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“…Yo tengo un taller mental”

“A la casa de los nombres acudían, queriendo llamarse


las personas y los bichos y las cosas.
La casa estaba siempre llena de personas y bichos y cosas
probándose nombres”

Eduardo Galeano
“El libro de los abrazos”

Presentar este taller es hablar de la política de un taller, de una ética que


subyace en él y que implica buscar efectos sin poder preverlos. No se trata de la
apología de lo imprevisible, sino de la celebración de lo imprevisto. De la espera
y recepción de lo singular que sorprende, desarticula, desacomoda, sacude,
conmueve, alegra, asusta, di-vierte.
Era un encuentro semanal, en el cual la invitación era a leer y a escribir.
Los convocados, quienes estaban internados en una sala de psicopatología de un
hospital general de agudos de nuestra ciudad.
Creemos con Freud y con los artistas, que “sólo con el último hombre
morirá el último poeta” (1). Con esa convicción, habíamos invitado a escribir,
para que aquellos que quisieran, produciendo, se produzcan. Y eso iba para
todos; para las coordinadoras –María y yo- también.
Entonces, hicimos un lugar que podía ser ocupado, o rechazado. Y los
concurrentes, también nos ofrecían lugares para nosotras: el lugar del Amo, el del
Otro que goza, el lugar del Ideal. Y nosotras, con todas las maniobras que hacían
falta, preferíamos estar como interlocutoras.
Si el sujeto puede ser correlativo de su producto, una idea del taller es
introducir a cada quien en su texto. O mejor, ofrecer el espacio para que esa
producción, sea. Si el objeto producido tiene algo que ver con la subjetividad,
entonces, como secretarias, podíamos tomar la correspondencia y enviarla.
Porque a veces, escribir es un intento de amarrarse al orden simbólico, y
a veces, es responder a una demanda; a veces, se trata de matar el tiempo con
otros, o tal vez, producirse a través de la creación de un compañero de la que
uno puede apropiarse. Taller como espacio de gracia, de inspiración, de regalos,
de donaciones, de ofertas.
Taller no para hacer diagnóstico -qué tentación-, ni para dirigir la cura de
nadie. Taller de apuesta a causar y promesa de soportar lo que allí se escriba:
que no es lo mismo que soportar “lo que venga”.
Taller de escritura: podría tratarse de introducir la categoría de sujeto del
texto, quizás como ficción y repartición de goce. También, en otros casos, podría
tratarse de un despliegue de identificaciones. Taller para que pase algo en esas
tardes en que parece que el único destino es esperar la cena, sin doctores, sin
familia, sin amigos, sin casa, sin intimidad. Taller como rescate y respeto de lo
íntimo. A puertas cerradas. A resguardo.
Lo importante, obviamente, no es escribir bien o mal, mejorar en la
escritura, en la puntuación, en la ortografía. No se trata de “ escribir como…”
sino escribir la propia versión de lo que nunca antes se escribió.
Es que en este taller no había pacientes, lo que había era paciencia.
Porque no era para hacer terapia. A veces la tolerancia parece que se nos iba, y
el silencio mudo pero que aturde, del sufrimiento de la psicosis, nos envolvía y
nos anulaba. Pero había espera, apuesta, aguante.
Más allá del estatuto de producción, “el texto sigue siendo para el sujeto,
un vehículo de sentido, incluso cuando este sólo aparece en el après-coup de la
construcción que la lectura realiza” (2) Y al estar en grupo, los sentidos que
circulan pueden ser infinitos. “El texto conlleva un llamado.- dice Francois
Ansermet- Y el lector, si tolera esta zona de enigma, en un punto de equilibrio,
de incertidumbre, más allá de todo control, va a realizar este curioso encuentro
con una parte de las zonas de sombra que él mismo abriga. En ese momento, él
mismo es autor. Creemos que es posible la emergencia subjetiva en la escritura
del propio texto tanto como en la lectura del texto de otros, que desde este punto
de vista, se convierte nuevamente en escritura.
Leopoldo deambulaba por la sala todas las tardes. Pasaron varios meses
hasta que alguien se dio cuenta de que necesitaba anteojos, tanto para leer como
para reconocer a las personas.
Un jueves, tal vez por casualidad, entró y se sentó junto a los otros, y
escribió un poema conocido:

“Cultivo una rosa blanca en junio como en enero…”

