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Las cartas de J. A.

Miller

¿Reunificación en el psicoanalísis?
Juan Carlos Capo

Jacques Alain Miller despierta, se encoleriza y polemiza en el 2001, año del vigésimo
aniversario de la muerte de su suegro, el analista francés Jacques Lacan. Y sostiene que
"El impresionante éxito de un Lacan le valdría un lugar en la teoría de los impostores."

Los oponentes no se ahorraron injurias hacia Lacan: "falso profeta", "impostor" y otras
lindezas por el estilo le fueron -le son aun, enrostradas. Esto podía ser claro, argumenta
Miller en un libro publicado recientemente (*), ya que la historia siempre conoció grandes
mistificadores: Mesmer, que fascinó a Victor Hugo, Swedenborg, que fascinó a Balzac,
Stalin, que persuadió a los franceses -y no sólo a los franceses- de que el comunismo
existía.

Lacan de entrecasa

Miller se deja invadir por el recuerdo de su suegro. "Lo encontraba de madrugada en el


estudio, a menudo despierto antes del amanecer, con el Littré, con Freud o con Aristóteles,
o hablando por teléfono con uno u otro de su red de matemáticos, eruditos y bibliotecarios,
acuciando a uno para que le aclarara un pasaje de la Tora, a otro para probar un nudo
borromeano de última generación". "Cuando N* estaba allí, recurría a él desde el desayuno,
indicándole con un dedo imperioso el teorema que había que explicar. El otro pedía
terminar su taza y su tostada. ‘Tómese el tiempo que quiera, querido’, le decía Lacan con
un gesto que desmentía hasta tal punto sus palabras, que el ilustre lógico (…) se sentía
reducido a no ser más que un organismo animal obligado a tragar su pitanza matinal, esa
actividad nutritiva estúpida que demoraba el progreso del discurso universal. La
impaciencia de Lacan cortaba el apetito de los más hambrientos, que rápidamente se ponían
a trabajar para este amo que sabía que iba a morir y que les enseñaba que no había que
perder tiempo". (pp44).

Orígenes

Miller recuerda a Widlöcher –actual presidente de IPA- que se alejó de Lacan sin
maldecirlo y a quien Miller le desea éxito en su gestión. Miller cuenta que Widlöcher le
contó a Roudinesco –historiadora del psicoanálisis- una última entrevista con Lacan.

Habla Lacan:"-Casi todos ustedes son médicos, y nada puede hacerse con los médicos.
Además, no son judíos, y cometí un error en contar con los no judíos. Todos ustedes tienen
problemas con sus padres, por eso actúan juntos contra mí".
"Cuando leí este pasaje -recuerda Miller- pensé: Lacan vio en mí a aquel cuya llegada
anunciaba a Widlöcher en el último adiós. Widlöcher lo abandonó a fines de 1963, yo
llegué en enero de 1964, no médico, judío, hijo de mi padre. No solo no era médico sino
que declaraba desde los cinco años que esa era la única profesión que nunca tendría. La
medicina era el patrimonio de mi padre, y yo tenía por principio no disputarle nada de lo
que fuera suyo, pero no dejarlo nunca invadir nada de lo que fuera mi territorio" (p. 77).

"Judío. Sí, no se puede ser más que judío. Judío sin rito ni religión, judío con el corazón
circunciso y la cabeza erguida, judío de la diáspora, judío sin otra familia que mi padre, mi
madre, mi hermano, judío fiel; que tiene a la traición por horror, sujeto para siempre a la
palabra dada; atado al libro y sabiendo leer, como es el rasgo inmemorial de los suyos;
judío que arde por afrontar pruebas heroicamente y que demuestra, mientras tanto, los
peores modales en sociedad cuando alguien se permite jugar al Poncio Pilato ante la
verdad" (p77).

Miller se analizó con Charles Melman –según parece, un análisis accidentado, (¿como todo
análisis?)- se formó como psicoanalista, y es editor (muy criticado) por las alternativas que
llevan los seminarios del suegro para ser debidamente establecidos y editados.

