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¿Tienes una novela terminada metida en un cajón o en una carpeta del ordenador y no
sabes si es buena o mala? ¿Si falla en algún punto o en varios? ¿Si los personajes son
creíbles? ¿Si la estructura es interesante? ¿Si la voz del narrador es coherente? ¿Si el
comienzo engancha? ¡¡Horror!! Todo son dudas y además...¿por dónde empezar a
corregir? ¿Cuáles son los puntos más importantes a la hora de revisar una obra de
ficción?
Desde 2006 he trabajado para diferentes sellos de Penguin Random House y para la
agencia literaria Dos Passos. En la época pre-crisis leí mucho, muchísimo, más de 300
lecturas de libros maravillosos y otros no tanto. Había presupuesto para dedicar a la
labor de “filtro” que en el fondo es lo que hace un buen lector: seleccionar para el
editor aquellos libros que merecerían la pena ser publicados teniendo en cuenta el
enfoque editorial que se esté buscando.
Por mi experiencia, las flaquezas de la mayoría de los borradores de ficción que leo
están en estos 11 puntos que vas a leer a continuación. Hay más, pero lo cierto es que
estos son fundamentales. Si bien, no flojean todos a la vez, es cierto que si uno falla,
hace que el resto pierda fuerza. Lo mejor es que haya un equilibrio entre todos los
pilares de la historia. Espero que esta guía te resulte útil y te sirva para poder
corregir tu novela y convertirla en un bestseller.
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1. Comienzo. ¿Cuándo empieza una historia? Hay tantas maneras de comenzar una
novela que daría para una tesis. Pero lo más importante (y la única regla, si es que
existe alguna) es que la frase inicial agarre al lector por el cuello y le obligue
literalmente a traspasar el umbral de la primera página. Pero también asegúrate de
que no empiezas demasiado en “alto” la historia y que luego no puedas mantener ese
nivel porque así se frustran las expectativas del lector. Se puede comenzar con una
larga descripción, la de un paisaje natural o urbano (como hace Chéjov), con una
conversación, con una autopresentación del narrador (como en “Moby Dick”), con
una reflexión filosófica o con un marco histórico para contextualizar el relato. Uno
de mis comienzos clásicos favoritos es el de “Historia de dos ciudades” de Charles
Dickens:
«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también
de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas;
la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no
teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino
opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más
notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, solo es
aceptable la comparación en grado superlativo».
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2. Tema. Me parece el punto más esencial de cualquier historia. El tema es el foco
principal al que se dirige la novela. Respondería a la pregunta ¿de qué va esta
historia?, ¿qué quiere contar este relato? Sirve también para definir el género en el
que se enmarca. Es conveniente que haya un único tema principal aunque puede
haber temas secundarios. Muchas veces me encuentro con novelas que van dando
bandazos entre un tema y otro. ¿Es una novela de investigación en la que se resuelve
un misterio? ¿Es una historia sobre una ciudad? ¿Es un relato sobre un hombre en
plena crisis sentimental? En ocasiones, la mezcla de varias historias que compiten en
importancia hacen que el relato vaya dando tumbos. Unas veces “juega” a una cosa y
otras veces a otra, pero no hay un equilibrio. Parece como si el autor estuviera en una
partida de póker y al mismo tiempo en una de parchís con las mismas reglas. Habría
que tomar una decisión: ¿cuál de todas las historias es la principal? Y seguir el hilo de
la trama desde el principio hasta el final, intercalando las tramas secundarias.
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3. Estructura. La estructura de una
narración son como las vigas y columnas
de cualquier edificio: no se ven pero dan
forma y carácter a todo el conjunto. Y
sobre todo, lo sostienen. El esquema
clásico aristotélico es la estructura en 3
actos: planteamiento, nudo y desenlace.
En el desenlace deben unirse de forma lógica todos los puntos de la historia. Incluso
aunque plantees un final abierto, lo que sucede en el desenlace tiene que
desprenderse de lo que ha venido ocurriendo hasta el momento. Las fuerzas del
conflicto vuelven a quedar en reposo y el personaje completa su evolución.
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Y si escribes sagas compuestas por varias novelas, también cada una de ellas debe
tener un final. Aunque la trama principal vaya a continuar desarrollándose en las
sucesivas entregas, debes ponerle el punto final a alguna de las tramas secundarias
que manejas para que el lector perciba esa sensación de resolución.
Además de esta estructura clásica, puedes utilizar otras formas, como empezar por el
final e ir contando la historia hasta el principio. Una de mis estructuras favoritas es in
media res, es decir, comenzar en medio de la historia, cuando ya han sucedido
muchas cosas, e ir retrocediendo y avanzando hasta superar de nuevo el comienzo y
poner el punto y final. Así es como empiezan la mayoría de los capítulos de las series
actuales de televisión.
