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CATECUMENADO PRIMITIVO

Se entiende por catecumenado (de katejein = instruir de pa-


labra), en sentido más clásico, la institución iniciática de ca-
rácter catequético-litúrgico-moral, creada por la iglesia de los
primeros siglos con el fin de preparar y conducir a los con-
vertidos adultos, a través de un proceso espaciado y dividido
por etapas, al encuentro pleno con el misterio de Cristo y
con la vida de la comunidad eclesial, expresado en su mo-
mento culminante por los ritos bautismales de iniciación:
bautismo, ritos posbautismales, eucaristía, que, normalmen-
te presididos por el obispo, se celebran el sábado santo du-
rante la vigilia pascual.

El catecumenado es, pues, una pieza fundamental del con-


junto de elementos que componen el proceso de la inicia-
ción cristiana. Hasta el punto de que sin él no puede consi-
derarse que tal iniciación ha llegado a su plenitud. Por eso a
lolargo de la historia, de una u otra forma, se le dio gran im-
portancia teórica, aunque no siempre se le diera el mismo
valor práctico. Hoy se ha venido a revalorizar tanto la impor-
tancia teórica cuanto la realización práctica del catecumena-
do a diversos niveles'. Pero su puesto en la estructura iniciá-
tica ha variado con frecuencia en relación con el que tuvo en
la iglesia primitiva. Mientras que en los primeros tiempos de
la iglesia precedía al bautismo, normalmente celebrado con
adultos, en nuestros días suele realizarse con frecuencia
después del bautismo, generalmente celebrado con niños.

Nuestro objetivo es ofrecer las líneas maestras de evolución


y sentido del catecumenado, teniendo especialmente en
cuenta la aportación de los autores y de la iglesia hispánica,
sobre todo en los ss. vil y xvl, y tratando de mostrar las for-
mas posibles de recuperación y actualización del catecume-
nado, desde la situación actual de la iglesia, principalmente
en España.

I. Origen y evolución histórica del catecumenado

Para comprender la verdad de la institución catecumenal es


preciso que primero recordemos la evolución del catecume-
nado en la historia, de modo que podamos decantar lo per-
manente y lo variable del mismo.

1. ANTECEDENTES BÍBLICOS. Cristo no creó la institución


del catecumenado. Pero la comunidad cristiana se encontró
ya con un germen de institución catecumenal procedente de
la tradición judía, y con un contenido catecumenal basado
en el mensaje de Cristo y enlas mismas exigencias de con-
versión y de fe para el seguimiento de Cristo. La tradición
judía imponía unas condiciones y medios para entrar a for-
mar parte de la comunidad, como se manifiesta en estos dos
ejemplos más típicos:

a) El de la admisión en las sectas judías (sobre todo en la


comunidad de los esenios del Qumrán), que implicaba una
iniciación progresiva a modo de etapas, un tiempo de forma-
ción y purificación, unas pruebas y un discernimiento por
parte de la comunidad para ser aceptados.

b) Y el de la admisión de los prosélitos (según aparece en la


literatura rabínica de finales del s. 1), que incluía la predica-
ción misionera para la conversión, la purificación de los mo-
tivos de esta conversión, el examen de admisión realizado
por tres rabinos, la instrucción sobre los mandamientos y la
ley de Dios, y, finalmente, la circuncisión y el bautismo.

El Nuevo Testamento no nos ofrece una ordenación tan cla-


ra de los elementos de preparación al bautismo, pero cier-
tamente alude a esta exigencia de preparación. Aunque al-
gunos textos pudieran hacer pensar en un bautismo repen-
tino (He 2,37-38; 2,41), sin embargo son frecuentes los tex-
tos que se refieren a una preparación y discernimiento ante-
riores a su celebración. Así se manifiesta en la sucesión de
secuencias: predicación, acogida, petición y bautismo (He
2,37-39; 8,27-28); en la conversión y decisión irreversible
que implica el bautismo (Heb 5, 12-6,3); en la exigencia de
una fe verdadera, que conlleve la renuncia a los ídolos y el
conocimiento y servicio del Dios vivo y verdadero (1 Tes 1,9-
10); en la distinción que de algún modo se hace entre la
primera evangelización, la catequesis y la petición del bau-
tismo, tal como aparece en el caso de Cornelio (He 10,1-
11,18)... En una palabra, parece claro que, aunque no apa-
rezca en el NT un catecumenado estructurado, sí aparece
un contenido y unas secuencias catecumenales exigidas por
el mismo sentido que se le da al bautismo. No se bautiza sin
más a los que quieren ser cristianos. Se les exige el cono-
cimiento, la conversión y la fe, que suponen un cambio total
de vida y requieren un espacio y un tiempo determinados
(He 2; 5,9; 8,20-21). En el s. 1 no existe el catecumenado
como institución codificada, pero existe ciertamente el pro-
ceso catecumenal como verdad vivida.

2. NACIMIENTO Y CONFIGURACIÓN PRIMERA: SS. II-III.


Durante el s. II resulta patente la necesidad del catecume-
nado, dada la situación en que vive la Iglesia (reducida, per-
seguida, en ambiente pagano y hostil...), la dificultad de
mantenerse en la fe, la urgencia de profundizar en la con-
versión, la exigencia de conservar la unidad eclesial. Cons-
cientes de que todo esto exige una preparación y un discer-
nimiento serios, se ordena un proceso catecumenal por eta-
pas en orden a la conversión sincera y a la transformación
total de vida', y para hacer posible el "acceso a la fe, la en-
trada en la fe y el sello de la fe" (accedere, ingresi, obsigna-
re), como condición de autenticidad de los ritos bautismales
y como garantía de fidelidad en la vida cristiana.

Los testimonios que hablan del catecumenado ya en esta


época son muy importantes, y entre ellos cabe destacar Jus-
tino (hacia 150) y la Tradición Apostólica de Hipólito (hacia
215), en Roma Tertuliano ( hacia 220) y Cipriano´(+ 258), en
Cartago; Clemente (+ antes del 215) y Orígenes (+
253/254), en Alejandría; los Hechos Apócrifos de los Apósto-
les, las Pseudo-clementinas (principios del III) y la Didasca-
lía de los Apóstoles (primera mitad del s. III), para las igle-
sias siropalestinas. De entre todos estos testimonios, nos
parece que los más representativos, ricos e importantes son
la Tradición Apostólica y Orígenes.

Será la Tradición Apostólica (nn. 15-22) la que por primera


vez y de un modo más completo nos proponga la estructura
del catecumenado, que supone tres tiempos o momentos:
a) Entrada en el catecumenado (nn. 15-16), que supone la
evangelización y conversión primera, la presentación reali-
zada por los padrinos y el examen de admisión, con lo que,
verificada la sinceridad de actitudes, motivos y actividades
del candidato, éste viene a ser incluido en el grupo de los
catecúmenos.

b) Tiempo de catecumenado o catequesis (nn. 17-19), que


en Roma dura tres años; desarrolla la dimensión doctrinal
(formación-ilustración), la moral (cambio de costumbres-
conversión) y la ritual (introducción a la oración y los símbo-
los), y viene a ser como el largo camino por el desierto hasta
llegar a la tierra prometida por el bautismo cristiano.

c) Elección para el bautismo (n. 20), que tiene lugar después


de haber pasado por un segundo examen, donde padrinos y
comunidad testifican de su conducta y preparación, y los
candidatos son considerados como aptos o elegidos, en or-
den a una preparación más intensa y definitiva al bautismo
(con la oración, la imposición de manos yexorcismo, el
ayuno y el rito del effetá), que tendrá lugar el sábado santo
en la vigilia pascual.

Se trata, pues, de un proceso con diversos grados, como in-


dica la misma nomenclatura que se utiliza: simpatizantes
(accedentes), catecúmenos oyentes (auditores, catechume-
ni) y elegidos o iluminados (electi, illuminati) (nn. 17-20). De
forma semejante se expresan Tertuliano° y Orígenes.

Sobre los contenidos del catecumenado, aun existiendo va-


riaciones, parece claro que se destacan dos vertientes prin-
cipales: una más moral sobre las dos vías (bien-mal, vida-
muerte), destinada a madurar la conversión y la opción cris-
tiana, abandonando los cultos y costumbres paganos; y otra
más dogmática o doctrinal que o bien comenta la Escritura
en clave histórico-salvífica o bien explica la fe del credo o
símbolo de los apóstoles en un sentido trinitario y salvífico.
En cuanto al aspecto más ritual, si bien no se habla con tan-
ta explicitud, no cabe duda que se iniciaba a la oración y a
los símbolos también durante este tiempo, corno lo indica la
misma Tradición Apostólica (= TA) 18 al hablar "De oratione
eorum qui audiunt verbum"

Para que todo esto pudiera cumplirse se requería la direc-


ción de unos "responsables" o "ministros". Además del obis-
po y los presbíteros (TA 20), nuestros testimonios hablan de
los padrinos (que ejercieron una función muy importante,
comunicando espontáneamente la fe y suscitando el interés
y la primera conversión); y sobre todo de los catequistas o
doctores audientium, que podían ser clérigos o laicos ("sive
clericus est qui dat doctrinas, sive laicus": TA 19), habían re-
cibido una encomienda o misión por parte de la comunidad u
obispo y tenían por función preparar e instruir a los catecú-
menos, adaptando el mensaje a su capacidad, dando testi-
monio de vida, iniciándolos a la oración e imponiéndoles las
manos y testificando ante el obispo de su conducta moral y
su dignidad.

