia de
C. Geertz y la Nueva Historia Cultural) también se ha visto que la pe-
nalidad, siendo una institución social, se expresa culturalmente con
discursos y políticas definidas e igualmente a través de las rutinas
punitivas y de sus lenguajes. Entender lo penal como una acción de
significación cultural conecta con la idea de las expresiones de la
conciencia colectiva que sostenía Durkheim a propósito de las fun-
ciones sociales del castigo, e introduce en el análisis el plano de las
sensibilidades civilizadas que entresacamos de N. Elias y Pieter
9
Spierenburg . Así podemos ver la relación entre la respuesta punitiva
y la evolución de la estructura cultural que se significa a través de las
sensibilidades sociales civilizadas, reprimidas, autocontroladas o in-
10
hibidas . Y por eso mismo también represoras, porque todas esas
sensibilidades operan en el mismo campo simbólico.

8
D. Garland, Punishment and welfare. A history of penal strategies, Aldershot, 1985.
9
P. Spierenburg, The Prison experience. Disciplinary Institutions and Their Inmates in
Early Modern Europe, Rutgers University Press, 1991.
10
J. Pratt, Punishment and Civilization: Penal Tolerance and Intolerance in Modern So-
ciety, London, 2002. Véase también: J. Pratt, “The disappearance of the prison: an episode in

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Con esos modelos por referencia, más algunos otros que no se citan
ahora (pero irán saliendo a propósito de la sociología del encarcelamiento y las
herramientas de análisis de las acciones colectivas de los presos), tenemos la
base teórica plural para una perspectiva socioestructural de la historia del con-
trol y el castigo, lo cual conlleva consecuencias metodológicas evidentes. En
efecto, cuando abordábamos la cuestión de la generalización o la particulariza-
ción vimos la validez del método comparativo para el estudio de los procesos
sociales. J. Kocka lo explica desde varias ópticas: una visión heurística de la
comparación nos explica su utilidad para partir de lo micro y plantearnos gene-
ralizaciones de procesos macro; desde otra perspectiva más puramente des-
criptiva el método comparativo sirve para definir mejor el perfil de los casos in-
dividuales; y con un punto de vista paradigmático se entiende que la compara-
ción posibilita el diálogo con otras ciencias sociales.
Si ahora nos acercamos a nuestro objeto de estudio vemos la utilidad
que tiene para nosotros el método comparativo. Comparamos, claro está, por-
que tenemos hipótesis previas que nos hacen arrancar y después dirigir nues-
tra investigación así como la posterior explicación histórica:

• Desde la historiografía a la sociología del castigo en el presente


hacemos una lectura procesual y estructurante del devenir de las ins-
tituciones punitivas y de control para preguntamos:

o 1ª.- ¿Qué funciones sociales (hacia fuera) ha ido cumpliendo


la cárcel moderna?

o 2ª.- ¿Y qué consecuencias (internas) acarrea en la vida de las


personas privadas de libertad?

• En el marco de la cuestión anterior, tan global y envolvente de fenó-


menos e instituciones que denotan multitud de significados, situamos

the civilising process”, en C. Strange y A. Bashford, Isolation. Places and Practices of Exclu-
sion, London, 2003.

416
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

las dos preguntas directrices de este proyecto: la primera de ellas


hay que ubicarla en el ámbito del debate teórico porque implica una
nueva perspectiva y se construye en torno a conceptos de otras dis-
ciplinas (como el de prisionización, que proviene de la criminolo-
gía)11; y la segunda, que va a derivar de la respuesta afirmativa que
damos a la primera, se convierte en hipótesis previa y acaba siendo
la guía de todo el proyecto:

o 1ª.- ¿Es posible una historiografía que desprisionice la figura


del preso común para que pueda ser re-politizada?

o 2.ª- ¿Son los presos comunes siempre receptores o pueden


llegar a ser actores del cambio social?

Esta última pregunta es la más importante de cara al trabajo de


investigación porque dibuja un campo denso de interrogantes más
operativos, entre los que podríamos señalar:

ƒ ¿Qué agentes sociales intervienen en la interacción del


cambio social y el cambio prisional?

ƒ ¿Cuándo las personas encarceladas pasan a ser parte


activa de esos cambios?

ƒ ¿Cómo se pasa de un tipo de respuestas reactivas a un


modelo de acción pro-activa?

Como puede verse nos preguntamos acerca de fenómenos relaciona-


dos. Ubicamos las preguntas directrices en el contexto de acontecimientos que
indican cambios sociales e históricos importantes para preguntarnos acerca de
los comportamientos colectivos y las protestas de los presos. Y ya se ha dicho
también que con eso no buscamos definir leyes generales a partir del estudio

11
D. Clemmer, The Prison community, Nueva York, 1940.

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Pedro Oliver Olmo

de casos sino destilar similitudes y diferencias en objetos de estudio compara-


dos.
Esto es coherente con algo que ya se ha dicho en la primera parte: defi-
nimos el encarcelamiento no sólo como forma de castigo institucionalizado, lo
que limitaría los perfiles de nuestro objeto de estudio a marcos normativos y
regimentales, sino por su relación con los mecanismos de control social y con
sus funciones en el devenir histórico, lo que, entre otras cosas (y sin caer en
funcionalismo teorético alguno), amplía y densifica la textura de nuestro objeto
y, además de permitirnos comparaciones, también se nos ofrece como campo
compartido con otras ciencias sociales (y penales).

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

3.- HERRAMIENTAS INTERDISCIPLINARIAS

3.1.- MÁS ALLÁ DE LA HISTORIOGRAFÍA DEL ENCARCELAMIENTO

Por nuestra parte ya ha quedado dicho que los estudios sobre la historia
de la prisión, fundamentalmente los que se han realizado con motivo de nues-
tra tesis doctoral, pretenden aprehender el devenir cambiante de la conforma-
ción dinámica de un orden social represor. En la estructuración de ese orden
cumple un papel relevante la prisión, una institución que responde bien a las
necesidades punitivas de las sociedades capitalistas, pero cuyas formas eran
más antiguas, porque el hecho mismo de que unos hombres encerraran a otros
se estructuraba en una larga cadena histórica de formas carcelarias y de con-
formación de actitudes socioculturales favorables hacia el encarcelamiento12.
Para ello hay que abarcar un tiempo largo que nos permita percibir los
cambios en los procesos sociales de criminalización y punición. Así, arranca-
mos de la Baja Edad Media para detenernos en el período de edificación de un
modelo de Estado liberal-autoritario en el que podemos visualizar sus comple-
jas (y no pocas veces cuasi-invisibilizadas) estructuras de dominación, desde
hace ya dos siglos y hasta el presente, ese tiempo social y cultural que quizás
también podríamos llamar el de la era penal de la civilización capitalista, cuyas
racionalidades punitivas se han ido universalizando y proyectando de una for-
ma cada vez más globalizada: desde la prisión moderna a los últimos modelos
criminológicos basados en la emergencia, la excepcionalidad y la intolerancia
penal.

12
P. Oliver Olmo, Cárcel y sociedad represora…

419
Pedro Oliver Olmo

El resultado de este trabajo analítico ha sido una historiografía socioes-


tructural con una interpretación no determinista que trae a colación una expli-
cación multicausal en la que concurren varios factores en mayor o menor me-
dida determinantes de la compleja transformación de las sociedades. Se han
tenido en cuenta, además de factores relacionados con la producción de sensi-
bilidades civilizadas, los cambios en los procesos de estructuración social y
económica y los discursos y las prácticas políticas e institucionales que han ido
creando significados culturales de larga duración.
En estos momentos se proyecta esta nueva investigación a partir del
alimento que proporciona la orientación historiográfica que se acaba de reseñar
(sobre la que no es menester detallar mucho más pues está publicada en otros
trabajos, alguno de ellos recientes y con referencias actualizadas)13. Además,
recuérdese que en la primera parte de esta propuesta académica e investiga-
dora se ha enmarcado teóricamente la cuestión a través de la historización de
dos conceptos-clave en los análisis de la historia de la prisión: el castigo y el
control social.

13
P. Oliver Olmo, “El concepto de control social en la historia social: estructuración del
orden y respuestas al desorden”, Historia Social, nº 51, 2005, pp. 73-91.

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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

3.2.- CONCEPTOS BÁSICOS DE LA SOCIOLOGÍA DE LA PRISIÓN


MODERNA

Pues bien, con los fundamentos teóricos, conceptuales (y también de


contrastación empírica) que ya hemos conocido en el campo propio de la histo-
riografía de la prisión, vamos a pasar ahora a repasar algunos otros conceptos
y planteamientos que son básicos en la sociología del encarcelamiento y que
nos van a ser de gran utilidad. Tan sólo se hace aquí una aproximación para
explicar brevemente por qué vamos a usar conceptos sociológicos y criminoló-
gicos como estigmatización, violencia institucional (violencia penal) y sobre to-
do prisionización.
Seamos conscientes de las consecuencias de una idea que como histo-
riadores puede parecernos una obviedad: la prisión no es una mera realidad
jurídica, es ante todo una realidad social14. Empero, hay saberes (incluidos cier-
tos enfoques idealistas de la evolución del derecho que ya se han criticado en
la primera parte de esta propuesta), y hay sobre todo muchos discursos e infi-
nidad de prácticas, millones de rutinas de poder, que se sostienen sobre una
consideración exclusivamente normativa de las instituciones de castigo.
Por eso las ciencias sociales en su conjunto deben ir más allá las estruc-
turas jurídicas, incluso más allá de la mera evaluación de la fase de ejecución
penal, una actividad que tampoco realizan muchos de sus responsables, sobre
todo los jueces que han dictado las penas privativas de libertad o las decisio-
nes de prisión cautelar y preventiva15.
Por todo ello, el enfoque de la sociología penal y la criminología radical
(asimismo el que se realiza desde nuestra perspectiva historiográfica) se centra

14
D. Garland y P. Young, The Power to Punish. Contemporary Penalty and Social
Analysis, 1983.
15
I. Rivera Beiras, La cárcel en el sistema penal. Un análisis estructural, Barcelona,
1995.

421
Pedro Oliver Olmo

en la crítica de las respuestas punitivas, para cuestionar la violencia institucio-


nal -una suerte de victimología al revés- y esclarecer la función legitimadora y
reproductora de las leyes después de desvelar las funciones reales de las insti-
tuciones carcelarias. Es en ese sentido -explica Alessandro Baratta-, como se
puede entender el planteamiento de la criminología radical: la prisión normaliza
como delitos punidos lo que en realidad son conflictos sociales (tales como la
16
desigualdad, la pobreza, etcétera) .
E igualmente así puede explicarse la aplicabilidad de las tesis de la eti-
quetación y la estigmatización de E. Goffman (a su vez tan relevantes para en-
tender la función de la ya citada prisionización)17.
Más pertinente se nos hace toda esta conceptualización cuando la evi-
dencia empírica nos habla una y otra vez, caso a caso, estudio histórico tras
estudio histórico, de la relación directa entre prisión y pobreza, o mejor dicho,
entre la reproducción del sistema prisional y la gestión de la pobreza estructural
(de los pobres marginales a las actuales underclass) y de determinadas situa-
ciones de empobrecimiento de las clases trabajadoras y de las capas sociales
más vulnerables y actualmente más desprotegidas.
Es decir, que resulta a todas luces pertinente realizar una sociología de
la prisión y la pobreza, un campo de estudio de las ciencias sociales en el que
nos planteemos la comprobación como hipótesis de lo que sin duda la eviden-
cia historiográfica y la propia historia del presente ofrecen como verdades uni-
versales permanentes:

• ¿Se castiga sólo a los pobres?


• ¿O es inapropiada es categoría pues tal y como indica la codificación
penal se castiga a todos por igual?
• ¿Acaso delinquen más los pobres?
• ¿Es que hay una aplicación selectiva de las penas privativas de liber-
tad a sectores sociales marginados?
• ¿Cumple la prisión una función criminógena?

16
A. Baratta, Criminología crítica y crítica del derecho penal. Introducción a la sociolo-
gía jurídico-penal, Madrid, 1993, pp. 55-66, 81.
17
E. Goffman, Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires, 1995.

422
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

• ¿El funcionamiento del sistema penal-punitivo no contempla una es-


pecie de reclutamiento de la población carcelaria (reincidencias, mul-
ti-reincidencias, etcétera)?
• ¿Y cómo interpretamos esa evidencia de la historia del presente que
nos dice que la pena privativa de libertad es hoy por hoy más reina
que nunca en el sistema punitivo?
• ¿Acaso la construcción social del concepto de delincuencia no se ob-
jetiva cuando los delitos concebidos legislativamente son percibidos
efectivamente como perseguidos y penalizados?

Estas preguntas y otras muchas, claro está, también conectan con aque-
llas otras que suelen hacerse los actores del control social (y los ciudadanos
que quieren cambiar su residencia o llegan por primera vez a una ciudad):

• ¿Dónde están las zonas de la delincuencia y el desorden o las ba-


rriadas más peligrosas?

Ya se sabe, pero se obvia, que la respuesta sobre la topografía delin-


cuencial es ambivalente, y lo sabemos con más claridad desde que lo explicara
18
Edwin H. Sutherland : por un lado tendríamos que buscar a los delincuentes
de cuello blanco en sitios habitualmente considerados como no criminógenos,
es decir, las oficinas, los consejos de administración, los bancos, las empresas
y hasta las instituciones públicas, cometiendo delitos contra derechos y liberta-
des individuales y sociales que no siempre se señalan y fijan como tales (espe-
culación inmobiliaria, tráfico de influencias, corrupción política, vertidos vene-
nosos para el medio ambiente, acoso laboral, despidos, etcétera).
Y por otro lado, en otros ambientes, incluyendo los reformatorios y las
prisiones o las oficinas de asistencia y control postpenitenciairo, encontramos a
los delincuentes convencionales perpetrando robos y hurtos o delitos contra la
salud pública (eufemismo de tráfico de estupefacientes). Ésta es la clientela
que mayoritariamente nutre el sistema penitenciario y, como no puede ser de

18
E.H. Sutherland, White collar crime, Nueva York, 1949 (en castellano: Ladrones Pro-
fesionales, 1993).

423
Pedro Oliver Olmo

otra manera, esa población es la que más abulta en nuestros objetos de estu-
dio como historiadores o sociólogos del encarcelamiento. Lógico.
Pues bien, si lo que aquí pretendemos es preguntarnos acerca del papel
de los presos en las acciones colectivas que protagonizan, a todas luces nos
conviene saber algo de sus características personales. Por eso seguimos acu-
diendo a lo que se plantea desde las sociología (y otras ciencias sociales como
la psicología) acerca de los cambios que sufren las personas que acaban en
prisión sabiendo que provienen en su gran mayoría de sectores marginados de
la sociedad que arrastran crisis crónicas de empobrecimiento y situaciones de
desestructuración en sus familias con consecuencias desocializadoras para los
menores.
Todo indica que la pena de prisión provoca el desarraigo y la desvincu-
lación familiar por lo que retroalimenta las circunstancias sociales que en gran
medida ampliaban las causas para cometer delitos e ingresar en prisión (ésa
sería la función de autorreproducción del sistema penal-penitenciario).
Pero yendo al corazón mismo de la cotidianidad de los presos lo que ge-
nera el propio encierro (con sus tratamientos premial-punitivos) es una repre-
sentación cultural de lo que podríamos llamar el estatus social de preso, es de-
cir, lo que D. Clemmer denominó prisionización:

“La adopción en mayor o menor grado de los usos, costumbres, tradi-


19
ción y cultura general de la penitenciaría” .

Para llegar a la prisionización el preso sufre un proceso de desidentifica-


ción social y personal. Cambia. Es distinto. Asume que está en otro sitio y que
su identidad es muy distinta a cuando estaba en libertad.
En otra palabras: la prisión desocializa al preso para que se adapte a la
institución, lo cual conlleva la interiorización de las expresiones dominantes de
las subculturas carcelarias (atuendo, tatuajes, ritos, etcétera). Así se cronifica la
prisionización en la psicología del preso. A esto hay que añadir un proceso de
desvinculación familiar en el que muchas veces surgen conflictos que también
se cronifican por la separación y el alejamiento.

19
D. Clemmer, The Prison community…

424
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

Finalmente, el deterioro continúa después de la prisión, porque se trata


de un ex-recluso que en la vida normalizada expone su estigmatización con las
propias señales de su prisionización, porque no tiene vínculos socio-familiares
o los que tiene se han visto negativamente afectados por el encarcelamiento, y
porque afronta dificultades económicas o hábitos desocializadores que le difi-
cultan su reinserción laboral, todo lo cual en muchos casos provoca que la sub-
cultura carcelaria acabe abigarrando al ex-recluso a algún tipo de subcultura
delincuencial o al menos aumente el riesgo de reincidencia en el delito y el
20
consiguiente reingreso en prisión .
.

20
Hay estudios concretos que en España han aplicado a territorios concretos esta idea
de sociología de la prisión en su relación con la marginación social: C. Manzanos Bilbao, Cár-
cel y marginación social, Donostia, 1991.

