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Las tormentas

Relato de contenido sexual escrito por pedrocascabel


Publicado en la web en 2018 - Tiempo estimado de lectura: 33 min.

Hay a quien le gustan las tormentas, sí, esas que traen lluvia, viento,
relámpagos, rayos, truenos, granizo y otros fenómenos meteorológicos
que a muchas personas resultan molestos e incluso causan nerviosismo
y miedo. Precisamente por eso últimamente me gustan a mí las
tormentas, porque hay mujeres a las que el nerviosismo y la desazón
que les provoca sólo se les pasa follando, como le ocurre a mi novia
Berta, con la que echo unos polvos cojonudos desde que hace poco
tiempo descubrí el miedo que le dan las tormentas y la mejor manera
de calmárselo.
Me llamo Ángel, tengo treintaicinco años, soy químico, aprobé la
oposición de catedrático de instituto y estoy destinado en una
importante localidad del pirineo aragonés. No llevo mala vida, no me
puedo quejar, aunque en ocasiones echo en falta la gran ciudad en la
que nací y viví veintiséis años —debemos ser menos de quince mil
habitantes— pero me gusta la naturaleza, las gozo como un enano,
paseando, andando, corriendo por el monte —disputo algunas carreras
que se hacen por la zona y hasta he ganado un par de ellas— y de eso
por aquí hay como para aburrir.
Desde un punto de vista geográfico esta es una zona ideal para que en
determinadas épocas del año, los vientos calientes que suelen llegar
desde el Mediterráneo y los fríos que proceden de Francia y el mar
Cantábrico se encuentren, producen los fenómenos físicos que
provocan nubes cargadas de agua y fuertes vientos que terminan
dando lugar a una actividad meteorológica más o menos violenta que
habitualmente llamamos tormenta. Primavera, verano y comienzos del
otoño son las épocas en las que suceden un montón de tormentas.
A comienzos de la primavera, en una de las salidas al monte que
organizamos un grupo de amigos, nos sorprendió, casi en cuestión de
minutos, una gran tormenta mientras íbamos andando subiendo por
un camino forestal muy empinado, lejos de cualquier refugio, así que
el salvaje aguacero que comenzó a caer en mitad de los ruidos de los
truenos y el formidable aparato eléctrico nos obligaron a
desperdigarnos a las diez personas que íbamos juntos, tratando de
protegernos en cualquier pequeña cueva o denso follaje que
pudiéramos encontrar. Berta, su hermana Maribel y yo tuvimos la
suerte de toparnos con los restos de lo que debió ser una pequeña
cabaña de pastores o quizás un antiguo refugio de excursionistas. Entre
las ruinas de tres paredes, la parte de techumbre que se mantenía
sujeta y tres capas de agua anudadas, conseguimos ponernos a salvo
del agua y el viento, manteniéndonos suficientemente secos y calientes
a pesar de no poder sentarnos en el mojado suelo y tener que
contentarnos con apoyarnos en las paredes.
Berta está muy nerviosa, apretada contra mí rechaza el cigarrillo que
le ofrece su hermana, da grititos de puro nerviosismo, incluso de
miedo, cuando suenan los truenos —la tormenta está casi encima de
nosotros— y restalla el agua contra nuestro débil habitáculo
bamboleada por el fuerte viento. Los ojos muy abiertos, la boca
buscando aire, el pecho subiendo y bajando por la agitada respiración,
algún que otro movimiento incontrolado, sólo se me ocurre abrazar su
cuerpo, apenas decirle algunas palabras que quiero sean
tranquilizadoras, y darle un beso en la sien, primero, después en la
mejilla, hasta que tras un trueno terriblemente fuerte, es ella la que
busca mi boca con desesperación y me da un muerdo tremendo, con
la lengua hasta las amígdalas, apretándose contra mi cuerpo como si
me quisiera traspasar, e inmediatamente, pasando a tocar mi paquete
con su mano, acariciando con fuerza, con urgencia, como si estuviera
en pleno ataque de nervios o algo parecido.
No llevamos demasiada ropa, así que rápidamente estamos desnudos
—al principio ni cuenta me doy que no estamos solos— se pone en
cuclillas y lame mi polla media docena de veces, para continuar
chupando y mamando el capullo con cierta desesperación, deprisa, con
mucha saliva, ayudándose de la mano derecha y apretando los huevos
con la mano izquierda. Joder, qué excitante, con lo poco que le gusta
habitualmente chuparme la polla y lo mucho que a mí me excita.
Se levanta, besa de nuevo mi boca guarramente, se acerca a mí de
manera que bajo la cabeza para comerle las tetas, y en lo más
profundo de la tormenta, con la lluvia arreciando, el viento desatado,
los truenos presagiando el fin del mundo, coge mi tiesa y dura polla, la
dirige a su coño y se la meto con total facilidad, da un fuerte suspiro,
se detiene apenas unos instantes para sujetarse a mí con los dos
brazos y me habla al oído con voz ronca, fuerte, con lo que me parece
desesperación:
—Fóllame, vamos, lo necesito
Eso hago, con mis dos manos sujetándole del culo, apretando y
empujando hacia mí, en un rápido movimiento adelante-atrás, sin
llegar a sacarla en ningún momento, cada vez con menos recorrido,
intentando llegar lo más profundamente posible, lamiendo con mi
lengua el cuello, la oreja, la nuca, buscando su boca y tratando de
comerme los pezones, aunque me resulta difícil por la postura.
Su hermana Maribel nos observa a menos de tres metros, recostada
en la pared, atenta, sin perder detalle, con los ojos muy abiertos, se
ha desabrochado la ropa y toca sus tetas, que ha sacado fuera del
sujetador, de manera un poco distraída, pero sin pausa. Nos cruzamos
una mirada, sonríe, evidentemente está excitada, no puedo dejar de
lanzarle un beso haciendo un gesto con la boca, me lo devuelve como
si lo lanzara con la mano hacia mí, se baja las calzas deportivas que
lleva hasta las rodillas, también lo hace con las mínimas bragas e
inmediatamente se acaricia el sexo con la mano izquierda —es zurda—
al menos con tres dedos, centrándose en la zona del clítoris, deprisa,
buscando el orgasmo. No sabía que llevaba completamente rasurado
el pubis —su hermana, mi novia, suele arreglarse el vello púbico, pero
nunca lo rapa del todo— me gusta, es excitante, se lo pienso pedir a
Berta.