Los ss. III-IV constituyen ya el pleno desarrollo de la institu-


ción catecumenal y el momento álgido de su autenticidad.
Las evoluciones posteriores habrá que juzgarlas a la luz del
modelo ya entonces conconfigurado.

3. EVOLUCIÓN Y CAMBIOS POSTERIORES: SS. IV-VI. A


partir de la paz constantiniana (313) se producen cambios
eclesiales de gran importancia: conversión masiva, recono-
cimiento oficial de la religión cristiana, favor de los empera-
dores, aumento del bautismo de niños y disminución del de
adultos... Esto llevará, sobre todo a partir del 430-450, a
cambios sucesivos en el catecumenado, que conducirán a
una progresiva desaparición. Podemos concretar en tres los
cambios más significativos: a) Ambigüedad de motivos por
los que se pide el catecumenado: a veces de interés político
o social más que cristiano". b) Costumbre y tendencia a ex-
tender el tiempo de permanencia en el catecumenado con el
fin de gozar de sus ventajas y librarse de las exigencias del
bautismo2°. c) Retraso del bautismo prácticamente hasta el
final de la vida, creando una situación anormal y suscitando
la extensión del bautismo de niños.

Consecuencia de todo ello fue una progresiva devaluación


de la institución catecumenal, a pesar de las protestas de los
responsables y la introducción de algunas modificaciones
significativas para adaptarse a la nueva situación de los
candidatos. Entre estas modificaciones cabe señalar: el
acento que ahora se pone en la preparación próxima; la va-
ciedad del término catechumeni en pro de la importancia
dada a los competentes; la reducción práctica del proceso
catecumenal de tres años al tiempo intensivo de la cuares-
ma; la concentración de contenidos y ritos en un tiempo rela-
tivamente insuficiente y corto (dar el nombre, escrutinios,
exorcismos, elección, entregas...); en fin, la insuficiencia de
la preparación real y la conversión con que muchos vienen a
ser competentes.

Debido a este proceso, se entiende que la estructura del ca-


tecumenado tuvo que ser de hecho recompuesta. Así, el in-
greso, que en principio debía ser con un largo tiempo de an-
telación, ya que sólo se le daba seriedad al catecumenado
al final, vino a situarse al principio de la cuaresma. Los ritos
que lo significaban varían de un lugar a otro: la inscripción
solemne del nombre en Jerusalén (Egeria, Itinerario 45); el
testimonio del padrino y el examen en Antioquía (Teodoro
de Mopsuestia, Hom. XII 14); la signación y la sal en Africa
(Agustín, Sermo 107); la imposición de manos en la Galia
(Cesáreo de Arlés, can. 6: Mansi II, 471).

En cuanto al tiempo propio del catecumenado o catecume-


nado cuaresmal, se daba una preparación moral, que ponía
el acento en el ayuno, la oración, la penitencia y los exor-
cismos como expresión de conversión verdadera; una pre-
paración doctrinal, que se centra en la explicación del sím-
bolo de la fe, de la historia salutis y a veces del padrenues-
tro, expresando su asimilación por la traditio y redditio sym-
boli sobre todo; y una preparación litúrgica o ritual, que inicia
a la oración, se expresa en bendiciones, exorcismos, escru-
tinios e imposiciones de manos, y viene a indicar la renuncia
progresiva al mal y la creciente posesión de Dios.

El catecumenado en su etapa próxima e inmediata al bau-


tismo incluía también algunos elementos, tales como la red-
ditio symboli el domingo de Ramos, como gesto de haber
recibido y creído su fe; la misma "renuncia a Satanás y la
adhesión a Cristo", acompañada de un doble gesto: vueltos
hacia occidente, lugar de las tinieblas, para la renuncia, y
mirando hacia oriente, lugar de donde viene la luz, para la
adhesión de fe". A continuación, en la vigilia pascual, tenía
lugar el bautismo de agua, acompañado de los ritos posbau-
tismales, que variaban según las diversas tradiciones (orien-
tal, africana, romana, ambrosiana, galicana, hispánica...):
unción, signación en la frente, imposición de manos, lavato-
rio de los pies, eucaristía. Con ellos se quería indicar espe-
cialmente el don del Espíritu y la compleción o perfecciona-
miento del bautismo".
Pero el proceso no terminaba con el bautismo. Continuaba
con las catequesis mistagógicas a los neófitos durante la
semana(s) de pascua, destinadas a la explicación y comen-
tario de los ritos celebrados, a la apertura de los ojos al mis-
terio (= arcano), a la experiencia de la fe y del gozoso en-
cuentro con la comunidad creyente y resucitada". Los testi-
monios más importantes (Cirilo de Jerusalén, Teodoro de
Mopsuestia, Ambrosio) dan fe de la importancia de este
momento, quizá como recuperación a posteriori de una au-
tenticidad que no se logró anteriormente.

Naturalmente, debido a estos cambios y estructura, vinieron


a tener cada vez menos importancia los ministerios laicales
durante el catecumenado y, en cambio, cobraron cada vez
más importanciael ministerio de los presbíteros y obispos,
quienes, al reducirse el catecumenado al tiempo de cuares-
ma, asumieron la responsabilidad de catequizar intensiva-
mente a los competentes, e incluso a los neophiti. El hecho
de que a partir del s. IV apenas se nombre a los doctores
audientium; el que se hable de grandes catequetas obispos
(Cirilo de Jerusalén, Agustín: De catechizandis rudibus...); el
que sean éstos quienes tienen sobre todo las catequesis y
homilías catequéticas (catequesis mistagógicas); el que se
nombre más a los diáconos y presbíteros en sus funciones
de cara a los catecúmenos..., da a entender que realmente
se produjo una clericalización de los ministerios catecume-
nales como evolución también significativa.

Estos cambios, unidos a la extensión cada vez mayor del


bautismo de niños y a una disminución de las exigencias ca-
tecumenales, así como a un asentamiento creciente de la
iglesia de cristiandad, conducirán a una situación de mante-
nimiento formal del catecumenado, pero en correspondencia
con una realidad diversificada: la de la generalización prácti-
ca del bautismo de niños, y la de la realización real más ex-
cepcional del bautismo de adultos. Esta es la situación que
reflejan perfectamente los testimonios más significativos de
la iglesia hispánica del s. VII.

4. MANTENIMIENTO FORMAL Y DECADENCIA PRÁCTI-


CA: S. VII Y SS. Los testimonios hispánicos sobre el cate-
cumenado aparecen ya desde comienzos del s. Iv: concilio
de Elvira, Paciano de Barcelona, Gregorio de Elvira, Baquia-
rio, Martín de Braga, Justo de Urgel, diversos concilios pro-
vinciales y toledanos, Liber Ordinum ... En todos ellos se
manifiesta una fundamental coincidencia con los testimonios
de la iglesia occidental. Pero hay dos autores del s. vil, Isido-
ro de Sevilla e Ildefonso de Toledo, que, a nuestro entender,
reflejan como ningún otro en la iglesia occidental la situación
creada en el entre la pervivencia y la desaparición práctica
del catecumenado. En ellos nos fijamos especialmente.

En esta época se practican los dos bautismos: más excep-


cionalmente el de adultos, sobre todo judíos y paganos o
arrianos, y más generalmente el de niños, bien sea que se
valgan ya por sí mismos o sean recién nacidos. Ildefonso de
Toledo, al hablar de un acto penitencial por el que pasan
tanto adultos como niños, y al pedir a algunos niños que re-
citen el símbolo por sí mismos, está dando a entender que
hay niños ya mayores y más pequeños que son bautizados:
"Majuscula aetate venientes... vel sive recens nati, sive par-
vuli sint...". Puede concluirse, por tanto, con J. M. Hormae-
che, que hay "candidatos al bautismo que son adultos, can-
didatos niños con edad para poder adquirir una digna prepa-
ración y, finalmente, los párvulos"". Por tanto, al menos en
principio, la catequesis o catecumenado está dirigido a los
dos grupos de personas.

En el catecumenado o proceso hacia el bautismo los dos au-


tores distinguen, siguiendo la tradición, tres grados: el de los
catecúmenos o audientes, el de los elegidos o competentes
y el de los bautizados o neophiti: "Catecúmeno se llama al
que todavía está aprendiendo la doctrina de la fe y no ha re-
cibido el bautismo. Competentes o pretendientes se llama a
los que, después de recibir la instrucción de la fe, piden la
gracia de Cristo"".

