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DISERTACIONES SOBRE EL LENGUAJE

Ernesto Navarrete

Mtro. Luis Ernesto Navarrete García (2018)


Tabla de contenidos

Introducción
Los conceptos fundamentales: lenguaje y raciocinio ......................................................................... 2
Semiosis o el Proceso de la Significación .......................................................................................... 11

Mtro. Luis Ernesto Navarrete García (2018)


INTRODUCCIÓN

El lenguaje ha sido una de los más fascinantes objetos de estudio para el ser
humano, y su interpretación a lo largo de la historia de la ciencia lingüística ha
dependido siempre de las escuelas científicas imperantes en cada época.

Sobre el lenguaje poco se ha demostrado, mucho es observable y bastante


también podría parecer obvio si es visto con los ojos de la modernidad; sin
embargo existe mucha distancia entre las diversas concepciones sobre lengua y el
lenguaje, sobre los signos y los significados, sobre el sentido… para algunos, los
conceptos introducidos por Ferdinand de Saussure siguen siendo vigentes aunque
con sus respectivas adaptaciones y reinterpretaciones, y para otros son
completamente obsoletos.

Las teorías innatistas han ganado gran popularidad hoy en día, pues han dado
respuesta a muchas de las interrogantes en cuanto a la adquisición y la relación
entre el lenguaje, el pensamiento y la genética; existen explicaciones y teorías
brillantes que apuntan a comprender el lenguaje, pero el problema que subyace en
éstas es de tinte conceptual.

Este libro propone una serie de disertaciones que abarcan los aspectos
conceptuales del conjunto de términos inherentes al lenguaje entendiéndolo como
una facultad resultante de los sentidos en cuanto procesos fisiológicos de
recepción y reconocimiento de estímulos, partiendo de las concepciones más
destacadas en la historia de la lingüística, pues en ellas existen elementos que
pertenecen a un acervo perdurable en el estudio del lenguaje y que siempre
deberán ser puestas en la escena cuando éste salga a flote.

Este libro tiene la intención de de dar una aproximación a procesos de la


significación, de la composición del lenguaje y de la comunicación; únicamente a
manera de disertación, sin pretender con ello absolutizar perspectivas o romper
paradigmas; para que todo aquel que en el estudio del lenguaje halle interés,
curiosidad o incluso pasión como el propio autor, tenga un referente más, quizá
con matices esclarecedores que pueda unirse a la urdimbre de su saber
lingüístico.

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Los conceptos fundamentales:
Lenguaje y Raciocinio
El estudio de la lingüística siempre se remonta hacia los griegos. El diálogo de
Platón llamado Crátilo (Κρατυλος) (360 a.C) es por muchos considerado en la
historia de la lingüística como el punto de partida; y es con toda certeza una de las
obras más analizadas y también es una de las más citadas en las investigaciones
de esta disciplina por la sencilla razón de que el Crátilo es la primera obra sobre
lenguaje en la historia de la humanidad.

Su autor, Platón, es uno de los pensadores más influyentes de todos los tiempos y
si a esto aunamos la presencia de Sócrates en el diálogo, podemos dar cuenta de
una obra de alto impacto y simbolismo casi mitológico. El Crátilo despierta por
primera vez el interés en la capacidad de los seres humanos para designar y
conocer las cosas, y en ella se desentraña por primera vez el enigma del origen
del lenguaje:

 Sócrates.- Pero dime a continuación todavía una cosa: ¿cuál es, para
nosotros, la función que tienen los nombres y cuál decimos que es su
hermoso resultado?
 Crátilo.- Creo que enseñar, Sócrates. Y esto es muy simple: el que conoce
los nombres, conoce también las cosas.

Este texto destaca porque hace evidente que el lenguaje es un digno objeto de
estudio para la ciencia, y es que es en Grecia donde se origina la ciencia misma.
Fue en Grecia, seiscientos años antes de Cristo, que evolucionó el pensamiento; y
fue ahí donde comenzaron a abandonarse las creencias en leyendas y mitos para
dar paso a la observación, la experiencia y la razón, pues fue la primera sociedad
en darse cuenta de que la mitología no tenía el alcance necesario para explicar
contundentemente la realidad.

