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Reseñas de Libros

Nickel: la hacienda,
¿dominio o coexistencia?

Heriberto Moreno García


El Colegio de Michoacán

Después de diez años de su edición en alemán, el Fondo de


Cultura Económica ha publicado la versión castellana del li­
bro Morfología social de la hacienda mexicana de HerbertJ.Nic­
kel, quien en los años 70 formó parte del Proyecto de la
Cuenca Puebla-Tlaxcala de la Fundación Alemana para la
Investigación Científica.1
Su nueva aparición, para quienes no lo podemos leer en
el idioma original, tiene algo de los hallazgos de las piezas
arqueológicas, como digno y fehaciente testimonio del gra­
do de avance que, hasta el momento de su elaboración, re­
gistraba la historiografía agraria mexicana y, por consiguien­
te, también como punto de referencia para lo que después
se ha producido. Pero siempre como muy interesante y alec­
cionador.
Muchos comentarios debió merecer en su presentación
inicial una obra tan importante. Entre los que tuvimos más
a la mano, cabe mencionar las reseñas críticas que le dedica­
ron Jan Bazant,2 Ursula Ewald3 y Warren Schiff;4 así como
la difusión que de algunos de sus enfoques básicos hizo Gi­
sela von Wobeser en uno de sus estudios sobre haciendas.5
Trabajos todos ellos que nos resultaron muy útiles y aleccio­
nadores para la preparación de este ensayo que aquí presen­
tamos sobre los enfoques de Nickel, la composición y la me­
todología de la obra y sus temas más relevantes, antes de
aventurar nuestros comentarios.