En cuanto al primer grado o catecúmenos-audientes son


aquellos que, proviniendo del paganismo, desean creer en
Cristo. Ildefonso dice al respecto: "Todos los que en edad
adulta, procedentes de la vida y superstición gentil..., creen
de buena intención en Dios, bien sean recién nacidos, bien
párvulos, son llamados catecúmenos, es decir, oyentes,
porque escuchan el primer mandamiento de la ley, que
conmina con estas palabras: Escucha, Israel (Dt 6,4). Y es-
tos catecúmenos, por el conocimiento de Dios que éste les
comunica por el sacerdote..., se denominan oyentes"". Este
primer grado consiste, por tanto, sobre todo en escuchar la
palabra, que ahora ya no enseña el doctor audientium laico,
sino el sacerdote, y que en principio está destinada también
a sujetos de corta edad, incapaces de comprenderla y acep-
tarla por sí mismos. Además, el catecumenado incluía toda
una serie de actos y ritos, como eran la oración y la peniten-
cia, los escrutinios, los exorcismos, la degustación de la sal
y la unción'". No nos detendremos a explicar ahora todos es-
tos ritos". Cabe advertir, sin embargo, que el uso de la sal es
propio sólo de la iglesia hispalense, que el Liber Ordinum se
refiere además a una imposición de manos separada del
exorcismo, que se le daba gran importancia al exorcismo y a
íos ritos que le acompañaban, y que al comienzo de los es-
crutinios y antes de pasar al grado de competentes tenía lu-
gar la inscripción de los nombres de los bautizados.

Se pasaba al grado de "competentes' después de haber re-


cibido la unción el domingo de Ramos por la mañana, y con
el rito de la entrega del símbolo de la fe o credo. Ildefonso
dice al respecto: "En efecto, así como se llama oyente por el
hecho de oír la doctrina de Dios, así también porque, recibi-
do el símbolo pide la gracia de Dios, se llama competente".
E Isidoro afirma: "En este día [domingo de Ramos] se les
entrega el símbolo de la fe por su proximidad al día solemne
de la pascua"". Los competentes son aquellos catecúmenos
que están decididos y dispuestos a recibir la gracia de Dios,
y por eso piden ya expresamente el bautismo. A diferencia
de los catecúmenos, a ellos se les da una catequesis parti-
cular sobre los sacramentos, y se les enseña la doctrina del
símbolo de la fe. Símbolo éste que se les entrega para que
lo aprendan de memoria, quede grabado en sus corazones y
lo devuelvan como signo de su aceptación". Isidoro expresa
este sentido con palabras bellísimas: "Post catechumenos
secundus competentium gradus est. Competentes autem
sunt, qui iam post doctrinam fidei, post continentiam vitae ad
gratiam Christi percipiendam festinant. Ideoque appellantur
competentes, id est, gratiam Christi petentes; nam catechu-
meni tantum audiunt, necdum petunt. Sunt enim quasi hos-
pites, et vicini fidelium, deforis audiunt mysteria, et gratiam,
sed adhuc non appellantur fideles"". En cuanto al contenido
del símbolo, según Sejourné, al menos en Sevilla, parece
que no era ni el de los apóstoles, ni el niceno-
constantinopolitano, sino un resumen de la extensa profe-
sión de fe elaborada por los concilios de Toledo. El hecho es
que, después de una explicación doctrinal del mismo y de
haberlo aprendido, tenía lugar la ceremonia de la redditio
symboli o recitación de memoria por los candidatos el día de
jueves santo, como dice Ildefonso: "Este símbolo que reci-
ben los competentes el día de la unción, bien por sí perso-
nalmente si son adultos, bien por boca de los que los llevan
si son infantes, lo recitan y dan cuenta de él al sacerdote el
jueves de pascua, para que, aprobada su fe, se lleguen dig-
namente al próximo misterio de la resurrección del Señor
por medio del bautismo del agua sagrada"

En cuanto a la duración del catecumenado o el momento


preciso de cada una de las ceremonias, apenas se dan refe-
rencias. "Los dos autores que describen con más detalle las
ceremonias de la preparación del bautismo —Isidoro e Ilde-
fonso— nada dicen acerca del inicio de la misma ni determi-
nan siempre el tiempo en que se administraba cada uno de
los ritos. Esto se debe en parte a la situación de un catecu-
menado más formal que real, al menos con muchos de los
sujetos niños. Por ello abundan los lugares en los que se in-
siste en que la catequesis debe prolongarse más allá del
bautismo, a lo largo de toda la vida: "Hemos visto —dice Il-
defonso— cómo llega el hombre a la gracia de la regenera-
ción. Ahora es necesario detenerse a considerar los pasos
que nos llevan a la meta final de la vida". Esta catequesis
debe realizarse en dos grupos de personas sobre todo: "Los
niños que han llegado al bautismo sin ninguna preparación,
o con muy poca, y los adultos, que debido al escaso tiempo
de preparación continúan ignorantes de muchos aspectos
de la vida cristiana".

Como conclusión podemos decir que, si bien este catecu-


menado no muestra rasgos originales en su estructura res-
pecto al que se practicaba en la iglesia occidental, sin em-
bargo, sí es prueba de una pervivencia más formal que real,
en una situación nueva donde los sujetos niños son conside-
rados como catecúmenos, aun sin ser capaces de hacer un
verdadero catecumenado. Aunque ni Isidoro ni Ildefonso son
precisos al respecto, es indudable que las dos etapas cate-
cumenales debieron sufrir modificaciones importantes en la
práctica por fuerza de la nueva situación, tanto en su reali-
zación estructural cuanto ritual. Como bien dice A. Carpin,
"no disponemos de elementos suficientes para poder decidir
en qué casos se cumplían (los ritos descritos por Isidoro).
Parece seguro que el rito del exorcismo se realizaba en el
caso de los niños, junto con la degustación de la sal y la un-
ción. En cambio, no es fácil pronunciarse sobre la presencia
de la traditio symboli en este caso". Se trata, pues, de un
momento de tránsito y de adaptación de la estructura cate-
cumenal clásica a la situación catecumenal nueva, del cate-
cumenado más general y real de adultos al catecumenado
más general y formal con niños.

5. INTENTOS DE RECUPERACIÓN EN LA EVANGELIZA-


CIÓN DEL NUEVO MUNDO: S. XVI-XVII. Durante largos si-
glos el catecumenado, así como el concepto general y la es-
tructura más originaria de la iniciación cristiana, fueron de
hecho olvidados. Con el descubrimiento del nuevo mundo
vino a plantearse la necesidad de una renovación del cate-
cumenado como medio de proponer una larga preparación
que, superando la primera evangelización, fugaz y a veces
coactiva, condujera a una verdadera conversión de los pa-
ganos o indios. Queremos explicar y detenernos en el senti-
do en que tal catecumenado se quiso renovar.

Si por catecumenado se entiende la institución clásica de los


ss. III-IV aplicada en rigor a la nueva situación, es evidente
que no llegó a darse. Pero si por catecumenado se entiende,
de modo muy amplio, la evangelización e instrucción pre-
bautismal institucionalizada, durante un período relativamen-
te largo, para los adultos paganos o indios que deseaban
descubrir la fe y convertirse en orden a la celebración del
bautismo, entonces puede afirmarse que tal catecumenado
sí se dio en la época que examinamos. La mentalidad de los
misioneros y de la iglesia, la situación y las posibilidades del
momento, hacen que de hecho el sistema de iniciación más
generalizado para los indios adultos sea: anuncio primero y
fundamental para una conversión inicial, bautismo, cateque-
sis y adoctrinamiento prolongado, consideración de fideles
en sentido pleno. Como afirma el P. Brou, "la conversión se
obraba en tres tiempos, por decirlo así: adhesión de espíritu
a los dogmas fundamentales explicados sumariamente, bau-
tismo y catecismo". A pesar de este sistema, en el que pare-
cería no hay lugar para el catecumenado, hay autores que
hablan de catecumenado y de catecúmenos. José de Acosta
dirá: "Vean los infieles, vean los catecúmenos, vean los neó-
fitos en él un padre y protector; interceda muchas veces por
ellos ante el capitán y la justicia, defiéndalos de las injurias
de los soldados, provea a su pobreza aun con la propia
mendicidad". Este hecho se debe a dos razones fundamen-
tales: por una parte, la memoria del modelo del catecume-
nado antiguo; y, por otra, la convicción de una necesidad de
cierta preparación de estilo catecumenal para los indios
adultos, a fin de evitar la ligereza de un acercamiento al bau-
tismo sin preparación. Testimonio de ello es el mismo J. de
Acosta cuando afirma: "En otros tiempos, cuando estaba en
su vigor la disciplina eclesiástica, a hombres de excelente
ingenio e ilustres letras los tenían mucho tiempo en el orden
de los catecúmenos, aprendiendo y estudiando el símbolo y
los misterios de la fe, y no eran admitidos al sacramento del
bautismo sino después de haber oído muchos sermones del
obispo sobre el símbolo y de haber conferido muchas veces
con el catequista... ¿Y nosotros, tardos y soñolientos, re-
prendemos duramente a los indios y les acusamos de rude-
za y estupidez porque no aprenden lo que no les hemos en-
señado ni han podido aprender de otros, siendo cosas su-
blimes y muy fuera de su alcance y condición?"

