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1.- Introducción
Con este fin, avanzando en una línea cercana –aunque no idéntica- a la propuesta de
Faist, la distinción de los diferentes sentidos atribuidos a la noción de transnacionalismo
se apoya aquí en, en primer lugar, en el examen de los significados con que se ha
empleado en algunos casos en mundo académico, considerando las aportaciones
teóricas que resultan, a mi juicio, especialmente destacables al respecto, así como las
contribuciones de diversas investigaciones aplicadas en este terreno. Además, la
reflexión en torno al contenido y significado de la noción de transnacionalismo se
fundamenta en el contraste con la noción de cosmopolitismo. Esta última es objeto de
abordaje en estas páginas fundamentalmente en relación con la operación comparada
perseguida, sin que, en consecuencia, constituya el foco de atención de las mismas.
Como se destacaba en el resumen del trabajo, su objetivo es, por tanto, contrastar el
transnacionalismo y el cosmopolitismo, en tanto que nociones relevantes de la teoría
social para comprender las transformaciones sociales contemporáneas. Se parte de la
complejidad y de la relativa ambigüedad del estatuto teórico de estos conceptos, a
caballo de su utilización como perspectivas de análisis de los procesos sociales, su
consideración como rasgos característicos de dichos procesos, o bien, en tercer lugar,
como modelos normativos de la vida social en cambio, en el marco de la globalización.
El esquema argumentativo analiza el significado con el que han sido empleadas dichas
nociones en el caso de algunas de las aproximaciones más relevantes a los procesos
actuales de transformación, como las recogidas en los trabajos de Beck, cuyos trabajos
sirven de eje para enlazar los argumentos expuestos al respecto. Secundariamente, se
consideran, algunas de las aportaciones en este terreno de Held, Calhoun, Sassen,
Guibernau, Harvey, Benhabib, Waldron o Walker, útiles para la exposición argumental
-en relación con la noción de cosmopolitismo-, o de Glick Schiller, Basch, Szanton-
Blanc, Portes, Guarnizo, Faist y Bauböck, Waldinger, o Landolt –respecto del
transnacionalismo-. En el caso del cosmopolitismo, como se ha señalado, la atención se
centra en el examen de propuestas como las de Beck, en las que, como se argumenta,
cabría constatar un desplazamiento conceptual en la dirección de la sustitución de
nociones como las de globalización, o espacios sociales transnacionales, por la de
cosmopolitismo. La aportación de Beck resulta, además, doblemente relevante al
respecto ya que dicho desplazamiento se acompaña en su caso de la concepción del
cosmopolitismo como un proceso “banal”, “cotidiano”, que tendría lugar por “por
abajo”, y que, en consecuencia, tendería a generalizarse.
Este trabajo persigue, entre otros objetivos, poner de manifiesto las aportaciones y
dificultades asociadas a la noción de cosmopolitismo, así entendida. Las conclusiones
inciden en la problematicidad asociada al intento de evacuar la dimensión normativa de
este concepto, así como de la vinculada a la comprensión de la sociedad actual como
cosmopolita y global. También se argumenta que en esta última caracterización de la
vida social se consideran sólo algunas de las dimensiones del actual proceso en cambio,
fundamentalmente aquellas que conducen a la configuración de formas de vida
cosmopolitas, relegando las transformaciones orientadas en direcciones distintas, o
hasta opuestas. Asimismo, se pretende evidenciar cómo en este tipo de aproximaciones
se equipara, en parte, el actual proceso de transnacionalización, de gran complejidad -
dado su carácter multidireccional y multidimensional-, con la consolidación efectiva de
una sociedad que cabría definir como cosmopolita.
En las conclusiones se aborda también la hipótesis de la menor dificultad, desde el
punto de vista normativo, de la referencia al transnacionalismo, frente a las nociones de
globalización o cosmopolitismo. También se sostiene la pertinencia de la comprensión
de transnacionalismo en clave de multiescalaridad, así como su contextualización en el
marco de procesos objeto de distintos análisis, como los referidos a la configuración de
espacios políticos “desterritorializados” (Glick Schiller et al), de re-nacionalización o de
configuración de “naciones cosmopolitas” (Guibernau), o, en fin, de conformación de
“ciudadanías transnacionales” (Baoböck) y de “espacios sociales transnacionales”
(Faist) o de “formaciones sociales transnacionales” (Guarnizo).
A partir de los años setenta del siglo pasado, distintas disciplinas sociales convergen en
poner de manifiesto el ascenso de las actividades transnacionales y de los agentes que se
despliegan en este espacio. Así, Held, McGrew, Goldblatt y Perraton, en su conocida
obra de 1999 sobre las transformaciones globales, constatan un extraordinario aumento
de las grandes corporaciones llamadas “multinacionales” o “transnacionales”, junto con
un incremento de otros “macro-agentes" no estatales, como las instituciones
internacionales. Estos procesos se apoyarían, además, en la emergencia de nuevos
procesos de industrialización fuera de los países del llamado “centro” y en la
configuración de “cadenas de producción planetarias” (Naciones Unidas, 2001) basadas
en la deslocalización y la subcontratación, entre otros procesos. La focalización de la
atención en el proceso de transnacionalización se inicia, así, en buena medida, con la
consideración de lo que se ha denominado el “transnacionalismo institucionalizado”, o
“por arriba”, vinculado a estos agentes estratégicos y a las actividades que despliegan.