425
Pedro Oliver Olmo

426
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

3.3.- APLICABILIDAD DE LAS TEORÍAS DE LA ACCIÓN Y LOS


MOVIMIENTOS SOCIALES

Aunque ya se ha adelantado nos detenemos ahora en esta cuestión


porque la aplicabilidad de las teorías de la agencia y de los movimientos socia-
les se convierte en un eje fundamental de nuestro proyecto. Sabemos que esta
temática ha caminado desde la sociología a la ciencia política para incorporar-
se también a la nueva historia política.
No vamos a reproducir aquí el viejo debate entre el subjetivismo webe-
riano (lo que cuenta es la acción individual y entre sujetos) y el objetivismo dur-
heimiano (hay un poder –social- exterior a los individuos que determina su ac-
tuación y conciencia). Nos interesa tomar en consideración las teorías de la
acción social y de la agencia humana (ya citadas) para enmarcar en ellas el
fenómeno de los movimientos sociales como agentes del cambio social.
Según Piotr Sztompka las más importantes teorías al respecto han des-
tacado varios componentes básicos del cambio social: las ideas como fuerzas
históricas (a la manera de Max Weber y su explicación de la influencia de la
ética protestante en el origen del capitalismo), las estructuras normativas (si-
guiendo el modelo que iniciara E. Durkheim), los grandes individuos (cuya teo-
rización realizó Thomas Carlyle), las revoluciones (con estudios imprescindibles
de la sociología histórica, como los de Theda Skockpol y Ch. Tilly), y los movi-
mientos sociales (de cuyo tratamiento en las ciencias sociales se ocupa una
pléyade de autores como A. Touraine, S. Tarrow, B. Klandermans, Dough
McAdam, John. D. McCarthy, Mayer N. Zald, etcétera)21.
Por nuestra parte no queremos conocer las teorías y las conceptualiza-
ciones para el estudio de los movimientos sociales con el fin de analizar com-
portamientos colectivos generales. Nos interesa para hacer análisis de tipo his-
tórico-comparativo, con la intención de comprender y explicar las condiciones
en las que se han producido experiencias de acción colectiva en las prisiones.

21
P. Sztompka, Sociología del cambio social…

427
Pedro Oliver Olmo

Resulta muy útil, eso sí, conocer la conceptualización que hoy por hoy más se
está aplicando en el estudio de los movimientos sociales22:

• En primer lugar, para estudiar la interacción del mundo prisional y los


movimientos de apoyo a las personas encarceladas podemos aplicar
el concepto de estructura de oportunidades, porque nos puede dar
pistas acerca de los contextos de la protesta de los presos y nos in-
troduce en el meollo de la relación entre instituciones y agentes ac-
tuantes.
• En segundo, el concepto de estructuras de movilización puede expli-
carnos situaciones de movilización de recursos, no pocas veces por
parte de gente que busca soluciones pragmáticas a situaciones alar-
mantes de injusticia en las prisiones (e incluso con cierta tendencia
formalizadora e institucionalizadora en el caso de organizaciones de
ayuda a los presos comunes que históricamente han llegado a cum-
plir un papel para-penal). E igualmente hay que considerar la impor-
tancia de los contextos identitarios, los vínculos sociales y las rela-
ciones informales como estructurantes de la protesta de los presos,
la solidaridad de algunos sectores y la movilización de familiares y
amigos. Esto último nos lleva al siguiente concepto.
• Por último, el concepto de marcos interpretativos culturales nos obli-
ga a pisar tierra, es decir, a detectar o no elementos de mediación
entre las oportunidades y los recursos para que la gente se decida a
actuar en común y para que, más allá de que compartan los mismos
significados culturales los actores implicados en la acción, también
puedan hacerlos llegar al mayor número de audiencias posibles, algo
que se convierte en decisivo para que las protestas de los presos
comunes no sean consideradas meras pulsiones ansiosas, pues la
imagen que se transmite de este tipo de actuaciones suele estar cu-
bierta por un umbral de criminalización que en principio juega muy en
contra de la legitimidad de la resistencia o de la lucha de los presos.

22
D. McAdam, John D. McCarthy y Mayer N. Zald (eds), Movimientos sociales: pers-
pectivas comparadas, Madrid, 1999.

428
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

Para evitar el riesgo de usar esas herramientas como esponjas que lo


absorben todo, en la investigación habrá que concretarlas pensando en una
conceptualización específica de la acción de los presos. Lo decimos porque,
evidentemente, no estamos queriendo decir que estos conceptos sean aplica-
bles como variables dependientes de todo tipo de expresiones de acción colec-
tiva en las cárceles, entre otras cosas, porque la experiencia demuestra que no
pocos motines de presos son tan fortuitos que no hay posibilidad alguna de
estructurar recursos organizativos, no existe base alguna de una supuesta es-
tructura de oportunidades que les ayude a incidir en el poder político y provocar
cambios, y tampoco consiguen visibilizarse ante la opinión pública y ser escu-
chados por existir nuevas sensibilidades al respecto. Son represaliados y pun-
23
to .
Pero en cualquier caso, y para terminar con este asunto, veamos o no la
pertinencia de usar como instrumentos de nuestros análisis historiográficos es-
tas u otras formas de explicar la textura de la acción colectiva, está claro que
los movimientos sociales son una de las importantes encarnaciones de la
agencia humana. El cambio social se explica en gran medida gracias a que la
acción de los hombres, en este caso los presos, se encuentra en el corazón
mismo de la dialéctica entre estructuras y agencias (la veamos como una ac-
ción social desde arriba –por ejemplo, las respuestas de los directivos y opera-
rios de las prisiones- o desde abajo, como es el caso de las protestas colecti-
vas).
Volveremos sobre esto pero de momento podemos adelantar una de las
preguntas que vamos a hacernos a propósito de la interacción entre: por un

23
Estos conceptos no son siempre válidos, incluso para analizar el surgimiento de nue-
vos movimientos sociales que después sí han ido provocando la ampliación de la estructura de
oportunidades políticas, como es el caso del movimiento de defensa de los derechos de los
homosexuales en EEUU, originado por el llamado Stonewall Riot de julio de 1969, cuando los
dueños de un bar gay del Greenwich Village se hicieron fuertes y lucharon contra una redada
de la policía. A partir de ese momento fortuito el movimiento gay creció rápidamente. Véase
Doug McAdam, “Oportunidades políticas: Orígenes terminológicos, problemas actuales, futuras
líneas de investigación”, en D. McAdam, John D. McCarthy y Mayer N. Zald (eds), Movimientos
sociales…

429
Pedro Oliver Olmo

lado las peticiones, quejas y denuncias de los reformadores de las prisiones a


finales del siglo XVIII; por otro, las quejas judiciales de los presos; y por último,
los cambios estructurales y de sensibilidad que se están produciendo en líneas
generales durante ese período.
¿Qué ocurre cuando esos dos actores –reformadores y presos- interac-
túan con otras expresiones de la agencia humana (tales como gente de Iglesia,
magistrados, etcétera)? Así hemos llegado (o en realidad hemos vuelto) a las
preguntas directrices de este proyecto de investigación.
Vamos, pues, a definir mejor la conceptualización de la acción colectiva
de los presos para pasar inmediatamente después a conocer la información
empírico-histórica que queremos analizar con estas herramientas interdiscipli-
narias.

430
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

3.4.- CONCEPTUALIZAR LAS ACCIONES DE LOS PRESOS


COMUNES: RESISTENCIAS Y LUCHAS

Lo que acabamos de ver acerca de la aplicabilidad de las teorías de los


movimientos sociales y de algunos conceptos construidos por la sociología del
encarcelamiento nos sugiere de forma inmediata la necesidad que tenemos de
definir en nuestro proyecto de investigación la heurística del movimentismo de
los presos.
Previamente a cualquier otra conceptualización nos vemos obligados a
referirnos a la distinción entre presos políticos y presos comunes que se ha ido
imponiendo en la historia de la prisión moderna. Se trata de una clasificación
de facto, casi siempre informal y lógicamente muy cambiante; pero es inevita-
ble colegir que esencialmente ha mantenido siempre la misma naturaleza: si
con los presos por motivos políticos siempre aparece el conflicto respecto de la
legitimidad del propio encarcelamiento, con los presos considerados comunes
porque han delinquido funciona prácticamente en todas las épocas una especie
de estructura de consensos punitivos que acompaña a los procesos de etique-
24
tación de las conductas que se consideran delictivas .
Por eso es más fácil que los presos identificados y autoindentificados
como políticos articulen la solidaridad de grupo, entendiendo que se habla de
grupos de presos que al menos se plantean resistir los efectos más negativos
de la vida en prisión. Porque existe una identidad previa ahora apoyada sobre
un conflicto de legitimidades punitivas que a su vez se retroalimenta con otras
muchas diferencias políticas e ideológicas que están en curso mientras ellos
permanecen presos. Eso mismo suele convertirse en un recurso individual para
el preso político que está ofreciendo resistencia al proceso de prisionización, y
en un marco compartido de valores e identidades que ayuda a poner en funcio-
namiento determinadas estructuras de movilización para la acción colectiva de

24
Un desarrollo de la idea de los consensos punitivos en: P. Oliver Olmo, Cárcel y so-
ciedad represora….

431
Pedro Oliver Olmo

resistencia a la represión o de lucha reivindicativa de mejoras y de derechos,


además de la posible prolongación en la cárcel de la lucha política que se ejer-
cía en la calle.
En cambio, como ya se ha dicho, son los llamados presos comunes los
que en líneas generales interiorizan los procesos de prisionización, lo cual im-
plica la consideración de muchos matices que no se van a exponer aquí. En
términos durkheimianos podríamos decir que su nueva identidad como preso
(se le llame penado, corrigendo o interno) es exterior a él y le llega de forma
coactiva. Así adquiere una identidad institucionalizada, en el sentido de etique-
tada, resultado de un proceso previo de desidentificación personal y social25.
Pero no olvidemos que la identidad remite al mismo tiempo al nivel más subje-
tivo del ser humano. Y que es dinámica.
Lo que resulta hasta irónico –una paradoja que marca la vida de muchos
presos comunes- es que desde el punto de vista de la psicología social (incluso
con diferencias de psicología evolutiva según se trate de presos jóvenes o
adultos), esa identificación con subculturas carcelarias (con sus lenguajes y
signos culturales), aunque estigmatiza al preso (y ya sabemos de qué manera
cuando sale de prisión), puede ser vivida por él durante el tiempo de reclusión
como una forma de resistencia para sobrevivir con cierta autonomía frente a la
uniformización del sistema penitenciario. Así es como podríamos interpretar la
tesis Erving Goffman expresada en su obra Asylums: el yo del interno siempre
se construye contra algo.
En ese caso, y dependiendo de situaciones de conflicto o de violencia
institucional y de concurrencia o no de subculturas prisionales, la identidad del
preso como tal preso oscila siempre entre identificarse o desidentificarse con la

25
Esto -afirma Garland matizando a Foucault- es coherente con la idea del fracaso his-
tórico de la prisión moderna, porque (a diferencia de la escuela y de otras instituciones discipli-
narias) la cárcel fracasa en su intención de imponer en el preso un proceso de regeneración y
disciplinamiento social con el que el preso no se siente ni identificado y no quiere ser parte
activa (algo que sería lógico para Durkheim, pues el delincuente ya ha dado muestras de su
anomia y ha disipado en su personalidad el orgullo y el respeto moral que requiere toda auto-
disciplina). Véase: D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 204.

432
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

26
institución, pero, eso sí, interiorizando el sentimiento de estar contra algo . Los
estudios de Patricia O`Brien sobre las cárceles francesas del siglo XIX demues-
tran que las señales de la resistencia no eran (como dice Foucault en Vigilar y
Castigar) esos cuerpos resistentes de reos que se enfrentan al cuerpo institu-
cional de la prisión, sino formas alternativas de lenguaje e identidad cultural
además de conductas diferenciadas respecto de la institución, todo lo cual ayu-
daba a constituir subculturas penitenciarias27.
Conviene tener en cuenta todos estos postulados para profundizar en el
origen y más aún en los cambios de los comportamientos –digamos- prisioni-
zados. Porque a su vez van a incidir también en la creación de tradiciones cul-
turales en las formas individuales de resistencia y las expresiones colectivas de
la protesta de los presos. En efecto, se detectan formas comunes de amotinar-
se que han acabado por constituirse como tradición cultural identitaria de los
presos comunes: plantes, automutilaciones, toma de rehenes, quema de ense-
res, etcétera.
De nuevo metidos en el asunto que nos ocupa, el de las respuestas co-
lectivas, consideremos una experiencia histórica prisional que va a ser crucial:
aunque la construcción histórica de la distinción entre presos políticos y presos
comunes haya sido a la vez negada y promovida por las políticas penales y las
instituciones carcelarias, el contacto entre esos dos grupos de reclusos siempre
ha generado percepciones y autopercepciones identitarias contrapuestas, lo
cual aunque ahondaba la separación en ocasiones también propiciaba aprendi-
zajes mutuos. Así se explican ciertos procesos de politización en el caso de los
presos comunes, un horizonte que los sistemas penitenciarios procuran evitar
(volveremos sobre esto cuando hablemos de las acciones colectivas en los
años setenta del siglo XX, porque el contacto de políticos y comunes en las
prisiones explica en parte tanto los fundamentos como las formas de algunas
protestas de presos comunes).

26
E. Goffman, Internados... Un análisis riguroso sobre las consecuencias psico-
sociológicas del encarcelamiento en: J. Valverde, La cárcel y sus consecuencias, 1991.
27
P. O`Brien, The promise of punishment: Prisons in nineteenth century France, Prince-
ton, 1982.

433
Pedro Oliver Olmo

Ciertamente, pueden generarse procesos de re-identificación grupal de


los presos comunes en un sentido político (o politizado), por oposición expresa
a la institucionalización y la etiquetación como sujeto pasivo y marginal o inclu-
so peligroso para la sociedad. En algunos casos, todo hay que decirlo, eso ocu-
rre gracias a la presencia en los espacios o entornos carcelarios de ideologías
de izquierda que deconstruyen la etiqueta de preso común para reelaborar una
28
identidad de preso social
Pero, aunque es notoria la presencia de estas ideologías en los movi-
mientos de solidaridad con los presos, no suele ser lo más relevante en la his-
toria de las acciones colectivas de los presos comunes. Y además, como ve-
remos cuando hablemos más adelante de los motines y las protestas en el úl-
timo tercio del siglo XX y primeros años del XXI, algunas veces la construcción
de la identidad colectiva de los presos comunes aparece de forma sobrevenida
y actúa como identidad re-activa frente a la identidad pro-activa de los presos
políticos (como se verá, es esto lo que en parte ayuda a explicar las protestas
de los presos comunes durante las transiciones democráticas en España y en
Argentina, una vez que los presos políticos fueron amnistiados por los gobier-
nos de Adolfo Suárez y Raúl Alfonsín respectivamente).
En otro orden de cosas, a la hora de conceptualizar la acción colectiva
de los presos desde una perspectiva descriptiva, debemos conocer ese mundo
de significados que subyace bajo las denominaciones que han venido usando
este tipo de movimientos. Más adelante entraremos en las informaciones histó-
ricas que tenemos acerca de varios países europeos y americanos, pero en
principio ya salta a la vista que esas denominaciones son las propias de nues-
tro presente (las más comunes desde los años sesenta del siglo XX en adelan-
te), lo cual en sí mismo ya las convierte en objetos del campo de estudio de los
nuevos movimientos sociales.
Son expresiones que indican espontaneidad e informalidad organizativa,
pues se han ido creando en los propios procesos de protesta y acción colectiva
28
Durante la transición democrática española en discursos de izquierda aparece el
concepto presos sociales para referirse a las protestas de los también llamados presos comu-
nes. Así se pedía la reforma del sistema penitenciario heredado del franquismo. Véase uno de
los pocos libros que abordaron la cuestión en aquella época: Lurra [autor colectivo], Rebelión
en las cárceles, Hordago, 1978.

434
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

y/o solidaria con las personas encarceladas, a veces promovidas por los pro-
pios reclusos y otras veces dinamizadas por gente que apoya a los presos
desde ámbitos sociales, políticos, académicos e incluso judiciales: “organiza-
ciones de presos en lucha” (a veces por motivos de acciones puntuales: “pre-
sos en huelga”, por ejemplo), “apoyo a presos”, pro-derechos humanos en las
prisiones”, “por la abolición de las cárceles”, etcétera.
Estas formas de denominarse suelen ir precedidas por los sustantivos
propios del movimentismo contemporáneo: “coordinadoras”, “organizaciones”,
“asociaciones·”, “colectivos”, “asambleas” y, por supuesto “movimientos”. En
ocasiones indican que se trata de acciones colectivas específicas y puntuales
(por ejemplo, “apoyo a la huelga de hambre de los presos”). Y no pocas veces
introducen un componente relacional y afectivo que parece añadir un plus de
legitimidad al movimentismo de los grupos que actúan fuera de la prisión (“fa-
miliares y amigos de presos…”).
Hay otro reto igualmente imprescindible pero acaso más polémico y pe-
liagudo (quizás porque su naturaleza es teorética y busca convertirse en
herramienta analítica). Se trata de formalizar todo lo posible en este campo de
estudio común a varias ciencias sociales algunos conceptos descriptivos y va-
lorativos de la acción colectiva tales como resistencia y lucha de presos. En
este sentido se usan determinadas acuñaciones culturalistas del tipo cultura de
29
resistencia y cultura de protesta .
Con ellas se quiere expresar (y de hecho lo hacen cuando surgen del
propio movimentismo) la afirmación e identificación positiva de un rosario de
acciones muy variadas que cabría ubicar en el campo semántico de la resis-
tencia entendida como rebeldía, desde los actos de solidaridad al desarrollo de
motines, plantes, huelgas de brazos caídos y las temibles automutilaciones (los
cortes en brazos y barriga o los cosidos de boca, además de relacionar simbó-
licamente la tortura de los cuerpos encarcelados y el sacrificio del preso que
protesta –para Foucault el cuerpo del reo que se arroja contra el cuerpo institu-
cional-, son recursos protestatarios extremos que de una u otra forma tratan de

29
I. Rivera Beiras, “Cárcel y cultura de resistencia: los movimientos de defensa de los
derechos fundamentales de los reclusos en Europa occidental”, Delito y Sociedad. Revista de
Ciencias Sociales nº 8, 1996, pp. 73-102.

