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El indígena salvadoreño en la actualidad

Antes de la llegada de los españoles a América, en el continente no existían


los indios. El indio como tal, es el resultado de un proceso histórico que surge con
la opresión. En palabras de Severo Martínez Peláez (1992), la “opresión hizo al
indio”. Con la conquista y el régimen colonial los nativos prehispánicos acabaron
transformándose en indios. Este proceso inició en el momento en el cual, los
conquistadores desarticularon la estructura económica y social construida por los
nativos, quienes posteriormente serían desplazados a una nueva estructura basada
en el trabajo servil y el sometimiento.

Sin embargo, el proceso de transformación de los nativos a siervos de la


colonia tuvo como principal motor la conquista ideológica, la cual procura extinguir
la cultura del nativo a través de la implantación de la cristianización, con la ayuda
de frailes. Como es de suponer, el nativo se rehusó a reemplazar sus creencias, sus
tradiciones, sus costumbres, etc. Por las extranjeras. Esta resistencia, evidencia el
descontento del nativo con los conquistadores, que en ese momento dominaban y
controlaban a su antojo tanto tierras como indios. Pese al deseo del nativo por
conservar su cultura, con el paso del tiempo, se vio en la necesidad de dejarla a un
lado y en algunos casos, acoplo las viejas creencias a las nuevas, dando paso a
muchas expresiones sincréticas que conocemos en la actualidad.

“Los fenómenos de supresión, conservación, elaboración, imposición y


privación cultural, ocurrieron, todos ellos, en función de otro fenómeno más
profundo, no cultural, que les fue determinante…: la explotación colonial” (Peláez
Martínez, 1993). Es decir, cada paso dado por los españoles, tenía como única
dirección la explotación del indio. En ese sentido, el arrebatarles a sus dioses a
punta de la cristianización impuesta, tenía como único objetivo moldear a los nativos
en trabajadores más obedientes y flexibles que no tuvieran la intención de rebelarse
ante el trato inhumano que recibían.
En el largo proceso de la colonia, Martínez Peláez (1993), asegura que los
criollos desarrollaron tres prejuicios sobre los indios, los cuales sobreviven aún en
la actualidad: Uno, los indios son haraganes, no trabajan si no se les obliga. Dos,
son inclinados al vicio, especialmente a la embriaguez, y aumentan entre ellos las
borracheras y los escándalos si no se les tiene ocupados con el trabajo obligatorio.
Y tres, en las más diversas y capciosas formas, los indios no padecen pobreza,
viven conformes y tranquilos. Estos prejuicios son retomados por el arzobispo Pedro
Cortes y Larraz en la Descripción geográfico-moral de la Diócesis de Goathemala,
libro en el cual describe a los indígenas como haraganes, ebrios, viciosos, inmorales
y conformistas.

Esos prejuicios, forman parte de la mentalidad salvadoreña actual,


generando una percepción claramente negativa cuando se trata de los indígenas.
La palabra indio se expresa con un sentido peyorativo, cargado de concepciones
negativas como la embriaguez, holgazanería, ignorancia, entre otros. Hugo de
Burgos (2010), asegura que este desprecio hacia lo indio es una herencia de la
colonia que sobrevive inconsciente en la mente de todos los salvadoreños, para
quienes no hay nada peor que tener un hijo que parezca indio, asimismo “existe una
marcada propensión a acentuar, exagerar y hasta inventar vínculos indígenas
cuando se trata de humillar, menospreciar y desvirtuar a una persona o grupo”
(Burgos, 2010).

Cabe recalcar que estos prejuicios surgieron con el objetivo de justificar el


trabajo forzoso al cual los indios estaban sometidos y la pobreza en la cual estaban
obligados a vivir. La dicotomía entre las clases sociales explotadora – explotada,
vendría a explicar la existencia de dichos prejuicios, que se arraigaron con tanta
fuerza en la mente de la población colonial que aún perviven.

Y es precisamente esta relación entre las dos principales clases sociales lo


que podría explicar la forma de vida del indio colonial. Clase explotada y la clase
explotadora, la clase dominada y la clase dominante, el criollo y el indio, y justo en
el centro de esta dicotomía se encuentra la tierra.
Desde el principio, el motor impulsor de la conquista fue la tierra. Esta se
dividió y administro por unos cuantos individuos que requirieron de agricultores para
trabajarla. Por ello el indio era tan importante.