La tormenta no cesa, pero se va alejando con rapidez, dejando todavía
viento fuerte, lluvia y el retumbar, algo más lejano, de los truenos.
Berta gime y da cortos grititos continuos, no demasiado altos, como si
se estuviera quejando, como suele hacer siempre que le queda poco
para correrse. Le estoy pegando ya una follada cojonuda, sin apenas
sacar el rabo, al estilo conejo, con un ritmo duro, fuerte, rápido, bien
agarrado a su culo, acompañado de su movimiento acompasado con el
mío, provocando el sonido grave de nuestros muslos al golpearse
mutuamente y, a pesar del mucho ruido ambiental, un chop-chop típico
de cuando la hembra se moja abundantemente, y en eso Berta debe
tener el récord mundial, nunca he estado con una mujer que tenga
tantos jugos sexuales, densos, oleosos, perfumados. Habitualmente
me gusta mucho comerle el coño porque es un gustazo, aunque me
deje la cara que parece un charco de aceites olorosos.
Un largo grito con voz ronca, no muy alto, acompañado de quejidos
que duran durante todo el tiempo que se está corriendo, me informan
de su corrida, al mismo tiempo que siento en la polla los pellizquitos
provocados por los espasmos vaginales incontrolados, unos más
fuertes que otros, durante todo el tiempo que dura su orgasmo. La
veces en las que Berta se corre sólo vaginalmente —son las menos—
sin que ella o yo acariciemos su clítoris, sus corridas son largas,
fuertes, muy sentidas, provocándole después cansancio muscular y
necesidad de reposar, por lo que se separa de mí, se acerca a la pared
situada a mi espalda, se sube torpemente las bragas y los pantalones,
acomoda las tetas intentando taparlas y se recuesta con los ojos
cerrados, sin mirarme, como si yo no estuviera, recuperando
lentamente la alterada respiración.
No me queda más remedio que terminarme con la mano, tengo un
calentón de la hostia, así que mi mano derecha empieza el consabido
zumba-zumba, un buen movimiento arriba-abajo, cubriendo y
descubriendo el capullo a buen ritmo, con la boca muy abierta
buscando aire y los ojos con la mirada perdida, hasta que me fijo en
Maribel, quien sigue masturbándose el clítoris y tocándose las tetas,
mirándome a la polla fijamente, haciendo un gesto con lengua y boca,
como si me la estuviera mamando, buscando complicidad en mis ojos,
así que con la mano izquierda hago un ademán como si le estuviera
acariciando las tetas, lo suficiente como para que oiga que gime, en
voz no muy alta, rápidamente acallada con su mano derecha entre los
dientes, los ojos cerrados y el fin del movimiento de la mano izquierda
en su clítoris. Para mí es la señal de llegada a la meta, eyaculo como
una fuente de leche, cinco, seis densos escupitinajos de semen que
intento apuntar hacia Maribel, aunque ella no se ha movido y no puedo
llegar hasta allí. Se ha dado cuenta, porque adelanta un par de pasos,
extiende la mano y toca suavemente mí polla, que comienza a
desinflarse, quizás se manche con algunas gotas de semen porque se
lleva los dedos a la boca, los chupa mirándome fijamente a los ojos y
yo le mando un beso. Me ha gustado mucho.
—¿Ya os habéis corrido? tenemos que buscar a los otros. Qué locura,
cómo me he puesto, qué salida estaba. Perdónanos, Maribel, supongo
que ha sido la tormenta, no me había pasado nunca, así, de esta
manera, gracias a los dos
Berta nos abraza y besa suavemente. Los tres nos arreglamos la ropa,
nada hablamos y a lo lejos oímos que gritan nuestros nombres. La
tormenta ya es historia, se ha alejado y ni llueve ni hay ruido alguno.
Recuperamos las capas de agua, Maribel sale antes que nosotros, nos
da tiempo a Berta y a mí a sonreírnos y besarnos en los labios, vemos
que como a una treintena metros hacia arriba el grupo de amigos se
está reuniendo de nuevo comentando sobre la tormenta.
No hemos hablado de lo sucedido el otro día, pero a Berta se la ve
contenta y como deseosa de estar junto a mí, y Maribel lleva unos días
también más cercana a su hermana y a mí mismo. No sé, es una
sensación, pero nos vemos todos los días, tomamos copas juntos,
participamos más en la vida social que ambos tenemos por separado,
acompañándonos Maribel en ocasiones, aunque está a menudo muy
liada con su trabajo de veterinaria.
Acabo de terminar las clases por hoy, son casi las cinco de la tarde y
según salgo por la puerta del Instituto veo que se aproxima una
tormenta. Rápidamente telefoneo a Berta, quien está recogiendo para
salir de su trabajo en el Ayuntamiento, le digo que pase a buscarme
con el coche —yo siempre voy andando— y nos vayamos a mi casa
para ver la tormenta que está llegando ya sobre la ciudad.
No he descrito a mi novia, la verdad es que merece la pena. Bastante
alta, más bien fuerte, aunque delgada sin exagerar, rubia de tono
dorado, lleva el pelo largo hasta media espalda en una melena
aleonada que suele recoger en una cola de caballo y en ocasiones corta
a capas. Bonitos ojos grandes gris-azulados, con cejas y pestañas más
oscuras que su cabello, nariz recta de fosas anchas, pómulos
redondeados bastante marcados, boca más bien pequeña de labios
gruesos y el óvalo de la cara más bien redondeado. A mí me parece
muy guapa, y no soy el único que así opina.
Hombros fuertes, redondos, que por detrás dan paso a una bonita
espalda levemente musculada, sinuosa, destacando las anchas altas
caderas que se continúan en unas nalgas prietas, duras, muy
redondas, separadas por una estrechísima raja que al abrirse deja ver
su color marrón suave, al igual que el apretado, arrugado ano.