I. La hacienda según Nickel

Frente a los anteriores estudios sobre la hacienda, en los que


predominaban los referentes a los tiempos coloniales, pero
conformados por un concepto y figura de la hacienda que
troquelaron algunos escritores engallados contra el sistema
porfirista pero sin mayores fundamentos teóricos ni encues­
tas empíricas, pues para ello bastaban los recuerdos y expe­
riencias personales, Nickel se presenta dispuesto a recoger
y revisar toda la producción historiográfica sobre la hacien­
da mexicana y a cotejarla con sus hallazgos propios, porque,
como él apunta, actualmente es imposible callar sobre las
contradicciones entre el concepto dominante de la hacien­
da y los resultados empíricos aportados por aquellos histo­
riadores que en una forma u otra se ocuparon de la hacien­
da.6
El trabajo de Nickel, con todo, no queda comprendido
dentro del género historia de hacienda; más le interesa elabo­
rar el concepto científico de hacienda, con base en una in­
vestigación empírica y a través de un desarrollo cronológi­
co que se extiende desde la formación de las haciendas hasta
su desaparición. Con ello, como lo señaló a su tiempo Ba-
zant, pretende investigar la morfología social de la hacien­
da y limitarse al análisis de las dimensiones sociales y eco­
nómicas de esa institución.7
El campo conceptual hacienda en México queda enfocado
en tres dimensiones: clásica, transicional y modemizada-em-
presarial (p. 20). Esto le permite formar una tipología según
el grado de modernización, con miras a una clasificación
completa y a la construcción explícita de la teoría (p. 22). En
realidad, la transicional recibe muy poca atención. La ha­
cienda dásica desde mediados del XVI ya cuenta con los ele­
mentos constitutivos, que se consolidan a mitad del XVII.
Al no haberse producido cambios notables, dominó todo el
XVIII y la mitad del XIX. La hacienda modernizada se va
acentuando desde entonces hasta la revolución. Es obvio que
por las influencias industrial-capitalistas, algunas haciendas
fueron perdiendo sus notas primarias tradicionales y se
transformaron. El punto culminante lo alcanzaron cuando
el cardenismo; entonces ya no eran propiamente haciendas,
sino verdaderas empresas agrícolas capitalistas (p. 21).
Para Nickel las haciendas serán grandes explotaciones
agrícolas que, como lo arguyeran Bazant y Florescano, apa­
recerán como no-feudales, tendrán su política y sus tácticas
de mercado y actuarán cual empresas capitalistas. Asimismo,
ya que las plantaciones sólo se desempeñaron como tales de
la segunda mitad del siglo XIX en adelante, también en­
trarán en el rubro de haciendas (p. 24).Ni para qué abun­
dar más; como lo sintetizó Ewald, el énfasis se pone en la
hacienda de finales de la colonia (1750-1821) y en la con­
temporánea (1880-1930), cuando en algunas regiones la ha­
cienda se convirtió en una moderna empresa agrícola casi
industrializada y altamente tecnificada, que requirió mano de
obra especializada en lugar de peones de campo.8
Nickel pretende encuadrar esas etapas dentro de dos di­
mensiones: la de la estructura social interna y económica y
la del marco de las condiciones naturales, políticas, económi­
cas y sociales. En lo social él finca los elementos constitutivos
del sistema. Lo económico sólo se toma en cuenta cuando
determina directamente la existencia de la hacienda y la es­
tructura social interna. El marco de las condiciones se esta­
blece en relación con el desarrollo, estabilidad, cambios y de­
saparición de la hacienda (p. 28).
Elemento fundamental de la hacienda, la tenencia de la
tierra, desde la colonia y por más de un siglo en delante, fue
el más adecuado tipo de inversión, o de usurpación, de ri-
queza por parte de los criollos típicos y a veces, también de
las élites indias. La hacienda proporcionó a las clases altas
un tipo de actividad económica extrañamente prestigiosa, al
mismo tiempo que creaba fuertes presiones en contra de la
sobrevivencia de los pueblos indios y sus instituciones de
propiedad comunal. No obstante, el estilo europeo y el in­
dio muchas veces se encaminaron fatalmente a la comple-
mentación. Proveedoras de alimento para los consumidores
criollos, las haciendas se dirigieron a producir trigo y gana­
do para un mercado habitualmente cautivo en su región. En
cambio, relativamente independientes, los campesinos in­
dios prefirieron cultivar sus productos tradicionales o fue­
ron obligados a hacerlo por varias circunstancias adversas,
como la falta de riego. Estas realidades debilitaron los esfuer­
zos criollos por imponer los productos agrícolas europeos en
lugar de los indígenas.9
Sólo se operó una transformación drástica hacia 1880,
cuando a las condiciones políticas, económicas y de las co­
municaciones se añadió un fuerte aumento de la población.
Así se incrementaron las diferencias entre los tipos de explo­
taciones agrícolas: latifundios del norte, haciendas periféri­
cas, plantaciones de henequén, haciendas azucareras o ce-
realeras, etcétera (p. 105). A pesar de la aparición de estas
grandes empresas modernas, no es del todo clara la identi­
ficación entre modernización e industrialización; ni se com­
prueba que la tendencia haya sido general, ni provechosos,
racionales y proporcionados sus resultados (p. 135). La ha­
cienda tardía, fundada en exigencias colonialistas o neoco-
lonialistas, así como en normas jurídicas liberalistas, (p. 142)
también ocasionó, por sus abusos, que los desocupados y los
sin recursos reaccionaran en su contra y se dieran a la re­
vuelta (p. 106). Desde ese momento aparecen indicios de
nuevas característas distintas de las tradicionales, como se­
rían la dominación del mercado por las plantaciones orien­
tadas a la exportación y el reclutamiento de la mano de obra
sin base en el peonaje por deudas (p. 143).
Frente al cliché de la revolución agraria, o del movimiento
agrario revolucionario, Nickel sólo considera revolucionarias
las acometidas directas contra la hacienda; sobre todo, la
abolición del peonaje y la fijación de salarios mínimos (pp.
171-173); si bien, más daños le procuraron a la hacienda las
visitas de las tropas indeseadas y el abandono de los traba­
jos por los peones fugitivos. En cambio, la hacienda resultó
bastante apetecible para muchos revolucionarios y los mis­
mos peones no se entregaron a la desbandada cuando en
1914 se condonaron las inveteradas deudas. Parece que úni­
camente se lanzaron en contra de la hacienda los que habían
sido desplazados u obstaculizados por ella (p. 174).
Hasta la presidencia de Calles el ataque contra la hacien­
da tenía las notas de lo pasajero, aunque ya en la Constitu­
ción de 1917 se habían puesto las bases para su desaparición
y en los años sucesivos se habían estatuido normas jurídico-
laborales un tanto hostiles. La posición de Cárdenas sí fue
netamente antihacendista y ayudó a realizar el mito agrario
revolucionario: resolución de los problemas mediante la des­
trucción de la hacienda, reforma agraria en beneficio de los
campesinos e indigenización de la sociedad (p. 180).
La creación del ejido modificó radicalmente el mercado
de trabajo y la mano de obra campesina se emancipó de las
haciendas que sobrevivieron. El ejido campea como una ver­
dadera alternativa revolucionaria (pp. 180-181). Tuvo gran
éxito social y sobre todo político; pero definitivamente, no
económico, pues apenas garantiza la subsistencia del cam­
pesino por lo poco productivo. No así la mediana propie­
dad, materializada en los ranchos, organizadores de empre­
sas agrícolas, que hubieran contado con el apoyo de los
liberales desde Benito Juárez y don Porfirio. De modo que
ni siquiera mediante el ejido, victimario de la hacienda, se
han resuelto los problemas sociales y políticos del sector
agrario (p. 181).
El remate nada halagüeño de este excurso reconstruido
con el cartabón de Nickel, sorpresivamente, nos hace regre-
sar a sus primeras páginas y suposiciones iniciales, sobre los
cuales había alzado su llamada de atención sobre la hacien­
da como responsable de las pocas oportunidades que siem­
pre tuvieron peones y campesinos parvifundistas, de la es­
casez de crédito en que se debatieron, de la insignificante
atención que se prestó a la infraestructura campesina y de
su imparable flujo migratorio a las ciudades. Para Nickel, la
hacienda, a causa de sus deformaciones psicosociales, sobre­
vive aún nefasta e indirectamente, en la proverbial apatía
del campesino y en su lamentable sometimiento a todo tipo
de autoridades (p. 9).
La sorpresa nos cala más, al recordar que Nickel había
comenzado por descartar la posición y actitud de los críticos
porfirianos contra la hacienda y por anunciar un enfoque
más científico desde su emplazamiento teorico-empirico. Si
los éxitos parciales que vio en el ejido, no le ahorraron la
condena contra su fracaso económico, tampoco le permitie­
ron superar el tono antihacendista y antilatifundista que im­
pregnó la literatura sobre la reforma agraria revolucionaria.
Tal vez, en una de estas contradicciones haya pensado
Ewald, cuando en su reseña se refirió al riesgo de vitorear
los éxitos sociales y políticos del ejido, mientras se reprue-
ban sus resultados económicos, como consecuencia de acep­
tar un poder omnímodo de parte de la hacienda y, en últi­
ma instancia, de privilegiar lo social frente a lo económico.10