Desde la antigüedad, los seres humanos han buscado explicación a los


fenómenos de la naturaleza; en un principio creían que eran obra de seres
sobrenaturales a los que llamaron dioses y con el avanzar de los siglos, esta
indagación ha llevado a la construcción de complejas teorías para la explicación
de nuestra realidad, para el conocimiento del mundo y el universo, búsqueda en la
que pareciera radicar el sentido mismo de la vida humana.

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Este libro no pretende hacer una línea del tiempo con todas aquellas
concepciones e ideas que surgieron sobre el lenguaje desde los griegos, pero se
hace necesaria la recapitulación de muchas de las más brillantes nociones, que
sirva como punto de referencia para los conceptos aquí propuestos.

Hacia 1873, miles de años después del Crátilo, Nietzsche escribe un ensayo
deslumbrante, un texto que anunciaría el advenimiento de la filosofía del lenguaje
en el siglo XX al que tituló: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.

En la fábula inicial de este libro, Nietzsche nos da cuenta de que el hombre, a


pesar de poseer una condición minúscula comparada con el universo, se siente
orgulloso y ensoberbecido por el conocimiento, por el intelecto. Para él, el intelecto
es la herramienta que el hombre posee para relacionarse con la realidad tal como
cada especie posee sus propios instrumentos y se siente el centro del universo.

El hombre posee un misterioso impulso hacia la verdad que lo lleva a inventar una
designación “válida y obligatoria de las cosas”. Pero es él mismo quien ha creado
las palabras y las convenciones sobre los significados de las palabras.

Para Nietzsche, el lenguaje es sólo eso: un sistema arbitrario de designación de


las cosas y en él, toda palabra implica un doble salto metafórico. Toda palabra
implica dos metáforas. En primer lugar, se trata del traslado de una excitación
nerviosa a una imagen. En segundo lugar, se transforma esa imagen en sonido.

Esta concepción de palabra, nos da la segunda pista hacia los conceptos


propuestos en este libro, sin olvidar que la primera pista está en la respuesta de
Crátilo a Sócrates:

Creo que (la función de los nombres es) enseñar… el que conoce los nombres,
conoce también las cosas.

En la escuela estructuralista, la primera definición de Saussure, a finales del siglo


XX, sobre la lengua afirma que es a la vez un producto social de la facultad del
lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social
para permitir el ejercicio de esta facultad en los individuos. Aquí se habla de
“lengua” pues para él el lenguaje es precisamente la conjunción entre la lengua y
el habla:

El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no se puede concebir el uno


sin el otro (...) en cada instante el lenguaje implica a la vez un sistema establecido
y una evolución; en cada momento es una institución actual y un producto del
pasado (Saussure, 1945). Para Saussure, la lengua es un fenómeno social e
independiente del individuo, mientras que la parte individual es el habla, y ambas
conforman el lenguaje.

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A partir de esta concepción, quizá puede parecer difícil comprender el cómo
creamos palabras y las usamos para comunicarnos, pues estamos ante una
definición dicotómica que aparentemente deja fuera el aspecto de la
comunicación.

Sin embargo, Saussure puntualiza que si el lenguaje es el resultado de la


ecuación lengua + habla, se debe definir como “la facultad humana de constituir
una lengua, es decir, un sistema de signos distintos” (Saussure, 1913: 53). Esta
definición nos acerca un paso más a lo que este libro plantea.