Jacques Alain Miller procede de la filosofía y del trotskysmo, pero viró y se asentó en el
psicoanálisis lacaniano, y…

"No me casé con su causa, sino con su hija. Lo que creí ser mi causa fue ’la causa del
pueblo’. La conocí en el 68. Fuimos juntos, Judith y yo. Lacan fue amistoso, pero él votaba
a de Gaulle. Le di el Libro Rojo, con el que entonces me deleitaba, lo leyó, y me hizo este
único comentario, un comentario que me dejó estupefacto y que consideré limitado,
mediocre…

’-Esto permite-me dijo-justificar todas las maniobras del Partido’ ". (p. 73).

El terrorista. El canalla.

Miller evoca el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York. Recuerda el poema del cuervo
negro que ataca en picada a los gemelos Tararí y Tarará en Alicia a través del espejo. Las
Torres Gemelas, the Twins, el Boeing que se abalanza sobre ellas. ¡Todo está allí!

Just then flew down a monstrous crow

As black as a tar-barrel

No hay personas mayores, decía Malraux, recuerda Miller. Las historias de los verdugos
víctimas, son cuentos de hadas para grandes, sostiene. El hermano mayor de Lenin,
aprendiz de terrorista… y sigue la lista; se pueden hacer listas interminables con los
verdugos de corazones puros. Está el verdugo funcionario, como también está el verdugo
terrorista, ese que solo se autoriza en sí mismo, como diría el otro, y que es un monaguillo,
un santo de vidriera, un ángel ansioso por despojarse de su cuerpo. Anoréxicos. Angeles
exterminadores. Fanáticos de la redención y de la muerte, como supo ver Nietzsche. Locos,
no canallas. ¿Por qué el psicoanálisis no echa raíces en tierras del Islam? (Safouan ha dicho
cosas palmarias sobre eso, pero Miller no las toma). Sería necesario que el psicoanálisis
pudiera echar raíces en el Islam para desecar el goce mortífero del sacrificio, dice.

En cuanto a Stalin, continúa Miller, en él se encuentra el esplendor del canalla, ningún


escrúpulo, ninguna decencia, ni una vacilación, ni una carencia en ser, hombre de acero
intocable, encerrado sobre sí mismo, no un terrorista, de los que arriesgan su vida, aunque
sí reclutó terroristas, organizó el Gran Terror, hizo padecer hambre a multitudes; él no
poseía alteridad, ni sujección a nada, no se trataba de narcisismo, porque a Narciso le hace
falta escena y el espectador.

Miller cita a Lacan: "el error de buena fe es entre todos el más imperdonable". "De nuestra
posición de sujetos somos siempre responsables. Llamen a eso terrorismo donde quieran"
(Escritos, p. 837).

La cólera de Miller

Todo comienza en el XL Congreso de la IPA, en julio de 1997, en Barcelona, cuando


Horacio Echegoyen –de filiación kleiniana- presidente de la Internacional, recibe a Miller
con toda amabilidad, lo abraza en el aula magna del Congreso, le comunica que está en su
casa, y lo invita a comentar un caso clínico. Miller lo hace. Sus palabras son acogidas con
interés y respeto. Miller queda pasmado, comprueba que la vieja casa cambió, que ya no es
lo que era en tiempos de la "psicología del yo".

Gilbert Diatkine, analista de la Sociedad Psicoanalítica de París, informa del


acontecimiento, cuatro años después del Congreso, en la Revista Francesa de Psicoanálisis.
Diatkine dice que la presencia de Miller suscitó en el Congreso vivas reacciones, y no por
divergencias teóricas, sino porque Miller es partidario de que "el analista sólo se autoriza en
sí mismo", excusa para el ejercicio de "analistas salvajes". Diatkine se despacha contra el
pase, método inventado por Lacan como método de selección de los analistas: afirma que
éste no tiene ningún valor, y escribe además que de todo esto resultan riesgos para el
público.