II. Composición

La obra se divide en tres grandes partes que constituyen un


pasaje bien organizado desde el enfoque sobre la hacienda
mexicana en general al examen de dos ámbitos, con sus res­
pectivos modelos: el regional, del altiplano Puebla-Tlaxcala,
y el local, de la hacienda de San José Ozumba v el rancho de
Minillas, un tiempo en poder de los jesuítas. Cada una de
esas partes, según la exposición concisa de Bazant, compren­
de, primero, una sección sobre la época colonial, luego otra,
bastante breve, sobre la etapa de transición (1821-1880) y,
finalmente, la de la fase tardía (1880-1930). La primera y la
última se inauguran con un marco político, social y de­
mográfico, después se ocupan del origen y desarrollo de la
propiedad y de los aspectos económicos, como el recluta­
miento de la mano de obra y el peonaje.12 En realidad, pri­
va en tal grado la preocupación analítica sobre la sintética y
genética, que como también lo comenta ese mismo crítico,
el libro consiste de tres monografías prácticamente inde­
pendientes y ligadas entre sí únicamente por la introduc­
ción. Pero el lector podrá comprobar, como lo han manifes­
tado los distintos comentaristas, que la parte general sobre
la hacienda mexicana, es una excelente revisión de todos los
estudios publicados hasta entonces, y que podría ahorrar a
los historiadores el trabajo de volver sobre el viejo e inope­
rante cliché de la hacienda clásica13 que grabaron y agrava­
ron críticos porfirianos y enaltecedores de la reforma agra­
ria revolucionaria.
La parte regional está basada sobre nuevas fuentes, de
información de archivos mexicanos nacionales y locales, así
como de publicaciones alemanas, mexicanas y norteameri­
canas, muchas de las cuales eran prácticamente descono­
cidas, si no es que menospreciadas. En lo local, se dispuso
afortunadamente de archivos particulares. Para Nickel, los
mejores documentos coloniales por su grado de conserva­
ción y asequibilidad resultaron los de la contabilidad de las
antiguas haciendas jesuítas y, para la fase tardía, las encues­
tas levantadas durante el porfiriato, las actas notariales y
también la contabilidad junto con la correspondencia de los
propietarios y sus administradores (pp. 14-18). A todo eso
se añaden mapas, gráficos, tablas, fotos y la acuciosa obser­
vación directa. El vistazo más somero al índice de nomencla­
tura decimal, revela el interés del autor por una aproxima­
ción más teórica al objeto hacienda. El estilo, en ocasiones,
es innecesariamente abstruso y denso y hecho de frases que,
\

comunican al lector la sensación de una carrera con obstácu­


los.14

III. Cuestiones de método

Como presupuesto metodológico, Nickel asevera que es po­


sible, mediante una serie de investigaciones empírico-des-
criptivas, construir una red fiable de coordenadas referidas
al conocimiento para, dentro del contexto de una serie de
análisis secundarios, poder llegar a generalizaciones, pro­
bablemente más estables, sobre el sistema de la hacienda (p.
14>-
Su meta es establecer un nivel teórico de trabajo lo más
elevado posible, mediante la formulación de proposiciones
teóricas situacionales muy bien limitadas espacial y tempo­
ralmente, recurriendo a la falsación de algunas afirmaciones
de carácter amplio presentadas por otros historiadores so­
bre el sistema de la hacienda, para terminar proponiendo
nuevas categorías y proposiciones generales más consisten­
tes y prometedoras (p. 30).
Dentro de las tareas de investigación, Nickeljuzga indis­
pensable imponer una concepción científica y disciplinaria
y un ordenamiento del material con contenido científico. Pa­
ra ello ayudará cuestionarse sobre los siguientes tópicos: for­
mación y transferencia de capital, dominio sobre recursos
naturales y humanos, subordinación de las comunidades a
las haciendas, como empresas feudales, comerciales, capita-
lista-industriales, comercialización y variación del sistema de
haciendas, función del paternalismo y del ausentismo de los
amos, papel de los calpaneros (jornaleros, empleados residen­
tes) y de los operarios eventuales y salarios reales de los po­
bres (p. 30). El análisis de esos tópicos preparará la for­
mulación de las proposiciones, o enunciados de temas y
subtemas. .
Con todo, Nickel reconoce la virtual imposibilidad de al­
canzar el nivel máximo de la teoría; por eso recurre al análi-
sis morfológico social, que es útil cuando el estado de la cues­
tión es todavía discutido, la información es incompleta, los
avances en la formulación de la teoría son escasos y el subs­
trato material sólo sirve como indicador de la realidad social
y económica pasada, al no haber acceso directo a los datos
sociales (p. 27). Como resultaría descomunal tratar todos los
aspectos del sistema de hacienda, sólo analiza las dimensio­
nes sociales y socioeconómicas de la hacienda y su ámbito.
Pero ante su desarrollo y sobrevivencia de duración secular,
se necesitará hacer digresiones históricas que delimiten y ca­
ractericen su duración, con referencia a sus rasgos perma­
nentes y a sus cambios. Sin que se pretenda, como ya se di­
jo, una historia de hacienda (p. 27).
En pocas palabras, la dimensión temporal no es la pau­
ta del discurso, lo que no significa que se le ignora; signifi­
ca, más bien, que el modelo se centra en la parte específica
del objeto-hacienda, que se acentúan sus relaciones sociales
y sus manifestaciones externas en el substrato material, y que
se analizan las dimensiones sociales y socioeconómicas de la
hacienda y del ámbito social inmediato dominado por ella
(p.27). Así, se construye la primera parte, la general, sobre
datos internos, analizando las diversas tesis que sobre la ha­
cienda ha habido y sus contradicciones, y la segunda y ter­
cera, regional y local, con datos externos, empíricos, nuevos.
Sobre esos tipos de datos, elabora el análisis descriptivo y
crea las categorías descriptivas, para comprobar los frag­
mentos de teoría y las interpretaciones teóricas (p. 29).
Así llega al momento de formular un modelo operativo
de la hacienda, que recoja y asigne posición y peso específi­
co a la multiplicidad de los datos empíricos. El modelo que­
da constituido por un doble conjunto de características. Las
primarias, o constitutivas, se refieren al triple dominio de los
recursos naturales, de la fuerza de trabajo y de los mercados
regionales-locales, y a su utilización colonialista, especificidad
esta que legitima los ámbitos y el ejercicio del dominio. Se­
mejante dominio colonialista presupone también una cierta
extensión territorial en poder de la hacienda, un cierto vo­
lumen de actividad económica que desempeña la hacienda,
unas ciertas relaciones de competencia y competitividad de
parte de la hacienda frente a su entorno y una cierta canti­
dad y diversidad de los recursos naturales que la hacienda
ha acumulado y controla (p. 19).
Las secundarias son aquellas derivadas de los distintos ti­
pos regionales y temporales de la hacienda y pueden refe­
rirse a unas once notas: extensión, elección del producto, vo­
lumen de producción, capital, arrendamiento, absentismo,
autarquía, autoconsumo, división del trabajo, equipamien­
to y técnicas. Dentro de estas características secundarias se
producen, por la evolución a través del tiempo, las variables
temporales, ocasionadas o impuestas por factores internos o
externos. Asimismo, habrá variables regionales o espaciales, si
bien la delimitación geográfica de los tres ámbitos (México,
Puebla-Tlaxcala, Ozumba) no obedece a la preferencia de
Nickel por una metodología regionalista, sino a la búsque­
da de economía de trabajo respecto a la investigación (p.10).
La diferenciación entre características constantes y variables
se funda y sólo se comprueba empíricamente; por eso pue­
de haber en las diferentes tesis que aparecen en la biblio­
grafía anterior varias aserciones contradictorias, fruto de ha­
ber efectuado sus autores agrupaciones selectivas entre esas
características (pp. 9, 19-21).
La distinción y aplicación de las variantes permiten in­
dividualizar y organizar los caracteres de la hacienda, res­
pecto al lapso temporal y al ámbito geográfico, desarrollar
las otras variantes temporales y regionales y revisar el con­
cepto de hacienda para modificar y afinar el modelo y sus
variantes y corregir el concepto de hacienda. La organiza­
ción de las variantes cristaliza en una disposición de las pro­
posiciones que, palabras más palabras menos, forman una
urdimbre de aspectos al cruzarse todas ellas con los tres
ámbitos: el general, el regional y el local, y al ubicarse en la
secuencia temporal de las etapas colonial, transicional y
tardía.
La clasificación decimal concurre eficazmente a que las
distintas características estructurales o las condiciones mu­
dables puedan localizarse de manera inmediata. Eso no qui­
ta, ya lo habían apuntado sus primeros críticos, que el desa­
rrollo de un asunto haya de seguirse por distintos lugares
del libro, con las consabidas interrupciones y repeticiones.15