435
Pedro Oliver Olmo

romper el ambiente de inmovilismo e indiferencia con que responde la institu-


30
ción a las peticiones de los presos comunes) .
Tendremos todo esto en consideración cuando abordemos el estudio de
épocas recientes en las que se dieron episodios prolongados de acciones co-
lectivas de presos y de los organismos de apoyo a los presos (como en la dé-
cada de los setenta). Pero surgen problemas si al mirar más atrás comproba-
mos que son escasas las noticias de protestas de presos que quedaron refleja-
das en el lenguaje a veces abstruso de los operarios judiciales. Pareciera que
apenas hubo acciones colectivas. Y sin embargo las hubo. Llegar a verlas es
en gran medida una cuestión de enfoque.
Por nuestra parte, además de considerar la información que en ese sen-
tido proporcionan las fuentes (entre otras las de la propia forma que tienen los
protagonistas de representar su experiencia y la memoria de la misma), prefe-
rimos definir como resistencia de presos comunes todo aquello que puede
manifestar una actitud refractaria a los procesos de prisionización, normalmen-
te en el nivel individual e inter-individual que a fin de cuentas impone de forma
coercitiva el marco normativo prisional. Ahí entrarían acciones tan distintas co-
mo la formulación de quejas formales y la expresión de disidencias y desobe-
diencias cotidianas, algo que sí es posible encontrar en una documentación
seriada.
Las dificultades más grandes que nos pueden surgir con el método que
acabamos de proponer no son otras que las que dimanan de la opacidad de las
instituciones totales y de encierro, lo cual tiene un reflejo evidente en las fuen-
tes que vamos a poder consultar. No es casualidad que sean precisamente las
orales las únicas fuentes de información jugosa que tenemos acerca de las es-
trategias de los presos para conseguir comunicarse entre ellos en condiciones
de aislamiento e incomunicación: ¿cómo y dónde iba a quedar registrado que
los presos (eso sí, en este caso los presos políticos de la dictadura militar ar-
gentina) lograban sortear la falta de noticias del exterior comunicándose entre
30
Mike Fitzgerald repasa en 1977 las acciones de los presos durante las décadas pre-
cedentes en Gran Bretaña y EEUU y deduce que aunque han sido muchas las formas de ejer-
cer la protesta -individuales y colectivas, destructivas y no destructivas, violentas y no violentas,
espontáneas y planificadas-, el estilo más común de protesta es la automutilación (“individual
self-mutilation”): M. Fitzgerald, Prisioners in Revolt, Penguin Books, 1977, p. 119).

436
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

ellos con el lenguaje mudo (creando un código especial de signos), o con el


31
morse y con ciertas jergas (igualmente producidas de forma sobrevenida)?
Recuérdese que el hecho mismo de vivir en un espacio carcelario que
totaliza la vida entera provoca procesos muy complejos en la psique de los in-
ternos, desde la mortificación del yo a la prisionización. Eso explica que los
presos a veces se expresen a base de pulsiones que -admitámoslo por ejemplo
en el caso de las espectaculares automutilaciones individuales-, pueden ser a
su vez señales de desorden en el sistema e incluso indicadores de rechazo del
mismo. No obstante, aún así, ¿cómo podríamos analizarlo históricamente?
¿cómo interpretamos, por ejemplo, los fríos datos de suicidios o agresiones
entre reclusos si no poseemos más información cualitativa que la que sólo a
veces proporcionan los psiquiatras, médicos y funcionarios del propio sistema?
Es evidente que la prisionización conlleva reacciones individuales de
sumisión institucional y de anomia personal. ¿Pero cómo podemos entonces
objetivar dentro de la categoría de resistencia las conductas individuales de los
presos comunes? Nuestra respuesta estará, claro está, mediatizada por las
fuentes y por eso proponemos aplicarla a las quejas y a los castigos que ex-
presen disidencias o desobediencias.
Hay que reconocer que esta propuesta de delimitación categorial no es
del todo satisfactoria, por ejemplo para una perspectiva culturalista que entien-
da que las subculturas carcelarias son formas de resistencia identitaria. Pero
nos parece más objetivable y sobre todo más acorde con los objetivos de este
proyecto: por un lado desprisionizar y re-politizar la figura del preso común, y
por otro ver la relación entre la acción colectiva de los presos y el cambio social
en la historia contemporánea y en la historia presente.
¿Cabe, no obstante, constatar episodios y experiencias de resistencias
colectivas? Por supuesto, pero maticemos, sobre todo no creamos que es real
lo que sólo nosotros hemos construido de forma artificial. Por ejemplo, no debe-
ríamos calificar así el resultado de un mero ejercicio de agregación de casos
individuales y aislados por más que esa suma nos proporcione una información
muy crítica con la cárcel. Sin embargo es bien distinto si esa agregación se ha

31
M. C. Rubano, Comunicación y cárcel (1976-1983), Universidad Nacional de Entre
Ríos, 1994.

437
Pedro Oliver Olmo

podido realizar gracias a la acción de los grupos de solidaridad con los presos y
a la participación consciente de estos (por ejemplo, en el caso de los cientos de
encuestas que contestaron los presos para elaborar el libro Mil voces presas,
uno de los informes más demoledores de la realidad de las prisiones españolas
en la época democrática: los cuestionarios fueron prohibidos por la Dirección
General de Instituciones Penitenciarias pero entraron y salieron clandestina-
mente de las prisiones españolas gracias a la complicidad de asociaciones y
32
personas comprometidas con la defensa de los derechos de los reclusos) .
Por eso creemos que cuando encontramos en las fuentes expresiones
de solidaridad aparentemente individualizada por las condiciones que impone
la clandestinización de algunas resistencias, o formas de resistencia pasiva
colectiva, o resistencias que usando la vía legal individual en realidad respon-
den a estrategias coordinadas, entonces, en esos casos, deberíamos usar ca-
tegorías diferentes, conceptos que indiquen más claramente la persistencia en
la acción para cambiar el estado de cosas: debemos hablar de intentos, estra-
tegias o experiencias de lucha de los presos comunes en el interior de las pri-
siones. Y de luchas que inciden desde fuera.
En efecto, al margen de las formas de la acción colectiva, creo que la ca-
tegorización de lucha de presos comunes es más pertinente para ser aplicada
a los episodios de protesta y a su preparación, incluyendo aquellas acciones
que aunque se expresen individualmente persiguen de una forma pro-activa la
dinamización de las repuestas colectivas.
Verdaderamente, todo lo que acabamos de decir suele ser estudiado por
la historiografía que se ocupa de los colectivos de presos y represaliados políti-
cos (el repertorio que acabamos de ver acerca de las formas de resistencia y
lucha suele aparecer asociado a colectivos de presos políticos capaces de or-
ganizarse incluso en situaciones de extrema coacción y terror, como ocurrió en
33
ciertas experiencias prisionales y concentracionarias del siglo XX) . Pero en

32
J. C. Ríos, Mil voces presas, Universidad Pontificia de Salamanca, Madrid, 1998; con
parecidas técnicas se valieron después y J.C. Ríos y P. J. Cabrera para escribir Mirando el
abismo: el régimen cerrado, Universidad Pontificia de Salamanca, Madrid, 2001.
33
En el caso español hay varias líneas de investigación abiertas que están ofreciendo
muy interesantes resultados sobre el mundo concentracionario y penitenciario del franquismo.

438
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

muchos casos los estudiosos de esas formas de representar la realidad huma-


na de los espacios punitivos apenas muestran preocupación por categorizar
sus herramientas valorativas, y se limitan a echar mano de la gran facilidad
descriptiva que ofrecen los testimonios de ex-presos políticos que además de
estar abiertos a recordar (aunque no siempre, dependiendo de las políticas de
la memoria que se practiquen en cada período), en el peor de los casos ofre-
cen testimonios historiables, pues son sujetos muy permeables para asumir
conceptos valorativos en sus discursos (en las fuentes orales por ejemplo),
conceptos que no pocas veces y de una forma acrítica han sido inducidos por
34
los propios investigadores con sus preguntas . Y más aún cuando, como en
estos momentos, la acción de los llamados movimientos “por la recuperación
de la memoria histórica” ha ayudado a una cierta construcción mediática y edi-
torial de la historización de la memoria.
Visto esto, y a sabiendas de que nuestras categorizaciones no siempre
resisten la falsación de las pruebas empíricas (ésas que tantas veces nos obli-
gan a matizar todo lo que pre-construimos), como historiadores nos ha de pre-
ocupar la compresión de procesos en los que se pasa de la resistencia a la lu-
cha, por ejemplo, de la queja judicializada a la protesta colectiva. Por eso tam-
bién conviene conocer y hasta usar el concepto de “economía moral de la mul-
titud” que utilizó E.P. Thompson para explicar la tradición y los cambios en las
protestas colectivas: ¿acaso no funciona una suerte de economía moral de los
presos en el desencadenamiento de sus protestas colectivas? En verdad,
cuando los presos le han dado a la protesta ese carácter, o el desarrollo de su
acción colectiva se ha constituido de esa manera, han conseguido que los mu-

Entre las últimas aportaciones cabe destacar: J. Rodrigo, Cautivos. Campos de concentración
en la España franquista, 1936-1947, Barcelona, Crítica, 2005; y ya en prensa: E. Beaumont y
F. Mendiola, Esclavos del franquismo en el Pirineo, Tafalla, 2006 (en prensa). Véase también:
C. Molinero, M. Sala, M y J. Sobrequés (eds.), Una inmensa prisión. Los campos de concentra-
ción y las prisiones durante la guerra civil y el franquismo, Barcelona, Crítica, 2003; F. Hernán-
dez Holgado, Mujeres encarceladas. La prisión de Ventas: de la República al franquismo, 1931-
1941, Marcial Pons. Madrid, 2003; Ricard Vinyes, Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en
las cárceles franquistas, Temas De Hoy, Madrid, 2002.
34
M. D. Jociles, “Las técnicas de investigación en antropología. Mirada antropológica y
proceso etnográfico”, en: http://www.ugr.es/~pwlac/G15_01MariaIsabel_Jociles_Rubio.html

439
Pedro Oliver Olmo

ros de las prisiones sean menos opacos y que la sociedad o los poderes insti-
tuidos escuchen sus voces.
Así o en parecidos términos es como nos podemos plantear la meta re-
politizadora de una historiografía que analice la textura (por supuesto cambian-
te) de la acción colectiva de los mal nombrados presos comunes, a los que sal-
ta a la vista que al llamarlos así desde la propia óptica del investigador se les
está prisionizando también en el campo de las interpretaciones científicas y las
representaciones históricas.
Los historiadores sabemos que conviene pasar de la teoría a los estu-
dios empírico-históricos. Eso es lo que se va a empezar a esbozar en el si-
guiente capítulo analizando las noticias históricas que ya conocemos sobre ac-
ciones colectivas de presos en los siglos XVIII, XIX y XX.

440
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

4.- CAMBIO SOCIAL Y PRISIONAL: DE LAS NOTICIAS HISTÓRICAS


A LOS PROCESOS-TIPO

Al principio hemos conocido lo que hemos llamado tres noticias históri-


cas sobre acciones colectivas de presos (de finales del siglo XVIII, finales del
XIX y años setenta del XX), que merecen ser analizadas de acuerdo con nues-
tras hipótesis previas, usando las herramientas que acabamos de describir y
adoptando una perspectiva socioestructural que nos permita inferir la explica-
ción de procesos-tipo.
Para ver la ubicación de estos tres casos en la dinámica interactiva de la
acción colectiva de los presos y el cambio carcelario consideraremos los facto-
res exógenos y los factores endógenos del cambio social que envuelve a am-
bas variables, es decir, la interacción entre lo macro y lo micro en los procesos
de cambio.

• Respecto de la primer caso, nos preguntamos hasta dónde ilumina-


ban a finales del siglo XVIII las “Luces” y si ciertos aires aperturistas y
reformadores llegaban más allá de los salones y los cenáculos de los
ilustrados35. Sin perder esto de vista recordemos que la noticia nos
sitúa en unas cárceles todavía de Antiguo Régimen, las de Pamplona
de finales del siglo XVIII, que según los libros de fábrica sumían a los
36
presos en la pobreza, la ruina y la enfermedad . Esa situación se
arrastraba desde siglos (incluso en los mismos espacios carcelarios),
pero todo indica que en el contexto de los cambios sociales de finales
35
Foucault en Vigilar y Castigar cuando se pregunta cómo acabó siendo la prisión la
pena reina del universo penal constata que poco antes de la Revolución Francesa se divulgan
muchos planfletos y tratados críticos con la justicia penal y reivindicativos de un mayor huma-
nismo y moderación en los castigos.
36
Como ya se ha dicho, la información detallada de los casos que aquí se estudian se
puede leer en: P. Oliver Olmo, Cárcel y sociedad represora…

441
Pedro Oliver Olmo

del setecientos la denuncia de un episodio de malos tratos a presos


enfermos destapará lo alarmante de la situación y entroncará con
una estructura de oportunidades que va a provocar el cambio prisio-
nal. A fin de cuentas “las formas penales son producto de políticas
37
coyunturales y luchas en la esfera de la penalidad misma” .
Si consideramos que las ideas ilustradas (incluso revolucionarias)
divulgadas en la cercana Francia se convierten en un factor exógeno
y cada vez más influyente, entenderemos que cuando se están di-
fundiendo nuevos valores sobre la gestión ciudadana y la “labor de
policía”, entonces, la cárcel hedionda se convierte en una presencia
38
insoportable . El vecindario denuncia la falta de higiene. Teme que
se propaguen enfermedades. Entre 1754 y 1764, sobre todo con mo-
tivo de epidemias, se detecta un gran alarma social por los malos olo-
res (y la imagen) de las inmundicias de la cárcel, en pleno centro ur-
bano.
Las inspecciones médicas dan satisfacción a los vecinos y a los
presos pues son auténticos alegatos contra las condiciones de vida
en la cárcel (humedad, frío, falta de ventilación) y contra el “mal go-
bierno” de la misma, algo que también constatará en Pamplona el cé-
lebre reformador de las prisiones europeas J. Howard en su visita a
las instituciones punitivas y asilares realizada en 1783.
A esos factores que inciden desde fuera de la prisión cabe añadir
los factores endógenos. Fundamentalmente los que indican la noticia
de 1790 sobre la queja de los presos. Ha habido un factor desenca-
denante: “el llavero” golpea a los presos enfermos. La pregunta que
nos hacemos es acerca de la novedad de la reacciones frente a una
práctica que al mismo tiempo se admitía que venía siendo muy habi-
tual: ¿por qué ahora es escandaloso, por qué se hizo insoportable o
al menos reprobable pegar a los presos? Las personas “zelosas” dan
a conocer un alegato que dicen está apoyado por todos los presos.

37
D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 157.
38
Acerca de estos cambios en la noción de policía véase: Fraile, P., La otra ciudad del
Rey. Ciencia de policía y organización urbana en España. Madrid, Celeste, 1997.

442
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

¿Quiénes eran “las personas zelosas” que dan a conocer la queja co-
lectiva de los presos? ¿Qué les movía? ¿Qué imagen proyectaban
entre la gente corriente y hacia las estructuras de poder? ¿Qué legi-
timidad tenían? ¿O qué relación mantenían con el poder y con qué
recursos organizativos contaban?
En todo caso, considerando que el sistema de alcaidías permane-
cía intacto desde al menos desde el siglo XVI, se puede decir que en
esta ocasión hay algo parecido a un espíritu ilustrado que ha calado
hondo y sirve de estructura de oportunidad. Así se entiende que el
poder político pida un informe del alcaide previo a una investigación
que llevará a cabo una comisión independiente formada por miem-
bros de la Corte, los jueces y… los que han transmitido la denuncia,
los reformadores.
Es decir, que el poder político asume la responsabilidad al reco-
nocer que los malos tratos y la corrupción del sistema de alcaidías
quedaban impunes por la desidia judicial (fuera por acción o por omi-
sión). La influencia de los factores exógenos que antes se comenta-
ban está clara porque se alude indirectamente al reformador J.
Howard y a los sistemas penitenciarios que se están poniendo ya en
práctica en EEUU (“los políticos, aunque protestantes, que se han
39
acercado á tratar esta materia”) .
La Real Corte parece disculparse diciendo que no se ha podido
enterar de ese tipo de sucesos porque si bien es cierto que los jueces
dicen visitar y preguntar a los presos, al hacerlo “en presencia del al-
caide”, los supuestos entrevistados “no tienen libertad” para protes-
tar. Se están admitiendo criterios garantistas. Se acepta que el con-
trol jurisdiccional falla porque se asienta sobre unas prácticas coacti-
vas. Han sabido o han tenido que reconocer un secreto inconfesa-
blemente antiguo: que en el fondo los jueces no recorren la cárcel ni
hablan con los presos.

39
Otra cosa es valorar la diferencia entre lo que pedían los reformadores y lo que fi-
nalmente resultó: en Vigilar y Castigar Foucault afirma que se trataba de una discrepancia más
tecnológica que legal y teórica.