Por delante son muy llamativas las tetas, grandes, redondas, lo
suficientemente juntas y altas como para tener un bonito canalillo, con
areolas marrones suaves de las que llaman galletas maría rodeando
pezones largos y anchos, de más de dos centímetros —se los he
medido— en erección, del mismo color que las areolas. Me encantan,
me excito como un garañón con sus tetas, los pezones son un
maravilloso manjar que me gusta degustar a menudo.
De cintura alta, no le sobran quilos, pero su estómago es levemente
abombado, con un bonito ombligo redondo, dando paso al liso vientre
y al pubis, siempre adornado por el vello rubio, rizado, bastante denso,
que nunca se rasura del todo, aunque sí lo arregla de distintas maneras
según le apetece. Muslos fuertes, piernas esbeltas torneadas,
completan el cuerpo de una mujer deseable, excitante, que está muy
buena. He tenido suerte.
En el coche nos hemos saludado con un leve beso y ya me parece
descubrir pistas del nerviosismo sexual de Berta, teniendo en cuenta
que la tormenta ya ha llegado, llueve con ganas y en el cielo plomizo
se dibuja todo el aparato eléctrico, acompañado del correspondiente
fuerte ruido. Apenas tardamos tres minutos en dejar el coche en la
cochera de casa, casi de cualquier manera, y a toda velocidad subimos
al salón del primer piso, en cuyo gran ventanal se observa la tormenta
en su total esplendor sobre el valle en el que está ubicada la ciudad, al
estar descorridos los visillos.
Berta está con los brillantes ojos fijos en la tormenta, respira fuerte,
de manera agitada, quitándose la ropa casi sin prestar atención, hasta
que se vuelve hacia mí completamente desnuda, me abraza, besa mi
boca con gran pasión y dice con ronca voz susurrante:
—Métela ya, dame gusto
Está muy mojada, lo que da idea de su gran excitación. Como no quiere
perder la vista sobre la tormenta, se pone a cuatro patas sobre el
asiento del sofá, mirando por el ventanal, así que acerco la polla tiesa
y dura a la entrada del coño, empujo y entro con total facilidad,
provocando un leve quejido de la hembra, empezando inmediatamente
a follármela al ritmo continuado, fuerte y profundo que tanto le gusta.
Mueve adelante y atrás su cuerpo a la misma velocidad que penetro y
vuelvo atrás con la polla, sin sacarla, cada vez más deprisa,
fuertemente agarrado a las caderas de Berta, notando como aumenta
el nivel de sus gemidos y la cantidad de jugos vaginales que va
soltando.
El largo ronco grito que da casi en voz baja es la señal que desencadena
su orgasmo, acompañado de quejidos y grititos cortos, suaves, durante
todo el tiempo que se está corriendo. Siento en toda la polla los
espasmos vaginales que tiene durante todo el tiempo que dura su
orgasmo y, por supuesto, la gran cantidad de oleoso líquido sexual que
suelta. Queda fuera de juego con la respiración convulsa.
—Sácala, espera, no te toques
Se sienta en el sofá —debería haberme acordado de poner unas
toallas— tarda cosa de un minuto en recuperarse lo suficiente como
para ocuparse de mí, que sigo en pie. Se acerca, se arrodilla en el suelo
junto al sofá, coge con la mano mi tensa polla y comienza a menearla
suavemente, pero con suficiente vigor y fuerza como para que sea una
buena paja. En un par de minutos me tiene cerca de alcanzar el
objetivo, se detiene y ante mi sorpresa se mete la polla en la boca,
lame el capullo varias veces e inmediatamente me come la polla a buen
ritmo, con mucha saliva, centrándose en el glande, usando sus labios,
la lengua, marcando levemente los dientes. Cómo me gusta, qué
sensación más extraordinaria, con qué ganas eyaculo varios buenos
chorrillos, soltando el semen dentro de la boca y observando alucinado
que Berta no lo escupe, me lo enseña recogido en su lengua y mientras
me mira a los ojos, lo traga todo, y después pasa la lengua varias veces
suavemente para limpiarme el capullo. Es la primera vez que me ha
hecho este numerito guarro desde que nos conocemos. ¡De puta
madre!
—Dejaste impresionada a Maribel el otro día. Nunca había visto una
polla tan grande como la tuya. Me reconoció que se ha hecho varias
pajas pensando en tu rabo y yo le reconocí que me gustó que nos
estuviera mirando mientras follábamos. No creas, nos hemos reído
bastante haciendo chistes con eso e imaginando situaciones
Me he hecho el tonto, pero al final, sin llegar a decirlo de manera
explícita, los dos sabemos que a ambos nos gustaría echar un polvo
con Maribel presente, mirando lo que hacemos. Me callo para mí que
no me importaría follármela, ni mucho menos.
Como jefe de estudios son distintos los problemas que a menudo pasan
por mi despacho. A dos de los alumnos les han intervenido en clase el
teléfono móvil porque se estaban pasando vídeos de contenido sexual
explícito. Los teléfonos quedan en mí poder hasta que los padres pasen
a recogerlos, se ha sancionado a los alumnos y, en un momento de
aburrimiento, me pongo a mirar los vídeos en cuestión. Chorradas
descargadas de internet, quizás de interés para jovencitos con las
hormonas desmadradas, pero el último de los vídeos, ¡joder!, se trata
de Beatriz, la profesora de Educación física, está en su despacho del
gimnasio, desnuda, medio desplomada sobre la mesa, tocándose,
haciéndose una paja y, lo que despierta todavía más mi curiosidad,
está claro que en ese momento hay tormenta, se ve y se oye a través
de la ventana.
Bea es una mujer de veintiocho años llegada este curso al Instituto.
Simpática, agradable, quizás un poco rígida con los alumnos, todavía
se está adaptando a la ciudad y al desempeño de su trabajo, se puede
decir que es una novata. No puedo apartarme de una idea que me
ronda por la cabeza y no puedo dejar de pensar —me he mandado el
vídeo a mi móvil y después lo he borrado de los de los alumnos una
vez me han asegurado, a cambio de ser benevolente en la sanción, que
nadie más lo tiene— en la tormenta que se ve durante el minuto y
medio de duración de la grabación. Bueno, y en el excitante cuerpo de
atleta de la profesora.