Es cierto, que, como recuerdan los politólogos más arriba citados (Held, McGrew,
Golblatt y Perraton) desde entonces en adelante, también otras organizaciones no
vinculadas a las instituciones o las corporaciones internacionales, como las no
gubernamentales, registran un crecimiento extraordinario, centrando su actividad, en
muchos casos, en aspectos no muy alejados de las acciones de las primeras, bien sea
mediante la colaboración con las mismas, la observación de sus impactos o incluso la
confrontación con sus iniciativas.
Será casi dos décadas después, esto es, a comienzos de los noventa cuando la
consideración de este tipo de actividades transfronterizas en ascenso se acompañe de la
entronización del término de “transnacionalismo”, así como de otros emparentados con
este, como “transmigrantes” (Glick Schiller, Szanton Blanc y Blanch, 1992). Este
desplazamiento terminológico condensa otros muchos cambios que acompañan a dicha
mudanza. En primer lugar, es en esta etapa cuando “los estudios transnacionales”
comienzan a introducirse de forma decisiva en las ciencias sociales junto otros términos
más centrados en la consideración de los cambios desde los términos más cercanos al
ámbito de las relaciones internacionales, como había venido siendo el caso, de forma
casi exclusiva, en la etapa previa de análisis del ascenso de las grandes corporaciones o
instituciones de esta escala. Estos nuevos términos, además, ganan un espacio creciente,
más allá también del área de los estudios vinculados a los marcos teóricos del sistema-
mundo, o de la aplicación de los mismos a diferentes áreas de investigación. Sin
abandonar la historia, la ciencia política o las relaciones internacionales, la
consideración del transnacionalismo se instala sobre todo en ciencias sociales como la
antropología, la geografía, la sociología o los estudios de la comunicación. Este
desplazamiento se acompaña del recurso creciente a las metodologías vinculadas al
trabajo de campo o etnográfico, o en fin, a la obtención de datos mediante técnicas
cualitativas como la observación participante, las historias de vida, las entrevistas u
otras de carácter cualitativo.
De acuerdo con los análisis de Guarnizo y de Faist (2010) sobre la trayectoria posterior
del concepto, en la etapas subsiguientes se va matizando la caracterización de su
contenido, en buena medida, gracias a la profusión de investigaciones realizadas desde
esta perspectiva. También se perfila con más detalle la definición de las actividades
transnacionales, subrayando no sólo su dimensión transfronteriza sino también su
regularidad y su carácter constante y sostenido en el tiempo, en tanto que parte de la
vida cotidiana de quienes las llevan a cabo. El conocido trabajo de Portes, Guarnizo y
Landlot (1999) resulta estratégica al respecto. Por otra parte, la consideración
monográfica de cuestiones tales como la empresarialidad transmigrante en los nuevos
espacios sociales transnacionales, o el estudio de las familias o los hogares de estas
personas, son objeto de atención detenida, facilitando la introducción de matices y de
consideraciones que enriquecen el significado de esta noción. Además, el cruce con
otras perspectivas, como los estudios de género, o la atención creciente a otras
dimensiones, como la clase social, la edad o el sexo/género, expresión, a su vez, en
muchos casos, del reconocimiento de la importancia creciente del enfoque
interseccional, modulan aún más esta herramienta conceptual y el marco teórico en el
que se emplea.
Conviene añadir a renglón seguido que, pese a los desarrollos teóricos y empíricos
citados, el concepto de transnacionalismo, y los relacionados con el mismo, ya citados,
sigue siendo objeto no sólo de muy diferentes definiciones, sino también de
controversias y diferencias. El objetivo de alcanzar un significado unívoco vuelve a
manifestarse como una quimera inalcanzable, como ya sucediera antes con otras muchas
nociones centrales en la sociología o en otras ciencias sociales. Pero esta polisemia,
característica de una noción en disputa, se acompaña, sin embargo, de una serie de
caracterizaciones, frente a las primeras versiones de la misma, que enriquecen su
contenido, arrojando luz, al mismo tiempo, sobre otros muchos aspectos relevantes de la
vida social transnacional. Sería poco afortunado pretender resumir estos aspectos que
han enriquecido la noción de transnacionalismo a lo largo de su trayectoria reciente
desde una perspectiva de consenso que está lejos de existir. Pero no por ello conviene
dejar de poner de manifiesto lo que, a nuestro juicio, son las aportaciones de esta
perspectiva, que confluyen, por otra parte, con las aportaciones de la sociología de la
globalización que consideramos de mayor interés.