La réplica de Miller se hará en forma de cartas y llevará su caso ante el tribunal de una
opinión pública que quizás exista todavía en Francia.

Una pequeña banda parisina afectada de supremacismo "agudo de prepotencia" es la


responsable, sostiene Miller, una pequeña banda infatuada, incólume y soberbia. Sus
representantes, dice Miller, son las dos asociaciones parisinas de la IPA: la SPP y la APF.

Rosenkrant y Guildenstern en París. El principio de Horacio.

El desgraciado incidente con Denis y Diatkine, -los dos analistas de la SPP, director y
notero, respectivamente- que desde la revista de la Sociedad Psicoanalítica de París, se
negaron a concederle derecho de réplica en su publicación oficial, fue el incidente, -
¿minúsculo? ¿mayúsculo?- que determinó reacciones personales e institucionales
impredictibles.

Miller recuerda a Spinoza cuando sostenía que la comparación es un modo de conocimiento


inadecuado. Un hombre ciego no es menos que un hombre que ve, porque la privación es
imaginaria. (Borges estaría de acuerdo). "Es la doctrina más hermosa del mundo", dice
Miller. Y agrega: "Sin embargo, lo imaginario tiene efectos bien reales". Miller lo pensó
también así: el vuelo de una mariposa puede iniciar una tormenta, una chispa encender una
pradera, un insecto picar a un león y el león salta… por única vez.(¿Recuerdan a Freud?)

Nunca hubiera pensado, confiesa incrédulamente Miller, que el principio de Horacio le


cambiaría la vida.

Miller recuerda el ostracismo encapsulado en que vivió impasible ante el fuego graneado
que lo acosó desde bandos de tirios y troyanos: tiendas ipianas y tiendas lacanianas (pp-17).

En cuanto a Denis y Diatkine –también llamados "las dos D" o Rosenkrantz y Guildenstern
por Miller- representan no solo a dos socios, sino también a la sociedad, más concretamente
en este caso, a la Sociedad Psicoanalítica de París.

Miller sigue en esto a Goethe en su reflexión sobre el Hamlet shakespeareano: "Lo que son
y lo que hacen Rosenkrantz y Guildenstern no puede ser representado por uno solo. En esos
abordajes almibarados, esa soltura y docilidad, esas adulaciones y zalamerías, esos rodeos,
esa vacuidad universal, esa franca picardía, esa incapacidad, ¿cómo expresar todo eso con
un solo personaje? Ellos solo son algo en sociedad, ellos son la sociedad".

"El público espera de los psicoanalistas más sabiduría y más lucidez, menos altanería y
fatuidad, y también el conocimiento y el respeto de la ley. Son las condiciones mínimas
para que los psicoanalistas sean de bien público; de lo contrario, son nocivos", arguye
Miller.

Historia "a dos pasos de la tierra más abyecta" (Shakespeare)

"La IPA durante mucho tiempo fue la única", continúa Miller. "Cree seguir siéndolo.
Encontraba en la historia el fundamento de su legitimidad".

Esta tradición se perpetuó durante un siglo, superó la Primera Guerra Mundial, la Segunda,
y no está cerca de extinguirse. Sobrevivió al éxito (…) sobrevive a lo que Christopher
Bollas llama ‘el fracaso del psicoanálisis’; se mantiene firme pese a la falta de fe de muchos
de sus miembros, como el mismo testimonio –depresivo- de Bollas lo reafirma (…)

"Hay que pensar que el espíritu del psicoanálisis tiene algo que ver en esto", puntualiza
Miller (pp.168). (…) "La IPA duró para sí. Tiene la historia para sí. Quizá, de este modo,
también tenga la historia contra ella." (pp.169).
La fundación de una tercera comunidad psicoanalítica con la que Miller sueña, no tiene que
ver con la IPA, -que es una suerte de parlamento de naciones del psicoanálisis-. "Yo no
podría, por mucho que me empeñara, en crear un equivalente de esta", dice Miller. (p.19).