Sin embargo, continuando cronológicamente con la diversidad de concepciones


sobre el lenguaje; en el relativismo lingüístico posterior a Saussure, podemos
encontrar una relación más estrecha entre la comunicación y el lenguaje, lo que
nos permite más fácilmente parear el aspecto comunicativo con el lenguaje;
Edward Sapir (1954) definía el lenguaje de la siguiente manera:

Es un método exclusivamente humano, no instintivo, de comunicar


ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos, ante
todo auditivos, producido de manera deliberada (…) Las estructuras
lingüísticas de la lengua primera predeterminan, orientan y
organizan la visión del mundo físico, social y psicológico. (1954:37)

No es objeto de este libro analizar el relativismo lingüístico; de hecho es muy poco


lo que se utiliza en la actualidad de la antropología de Sapir, pero el planteamiento
de Sapir-Whorf acerca el lenguaje al pensamiento en términos incluso de los
factores psíquicos; esta concepción, en palabras de Carlos Reynoso (2007)
“pertenece al acervo perdurable de la lingüística, y confiere significación a muchas
de las polémicas con respecto al factor psíquico del lenguaje.” A partir de esta
visión, podemos afirmar que una lengua, como método de comunicación de ideas
y pensamientos, es un elemento esencial en la función social del intelecto.

Las teorías innatistas que vendrían años después, conceptualizan al lenguaje


como un proceso previo al pensamiento, para su principal representante, Noam
Chomsky (1972), el lenguaje queda reducido a una especie de módulo mental
independiente de la memoria, la percepción, la inteligencia, etc. Sin embargo,
teorías posteriores como la propuesta por Johnson y Lakoff proponen que el
lenguaje es un “sistema conceptual de naturaleza metafórica” (1995:40).

Pero proponer el concepto “lenguaje” como sistema es un error conceptual que los
lingüistas de estos tiempos pueden notar, pues la concepción de éste como
facultad ha sido ya ampliamente aceptada casi sin resistencia. Ahora bien, aquello
de “naturaleza metafórica” sí tiene que ver con funciones cerebrales superiores
que fueron estudiadas años después.

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Pinker (2012) también afirmó que el lenguaje es innato, aunque las lenguas,
obviamente, no lo sean: nadie habla por sí mismo inglés o español, pero sí está en
la naturaleza del ser humano aprender la lengua o lenguas de su entorno; asegura
que la habilidad del lenguaje es tan natural como lo es la destreza que demuestran
las arañas en tejer sus telas. Gracias a la evolución se incorporaron a la estructura
del cerebro las contingencias a las que responde el cerebro para la producción de
cada lengua.

Aquí cabe hacerse una pregunta: ¿por qué comenzó ese desplazamiento hacia el
aprendizaje complejo que caracteriza al ser humano, hacia aquello que Nietzsche
conceptualizó como intelecto? Aunque se acepta la afirmación de que, aunque sea
muy elemental, sí existe lenguaje en animales, (o cuasilenguaje como lo llama
Aleksander Luria) la complejidad del lenguaje humano tiene que ver con el hecho
de que somos gracias al lenguaje, y en palabras del propio Pinker: “conscientes de
ser conscientes”.

El hecho de tener concepciones del lenguaje tan distantes la una de la otra ya


como sistema, ya como facultad, nos lleva a la necesidad de una que nos permita
explicar la conformación de las contingencias cerebrales, pero a su vez que nos
permita comprender el fenómeno de la significación, y que nos permita explicar el
surgimiento de sistemas de signos que no necesariamente son orales y acústicos.

Debemos comenzar por aceptar al lenguaje como una facultad (aceptando la


concepción innatista) que posee el ser humano de crear sistemas de signos
llamados lenguas o idiomas (lo que mencionaba Saussure) que le permiten
nombrar y relacionar la realidad existente, objetiva, en tanto objetos que se
pueden tocar y la realidad abstracta, subjetiva en tanto ideas que se crean en la
mente del hablante a partir de lo percibido por los sentidos.

Este sistema permite al hablante operar con la realidad en ausencia de la misma.


Pero ¿Cómo explicar la significación? “El que conoce los nombres, conoce
también las cosas…” ¿cómo es que conocemos las cosas? ¿Cómo es que
conocemos cosas que no existen en el plano objetivo, tangible, sensible? Tales
como las matemáticas.