Acosta, como otros muchos misioneros y eclesiásticos, era


consciente de los abusos y la facilidad con que a veces se
bautizaba a los indios, de la credulidad excesiva en acoger a
los candidatos, de la impaciencia en educar y evangelizar a
las personas rudas, de la rapidez en administrar el bautismo
y hasta de los bautismos masificados"... Por eso se insistía
una y otra vez en la necesidad de instrucción, como hacía el
concilio Limense I: "Que los infieles que se convierten a
nuestra santa fe católica y quieren entrar en el corral de la
iglesia por la puerta del bautismo, primero que lo reciban en-
tiendan lo que reciben y a lo que se obligan, así en lo que
han de creer como en lo que han de obrar". Pero mientras
unos se contentaban con una instrucción sumaria y elemen-
tal, otros abogaban por un cierto proceso catecumenal:
"Bien me parece que nada se había de haber decretado en
el concilio provincial más gravemente... ni se había de casti-
gar con más rigor, que si los indios adultos, no siendo en pe-
ligro de muerte, no fuesen detenidos antes del bautismo por
un año o más aprendiendo los misterios de la fe y confir-
mándose en la buena voluntad..., pues no puede haber sa-
cramento sin voluntad del que lo recibe, ni puede recibirlo el
que no presta todo su consentimiento". Acosta no sólo bus-
ca una fe bautismal verdadera por el catecumenado, sino
que quiere aplicar los mismos ritos catecumenales que ma-
nifiestan la conversión auténtica: "Muy bien sería, a mi pare-
cer, que, conforme a la antigua disciplina de la iglesia, los
catecúmenos se ejercitasen por unos días, ya que no fuesen
meses, en ayunos, oraciones y otras pías obras, según pue-
dan, antes del bautismo, y diesen testimonio de que se ha-
bían abstenido de contaminaciones perniciosas, de toda
suerte de superstición gentilicia, y sobre todo de la borrache-
ra, y frecuentasen también la iglesia, y de todas maneras
mostrasen la enmienda de vida"". Sin duda, Acosta va más
lejos que lo que decía el primer concilio Limense al formular
esta orden: "S.S. ap. ordenamos y mandamos que ningún
sacerdote de aquí en adelante baptice indio alguno, de ocho
años y dende arriba, sin que primero, a lo menos por espa-
cio de treinta días, sea industriado en nuestra fe católica,
dándole a entender dentro de dicho término el error y vani-
dad en que ha vivido, adorando el sol y las piedras..."

De todo esto se deduce que no sólo se desea, sino que


también se ordena el que exista una preparación de estilo
catecumenal. En un caso (concilio Limense I) se manda que
la duración sea de treinta días. En el otro (J. de Acosta) se
desea que dure un año. Si realmente se cumplieron o no es-
tos deseos de Acosta, no está claro. Sólo indica en un mo-
mento que realmente había catecúmenos o indios infieles
que se preparaban al bautismo: Añádase a esto que los in-
dios infieles no rechazan el bautismo, antes lo desean y lo
piden, y la mayor parte se cuentan en el número de los ca-
tecúmenos, o por vicio de ellos o por negligencia de los
nuestros" "

Por la misma época, en otra área misional jesuítica como el


Japón, se extenderá y defenderá también la necesidad del
catecumenado. El primer concilio de Goa mandará en la
"Constituiçao IV", decretada en 1568, "que ningún catecú-
meno sea bautizado sin primero ser instruido en las cosas
de nuestra santa fe, principalmente declarándole por su len-
gua lo que ha de creer... Sin la cual instrucción, ya gaste
mucho, ya poco tiempo, no será bautizado"". Y el tercer
concilio de Goa, de 1585, ordenará en concreto que "a los
gentiles y moros naturales no se dé el bautismo antes de
veinte días de catecismo"". Si bien esta duración de veinte
días era frecuente, variaba el tiempo a tenor de la categoría
y capacidad de los catecúmenos, pues, como dice Valig-
nano, "con los rudos y de poco ingenio se acomodará predi-
cándoles solamente cosas fáciles y necesarias brevemen-
te"". Brevedad ésta que en muchos casos se concretaba en
diez días, a base de una preparación intensiva", que en oca-
siones se hacía por familias o en las casas, resultando así la
familia entera catequizada y al mismo tiempo catequizadora.

En cuanto al contenido de la instrucción catecumenal, del


conjunto de los testimonios puede deducirse que sobre todo
se trataba de la existencia de un Dios único, creador y sal-
vador; del pecado original y de la salvación por Jesucristo;
del paraíso y del infierno; de la Virgen Santísima; de la igle-
sia y el romano pontífice, ante el que debían reconocerse
súbditos en lo espiritual. Además, se les exigía por regla ge-
neral que supieran el padrenuestro, el credo y los manda-
mientos, así como otras oraciones. La celebración del bau-
tismo tenía lugar, al menos en algunos casos, en las fechas
de pascua o pentecostés, dando gran solemnidad al acto.

En conclusión, podemos decir que, si bien no puede hablar-


se de catecumenado en sentido estricto, sí puede afirmarse
la existencia de un proceso catecumenal para los adultos. El
catecumenado antiguo era para no pocos misioneros mode-
lo que imitar, pero también ejemplo que aplicar a las circuns-
tancias y capacidad del indio. Esta aplicación la realizaron
de diversa manera: mientras los franciscanos no salvaban
apenas ninguna característica del catecumenado, los agus-
tinos, los dominicos y los jesuitas la realizaban aceptando
elementos esenciales de dicho catecumenado (duración, se-
riedad en la preparación doctrinal, moral y ritual, celebración
solemne del bautismo). Teniendo en cuenta que después
del bautismo seguían largos años de doctrina, a la que todos
estaban obligados, cabe considerar como serio este intento
de renovación.

6. RENOVACIÓN CATECUMENAL EN LA ÉPOCA MO-


DERNA: FINALES DEL XIX-XX. La instauración del catecu-
menado en la época moderna va ligada al cardenal Lavige-
rie, fundador de los Padres Blancos. Buen conocedor del ca-
tecumenado de la iglesia primitiva e inspirado en esta praxis,
propone un catecumenado que (a partir de 1879) durará
cuatro años y tendrá tres etapas o grados fundamentales: el
de los postulantes, que reciben la instrucción fundamental
(evangelización); el de los catecúmenos, que son instruidos
con mayor amplitud y profundidad (catecumenado), y el de
los candidatos al bautismo, que supone haber pasado un
examen de admisión (preparación próxima). La institución
catecumenal vino aimplantarse así poco a poco en Africa,
con realizaciones más o menos limitadas o perfectas. Hoy
puede afirmarse que el catecumenado africano es una reali-
dad viva que, con variantes menores, tiene un puesto privi-
legiado en el proceso de iniciación cristiana, no sólo de adul-
tos que se preparan al bautismo, sino también de jóvenes o
niños ya bautizados.
Esta renovación en la iglesia africana, acompañada de un
interés creciente de la iglesia, de numerosos estudios y en-
cuentros sobre el tema, de una situación y una conciencia
nueva en las comunidades cristianas...", vino a hacer posible
el que, sobre todo a partir de 1954, comenzaran a prodigar-
se, primero en Francia y luego en el resto de los países eu-
ropeos, las experiencias catecumenales y los bautismos de
adultos. Se dan algunas variantes en la orientación y reali-
zación: Francia y Bélgica plantean un catecumenado en
sentido estricto como iniciación de adultos no bautizados;
Suiza, Alemania y Holanda le dan un marcado carácter
ecuménico, al plantearse sobre todo con motivo de la con-
versión de cristianos de otras confesiones; España, Portugal
e Italia hablan más bien de neocatecumenados o catecume-
nados de adultos, al tratarse de adultos ya bautizados que
quieren autentificar su conversión y fe por una renovación
de su bautismo.