IV. Algunos temas relevantes

Sin pretender por nada agotar, ni siquiera nombrar, todos


los tópicos y asuntos que aborda el libro de Nickel, del que
se dijo que es una enciclopedia16 haremos un recorrido por
aquellos temas que nos resultaron más interesantes en su
trabajo.

1. La hacienda y el ordenamiento rural

La imposición del mando hispano en el ámbito rural abori­


gen no encontró impreparados a los indios para el someti­
miento a las exigencias de la nueva exacción económica y de
fuerza de trabajo.
Así, mientras el repartimiento agravó los modos de apro­
piación prehispánicos, la encomienda conservó la tradición
de los servicios y tributos, substituyendo y multiplicando a
los beneficiarios, y fue la ancha vía de acceso a la hacienda.
En ese tranco, mientras la relación encomendero-indio ha­
bía sido real, por la consignación de bienes materiales, la de
encomendero-hacendado facilitó la oportunidad de obtener
tierra. Los encomenderos fueron los primeros hacendados
y quienes ulteriormente llegaron a hacendados, miraron la
encomienda como el modelo en cuanto a la explotación y
dominio colonialista de los recursos y la valoración social y
económica del indio (pp. 42, 46).Muy lejos queda esto del
manido argumento que puso por base de la creación y sos­
tenimiento de las haciendas la razón del mero prestigio so­
cial sin intereses económicos. Si el prestigio tenía su peso en
el momento de la adquisición de la tierra, de ninguna ma­
nera excluía el procedimiento comercial ni el interés en las
ganancias; al menos, no en los administradores y propieta­
rios menores que llevaban muy a pecho el cálculo de sus be­
neficios (p. 54).
Ante el auge y prestancia de la hacienda en el campo no-
vohispano, la corona española manejó dos cartas irreconci­
liables: asegurar el dominio y explotación de la colonia y
brindar protección a la población india. Difícilmente pudo
actuar como una procuradora justa de los indios; cuando
mucho, a finales del coloniaje, mediante una legislación más
afinada, sí puso en bastantes dificultades a los hacendados
(pp. 59-60).
La guerra de independencia impidió la realización del
control sobre los hacendados. Desde entonces hasta Maxi­
miliano no hubo modificaciones importantes. Las leyes agra­
rias liberalistas pusieron el fundamento de la sujeción de la
comunidad indígena a la hacienda. Pero la vida en las ha­
ciendas, a lo largo del siglo XIX, se modificó más por las ope­
raciones militares y latrocinios que por las normas jurídicas.
Los peores daños no fueron tanto por los robos, cuanto por
el descuido de los campos impuesto por las fugas o las levas.
Examinando la política liberal, no se puede definir si su in­
tención fue debilitar la comunidad o convertir a los comu­
neros en proletarios. Tal vez, lo único cierto fue que los ob­
jetivos liberales, como el incremento de la productividad, la
eliminación de los latifundios improductivos y la creación de
una clase media rural, fracasaron a causa de las contradic­
ciones particulares del liberalismo temprano, las deficiencias
de fondo, la falta de conocimientos técnicos y la codicia de
las élites antigua y nueva (pp. 93-94, 96).
En realidad no se conoce en qué magnitud las leyes de
desamortización, nacionalización, baldíos y bienes naciona­
les lograron la creación de fincas agrícolas; pero no todo lo
desvinculado fue para las haciendas, ni todas las adquisi­
ciones fueron enormes e improductivas (pp. 110-111). En
cambio, un éxito suyo fue el desarrollo del transporte en re­
giones periféricas, y todavía del centro, en el cual los ha­
cendados tuvieron tanta participación, no siempre despro­
vista de desarticulación y egoísmos (p. 113). Fue en el
porfiriato cuando la crítica liberal se lanzó no tanto contra
la falla económica de la agricultura cuanto contra el sistema
de la hacienda, particularmente la cerealera y de alimentos
básicos, ya que otros productos campiranos sí estaban regis­
trando notable incremento (pp. 131-132, 133). Podían más
los motivos sociales y políticos y el rechazo a los áentíficos,
entre los cuales había muchos hacendados. La hacienda no
había beneficiado a la clase media y sí había originado serias
desventajas en su derredor, expulsado y proletarizado a los
arrendatarios y eliminando a los pequeños propietarios (p.
145).

