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Ricardo Seldes
1. El acento de singularidad
Cada vez que pensamos en psicosis no dejamos de lado una de sus piezas
fundamentales: el delirio.
Qué es el delirio? Etimológicamente es salirse del surco. ¿Cuál? ¿el del significante? ¿El
del goce? El goce es algo que siempre se sale del surco. Evidentemente es algo que
atañe al goce, pero ¿de qué maneras? qué función cumple el delirio en las psicosis o,
desde Freud, en los seres hablantes? ¿Cómo se lo trata en psicoanálisis? ¿Se lo intenta
apaciguar en el tratamiento posible de las psicosis? ¿Lo nutrimos?
Quizás esta última pregunta sea la más fácil de responder: apuntamos a apaciguarlo,
quizás a apagarlo. Se trata del pequeño gran esquema que nos orienta. Ante la
experiencia de perplejidad, de lo inefable frente a aquello que le hace signo al sujeto,
de esa experiencia bizarra, rara, el sujeto cuenta con el delirio, así esa experiencia se
vuelve significante, al agregársele un significante tenemos lo que llamamos un delirio.
Trabajamos con él para que el sujeto pueda arreglárselas con lo real que se le ha
impuesto, ese real siempre rebelde, siempre no dialéctico, el de la experiencia de la
perplejidad inicial y constante. ¿Se arregla, se acomoda el delirio? ¿es posible?
Tenemos muchas preguntas: ¿hay delirios amabales, placenteros, o malévolos, los que
hacen sufrir al sujeto y a quienes componen su mundo?
Para la psiquiatría el delirio ha sido un tema de debate intenso. La discusión que existió
en el siglo XIX se refirió a la cuestión de si el delirio es un fenómeno elemental en tanto
primario o si se trata de un elemento secundario que responde a la intrusión de un
elemento extraño, que tras la perplejidad obliga al sujeto a un esfuerzo de elaboración
para responder a este elemento xenopático, según el neologismo que acuñara Paul
Guiraud, a quien Lacan nombró repetidas veces. Es fascinante leer la posición de este
neurólogo psiquiatra colega de Lacan a quien relaciona con de Clerembault ya que
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ambos sostenían teorías organicistas.
En su escrito “Sobre la causalidad psíquica” de 1946 elogia a Paul Guiraud
“Emprendamos este camino para estudiar las significaciones de la locura, como nos
invitan a hacerlo los modos originales que muestra el lenguaje, esas alusiones verbales,
esas relaciones cabalísticas, esos juegos de homonimia, esos retruécanos que han
cautivado el examen de un Guiraud, y diré ese acento de singularidad cuya resonancia
necesitamos oír en una palabra para detectar el delirio, esa transfiguración del término
en la intención inefable, esa fijación de la idea en el semantema (que tiende aquí,
precisamente, a degradarse en signo), esos híbridos del vocabulario, ese cáncer verbal
del neologismo, ese naufragio de la sintaxis, esa duplicidad de la enunciación, pero
también esa coherencia que equivale a una lógica, esa característica que marca, desde
la unidad de un estilo hasta las estereotipias, cada forma de delirio, todo aquello por lo
cual el alienado se comunica con nosotros a través del habla o de la pluma. Se trata de
la búsqueda de los límites de la significación”. Una búsqueda que no se realiza sino
bajo transferencia.
Subrayemos que Lacan escribe locura y no la psicosis. Al final de su enseñanza cuando
examine su recorrido y diga de sí mismo que su enseñanza fue un delirio, señalará su
“Todos locos, todo el mundo es loco”.
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norma, pero el síntoma de cada quien hace obstáculo. Será siempre ese punto de real,
que hace objeción. Es por esto que las normas son todas mentirosas. El discurso
analítico se separará de los otros por su ambición de crear un modo de lazo social
apoyado sobre lo que hay de irreductible en el síntoma.
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obsesivas» que han penetrado en su conciencia y es donde surgen esos productos que
merecen un nombre especial: los delirios. Recuérdense, por ejemplo, las series de
ideas que ocupan al Hombre de las ratas durante su regreso de las maniobras. No son
reflexiones puramente razonables que el sujeto opone a sus ideas obsesivas, sino
productos mixtos de ambas formas del pensamiento. Toman ciertas premisas de la
obsesión por ellas combatidas y se sitúan (con los medios de la razón) en el terreno del
pensamiento patológico.