443
Pedro Oliver Olmo

También toman nota de la corrupción del alcaide. Con ello se está


haciendo una refutación histórica del viejo sistema de alcaidías, asu-
miendo como probado que el alcaide y sus carceleros se quedan con
el dinero de los presos pobres.
A la Real Corte le preocupa la crisis del sistema porque el des-
afecto social que se ha creado hacia la figura del alcaide y los carce-
leros “entibia” la caridad de la gente. Evidentemente la protesta de
los presos y la acción de los reformadores se estaba produciendo en
un contexto de preocupación por los cambios sociales y económi-
40
cos . Así las cosas el poder político propone una reforma integral de
todo el sistema carcelario, asegurando que se ha de separar la fun-
ción de administración y gobierno de la de economía y asistencia.
Es entonces cuando se visibiliza la naturaleza colectiva de los re-
formadores y su carga de modernidad, de futuro: se habla de crear
una Asociación de Caridad que se encargue de socorrer a los presos
pobres mientras que el gobierno de la cárcel sea regentado por figu-
ras auténticamente profesionales. Así se produjo el primer encuentro
del reformismo filantrópico con la tímida pero intencionada y cons-
ciente actitud de protesta de los presos maltratados, todo lo cual pro-
vocó la respuesta política que tal vez había sido muchas otras veces
41
deseada .

40
Si seguimos algunas de las tesis de Rothman e Ignatieff podemos plantearnos tam-
bién aquí que el discurso religioso de los reformadores les hizo ser críticos con la vieja penali-
dad que torturaba los cuerpos (de ahí que resultara inadmisible, por ejemplo, pegar a los en-
fermos o mantener a los presos sin ventilación), a la vez que promotores de soluciones del
crimen y del resto de desórdenes que provocaba la crisis social, es decir, todo lo que acabó
preocupando al poder y al vecindario (la sanidad, la higiene, la alimentación, el gasto, etcétera):
D. Rothman, The discovery of the asylum…; M. Ignatieff, A just measure of pain…
41
Como suele ocurrir con otro tipo de acciones sociales, a veces la actuación de los
movimientos de solidaridad con los presos acarrea consecuencias no deseadas por ellos mis-
mos, como puede ser el desencadenamiento de determinados procesos de burocratización del
sistema penitenciario: véase D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 215.

444
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

• Por otro lado, la segunda noticia que conocemos -presos que tiran la
comida avinagrada y consiguen que en parte se les dé la razón- se
refiere a una protesta colectiva ciertamente más airada, acaecida a
finales del siglo XIX, precisamente, en un contexto general de refor-
42
ma penitenciaria en España . En efecto, los hechos ocurrieron en
una época especialmente sensible al cambio prisional en España y
en muchos otros países occidentales, porque –una vez más- conflu-
yen en el campo interactivo del cambio social las acciones de varios
proyectos sociales y científicos (desde la criminología a las nuevas
labores de policía, el movimiento obrero, el anarquismo y el socialis-
mo más la preocupación oficial, eclesial y patronal por la cuestión so-
cial y las propuestas de reformas sociales y laborales)
Por aquel entonces ya había triunfado el sistema prisional y se
implementaba con nuevas normas el modelo correccional premial-
punitivo, aunque no dejaba de ser relevante el impacto de los ajusti-
43
ciamientos públicos . En realidad había más procesados y penados
que nunca pero hacinados en los mismos edificios que cien años an-
tes, tal y como acabamos de ver, ya habían sido objeto de protesta y
de proyectada reforma.
Desde mediados del siglo XIX ha aparecido una figura nueva en-
tre la población reclusa: el “preso político” o los “quejosos” y las “que-
josas”, una forma muy significativa de denominar a quienes, muchas

42
De entre las obras que abordan ese período o el inmediatamente anterior destaca-
ríamos: P. Fraile, Un espacio para castigar. La cárcel y la ciencia penitenciaria en España (si-
glos XVIII-XIX), 1987; J., Serna Alonso, J., Presos y pobres en la España del siglo XIX, 1988;
H. Roldán Barbero, Historia de la prisión en España, 1988; P. Trinidad, La defensa de la socie-
dad. Cárcel y delincuencia en España (siglos XVIII-XX), 1991; F.J. Burillo Albacete, F.J., El
nacimiento de la pena privativa de libertad, 1999; P. Oliver Olmo, Cárcel y sociedad represo-
ra…, 2001; G. Martínez Galindo, G., Galerianas, corrigendas y presas. Nacimiento y consolida-
ción de las cárceles de mujeres en España (1608-1913), 2002; G. Gómez Bravo, G., Cárceles,
delito y violencia en la España del siglo XIX, 2003; E. Almeda, Corregir y castigar. El ayer y hoy
de las cárceles de mujeres, 2003.
43
P. Oliver Olmo, “Pena de muerte y procesos de criminalización (Navarra, siglos XVII-
XX), Historia Contemporánea, nº 26, 2003, pp. 269-292.

445
Pedro Oliver Olmo

veces dotados de un cierto nivel de instrucción y desde luego de un


ideario político, hacían uso del derecho de petición y queja (por
ejemplo para pedir más visitas o que se les aliviara de las penas ac-
cesorias de aislamiento y argollas).
Con todo, de lo que más se quejaban los presos en general era
de sus situaciones de pobreza y de la supuesta injusticia de su en-
carcelamiento. En esos dos sentidos encontramos muchos ejemplos
de expresiones de resistencia individual, quejas y protestas que que-
daron escritas al haber sido formuladas ante los jueces visitadores.
Las protestas colectivas a veces van a tener una evidente relación
con la problemática social y política de la época, por ejemplo cuando
los jornaleros arrestados por haberse rebelado contra las quintas
formulan peticiones de forma colectiva solicitando la libertad para po-
der ir a trabajar y a sustentar a su familia (el mismo argumento que
usaron para oponerse a la conscripción). Pero es más frecuente la
protesta colectiva contra situaciones regimentales como el favoritis-
mo de los presos de confianza, los malos tratos de los carceleros y
una vez más los abusos en los precios (es decir, la corrupción del
sistema). Además, son numerosas las protestas por el régimen ali-
menticio.
Lo que se desprende de la noticia que analizamos es que la ac-
ción colectiva adquirió evidentes rasgos de lucha cuando, como en
esta ocasión, además de protestar contra el mal estado de los ali-
mentos, desobedecían o transgredían la normativa arrojando la co-
mida caritativa al suelo y “en nombre de todos” difundían su situación
y sacaban el tema a la calle.
Siguiendo a Foucault estas acciones pueden ser consideradas lu-
chas de presos que muestran su descontento hacia la brutalidad de
la prisión, aunque la lógica de las relaciones de poder supere su sig-
nificatividad44. En cualquier caso eran reivindicaciones colectivas y
algunas consiguieron sus objetivos. Es más, considerando los proce-
sos que se fueron constituyendo posteriormente, teniendo en cuenta

44
M. Foucault, El ojo del poder, Madrid, 1989, p. 26.

446
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

la alienación que provoca la prisionización o el peso a veces insopor-


table del miedo a las represalias en los espacios punitivos, nos debe-
ríamos preguntar si este tipo de protestas no fueron autenticas luchas
de presos (reactivas, pero conscientes) que abrieron pequeños cami-
nos para el reconocimiento de los derechos y la mejora de sus condi-
ciones de vida de la población reclusa.
Un camino que como todos sabemos no iba a ser siempre progre-
sivo. Tras las reformas y contrarreformas republicanas, y después de
la excepcionalidad punitiva que generó la guerra civil española, el ré-
gimen franquista utilizó el sistema penitenciario para ejercer directa o
indirectamente la represión política bajo un impostado correcciona-
lismo. No es casualidad que la historiografía que se ocupa de estos
asuntos se centre sobre todo en el estudio de las instituciones de en-
cierro y otras prácticas punitivas durante el franquismo, con especial
atención a represaliados y presos por motivos políticos.

• Precisamente, la tercera noticia relaciona nuestra temática con el


franquismo y la transición democrática. Dada la importancia que en
nuestro análisis tiene el caso de la Coordinadora de Presos en Lucha
(COPEL) se convierte en la noticia-tipo de esta línea de investiga-
ción. Lo que más a las claras interrelaciona el cambio social (o más
concretamente el cambio político de la dictadura a la democracia) y el
cambio en los sistemas penitenciarios, es el reguero de acciones que
protagonizan en España los grupos integrados en la COPEL entre
1977 y 1978, durante la transición política y el período constituyente,
cuando esos colectivos fueron capaces de elaborar tablas reivindica-
tivas que identificaban a los presos comunes como sujetos activos, o
sea, como sujetos políticos de procesos dinamizados por ellos mis-
mos. Detallaremos esto en el siguiente capítulo para profundizar en
el ciclo protestatario de los años setenta.
Hubo experiencias similares en otros países, procesos que
permiten la comparación. Por ejemplo, algo muy parecido es lo que
ocurrió en la Argentina de Campora en los primeros años setenta, y
también después de la dictadura, en la Argentina de Raúl Alfonsín de

447
Pedro Oliver Olmo

principios de los ochenta. También entonces los presos comunes or-


ganizaron protestas con discursos reivindicativos. Sin embargo, en
1976 las prisiones argentinas se encontraron sumidas en un proceso
de cambio político inverso: el del paso de la democracia a la dictadu-
ra. Conviene también tenerlo en cuenta para completar el análisis in-
dividualizador y diacrónico de estos procesos.

Lo que acabamos de decir genera en las ciencias sociales una reflexión


que no pocas veces denota un exceso de sociologismo y choca con la perspec-
tiva socioestructural del historiador: ¿las luchas de los presos, su movimentis-
mo, es consustancial a la reciente historia de las sociedades liberal-capitalistas
democráticas o en vías de democratización y por lo tanto es anacrónico catego-
rizar de esa manera otras experiencias anteriores?
No hay que caer en un burdo historicismo popperiano para admitir que la
información histórica refuta esa perspectiva sociologista y nos adentra en un
campo mucho más complejo y diacrónico. Hemos visto dos casos en los que
parece evidente que los presos y otros agentes actuantes han cumplido un pa-
pel protagónico y activo en el proceso de interacción entre el cambio social y el
cambio prisional. Uno de los objetivos de este proyecto será escrutar más ca-
sos similares en las fuentes primarias y secundarias de España y de otros paí-
ses.
Podemos concluir deduciendo que los presos comunes consiguen diluir
simbólicamente la opacidad de los espacios de castigo y el umbral de criminali-
zación cuando actúan colectivamente en contextos de estructuras de oportuni-
dad que les permite contar con apoyos en la calle, lo cual parece condición
cuasi-imprescindible (ya veremos los matices) para poder influir en las agendas
del poder.
Admitido eso queda abierta la línea de investigación para acopiar más
información y más matices de las respuestas colectivas de los presos en el pe-
ríodo que convencionalmente llamamos, precisamente para detenernos con
más capacidad a interpretar la década de los setenta del siglo XX, una época
crucial, incluso emblemática para los actores de este tipo de movimentismo, y
seguramente la más paradigmática para poder seguir proyectando un análisis
de procesos-tipo.

448
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

Con todo, en la historia del presente, un presente que en gran medida se


construye de una forma mediática, la acción social explica los cambios penales
sobre todo cuando consigue incidir en los medios de comunicación y se intro-
duce en las agendas políticas y judiciales. Entender esto es básico para incor-
porar –recuérdese- el plano sociocultural de las sensibilidades al análisis de la
problemática del castigo. En eso cabe integrar los instrumentos de lucha que
han usado siempre los reformadores y los que se usan ahora para idénticos
fines (como el periodismo de investigación y de denuncia)45. Pero igualmente
incide el grado de visibilidad que pueda alcanzar la eventual lucha de los pre-
sos. Y acaso mucho más si esa lucha de dentro y de fuera de las prisiones
consigue interactuar con procesos de cambio social más amplios.

45
D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 288.

449
Pedro Oliver Olmo

450
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

5.- AÑOS `70 DEL SIGLO XX: LA DÉCADA EMBLEMÁTICA DE LOS


MOVIMIENTOS DE PRESOS

En EEUU el complejo empresarial relacionado con la construcción y el


mantenimiento de las prisiones cotiza al alza en Wall Street y alcanza ya una
cuota que viene a significar el 7 % del mercado. Desde 1971, cuando se habla-
ba de todo lo contrario, de políticas de excarcelación, hasta hoy, en EEUU ha
habido un proceso de expansión vertical del sistema punitivo (de los 380.000
presos que había en 1975 se pasó a un millón en 1990 y a dos millones en
2002, lo que significa que hay 700 presos por cada 100.000 habitantes, entre 6
y 14 veces más que en Europa); y también se ha producido un proceso de ex-
pansión horizontal, porque el sistema punitivo en su conjunto afecta a 6,5 mi-
llones de estadounidenses -un 5 % de los adultos, un hombre negro de cada
diez y un joven negro de cada tres, y en definitiva un tercio de las clases traba-
jadoras-, y porque, además, las penitenciarías cuenta con dos millones de fun-
cionarios que convierten al sistema penitenciario en la tercera empresa em-
pleadora de EEUU46.
Viene a cuento hablar de estas cifras para introducir nuestra reflexión
desde el presente y comprender mejor el cambio experimentando desde los
años setenta.
Si algo caracterizaba al fenómeno punitivo y prisional del mundo occi-
dental durante la década de los setenta del siglo XX era la gran cantidad de
energía que gastaron dos fuerzas absolutamente contrapuestas: de un lado
estaba la fortaleza de las expectativas y las consiguientes frustraciones de
quienes apoyaron, promovieron y protagonizaron las resistencia y las luchas de
los presos ; y de otro, el gran ataque que tanto en Europa como en EEUU van

46
L. Wacquant, Las cárceles de la miseria, Madrid, 2000.

451
Pedro Oliver Olmo

a recibir las políticas penitenciarias basadas en la idea de tratamiento, rehabili-


47
tación y reinserción social del recluso .
Mientras tanto, en España, adonde también llegaban los ecos de las crí-
ticas anticarcelarias, casi recién enterrado el dictador Franco, con el aperturis-
mo, la amnistía a los presos políticos y la puesta en marcha del proceso de re-
forma democrática, los presos comunes se aprestaron a protagonizar un pro-
ceso protestatario sin precedentes, e igualmente muy influyente en la reforma
del sistema penitenciario heredado de la dictadura.

47
Véase S. Cohen, Visiones de control social, Barcelona, 1988; D. Garland, Castigo y
sociedad moderna…

452
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

5.1.- LA COPEL Y SU ACTUACIÓN DURANTE LA TRANSICIÓN


DEMOCRÁTICA EN ESPAÑA

Con la apertura política se estructuró un ambiente de oportunidades que


lógicamente también afectaba al sistema penitenciario. Prueba de ello es que
se promulgaron amplias amnistías para las personas detenidas y encarceladas
48
por motivos políticos . Pero la alegría de unos estuvo acompañada del des-
contento de otros.
La medida de gracia no afectaba al resto de presos y quizás por eso im-
pactó enteramente en sus sensibilidades, ansiedades y expectativas. En el dis-
curso reivindicativo que pedía una segunda oportunidad también para los pre-
sos comunes, se observan signos evidentes de una politización acorde con los
tiempos: a ellos también se les había aplicado una legislación dictatorial que
ahora la sociedad española se proponía derogar. Al parecer no pocos de aque-
llos presos comunes ya tenían o habían alcanzado en la propia prisión cierto
grado de conciencia política democrática, progresista o incluso más radical, la
propia de idearios como el anarquista y el marxista. Era el aire de la época.
Desgraciadamente apenas existen tratamientos historiográficos sobre
49
este fenómeno social y político de la transición española . Algo conocemos del
relato de los hechos, pero nos planteamos como absolutamente necesario que
el trabajo de investigación se detenga en indagar acerca de una cuestión cru-
cial para entender este fenómeno y su verdadera capacidad de movilización e
influencia:

48
Real Decreto Ley de 30 de julio de 1976 y Ley de 15 de octubre de 1977.
49
Desde el campo del derecho y la sociología penal el profesor Iñaki Rivera prepara un
estudio específico sobre esta temática y ya ha publicado un breve análisis de la experiencia
española en el contexto de otros movimientos de presos y de apoyo a presos: I. Rivera Beiras,
“Cárcel y cultura de resistencia: los movimientos de defensa de los derechos fundamentales de
los reclusos en Europas occidental”, Delito y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales nº 8,
1996, pp. 73-102. Además, el Centre de Documentación Col-lectiu Arran-Sant viene publicando
en la revista Panoptico comentarios sobre documentos producidos por la COPEL.

453
Pedro Oliver Olmo

• ¿Qué procesos de encuentro-desencuentro y de aprendizaje en co-


mún vivieron los presos políticos y los presos comunes en los últimos
años del franquismo?

Lo cierto es que los presos comunes, los que empezaron a ser llamados
y en muchos casos a autodenominarse presos sociales se expresaban de for-
ma política. Se organizaban. Y se coordinaban desde dentro y hacia fuera, por
todo el Estado.
El movimiento promovía la acción y el debate para conseguir una autén-
tica transformación de la realidad carcelaria. Decían haber sido víctimas de una
sociedad injusta que favorece el delito y haber sido castigados por unas estruc-
turas y unas leyes dictatoriales muy duras que dictaban condenas largas e in-
humanas. El discurso continuaba reclamando la participación democrática de
los presos sociales en la construcción de la nueva sociedad y por eso solicita-
ban que la amnistía también llegara a ellos.
Las acciones colectivas comenzaron a extenderse por toda la geografía
prisional española (desde el penal de Córdoba hasta la Modelo de Barcelona
pasando por Cartagena, Carabanchel y otras muchas prisiones). Se diversifica-
ron las formas de la protesta e hizo aparición la violencia: motines, autolesio-
nes, plantes, sabotajes en instalaciones penitenciarias, etcétera. El movimiento
espontáneo fue creciendo durante ese año 1976. Era un rosario de organiza-
ciones, plataformas, coordinadoras y comités locales de apoyo a los presos,
con sus propios mensajes grupales, aunque destacaba el grito exigente de una
amnistía para todos. Al fin, a finales de 1976 se creó la Coordinadora de Orga-
nizaciones de Presos en Lucha (COPEL) y con ella una estructura de recursos
que permitía la actuación estatal de todo el movimiento50.
Los presos comunes organizados demostraron que habían entendido
cuán importante empezaba a ser por aquel entonces llegar a la opinión pública.
Fue el 23 de febrero de 1977 cuando la COPEL hizo público un comunicado en

50
Además de la COPEL también se creó la Asociación para el Estudio de los Proble-
mas de los Presos (AEPPE) y la Asociación de Familiares y Amigos de Presos y Ex-Presos
(AFAPE).