2. ¿Autarquía o radio de acción?

Resulta difícil un juicio definitivo sobre las relaciones e in­


fluencias de la hacienda sobre comunidades, mercados y fin­
cas vecinas. Por eso, más que aceptar la feudalización que se
atribuyó a las haciendas coloniales, hay que investigar en qué
circunstancias adoptaban una relativa autarquía. ¿Por qué
todas las demás haciendas debían ser menos comerciales que
las de los jesuítas? (pp. 68, 69). Malamente se puede hablar
de autarquía en una hacienda que junto con las tierras,
aguas y bosques, redujo la libertad de decisión política de las
comunidades indias. El derrumbamiento de la estructura
agraria tradicional, favoreció a la hacienda como la institu­
ción universal del dominio español y la subordinación in­
dígena. Muchas funciones e instituciones de la comunidad
se transfirieron a la hacienda; tales como calpanerías, igle­
sias, tributos, derehos de usufructo de tierra y agua, funcio­
nes políticas, normas sociales. Así se perdió la jerarquía ciu­
dad-pueblo indio. En el valle de México se impuso la cade­
na hacienda-rancho-pueblo-barrio (pp. 116, 56,48,59). Fue
tanta esa dependencia que los miembros de las comunida­
des que trabajaban para la hacienda siempre estaban llevan­
do pleitos en que se declaraban libres y se resistían a ser te­
nidos como adscripticios (p. 70).
La misma actitud expansionista de la hacienda le veda­
ba la autarquía; al menos, la social y política. Si en algunos
momentos y lugares se recurrió a la autarquía económica, y
eso pasó más en el norte que en el centro, tal vez derivó de
un ajuste forzoso a las dificultades del mercado y el transpor­
te y de la necesidad de reducir gastos. Pero aun así, habría
que ver en qué medida esta interpretación deriva del prin­
cipio weberiano de autarquía que empleó Tannenbaum, en
el sentido de utilización de los recursos disponibles con el fin
de percibir una renta, o de una economía de subsistencia
con el menor volumen posible de intercambios, y con qué
razón se haya de aplicar sólo a algunas haciendas periféricas
con tierras dadas en arrendamiento o aparcería (p. 69). Ni
para qué recalcar que la tesis de la autarquía invalidaría la
nota constitutiva de la hacienda que define Nickel como de
dominio colonialista.

3. Ausentismo, administración y control

La hacienda era dirigida en forma predominante por admi­


nistradores, mientras los dueños vivían en las ciudades. Pa­
ra muchos historiadores la nota de ausentismo fue la expli­
cación de la poca eficacia de la hacienda. Pero aun para la
etapa colonial, ha de tomarse como cierto que en la ciudad
los dueños negociaban mejor sus productos y tenían un me­
jor contacto con las fuentes del poder. Los mismos jesuítas
tenían sus administradores en el campo, al tiempo que ellos
traficaban en las ciudades (p. 74).
Una vez que la seguridad de los bienes y las vidas se
afianzó en el campo y mejoraron transportes y comunicacio­
nes, la ausencia del amo con más justa razón habrá de con­
siderarse bajo enfoques positivos. Postal, telegráfica y te­
lefónicamente desde la ciudad podía vigilar y controlar la
finca; allá, conseguir contratos, agilizar la realización comer­
cial y moverse en el centro de los intercambios y las influen­
cias (pp. 146-147).
Siempre se manejó la hacienda con fuertes cargas de pa-
ternalismo. Las normas fundamentales, en un principio, de­
rivaron del concepto de minoría de edad del indio y de la
obligación del patrón de orientar la remuneración hacia un
salario justo que le garantizase la subsistencia. Tal vez por el
tipo de documentación que ha perdurado, se sabe que pre­
dominaban las sanciones negativas; las positivas son más ra­
ras y operan como compensación muy limitada del salario
escaso y de las labores excesivas (p. 88). También en la ha­
cienda de la fase tardía, privaba el paternalismo; pues no
había forma ni recursos legales o sociales para que los traba­
jadores obligaran al hacendado a ciertas normas de conduc­
ta que les resultaran beneficiosas. Cuando mucho, se daba
alguna intervención de la prensa (pp. 160-161). De seguro,
fruto de ese paternalismo fue la falta de cohesión social y
consciencia de clase entre los trabajadores. Las mejoras que
hubo en las relaciones laborales, quedaron a discreción de
los intereses de los hacendados y remachaban el cerco (p.
153).

