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5 propuestas de la neurociencia para

mejorar tus clases


15 DICIEMBRE 2016

En los últimos tiempos ha habido un enorme desarrollo de las tecnologías de visualización


cerebral que nos están permitiendo mejorar el conocimiento del cerebro para optimizar el
aprendizaje. Y sumar este conocimiento de las neurociencias a los conocimientos
pedagógicos, psicológicos, etc. ya existentes para seguir mejorando la educación.

En el aprendizaje desde la neuroeducación destacamos tres factores directamente


relacionados que resultan imprescindibles: la emoción, la atención y la memoria.

Emoción
A diferencia de lo que se creía antaño, las investigaciones en neurociencia revelan que no
podemos separar lo cognitivo de lo emocional. Así, por ejemplo, en experimentos que han
utilizado neuroimágenes, se ha comprobado que somos capaces de recordar mejor en
contextos emocionales positivos. En estas situaciones se activa el hipocampo, una región
imprescindible en los procesos de memoria y aprendizaje (Erk et al., 2003). Y ello sugiere la
importancia de generar climas emocionales positivos en los entornos educativos en los
que se asume con naturalidad el error, se coopera, se participa activamente en el
proceso de aprendizaje y en donde las expectativas -tanto de profesores como de alumnos-
son siempre positivas. Fortalecer el vínculo entre toda la comunidad educativa debería ser una
auténtica prioridad. Porque, desde el nacimiento, estamos programados para aprender a
través de la interacción social. Los bebés, al poco de nacer, ya son capaces de imitar
determinados gestos de los padres. Y también disponemos de un sistema de recompensa
cerebral asociado al neurotransmisor dopamina que nos facilita aprender a través de todo
aquello que nos produce placer. Este sistema que nos permite estar motivados de forma
intrínseca y que está directamente vinculado con regiones del cerebro imprescindibles para el
aprendizaje, se activa mucho cuando algo nos suscita la curiosidad, cuando cooperamos o
cuando jugamos. En el caso concreto del juego, se ha visto que el reto asociado al mismo y el
feedback suministrado al jugar son dos elementos esenciales que garantizan una mayor
atención hacia los sucesos externos y, en definitiva, un mayor aprendizaje (Howard-Jones et
al., 2016).
Complementando las investigaciones que utilizan neuroimágenes, los estudios longitudinales
demuestran que la implementación de programas de educación social y emocional en
cualquier etapa educativa permite a los alumnos adquirir competencias emocionales
imprescindibles para su buen desarrollo personal. Pero, además, tienen una incidencia
positiva en su rendimiento académico (Durlak et al., 2011). Es decir, cognición y emoción
forman un binomio indisoluble.

Actividad durante un taller de neuroeducación animado por Anna Forés, Irene Pellicer y Jesús
C Guillén

Atención
Las emociones son imprescindibles para facilitar la atención. Pero la atención constituye un
constructo más complicado de lo que se creía. Se han identificado redes atencionales (de
alerta, orientativa y ejecutiva) que activan regiones concretas del cerebro en las que
intervienen neurotransmisores específicos. En concreto, resulta especialmente relevante en
educación la atención ejecutiva, aquella que nos permite estar concentrados durante
una tarea inhibiendo estímulos que consideramos irrelevantes. Las investigaciones en
neurociencia han demostrado que esta importante atención ejecutiva puede mejorarse con
programas específicos de entrenamiento cognitivo. Pero también a través del ejercicio físico
y del mindfulness (Posner et al., 2015). Durante el ejercicio físico se libera BDNF, una
molécula que interviene en procesos neuronales básicos para el aprendizaje, como la
plasticidad sináptica o la neurogénesis. Y el mindfulness, especialmente cuando se integra en
los programas de educación emocional y social, constituye una estupenda forma de
entrenamiento mental que mejora la atención ejecutiva y que ayuda a combatir el tan temido
estrés crónico.