Las casualidades existen, hecho científicamente comprobado, y
durante este fin de semana, en la capital de la provincia se desarrollan
unas jornadas para el profesorado de enseñanzas medias a las que
vamos comisionados —y obligados— el director, el jefe de estudios y
el profesor de menos antigüedad en el centro, Beatriz. En contra de las
habituales previsiones pesimistas, las reuniones son interesantes,
entretenidas, con contenidos útiles en el devenir cotidiano de un centro
de enseñanza, así que al término de la jornada de trabajo se forman
varios grupos de asistentes dispuestos a pasar un buen rato en la cena,
en una ciudad en la que casi hay más bares que habitantes.
No hace frío, tras cenar estamos una docena de conocidos charlando
en una tranquila céntrica terraza tomando una copa. Nos sorprende el
no muy lejano ruido de truenos y el fulgurante resplandor eléctrico de
varios relámpagos, así que rápidamente unos se van al interior del local
y yo me ofrezco a acompañar a Beatriz al hotel. Es evidente que está
muy nerviosa, no sé si asustada, pero según va llegando la tormenta
parece estar más descontrolada. Reconozco que he sido un poco
cabronazo porque para ir al hotel no he cogido el camino más directo,
sino que estoy dando una vuelta a la espera que la tormenta nos
alcance, lo que ya está sucediendo. El aguacero es fuerte, no tenemos
paraguas, así que nos refugiamos durante unos momentos en un
portal.
Un trueno especialmente estruendoso asusta a Bea, quien se deja
abrazar por mí, queda unos instantes refugiada entre mis brazos y un
nuevo estampido une nuestras bocas en un apasionado beso. Nada
decimos, nos cogemos de la mano y corremos bajo la lluvia hasta el ya
cercano hotel, subimos en el ascensor a su habitación —yo comparto
la mía con un compañero— y en cuestión de segundos estamos los dos
completamente desnudos intentando secarnos el cabello con una
toalla.
Beatriz no es muy alta, pero tiene el cuerpazo atlético de una
deportista. Lleva corto el oscuro pelo castaño, peinado sin raya ni
flequillo, casi rapado en los laterales, por encima de las pequeñas
orejas. Resulta guapa con sus grandes ojazos oscuros que pasan
desapercibidos porque suele usar gafas, nariz de pequeño tamaño al
igual que la acorazonada boca de anchos labios y un cutis perfecto,
como toda su piel, morena de rayos UVA. Es una mujer curvilínea que
tiene de todo muy bien puesto, con tetas fuertes, duras, musculadas,
que caen hacia los lados, sin demasiado volumen, con oscuros pezones
alargados, casi sin areola. Ni gota de grasa en el cuerpo, marcados
todos los músculos, hasta muchos que ni siquiera sé que existan, con
caderas más bien anchas que cobijan un culo redondo espectacular,
algo masculino quizás, pero alto y duro como una perfecta tersa
manzana. Depilada por completo —seguramente hecho con láser— su
sexo de gruesos labios oscuros parece estar pidiendo guerra, brillante,
mojado, obsceno en su total desnudez. Muslos y piernas propios de
deportista, finos, fuertes, esculpidos por el ejercicio. Me parece que
está muy buena, y me la voy a follar ya mismo porque está cachonda
como una yegua en celo, tanto como asustada y nerviosa.
La toalla compartida sale volando en cuanto suena un nuevo trueno, lo
que le lleva a abrazarme con fuerza, al mismo tiempo que nos besamos
—tengo que bajar bastante la cabeza— de manera guarra, ensalivada,
con pelea de lenguas incluida. Bea está con los ojos cerrados, la boca
abierta, aleteando las ventanas nasales, tensa, demasiado pendiente
de si suenan más truenos o se ven las descargas eléctricas de rayos y
relámpagos. Me arrodillo en el suelo porque así me resulta más fácil
llegar con la boca a sus tetas, se las como durante un ratito e
inmediatamente paso a ocuparme de su desnudo sexo, lamiéndolo
desde abajo hacia arriba, con toda la lengua, sujetándole del culo —en
cada trueno o relámpago da un respingo y se mueve de forma
incontrolada— oyendo como crece su excitación, como va subiendo el
nivel de los gemidos que da.
Tras otro potente trueno, Bea me hace levantar del suelo, se acomoda
en la cama boca arriba y sin decir nada me coge la polla para dirigirla
al coño. Allá voy, dentro de un solo golpe de riñones, con fuerza, lo
más lejos que puedo llegar, satisfecho por las exclamaciones de
alegría, de satisfacción, que en voz baja sigue dando la hembra.
He puesto ambos brazos sobre la cama, he tenido que bajar el cuerpo
porque Beatriz quiere seguir mirando por la ventana la evolución de la
tormenta, y me afano en darle una buena follada, adelante y atrás, con
un ritmo rápido, profundo, sintiendo la presión de las paredes vaginales
sobre mi tranca, el roce suavizado por los líquidos sexuales. De repente
Beatriz grita muy fuerte, se queda completamente quieta y callada
durante unos instantes, de nuevo da un grito bajo y corto, quedando
fuera de juego, como si se hubiera desmayado, respirando
suavemente, hasta llego a pensar que se ha quedado dormida.
Le saco la polla, me tumbo a su lado y me hago una paja, me parece
lo más efectivo para aliviarme ya mismo. En el último momento me
giro hacia ella para que los chorros de semen impacten en su cuerpo y
la pringuen, yo creo que ni se entera. Me quedo dormido.
Lo primero que hago por la mañana ya en mi habitación es llamar al
teléfono de Berta.
—Hola, corazón, anoche me fue imposible telefonearte, una tormenta
nos dejó sin cobertura durante horas. Es una pena que no
estuviéramos juntos
—Claro que me acordé de ti. No te voy a mentir, me puse muy burrote
durante la tormenta pensando en lo que deberíamos estar haciendo tú
y yo juntos, me hice una paja en tu honor. Mañana a media tarde nos
vemos, podemos quedar en mi casa y te lo cuento en detalle. Besos
No sabía yo que en esta zona hay una asociación de observadores de
tormentas y amigos de la meteorología, hasta ahora ni se me había
pasado por la cabeza, pero visto lo visto, me he hecho socio y ya he
asistido a varias reuniones. Berta no ha querido, ya dedica tiempo a
una asociación cultural de música y bailes autóctonos, y me ha
confesado que dado lo mucho que se excita durante el desarrollo de
las tormentas, no quiere que el asunto trascienda y menos aún ir
montando numeritos sexuales por ahí. Gente amable, simpáticos, pelín
frikis los más jóvenes —hay varios alumnos míos del Instituto—de
todas las edades, buen rollo y una posibilidad de ocio que me gusta,
pues está ligada al disfrute de la naturaleza, a comer y beber tras las
reuniones —a esto si se suele apuntar mi novia— y, además, he
conocido a una hembra madura que también se excita de manera
incontrolable con las tormentas.
