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Víctimas del conflicto armado en Colombia: una mirada desde la Interseccionalidad

¿Y acaso no soy una mujer? Mírenme, miren mi brazo. He


arado, he plantado y he recolectado la siembra en los
graneros. Y ningún hombre podía superarme. ¿Y acaso no
soy una mujer? Podía trabajar tanto y comer tanto -cuando
podía conseguir comida- como un hombre ¡Y soportar el
látigo también! Y acaso no soy una mujer. He parido hijos y
visto a la mayoría de ellos ser vendidos como esclavos, y
cuando lloré la pena de una madre nadie más que Jesús me
escuchó. ¿Y acaso no soy una mujer? Sojourner Truth
(1851)
Para entender el conflicto armado, desde una aproximación teórica, se debe clasificar
teniendo en cuenta orígenes y motivaciones, como la diversidad de ideologías, intereses y
objetivos. Según Bacca y Jiménez (2014), dicha clasificación y caracterización deberá
considerar la tipología determinada por los actores, que para el caso colombiano y en aras
del análisis posterior, se considerará un conflicto armado interno, como consecuencia del
enfrentamiento del estado y grupos de oposición interna desde la insurgencia sin
participación directa de otros (Bacca & Jiménez, 2014,).
A causa del conflicto armado interno a través de la historia en Colombia y de acuerdo con
cifras oficiales disponibles, durante los últimos 30 años, se reportan a marzo de 2018,
alrededor de 8.650.169 personas, que han sufrido de manera directa una situación
generalizada de violación de derechos humanos. En el país, según la Ley de víctimas y
restitución de tierras (2011), en su artículo 3, se consideran víctimas, para los efectos de esta
ley, aquellas personas que individual o colectivamente hayan sufrido un daño por hechos
ocurridos a partir de enero 1 de 1985, como consecuencia de infracciones al Derecho
Internacional Humanitario o de violaciones graves y manifiestas a las normas internacionales
de Derechos Humanos, ocurridas con ocasión del conflicto armado interno (Congreso de la
República, 2011).
La Interseccionalidad, por su parte, al relacionarlo con las víctimas del conflicto armado en
general [hombres y mujeres], debería ser visto como el marco teórico adecuado para analizar
la estratificación social, relacionado con el paralelo que todos tienen “etnicidades” y que los
miembros, en especial los hombres, de la mayorías hegemónicas no son solo “seres humanos”
sino que tienen género, clase, etnicidad, etc. (Yuval-Davis, 2012). Hoy por hoy, lo anterior,
parecería obvio, pero las posiciones dominantes son mayoritariamente analizadas como
universales y pocas veces se hace un análisis desde la masculinidad o la blanquitud o el
privilegio socio-económico.
Por ende, hablar de víctimas en general, seria caer en el discurso hegemónico y globalizante,
invisibilizando la victimización que sufren las minorías inmersas de manera directa o
indirecta en el conflicto armado; Teniendo en cuenta lo anterior, ¿es posible hablar de
víctimas del conflicto armado interno desde la Interseccionalidad?
Conflicto armado interno y víctimas
El interés directo de este texto, no es analizar las causas del conflicto armado, sino las
consecuencias sobre la población, para las minorías como población campesina, indígena,
afrocolombiana, donde tanto mujeres como hombres han sufrido de manera invisibilizada –
si se quiere- el flagelo del conflicto como víctimas de desplazamiento y/o desaparición
forzada, homicidios, amenaza de reclutamiento, tortura, abuso sexual, entre otros hechos
victimizantes.
En ese sentido, se hace una lectura de las víctimas del conflicto armado, en éstas se
encuentran inmersas múltiples opresiones por género, etnicidad y clases sociales. La gran
mayoría de víctimas han tenido que sufrir desplazamiento forzado y despojo, que, en
términos de género, no constituyen hechos aislados en la vida de las mujeres; por el contrario
inscriben en un contexto previo y general que las sitúa en condiciones de desventaja inicial,
pues deben enfrentar cotidianamente múltiples formas de discriminación, exclusión y
violencia que se manifiestan en todos los ámbitos de su vida y que se concretan, entre otros
aspectos, en la imposibilidad de gozar efectiva y plenamente de sus derechos, por el solo
hecho de ser mujeres.

Víctimas del conflicto armado ¿Quiénes son más violentadas?