En primer lugar, creemos que es interesante destacar que, frente a la comprensión del
transnacionalismo como una pérdida de relevancia del territorio, de las localidades, de
los enrazamientos o los anclajes en determinados lugares, o, en fin, de las identidades
nacionales o subestatales, las contribuciones más acertadas de la perspectiva
transnacional permiten una aproximación a la comprensión de los procesos en curso en
clave multiescalar y translocal. Esto supone que el ascenso de los procesos
transnacionales se aleja de la equiparación de los mismos con la desterritorialización de
la vida de los migrantes o de sus actividades, así como de la emergencia de “Estados-
nación desterritorializados” (Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc, 1994) o del
supuesto de una nueva “denizenship” en una Unión Europea “desterritorializada”
(Walker, 2008) entendidos como un desplazamiento del espacio local o de otras escalas
en beneficio, de manera exclusiva, del transnacional. En esta dirección, se aproxima al
contenido atribuido por algunas versiones a los conceptos de globalización [Sassen
(2007 y 2008)], de “glocalización” (Soja, 2000, Swyngedouw, 1997, Barañano, 2005,
Pérez-Agote, Tejerina, Barañano (eds.) 2010], más alejadas del “hiperglobalismo” y de
la polaridad global/local y más cercanas a la comprensión multiescalar de la
configuración actual de la vida social.
Como es sabido, Beck, desde el inicio de su andadura, y, sobre todo, desde su conocida
obra sobre lo que denomina “la sociedad de riesgo”, se propone analizar los cambios
sociales de la sociedad contemporáneas con los ojos de quien pretende vislumbrar las
tendencias sociales de cambio, sabiendo que lo nuevo habita ya en el mundo actual, si
bien la ciencia social aún no habría logrado dar cuenta de esta mudanza en toda su
profundidad. En esta dirección, su trabajo apuesta decididamente por el cambio de
perspectiva, teórico y conceptual, que, a su juicio sería necesario para comprender el
mundo actual, dejando atrás las miradas y los conceptos “zombis”. Más allá de su
trabajo sobre la sociedad de riesgo, respecto de la que constata su transformación en una
sociedad de riesgo “global”, aborda con posterioridad, en su conocida obra de 1997,
traducida al castellano en 1998, el análisis de la globalización. Es en esta obra donde
propone una triada conceptual con la que, a nuestro parecer, trata de alejar la noción de
globalización de las posiciones normativas e ideológicas cercanas a la defensa del
mercado global sin fronteras. A su juicio, el concepto de “globalización” sirve para dar
cuenta de “los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se
entremezclan e imbrican mediante actores transnacionales y sus respectivas
probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios” (Beck, 1998:
27). Ello le permite reservar la noción de “globalismo”, para referirse a “la concepción
según la cual el mercado mundial desaloja o sustituye al quehacer político; es decir, la
ideología del dominio del mercado mundial o la ideología del liberalismo” (Beck,
1998: 27). Respecto de esta noción añade, además, que “(…) procede de manera
monocausal y economicista y reduce la pluridimensionalidad de la globalización a una
sola dimensión, la económica, dimensión que considera, asimismo, de manera lineal, y
pone sobre el tapete (cuando, y si es que lo hace) todas las demás dimensiones –las
globalizaciones ecológica, cultural, política y social- sólo para destacar el presunto
dominio del sistema de mercado mundial” (Beck, 1998: 27). En definitiva, a su
entender, el globalismo se equipara con “un imperialismo de lo económico” (Beck,
1998: 27), con diferentes tintes, negador o afirmador. Finalmente, el término de
“globalidad”, propuesto también por Beck, permitiría aproximarse a un hecho social:
“hace ya bastante tiempo que vivimos en una sociedad mundial”, entendiendo esta
como una “sociedad mundial percibida y reflexiva” (Beck, 1998: 28).
En esta obra, Beck enlaza el análisis de la globalización y de sus consecuencias, esto es,
la emergencia de la globalidad, con la distinción entre la primera y la segunda
modernidad, formulada en trabajos previos. Así, lo que denomina “la irreversibilidad
de la globalidad” constituiría, a su juicio, un “diferenciador esencial entre la primera y
la segunda modernidad” (Beck, 1998: 29). A lo que añade que este hecho se equipara
con “la afinidad entre las distintas lógicas de las globalizaciones, ecológica, cultural,
económica, política y social, que no son reductibles –ni explicables- las unas a las
otras” (Beck, 1998: 29).
Será sobre todo en las conocidas obras de Beck aparecidas a partir de la primera década
de este siglo cuando la referencia al cosmopolitismo, así como a toda una amplia
variedad de términos asociados, como los de cosmopolitización, cosmopolitismo
realmente existente, cosmopolitismo institucionalizado, ciencia social cosmopolita,
cosmopolitismo banal o latente, ciudadano cosmopolita, realismo cosmopolita, common
sense, perspectiva, imaginación, mirada o visión cosmopolita, se sitúen en el centro de
su reflexión.
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