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Para definir la política criminal vamos a tomar en cuenta las diversas concepciones de
distintos fuentes con relación a la materia. La política criminal es un sector de las
políticas que se desarrolla en una sociedad, predominantemente desde el Estado. Ella
se refiere al uso que hará el estado del poder penal, es decir, de la fuerza o coerción
estatal en su expresión más radical.
Claramente se debe diferenciar a la política criminal como realidad social del poder del
poder, de cualquier conocimiento sobre ella. También se debe diferenciar esa realidad
de la denominación de algunas escuelas u orientaciones científicas que se les ha
llamado escuelas de política criminal en especial vonz Liszt. Como toda política, la
política criminal se orienta según finalidades, objetivos y metas.
Von Liszt define la política criminal en dos sentidos: el sentido estricto y el sentido
amplio. En sentido estricto la Política Criminal significa el conjunto sistemático de
aquellos fundamentales principios según los cuales el estado tiene que sostener la lucha
contra la criminalidad por medio de la pena y de sus instituciones afines como casas de
educación y corrección, casas de trabajo, etc.
Dinámica: Porque debe tener en cuenta los cambios sociales y las variaciones que
surgen y se producen tanto en la naturaleza, la sociedad como en el individuo.
Política: Debe dedicarse a poner fin a las injusticias culturales, políticas, sociales y
económicas.
En materia de Política criminal, es tarea propia del Estado, a través de sus órganos y
agencias específicas, realizar al menos las siguientes funciones (Laura Zúñiga
Rodríguez, Política criminal, op. cit., p. 163; Alberto Binder, Análisis político criminal,
Editorial Astrea, Buenos Aires, 2011, p. 339.).
En al menos dos de las definiciones anotadas al inicio del presente capítulo se menciona
que entre las tareas propias de la Política criminal destacan, por un lado, la de considerar
la eficacia del Derecho penal bajo el criterio de la conveniencia (von Hippel); y, por otra
parte, se afirma que su función consiste en la remodelación de las normas jurídico-
penales (Göppinger). En ambos casos, la referencia al trabajo crítico del hacedor de la
Política criminal salta a la vista. Se atribuye al penalista Carl Stoss haber señalado que
la Política criminal:
No debe comenzar con la reforma, sino que debe dedicarse primeramente al Derecho
en vigor, antes de crear otro nuevo. El criminalista político debe investigar en qué modo
satisface la legislación vigente las pretensiones del bien común. Si no puede dar cuenta
de los defectos de ella, no está en condiciones de construir una nueva ley que repare lo
malo y que aporte lo que falta. Por tanto –concluye-la Política criminal crítica es el
escalón precedente de la legisladora .( Emilio Langle, La teoría de la política criminal,
Editorial Reus, Madrid, 1927, p. 26.)
El análisis crítico de la ley penal proviene, tanto desde el mismo pensamiento dogmático
penal, como desde el trabajo empírico de la Criminología. En el primer caso, los juristas
proceden con base en la dogmática en tres niveles: interpretación, sistematización y
crítica de las normas jurídicas. Buscan asegurarse de que tales normas se ajustan al
marco constitucional y son, en general, congruentes con el resto del sistema jurídico. Lo
suyo, pues, es comprobar el efecto de garantía que es consustancial a la norma jurídica.
Los criminólogos, por su parte, valiéndose del análisis empírico del delito, comprueban
la eficacia de la regulación jurídica y su impacto en la realidad. Eficacia y garantías son
los dos extremos en los que se mueve el ejercicio crítico político-criminal. De este modo,
el responsable de la Política criminal identifica las carencias o inconsistencias legales,
las contrasta con el marco constitucional y verifica su capacidad resolutiva del problema
en particular, todo ello con base en el análisis de la realidad social y, con tal basamento,
propone los cambios que considera pertinentes.
Para Alberto Binder, la determinación de los objetivos no debe ser algo azaroso o
resultado de una mera elección valorativa dentro de un conjunto de posibilidades que
se hallan en el mismo nivel, ya que un objetivo político criminal “debe ser expresado,
entonces, de un modo que sus razones sean fácilmente comprensibles, que pueda
resistir los debates demagógicos o puramente morales y que permita descubrir las
razones no sólo de la elección de ese objetivo, sino también del descarte de las
alternativas. No es sólo un problema de prioridades, sino también de posibilidades, de
equilibrios entre medios, restricciones y valores”. El mismo tratadista argentino, aclara
que en un programa político criminal pueden establecerse como objetivos los de control,
de reducción, de transformación y de extinción.( Alberto Binder, Análisis político criminal,
Editorial Astrea, Buenos Aires, 2011, p. 290-291.)
Al ocuparse de las estrategias, Binder apunta claramente que un plan no es una idea,
sino la ordenación de acciones para lograr un objetivo. Un plan, enfatiza, que no
contiene una estrategia no merece siquiera ese nombre, será, en el mejor de los casos,
un listado de acciones más o menos necesarias. Citando a Mintzberg, nos informa que
una estrategia “es el patrón o plan que integra las principales metas y políticas de una
organización y, a la vez, establece la secuencia coherente de las acciones a realizar.
Una estrategia adecuadamente formulada ayuda a poner orden y asignar, con base
tanto en sus atributos como en sus deficiencias internas, los recursos de una
organización con el fin de lograr una situación viable y original, así como anticipar los
posibles cambios en el entorno y las acciones imprevistas de los oponentes
inteligentes”.( Alberto Binder, Análisis político criminal, op. cit., p. 340.)