El punto de comprender al lenguaje radica en explicar cómo opera, en no


enclaustrarlo en una noción simplista de “facultad de crear lenguas” porque si bien
la facultad del lenguaje nos permite “crear lenguas”, éste no es un fenómeno que
suceda en todo momento, una lengua no surge si no es como lo hacen las nuevas
especies, a lo largo de muchos años, por un primer elemento que es la separación
geográfica y por muchas adaptaciones que a lo largo de la diacronía va sufriendo
gracias a sus hablantes.

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Sí, el lenguaje nos permite crear lenguas pero los individuos no crean lenguas
durante sus vidas, por el contrario las aprenden y las utilizan para satisfacer
necesidades diversas.

El lenguaje, si nos ceñimos al concepto de facultad, no es más que una de las


capacidades físicas naturales. Que si las generalizamos existentes en humanos y
animales, hallamos la memoria, la atención, la percepción, pero si las delimitamos
en humanas, hallamos también entre ellas a las emociones y los sentimientos;
aunque en un primer momento el término “facultad mental” tenía un matiz más
cognitivo que emocional, el cómo los conceptos no se mantienen ni son los
mismos de una comunidad a otra, será explicado en el capítulo dos.

Las facultades de la mente las posee todo ser vivo, sin embargo no todas ellas
requieren de las mismas contingencias cerebrales y por ende no todas precisan de
una capacidad cerebral superior, facultades como la sensibilidad organoléptica, la
que nos permite distinguir el frío del calor, si tenemos hambre o si nos falta cobijo,
si tenemos dolor, serán aquí llamadas facultades mentales primarias o básicas.

Mucha polémica hubo entre filósofos y psicólogos por establecer si las facultades
superiores están subordinadas a las básicas o lo contrario, el ejemplo típico es el
hambre: si uno tiene hambre y hambre de verdad porque no ha comido en mucho
tiempo, las facultades mentales superiores se ordenan en función a resolver este
problema pero si uno lo que tiene es hambre para satisfacer sus necesidades del
día, es muy posible que las facultades superiores se orienten a resolver otros
problemas.

La polémica en psicología se resuelve usando como base la conducta, que es lo


que se observa, se analiza la conducta humana por lo que uno puede observar y
por lo que uno pueda pensar, es decir que uno tiende a satisfacer sus
necesidades básicas antes que cualquiera otra cosa y se deja de hablar de
facultades, entonces se las llama “instintos”.

Si concebimos al “instinto” como una facultad básica y restringimos el término


“facultad” sólo para las superiores, no podríamos llamar “instinto” al lenguaje.

La inteligencia, entendida como la facultad que permite aprender, entender,


razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad, junto
con la intuición, y la voluntad pueden considerarse facultades superiores; a través
de los sentidos, procesos fisiológicos de recepción y reconocimiento de estímulos,
todas las facultades pueden entrenarse, agudizarse y evolucionar, ya que en la
ausencia de estímulos, los sentidos se deterioran.

El cerebro es un sistema complejo que no es necesario para que exista la


consciencia (por lo menos en un nivel primitivo) en palabras de Dyson (1985) la
consciencia no es un fenómeno pasivo que se dé sólo por procesos químicos y
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eléctricos en el cerebro. Él afirma que en cada molécula está inherente un proceso
de elección entre estados cuánticos. Es decir, que ni los átomos ni las células se
comportan de manera azarosa, esa consciencia a la que Dyson refiere tiene que
ver con el “saber” cómo reaccionar y actuar en el entorno. Un cigoto sigue una
serie de “decisiones” cuánticas de duplicación de células, generación de
sustancias y un largo etcétera para llegar a la formación de un mamífero.

“Cuántico” es un adjetivo que se utiliza en el campo de la física. El concepto se


refiere a lo vinculado con unos ciertos saltos de la energía al emitir o absorber
radiación, que se conocen como cuantos. Evidentemente, entre más complejo es
un sistema, mayor es el grado de complejidad de sus elecciones y mayores
posibilidades de las mismas existen para él en su interacción con el entorno.