4. La fuerza de trabajo

El reclutamiento de la mano de obra, en la colonia, proce­


dió bajo la reconocida arbitrariedad y las presiones indirec­
tas de la hacienda sobre la comunidad o sus caciques. Los
distintos procedimientos se regían por las condiciones regio­
nales, la densidad demográfica, la fuerza política de las co­
munidades, la capacidad de imposición de las autoridades,
la situación financiera de los hacendados, la extensión do­
minada por ellos y los rancheros y el grado de organización
que privaba en sus fincas (p. 83, 84).
Con todo, en varios lugares y durante el siglo XIX, se
vuelve cantilena la queja de los agricultores por la falta de
brazos y por tener que contratar los peones por salarios ca­
da vez más altos. Es obvio que entraban enjuego el monto
de los salarios y la densidad demográfica regional. Pero aun
en el ámbito neocolonialista de las plantaciones, las prácti­
cas del reclutamiento se seguían realizando sin pasar por el
mercado libre de trabajo que, geográficamente, iba decre­
ciendo de norte a sur. Si durante el porfiriato variaron las
formas de reclutamiento y retención de la mano de obra, no
por eso dejaron de ser tan arbitrarias e injustas como ante­
riormente (pp. 127-130, 153).
Participaban de esta problemática las prácticas del arren­
damiento y la aparcería. Eran una alternativa, y no sólo en
la colonia, a la rentabilidad escasa, al poco capital y a los m u­
chos gravámenes que paralizaban la economía, sin contar la
exacción de diezmos y alcabalas. Se recurría a medieros,
aparceros y arrendatarios para disminuir a un mínimo los
costos de producción, para aplicar un cálculo racional capi­
talista sobre las superficies menos productivas y para soste­
ner mejor, en caso necesario, los precarios derechos de pro­
piedad de la tierra, pastos, agua y madera. Tales formas de
cesión de la tierra no simpre fueron la consecuencia de un
estilo de vida feudal apartado del comercio. Asimismo, ante
las posibilidades de comercialización, y con el fin de contro­
lar solos la producción en los momentos de auge, los hacen­
dados desalojaban a los inquilinos (pp. 72, 73, 148-149).
Podemos pensar, ante el constante recurso por parte de
los hacendados al arrendamiento y la aparcería, que sus
prácticas se volvieron estructurales dentro de la economía
de las haciendas.
5. El peonaje y las deudas

Es este uno de los temas más recurrentes en el libro, cual


problema que atraviesa toda la historia de la hacienda. Tras
la encomienda y el repartimiento, se estiló la obligación
jurídico-contractual de la mano de obra indígena, que bajo
las presiones y anticipos adecuado, cuajaba en la permanen­
cia y retención del peón. No obstante que la corona rechazó
la servidumbre personal ligada a la tierra y la retención por
deudas, jamás prohibió que las deudas se pagaran con tra­
bajo. Según Nickel, se ha exagerado esta razón. La deuda
pudo verse como complemento del salario y fuerza de ne­
gociación por parte de los peones. En los casos de deudas
activas, los saldos obrarían como ahorros de los excedentes
del trabajador (pp. 85-87).
Aun en tiempos muy tardíos, no se puede establecer una
relación entre peonaje, monto del endeudamiento y reten­
ción; si bien, el manejo de la deuda por parte de la hacien­
da tenía por objeto impedir la movilidad de los peones y la
pérdida del préstamo. También puede pasar la deuda como
una prestación o gratificación adelantada que aseguraba la
lealtad del peón. El caso es que cuando en 1914 se cancela­
ron las deudas de los peones, no se desbandaron; de segu­
ro porque aún pesaba sobre muchos de ellos la necesidad de
permanecer en la hacienda (pp. 156-157, 159).
De igual manera, habría que revisar la conexión entre
tienda de raya y deuda del peón, pues no forzosamente tu­
vo que desempeñar la tienda una función conspiradora en
contra de la economía del acasillado. Las deudas no se acu­
mulaban tanto por los créditos obtenidos en la tienda, cuan­
to por préstamos para gastos en casos de enfermedad, días
de fiesta y otras necesidades o cargas. Sin la intención de ne­
gar o justificar todos sus abusos, cabe la posibilidad de con­
siderar las tiendas de raya como reguladoras de precios, en
aquellas zonas más desarrolladas, donde entraba a la concu­
rrencia el comercio extraño. Donde no eran los únicos ex­
pendios al alcance de los peones (pp. 167-168).
Bazant, que había encontrado en las haciendas de San
Luis Potosí tantos datos que obligaron a reconsiderar las te­
sis tradicionales sobre el peonaje por deudas, ocupó la ma­
yor parte de su reseña en cuestionar las posiciones de Nic­
kel. Le resulta dudable la severidad del Código Penal de
Puebla contra los deudores fugitivos, cuando el del Distrito
Federal, de 1871 y que fue adoptado en otros estados, más
bien culpa de fraudulentos a los hacendados que no pagan
debidamente a los peones. En esa misma crítica se echa de
menos la documentación que justifique las prácticas de los
hacendados de recurrir a fiadores o de presionar a los fami­
liares del peón fugitivo.17
Ante la pregunta que se hace Nickel sobre qué era lo que
los peones veían en su endeudamiento, Bazant comentaba
que el autor, europeo occidental, partía de la tesis de que to­
dos los hombres aspiran a la libertad, sin poderse explicar
así la ligazón de los peones con la hacienda, pues lo que
debían tampoco se iban, como no se fueron en 1914 al can­
celarse por decreto todas las deudas. Yendo al meollo del as­
pecto social, hábilmente apuntaba Bazant que es posible que
muchos hombres -si no es que la mayor parte- prefieran la
seguridad a la libertad.18 Vuelve así la cuestión sobre la prio­
ridad de los enfoques económicos o los sociológicos, que ya
adelantara Ewald.