La formación lacaniana es tanto más exitosa, recuerda Miller, cuanto que sus búsquedas no
van por la vertiente de la formalidad ipiana. Miller troca en un texto de Valéry, la palabra
"ciudades" por la palabra "instituciones" para hacerse entender. El fragmento queda así:
"La historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto. Sus
propiedades son bien conocidas. Hace soñar, enajena a los miembros de las asociaciones, le
engendra falsos recuerdos, exagera sus reflejos, mantiene sus viejas heridas, los atormenta
en su descanso, los conduce al delirio de grandeza o al de la persecución, y vuelve a las
instituciones amargas, soberbias, insoportables y vanas".

Durante mucho tiempo la IPA pensó que era la totalidad del movimiento psicoanalítico,
reflexiona Miller, y también durante mucho tiempo pudo creer que el movimiento
psicoanalítico se resumía en ella sola. (La IPA) "expulsó a Lacan en 1963, y a sus alumnos,
como Freud había expulsado a Jung, después de Adler". Cuando Freud decide crear la
Asociación Internacional, lo hizo con este fundamento: "Debería haber algún lugar, Stelle,
(Strachey traduce ‘cuartel general’), cuyo asunto fuera decir: "Todo este sinsentido,
Unsinn, no tiene en absoluto que ver con el psicoanálisis; eso no es el psicoanálisis, das ist
nicht die Psychoanalyse."

Justificaba esa creación con el destierro solemne (grösse Bann), del que el psicoanálisis
había sido objeto por parte de la ciencia oficial. (…) "la investidura que hizo Freud de un
sujeto supuesto saber colectivo instituyó en el psicoanálisis lo que solo merece el nombre
de Iglesia", sostiene Miller (pp.170)

"La palabra Bann debía resonar en la historia del movimiento psicoanalítico hasta traer a
los labios de Lacan, el 15 de enero de 1964, la palabra excomunión, que indica claramente
lo que ocurrió.

La excomunión

Pero esto no terminó brutal y sanguinariamente a manos del judío Freud: Abraham redivivo
degollando a Isaac.

Una mujer intrépida, genial, loca, desafió al monstruo edípico que salió muy armado del
cerebro de Freud, sostiene Miller. Melanie Klein desafió a Freud, a Anna Freud, la hija de
Freud. Klein sostuvo abiertamente la precocidad del Edipo, el carácer primordial de la
imago del cuerpo materno, la persistencia de los objetos malos internos, el
despedazamiento de la identificación original, el carácter originario de la primera
formación del superyó. El primer kleiniano francés fue Jacques Lacan, sostiene Miller.
"Los kleinianos estuvieron al borde de ser expulsados de la IPA"- recordó Horacio
Echegoyen en la conversación que mantuvimos en 1996"-puntualiza Miller.(pp.172)
Escaparon. La sociedad inglesa encontró en Melanie Klein con qué resistir al imperio
germanoaustríaco. El peso que había adquirido el kleinismo en América latina hizo
retroceder a los inquisidores.
"¿Por qué la IPA procedió, no obstante, en 1963 a la excomunión solemne, al grösse Bann
de Jacques Lacan, psicoanalista de París? "Una internacional del conocimiento analítico, en
ancas de su omnipotencia lanzó sus rayos sobre el Lacan disidente, y lo excomulgó con
gran despliegue en 1963, intentando colgarle la campanilla de los leprosos (p. 159). Cabe
agregar que los kleinianos ayudaron", recuerda Miller (pp.173).