El ser humano y su consciencia no sólo están orientados a emitir y absorber


radiación sino que la complejidad de su sistema, la cantidad de módulos
cerebrales y las funciones que pueden desempeñar hacen que su interacción con
el entorno también sea de naturaleza más compleja. Un sistema complejo como el
cerebro humano requiere hacer interacciones diversas para completar su ciclo de
vida.

La mente entra en nuestra consciencia de la naturaleza en dos niveles: en el más


alto, el nivel de la consciencia humana, nuestras mentes son directamente
conscientes del complicado flujo de patrones químicos y eléctricos en el cerebro,
al nivel más bajo, el de los átomos, éstos son sólo “conscientes” de qué hacer ante
determinado contexto energético. Lo cual no implica que todo movimiento sea una
elección, puesto que existen fuerzas externas ante las cuales todo objeto en el
universo reacciona. Ese tipo de relaciones entre la materia y la energía son
estudiadas por la física. Las “decisiones” o reacciones que pueden tomar las
sustancias al combinarse con otras son estudiadas por la química, y los procesos
naturales (también conscientes a un nivel primitivo) de sistemas más complejos
como los seres vivos son estudiados por la biología.

En palabras de Dyson (1985) “La mente está inherente en cada electrón, y el


proceso de la consciencia humana sólo difiere en el grado pero no en tipo de los
procesos de elección entre estados cuánticos.”

Cuando un proceso, o serie de decisiones cuánticas se hace de manera


automatizada, por ejemplo cuando un ser vivo satisface una necesidad básica,
aun cuando ha sido “decidido conscientemente” por los constituyentes de su
sistema, nosotros solemos decir que son procesos “inconscientes” porque son
llevados a cabo fuera de nuestra voluntad. Desde esta perspectiva, sólo aquello
que sucede por fenómenos físicos externos a nuestro sistema debería ser
considerado “inconsciente” pero resolver este problema conceptual no es –
afortunadamente—objeto de estudio de la lingüística. Podemos pues, hablar de

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“procesos inconscientes” cuando no suceden emitidos por una facultad superior: la
voluntad.

¿Cuántas facultades existen? No lo sabemos, pues en la evolución, algunas


facultades que hoy consideramos superiores podrán ser consideradas primitivas y
cada especie puede adquirir diversas facultades también en este proceso. La
existencia de algunas permite la existencia de otras, y todas las facultades de
cada ser vivo se conjuntan para lograr cosas cada vez más complejas. Pero
podemos enumerar algunas en orden de jerarquía:

Raciocinio
Lenguaje
Imaginación
Cognición
SUPERIORES Afectividad
Memoria
Atención
Voluntad
Consciencia
(superior)
Percepción
(superior)
Inhibición
Orientación
Conservación
Movimiento
Sensibilidad PRIMITIVAS
Percepción
(primitiva)
Consciencia
(primitiva)

El cúmulo de más y más facultades superiores incrementa la inteligencia, por eso


existen seres vivos más inteligentes que otros. Hoy en día es bastante aceptada la
definición de “inteligencia” como la capacidad de resolver problemas y lo es,
gracias a las facultades superiores, el ser humano es capaz de resolver
problemas, pero como todo sentido, se desarrolla en mayor o menor grado
dependiendo de las circunstancias de los estímulos a los que es expuesto, de los
procesos que se lleven a cabo en su sistema.

Así pues, tal como los animales son superiores a las plantas en la cadena
evolutiva dado que acumulan una mayor cantidad de facultades, la supremacía del
ser humano radica en que posee las facultades más altas de esta cadena
jerárquica.

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En el esquema anterior, aparecen repetidas la consciencia y la percepción, puesto
que existe una consciencia primitiva que es aquella que se encarga de la mera
interacción a nivel molecular y otro tipo de consciencia superior que está
determinada por las funciones cerebrales al igual que la percepción superior que
se da gracias a los sentidos: la vista, el tacto, el gusto, el olfato, el equilibrio, la
percepción temporal etc.