Entre las causas de fondo que condujeron a esta renovación


cabe señalar: el parangón de la situación eclesial actual con
la de los primeros siglos; el aumento de convertidos no bau-
tizados; la existencia de un número muy amplio de bautiza-
dos no convertidos; el deseo de superar el bautismo de ni-
ños indiscriminado; la necesidad de verdaderas ofertas
eclesiales para autentificar la conversión y la fe; la urgencia
de renovar la comunidad cristiana a través de las pequeñas
comunidades y de una verdadera experiencia de comuni-
dad; la acentuación del compromiso cristiano y de la dimen-
sión ética de la fe; la búsqueda de cristianos convertidos y
formados, capaces de asumir tareas y responsabilidades en
la iglesia... Es cierto que a lo largo de los años se han ido
revisando y remodelando diversos aspectos discutibles; pero
los motivos permanecen, y cada vez se habla más de cate-
cumenado en referencia a cristianos ya bautizados, en or-
den a autentificar su iniciación cristiana. Más que una insti-
tución para convertidos del ateísmo o la increencia, el cate-
cumenado se entiende hoy como ese espacio y medio para
un proceso de evangelización, a través de la acogida y la
búsqueda, que se realiza en comunidades de talla humana,
donde es posible la experiencia de la fe, la escucha mutua,
la revelación progresiva de Jesús salvador y el aprendizaje
de las costumbres evangélicas.

7. EL CATECUMENADO EN EL VAT. II Y EL RITUAL DE


LA INICIACIÓN CRISTIANA DE ADULTOS (= RICA). En
1962 la Sagrada Congregación de Ritos sacaba a la luz un
decreto mediante el que se promulgaba ad experimentum el
Nuevo Ritual del Bautismo de adultos, distinguiendo diver-
sas etapas, a través de las cuales los catecúmenos eran
conducidos al bautismo". El Vat. II no sólo se propuso res-
taurar el catecumenado, sino que también se ocupó de los
catecúmenos y su estatuto eclesial, de la importancia de la
dedicación y acción pastoral a los mismos y de su inserción
en el conjunto del proceso de la iniciación cristiana. El lugar
más significativo es el n. 14del decreto sobre la actividad
misionera de la iglesia, donde se habla del catecumenado y
la iniciación cristiana, describiendo los elementos integran-
tes de dicha iniciación: anuncio del kerigma, conversión ini-
cial, catecumenado, iluminación cuaresmal, participación
ministerial de la comunidad entera, sacramentos de inicia-
ción, incorporación plena al misterio de Cristo y a la vida de
la comunidad cristiana.

Esta visión iniciática ha encontrado una cierta expresión en


la reforma de los Rituales del bautismo y la confirmación,
aun sin llegar a asumir todas las consecuencias, dado que
piensan sobre todo en los niños. Será el Ritual de la Inicia-
ción cristiana de adultos donde esta concepción encuentre
su acogida y su expresión plena, en un equilibrio armónico y
una correspondencia adecuada entre planteamiento teológi-
co, exigencia pastoral, medio catequético y expresión litúrgi-
ca. Las notas más destacables de este Ritual, cuya promul-
gación la consideramos como uno de los mayores aciertos
de la reforma litúrgica del Vat. II, son las siguientes: resta-
blecimiento y adaptación de una de las instituciones más
clásicas y significativas de la iglesia (Praen. 2); recuperación
práctica de la unidad de la iniciación, que incluye como ele-
mento intengrante el catecumenado (Praen. 2.4-8); estructu-
ración u ordenación coherente de los diversos elementos ca-
tecumenales: etapas, catequesis, ritos (Praen. 9ss); valora-
ción adecuada de la intervención de Dios (iniciativa, gracia),
del hombre (fe, conversión), de la iglesia (comunidad me-
diadora) en el proceso catecumenal (Praen. 5.15.20); adap-
tación ritual a la edad .y condiciones de los bautizados adul-
tos, que permite superar toda ficción litúrgica (Ritual, 68ss);
valoración ministerial de la comunidad cristiana y sus minis-
terios (Praen. 16.19.23.41-48); integración equilibrada de las
diversas dimensiones de la iniciación: doctrinal, moral y li-
túrgica (Praen. 19).
La estructura de iniciación y catecumenal que nos propone
distingue tres grados o etapas, que marcan los momentos
culminantes de la iniciación y significan ritualmente el paso
de una a otra: el primero es el ingreso en el catecumenado,
por el que los candidatos vienen a llamarse catecúmenos; el
segundo es el examen o elección, por el que se les denomi-
na elegidos (competentes, iluminados); el tercero es el de
los sacramentos de iniciación, por el que son llamados neófi-
tos (Praen. 6).

Los grados vienen a culminar e introducir en los diversos


tiempos: el primero es el del precatecumenado o evangeli-
zación primera (que culmina en el ingreso en el catecume-
nado); el segundo es el catecumenado o catequesis (que se
concluye con la elección); el tercero es la purificación o ilu-
minación (que tiene su punto terminal en el bautismo); el
cuarto es la mystagogia o experiencia, por el que el neófito
viene a ser plenamente integrado en el misterio de Cristo y
de la iglesia. Esta estructura, que recoge los elementos clá-
sicos más válidos, no es sino la ordenación externa de los
elementos de un proceso con vistas a apoyar y expresar el
dinamismo interno de un encuentro del catecúmeno con
Dios por la mediación de la iglesia.

II. Sentido y realizaciones del catecumenado en la igle-


sia actual

Las etapas y la evolución histórica del catecumenado que


hemos estudiado nos ha hablado al mismo tiempo de la im-
portancia y permanencia, de la necesidad y el sentido de la
institución catecumenal. Tratamos de ver ahora cuál es la in-
terpretación teórica y práctica que se hace y puede hacerse
de esta institución, de manera que responda con mayor rigor
a su verdad histórica y a las necesidades concretas. Para
ello nos fijaremos en diversos puntos brevemente 90.

1. UNA IGLESIA CON TALANTE CATECUMENAL. Desde


los tiempos precedentes al Vat. II, la iglesia ha venido to-
mando conciencia cada vez más clara de una doble defi-
ciencia y exigencia: ad extra, o en su relación con el mundo,
es consciente de un cierto extrañamiento respecto a algunas
realidades que se le escapan de las manos, y por tanto de
una necesidad de hacerse realmente presente en todas las
áreas donde se juega el futuro de la humanidad, por medio
del testimonio y ejemplo de sus miembros; y ad infra, o en
relación con su propia vida, es también consciente de la
existencia de no pocos elementos de inautenticidad y dis-
gregación, de la lejanía, indiferencia o escasa participación
de la gran mayoría de sus miembros bautizados de hecho
pero no plenamente convertidos, creyentes en teoría, pero
ignorantes de su fe en la práctica...

Es cierto que no existe una respuesta clara e inmediata a


esta situación. Pero si de algo ha hablado la iglesia en los
últimos tiempos, es de evangelización. Y si algún elemento
aparece como central en esta evangelización, es la cate-
quesis y el catecumenado, como medios más eficaces para
renovarse hacia afuera y hacia adentro. Desde el Vat. II se
está imponiendo en la iglesia una perspectiva evangelizado-
ra y catecumenal, unida a una exigencia de autenticidad de
vida, de participación eclesial y de compromiso en el mundo
y el servicio a los más pobres y necesitados. Por eso mismo,
el catecumenado, como ámbito en el que se engendran to-
das estas actitudes y compromisos, ha venido a ser en mu-
chas comunidades un momento y un medio pastoral priorita-
rio. "El catecumenado se concibe hoy como una institución
apta para el proceso de reiniciación cristiana de los bautiza-
dos no suficientemente evangelizados, y como medio de
creación de comunidad cristiana, que debe ser el modelo de
referencia de toda catequesis".

Ahora bien, esta reivindicación catecumenal y esta restaura-


ción renovada. del catecumenado, ¿está interpretándose y
realizándose adecuadamente? ¿Cuál es el lugar que ocupa
y debe ocupar el catecumenado en la comunidad cristiana?
¿Existe un iter o proyecto de iniciación, donde el catecume-
nado y los otros elementos iniciáticos encuentren su lugar,
su articulación y su sentido pleno?