V. Comentarios finales

En estos últimos diez años mucho se ha producido en todos


los campos de la historia agraria mexicana, como artículos,
folletos, libros, conferencias, ponencias en mesas redondas
o congresos de especialistas. Entre todo ese cúmulo siempre
tendrá un lugar de excelencia el libro de Nickel. Ya es una
obra indispensable para los estudiosos de nuestra historia
agraria, particularmente de la hacienda. La primera parte
de su trabajo quedará consagrada como clásica en su géne­
ro. Su esquema organizativo, pedagógicamente, será la me­
jor guía y el más apropiado prontuario temático para quien
quiera cotejar y enmarcar sus propias investigaciones den­
tro de un paradigma sistèmico que, al mismo tiempo que da
lugar y proporción a los datos empíricos, permite proyectar
y realizar trabajos comparativos, en cuanto tiempos, lugares
y temas, como valiosa etapa en el conocimiento científico o,
al menos, más científico, de la historia rural en México y, por
extensión, en las otras áreas latinoamericanas.
Pero, producto de su tiempo, una obra tan valiosa no de­
ja de sorprendernos, no tanto por lo que alguno pueda juz­
gar que le falta, sino por ser fiel reflejo de las carencias o au­
sencias temáticas y de los enfoques que campeaban entonces
aun en la mejor literatura. En este sentido, destaca la ima­
gen y, por consiguiente, el concepto analítico, de una ha­
cienda incontrastable en su medio ambiente, que ostenta co­
mo carácter constitutivo la nota del dominio (de los recursos
naturales, la fuerza de trabajo y el mercado regional) ejerci­
do bajo la especificidad de colonialista, y posteriormente neo-
colonialista.
No hay duda de que Nickel se pronunció sobre la difi­
cultad de definir o calibrar el grado de influencia de la ha­
cienda sobre comunidades indígenas, rancheros y otros
agroganaderos. Quizá, más que el grado, habría que buscar
en esa dificultad el punto de arranque, el núcleo vital de la
investigación sobre la hacienda, verdadero organismo que
se desarrolla, en un sentido o en otro, únicamente a causa
de sus relaciones, cabría decir interrelaciones, con otros or­
ganismos que también la condicionan y hasta la determinan,
no obstante que al final de todo el proceso y desarrollo
histórico acaben demasiado débiles o hasta dominados.
Años antes del libro de Nickel, ya habían apuntado ha­
cia esas relaciones nodales y constitutivas las obras, por citar
los dos ejemplos más conocidos, de Charles Gibson, sobre el
valle de México,19y de William Taylor, sobre el de Oaxaca.20
También por ese tiempo, Hermán Konrad había abierto las
perspectivas en su estudio sobre la hacienda jesuíta de San­
ta Lucía,21 en que sin desconocer el papel protagónico de la
hacienda, nos acercó a la simbiosis operada entre ella y su
medio. No nos presentó sólo sus intecambios materiales, si­
no que se adentró en sus mutuas influencias e imitaciones
psicosociales y culturales, que llevaron a sus habitantes, aun
en el interior de la hacienda, a conformar una sociedad étni­
ca y funcionalmente diversificada. Mediante su enfoque an­
tropológico superó el acostumbrado análisis de los factores
de producción, de mercado y de control social y enmarcó a
la hacienda en el nudo de sus relaciones con el entorno na­
tural y humano, con la ciudad y el mercado, con las autori­
dades civil y religiosa y la comunidad indígena, con los ad­
ministradores y los trabajadores, etcétera.
Asimismo, cinco años después del trabajo de Nichel, un
artículo de corte historiográfico y metodológico, en que Eric
Van Young revisó la producción de las tres últimas décadas
sobre la historia agraria mexicana,22 nos permite cotejar el
avance que han realizado los especialistas en la materia. En­
tre otros tantos temas, el autor se ocupó de invalidar la tra­
dicional identificación entre historia rural e historia de la ha­
cienda y la necesidad de comenzar las investigaciones con
una definición que no haría más que violentar, bloquear y
desvirtuar la gran escala de variación que mostró la natura­
leza de la hacienda. Es tal su grado de polimorfismo, que
existe el riesgo de que la categoría de hacienda llegue a per­
der casi por completo su significado dentro de un análisis en
que se la conceptúe como agente principal. Será más consis­
tente verla como respuesta y efecto variable acomodaticio y
no sólo como simple causa aislada y única del desarrollo del
mundo rural. Su papel histórico cuadra mejor como varia­
ble dependiente que independientemente. Según su en­
señanza, no comprenderemos cabalmente la historia rural
mexicana, si no repartimos nuestra atención entre la hacien­
da y los otros elementos del campo y examinamos con todo
cuidado la economía y la sociedad campiranas como un sis­
tema total, en el que los fundos rurales sólo eran una parte
importante.23
En este caso, opinamos que tendrán que ser más prove­
chosos en la investigación los modelos operativos que se ela­
boren con las características que Nickel considera como se­
cundarias y sus variables temporales y regionales, que con las
primarias que podían hacernos la mala jugada de casarnos
con la imagen estereotipada de la hacienda y su dominio co­
lonialista. Su razón puede haber, toda vez que en varias oca­
siones en el desarrollo de su trabajo, Nickel se ve precisado
a reconocer que tal o cual hacienda no cuadra con los crite­
rios analíticos establecidos. ¿En tales circunstancias, pierde
esa unidad su entidad de hacienda?
También tenemos la impresión de que por la fijación de
un concepto tan cuadrado sobre la hacienda, se originó una
deficiencia en el tratamiento de Nickel. Fue la de presentar
y poner en acción a la hacienda, desde un principio, como
ya del todo constituida y formada. Mereció mayor y mejor
tratamiento el pasaje de los sitios o las estancias a la confor­
mación y configuración de las haciendas. Pero tal vez la im­
presión es injusta por olvidar que nunca se pretendió una
historia de hacienda.
Quizá, asimismo, en esa formulación conceptual, como
en sus juicios de valor y desvalor sobre la hacienda, la obra
de Nickel también sea un testimonio de la pervivencia de la
figura acuñada por los críticos porfirianos y los enaltecedo­
res del ejido sobre una hacienda dueña y señora del campo
mexicano, que puede ser caracterizada como directora y do­
minadora, si no es que explotadora, de toda la vida y activi­
dad campesinas.
Pero estamos seguros de que el lector encontrará que el
libro de Nickel, a diferencia de las piezas arqueológicas, es
mucho más que sólo testimonio y punto de referencia.
NOTAS
1. NI CKEL, Herbert J., Morfología social de la hacienda mexicana. Trad, de Angéli­
ca Scherp. México, Fondo de Cultura Económica, 1988, 485 pp. (Sección de
Obras de Historia). Edición en alemán: Soziale Morplwlogie der mexikanischen
Hacienda. Morfología social de la hacienda mexicana. Wiesbaden, Fundación Ale­
mana para la Investigación Científica, Franz Steiner Verlag, 1978, 432 pp.,
ilustraciones, mapas. (Publicación XIV del Proyecto México).