El cerebro posee cortezas con funciones definidas, la corteza auditiva, la corteza


visual, la somatosensorial, posee cortezas de asociación para cada función, el
área de Wernicke y el área de Broca que son las responsables de las dos
facultades más altas en la jerarquía, el lenguaje y el raciocinio.

Así pues, llegamos a la conclusión de que el lenguaje es una facultad superior


aunque de mayor jerarquía lo es el raciocinio.

Entiéndase este último como una facultad (inherente a las aquí llamadas
facultades superiores) que permite tanto formular juicios como producir
conocimientos, la facultad del raciocinio permite a la mente humana estructurar
lógicamente antecedentes y consecuencias, constituir pensamientos abstractos y
lograr predicciones así como suposiciones acerca de los objetos del mundo real.

Hablamos del raciocinio como una facultad de organizar las facultades de la


mente, el mecanismo del raciocinio es complejo y apela al uso de la memoria, del
lenguaje, la imaginación, la atención y las demás facultades que han sido aquí
referidas, puesto que sin ellas, sería definitivamente imposible siquiera la
apropiación de los significados en virtud de garantizar la supervivencia de nuestra
especie en un plano más allá de lo natural, en el plano de la abstracción, en la
dimensión de lo meramente mental que es en donde el ser humano ha
desarrollado sus máximas potencialidades como especie.

El raciocinio y el lenguaje, en su conjunto nos han permitido construir una esfera


de entendimiento desde la cual podemos observar la realidad sin necesidad de
acceder a sus componentes esenciales de manera concreta, hemos logrado
contener a la realidad a través de los conceptos, creados mediante el lenguaje y
organizados por el raciocinio, y así es como ha sido posible transformar al mundo
real a conveniencia de la especie (aunque ello suponga un debate ético biológico
profundo en el que no conviene enfrascarse por el momento).

El ser humano no solo es capaz de transformar al mundo, el lenguaje le permite


configurarlo, determinarlo, tener un acceso a éste que para el animal es
simplemente imposible. ¿Pero a qué se refiere el “configurar” al mundo? Martin
Heidegger (1930) plantea al respecto que el ser humano “no sólo produce
artefactos o construye puentes, sino que forma con otros seres humanos su
historia, su tiempo y su época o, si se prefiere, lleva a cabo sus proyectos” es

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decir, que para el autor teutón, el lenguaje permite al homo sapiens “producir” el
mundo, “crear una imagen” suya, “representarlo” a su conveniencia hasta lograr
abarcarlo.

Debe entenderse al lenguaje como una facultad de significación, en la cual el


humano determina (inconscientemente) las cualidades esenciales de un objeto o
abstracción, les confiere significado al crear a partir de éstas una imagen mental y
las convierte en un signo, mismo que le es útil para poder operar, razonar,
predecir e imaginar a partir del objeto aún en ausencia del mismo.

Es precisamente esta producción de imágenes y representaciones la esencia del


lenguaje; se lleva a cabo en el marco de un proceso que Sanders Peirce (1897)
acuñó y Charles Morris (1962) robusteció, lo llamamos “Semiosis”.

Solamente mediante el lenguaje, un objeto del mundo real puede adoptar un


significado (siempre ligado al sistema social del individuo) y posteriormente
convertirse en signo.

Un esbozo de cómo ocurre dicho fenómeno, es lo que ocupa las líneas del
siguiente capítulo.

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Semiosis o el Proceso de la
Significación
Para Peirce (1987), la Semiosis es proceso de la asociación de signos en la
producción de significación interpretativa, “Es un proceso que se desarrolla en la
mente del intérprete; se inicia con la percepción del signo y finaliza con la presencia
en su mente del objeto del signo”. En las próximas líneas intentaré explicar cómo es
que opera.

Dado que el lenguaje es, como ya se ha dicho, la facultad de la significación, la


comprensión del proceso de la Semiosis radica en comprender cómo es que se llega
a la significación de las cosas, es decir, a conferir un signo que permita operar con el
objeto de manera abstracta y en ausencia del mismo.

