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CAPITULO 17
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CAPITULO 20
CAPITULO 21
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por lo que se ama (Jn 15, 13), sin duda pasó María
santísima esta línea y término del amor con los hombres,
tanto más cuanto amaba la vida de su Hijo santísimo más
que la suya propia, que esto era sin medida, pues para
conservar la vida del Hijo, si fueran suyas las de todos los
hombres, muriera tantas veces y luego infinitas más. Y no
hay otra regla en las criaturas por donde medir el amor
de esta divina Señora con los hombres más de la del
mismo Padre Eterno, y como dijo Cristo Señor nuestro a
Nicodemus (Jn 3, 16): que de tal manera amó Dios al mun-
do, que dio a su Hijo unigénito para que no pereciesen
todos los que creyesen en él. Esto mismo parece que en
su modo y respectivamente hizo nuestra Madre de
misericordia y le debemos proporcionadamente nuestro
rescate, pues así nos amó, que dio a su Unigénito para
nuestro remedio, y si no le diera cuando el Eterno Padre
en esta ocasión se le pidió, no se pudiera obrar la
redención humana con aquel decreto, cuya ejecución
había de ser mediante el consentimiento de la Madre con
la voluntad del Padre Eterno. Tan obligados como esto
nos tiene María santísima a los hijos de Adán.
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992. Hija mía, las obras penales del cuerpo son tan
propias y legítimas a la criatura mortal, que la ignorancia
de esta verdad y deuda y el olvido y desprecio de la
obligación de abrazar la cruz tiene a muchas almas
perdidas y a otras en el mismo peligro. El primer título
por que los hombres deben afligir y mortificar su carne es
por haber sido concebidos en pecado, y por él quedó
toda la naturaleza humana depravada, sus pasiones
rebeldes a la razón, inclinadas al mal y repugnando al
espíritu (Rom 7, 23), y dejándolas seguir su propensión
llevan al alma precipitándola de un vicio en otros
muchos; pero si esta fiera se refrena y sujeta con el freno
de la mortificación y penalidades, pierde sus bríos y tiene
superioridad la razón y la luz de la verdad. El segundo
título es, porque ninguno de los mortales ha dejado de
pecar contra Dios eterno y a la culpa indispensablemente
ha de corresponder la pena y el castigo o en esta vida o
en la otra; y, pecando juntos alma y cuerpo, en toda
rectitud de justicia han de ser castigados entrambos y no
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