454
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

el que se exponían sus reivindicaciones concretas y la filosofía que inspiraba a


los participantes y militantes de ese movimiento social. Como puede verse a
continuación, la tabla reivindicativa expresaba con claridad el fondo político
(democrático y progresista) del discurso de los presos comunes, asumiendo
como tal esa identidad (la de “comunes” frente a “políticos” -con algunas alu-
siones a la discriminación que sentían respecto de los presos políticos)51:

• “Exigimos a la administración penitenciaria el cese de todo tipo de


malos tratos, y el respeto íntegro a los derechos humanos, (carta) en
la que España estampó su firma, y que hoy en día no se cumple.
• Una profunda y justa reforma penitenciaria, y que las directrices de la
misma sean redactadas conjuntamente por juristas, especializados
en temas penales, entre decanos del Colegio de Abogados, que a la
vez tengan reconocidos conocimientos en terapéuticas penitenciarias
y que sea oída una comisión de presos comunes.
• El cese de la explotación en el trabajo, de la que es objeto el preso
común, y que el trabajo sea retribuido, a igual trabajo igual salario,
comprendiendo las pagas reglamentarias exigidas por la Ley, supri-
miéndose a la vez ese exiguo beneficio que en conceptos de paga se
nos da.
• Una alimentación más sana y nutritiva. El derecho a recibir alimentos
del exterior, al igual que los políticos.
• Que la asistencia médica sea efectuada por profesionales y no por
veterinarios. Un reconocimiento trimestral por especialistas. Que los
medicamentos sean actuales y no caducados como lo son en su ma-
yoría los que existen en las dependencias médicas de los estableci-
mientos penitenciarios.
• Acceso real a la biblioteca de la prisión, desaparición de la actual
censura, arcaica y degradante. Y el libre paso de cualquier lectura así
como la prensa y revistas.

51
El Viejo Topo nº 13 (octubre de 1977), p. 43.

455
Pedro Oliver Olmo

• La abolición total de las celdas de castigo, que con el paso del tiempo
llega a atronar la mente de la persona recluida en ellas.
• La libre comunicación con los familiares y demás amigos y allegados,
así como la comunicación oral y escrita con el abogado defensor.
• La reforma y climatización en lo posible de las celdas donde se habi-
ta. La implantación de los adecuados servicios y duchas con la más
absoluta higiene que requiere el lugar donde se ha de permanecer
durante bastante tiempo.
• La adecuada instalación de utensilios deportivos, y el libre acceso a
la práctica de cualquier deporte. La necesidad de abolir la censura te-
levisiva, en telediarios y demás programas informativos, así como en
el cine”.

Con mensajes como ése obtuvieron un significativo eco social, prueba


de lo cual es que ocuparon un lugar apreciable en las agendas mediáticas y
políticas. De hecho, durante la primavera de 1978 se constituyó en el Senado
una Comisión Especial de Investigación sobre la Situación de los Estableci-
mientos Penitenciarios cuyo dictamen resultó ser un duro varapalo para las pri-
siones además de influir en el legislador cuando estaba redactando la Constitu-
ción. No es casualidad que la primera ley orgánica aprobada después de la
Constitución de 1978 fuera la Ley Orgánica General Penitenciaria de 1979.
En la calle funcionaban los comités de apoyo a la COPEL además de la
acción de los familiares integrados en la ya citada AFAPE. Las peticiones más
concretas siempre estuvieron acompañadas de la exigencia de una amnistía
general para todos los presos sociales. Esta reivindicación llegó al Senado de
la mano de los senadores Bandrés y Xirinacs a través de un Proyecto de Indul-
52
to General para los Presos Sociales que fue rechazado . Poco después de ese
rechazo la protesta se recrudeció.
El punto álgido se alcanzó en la primavera de 1978 con la muerte del
preso anarquista Agustín Rueda y una semana después con la del Director
General de Instituciones Penitenciarias Jesús Haddad. Después de estos

52
Lurra, Rebelión en las cárceles, pp. 301-306).

456
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

hechos nadie dudaba ya de la necesidad de una profunda reforma penitencia-


ria. El gobierno de UCD encargó la Dirección General a Carlos García Valdés,
para que hiciera un estudio sobre el terreno que sentara una bases reales para
la reforma de las prisiones a través de un proyecto de Ley Orgánica General
Penitenciaria (LOGP) que tendría que ser discutida una vez promulgada la
Constitución de 1978. Finalmente, la LOGP se aprobó por unanimidad de todo
los nuevos grupos parlamentarios el 26 de septiembre de 1979.
¿Qué ocurrió con la COPEL? Se trata de un episodio todavía desconoci-
do, pero todo indica que tras la aprobación de la LOGP la COPEL quedó desar-
ticulada al ser neutralizada por las nuevas circunstancias, entre otras cosas
porque el nuevo régimen progresivo con sus consiguientes recompensas y cas-
tigos chocaba directamente con la esencia misma de un movimiento asamblea-
rio al desactivar las oportunidades para la actuación en común y el apoyo mu-
tuo. De hecho, en uno de sus últimos comunicados se apuntaba en ese sentido
además de dar muestras de un pensamiento radical sobre los tratamientos pe-
nitenciarios:
“La reciente reforma sólo tiene un claro objetivo: dividir a los presos, fo-
mentar el chivateo, la insolidaridad, y ocultar así la realidad de las prisiones (…)
Los problemas de fondo permanecerán sin obtener una solución adecuada. El
concepto de rehabilitación social nos recuerda los mejores tiempos del fran-
quismo y no por ello olvidamos los años anteriores pasados en prisión. Durante
este tiempo se nos ha demostrado el vacío de ese intento de rehabilitación con
que insisten de nuevo, como si las torturas, la explotación y la marginación no
hubieran de tenerse en cuenta. En cuanto a la clasificación de los internos por
grados, coincidimos en que es un arma eficaz para fomentar la incomunicación
y motivar el desinterés de los presos en la lucha por sus reivindicaciones (…)
Tenemos perfectamente claro que las recompensas, los permisos de fin de
semana, la supuesta intimidad en las visitas de los familiares, lo que pretenden
en facilitar no sólo la sumisión de la mayoría sino el colaboracionismo de algu-
nos”53.
Después de todo aquello la actividad protestataria de los presos comu-
nes descendió y su capacidad de influencia disminuyó hasta invisibilizarse.

53
Citado por I. Rivera Beiras, “ Cárcel y cultura de resistencia”, p. 91.

457
Pedro Oliver Olmo

Desde los años ochenta las acciones colectivas han sido muy esporádicas y no
han contado con una red de apoyo tan importante como la que se tejió en torno
a la COPEL. Hubo algunos motines que reproducían las formas de expresión
que utilizaba la COPEL. Pero a veces los presos decidieron tomar rehenes. Los
motines acabaron siendo muy violentos y fueron sofocados con tremenda du-
reza (además, en cierto sentido sirvieron de pretexto para la puesta en marcha
de políticas penitenciarias excepcionales, como la creación extralegal de los
llamados FIES -Ficheros de Internos de Especial Seguimiento-, y la implemen-
tación de medidas de aislamiento, control y dispersión de presos y colectivos
de presos considerados peligrosos o de difícil adaptación al régimen prisional).
Desde un punto de vista organizativo, además de las experiencias pro-
tagonizadas por los objetores insumisos (que se consideraban presos de con-
ciencia y llegaron a tejer un imponente colchón social), mientras que los presos
de ETA (y en parte también los del GRAPO y algunos colectivos anarquistas)
contaban con colectivos de apoyo, los presos comunes apenas pudieron poner
en marcha unas pocas iniciativas de protesta e intentos de asociacionismo que
casi siempre fueron duramente reprimidos.
Asimismo, en la calle funcionaban algunas asociaciones de apoyo, entre
las que cabe destacar la asociación Salhaketa en las provincias vascas, los
colectivos aragoneses contra el plan de construcción de macro-cárceles, la
Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía, las Madres contra la Droga
de Madrid, el colectivo PreSOS de Galicia, la Coordinadora contra la Margina-
ción de Cornellá y una experiencia de coordinación estatal: la Coordinadora
Estatal de Solidaridad con las Personas Presas.
Al entrar en el nuevo milenio, además del rosario de grupos cristianos
que aportan solidaridad y apoyo dentro y fuera de las prisiones, en el panorama
organizativo se han podido ver dos tendencias con idearios y estrategias muy
diferentes: por un lado, la Coordinadora Estatal de Solidaridad con la Personas
Presas (CESPP), y por otro, la Asamblea de Apoyo a las Personas Presas en
Lucha (AAPPEL), mucho más radicalizada y con evidentes relaciones con gru-
54
pos coordinados por la llamada Cruz Negra Anarquista .

54
P. Oliver Olmo, “El movimiento anticarcelario”, Libre Pensamiento, nº 37-38, 2001,
pp. 117-126.

458
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

De todo lo que acabamos de exponer se puede deducir que a partir de


estos momentos el proyecto de investigación debería desarrollar dos tareas
muy importantes:

• Escrutar la documentación original de la COPEL acudiendo a los fon-


dos del colectivo Arran (Barcelona).
• Reconstruir la historia de las acciones colectivas posteriores a la
COPEL. Para ello se podrá consultar la documentación de la Coordi-
nadora y de organizaciones territoriales como Salhaketa (País Vasco
y Navarra) y la APDH de Andalucía.

5.1.1.- LA COMPARACIÓN CON EL CAMBIO EN ARGENTINA:


PROGRESOS Y REGRESOS

Al igual que hicimos antes de comenzar a pensar en los perfiles de nues-


tro proyecto, en principio, anotamos algunas noticias históricas que con total
seguridad van a inspirar la investigación posterior por su relación con el proyec-
to general. Las dos primeras hablan de importantes acciones colectivas prota-
gonizadas por presos comunes en dos períodos distintos de la historia política
de Argentina en los años setenta:

• En mayo de 1973, siendo presidente del gobierno Cámpora, se dictó


una amnistía que afectaba sólo a los presos políticos. Los presos
comunes se sintieron agraviados y se amotinaron en varias cárceles.
El conflicto duró una semana, hasta que se consiguió una ley de ex-
carcelación más amplia, más bien una promesa de excarcelación que
afectaba a los delincuentes reincidentes. No obstante, los presos
nunca llegaron a salir a la calle y, en realidad, hubo represalias y
desapariciones de presos comunes por ese motín.

459
Pedro Oliver Olmo

• En 1978, durante la dictadura militar, sucedió el tristemente célebre


motín de la cárcel bonaerense de Devoto, del cual tuvieron noticias
directas algunas de las personas que hemos entrevistado en esa
misma cárcel55. Al parecer los hechos sucedieron en el pabellón 7 el
día 14 de marzo. Murieron 110 presos comunes. La dictadura militar
intentó silenciar el episodio y por eso todavía permanece envuelto de
incógnitas sin resolver. Al parecer la situación en la prisión era atosi-
gante. Recuérdese que en esa época el ejército se encargaba direc-
tamente del control de las penitenciarías56. Los presos comunes es-
taban separados de los políticos. Se dice que los presos comunes
pensaban tomar algunos rehenes durante la visita de los familiares
para intentar escapar. Y nadie ha podido explicar por qué prendieron
fuego a los colchones, pero todo indica que estaban reproduciendo
un mecanismo otras muchas veces utilizado en la historia de las pri-
siones, una especie de rito transmitido: prender fuego, hacer humo,
provocar la intervención de los carceleros y... acaso huir. Desgracia-
damente unos días antes habían cambiado los viejos colchones de
paja y lana, los de toda la vida, por colchones de goma espuma. El
incendio se extendió rápidamente por el pabellón y la toxicidad del
humo resultó ser inesperadamente letal. Murieron asfixiados.
• Nuevamente, en 1983, cuando fue derrocada la dictadura y Raúl Al-
fonsín llegó al poder, mientras que los presos políticos obtenían una
amnistía, los presos comunes iniciaban una nueva cadena de protes-
tas en las cárceles argentinas.
55
He entrevistado a un guardiacárcel que vivió aquellos sucesos y todavía trabaja en la
misma cárcel de Devoto.

56
Muchos integrantes del Servicio Penitenciario Federal estuvieron encuadrados en los
Grupos de Tareas responsables de las torturas, violaciones, secuestros y asesinatos en los
campos de detención clandestinos. Pero, a diferencia de militares y policías que al establecer-
se un gobierno constitucional pasaron a retiro o se reintegraron a sus funciones naturales, los
funcionarios de prisiones permanecieron en las mismas actividades (“Informe de varias ONG
argentinas al Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas a propósito de la presen-
tación del Gobierno argentino por el art. 40 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políti-
cos”, Buenos Aires, febrero de 1995).

460
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

Lógicamente, se nos plantea la pertinencia de la comparación de las ac-


ciones colectivas de los presos comunes españoles tras la amnistía de los pre-
sos políticos en el período de reforma política democrática, con las experien-
cias de acción colectiva en la Argentina de los años setenta.
En 2003 inicié esa investigación acopiando bibliografía y fuentes heme-
rográficas. Con todo, la realización de algunas entrevistas orales ofrece más
posibilidades interpretativas que ninguna otra fuente. De momento contamos
con los testimonios de algunos presos comunes que en la actualidad siguen
cumpliendo las condenas perpetuas que les fueron dictadas en los años seten-
ta. También hemos entrevistado a varios funcionarios de prisiones que ya lo
eran entonces, y a algunos presos políticos que sobrevivieron a la represión de
la dictadura militar57.
Los presos comunes recuerdan que a la prisión de Devoto llegaban des-
de los centros de detención clandestinos los presos políticos “blanqueados”. En
el lenguaje de los presos comunes aparecen los conceptos criminalizadores
que utilizó la dictadura contra los presos políticos: cuando se refieren a los gue-
rrilleros y otros miembros de organizaciones políticas revolucionarias les llaman
“terroristas” o “subversivos”. En ese sentido se detecta un discurso identitario
por oposición a la actuación y a los beneficios que obtuvieron los presos políti-
cos: ”unos matan para salvar la vida, los otros ponen bombas y no se llevan
nada”. Todavía se queja amargamente al recordar que también desaparecían
los presos comunes que encabezaban los motines y que la libertad sólo llegó
para los políticos.
A veces se autodenominan “los delincuentes” y dicen que han protagoni-
zado más motines en los que normalmente tomaban rehenes para salvaguar-
dar la integridad, hacían venir a un juez de turno y “a una persona de derechos
humanos”, para denunciar las condiciones en las que vivían.
La plantilla de la encuesta que hemos realizado en Argentina con presos
que todavía cumplen cadena perpetua aúna los aspectos propios de una histo-

57
He tenido todo tipo de facilidades y atenciones por parte de la Subprocuración Peni-
tenciaria del Gobierno Federal.

461
Pedro Oliver Olmo

ria de vida con los referidos a la vida en las prisiones, las acciones colectivas y
los recuerdos de la década de los setenta.
Además de recabar datos sobre las características personales de las
personas presas (a través de una ficha biográfica y de los recuerdos sobre la
infancia, la historia familiar, la procedencia social, la cualificación laboral, el ba-
gaje cultural y escolar, la instrucción recibida en la cárcel, el arraigo y la vincu-
lación afectiva y familiar, etcétera), se les ha preguntado por su historial delicti-
vo y prisional y por la reincidencia en el delito desde los años setenta hasta hoy
(pues sobre todo hay sumarios internos que han sido abiertos precisamente por
haber protagonizado motines).
Con todo, lo que más nos interesaba conocer era la vivencia del régimen
carcelario por parte de los presos comunes, intentando que hicieran un comen-
tario acerca de los cambios, las permanencias e incluso las regresiones desde
la década de los setenta hasta hoy.

Encuesta oral sobre las características de las cárceles de los años se-
tenta y los cambios posteriores hasta la actualidad:

ƒ El espacio: Las condiciones materiales (dimensiones de las


celdas, frío, luz, humedad, limpieza, patios, comedores,
zonas de deporte y ocio, enfermería, materiales educati-
vos, etc.)
ƒ Relación entre presos
o Apoyo mutuo.
o Con respeto
o Malo
o Violento
ƒ Relación con la institución (alcaide y equipos de tratamien-
to, régimen, etcétera).
ƒ Nivel de comunicación con Juez de Ejecución y Adminis-
tración Judicial
ƒ Trato de los funcionarios
o Positivo
o Correcto

462
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

o Bueno o muy bueno


o De apoyo
o Negativo
o Incorrecto
o Malo o muy malo
o Violento
ƒ Nivel de comunicación con equipo de tratamiento
o Individualizada o colectiva
o Valoración:
ƒ Fácil o difícil
ƒ Rápida o lenta
ƒ Servicial o enfrentado
ƒ Regímenes de tratamiento:
o Grados, progresividad…
o Cacheos, recuentos…
o Sanciones:
ƒ Leves (valoración general)
ƒ Aislamientos (detallar el régimen):
ƒ Regresiones de grado, denegación de
permisos, comunicaciones, etc.
• Detalles de la vida carcelaria
o Enfermería, tratamientos médicos… (valora-
ción general)
o Comida (valoración general)
o Horarios (valoración general)
o Trabajo
o Actividades
o La sexualidad
o La prostitución
o La droga y el SIDA
o Malos tratos (detalles)
• (Desarraigo): Lugar de cumplimiento.
o Traslados y conducciones.
• La muerte en la cárcel

463
Pedro Oliver Olmo

o Motivos
o Reacción de los presos
o Reacción de las autoridades
o Ocultamiento, publicidad, opacidad o transpa-
rencia en la información

Finalmente, uno de los apartados más importantes de la encuesta oral


ha sido el que se centraba en el recuerdo de los conflictos y las acciones colec-
tivas durante los años setenta y posteriores, hasta la actualidad.