Carmen es una reconocida botánica del centro de estudios sobre flora
y fauna pirenaicas que radica en la ciudad. Mujer de alrededor de
cincuenta años, divorciada hace ya bastante tiempo, cuando vivía en
Zaragoza, no se le conocen ligues, al menos públicamente. Amable,
tremendamente educada, quizás algo distante en los momentos de
cachondeo en la asociación, nos ha tocado ir juntos a un valle algo
lejano proclive a las tormentas veraniegas a recoger algunas
mediciones meteorológicas —se hace una vez al mes, por turnos— que
después se mandan a la Agencia estatal correspondiente y eso nos
facilita acceder a una subvención.
Ha insistido en que fuéramos en su gran todoterreno, así que salimos
a primera hora de la mañana de un sábado, tardamos
aproximadamente hora y media de viaje que no se me ha hecho pesado
ya que hemos ido charlando y escuchando música para pasar el rato.
Tras aparcar en un hueco entre la maleza, apenas diez minutos
andando tardamos en llegar al sitio al que vamos —una pequeña caseta
de madera que contiene los correspondientes instrumentos— y en
media hora terminamos lo que hemos venido a hacer. La mañana es
oscura, algo fría y hay tormenta a lo lejos, aunque ya se empieza a
notar por aquí dado que avanza rápidamente.
Me ha parecido que Carmen se ponía nerviosa según nos alcanzaba la
tormenta, justo en el momento en que volvemos a su coche. Lluvia
trepidante, ruido, aparato eléctrico y desazón en esta mujer, muy
evidentes sus nervios, solloza, respira con ansiedad, ojos muy abiertos,
no para de moverse, y antes que pueda preguntarle qué le pasa, se
vuelve en el asiento hacia mí, me besa desesperadamente en la boca
y su mano busca mi entrepierna. Está desatada, me desnuda en
cuestión de segundos y después se quita la ropa, dejando al
descubierto el cuerpo de una madura que está bastante bien.
De estatura mediana, lleva su pelo castaño oscuro peinado en media
melena hasta los hombros, levemente ondulada, con raya en medio,
teñido con mechas más claras que le dan aspecto más juvenil. Rostro
agradable en donde destacan sus grandes ojos marrones, muy vivos y
brillantes, nariz un poco grande y boca también grande de anchos
labios. Es de cuerpo ancho y fuerte, tiene bonitos hombros redondos y
un par de tetas muy grandes, algo caídas, juntas —tiene un canalillo
profundo, muy apretado— duras, con aspecto de dos grandes cántaras
de barro en cuya punta tiene anchas areolas marrones algo
difuminadas y pezones cortos muy gruesos del mismo color, apuntando
hacia abajo.
Recta espalda, fuerte, del mismo color tostado amarronado que toda
su piel, cintura ancha y un culo grande, alto, todavía duro, como si
fuera una gran ancha pera partida en dos por la estrecha raja marrón
que parece abrirse hacia el final para mostrar el oscuro y apretado ano
y los grandes labios vaginales, casi ocultos por una tremenda densa
mata de vello púbico marrón, sin arreglar por los bordes, que le llega
hasta el gran ombligo de su estómago apenas abombado. Está buena,
tiene un polvazo la señora botánica.
Ha echado hacia atrás los respaldos de los asientos, se ha subido
encima de mí con gran agilidad, con prisas se ayuda de la mano para
introducir mi polla en su peludo mojado coño, suspira de satisfacción y
comienza a moverse arriba y abajo, sin permitir que salga el rabo del
caliente escondite en ningún momento. Yo la tengo sujeta con ambas
manos del culazo y me afano en comerle las grandes tetas, me estoy
dando un festín con los pezones, mamando, estirándolos con los labios
y los dientes, metiéndome la mayor cantidad posible de pecho en la
boca, chupeteándoselos. Yo también estoy muy cachondo.
Ya llevamos varios minutos echando un polvo de puta madre, rápido,
fuerte, duro, profundo, acompasando nuestros movimientos para
empujar al unísono, compartiendo gemidos, grititos, el ruido del
entrechocar de mis muslos con los suyos y con su sexo, con muchas
ganas de corrernos, bajo una lluvia torrencial y multitud de truenos y
relámpagos. El movimiento de los dedos de Carmen sobre su clítoris
es rápido, constante, muy centrado en la parte más alta del sexo.
Un grito muy alto y corto es el comienzo del orgasmo de la mujer,
quien callada, la cabeza levantada, los ojos cerrados muy apretados,
sujetándose con las mano izquierda en el techo del coche, siguiendo
su masaje sobre el clítoris con la derecha, tarda muchos segundos en
volver a reaccionar, tiempo más que suficiente para que yo me corra
dentro de su coño, favorecido por los fuertes espasmos de las paredes
vaginales de la hembra, es como si su coño me estuviera haciendo un
pajote. ¡Qué bueno!, ¡qué gozada!
—Me tienes que perdonar, no sé qué me ha pasado
—La tormenta, Carmen, ya tengo alguna experiencia en esto y no
tienes que disculparte por nada, me ha gustado mucho, me has dado
mucho placer
—Tú también a mí, pero me sigue dando vergüenza que alguien se dé
cuenta. Habitualmente estoy sola, llevo mucho tiempo sin pareja, y me
masturbo cuando hay tormenta, gozo profundamente, pero echo de
menos una polla de verdad, las de silicona están bien, pero no es lo
mismo
Reímos, nos damos un suave beso en los labios, nos vestimos, salimos
del valle y paramos a tomar algo en la cafetería de un hotel de la
carretera. Carmen aprovecha para asearse un poco y a la hora del
aperitivo ya estamos en nuestra ciudad. Nos despedimos de buen rollo
hasta pronto y ambos decimos que no estaría nada mal volver a vernos
en las mismas circunstancias, o mejor dicho, para lo mismo.
