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Begoñísima

Lo que fastidia al facherío patrio es que el doctor Pedro Sánchez, en


apenas unas pocas semanas, haya conseguido que España vuelva a
tener el esplendor que tuvo en tiempos de la Segunda República,
cuando el Estado se convirtió –nos los cuenta Julio Camba– en una
«central de energía eléctrica» que cogía toda la riqueza nacional y la
distribuía a domicilio, mediante el procedimiento del enchufe. «Y los
socialistas –continuaba Camba–, creyendo, como creen, que el Estado
debe absorber todas las funciones sociales, son partidarios entusiastas
del sistema de los enchufes».

Pero, puestos a enchufar gente, hay que empezar siempre por la


familia. Los papas del Renacimiento empezaban por sus sobrinos
(«nepotes»), a los que beneficiaban con el capelo cardenalicio.
Durante la Segunda República, en cambio, se estilaba más enchufar a
yernos y cuñados, pues la política en serio exige beneficiar a la familia
política; y así, Wenceslao Fernández Flórez pudo escribir: «Es difícil
que el cretino, simplemente cretino, llegue a intervenir en el régimen
republicano; pero el cretino yerno o cuñado de personaje tiene todas
las puertas de acceso al Poder abiertas de par en par». Azaña, por
ejemplo, tenía la obsesión de enchufar en todo puesto o sinecura que
pillase a su cuñado Cipriano Rivas Cherif, a quien amaba
sobremanera. Se cuenta que en cierta ocasión lo nombró Jefe de
Protocolo de la Presidencia de la República; pero en algún periódico,
por errata o malevolencia, salió que lo habían nombrado Jefe de
Protoculo. Ramón Pérez de Ayala le mostró divertido la errata a
Gregorio Marañón, quien dictaminó: «A veces, el camino más corto
para llegar a un cargo es el recto».

En esta España que reverdece el esplendor enchufista de la Segunda


República nadie disfruta de mejores enchufes que Begoña Gómez,
Begoñísima, en lo que se prueba que el doctor Sánchez, además de
feminista fetén, es marido amantísimo. Pero Begoñísima, puesta a
buscar enchufes, no quiso saber nada de protocolos y caminos rectos;
de modo que se escapó de la sauna (quiero decir, del calorón de
Madrid) y se metió en una de esas academias para repetidores, tan
florecientes en los años ochenta y noventa, que expedían unos
titulillos de la señorita Pepis sin valor alguno; pero donde al menos no
se pasaba calor de sauna, porque tenían aire acondicionado. Así,
disfrutando del chorrito del aire acondicionado, Begoñísima se sacó su
titulillo de la señorita Pepis, que luego convirtió en licenciatura por
arte de birlibirloque. ¿Cómo no iba a enamorarse de una mujer que
tunea su currículum el doctor Pedro Sánchez, que escribió su tesis
mientras escuchaba el aleteo de los angelitos negros (aunque con
camiseta blanca) de Machín? Aquel flechazo dura hasta hoy, en que
Begoñísima acaba de ser enchufada en el Instituto de Empresa, una
institución con la que el gobierno del doctor Sánchez firma convenios.
A esto antaño se le llamaba tráfico de influencias; pero el feminismo
fetén nos enseña que una mujer tiene que tener dinero y habitación
propia (a ser posible, con su chorrito de aire acondicionado, para que
nadie pueda confundirla con una sauna).

A Begoñísima le han montado un chiringuito para desarrollar


proyectos en el África, en donde podría –por ejemplo– captar
subvenciones para los «erasmus» que Borrell quiere montar a los
manteros. Pues, ¿para qué irse al África a montar proyectos, pudiendo
hacerse en Lavapiés, ese suburbio cutre de Dakar, o en Algeciras, que
tras la llegada del doctor Sánchez ha dejado Lampedusa hecha una
patena? Es natural que un marido amantísimo como el doctor Pedro
Sánchez quiera que Begoñísima trabaje cómodamente y sin tener que
desplazarse; y para eso se está trayendo el África a casa.

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