Se la puede definir como “el sistema de decisiones estatales (de todos los poderes,
incluido el constituyente) que, en procura de ciertos objetivos (que deberán ser la
protección de los derechos reconocidos al individuo por su condición de tal o como
miembro de la sociedad) define los delitos y sus penas (u otras consecuencias) y
organiza las respuestas públicas tanto para evitarlos como para sancionarlos,
estableciendo los órganos y procedimientos a tal fin, y los límites en que tales decisiones
se deberán encausar”.( CAFFERATA NORES, José i. y Otros – “Manual de Derecho Procesal
Penal” – Ed. Ciencia Derecho y Sociedad – Córdoba – Argentina 2004 – Pág. 31)
No debe entenderse a la Política Criminal como una ciencia, pues carece ésta de objeto
y método propio (condición sine qua non para considerarse tal). Debe ser vista sólo
desde su aspecto político, es decir como un manejo de decisiones por parte del estado,
y por lo tanto como un manejo de poder.
CAFFERATA NORES (2004) determina dos segmentos fundamentales de la política
criminal, haciendo referencia a si la misma es utilizada como forma de prevención o
como forma prohibitiva del delito.
Por supuesto que este carácter es relativo, pues es lógico que al estudiarse la política
criminal dentro del derecho, y siendo éste una ciencia social, va a ir sufriendo las
mutaciones que afectan en determinada época una sociedad.
Sin embargo, la política criminal no debe ser una herramienta para que el Estado
imponga sus decisiones arbitrariamente, sino que en ella misma deben estar
acentuados los límites dentro de los cuales deber ser fijada conforme un marco
ideológico- político de modo que exista coherencia entre todas las medidas que se
adopten. Este marco lo proporciona el sistema constitucional, – art. 75 inc. 22 -, que “si
bien el poder penal del Estado (prohibir y penar) lo concibe como extrema ratio para la
tutela de los bienes que protege, y le impone límites infranqueables a su ejercicio (…)
derivados de la dignidad de la persona humana y de los derechos que se le reconocen
a ésta por su calidad de tal (…)”.(CAFFERATA NORES, José i. y Otros – “Manual de Derecho
Procesal Penal” – Ed. Ciencia Derecho y Sociedad – Córdoba – Argentina 2004 – Pág. 33)
No obstante estos límites, habría que preguntarse si los mismos son respetados.
Cuando las decisiones referente a ellos son en torno a la seguridad, dejan de ser
infranqueables, ya que el Estado en aras de brindar respuestas muchas veces
apuradas, garantiza derechos solo a cierto sector social, dejando sin tutela otros; tal es
el caso de lo referido a la “seguridad ciudadana”, reitero, de cierto sector social, que
sobrepasando los límites constitucionales se convierte en “inseguridad de derechos”.
Es dable señalar, que lo que considere una conducta como” peligrosa” o “desviada”,
muchas veces está dado por factores externos que influencian en la toma de decisiones
políticas en materia penal. Pero esto no quiere decir, como expresa CAFFERATA
NORES (2004), “que deba concebirse una formulación de política criminal aislada o
indiferente de otras políticas públicas, porque el fenómeno delictivo está relacionado con
los procesos históricos y políticos de un país, y las políticas sociales y económicas, ya
que se encuentra inserto en los primeros y condicionado por las segundas”.(
CAFFERATA NORES, José i. y Otros – “Manual de Derecho Procesal Penal” – Ed. Ciencia
Derecho y Sociedad – Córdoba – Argentina 2004 – Pág. 33)
Todo esto lleva a que se establezca una selectividad en las conductas que son
alcanzadas por la política criminal, que deriva desde los diferentes polos sociales, y que
terminan convirtiéndose en una expresión por parte del Estado a través de la regulación
de las mismas. Nuestra historia muestra que en numerosas oportunidades las
regulaciones de conductas, o sus penas, son productos de movimientos sociales
llevados adelante por sectores de la sociedad que reclaman seguridad; lo alarmante
aquí es que las políticas adoptadas terminan siendo tomadas de manera apresurada,
sin un estudio de fondo, llevando a que las medidas adoptadas sean irrazonables.
Considero importante citar a BINDER (1997) en cuanto considera que existen grandes
modelos de política criminal. En primer lugar, “el „Modelo Autoritario‟. Su característica
fundamental consiste en que subordina completamente los principios de libertad y de
igualdad al principio de autoridad, por lo tanto (…) la política criminal no tiene límites
(…).
Existe un tercer modelo que se preocupa particularmente por el hecho de que a veces
la Justicia „funciona‟ para algunos individuos de la sociedad y no para otro. Su objetivo
primordial es establecer un sistema igualitario donde la política criminal conceda un trato
similar a todos los ciudadanos que se encuentren en idénticas condiciones (…) es lo
que podríamos denominar „Modelo Igualitario‟ de política criminal.”
Conclusiones
La Política Criminal en cuanto disciplina que suministra a los poderes públicos las
opciones científicas concretas más adecuadas para el eficaz control del crimen, ha
servido de puente entre el Derecho Penal y la Criminología, facilitando la recepción de
las investigaciones empíricas y su transformación en preceptos normativos.
El camino acertado sólo puede consistir en dejar penetrar las decisiones valorativas
político-criminales en el sistema del Derecho Penal, en que su fundamentación legal, su
claridad y legitimación, su combinación libre de contradicciones y sus efectos no estén
por debajo del sistema positivista formal. La vinculación del Derecho y la utilidad político
criminal no pueden contradecirse, sino que tienen que compaginarse en una síntesis