2. OBJETIVOS DEL CATECUMENADO. Con frecuencia el


catecumenado sufre una degeneración o deformación prác-
tica, porque o no se han identificado sus objetivos o no se
realizan de modo adecuado. Por eso deben tenerse siempre
presentes.

a) Maduración de la conversión y de la fe. El catecumenado,


bien se realice antes o después del bautismo, tiende a pro-
fundizar y madurar la conversión y la fe a través de un pro-
ceso histórico y prolongado, que propone una pedagogía de
crecimiento y aprendizaje, en la que entran como elementos
fundamentales la ilustración y profundización en la fe por la
catequesis y el diálogo, la expresión y celebración de esa fe
por la oración y los símbolos, la experiencia de Dios y el
compromiso cristiano por el amor y la justicia. La fe y la con-
versión, que ya existen primariamente antes del catecume-
nado, ahora arraigan en la vida, desarrollan todas sus di-
mensiones, y engendran toda su fuerza misionera de ex-
pansión por el compromiso cristiano. El objeto o contenido
de esta fe y conversión no puede ser otro que Cristo mismo
y su misterio de salvación.

b) Experiencia del Espíritu e inmersión en el misterio. El se-


gundo objetivo del catecumenado es progresar en la partici-
pación del misterio de Cristo, desde un descubrimiento de la
propia identidad a partir de la experiencia, el don y la fuerza
del Espíritu. No basta que el misterio nos sea ofrecido por la
palabra y los signos. Es preciso sumergirse, venir a la expe-
riencia personal y vital por las que el mismo iniciado cree y
acepta gozosamente este misterio, no como algo que se le
ofrece desde fuera, sino como algo en lo que vive desde
dentro y que transforma su propio ser, dando sentido a su
existencia total. No se trata tanto de una introducción inte-
lectual cuanto de una inmersión vivencial, por la que, más
que pretender desentrañar el misterio con las categorías de
la razón, se intenta vivirlo con la entrega del corazón, con la
experiencia del gozo, con la admiración y el entusiasmo, con
la contemplación, la oración y la acción. Y todo esto sólo es
posible desde la experiencia del Espíritu, como el don pas-
cual y gozoso, transformador y agraciante de una realidad
insuperable e indecible.

c) Vinculación más estrecha a la iglesia y experiencia de


comunidad. Ni la iglesia se entiende sin catecumenado ni el
catecumenado se entiende sin la iglesia. Hacer el catecu-
menado es ir al encuentro de la iglesia por la mediación de
la comunidad eclesial. Hayan sido o no bautizados todavía
los catecúmenos, siempre será el catecumenado ese mo-
mento álgido de los desposorios entre la iglesia y el catecú-
meno. Un momento en el que uno no es sólo introducido,
sino que se introduce; no sólo se le declara miembro, sino
que lo acepta libre y gozosamente; no sólo es vinculado a la
iglesia, sino que se siente perteneciente a ella; no sólo vive
en la comunidad, sino que hace la vida de la comunidad...
Por eso el catecumenado es vinculación y experiencia de
comunidad al mismo tiempo. Y éste es el objetivo que debe
perseguir con todas sus fuerzas.

d) Aceptación responsable de la misión. Es decir, de las ta-


reas eclesiales, con el compromiso de ser testigo de Cristo y
de difundir y defender la fe con palabras y obras, para la edi-
ficación de la iglesia en el mundo. El cambio moral, el com-
promiso eclesial y temporal que supone el catecumenado
implica la capacitación humana y cristiana para asumir
aquellas tareas que, en correspondencia con el propio ca-
risma, lleven al cumplimiento de la misión que Cristo ha en-
comendado a todos los miembros de la iglesia, aunque la
participación sea diferente. En el compromiso con la palabra
(servicios y ministerios de la palabra), con el servicio cultual
(servicios y ministerios litúrgicos), con la caridad y la justicia
(servicios y ministerios sociales), con la dirección para la
comunión (servicios y ministerios para dirigir, animar o pre-
sidir la comunidad) se encuentran expresadas todas lasdi-
mensiones de realización de la misión 9J.

3. IDENTIDAD DEL CATECUMENADO. Debido a las cir-


cunstancias en que suele realizarse el catecumenado en
muchas iglesias (con jóvenes, adultos bautizados...), se pro-
ducen unas adaptaciones que a veces llevan a una pérdida
de la identidad catecumenal. Conviene, pues, tener en cuen-
ta las características que pertenecen a la esencia del cate-
cumenado y sin las cuales no podría ser ni calificarse como
tal. Se deducen, en definitiva, de su comprensión y configu-
ración histórica, y de la actual renovación propuesta por el
Ritual de la Iniciación cristiana de adultos.

a) Es un proceso dinámico señalado por etapas. Se ha defi-


nido el catecumenado como "un tiempo de formación y novi-
ciado convenientemente prolongado en la vida cristiana".
Esto quiere decir que no se trata de una simple catequesis
más o menos intensiva, sino de un proceso distendido y pro-
longado, de un proceso dinámico y vital, que indica el avan-
ce, la progresividad, el cambio, evitando la sensación de
monotonía y estancamiento. Para lograr esto se establecen
diversas etapas, marcadas debidamente, que serán como
punto de llegada y de partida, como momento de referencia
que jalona y marca el proceso, que expresa externamente el
cambio interno que se produce. No sólo responde a la histo-
ricidad del hombre, sino también a la necesidad de tiempo
para la maduración de la propia opción, al respeto que me-
rece la libertad, a la imposibilidad de abarcar el misterio en
un momento, a la misma pedagogía de Dios.

b) Es un proceso marcado o significado por ritos. Las etapas


se marcan y distinguen sobre todo por los ritos, y de ahí que
el catecumenado "suponga unos ritos sagrados que han de
celebrarse en tiempos sucesivos" (SC 64), y que la misma
catequesis deba presentarse "acomodada al año litúrgico y
basada en las celebraciones de la palabra" (RICA 19,1).
Desde siempre la iglesia acompañó a los catecúmenos, ex-
presando su proceso por multitud de ritos, como eran la im-
posición de manos, los exorcismos, los escrutinios, la signa-
ción y la unción, la bendición y la sal, las entregas (credo y
padrenuestro) y las acogidas... Y es que los signos, ritos y
símbolos son necesarios para el hombre. Son expresión de
la vida, acercamiento visual al misterio, concreción de las
aspiraciones más hondas, realización de la vida y de la per-
sona, puntos de referencia necesarios y realidad constatable
de una vida en busca del infinito. Habrá que adaptar algunos
de estos ritos, será necesario evitar el ritualismo, pero no se
pueden excluir del proceso catecumenal.

c) Es un proceso comunitario y en comunidad. No existe ca-


tecumenado en solitario ni al margen de la comunidad de re-
ferencia. Siempre es un proceso en comunidad y con la co-
munidad. Al ser en comunidad, quiere decir que debe hacer-
se en grupo, uniéndose a quienes quieren seguir el mismo
proceso, buscan la misma verdad, tienen idéntico objetivo y
están dispuestos a vivir la misma experiencia iniciándose en
el misterio de Cristo y de la iglesia. De este modo, los cate-
cúmenos sienten el mutuo apoyo y ayuda, son entre sí estí-
mulo y testimonio... Y al ser proceso con la comunidad, quie-
re decir que no puede dejar de implicar a la comunidad ente-
ra; que ésta debe estar presente desde el primer momento,
con su acogida y acompañamiento con la instrucción, el
ejemplo, la oración y la participación activa. Esto supone
que la comunidad debe estar formada e informada, es decir,
debe existir como comunidad de referencia y debe intere-
sarse como comunidad que se juega su propio futuro. Una
cosa es cierta, en todo caso: como el catecumenado debe
estar presente en la comunidad, así la comunidad debe es-
tar presente en el catecumenado (cf RICA 4.11.18...).

d) Es un proceso educativo y doctrinal. "El catecumenado es


un tiempo prolongado en que los candidatos reciben la ins-
trucción pastoral y se ejercitan en un modo de vida apropia-
do" (RICA 19). Tiende, pues, a suscitar, alimentar y madurar
la fe a través de la transmisión de unos contenidos y la ilu-
minación de un misterio en el que se inicia. Para que este
objetivo pueda lograrse adecuadamente, es preciso deter-
minar con justeza los contenidos de la evangelización y ca-
tequesis catecumenal, de manera que se suscite una verda-
dera conversión y fe. Estos contenidos tendrán que tener en
cuenta el sentido del mismo catecumenado y del sacramen-
to o sacramentos a los que conduce, el carácter fundamen-
tal de dichos contenidos, la situación propia de los sujetos y
su capacidad, las dimensiones fundamentales de la fe cris-
tiana: histórico-salvífica, cristológica, pneumatológica, ecle-
siológica, sacramental y vital. Debe valorarse el contenido
sin absolutizarlo. Debe evitarse el racionalismo de la fe, el
dogmatismo de contenidos, el subjetivismo doctrinal, el ver-
balismo absorbente. El catecumenado es también acción y
testimonio, oración y celebración, contemplación y experien-
cia...

e) Es un proceso vivencial. El catecumenado es una pieza


de la iniciación total, por la que la comunidad "induce con su
ejemplo a los catecúmenos a seguir al Espíritu Santo con
toda generosidad" (RICA 4). Uno de los objetivos fundamen-
tales del catecumenado es suscitar en los catecúmenos la
experiencia de Dios, la experiencia del Espíritu, conscientes
de que no hay adhesión más plena y radical, más totalizante
y transformadora que aquella que procede de la vivencia
inmediata y sensible de la misteriosa cercanía y amor de
Dios a los hombres. La experiencia de Dios es, en definitiva,
la experiencia del Espíritu, la experiencia del Amor que nos
sobrecoge y fascina, más allá de racionalismos e idolatrías
representativas. Para suscitar y ayudar esta experiencia es
preciso crear espacios de oración, dejar hablar al silencio,
introducir al lenguaje de los símbolos, acoger la alegría de la
fe...

f) Es un proceso comprometedor. El catecumenado ha exi-


gido siempre un auténtico cambio de vida, una transforma-
ción moral en correspondencia con el evangelio, una con-
versión radical. Se trata de un "tránsito que lleva consigo un
cambio progresivo de sentimientos y costumbres, que debe
manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollar-
se paulatinamente durante el catecumenado" (RICA 19,2).
No se trata ya tanto de abandonar los ídolos de otros tiem-
pos ni de insistir en normativas morales con acento negativo
sobre lo que significa ser cristiano. Se trata más bien de una
insistencia en el ideal evangélico, sin olvidar sus exigencias
en la vida personal, social, económica y política. Por otro la-
do, el catecúmeno debe estar dispuesto a aceptar las con-
secuencias y compromisos de su pertenencia a la Iglesia, de
su participación en la misión.