Desde hoy viernes y hasta el lunes por la noche Berta no va a estar.
Tres o cuatro veces al año organizan ella y varias amigas y compañeras
de trabajo algún viaje por España o Francia al que van solas, sin pareja,
sólo mujeres, de compras, de despedida de soltera, de celebración de
divorcio, visita a algún balneario o spa, a sex-shops… Lo que les da la
real gana, en esta ocasión van a Marsella. El miércoles nos dimos un
buen homenaje follando, aunque no hubo tormenta, pero no me puedo
quejar, últimamente Berta está mucho más receptiva a mis
necesidades sexuales, bueno, y a las suyas.
Ha sido una sorpresa ver que Maribel haya venido a casa, tras cerrar
su clínica veterinaria —montada a medias con una prima con la que
estudió la carrera en Madrid— con una botella de ginebra inglesa y
media docena de latas de la marca de tónica que me gusta.
—¿Vas a salir esta noche?
—No lo tenía pensado, y ahora menos todavía, hagamos los honores
al gintonic, voy a partir limón
Tras la primera copa a Maribel se le suelta la lengua.
—En la excursión, el día de la tormenta, me dejaste impactada. No
había visto nunca un pollón como el tuyo, joder, cómo me gustó, tan
largo y grueso, tan recto, tieso, vibrante, con todas las venas marcadas
y el gran capullo rojo que parecía iba a estallar
Risas, algún comentario más o menos subido de tono y una pregunta
interesada por su parte:
—¿Cuánto mide?, todos los tíos os medís la polla
—Nunca lo había hecho hasta que tu hermana me lo pidió una vez al
principio de conocernos. Cuando estoy en erección mide veintiún
centímetros y medio de largo por cinco de ancho, algo más guesa en
el capullo, en el glande. Si se mide desde abajo, casi dos centímetros
más de largo
—Qué cabrón. Cómo se está poniendo Berta, y cómo le gusta, que la
tienes loca de contento
Con la conversación se me ha puesto la polla tiesa, dura, vibrante, muy
necesitada, así que cuando Maribel se pone sentada sobre sus piernas
en el suelo, con expresión en el rostro de estar poniendo gran interés
en lo que está haciendo, y me desabrocha el pantalón para dejar al
descubierto el asunto, no pongo impedimento alguno, simplemente
quedo quieto a la expectativa de lo que vaya a ocurrir.
—Joder, Ángel, qué cachonda me pones
En el dormitorio me ha desnudado por completo sin dejar de tocar mi
crecido rabo, parece hipnotizada por la polla. La tengo que desnudar
porque ella no lo hace, y aunque la he visto en biquini muchas veces y
he tenido alguna visión fugaz de su cuerpo, de nuevo me maravilla lo
buena que está.
Maribel es tres años menor que Berta, se nota que son hermanas
porque se parecen en la cara, en la voz, en los gestos y ademanes,
pero no tanto en el cuerpo. Lo que en mi novia es más redondo y
rotundo, en su hermana es más estilizado, además que es bastante
alta, me llega a la altura de la nariz y yo mido uno ochenta y tres. Tiene
el rubio cabello de tono muy amarillo, lo lleva bastante corto, cortado
a capas, con la nuca rapada, raya a la izquierda y flequillo
medianamente largo, habitualmente peinado hacia arriba. Tiene unos
llamativos ojazos azules, cejas gruesas muy rubias, nariz fina, larga,
boca grande, recta, de labios también finos, todo ello en un rostro
alargado de mandíbula marcada y un gracioso hoyuelo en la barbilla.
Es muy guapa y siempre hay muchos tíos rondándole, aunque lleva un
tiempo sin novio ni pareja, totalmente centrada en su profesión.
Sus tetas no son grandes, pero me parecen del tamaño justo para su
cuerpo y estatura, ligeramente colgantes, fuertes, duras, no llegan a
juntarse, dan la sensación de caer hacia arriba, con redondos pequeños
pezones rosados, situados en el centro de una areola también rosada,
apenas señalada. En verano, con camisetas escotadas, de tirantes,
finas, en muchas ocasiones no lleva sujetador, y es un verdadero
escándalo, no por el tamaño de sus pechos, sino por lo bonitos y
descarados que son. Delgada, de cintura muy alta, caderas anchas que
conforman un culo precioso, atractivo, más bien grande, duro, de
nalgas anchas y alargadas, separadas por una raja estrecha, muy
apretada. Esbelta, de largos brazos y piernas finas, torneadas, muy
altas y bonitas. Lleva el vello púbico completamente rasurado, así que
su sexo parece estar muy desnudo, de labios vaginales anchos,
grandes, brillantes por la humedad que ahora tienen. En conjunto,
además de guapa, resulta una mujer muy elegante.
Ha hecho que me tumbe en la cama con las rodillas a la altura del
borde, así que apoyo los pies en el suelo, con las piernas muy abiertas,
la cabeza reposando sobre dos almohadas para que me quede en alto,
en una posición cómoda, y no perderme nada del espectáculo, el rabo
enhiesto, como para izar una bandera. Estoy cachondo.
Arrodillada ante mí, entre mis piernas, lleva ya varios minutos
comiéndome la polla, mamándola de manera glotona, guarramente,
con mucha saliva, suavemente pero sin dejar de lado rozarme con los
dientes, reseguir sus encías con la punta del capullo, apretar con los
labios, acariciarme haciendo fuerza en los testículos con una de sus
manos, insinuar con un dedo ensalivado el penetrar mi ano tras subir
y bajar por la raja del culo… en definitiva, de manera tranquila, sin
apenas meter ruido, tragándose sus jugos bucales, usando muy poco
las manos, me está excitando al máximo, comportándose como una
experta excitante guarra mamona. Joder, qué bien lo hace.
—Qué polla, tan grande, me llenas la boca, cómo me gusta
Es lo único que ha dicho durante los muchos últimos minutos, porque
cuando he intentado que suba a la cama para meterle la polla, se ha
limitado a decir no con la cabeza y a seguir con la felación.