Cuando Paul desarrolló durante toda una temporada los insensatos manejos en el
ejército y luego surge el estudio imposible hasta altas horas de la noche, abría la
puerta de su cuarto en la medianoche para facilitar la entrada al espíritu de su padre,
situándose luego ante el espejo y contemplando en él sus genitales. Intentó apartar de
sí aquella obsesión, pensando en lo que diría su padre si realmente se hallase aún en
vida. Pero este argumento no tuvo eficacia ninguna mientras fue expuesto en esta
forma razonable. La obsesión cesó tan sólo cuando el sujeto integró la misma idea en
la forma de una amenaza delirante, diciéndose que si prolongaba tales insensateces, le
sucedería a su padre algo malo en el más allá.
Freud concluye que los enfermos no conocen el texto verbal de sus propias
representaciones obsesivas. Esta afirmación parece paradójica, pero tiene pleno
sentido. En efecto, durante el curso de un psicoanálisis se intensifica no sólo la valentía
de los enfermos, sino también la de su enfermedad, la cual se aventura a
exteriorizaciones más precisas. Sucede como si el paciente, que hasta entonces rehuía
con miedo la percepción de sus productos patológicos, les dedicase ahora su atención
y los experimentase más clara y detalladamente
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tentativa de curación, una reedificación del universo que le permita vivir de nuevo en
él. Freud entiende ver un objetivo en el delirio paranoico de restablecer las relaciones
del sujeto con la realidad y atenuar la angustia. Se trata de reconstruir el lazo perdido
por la introversión de la libido.
El problema para Freud es establecer una relación entre los dos temas principales del
delirio: la transformación en mujer, y su situación de favorito de Dios. Según Freud el
fantasma que bello sería ser una mujer en el coito, fue suscitada por una pulsión
homosexual reprimida referida al padre y reactivada por su relación con Fleschig. El
trabajo del delirio consistió según él en volver aceptable la transformación en mujer
inicialmente rechazada.
En la lógica que Freud encuentra en el delirio habría dos fases: una de conflicto, la otra
de apaciguamiento.
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está en juego la realidad y admite hasta cierto punto su irrealidad. Pero a diferencia
del sujeto no psicótico para quien la realidad esta bien situada él tiene una certeza que
lo que está en juego le concierne, es una certeza radical, es algo inquebrantable. Esto
constituye el fenómeno elemental o la creencia delirante.
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el testimonio esencial de los místicos es justamente decir que lo sienten, pero que no
saben nada. Ese goce que se siente y del que nada se sabe ¿no es acaso lo que nos
encamina hacia la ex-sistencia? ¿Y por qué no interpretar una faz del Otro, la faz de
Dios, como lo que tiene de soporte al goce femenino?”
Vislumbran la idea de que debe de haber un goce que esté más allá. Eso se llama un
místico. Lo siente en el cuerpo es verdad pero es “un trayecto que va hacia la
indigencia y no hacia la feminización. En el mártir lo que se feminiza es el alma no el
cuerpo.”ha señalado Guy Briole en Lógica del delirio. Dicen que sienten pero no saben
nada, es una ignorancia que escapa al lenguaje, no lo pueden compartir. Es un punto
más allá del lenguaje donde falta un significante.
El psicótico lo encuentra en el delirio y Schreber en sus voluptuosidades tiene
experiencias del goce Otro que deja de estar limitado por el goce falico. El delirio es un
saber que alivia la existencia del psicótico. El saber del delirio lo comparamos con el
significante que se le agrega al S1 de la urgencia enigmático y sufriente. Muchas veces
superyoico. También al Sq de la transferencia a partir del cual se elaboran las variadas
significaciones del síntoma.
¿Los misticos tienen certeza? A veces no, incluso pueden dudar si esos son los
designios De Dios. Algunos llegan a cuestionarse si Dios existe. Pero lo propio del
delirio místico es forjar una convicción en relación al vínculo con Dios.
6. Mínimas conclusiones
Tal como plantea Lacan todos tenemos una cosita en común con los delirantes y es
“comprender”, de allí la indicación a los analistas de no comprender. La resistencia del
paciente es siempre la de uno y cuando una resistencia tiene éxito es porque estamos
metidos en ella hasta el cuello, porque comprendemos. Freud señalaba simplemente
que tomáramos cada caso tratando de olvidarnos los que sabemos, es decir que el
analista en el discurso analítico en su piso inferior impone una doble barra entre el S1
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que se produce y el S2 que es la verdad, en suspenso, del objeto a que comanda la
experiencia y que hace las veces de lo real.
Aceptar el delirio del otro no es sino la vuelta de habernos percatado de nuestros
propios delirios, fantasmáticos, sintomáticos, lo que incluye, por supuesto el “furor
sanandis”.
De allí que la práctica clínica con psicóticos se hace fundamental para captar en que
consiste la causa de la locura de cada uno de los seres parlantes: la lalengua y el goce
que lo habita.
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