4. CATECUMENADO E INICIACIÓN CRISTIANA. El cate-


cumenado no debe considerarse como algo independiente
de la iniciación, sino como un elemento constitutivo e inte-
grante de la misma, que en un momento u otro, de una u
otra forma, deberá darse. Por lo mismo, cuando se habla de
catecumenado, se habla de iniciación, y viceversa. El pro-
blema radical de la iglesia al respecto creemos que no es ni
el catecumenado ni la catequesis de adultos como elemen-
tos aislados, ni la celebración del bautismo, confirmación y
eucaristía como ritos independientes, sino si existe un pro-
yecto coherente de iniciación, un entramado dinámico de
desarrollo, un sistema organizativo o programático adecua-
do, en el que hacer catecumenado o dar catequesis, bauti-
zar y confirmar tengan pleno sentido. Pensamos que para si-
tuar bien el catecumenado en la iglesia actual es preciso re-
plantearse y reestructurar la misma iniciación cristiana, en la
que dicho catecumenado deberá encontrar un puesto co-
rrespondiente.

Desde el s. vi puede afirmarse que la iglesia ha carecido de


un verdadero proyecto de iniciación cristiana teórico-práctica
que, teniendo en cuenta la generalización del bautismo de
niños, ofreciera todos los dispositivos necesarios para reali-
zar en plenitud la iniciación, en correspondencia con lo sa-
cramental y eclesialmente significado. La desaparición del
catecumenado, la ruptura de la unidad de la iniciación, la
prevalencia de lo ritual sobre lo vital, la mayor atención a lo
cuantitativo que a lo cualitativo... hicieron que se creara una
distancia entre lo que se entendía por iniciación y lo que se
posibilitaba para la misma, sin que se alcanzara en muchos
casos su verdadero objetivo. A pesar de los grandes avan-
ces realizados por el Vat. II, creemos que en el caso de los
niños no llega a crear una adecuada estructura de iniciación
que tenga en cuenta la situación peculiar, que posibilite la
realización de todas sus dimensiones, que cuente con la ins-
titución catecumenal en su interior, que cree un ritmo ade-
cuado, que tenga en cuenta las diversas edades y ámbitos
de procedencia de quienes hoy se inician, que reordene los
mismos sacramentos de iniciación... El RICA es y ofrece,
ciertamente, la respuesta adecuada para el caso de adultos.
Pero hoy, en nuestra iglesia, no son precisamente los adul-
tos no bautizados los que más piden la iniciación, sino los
jóvenes y adultos bautizados, porque son los que más lo ne-
cesitan. De ahí que no se haya respondido a la situación
más generalizada.

Nos parece que la renovación del catecumenado está pi-


diendo, para ser verdadera, la renovación y reestructuración
de la iniciación cristiana total, la recreación del proyecto de
iniciación en correspondencia con la situación real. Pensa-
mos, por tanto, que el catecumenado tiene su puesto más
propio no fuera, sino dentro de la estructura de iniciación,
que nos viene dada por el cuadro sacramental: bautismo,
confirmación, eucaristía. Puesto que no es posible (por in-
capacidad subjetiva) situarlo antes del bautismo del niño o
de la primera eucaristía, encontramos que la verdadera y la
mejor posibilidad, por razones teológicas, pastorales y psico-
lógicas, es situarlo antes de la confirmación, a una edad en-
tre los dieciséis y los dieciocho años. En este caso, se trata-
ría de un catecumenado que conservaría toda lafuerza de su
sentido iniciático, por las siguientes razones: porque se trata
de un catecumenado para la iniciación y dentro de la estruc-
tura-proceso de iniciación; porque culmina con un sacra-
mento de iniciación celebrado por primera vez (confirma-
ción) y se orienta a la eucaristía de la comunidad adulta;
porque cumple su objetivo central de llevar a plenitud el bau-
tismo y la iniciación, relacionando los diversos elementos-
momentos integrantes.

5. CONCLUSIÓN. El catecumenado es una de las institucio-


nes más clásicas e importantes de la iglesia. Realizado con
verdad o adaptado por exigencia, exaltado en la memoria u
olvidado en la práctica, lo cierto es que siempre ha sido una
institución y realidad presente o latente en la vida de la igle-
sia. La importancia que hoy se le concede es síntoma de
unas deficiencias y carencias que se sienten. En él se ve un
signo de renovación de la misma iglesia. Es cierto que las
circunstancias y sensibilidad han cambiado, y que, por tanto,
será necesaria una adaptación. Pero hay una identidad que
salvar, si queremos que el catecumenado sea una realidad
que vivir. No podemos hacer simples trasplantes arqueológi-
cos (imitación del pasado) ni ingenuos inventos de moderni-
dad. El realismo y la sana renovación nos llevan a recuperar
el catecumenado desde las dos claves, pasado y presente,
identidad histórica y actualización vital. Será preciso, pues,
redescubrir la verdad catecumenal sin absolutizarla, ya que
el catecumenado no es fin, sino medio; no es el todo, sino la
parte de la iniciación. Y no menos necesario será clarificarse
sobre la terminología que utilizamos. Como ya hemos mos-
trado en otros lugares, una cosa es el catecumenado, que
mantiene su estructura y su lugar dentro de la iniciación; otra
cosa son los neocatecumenados, que aun manteniendo la
estructura se realizan con cristianos adultos ya bautizados y
fuera del marco iniciático, y otra los procesos catecumena-
les, que adoptando algunos elementos del catecumenado,
como duración, intensidad de contenidos, celebraciones,
proceso comunitario..., sin embargo, no conservan la estruc-
tura catecumenal, ni tienen como meta el bautismo. Una co-
sa debe alegrarnos en todo caso: la renovación del catecu-
menado es la renovación del talante catecumenal de la vida
de la iglesia y la renovación de la iniciación cristiana total.

Literalmente catecumenado significa el "tiempo de escucha" del catecúmeno


(katejoumenos), lo cual supone actitud, duración y contenido.

Y por lo tanto alude al período en el que se exigía en la mayor parte de las cris-
tiandades del siglo II al V una presencia en lugar adecuado para instruirse en la
fe que se quería abrazar y para integrarse en la comunidad de creyentes en la
que se deseaba ingresar.

1. Sentido y alcance

Al margen de las teorías artificiales que se han perfilado sobre el catecumena-


do y de la ilegítima extrapolación de usos de unas comunidades a otras y de
unos libros de alcance local a todas las comunidades del Mediterráneo, es pre-
ciso reconocer la tendencia a reclamar un período de formación antes de la re-
cepción del Bautismo.

El catecumenado no tenía sólo sentido de instrucción religiosa; constituía tam-


bién un varadero tiempo de prueba para la comunidad que aceptaba al preten-
diente y de iluminación para el creyente que aspiraba a la comunidad.
No es del todo correcto definirlo como "institución eclesial de extensión uni-
versal", aunque en algunos lugares estuviera muy regulado su desarrollo. Era
más bien una tendencia de las comunidades. Su realización dependió del lugar
(Alejandría, Roma o Cartago, las Galias o Babilonia) y del momento (período de
persecución o situación de tranquilidad)

2. Rasgos
Esa tendencia, cuajada en institución en diversos lugares, se caracteriza por
unas notas que vemos en diversos escritos de los tiempos patrísticos.
- Tiempo prudencialmente largo para facilitar la reflexión y la instrucción.
- Contactos con la comunidad y experiencias cristianas progresivamente cre-
cientes en cada uno de los neoadeptos para su adhesión real.
- Plan sistemático, ético primero y mistagógico después, el cual es animado
por alguien responsable, Obispo, diácono, un catequista de la comunidad.
- Dimensión comunitaria, pues la comunidad va acogiendo progresivamente
en su Eucaristía a los que quieren formar parte de sus plegarias y de su vida.
- Orientación preferente para adultos, ya que se entiende que los hijos de cris-
tianos reciben la instrucción fundamental en su ordinaria vida familiar y la
completan en las asambleas litúrgicas.
- Culminación pascual, festiva y celebrativa, con admisión solemne del cate-
cúmeno y con la asociación del bautismo al gozo pascual de la comunidad.

3. Los documentos

La documentación antigua sobre el Catecumenado no es abundante, pero sí


suficiente para captar su significado social y religioso.