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4. Tiempo. También muy relacionado con la estructura, está el punto del tiempo
interno de la narración. Lo más sencillo es contar una historia en el orden cronológico
en el que se sucedieron los acontecimientos. Pero es aburrida hoy en día. Estamos
bastante cansados de consumir historias sobre todo en el formato cinematográfico.
Los cambios temporales le dan frescura y dinamismo a los textos: los retrocesos
temporales o flashback; la visión anticipada de lo que va a ocurrir en el futuro o
flashforward; las estructuras fragmentadas que van dando saltos en el pasado y en el
futuro y que hay que reconstruir una vez acabada la historia como Pulp Fiction…
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Es difícil que una descripción de ambiente no caiga en el costumbrismo. Lo que sí
sigue siendo interesante es el recurso de los fenómenos meteorológicos, tanto para
marcar el paso del tiempo en la historia (las estaciones del año) como para mostrar
los estados anímicos o como síntoma metafórico de las vidas interiores de los
personajes: nevadas, tempestades en el mar, lluvia de ceniza, calor que derrite a los
pájaros… Pero de nuevo, sin caer en la descripción demasiado pormenorizada y sobre
adjetivada. Estoy pensando en "Afuera está la primera inmunda" de Silvina Ocampo,
"Un tiempo implacable de noviembre" de “Casa desolada” (Dickens) o "la muerte del sol" de
“La máquina del Tiempo” (H.G. Wells).
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7. Acción y tensión. A veces los comienzos de las novelas son tan buenos que luego es
difícil mantener el nivel. Se frustran las expectativas del lector y las acciones se
convierten en una sucesión de anécdotas sin pies ni cabeza. Es importante que los
capítulos terminen siempre en un punto álgido para mantener el interés del lector y
que quiera seguir leyendo. Dosifica la información, no des ni mucha ni poca y deja
pistas a lo largo de la trama para mantener el misterio.
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Narrador en segunda persona. El menos utilizado de todos, pero uno de los
más interesantes. Apela directamente al lector mediante el tú o el vosotros.
Consigue que el lector se involucre en lo que se le cuenta porque se apela
directamente a él. Se suele usar en el género epistolar. Un ejemplo clásico sería
"Cinco horas con Mario" de Miguel Delibes.
Según el punto de vista, puede haber un narrador desapegado, que describe de
manera objetiva lo que ocurre, sin opiniones. Es sutil y, a veces difícil, pero
gratificante para el lector, que añade su interpretación a la historia, sin verse
influido por el narrador. O un narrador comentarista que aunque no participe
en la historia, introduce reflexiones sobre lo que sucede.
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11. Final. Tanto el principio como el final de una novela, tienen que estar
íntimamente ligados y ser coherentes con toda la estructura del relato. Pero como en
los comienzos, no hay demasiadas reglas y si las hay, están para saltárselas. Este
punto de la estructura daría para otra tesis, así que solo os contaré que Hemingway
fue el primer autor que se cargó de un plumazo el primer acto de la estructura
clásica: ya sabéis, planteamiento, nudo y desenlace de toda la vida. Él decidió que ya
teníamos suficiente información en nuestro imaginario colectivo como para
saltarnos los comienzos. Pero unas décadas antes, A. Chéjov ya había destrozado el
tercer acto, es decir, el final de la historia. El autor ruso creía que hay conflictos que
no se pueden resolver. Hay cosas que pasan en la literatura pero no en la vida,
porque la vida siempre sigue. Más tarde, desde Salinger y sobre todo desde Carver,
la estructura se desbarata y ya no hay ni principio ni final. Hay un momento
epifánico en el que los personajes entienden algo (se hace luz sobre un conocimiento
que estaba oculto) pero no se resuelve nada. La vida continúa y por tanto los finales
deben ser abiertos. Yo no me creo los finales que cierran demasiado. Como lectora,
no me dejan margen a la imaginación. Uno de mis “The End” favoritos (aunque está
bastante cerrado) es el de “El gran Gatsby” de F. Scott Fitzgerald: [SPOILER]
«Había recorrido un largo camino para llegar a este verde césped, y su sueño debió de
parecerle tan próximo que no le sería imposible lograrlo. No sabía ya que estaba detrás de
él en alguna parte de aquella vasta oscuridad, más allá de la ciudad, donde los oscuros
campos se desplegaban bajo las sombras de la noche. Gatsby creía en la luz verde, el
orgiástico futuro que, año tras año, aparece ante nosotros…Nos esquiva, pero no importa;
mañana correremos más de prisa, abriremos los brazos, y…un buen día…Y así vamos
adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el
pasado».
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Por si te has quedado con ganas de saber más o sientes que necesitas un
impulso con tu novela, puedo ayudarte en las siguientes áreas:
¿Tienes una idea para una novela pero no sabes por dónde empezar?
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