2. BAZANT, Jan, “Examen de libros”, en Historia Mexicana, vol. XXIX, núm. 2,


(114), (oct-dic 1979), pp.344-347.
3. EWALD, Ursula, “Book Reviews”, en The Americas. A quarterly review of Inter-
American cultural History. Academy of American Franciscan History, vol. 36,
núm. 4, (abril, 1980), pp. 551-553. Ella, también dentro del Proyecto México,
publicó Estudios sobre la hacienda colonial en México. Las propiedades rurales del Co­
legio del Espíritu Santo en Puebla. Wiesbaden, Franz Steiner Verlag, 190 pp.,
1976. (Publicación IX del Proyecto México).
4. SCHIFF, Warren, “Book Reviews. General”, en Hispanic American Históricai
Review. Vol. 60, núm. 3, (Agosto 1980), pp. 481-482.
5. WOBESER, Gisela von, La formación de la hacienda en la época colonial. El uso de
la tierra y el agua. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Insti­
tuto de Investigaciones Históricas, 1983. (Particularmente, pp. 51-54.
6. Todas las referencias al libro de Nickel las haremos en el texto, anotando úni­
camente los números de sus páginas citadas; en este caso, pp. 12, 13.
7. BAZANT, op. cit., p. 344
8. EWALD, p. 552
9. SCHIFF, p. 482.
10. EWALD, p. 552, 553.
11. SCHIFF, p. 481
,12. BAZANT, p. 345
13. Ursula Ewald comentó sobre esa primera parte: “...¿s byfar the best survey avai­
lable on the Mexican hacienda”, p. 552.
14. Warren Schiff calificó el estilo como “pedantic and choppy”, p.482.
15. BAZANT, p. 345; EWALD, p. 551.
16. SCHIFF, p. 481.
17. BAZANT, pp. 345-346.
18. Ibid., pp. 346-347.
19. The Aztecs under Spanish Rule: A History of the Indians of the Valley ofMexico, 1519-
1810. Stanford, Stanford University Press, 1964. Tres años después apareció
su versión castellana, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810). México, Si­
glo XXI Editores.
20. Landlord and Peasant in Colonial Oaxaca. Stanford, Stanford University Press,
1972.
21. A Jesuit Hacienda in Colonial Mexico: Santa- Lucia, 1576-1767. Stanford, Stan­
ford University Press, 1980. Particularmente, pp. 332-339. El trabajo había
aparecido como tesis doctoral en 1973.
22. VAN YOUNG, Eric, “Mexican Rural History since Chevalier: The Historio­
graphy of the Colonial Hacienda”, en Latin American Research Review, vol.
XVIII, núm. 3, 1983, pp. 5-61. Hay traducción castellana en Historias, núm.
12, (Enero-marzo 1986), pp. 23-65.
23. “Mexican Rural History...", pp. 14-15, 25.

José Guadalupe VICTORIA, Pintura y sociedad en Nueva Es­


paña. Siglo XVI. TJNAM, México, 1986, 183 páginas, 50
ilustraciones en blanco y negro. Apéndice documental.

En el prefacio del libro, José Guadalupe Victoria aclara que


el trabajo que presenta, es un resumen de su tesis de docto­
rado, en sus líneas generales. Esta advertencia -las tesis de
doctorado tienen como condición sine qua non, la originali­
dad de la investigación-, más el ingrediente de un título par­
ticularmente interesante -Pintura y sociedad...- preparan el
ánimo para disfrutar de una obra sobre plástica novohispa-
na, que pretende salir de los lugares comunes de la especia­
lidad.
El autor se esfuerza en explicar que no quiere hacer una
historia de los estilos y que su propósito es buscar una pers­
pectiva diferente poniendo énfasis en algunos aspectos de­
jados de lado por otros investigadores, “en particular el que
se refiere al contexto social en el que se desarrolló esa pin­
tura”. El mismo Victoria evalúa, “modestamente, que si al­
guna orginalidad reviste nuestra investigación es justamen­
te la de insistir sobre algunos aspectos que plantea el estudio
de dicha expresión plástica hasta ahora no considerados su­
ficientemente -cuando no pasados por alto- en la historio­
grafía sobre el tema... nos abocamos a indagar el contexto
social y cultural en el que vivieron y produjeron sus obras
unos modestos artistas aislados, geográfica y culturalmente,
a quienes el ansia de dinero y fama, les hizo venir a perder­
se en este Nuevo Mundo” (pp.23-4).
Para cumplir con este objetivo divide el libro en dos par­
tes: la primera dedicada a La creación artística en la Nueva Es­
paña y la segunda titulada pretensiosamente La dinámica so-

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