Ya estoy cercano al orgasmo, respiro de manera agitada, noto en todo
el cuerpo cada una de las chupadas que me hace Maribel, como si todas
y cada una de las terminaciones de mi sistema nervioso estuvieran
pendientes de ella, como si mi polla únicamente fuera una herramienta
que trabaja para poner en marcha los mecanismos del placer gracias a
la boca maravillosa de la hembra. ¡Guau, qué corrida, qué gustazo más
cojonudo, qué bueno!
Maribel no deja de chuparme, ahora ya suavemente, más lentamente,
tragando todo mi semen, toda su saliva, terminando un buen rato
después, cuando he quedado algo amodorrado.
—Ha sido estupendo, Ángel. No tengas prisa, luego follamos
Pues sí, tras un rato de charla, de risas, tomando una nueva copa, nos
hemos vuelto a besar, a tocar, buscando motivos para una nueva
excitación, para follar. Tardo muy poco en volverme a poner con la
polla tiesa y dura, como corresponde ante una hembra como esta.
Se ha situado boca arriba en la cama, me he puesto encima y se la he
metido para inmediatamente comenzar a follar, durante apenas un par
de minutos, lentamente, sin prisas, después he empezado a empujar
con ritmo rápido y profundo, intentando llegar lo más dentro posible,
acompañado de los quejidos y gemidos de la hembra, quien se mueve
adelante y atrás acompasando su ritmo al mío, también empujando,
agarrándome con sus dos manos del culo, apretando hacia abajo, para
que siga bien dentro de ese coño empapado, caliente, suave,
palpitante, apretado, acogedor. El sonido de chop-chop que produce
mi polla con sus abundantísimos jugos sexuales —debe ser cosa de
familia— y el chocar de mis muslos con los suyos es un añadido
importante a la excitación que tengo. Desde hace un poco está
masajeándose el clítoris sin pausa, con tres o cuatro dedos, buscando
su orgasmo, que le llega antes que a mí, de manera callada, sin apenas
cambiar el ritmo de su respiración, durante muchos segundos que
coinciden con los movimientos incontrolados de las paredes de su
vagina, dándome pellizquitos, apretando con variada intensidad, de
manera tal que no puedo aguantar más y me corro lanzando unos
cuantos chorros de semen, dentro de su chocho, sin preocuparme de
si debo o no hacerlo. Ha sido fabuloso, ¡qué gusto!
Quedamos dormidos en la cama.
El sonido del timbre del teléfono nos despierta, descuelgo el auricular
y medio dormido como estoy, sin ni siquiera saber qué hora es, no sé
qué contestar cuando oigo a Berta decirme al otro lado del hilo
telefónico:
—¿Ya habéis estado follando o tú no te has atrevido?
Quedo bloqueado, no digo nada y sólo soy capaz de reaccionar cuando
Maribel se echa a reír a mi lado y pregunta:
—¿Es Berta?, por el manoslibres
—Hola, hermana, qué suerte tienes, vaya polla te comes cuando te
apetece
—Ya te lo había dicho, espero que te haya dado placer, porque seguro
que él no se lo ha pensado con una tía buena como tú. Disfruta, Ángel,
que no todos tienen tu suerte
Durante pocos minutos más seguimos hablando los tres, me tranquilizo
interiormente al saber que ambas hermanas habían preparado mi
follada con Maribel y nos despedimos hasta un par de días después.
Por un momento me había acojonado de muy mala manera. Quiero a
Berta, pero me pierde follarme a una tía que me guste.
No como todos los días en el Instituto, ni mucho menos. No queda más
remedio que relajarse y desconectar, por lo que la hora de la comida
es un buen momento para ello. Cerca hay un conocido restaurante
autoservicio de ambiente juvenil, moderno, en donde en temporada de
nieve siempre hay gran cantidad de forasteros que suben a las
cercanas pistas a esquiar, y fuera de temporada van senderistas,
excursionistas y todo tipo de amantes de la naturaleza. Siempre hay
buen ambiente, con una amplia oferta se come bien a buen precio, así
que solo o acompañado de otros compañeros voy a menudo. Olivia es
la dueña del negocio, una francesa cuarentona, simpática, amable, con
la que me llevo muy bien y con la que vacilo hablando de fútbol, dado
que ambos somos apasionados seguidores madridistas. Además, no
tiene hijos, se ha hecho cargo de una sobrina adolescente que va al
Instituto y es alumna mía, excelente estudiante.
No la he visto hoy, así que cuando termino de comer, al igual que hago
otras veces, me dirijo hacia el despacho que tiene junto al almacén de
la cocina para gastarle alguna broma futbolera y tomar juntos un café.
La puerta está entreabierta, no llamo porque me tiene dicho que no lo
haga, y nada más entrar me encuentro con Olivia completamente
desnuda, sentada, más bien derrumbada, sobre el gran sofá de dos
plazas que hay en la habitación. Se está masturbando y tiene metido
en el chocho un consolador de silicona de color carne.
—Creía que estaba cerrada la puerta, qué vergüenza; entra, por favor
No digo nada, me acerco hasta ella y nos besamos suavemente en la
boca. Se ha sacado el consolador.
—Qué vergüenza, Ángel
—¿Por qué?, todos necesitamos sexo y me parece que llevas
demasiado tiempo sola
Es una mujer de estatura mediana, ancha, muy morena de piel, con
unas tetas y un culo muy llamativos por ser de gran tamaño. Es viuda
hace años —por eso se vino a vivir aquí, lugar de procedencia de sus
padres— y no se le conocen ligues, por lo que incluso hay quien
considera que es bollera. No lo sé, es una buena amiga y eso me vale.
No se puede decir que sea guapa, una nariz ancha y algo grande, más
una boca también muy grande que deja ver una tremenda blanquísima
dentadura, afean su rostro, en donde lucen unos ojos negros que
parecen carbones encendidos cuando te miran, realzados por las largas
anchas cejas y la expresión siempre simpática, amable de Olivia —su
segundo nombre es Marlies, que podría traducirse por María Luisa, pero
sólo nos deja utilizarlo a los más íntimos— que le hace ser una mujer
apreciada por su clientela.