• Conflictos colectivos (antes y después de la dictadura)


o Organización “interna” (recuerdos de cómo
fueron otros motines anteriores)
ƒ Motivos de la protesta o del conflicto:
agravios, quejas, planteamientos, rei-
vindicaciones…
ƒ Líderes, organización, comunicación
“interna” (métodos)
ƒ División y discrepancias
ƒ Enfrentamientos internos (bandas, ma-
fias, etcétera)
o Formas de ejercer la protesta
ƒ Peticiones de negociación
ƒ Diálogo con las autoridades (de la ad-
ministración penitenciaria u otras)
ƒ Reclamación de mediadores (organis-
mos de defensa de derechos huma-
nos, Iglesia, etc.)
ƒ Reclamación de intervención de jueces
y autoridades judiciales
ƒ Secuestro de rehenes
ƒ Incendios, estragos, sabotajes
ƒ Autolesiones

464
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

ƒ Agresiones a otros reclusos (delatores)


ƒ Ataques a guardiacárceles, alcaides…
o Actitud de los funcionarios y de la institución
en general
o Episodios destacables
o Relación con los familiares
o Relación con la calle
o Relación con asociaciones y partidos políticos
o Reflejo en los medios de comunicación
o Beneficios obtenidos
o Represión del conflicto
o Represalias posteriores
o Valoración

En la siguiente fase del proyecto tendremos que hacer un tratamiento de


los resultados de esta producción de fuentes orales, además de indagar en las
noticias hemerográficas de los episodios de acción colectiva que hemos dado a
conocer al principio de este apartado más algunos otros.

465
Pedro Oliver Olmo

466
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

5.2.- PROTESTAS DE PRESOS Y MOVIMIENTOS SOLIDARIOS EN


EUROPA

Veamos ahora un conjunto de experiencias movimentistas de Europa


occidental que presentan similitudes y diferencias evidentes y que aunque,
efectivamente, tuvieron su tiempo álgido en la década de los setenta del siglo
XX, en algunos casos empezaron a ser importantes ya durante los años sesen-
ta e incluso continúan en la actualidad.
En verdad, todos estos movimientos parecen estar inspirados por la idea
común de “la promoción de los derechos de los reclusos”, pero no es fácil su
análisis global debido a la ya citada disparidad cronológica, al fraccionamiento
ideológico de los colectivos, a las distintas propuestas de cambio y reforma que
proponían (las unas más estrictamente penitenciarias y las otras más globales,
más sistémicas), y a las diferencias de composición (si unos grupos fueron
creados por reclusos y ex-reclusos, otros estaban impulsados por sectores inte-
lectuales y académicos -sobre todo por los partidarios de la criminología crítica-
y algunos otros incluso asociaban a operarios de la administración penal y pe-
58
nitenciaria) . Conviene, pues, hacer un repaso por países:

Países Escandinavos

En estos países surgieron tempranamente, a mediados de los sesenta,


grupos con planteamientos radicales y abolicionistas del sistema penitenciario:
KRUM en Suecia (1965), KRIM en Dinamarca (1967) y KROM en Noruega
(1968). En ellos abundaban tanto los ex-convictos como los profesores univer-
sitarios y no pocos militantes de izquierda revolucionaria (para el KRUM la lu-
cha contra las prisiones era una expresión más de la lucha de clases). Su evo-
lución indica el paso del radicalismo de los años sesenta al reformismo de los
58
I. Rivera Beiras, “Cárcel y cultura de resistencia”, p. 78.

467
Pedro Oliver Olmo

setenta y ochenta, añadiendo a sus denuncias una inquietud real por el control
de la actuación del sistema jurídico-penal59. De hecho, estos grupos han conti-
nuado activos y, sin abandonar sus principios abolicionistas, han ido demos-
trando una mayor preocupación por la eficacia de su actuación en defensa de
los derechos de los presos así como para evitar la expansión del sistema puni-
tivo en general60.

Gran Bretaña

En los primeros años `70 surgieron dos movimientos de defensa de los


derechos de las personas encarceladas: el Radical Alternatives to Prison (RAP)
y el Preservation of the Rights of Prisoners (PROP). Ambos colectivos profesa-
ron el abolicionismo radicalizado propio de la época. En el RAP encontramos
una composición parecida a los grupos escandinavos, abundando los militantes
formados en ambientes contra-culturales de la época y los criminólogos críticos
(por aquel entonces muy proclives a los planteamientos marxistas de transfor-
mación social revolucionaria). Por su parte, el PROP nació en relación directa
con la protesta de los presos.
En efecto, durante el verano de 1972 las cárceles británicas vivieron un
importante proceso de protestas que llegaron a protagonizar más de cinco mil
presos61. Sus reivindicaciones incluían desde el derecho a recurrir ante la High
Court los asuntos de índole penitenciaria hasta la mejora de las condiciones de
vida en las prisiones, pero al parecer también se formularon algunas peticiones
62
que denotaban una inspiración ideológica radical y hasta “extremista” .

59
Ha mucha bibliografía sobre estos colectivos, pero sigue siendo útil la consulta de
Th. Mathiesen, The Politicics of Abolition, Oslo, 1974.
60
Una crítica desde el garantismo penológico hacia las propuestas abolicionistas de es-
tos movimientos y de autores como Mathiesen y Hulsman en: M. Pavarini, “Il sistema della gius-
tizia penale. Tra riduzionismo e abolizionismo”, Dei delitti e delle penne, nº 3, 1985; y L. Ferrajo-
li, Derecho y razón…
61
M. Fitzgerald Prisioners in Revolt, 1977.
62
P. Evans, Prison Crisis, London, 1980.

468
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

Estas organizaciones fueron desapareciendo al tiempo que despertaban


de su sueño abolicionista, el mismo que les impedía apoyar cualquier medida
resocializadora (de hecho fueron acusadas de haber dado argumentos “a la
derecha” y las políticas conservadoras que ya en los años ochenta primaron la
63
vertiente retributiva frente a la reinsertadora) .
Hoy en día existe una mayor diversificación de grupos de apoyo a los
presos (colectivos que a veces reproducen la fragmentación multicultural de
Gran Bretaña).

Holanda

Durante la segunda mitad de los años setenta y hasta los primeros años
ochenta también en Holanda existieron varios grupos de defensa de los dere-
chos de los presos: por un lado COORNHERT LIGA (que agrupaba a profeso-
res de las especialidades implicadas en los asuntos penal-penitenciarios), por
otro VOICES (empeñado en plantear alternativas a la prisión hasta el punto de
obviar su crítica), y como expresión de los movimientos organizados por los
propios presos estaban BWO y D&S.
Al primero de los movimientos, que nació en aquellos años de creencia
en la descarcelación y la descriminalización, el prestigio académico le permitía
acceder a los medios de comunicación (los cuales a su vez siguen tomando a
sus miembros como expertos y asesores). No obstante, sus miembros más
radicales criticaron los excesos de academicismo y acabaron promoviendo las
acciones que protagonizaron los presos de BWO.
Por su parte, el movimiento VOICES se limitó a ofrecer alternativas al
sistema prisional que no siempre cayeron en saco roto. De hecho han demos-
trado una gran capacidad de influencia a la hora de promover un buen clima
penal en Holanda, por ejemplo, con medidas de incentivación para que el em-
presariado contrate a los penados, y con nuevas formas de entender las visitas

63
R. van Swaaningen, “The Penal Lobby in Europe”, The Bulletin of the European
Group for the Study of Desviance and Social Control, Issue nº 2, Winter 1990-91, pp. 21-27.

469
Pedro Oliver Olmo

de los presos (medidas que si bien fueron muy bien acogidas por los directores
64
de prisiones, después han sido boicoteadas por el ministerio) .

Francia

Las prisiones francesas vivieron también una década de los `70 salpica-
da por los motines, las revueltas, los plantes y la violencia. Hasta su disolución
en 1980 funcionó con gran relevancia el Comité d´Action des Prisioners (CAP).
Al igual que veremos en el caso de Italia, aquellas protestas de los pre-
sos franceses se vieron muy influenciadas por las ideas radicales de algunos
grupos de izquierda revolucionaria (maoístas, gauche prolétarienne, etcétera) y
por las reflexiones teóricas de intelectuales como Foucault y plataformas de
discusión que (como el Groupe Multiprofessionel des Prisons y el Groupe In-
formation Prison) también difundían ideas abolicionistas y anticarcelarias.
Todo empezó a cambiar en 1981 con la llegada de los socialistas al go-
bierno de la nación. Se apagó la fuerza de los radicales y llegó el tiempo de los
reformistas. Los propios presos saludaron el triunfo electoral del PSF y decidie-
ron constituir “sindicatos de detenidos” que a partir de entonces se proponían
actuar a cara descubierta.
Así fue como los movimientos de presos franceses abandonaron la lucha
violenta y se centraron en conseguir mejoras y garantías: desde una mayor
limpieza a aparatos de TV, derecho al trabajo, etcétera. Prueba de todo ello fue
la creación de la COSYPE en 1983, un organismo encargado de coordinar las
reclamaciones de los colectivos de presos, las cuales, no obstante los nuevos
tiempos de reforma, tampoco renunciaban a unos principios garantistas bási-
cos, como demuestra el hecho de que junto al posibilismo de las reivindicacio-
nes ya mencionadas también reclamaran el derecho a crear colectivos de tra-
bajo, de estudio y de actividades, la legalización de los comités de reclusos en

64
Íbidem.

470
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

defensa de sus derechos, la supresión de las medidas de aislamiento y la abo-


65
lición de toda censura .

Italia

Al abrigo de un ambiente general de protesta y resistencia aparecieron


en la Italia de los años sesenta varias expresiones movimentistas de defensa
66
de los derechos de los presos y también de lucha anticarcelaria .
Además del manicomio (con Franco Basaglia a la cabeza) la cárcel fue
muy duramente cuestionada. A comienzos de los años setenta, junto a un cier-
to abolicionismo académico (que adquirió también tintes de movimiento al mo-
vilizarse en torno a la expresión “liberarse de la necesidad de la cárcel”), toma-
ron un gran auge las protestas colectivas de los presos: entre enero de 1971 y
agosto de 1972 se contabilizaron 79 motines carcelarios; y tiempo después, en
los primeros meses de 1974, la prensa daba cuenta de revueltas de presos
67
prácticamente todos los días .
Las acciones colectivas de los presos estaban apoyados por intelectua-
les, ex-reclusos, familiares, abogados y profesionales vinculados al mundo de
la administración del control social. La ideologización es evidente. Salta a la
vista que incluso cuando se estaba demandando una reforma del sistema, los
mensajes que salían de las cárceles denotaban la impronta de la ideología
marxista revolucionaria.
Se exigía una suerte de democracia participativa que reconociera a los
presos como sujetos políticos con plenos derechos (excepto, claro está, el de

65
Cosype, “Mouvement des Prisonniers: une nouvelle donne”, Justice. Journal du Syn-
dicat de la Magistrature, 1983, pp. 3-5.
66
R. Bergalli, “Una Propuesta Radical Europea: el Grupo Europeo para el Estudio de la
Desviación y el Control Social”,: Bergalli, R.; Bustos; Miralles, (coords.), El pensamiento crimi-
nológico, Barcelona, 1983, pp. 189-198.
67
G. Lazagna, Carcere, repressione, lotta di classe, Milano, 1974.

471
Pedro Oliver Olmo

libertad de movimientos). Sus reivindicaciones quedaban resumidas en los si-


guientes puntos68:
.
• Amnistía general mientras se efectúe una substancial
reforma penitenciaria.
• Abolición general de la prisión preventiva.
• Derogación de las normas penales que contemplan
agravantes de la pena por reincidencia en el delito.
• Reconocimiento del derecho de asamblea y de organi-
zación política, sindical, cultural y deportiva de los re-
clusos en el interior de las cárceles.
• Reconocimiento del derecho de los reclusos a formular
propuestas sobre la organización del centro en lo que
atañe a higiene, salud y disciplina.
• Consagración del derecho de las organizaciones de re-
clusos para invitar a sus asambleas y grupos de estu-
dio, a personas libremente elegidas que puedan contri-
buir a los estudios y debates.
• Abolición de toda forma de censura sobre la correspon-
dencia, diarios y revistas.
• Admisión generalizada del trabajo en el exterior de la
cárcel según la experiencia laboral del detenido.
• Total equiparación de los reclusos trabajadores con el
trabajo libre (en salarios, tutela sanitaria, contrato, etc.).
• Concesión de permisos a los internos a fin de que pue-
dan mantener relaciones sexuales con personas de su
elección.

El resultado de todo aquel proceso de protestas fue la reforma del siste-


ma penitenciario, decretada en 1975, pese a la cual no cesaron los episodios
de protesta, conflictividad y violencia en el interior de las prisiones italianas.
Incluso cuando terminaba la década seguían en pie numerosos “comités de

68
I. Rivera Beiras, “Cárcel y cultura de resistencia”, p. 85.

472
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

lucha”, eso sí, se trataba de grupos muy politizados, dirigidos por los líderes
encarcelados de las Brigadas Rojas, Potere Rosso, Squadre Armate Proletarie,
Organizazione Comunista Combattiente, etcétera. Los presos comunes esta-
69
ban menos organizados y no contaban con apoyo exterior .
Algunos hechos recuerdan el caso español. La influencia en España de
las protestas en Europa y más aún en Italia hubo de ser relativamente impor-
tante (al igual que lo fue el discurso anticarcelario de intelectuales y autores ya
muy conocidos como Foucault). Aunque no en la motivación desencadenante
(la amnistía de los presos políticos en España), y con menos presencia de or-
ganizaciones políticas y más protagonismo de los presos comunes, se obser-
van muchas similitudes y puntos de comparación entre España e Italia: por
ejemplo, también se fueron sofocando los ambientes de protesta cuando se
implantó el sistema progresivo premial-punitivo y se implementaron las medi-
das de aislamiento y dispersión (junto con la aparición de las cárceles de alta
seguridad).
Lo que acabamos de ver en este extenso capítulo sobre la década de los
setenta hace que nos planteemos un posible marco comparativo en el que en-
traríamos a cotejar e interpretar la información histórica de España, Argentina e
Italia, con posibles ampliaciones a un nuevo eje de similitudes entre Portugal,
Uruguay y Grecia.

69
Íbidem.

473
Pedro Oliver Olmo

474
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

6.- PROTESTAS, MOTINES Y CONFLICTOS CARCELARIOS EN EL


PRESENTE

Todo lo que hasta aquí hemos conocido –desde la protesta colectiva de


los presos navarros a finales del siglo XVIII hasta la experiencia de la COPEL
en los años setenta del siglo XX- nos plantea la necesidad de la interdepen-
dencia de variables para interpretar y definir posibles procesos-tipo. Por eso
conviene que también nos aproximemos a la realidad actual, precisamente,
para poder pensar históricamente preguntándonos acerca de lo nuevo y de lo
viejo, de lo cambiante y de lo recurrente, en los conflictos y en las acciones co-
lectivas que protagonizan los presos comunes.
Para empezar a situarnos conozcamos dos noticias de acciones colecti-
vas presos y de cruda conflictividad carcelaria que han llamado la atención de
los medios este mismo verano de 2005. Han sucedido en dos puntos muy dis-
tantes del planeta, en Rusia y en Guatemala:

• El 29 de julio las agencias de noticias hablaban de una


sorprendente protesta colectiva en la cárcel rusa de
Lgov: los reclusos se habían automutilado en masa un
par de días antes. Los titulares decían: “Cientos de pre-
sos se mutilan para denunciar malos tratos” y se mos-
traban sorprendidos por lo “poco común” que era ese
método de queja, al menos para los medios de comuni-
cación y para la opinión pública en general (sin embar-
go, aquí ya hemos comentando su recurrencia en las
protestas más importantes de las cárceles europeas du-
rante los años ’70 y, sin ir más lejos, en la forma de ac-
tuar de los activistas españoles de la COPEL). Al reali-
zarse de forma simultánea en diez sectores del recinto
penitenciario la acción presentaba claros signos de es-

475
Pedro Oliver Olmo

tar coordinada y apoyada desde el exterior. En efecto, a


las puertas de la prisión se colocó un piquete de familia-
res que se manifestaban para solidarizarse con los pre-
sos; y al día siguiente una organización llamada “ONG
Por los Derechos Humanos” pedía que se investigase
el asunto, porque a todas luces parecía muy grave que
al menos 250 reos se hubieran hecho “cortes en las ve-
nas y en el cuello” para protestar contra las condiciones
de insalubridad y contra las palizas que les propinaban
los guardias. A pesar de que los cortes resultaron ser
superficiales y leves –normalmente siempre es así, en
cualquier época y en cualquier cárcel- los efectos de la
protesta fueron inmediatos y a los dos días la fiscalía ya
había abierto un expediente de urgencia para esclare-
70
cer los hechos que se estaban denunciando .
• El pasado 15 de agosto se organizó (alguien organizó)
una serie de enfrentamientos entre bandas de pandille-
ros en cuatro cárceles de Guatemala. En principio se
habló de 31 muertos y más de 80 heridos, según fuen-
tes oficiales, pero todo indicaba que había habido más
víctimas. Los incidentes se registraron casi de forma
simultánea en las prisiones El Hoyón y Canadá, en el
departamento sureño de Escuintla, y en Pavón, en el
Municipio de Frainjanes, a unos 18 kilómetros al sures-
te de la capital, así como en la prisión de la sureña ciu-
dad de Mazatenango. El motín más violento tuvo lugar
en El Hoyón, en la Comisaría 31 de la Policía Nacional
Civil (PNC) de Escuintla, donde al menos 18 pandilleros
murieron y más de 80 resultaron heridos. Los reclusos
muertos son miembros de las Mara Salvatrucha (MS) y
Mara 18 (M-18), las más temidas de Guatemala. Los
cadáveres presentaban heridas de arma blanca y de
70
El País (29/07/2005).