Recordemos los cinco principios que normaron la política agraria: Principio


del señorío, el cual dictaba que todas las tierras conquistadas pertenecían al Rey,
quien era el único que tenía la autoridad de dividirlas y entregarlas a los
conquistadores. Principio de la tierra como aliciente, la tierra era el premio de la
conquista, los conquistadores salían de Europa a conquistar tierras con autorización
de la Corona española y esta les premiaba cediéndoles trozos de esas mismas
tierras y a sus habitantes para trabajarlas. Principio de la tierra como fuente de
ingreso para las cajas reales, bajo el supuesto de la composición de tierras, para
ello la Corona dictamino que todos los propietarios de tierras debían presentar sus
títulos, y de comprobarse que habían cometido usurpación de tierras reales, el rey
se avenía a cederlas legalmente, siempre que los usurpadores pagaran una suma
de dinero en concepto de composición; a simple vista, la apropiación ilegal sufría un
golpe duro con este principio, pero ocurrió precisamente todo lo contrario, era un
procedimiento que permitía legalizar la apropiación de la tierra que beneficiaba tanto
al rey como a los terratenientes. Principio legislación colonial de tierras, se
aseguraba de que los indios tuvieran tierras suficientes, los pueblos de indios deben
tener suficientes tierras para sus siembras, tierras ejidales y comunales; así mismo,
todo indio que quisiera adquirir tierras por cuenta propia, debía recibir un trato
profesional y en ningún caso podía admitirse la composición a quien haya usurpado
tierras de indios. Principio del bloqueo agrario de los mestizos, fue el principio que
estimulo la política de negación de tierras a los mestizos pobres en constante
aumento demográfico, estimulando el latifundismo.

Son principios que requirieron de las instituciones establecidas por las Leyes
Nuevas: La nueva encomienda y el nuevo repartimiento.

Con las Leyes Nuevas el indígena, era considerado por fin como un individuo
libre y ya no más como un esclavo. Sin embargo, esta falsa libertad, lo obligaba a
trabajar durante la semana en determinadas haciendas y el fin de semana, trabajar
en su tierra, con el objetivo de pagar el correspondiente tributo a la Corona
española, a este mecanismo se le conocía como repartimiento. A su vez, la
encomienda estaba a cargo de los corregidores y frailes que tenían la obligación de
cristianizar a los indios para convertirles en trabajadores más dóciles y temerosos.

El indio, se convirtió en un trabajador asalariado, aunque este salario


normalmente no correspondiera en lo más mínimo al trabajado desempeñado. A
pesar de recibir un pago por su servicio, continuaba siendo explotado. En muchos
casos los indios se vieron en la necesidad de huir a terrenos poco estables como
barrancas o quebradas, sintiéndose más cómodos en la miseria primitiva que en la
pobreza civilizada que les ofrecía el régimen colonial, plagado de azotes y
humillaciones.

En la actualidad, el indígena es el resultado de esa vida cargada de carencias


orgánicas y culturales, en el proceso sus facultades físicas e intelectuales fueron
bloqueadas; al indio, se le negó el acceso a la tecnología de la época y se
sobreexplotó en una vida de servicio que tenía como único objetivo impulsar el
desarrollo del resto de capas sociales. Entre los indios, también podemos hablar de
la existencia de “indios ricos”, que tendían a explotar a los indios que se encontraban
a su cargo, la razón de este abuso era el temor al castigo impuesto por el corregidor,
si el tributo no era pagado bajo las condiciones acordadas.

Con la independencia, la situación del indígena no mejoro, los abusos


continuaron y esta vez con mayor fuerza y libertad. Los criollos ya no necesitaban
de la aprobación de la Corona española para emplearlos y, además, la totalidad de
las ganancias de su trabajo, ahora les pertenecía. Es probable que el indio
desconociera que se llevaba a cabo un proceso de independencia e incluso, una
vez alcanzada, no se percataran de tal cambio. Ya que, continuaron siendo
explotados y pagando tributo como lo habían hecho desde el régimen colonial.

Hasta ese momento, lo único que el indio sabía hacer era obedecer y trabajar
la tierra. Las tierras ejidales y comunales, brindaban la seguridad de sobrevivencia
que necesitaban las poblaciones indígenas. Sin embargo, esta seguridad se
convertiría en un caos cuando en 1881 y 1882 el Estado salvadoreño decreto la
abolición de las tierras ejidales y comunales, con la excusa de promover la
propiedad individual y el desarrollo nacional. Lo cierto es que, la extinción de las
tierras ejidales y comunales despojo a los indígenas de lo poco que tenían para
subsistir, las tierras pasaron a manos de los grandes oligarcas y el indígena o
campesino paso de ser un colono a ser un simple agricultor sin tierra.

Esta situación forma parte de la realidad actual del indígena salvadoreño,


quien se ubica en el estrato más bajo de la pirámide económica. Según el Perfil de
los Pueblos indígenas de El Salvador (2003), el 38.3% de las familias indígenas se
califican como en extrema pobreza, el 61.1% como pobres y solo el 0.6% cuenta
con las condiciones económicas básicas para sobrevivir.

Su economía se basa mayormente en la agricultura de subsistencia,


produciendo granos básicos en pequeñas parcelas de tierra que generalmente
alquilan. Otros, son jornaleros de fincas de café o se desempeñan como peones
agrícolas durante la temporada de cultivos o cosechas de productos agropecuarios.
Los más afortunados elaboran artesanías que posteriormente comercializan en los
mercados.

El indígena salvadoreño actual, es el protagonista de un proceso de


explotación en las fincas de café, cultivos de añil y algodón, al que posteriormente
le fue arrebatada su tierra. Por lo cual no es de extrañar la condición en la que se
encuentran. Con la carencia de tierras y otros medios de producción, el estado de
pobreza que enfrentan es alarmante. El abandono por parte del Estado salvadoreño
es parte del día a día de las poblaciones indígenas, invisibilizadas y
menospreciadas, manchadas por los prejuicios criollistas que a pesar de los siglos
sobreviven en la mentalidad salvadoreña.

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