Lleva su oscuro pelo recogido en una gruesa trenza o en un moño
aplastado. Las pocas ocasiones en las que lleva suelta la cabellera es
verdaderamente atractivo ver su negrísimo color y la tremenda
cantidad de cabello que tiene. Es una melena encrespada, no la cuida
demasiado, pero es preciosa.
Cuello ancho y corto, hombros fuertes, tetas separadas, grandes,
bajas, algo caídas, apuntando cada una a un lado, con areolas muy
anchas, oscuras, rodeando pezones largos y gruesos que apuntan hacia
abajo. Algo cargada de espaldas, le sobran quilos en la cintura y el
vientre, aunque los tiene perfectamente puestos en un culazo de una
vez, ancho, grande, duro, alto. Tremendo. Muslos anchos, fuertes, que
se continúan en piernas delgadas, torneadas. El vello del pubis es como
el pelo de su cabeza, encrespado, denso, negrísimo, le sube por el
vientre hasta el ombligo. Tiene un polvo, joder si lo tiene, y también
dos.
Me he desnudado de la manera más natural, ha hecho algún
comentario alabando mi cuerpo y la polla, así que abrazados en el sofá,
nos besamos con impaciencia, muchas veces, rápidamente, besos
cortos, ensalivados, con las lenguas metidas muy profundamente. Toca
mi polla varias veces con suavidad, como con respeto, creo que
haciéndose una idea de cómo es, hasta que de repente baja la cabeza
y se la mete de golpe en la boca, muy adentro, empujando con su
cabeza hacia adelante, intentando tocar mi pubis con los labios, lo que
consigue en apenas dos o tres intentos.
—No te extrañes conmigo, pero soy un poco rarita
—¿Y eso?
Pues eso es que le excita que trate sus pezones con dureza, que los
estire con dedos, labios, dientes, los apriete, los dé chupetones,
pellizque, mordisquee un poquito más de la cuenta. No sé si he dicho
ya que los pezones de mujer me encantan, me excita tenerlos a mi
disposición, tratarlos tal y como yo quiera, con mimo y con rigor,
aunque sin llegar a excesos violentos. Así que me estoy poniendo bien
contento.
Se la tengo metida en el chocho desde atrás, los dos sentados,
apoyados sobre el lado izquierdo en el sofá, agarrado a su cintura,
castigando un poco los pezones de vez en cuando, sin prisas, pero
dándole un buen metisaca, duro, profundo, que agradece dando unos
tímidos suaves grititos que no parecen ser propios de una mujer tan
grandona.
—Para, para; métela detrás
Palabras celestiales para mis oídos, saco la polla del mojado estuche
en el que ahora la tengo, hago que Marlies apoye las rodillas en el
asiento del sofá, doble y agache el torso, baje la cabeza y con las
manos haga el gesto de abrirse el culo. No sé, es algo que me excita,
es tener la sensación de que la mujer está totalmente entregada, que
la tengo en mi poder y me ofrece el culo para mi disfrute.
Un tubo de conocida crema hidratante me sirve para pringarme bien la
polla —no hay que jugársela con los roces y restregones, ya una vez
tuve un mal rollo con eso, herida incluida— y llenar también la entrada
oscura y apretada del culo. Apunto ayudándome con la mano derecha
y resbalo las dos primeras ocasiones, aunque a la tercera va la vencida
y meto el capullo sin mayores problemas. Un suave quejido de la mujer
recibe a mi polla, descanso apenas unos instantes y sigo empujando
hasta meterla entera, bien agarrado a las caderas de Marlies. Bueno,
muy bueno.
—Ay, ay, qué gruesa es; oooh, me gusta
Ni siquiera pregunto si le duele o si se la tengo que sacar, el
movimiento adelante-atrás, tranquilo, constante, me resulta
placentero, con la polla apretada, rodeada de hembra, oyendo con
satisfacción los grititos y quejidos que acompañan la follada. Me parece
una enculada cojonuda.
No he parado ni un momento y ya llevo algunos minutos con un ritmo
mayor, más rápido, al igual que Marlies hace con el masajeo que se
está dando en el clítoris. Grita, en voz no demasiado alta, durante
muchos segundos, quiere decir algo, pedirme que le saque la polla del
culo, o al menos es lo que a mí me parece, lo hago de golpe e
inmediatamente la mujer da otro gritito, como si recomenzara de
nuevo su corrida. Se sienta en el sofá, sigue acariciándose, aunque ya
muy lentamente, con los ojos cerrados, la boca completamente
abierta, normalizando la respiración.
No sé si me voy a quedar a verlas venir, así que me masturbo deprisa,
con muchas ganas, y en muy poco rato me corro eyaculando sobre las
tetas y el estómago de mi amiga. Ha sido bueno, joder, muy bueno.
—Gracias, Ángel, me moría de ganas. La próxima vez me ocuparé de
ti y tendré lubricante sexual
El despacho tiene un aseo con ducha, así que rápidamente me lavo y
preparo para irme a trabajar. Llegaré un poco tarde, pero así estarán
más contentos mis alumnos.
En las épocas del año en las que no suele haber tormentas y los muchos
días del año en las que no las hay, llegado el caso me las arreglo
bastante bien gracias a las muchas películas catastrofistas cuyo
argumento se centra en las tormentas y a los documentales que sobre
igual asunto hay en muchos canales televisivos. Me he hecho con una
buena videoteca sobre tormentas y fenómenos similares. Tengo
enganchado al televisor un excelente equipo de sonido repartido,
disimulado, por el gran salón-comedor y mi dormitorio, como soy el
dueño y único vecino de la casa de dos plantas en la que vivo, me
permito ponerlo a toda pastilla y logro un efecto tal que ninguna de las
mujeres que se suelen asustar se resiste a echar un polvo. Lo he
comprobado. También he estado estudiando la posibilidad de simular
mediante luces y sonido una tormenta con abundante aparato
eléctrico, y quizás lo haga, porque el software es bueno, barato, y ya
tengo localizado a quien me puede hacer un montaje discreto de las
luces. Probaré a ver qué pasa.
Quien me diría que le iba a estar agradecido a las tormentas,
bienvenidas sean, cuantas más mejor.

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