Ante las preguntas suspicaces de los otros, afirmaba que él era el autor.
Leopoldo era conocido por comer las rosas del jardín del hospital, una a una…
pétalo a pétalo…rosas blancas.
Desde esa tarde, Leopoldo comenzó a ser un integrante del taller, y fue
encontrando un estilo propio en el espacio y el tiempo que se ofrece. Y de a
poco, fue pudiendo escuchar los textos leídos y tomar de estos, palabras para
escribir lo suyo. En sus escritos abundarían imágenes visuales que se propagaban
metonímicamente:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche


Desde esos pechos más alegres esta noche
Estarán en versos ese día
Más azules que el mar yo tendría
Y que las gaviotas encendidas esta noche…

Una tarde de taller, Leopoldo preguntó si podía escribir un sueño suyo. Y a


partir de ese momento, irían a sucederse, en cada reunión, sus sueños, la
mayoría, de amor. Sueños a ser escritos y a veces, leídos. Continuarán la
metonimia incesante y las palabras prestadas, escuchadas al pasar, pero los
textos iban enmarcándose en un estilo que todos reconocíamos:
Yo recorría el espacio azul recorriendo las vías lácteas y las puedo recorrer con
sus nombres: alsácea, crisálida, esólida, elsácea, alfanacia, euglaridala,
eutanacia, cromálida, cifacira, euglacira y otras más como cubren el espacio
Verlas no me atemorizan en nada.

Además de pedir insistentemente que sus textos sean tipeados para


guardarlos o regalarlos a su novia, la curiosidad de los compañeros de taller
cuando él no los quiere leer, y el festejo cuando lo hace, lo introducía en una
dinámica que adoptó: escribir lo suyo y al leerlo, él, el nombrado por los otros
como “el poeta”, esperar la respuesta: les gusta? Escribo bien, no?

Luego del receso del taller por vacaciones, Leopoldo nos sorprendió una
vez más. Porque escribió un sueño distinto. No tomó las palabras de la reunión y
su sueño se presentó con título, fecha, firma y aclaración de la firma. El texto no
refería a astros, ni colores que se suceden, ni a extraterrestres, sino a él y los
elefantes:

Los elefantes

Yo dormía y me despertaron los elefantes que estaban en la selva de África y


cuando me despertaban yo les daba de comer pasto, corona de cristo y otros
vegetales y yo montaba los elefantes y los acariciaba y ellos iban en manada con
sus crías, ellos se agarraban las trompas con las colas y caminaban por la selva
y los más viejos se iban a morir en el cementerio de los elefantes pero yo no iba
con los elefantes más viejos porque me impresionaban, me quedaba con los más
jóvenes y yo jugaba con ellos y allí estaba hasta que me desperté.

Después de la lectura nos dijo: Lo que pasa es que yo tengo un taller


mental y con el taller ato a la mafia y anulo a los extraterrestres. Yo me iba con
los elefantes más jóvenes por el miedo a la muerte, viste?
Será posible que la producción de efectos de este taller dé cuenta de una
instalación que resulta de la posición psicoanalítica y de la condición grupal?
Cambios de forma y de contenido, en los escritos de Leopoldo, tal vez,
correlativos a una adquisición paulatina de un lugar propio entre los otros?
Metabolización en un proceso singular de escritura? Efectos de
restituciones?

Eramos la coordinación, María y yo? La conducción? La gerencia? El


secretariado? Tal vez fuimos las convocantes: convocábamos a probarse
nombres.

Escribió una vez Leopoldo:

La Casa de los nombres

Si yo fuera perro, me gustaría llamarme Damián Carlos Antonio De Lavedua


Spangenberg, y si fuera gato me gustaría llamarme Jhon Fillar Quenedi, si fuera
paloma me gustaría Napoleón, si fuera águila me llamaría Leonardo Da Vinci y si
fuera caballo me gustaría llamarme Romeo Montesco. Si fuera León me llamaría
Ricardo Corazón de León, y si fuera tigre me gustaría llamarme Leopoldo Torre
Nilson.”

Y lo firmó.

(Luz Barassi)
Referencias: (1) “El poeta y los sueños diurnos” S. Freud Amorrortu, 1908.
(2) “Más vale no haber nacido nunca” F. Ansermet en La Psicosis en el
texto”,
Manantial, 1990.

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