3.1. Los primeros

No cabe duda de que la Didajé, de finales del siglo I, tiene que ver con una
plan de formación cristiana. Y que muchos de los escritos de los Padres del si-
glo II y del III se relacionan con los procesos de formación en la fe cristiana.

La "Traditio Apostólica", de Hipólito de Roma (s. II) es el documento que más


claramente describe los usos de una comunidad organizada en los finales del
siglo II en la capital del Imperio. Es, sobre todo, la segunda parte la que perfila el
plan catecumenal relacionado con el Bautismo y la Eucaristía.

De los usos de Cartago encontramos datos en los escritos de Tertuliano (+


220) y de S. Cipriano ( + 258 ), para culminar en S. Agustín, ya en el siglo V.

3.2. Hacia mejor organización

Las prácticas bautismales en la erudita, célebre y amplia escuela de Alejandría


las encontramos en las referencias de Clemente de Alejandría hacia el 200 y,
sobretodo, de Orígenes, con el cual podeos reconstruir no sólo los temas esen-
ciales y los usos habituales, sino el espíritu catecucatecumenal de su actividad
filosófica: alegorismo en lo Bíblico, erudición en la aceptación de la cultura pro-
fana, cierto ecumenismo y eclecticismo en la relación con las otras creencias,
sobre todo el cristocentrismo acendrado y sólido teológicamente.
Los modos comunitarios de las Iglesias de Siria y Palestina se hallan refleja-
dos en algunos apócrifos como "La Didascalia de los Apóstoles", los "Hechos"
apócrifos de diversos Apóstoles, los de Pablo, los de Pedro, los de Juan, los de
Tomás, los de Tadeo, que se van extendiendo hacia el siglo III, aunque los hay
del II.

Tal vez el mejor documento de estas amplias y cristianas épocas desde la au-
rora del cristianismo está en la "Didascalia Apostolorum siryaca" de autor anó-
nimo del siglo III, en que se refleja la organización de una comunidad cristiana y
las exigencias para entrar en ella.

4. Las características

De todos los documentos conservados, y con las variaciones que se advierten


en cada lugar, quedan tres impresiones particulares.

- La importancia que se daba al seguimiento de los catecúmenos durante al-


gún tiempo y las especiales relaciones que se mantenía con ellos en la comuni-
dad cristiana.
- El valor que tenían los catequistas o personas que la comunidad encargaba
de instruir, acompañar, animar e iniciar a los catecúmenos.
- El cuidado que se ponía en que los sentimientos de los adeptos no fueran
meras formalidades externas. Se les examinaba de los conocimientos o senti-
mientos, pasaban de incipientes a competentes para terminar siendo proficien-
tes y luego de bautizados, neófitos, merecedores de la atención de toda la co-
munidad.

Un hecho que demuestra el valor que tenían en todas las comunidades estos
procesos catecumenales es el conjunto de catequesis o instrucciones que nos
han quedado de estos siglos.

Hasta el siglo IV se conservan reflexiones en general. Y en la segunda parte del


IV y comienzos del V, el género de las catequesis catecumenales llega a la cum-
bre con los mejores productos literarios, teológicos y pedagógicos: Catequesis
de S. Cirilo de Jerusalén (+386), instrucciones de Teodoro de Monsuestia (+428),
catequesis de S. Ambrosio de Milán (+397), diversas Homilías de S. Juan Crisós-
tomo (+ 407)
5. Influencias

Hasta qué punto influyen en la primera Iglesia las prácticas de iniciación de los
prosélitos judíos o los ritos de iniciación en algunos cultos romanos (de Eleusis,
de Isis de Egipto, de los misterios del persa Mitra, etc.) queda en la oscuridad.

Pero no cabe duda de que la principal fuente de organización hay que buscarla
en el sentido común del grupo cristiano. Cuenta también el papel decisivo que
pronto asume la autoridad episcopal.

Y no se puede ignorar las influencias de la cultura dominante en cada lugar, ya


que desde el siglo II al V las comunidades cristianas se divulgan por todo el Me-
diterráneo y se expanden por Egipto llegando hasta el Africa negra por el sur; y
se abre ambiciosamente hacia Oriente, por Mesopotamia y Persia, llegando a la
India. En el Norte, la plataforma son las antiguas provincias romanas fronterizas
con los bárbaros (extranjeros) que luego serán las naciones de Europa.

Fueron cuatro siglos en los que se saltó de la cultura grecorromana a la cultu-


ra cristiana.

6. Resonancias

El catecumenado de aquellos tiempos patrístico ha quedado en la Iglesia como


un modelo de formación cristiana desde la perspectiva de la fe.

Es con todo peligroso transpolar a tiempos posteriores, y mucho menos a los


actuales, las estructuras, como se ha hecho en mentes románticas y en aficio-
nados arqueológicos en Catequesis.

Nos interesa el espíritu, mas no las técnicas. Recogemos el amor entrañable


que se tenía a los convertidos, pero nos libramos de universalizar sus formas.

Comprendemos la necesidad de una buena formación bautismal de los cristia-


nos, pero diferenciamos lo que son catecúmenos que proceden del paganismo
atraídos por el amor y solidaridad de los cristianos con quienes viven y los que
hombres bautizados o no de nuestros días que viven otras coyunturas culturales
y geográficas totalmente diferentes.

7. Valores históricos del catecumenado

Informativo: Ilustración cristiana. Enseñanzas y Hechos del Señor Jesús. Acti-


tud moral buena en obras y en virtudes.

Purificativo: Baño bautismal. Inmersión penitencial. Ruptura con el pecado.


Conversión. Entrega a nueva vida.
Convivencial: Contacto con la Comunidad cristiana. Alegría del a fraternidad.
Actitud samaritana.
Celebrativo: Encuentro pascual. Recuerdo de la muerte y resurrección de Je-
sús. Actitud festiva, dominical
Ministerial. Disposición evangelizadora. Fe recibida para transmitirla gratuita-
mente a otros.
Eucarístico.: Acción de gracias. Participación en la fracción del pan del Señor.
Mistagógico: Encuentro con los dones del Espíritu. Nacimiento a nueva vida de
gracia.
Escatológico. Proyección a la salvación. Encuentro adelantado con Dios en la
otra vida.

Un programa de catecúmenos, escrito para un Catequista:


Esquema del libro DE CATEQUINZADIS RUDIBUS de San Agustín
(De la catequesis de los principiantes)

Introd. I. 1. Motivo. Consulta del Diácono catequista Deogracias.


2. Es un deber ayudar con la propia experiencia a lo que catequizan.
II. 3. La experiencias propias han sido numerosas.
Son las que no enseñanza a catequizar.

Parte 1. De como tener la catequesis.


III. Base de la Catequesis son los hechos importantes de la Historia religiosa.
IV. La Bondad de Dios, y la venido de Cristo, son motores que ayudan al catequista.
V. El catequizando debe tener buenas disposiciones.
VI. Se inicia con la presentación de la creación de Dios para bien de los hombres.
VII. Se expone la fe y la moral: fe en Dios, confianza en Dios, vivir bien por Dios.
VIII. A veces la catequesis se da a hombres cultos: apoyarse en lecturas preferidas.
IX. Los gramáticos y oradores deben mirar al fondo de lo dicho; no reír de la forma.
X. Hay seis causas del aburrimiento del catequista.
Una es el hastío interior. Otra la cortedad del oyente.
XI. También desanima el resultado incierto. Pero hay que confiar en Dios,
que es lo que importa.
XII. Aburre a veces repetir siempre lo mismo. No importa si ellos aprenden.
XIII. Si vemos que el oyente no se conmueve, hay que tener paciencia y saber esperar.
XIV. Si parece que la mente se fatiga, no desanimarse. No mover por el escándalo.
XV. Siempre el discurso tiene que acomodarse al nivel de los oyentes.

Parte 2. Ejemplos prácticos de las catequesis.


XVI. Cómo comenzar un sermón largo cuando viene uno para hacerse cristiano.
Felicitar siempre y alabar al que viene.
XVII. Cuánto conviene diferencias las intenciones por las que vienen.
XVIII. Relato de la creación. Cómo gusta escuchar que el Señor Dios hizo el Paraíso.
XIX. Cómo se hicieron las dos ciudades: la de la salvación y la otra.
XX. Cuando el Pueblo fue a Egipto y se hizo mayor de edad y luego fue liberado.
XXI. Al llegar la Cautividad de Babilonia y vino la redención.
XXII. Llegó la plenitud de los tiempos y llegamos a la última de las seis edades.
XXIII. De cómo interesa relatar la Historia de Jesús y la predicación de la Iglesia.
XXXIV. Y la Iglesia camina hasta el final de los tiempos.
XXXV. Y llegará la resurrección de la carne y la felicidad eterna.
XXXVI. Cuando ya el catecúmeno haya escuchado todo esto, se le pregunta si cree.
XXXVII. Las explicaciones finales deben apoyarse en las profecías de la vida futura.

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