La atención constituye un recurso limitado y, como consecuencia de ello, no podemos


mantenerla de forma focalizada durante periodos de tiempo prolongados. Ello sugiere la
necesidad de realizar parones durante la jornada escolar, o incluso laboral, para
mejorar la eficiencia cognitiva. En experimentos con niños de edades entre 9 y 11 años, se
ha visto que un simple parón de 4 minutos para que puedan moverse y realizar unos ejercicios
de cierta intensidad es suficiente para mejorar su concentración durante las tareas posteriores
(Ma et al., 2015). Y en el caso de los niños y adolescentes con TDAH, se ha comprobado que
los programas de artes marciales -como los de taekwondo- inciden de forma muy positiva
sobre su autorregulación (Lakes y Hoyt, 2004).
Memoria
La memoria y el aprendizaje son dos caras de la misma moneda. No podemos aprender sin
memoria ya que consolidamos la información adquirida para recuperarla cuando es necesario.
Aunque existen distintos tipos de memoria que activan regiones cerebrales concretas que
debemos conocer para aplicar las estrategias educativas adecuadas.

Sabemos que somos capaces de recordar mejor situaciones asociadas a un alto impacto
emocional, lo cual tienen un alto valor adaptativo. Pero ¿qué ocurre en situaciones más
normales o no tan emotivas? En ese caso, hacemos uso de distintos tipos de memoria. Por un
lado, disponemos de una memoria implícita asociada a los hábitos cognitivos y motores,
inconsciente y que no podemos verbalizar, en la que intervienen regiones subcorticales del
cerebro. A través de la práctica y de la repetición es como aprendemos a escribir, a tocar un
instrumento musical o las operaciones aritméticas básicas. Por otra parte, disponemos de una
memoria explícita que origina recuerdos conscientes sobre nuestro conocimiento del mundo y
experiencias personales en la que intervienen otras regiones cerebrales: los recuerdos
conscientes a corto plazo se almacenan en la corteza prefrontal y el hipocampo permite
convertirlos en recuerdos duraderos que se irán almacenando en las distintas regiones
corticales. Este tipo de memorias son más flexibles y necesitan un enfoque más asociativo en
el que la reflexión, la comparación y el análisis adquieren un gran protagonismo.

Los estudios demuestran que una buena consolidación de la información requiere el


sueño, una auténtica necesidad cerebral en la que se da una especie de regeneración
neuronal que facilita la consolidación de lo estudiado durante la vigilia (Tononi y Cirelli, 2014).
También se ha comprobado que el sueño facilita la aparición de ideas creativas. Y nada
mejor para desarrollar un pensamiento creativo, analítico y crítico que el que desarrolla la
educación artística.

Competencias del neuroeducador/a


Afortunadamente, el puente entre la neurociencia y la educación es cada vez más cercano.
Pero para que la información se transmita de forma adecuada y no caigamos en neuromitos o
falsas verdades, necesitamos personas que sean capaces de transferir la información entre
estas dos disciplinas tan dispares que utilizan lenguajes distintos. Y ahí es donde aparece la
figura de lo que llamamos neuroeducador, una persona capaz de enseñar basándose en los
conocimientos reales que disponemos sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. Un cerebro
muy plástico que nos permite aprender durante toda la vida y que es único y singular, lo cual
abre las puertas de una educación más justa e inclusiva. Todos podemos ser
neuroeducadores en nuestras aulas.

Y entre las múltiples aportaciones de la neurociencia que nos pueden ayudar a mejorar las
clases, señalamos estas cinco propuestas de Francisco Mora (2013):

1. Empieza con algo provocador. Una frase, una imagen o una reflexión que no les
deje indiferentes.
2. Conecta con la vida de tus alumnos. Presenta problemas que les afecten y hazlo de
forma que lo vean interesante.
3. Haz que quieran y puedan hablar. Crea un clima en el que no exista el miedo a
expresarse y deja espacio para que construyan sus argumentos.
4. Introduce incongruencias. El mundo está lleno de ellas. Usa la contradicción,
novedad, sorpresa, desconcierto o incertidumbre.
5. Evita la ansiedad. Reduce la presión y no pongas en evidencia a tus alumnos. Nadie
aprende así.

La neuroeducación no es una moda pasajera, es una realidad que ha venido para quedarse.
Conocer cómo funciona nuestro cerebro, puedes permitir mejorar la educación y nos hace
personas más íntegras y felices.

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