476
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

fuego. Curiosamente, en algunas ciudades los comer-


cios cerraron por temor al motín. Fuentes de la Gober-
nación Departamental reconocían que durante las re-
quisas, tras el motín, se encontraron varias armas de
fuego, sin que se supiera cómo llegaron a manos de los
pandilleros71. Más adelante volveremos sobre este últi-
mo episodio de conflictividad.

Podríamos deducir que en el presente, mientras que los presos políticos


suelen utilizar la huelga de hambre y otros métodos, las protestas de los presos
comunes aparecen casi siempre asociadas a escenas de violencia72. Siendo
palmaria la aplastante realidad de esto último –algo que se comentará más
adelante con ejemplos recientes sobre todo de las prisiones de varios países
de América Latina-, consideremos que la huelga de hambre, al evidenciar la
relación entre el cuerpo del reo y su situación como persona encarcelada (algo
así como las automutilaciones, pero en mayor medida) resulta ser un recurso
muy recurrente también para los presos comunes de cualquier tiempo y territo-
rio. Por ejemplo, en el verano de 2004, en Chequia, durante un episodio de pro-

71
Agencia EFE (Guatemala, 16/08/05).
72
Sin ir más lejos, en España son muy conocidas las formas de protestar de los presos
de ETA, GRAPO y algunos colectivos anarquistas. En el caso del autodenominado Colectivo
de Presos Políticos Vascos las acciones se suelen organizar para apoyar las campañas políti-
cas del MLNV o para protestar contra el régimen penitenciario al que se ven sometidos (ma-
yormente la dispersión y la calificación como presos FIES) y suelen consistir en “chapeos” vo-
luntarios –quedarse en la celda- y huelgas de hambre. Esta última modalidad de protesta es la
más utilizada por los presos políticos y de conciencia (últimamente la han utilizado incluso los
presos islamistas de Guantánamo para protestar contra el limbo jurídico en el que han sido
instalados por parte del gobierno de EEUU). Hay muchas noticias en Internet sobre huelgas de
hambre de presos políticos en muchas partes del mundo. Por ejemplo, los “presos políticos
chilenos y mapuches” han protagonizado una huelga de hambre durante el mes de julio de
2005 (más detalles en la página WEB: www.Valparaiso.Ydimedia.Org). Y en el mes de agosto
de 2005, según informa la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, continúa la huelga de
hambre que están protagonizando “decenas de presos saharauis” encarcelados por motivos
políticos en las cárceles de Ukacha (Casablanca), Ait Mellur (Agadir) y El Aaiún (El País,
29/08/05).

477
Pedro Oliver Olmo

testas carcelarias que llegaron a motivar la intervención represiva de “una uni-


dad de intervención rápida del servicio penitenciario” en la cárcel de Vinarice,
en Bohemia Central, “varios cientos de condenados se declararon en huelga de
hambre para protestar contra la enmienda a la ley de régimen penitenciario”73.
Con todo, la segunda noticia es la que, al menos aparentemente, mejor
nos conecta con la imagen presente de la conflictividad en las prisiones de La-
tinoamérica y en realidad de todo el mundo no desarrollado (aunque de los lla-
mados motines carcelarios –casi siempre riñas entre reclusos acompañadas de
violencia institucional- tampoco se libran las penitenciarías de EEUU y de otros
países ricos). Son muchos los ejemplos que podríamos poner en los que las
noticias sobre supuestos motines carcelarios hablan sólo de reyertas y enfren-
tamientos.
Eso es lo que se dijo, por ejemplo, con motivo de dos motines ocurridos
en el centro penitenciario La Reforma, en San Rafael de Alajuela, a unos 25
Km. al noroeste de San José de Costa Rica: No podemos saber si eran peleas
o motines propiamente dichos porque sólo se dijo que hubo “dos muertos y tres
heridos en motines carcelarios de Costa Rica”, y que las autoridades descono-
cían las causas por las que se enfrentaron los presos entre sí con armas blan-
74
cas .
Otras veces, las noticias del motín se manipulan para que queden inser-
tas en el ojo del huracán de algunas problemáticas políticas y son ubicadas ahí
por distintos agentes interesados. Eso es lo que ocurrió en 2001 con las ver-
siones de los hechos ocurridos en el motín de una prisión del Perú que conclu-
yó con al menos un reo muerto y tres policías heridos, según fuentes oficiales.
Sucedió en la cárcel de Socabaya, en la ciudad de Arequipa, y los reclusos
usaron armas blancas y tomaron como rehenes a tres policías. A pesar de que

73
Página WEB de Radio Praga - Emisión de la Radiodifusión Checa para el Exterior
[15.07.2004 18:25 UTC]. Informa Andrea Fajkusová (mailito: cr@radio.cz). Según dicha en-
mienda, los reclusos que deben dinero al Estado pueden usar para fines privados sólo la mitad
de los recursos financieros que ganan en la prisión. El resto debe ser destinado para cubrir los
daños causados por el delito cometido, los gastos del servicio penitenciario y los costes del
procedimiento judicial.
74
La prensa on the Web (San José de Costa Rica, 12/04/2001).

478
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

los presos demandaban mejoras en las condiciones de reclusión y la destitu-


ción de algunos funcionarios, el ministro peruano de Justicia, Diego García,
consideró que éste y otros motines anteriores habían sido alentados por el pró-
75
fugo ex jefe del servicio de inteligencia nacional, Vladimiro Montesinos .
Resulta increíble. Y ya que hemos hablado aquí de los efectos en la per-
cepción social de esa construcción mediática del presente, como historiadores
nos conviene hacer una lectura más profunda y más crítica de las representa-
ciones que construyen las agencias de noticias a base de titulares y de esa
sobre-información que va quedando de forma atemporalizada en Internet.
Está claro. Si detenemos la mirada en los últimos diez o quince años, in-
cluyendo el actual 2005, rápidamente observamos que la realidad de las pro-
testas violentas de los presos que ocupa con relativa frecuencia las agendas
mediáticas internacionales y de cuando en cuando salpica los noticiarios televi-
sivos de medio mundo, suele transmitirse a base de noticias fragmentadas que
casi nunca informan de las causas de esos conflictos y muy pocas veces hacen
un seguimiento posterior de los mismos. De hecho, lo que más abunda es
transmitido en clave de suceso. Y por encima de cualquier otra expresión de
acción colectiva o de conflictividad, lo que más destaca es la recurrencia de los
motines carcelarios con resultados luctuosos, muertes violentas acaecidas
normalmente provocadas por los enfrentamientos entre bandas rivales o por la
represión policial o militar del motín. Verdaderamente son muchísimas las pá-
ginas de Internet que dan cuenta de este tipo de hechos.
Lógicamente, esta forma de enfocar y transmitir las noticias ayuda a
construir una historia truculenta del presente penitenciario. El resultado es una
percepción social que, al tiempo de mostrarse pasmada frente a la violencia del
sistema, sigue siendo incapaz de interrogar e interrogarse acerca de la razón,
el funcionamiento y la finalidad del castigo y del ejercicio de la violencia institu-
cional.
Todo indica que algunos de estos motines carcelarios están expresando
un fondo de conflictividad mucho más profundo que la por otra parte penosa,
insegura y peligrosa vida de los presos en muchas prisiones. Así se entiende
que Amnistía Internacional llegue a considerar “ejecuciones extrajudiciales”
75
DIARIO DEL PUEBLO en línea (Perú, 04/01/2001).

479
Pedro Oliver Olmo

algunas famosas matanzas de presos como la de la prisión de Sao Paulo en


76
1992 . Y que eso mismo se diga en el informe que la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos hizo sobre Jamaica a propósito de las circunstancias
que rodearon los motines de 1997 y 2000 en la Prisión de St. Catherine y en la
Penitenciaría General, “en cuyo curso varios reclusos fueron asesinados y
77
agredidos” . Por otra parte, además de las investigaciones de organizaciones
como AI o HRW, los relatores de la Comisión de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas también suelen dejar constancia de la existencia de esos mo-
tines carcelarios por la forma extremadamente cruenta de sofocarlos, a través
78
de la eliminación física de algunos de los participantes en las revueltas .
Amnistía Internacional evidenció que la ya citada revuelta de presos bra-
sileños ocurrida en 1992 fue provocada por los carceleros para que se enfren-
taran algunas bandas rivales y que el supuesto motín fue utilizado por la policía
para eliminar a algunos presos, los cuales negaron siempre “que estuvieran
armados con pistolas y dijeron que no se disparó un solo tiro contra la policía, y
que ningún preso resultó muerto a manos de otros internos. También negaron
tener ningún plan sobre una fuga en masa, según han denunciado las autori-
dades estatales. Los presos han afirmado que la policía disparó contra ellos
utilizando metralletas y que, posteriormente, a algunos los ejecutaron extrajudi-
cialmente tras encerrarse en sus propias celdas”.
A su vez, el capellán católico de la prisión dijo a Amnistía Internacional
que la mayoría de los cadáveres que él vio parecían presentar varias heridas
76
Los detalles se pueden consultar en el boletín electrónico de esta organización
(5/10/1992): http://www.amnistiainternacional.org
77
La información puede verse en Internet: Biblioteca de los Derechos Humanos de la
Universidad de Minnesota.htm: “Whitley Myrie v. Jamaica, Caso 12.417, Informe No. 41/04,
Inter-Am. C.H.R., OEA/Ser.L/V/II.122 Doc. 5 rev. 1 en 911, (2004)”.
78
Por ejemplo, en 1999 a la Relatora Especial de la Comisión de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas, Sr. Asma Jahangir, dentro del tema de desapariciones y ejecuciones
sumarias, le preocupaba especialmente las informaciones recibidas de Filipinas según las cua-
les ocho presos murieron como consecuencia de un uso excesivo de la fuerza por la Policía
Nacional filipina durante unos motines carcelarios. Al parecer varios de los presos fueron rema-
tados a tiros mientras yacían malheridos en el suelo (NU, 55º período de sesiones, 6 de enero
de 1999, E/CN. 4/1999/39).

480
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

de bala en el pecho y en la cabeza, y que al menos dos de ellos tenían las ma-
nos juntas en la nuca. Por todo ello AI pedía el esclarecimiento de las circuns-
tancias en que se produjo “la muerte de al menos 111 presos en la prisión de
São Paulo conocida como Casa de Detenção (Casa de detención), el 2 de oc-
tubre de 1992. Las circunstancias en que se produjeron estos hechos hacen
79
pensar que se trató de ejecuciones extrajudiciales” .
De todas formas, la problemática continúa hasta hoy. La mil veces de-
nunciada situación de las cárceles brasileñas ha seguido posibilitando el esta-
llido de motines con cientos y miles de implicados, por ejemplo en 2001, cuan-
do en la misma cárcel de Sao Paulo estalló un nuevo motín aprovechando las
visitas de los familiares. Es la prisión más grande de Latinoamérica. En el mo-
mento de iniciarse la revuelta había 72 guardiacárceles y más de 7.900 visitan-
tes, incluyendo 1.700 niños. Sólo tenemos la versión oficial. Al parecer los re-
clusos “protestaron por la transferencia de 10 personas que se supone son
miembros de una banda de narcotráfico y tráfico de armas con sede en Río de
Janeiro. El grupo es influyente entre los 10.000 presos”. Lo cierto es que poco
después la protesta se extendió por muchas otras prisiones brasileñas, más de
una veintena, y se reprimió muy duramente según los familiares provocando
80
más de una docena de presos muertos .
No obstante la aparente falta de orientación de estas acciones colectivas
violentas sabemos que los motines de 2001 fueron los más multitudinarios de
la historia de Brasil, pues llegaron a amotinarse más de 25.000 reos en 29 pre-
sidios de Sao Paulo. Aunque con menor intensidad, los motines se repitieron
en 2002 también en el Estado de Sao Paulo. Al parecer, todos ellos estuvieron
coordinados por una organización que expresamente decía luchar contra las
funestas cárceles brasileñas. Ese colectivo dice llamarse “Primer Comando de
la Capital” (PCC) y fue creado en 1993 por reclusos de la prisión de Taubate.
En el transcurso de los motines de 2002 el PCC también se responsabilizó de
un ataque con una granada frente a las oficinas de la administración carcelaria

79
http://www.amnistiainternacional.org (5/10/1992).
80
Hechos, 19 de febrero de 2001, según la Agencia FIA (http://www. hechostvazte-
ca_com.htm).

481
Pedro Oliver Olmo

de San Pablo. Al reivindicar la autoría del atentando el PCC decía: "Esta es


81
otra advertencia. No estamos jugando. Terminen la opresión en las cárceles" .
Algunas informaciones oficiales hablan de que el PCC es conocido popular-
mente como el “Partido del Crimen” y que se trata de una facción mafiosa que
cuenta con 6000 integrantes. Su centro de comando opera desde las mismas
cárceles (sus principales ‘capos’, Julio de Moraes, Sandro Santos y José Mar-
cio Felicio están presos), y controla el tráfico de drogas y las redes de prostitu-
ción en Sao Paulo. Fuera de las prisiones, el PCC mantiene una organizada
infraestructura asentada en las favelas de Sao Paulo que le permite efectuar
secuestros, rescates de prisiones, robos y “acciones de castigo” contra las
fuerzas de seguridad, como lo prueban los más de 50 ataques que efectuó en
noviembre de 2003 contra sedes policiales paulistas para presionar por el “rela-
jamiento” de las condiciones de reclusión de sus jefes82.
Como puede verse hay algo más que investigar, una realidad que queda
empañada por esa imagen de motines carcelarios exclusivamente envueltos de
la fatalidad y la sangre o la extrema violencia que protagonizan determinadas
bandas, maras o mafias de presos al enfrentarse a muerte contra sus rivales.
Es más, algunas protestas colectivas de presos van acompañadas de reivindi-
caciones que demuestran muy a las claras situaciones y condiciones de vida
verdaderamente insoportables para los presos amotinados.
En no pocas ocasiones parece pertinente nuestro planteamiento básico
sobre la relación entre acción colectiva de presos y cambio social. Es evidente
que las reivindicaciones encuentran caldos de cultivos, oportunidades políticas
coyunturales, que incentivan a los presos para iniciar la protesta. Así nos expli-
camos motines carcelarios como los de 2004 en Ecuador. En los medios de
comunicación quedó reflejado que los reclusos “reclamaban rebajas de penas,
cambio de los procedimientos penitenciarios y mejores condiciones de deten-
ción”. Las protestas se extendieron por cinco cárceles, tanto de hombres como
de mujeres. Hubo episodios de violencia con un saldo de al menos ocho heri-

81
BBCMUNDO.com (América Latina, Martes, 19 de febrero de 2002 - 01:48 GMT).
82
Se trata de una información oficial difundida en su página WEB por el Consejo Na-
cional para el Control de Estupefacientes (CONACE), Ministerio del Interior de Chile.