En este contexto hay mujeres que deben afrontar con mayor rigor las formas de
discriminación asociadas al género. En especial, las mujeres que pertenecen a pueblos
indígenas y comunidades afrocolombianas, así como las mujeres pobres, pues en ellas se
suman diversos criterios discriminatorios, ya que además del género confluyen la etnia y la
clase social. Esto es conocido como la Interseccionalidad de las discriminaciones y permite
identificar que hay una diversidad en las mujeres que es fundamental reconocer para poder
enfrentar mejor esos elementos que las sitúan en condiciones de mayor vulnerabilidad.
(Guzmán Rodriguez & Chaparro, 2013)
El caso de las mujeres campesinas, por ejemplo, es particularmente ilustrativo, pues ellas se
encuentran sometidas a desventajas o discriminaciones. Por un lado, se debe al hecho mismo
de ser campesinas, pues los y las habitantes del campo en general enfrentan pésimas
condiciones si se compara con las de las urbes. Colombia tiene una indiscutible deuda rural,
pues la población campesina y rural enfrenta mayores índices de pobreza (37.6%) comparado
con cabeceras municipales (12.1%) según DANE (2016), además la población rural padece
más dificultades que la población urbana para acceder a los servicios básicos, la satisfacción
de las necesidades básicas y para gozar efectivamente de sus derechos, lo que se puede
considerar, afecta la dimensión humana de la Seguridad Alimentaria y Nutricional (SAN).
Otra discriminación es aquella que confluye en las mujeres que han sido víctimas de la
violencia, en especial en el contexto del conflicto armado. (Guzmán Rodriguez & Chaparro,
2013). Y es que, uno de los hechos victimizantes en contra de la dignidad humana, es sin
lugar a dudas el abuso sexual que a través de la historia lo han sufrido mayoritariamente
mujeres inmersas en el conflicto. Según la Unidad de víctimas para Colombia, denomina la
violencia sexual como “delitos contra la libertad y la integridad sexual”, los cuales han tenido
que padecer 24.786 personas, en su gran mayoría mujeres durante los últimos treinta años
hasta lo corrido de este 2018. (RNI, 2018)
Según la Red Nacional de información (RNI), hasta el 1 de marzo de 2018, reportan que se
han cometido 501 delitos contra la libertad y la integridad sexual en mujeres indígenas y 3
en hombres indígenas; por otro lado, en población afrocolombiana se han cometido 2888 de
estos delitos en mujeres, 189 en hombres y 39 reconocidas dentro de su orientación sexual
LGBT. (RNI, 2018)
Según el informe general del grupo de memoria histórica (2013), a partir de trabajos
realizados en Bahía Portete (Guajira) Bojayá (Chocó) y en el departamento del Cauca,
reportan que las comunidades indígenas y afrocolombianas, han sido las más violentadas,
para estos pueblos y comunidades el territorio es la base de su existencia como sujetos
colectivos, y a causa del conflicto armado han visto que sus territorios han sido controlados,
usurpados y expropiados para distintos fines “[…]Para los indígenas, la tierra no es solo un
pedazo de loma o de llano que nos da comida; cómo vivimos en ella, cómo trabajamos en
ella, cómo gozamos y sufrimos por ella, es para nosotros la raíz de nuestra existencia. Por
eso es nuestra madre y la defendemos” refiere un Mamo Arhuaco en el II congreso del
consejo regional indígena del Cauca (CRIC).
Los grupos armados en Colombia, mediante el ataque violento y el asesinato de mujeres
buscó también deshonrar el cuerpo como territorio y desacralizarlo: “[…] Esta manipulación
del cuerpo de los muertos viola el principio sagrado de estas comunidades, de que solo ellas,
dado su papel de enlace entre el mundo de los vivos y el de los muertos y no tener
responsabilidad en la venganza de una muerte violenta, pueden tocar el cuerpo de quien han
muerto” (CNMH, 2013)

A manera de conclusión
Hoy por hoy, muchas son las formas de desigualdad desde la población víctima del conflicto
armado, no debemos naturalizarlas, ni encasillarlas en categorías como género, sino abrir el
concepto de desigualdad y las posibilidades para relacionar términos. En ese sentido, ver
desde otra óptica los diferentes modos de desigualdad y dominación, como lo hace la
Interseccionalidad, al relacionar no solo la desigualdad que existe sobre las mujeres sino entre
mujeres de distinta raza o clase social, o incluso entre hombres –por supuesto- con
desigualdades anteriormente descritas.

Bibliografía

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