Supóngase que el individuo observa al objeto x; —probablemente sea mejor referir al


acto con el verbo “percibir” en tanto que todos los sentidos entran en acción durante el
complejo acto de la Semiosis— Lo primero que ocurrirá, de manera natural, y sin que
la razón o cualquier otro proceso superior intervenga en ello, será que el individuo
detectará de manera inconsciente todas las posibles cualidades de x, con lo cual
automáticamente entra en acción un proceso de clasificación de las mismas.

Si x posee las cualidades a, b, c, d, e, f..., el individuo ha podido detectarlas a través


de sus sentidos, y además de ello, ya ha podido determinar cuáles de éstas son
esenciales para el objeto, por lo que sería capaz de identificar a un objeto que
poseyera la secuencia de cualidades a, b, d, f aún en ausencia de las características c
y e, así como de asociarlas con un signo.

Ilustremos el ejemplo anterior con un objeto tan cotidiano como puede serlo una
mesa. Cuando atribuimos significado a la palabra “mesa”, es decir, al crear un
significante a partir de las características esenciales del objeto, la “imagen mental”
que corresponderá a la secuencia de sonidos /m/ /e/ /s/ /a/ no tiene que ver con
imaginar una mesa, puesto que diferentes personas imaginarían una mesa diferente y
con características diversas. Sin embargo todas ellas compartirían entre sí algunas
características que pueden permanecer invariables entre interpretantes; y son
precisamente éstas las que debiéramos entender de lo que Ferdinand de Saussure
llamó “significado”.

Preguntémonos pues ¿Qué es una mesa? ¿Cuáles son sus características


esenciales? Podemos saber cuáles no lo son en tanto que son variables entre
interpretantes, por ejemplo el material, la cantidad de patas, el tamaño, la forma, etc.
que si bien son características atribuibles al objeto, de ninguna manera deben
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considerarse parte del “significado” en tanto que no son esenciales al mismo, es decir,
no necesita una mesa tener cuatro patas para ser una mesa, como tampoco requiere
estar hecha de madera, o tener forma rectangular.

Las hay redondas, de una sola pata, de tres patas, bajas, altas, de metal y plástico, y
todas estas características forman parte de las atribuciones variables de significado
para el objeto, pero no del significado per se, que solamente debe referirse a la
esencia, a aquello que permite distinguir al objeto que corresponde con el signo
/m//e//s//a// (que en este ejemplo es un signo acústico, pero que puede serlo manual
como lo es en el caso de las lenguas de señas, icónico o de cualquier otro de los tipos
de signos que se describen más adelante).

En este caso, la superficie horizontal soportada verticalmente es lo único que puede


conformar el significado de “mesa”, por lo que, en determinado contexto, un solo
tablón recargado encima de un bote de basura puede ser interpretado como “mesa”.

Sin embargo, no necesariamente el interpretante o ente significador es consciente de


lo que su mente percibe y su lenguaje semiotiza como “esencial”. Otro ejemplo que
ilustra mejor esta inconsciencia en el proceso de la significación es el del vocablo
“perro”, mismo que es un signo atribuible a cientos de razas diferentes con
características variables muy claras. ¿Pero qué hace a un perro ser “un perro” en el
nivel del significado? ¿Cómo es que la forma no es trascendente en este escenario?
¿Cómo es que aún si quitamos poco a poco características del objeto es aún
reconocible por el interpretante?

Imaginemos lo siguiente: Visualicemos un perro. Imaginemos que no tiene patas ¿es


aún reconocible? Imaginemos ahora que no tiene orejas, o que al mismo se le ha
quitado la piel ¿es aún reconocible? El reflexionar sobre ello nos da una pista acerca
de dos fenómenos: las características esenciales se mantienen invariables
permitiendo al ente significador reconocer el objeto, pero además de ello, la corriente
psicológica de la Gestalt o psicología de la configuración a principios del siglo XX
explicó la organización perceptual a partir de principios que suman caracterizaciones
interesantes; lo cual permite adentrarnos más en el funcionamiento del lenguaje.

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