Miller imaginó de este modo la réplica que la IPA (personificada) dio a esta cuestión: "A
falta de regular las opiniones, la doctrina, la doxa, me propuse regular la conducta, la
práctica, la praxis. (…) no siendo más guardiana de la ortodoxia, me volví guardiana de la
ortopraxia". (…) "Se volvió a entonar, un cuarto de siglo después del violento episodio
kleiniano, el implacable canto freudiano: "Das ist nicht die Psychoanalyse!" (pp. 174-175).
"La IPA poskleiniana encontró en otro lado el principio de su unidad: en el estándar." (…)

Es de preguntarse qué futuro le espera al estándar. Miller sostiene que pertenece a un


mundo pasado. Sobrevive como recuerdo, mito, rito, en los practicantes formados en esos
marcos, que no conocieron otra cosa, y que están inseguros de su capacidad para renovarse.

¿Una propuesta delirante?

El efecto llamado Zeigarnik en psicología (Escritos, p. 204) consiste en que las tareas
inconclusas tienden a repetirse. Se hace da capo mientras el acorde no fue tocado
simultáneamente.

Pero, sostiene Miller, es preciso dejar detrás el fárrago del siglo XX, y entrar en forma al
siglo XXI.

En él ya nadie será marginado de la IPA. El desafío del futuro apunta a la cuestión de si los
miembros de la IPA y los lacanianos seguirán marchando cada cual por su lado.

"Mañana, ya hoy quizá, nuestra diferencia imperdonable no será nada, no es nada. (…) No
les llamaré "¡Compañeros!". Somos los unhappy few, que llevamos, cada uno a su manera,
la marca de Lacan..

El principio de Horacio es traído una y otra vez por Miller. ¿"Hay que sorprenderse, él se
pregunta, de que sea un presidente kleiniano de la IPA, su primer presidente
latinoamericano, quien primero haya arrojado públicamente al río el formulario freudiano
de proscripción que desde 1963 afectaba a los lacanianos?"

Dijo Echegoyen en esa ocasión: -"Ningún grupo puede arrogarse la representación total del
psicoanálisis". Agregó: "Esto, principalmente, si se tiene en cuenta la influencia del
pensamiento de Lacan". Y ahora desde la Asociación Psicoanalítica Mundial que preside,
Miller se propone terminar de una buena vez en establecer los textos lacanianos, unificar el
movimiento psicoanalítico internacional, cuyo pecado original es la fragmentación y quizás
la incomunicación babélica. No le faltan agallas. Su aptitud de organizador denota una
capacidad tentacular y monolítica, suave pero no exenta de firmeza, con visos de
indemnidad a fáciles desfallecimientos.
"Solo ubico esta reunificación en el horizonte como una perspectiva última…

"Les anuncio que este Uno se hará, se rehará, ya se rehace ante los ojos de ustedes, que no
saben ver". (…) "El Uno del que hablo es el Uno de la noche, el Uno del come-back, lleno
de costurones, rasgado,desvencijado, desencantado, el Uno que se fracturó, despedazó,
dispersó, y que vuelve rendido a anudarse a sí mismo, lleno de uso y razón, instruído y
transformado por su atravesamiento de lo múltiple." (pp.164)

"Freud eligió la palabra Bewegung, el movimiento, calificado de psicoanalítico. La


dinámica ilustra aquí en qué consiste realmente en el psicoanálisis la esquizia de la unidad
y la totalidad. El movimiento quiere decir precisamente que el Uno del que se trata en el
psicoanálisis no se deja atrapar por ningún todo, sino que lo desborda de manera incesante".
pp. 166).

Coda

El libro de Miller abreva en las narraciones infantiles, o en la literatura de folletín, como si


la historia, entre ellas la historia de las instituciones analíticas, tuvieran mucho del estilo de
los novelones del siglo XIX, que aun en el siglo XXI perduran.

Miller echa mano a los mitos -él mismo se ve como Sísifo por su paciencia, quizás por su
estoicismo de obsesivo- o a la tragedia isabelina con su corte de violentados, ya caídos en
desgracia, ya muertos, o ya de otros, dados por muertos, y que de pronto resucitan y gozan
de sorprendente salud.

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(*) "Cartas a la opinión ilustrada" Por Jacques Alain Miller. Buenos Aires, 2002.
Paidós, 181 págs.

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