482
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

dos y unos 130 rehenes, entre ellos, seis periodistas. De una parte se escu-
charon voces desesperadas de algunas mujeres encarceladas que avisaron al
gobierno de que estaban "decididas a morir" si no se atendían sus demandas; y
por otro lado el gobierno calificó como "positivos" los diálogos mantenidos con
83
delegados de presos .
A veces las oportunidades nunca llegan y, como en el caso de los san-
grientos hechos acaecidos este mismo mes agosto de 2005 en varias prisiones
de Guatemala, son crónicas de motines anunciados, porque ya tuvieron prece-
dentes similares que indicaban la necesidad urgente de unas reformas peniten-
84
ciarias que nunca se han llevado a cabo . En efecto, en la Navidad de 2002
(una fecha que puede potenciar la sensibilidad colectiva en el interior de las
prisiones), se produjo un violento motín en la prisión del "Pavoncito" que dejó al
menos 17 reos muertos. El motín comenzó “cuando un grupo de reos demandó
la renuncia del director de la cárcel, debido a las malas condiciones alimenti-
85
cias y a la carencia de tiempo para recibir visitas” .
El procurador de los Derechos Humanos de Guatemala, Sergio Morales,
denunció entonces la corrupción del sistema y la necesidad de reestructurar las
prisiones. Según un estudio realizado por la Misión de las Naciones Unidas
para Guatemala (MINUGUA), que verifica el cumplimiento de los acuerdos de
paz firmados en 1996, los penales del país no cuentan con la capacidad nece-
saria para albergar a los detenidos en condiciones de seguridad ni dignidad
humana. El estudio reveló que la violencia y la inseguridad se incrementa debi-
do a la corrupción y porque el poder disciplinario está en manos de los internos.
Ahora, en 2005, esa temible cadena de motines ha atemorizado a la po-
blación hasta el punto de incitar a los comerciantes de varias ciudades guate-
86
maltecas a no abrir sus establecimientos por miedo . Y una vez más, el mismo

83
Clarin.com (Jueves 8 de abril de 2004. Año VIII, N° 2928).

84
Agencia EFE (Guatemala, 16/08/2005).

85
BBCMUNDO.com (América Latina, Jueves, 26 de diciembre de 2002 - 04:29 GMT).
86
Finalmente se ha sabido que son 35 los presos muertos en las reyertas, la mayoría
perteneciente a la Mara 18, una organización que además de disputar a la Mara Salvatrucha y

483
Pedro Oliver Olmo

procurador de los Derechos Humanos de Guatemala, Sergio Morales, ha vuelto


a expresar su preocupación por un sistema penitenciario en el que se observa
incluso la proliferación de armas y donde trabajan guardias corruptos que han
87
sido reiteradamente denunciados por activistas de los derechos humanos .
La duda razonable nos llevaría a indagar en la inobservancia e incluso
participación de los guardias ante el tráfico de armas. En ese sentido la actua-
ción corrupta de guardias y carceleros ha sido demostrada a propósito de la
llamada “masacre de El Porvenir”, ocurrida en Honduras el sábado 5 de abril de
2003. En la granja penal de El Porvenir ocurrió ese año uno de los motines car-
celarios más trágicos de Honduras y América Latina, cuyo resultado fue de 39
personas heridas y 69 personas asesinadas, 61 de los cuales eran pandilleros
de la mara 18, 5 internos comunes o no pertenecientes a pandillas y 3 mujeres
que visitaban el centro penal, entre ellas, una menor de edad.
Según la versión oficial, “el día miércoles 02 de abril, varios agentes co-
bras junto a reos comunes que desempeñan funciones de vigilancia y discipli-
na, realizaron un operativo destinado a desarmar a los pandilleros (en adelante
mareros) de la granja penal. Como consecuencia, los días jueves y viernes al-
gunos de los mareros fueron encerrados en las celdas de castigo. Sin embar-
go, el sábado 5, el castigo fue suspendido en horas de la mañana. Minutos
después, El Boris, jefe de la pandilla 18 y sus compañeros, reclamaron al reo
Edgardo Coca, jefe de los internos, y al jefe de disciplina, José Alberto Almen-
dárez, por el operativo de desarme que se realizó contra los pandilleros y no
contra todos los internos. En estos momentos, los mareros sacaron sus armas
de fuego y dispararon contra ambos, hiriendo al primero y asesinando al se-
gundo. Fue entonces cuando comenzó la batalla campal en que se convirtió la
granja penal. Los otros internos también sacaron sus armas y se unieron con

al propio poder formal de las instituciones carcelarias el auténtico control interno de las mis-
mas, extiende su capacidad de influencia a las ciudades sobre todo a través de la extorsión de
los comerciantes (lo cual explica su miedo, porque quizás teman ser acusados de implicación
en el conflicto). Según fuentes oficiales los integrantes de la Mara 18 podrían ser responsables
de la mayor parte de los 4.007 homicidios registrados en 2004 y los 3.597 que ya se han con-
tabilizado entre enero y junio de 2005 en Guatemala (El Mundo, 24/08/2005).
87
LA OPINIÓN DIGITAL (Los Ángeles,19/08/2005).

484
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

las autoridades del centro penal. En medio de la pelea, 26 pandilleros se refu-


giaron en una de las celdas, en donde fueron encerrados con llave y les pren-
dieron fuego”.
La investigación alternativa del prestigioso Equipo Nizkor comenzó a ser
decisiva cuando se planteó algunas preguntas que no tenían respuesta oficial:

• ¿Por qué el operativo fue dirigido solamente a desarmar a los


mareros y no a toda la población carcelaria?
• ¿De dónde provenían las armas que portaban los internos?
• ¿Cómo es posible que las autoridades de la granja penal no se
hayan dado cuenta del trasiego de armas?
• ¿Por qué algunos reos ejercen funciones de disciplina las cua-
les son propias del personal penitenciario de acuerdo a la ley?
• ¿Cómo es posible que de los 69 muertos, 61 pertenecían a la
mara 18?

Así se pudo plantear una verdadera investigación independiente y com-


probar que: “Entre las armas decomisadas están 6 armas de fuego calibre 38, 9
milímetros y 3.57. También fueron decomisadas otra cantidad de armas pun-
zantes, tubos, palos y combustible. Lo más sorprendente del caso es que tam-
bién hubo una explosión de granada, lo que nos permite confirmar que el tras-
iego de armas en los centros penales es un negocio lucrativo y, lógicamente,
las autoridades encargadas deben estar al tanto de ello y, por tanto, son res-
ponsables de lo ocurrido en la granja penal de El Porvenir”.
La conclusión inevitable, por espantosa que parezca es la siguiente: “Las
investigaciones hechas hasta el momento evidencian que las autoridades pe-
nales están involucradas en el tráfico de armas que ha provocado esta matan-
za, ya sea, por facilitar las armas o por tolerar y permitir el trasiego de las mis-
88
mas” .

88
“Informe Preliminar Alternativo sobre la Masacre de El Porvenir”. Publicado el
04/05/05 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights (http://www.derechos.org/esp.html).
En una de sus conclusiones se afirma: “El deterioro de los centros penales, la violencia intra
carcelaria, la escasa atención médica y la carencia de programas de capacitación y recreación

485
Pedro Oliver Olmo

Tal es la verdad que a veces se oculta. Investigaciones veraces podrían


desvelar el fondo de conflictividad de lo que casi siempre se presenta ante la
opinión pública como las pulsiones desesperadas de los presos más violentos y
peligrosos, tensiones más que protestas, rivalidades mafiosas más que reivin-
dicaciones, y matanzas entre criminales más que negligencias oficiales, o qui-
zás complicidades e incluso planes de eliminación de presos indeseables que
podrían haber sido perpetrados por los agentes responsables de la custodia de
esas personas.

constituyen la faceta principal de las cárceles en Honduras. Tal pareciera que es necesario que
ocurran motines, asesinatos, incendios, como lo ocurrido en la granja de El Porvenir para que
la sociedad y las autoridades den una mirada a los centros penitenciarios del país en donde
seres humanos viven en condiciones infrahumanas, indignas, en situaciones graves de haci-
namiento que condiciona el sistema penitenciario y la salud de esas personas, lo que se tradu-
ce en una forma cruel, inhumana y degradante de vivir”.

486
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

7.- REFORMULACIÓN DE HIPÓTESIS. OBJETIVOS Y TAREAS


PENDIENTES

Recapitulando lo que este proyecto de investigación ya tiene trillado, re-


cordemos que la perspectiva socioestructural de la historia del control y el cas-
tigo nos ha ayudado a formular las hipótesis previas de la investigación, las
cuales básicamente se plantean la relación entre el cambio social y el cambio
prisional y el papel protagónico que los presos comunes han podido desempe-
ñar en determinadas coyunturas.
Igualmente reflexionamos acerca de una historiografía que des-
prisionice al preso común y enfoque su figura como sujeto activo historiográfi-
co. Además, aplicamos algunas herramientas interdisciplinarias que posibilitan
el diálogo de la historiografía del encarcelamiento con la sociología de la prisión
moderna. Junto a conceptos que para esta investigación son capitales –entre
los que destaca el de prisionización- vamos a aplicar los que son propios de las
teorías de la acción y los movimientos sociales.
Todo esto constituye la base teórica que nos ayuda a conceptualizar de
una forma heurística las acciones colectivas de los presos comunes, planteán-
donos de esa forma una definición de las resistencias y las luchas colectivas de
los presos que a su vez tome en consideración su eventual aplicabilidad histó-
rico-empírica a partir de lo que las fuentes de archivo nos pueden ofrecer, un
terreno que conocemos bien por otras investigaciones anteriores.
Hasta ahora contamos con noticias históricas muy significativas que nos
posibilitan el planteamiento de variables interdependientes para expliquen pro-
cesos-tipo. Pero en ese sentido deberíamos profundizar en el estudio de la
conflictividad de las prisiones al menos en la historia de España:

• Acopiando más información histórica de fuentes directas e in-


directas acerca de quejas, peticiones, reivindicaciones, accio-
nes y protestas colectivas de presos en la época de transición

487
Pedro Oliver Olmo

del Antiguo Régimen al Estado liberal, cuando la pena privati-


va de libertad se generaliza e institucionaliza en unos espacios
de castigo que arrastran todos los antiguos males estructura-
les.
• Al hilo de lo anterior parece imprescindible analizar la relación
que empieza a darse dentro de las nuevas prisiones liberales
entre la figura emergente de los presos por motivos de rebe-
lión política y los presos de la justicia ordinaria que atentaban
contra los nuevos bienes jurídicos protegidos por las codifica-
ciones penales del orden liberal-capitalista y los valores bur-
gueses (las figuras delictivas que poblaban las prisiones antes
de que se construyera la etiqueta de presos comunes)
• Igualmente sería conveniente recoger información sobre pro-
testas de presos y conflictos en el llamado período de “reforma
penitenciaria” de finales del siglo XIX y principios de XX.
• Respecto de España consideramos asimismo importante ana-
lizar la información referente al período de reformas de la II
República.
• El largo período franquista ofrece muchas posibilidades de es-
tudio de las resistencias y las luchas de los presos políticos,
pero indudablemente nuestro objetivo central ha de seguir
siendo la experiencia de los presos comunes. Este período se
convierte en un campo clave para aprehender la diversidad de
papeles y de actitudes entre los presos políticos y los comu-
nes, y la confrontación de percepciones que tenían unos res-
pecto de los otros.
Por eso nos surge otra pregunta tan importante que acaba
convirtiéndose en pregunta directriz de buena parte del pro-
yecto:

ƒ ¿Qué procesos de encuentro-desencuentro y de


aprendizaje en común vivieron los presos políti-
cos y los presos comunes en los últimos años del
franquismo

488
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

• Mucho más definido está el objeto de estudio de la gran expe-


riencia del movimiento de presos en lucha que representa la
COPEL. Habrá que acudir a los lugares y las personas que
conservan los documentos que se fueron produciendo durante
los años 1976-79:

ƒ Escrutaremos la documentación original de la


COPEL acudiendo a los fondos de archivo del co-
lectivo Arran (Barcelona) y a algunos archivos
particulares (entre otros el del profesor Iñaki Ri-
vera Beiras).
ƒ Reconstruiremos la historia de las acciones co-
lectivas posteriores a la COPEL. Para ello se po-
drá consultar la documentación de la Coordinado-
ra Estatal de Solidaridad con la Personas Presas
(CESPP) y de algunas organizaciones territoria-
les como Salhaketa (País Vasco y Navarra) y la
APDH de Andalucía.
ƒ Por último, apoyándonos en los colectivos de so-
lidaridad que se mantienen activos (Madres co-
ntra la Droga, los colectivos vascos y navarros de
Salhaketa, PreSOS de Galicia, Cruz Negra Anar-
quista de varias localidades, etcétera), intentare-
mos reconstruir la historia del presente, con es-
pecial atención a las últimas protestas de los pre-
sos clasificados como FIES, los motines de pre-
sos jóvenes en las prisiones catalanas, etcétera.
ƒ Recogeremos los testimonios de miembros de la
Coordinadora Estatal de Solidaridad con la Per-
sonas Presas (CESPP), y de la Asamblea de
Apoyo a las Personas Presas en Lucha
(AAPPEL), organismo que ha promovido las

489
Pedro Oliver Olmo

huelgas de hambre y las denuncias que han pro-


tagonizado los presos FIES en los últimos años.
Al hilo de esto quisiéramos explicar las razones
de que el importante cambio social de las últimas
décadas sólo parezca haberse notado dentro de
las cárceles porque han ido llenándose de algu-
nos grupos de riesgo que a su vez eran expresión
de determinadas problemáticas sociales deriva-
das de los procesos de cambio:

ƒ ¿Qué información-poder nos ofrece la


imagen dominante de los yonkis de los
años ochenta, los enfermos de SIDA
de los noventa, y los inmigrantes de
los primeros años del siglo XXI como
colectivos de presos más numerosos
de la historia reciente y presente de las
prisiones españolas?
ƒ ¿Por qué las acciones colectivas que
han protagonizado algunos presos
comunes, incluso las que han estado
coordinadas a nivel estatal y han con-
tado con apoyos externos del movi-
miento de solidaridad con las personas
encarceladas, casi nunca han conse-
guido hacerse oír, excepción hecha de
algunas situaciones conflictivas que se
han visto envueltas de violencia inter-
na y por eso mismo de falta de legiti-
midad (por ejemplo, en los motines de
1991, algunos con víctimas)?

Pero recordemos que buscamos el contraste individualizador de algunos


casos de protesta colectiva de presos para poder elaborar hipótesis de genera-

490
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

lización interpretativa de procesos de acción colectiva en las prisiones. Por eso


pasaremos a hacer estudios comparados.
Como puede verse, la información sobre España es capital para este
proyecto, de hecho, por lo que se refiere a fuentes originales de los siglos
XVIII-XX va a ser prácticamente la única que se va a escrutar. Pero lo que se
pretende es cotejar los modelos interpretativos de los años setenta del siglo XX
y de las últimas décadas con la de otros países, en principio con el modelo de
Argentina, país del que ya contamos con un conocimiento previo y en el que se
han recogido fuentes orales y hemerográficas además de información bibliográ-
fica.
Tenemos muy en cuenta que –según ya hemos visto que apuntaba Jür-
gen Kocka- hay un aspecto metodológico de los estudios comparados que se
nos hace ahora muy relevante y (podríamos decir que) hasta relajante: la
enorme validez de la información de las fuentes secundarias siempre que
hagamos un uso crítico de las mismas, algo que además de acercarnos a la
metodología de otras ciencias sociales, nos puede eximir de la a veces dura y
tediosa tarea de recogida de fuentes primarias en archivos públicos o a través
de la producción de fuentes orales (un trabajo que incluso se convierte en im-
posible por tratarse de una documentación muy reciente que normalmente está
protegida y reservada por leyes específicas que restringen durante largos pe-
ríodos de tiempo el acceso al documento).
Así, lo que se nos plantea es la pertinencia de la comparación de las ac-
ciones colectivas de los presos comunes españoles tras la amnistía de los pre-
sos políticos en el período de reforma política democrática, con las experien-
cias de acción colectiva en la Argentina de los años setenta.
Pero más a largo plazo intentaremos elaborar un posible marco compa-
rativo en el que entraríamos a cotejar e interpretar la información histórica de
España, Argentina e Italia para después buscar otro eje de comparación por
similitudes con Portugal, Uruguay y Grecia.
Con todo, la información secundaria referida a las experiencias en distin-
tos países europeos nos servirá de gran utilidad: ya tenemos importantes refe-
rencias de Países Escandinavos, Gran Bretaña, Holanda, Francia e Italia; e
igualmente contamos con algunos buenos trabajos de investigación acerca de
la realidad de las prisiones de EEUU y Rusia, las cuales, junto con China, son

491
Pedro Oliver Olmo

hoy por hoy las tres grandes potencias mundiales del encarcelamiento, al me-
nos en número de presos.
De esta forma estaremos comparando experiencias españolas, euro-
peas y americanas, lo cual, si recordamos la reflexión que hacíamos en la pri-
mera parte de esta propuesta académica e investigadora, es una elección plau-
sible, que nos ayuda a conocer mejor la realidad española, y que se nos antoja
doblemente pertinente:

• Por un lado, porque cotejamos realidades que conllevan una


cierta unicidad cultural dentro de la diversidad de realidades
nacionales, lo cual evidencia el conocimiento del devenir histó-
rico de las instituciones punitivas en España, Europa, EEUU y
América Latina.
• Y por otro, porque estamos considerando la importancia de los
marcos normativos y el peso de las políticas estatales, tanto
en el alcance de los mecanismos de control dentro de la es-
tructuración de los procesos sociales de criminalización y lega-
lización, como en el peso sociológico de las funciones desarro-
lladas por las instituciones sociales punitivas para el manteni-
miento del orden social y el funcionamiento de los subsistemas
de control y castigo, o dicho en términos jurídicos y penalistas,
para la consecución de la prevención general y la prevención
especial.

También adelantábamos que al comparar podríamos plantearnos la ela-


boración de tipologías, por ejemplo, al relacionar los debates acerca de las al-
ternativas a la prisión y las políticas excarceladoras con las expresiones de ac-
ción colectiva de los presos durante la década de 1970 principalmente en Es-
paña y Argentina coincidiendo con procesos de profundo cambio político y con
el telón de fondo de las protestas de presos fuertemente politizadas por la ex-
trema izquierda en algunos países europeos y en EEUU.
Finalmente, y gracias a las posibilidades que nos ofrece Internet, tam-
bién indagaremos en el perfil actual de la conflictividad y los motines carcela-
rios.

492
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora

En este último sentido, más que nuestro propio trabajo de acopio de do-
cumentación sobre el cambio prisional, nos interesa relacionar la conflictividad
carcelaria actual con los indicadores básicos de los procesos de cambio social
que puedan ser claramente detectables en la historia del presente de distintas
sociedades.
Quizás, como dice J.L. Gaddis, podamos detectar regularidades signifi-
cativas en el aparente caos de determinados procesos sociales.

493
Pedro Oliver Olmo

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