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6,1-13 Vocación de Isaías.

La vocación de Isaías se sitúa el año de la muerte del rey Ozias (o Azarías), hacia el 740 a. C. Como
las vocaciones de Jeremías y Ezequiel, el texto está constituido por tres secciones:
- la visión,
- la reacción del profeta,
- y la misión que recibe.

LA VISIÓN

La visión (Is 6,1-4) parece tener lugar en el templo, pero trasciende al mismo tiempo la escena
terrestre. Es una visión de Dios mismo sobre un elevado trono. Los serafines, seres alados de fuego
(o serpientes de fuego, según la evocación etimológica del término), han tomado el lugar de los
querubines que aparecen en la descripción del templo (véase 1 Re 6,23 y la versión teológica de Ez 1)
y rodean el trono divino como servidores y casi protectores de la divinidad, según la concepción del
oriente antiguo que sigue presente en los monstruos de piedra que adornan con frecuencia las
catedrales medievales. El elemento auditivo de la visión es la triple aclamación "santo" que los
serafines se dirigen uno a otro. El sentido del término se comprende a partir de expresiones como El
Dios santo revelará su santidad actuando conjusticia (Is 5,16), o El Dios Santo... arderá y devorará
en un solo día zarzas y espinos (Is 10,17), que manifiestan la estrecha unión entre la santidad de Dios
y una dura purificación.

La santidad del Señor en el AT no se define como el carácter consagrado de un objeto o persona, de


un lugar o tiempo, como en las leyes sacerdotales del Levítico; ni por la bondad, humildad o
paciencia, como en la espiritualidad cristiana, sino como una verdadera fuerza, como una energía que
proviene de Dios y lo hace infinitamente atractivo, digno de respeto y peligroso al mismo tiempo.

LA REACCIÓN DEL PROFETA

La reacción del profeta (Is 6,5-8) pone su acento en la impureza del propio profeta y del pueblo con
el cual vive, y en la necesidad de purificación que uno de los serafines lleva a cabo. La expresión al
comienzo de Is 6,5, traducida con frecuencia estoy perdido, parece aludir al riesgo de muerte que
tiene el encuentro con el Señor (véase Ex 3,6; 33,20). Pero la continuación del verso da como motivo
el tener labios impuros. El verso puede significar también (siguiendo el otro sentido del verbo
hebreo) "Ay de mí que he estado callado". Por medio de la visión Isaías comprende su culpa anterior,
no haber hablado cuando hubiera debido hacerlo. Por eso sus labios están manchados con un silencio
culpable. La continuación del verso es una contraposición: pero ahora sus ojos han visto al Señor, y
por eso está en condiciones de ponerse a su servicio.

LA MISIÓN

En la misión que el profeta recibe (Is 6,9-11) se concentran los términos que definen el carácter de su
profecía: ver y oír; ojos y oídos; discernir y saber.

El profeta ha visto al rey, Señor de los poderes, ha escuchado su palabra y respondido positivamente.
El humo deja lugar a la visión, la multiplicidad de voces de los serafines a la voz solista del Señor. El
profeta comprende la palabra que debe trasmitir a este pueblo: una declaración eficiente de que oirán
sin poder discernir, y verán sin poder comprender. El profeta, que ha percibido la gloria del Señor (Is
6,3) debe ahora tapar ("hacer pesados") los oídos de este pueblo de modo que no comprendan.
"Gloria" y "hacer pesados" juegan con la misma raíz hebrea.
El énfasis de Is 6,10 sobre los adjetivos posesivos {sus ojos, sus oídos, su corazón) implica la
existencia de otra posibilidad de salvación: ver con los ojos iluminados por la visión de la Gloria, oír
con los oídos llenos de la aclamación "santo, santo, santo".
El insólito mandato de endurecer y cegar a los destinatarios del mensaje para que no vean y no
comprendan, un mandato al cual el Nuevo Testamento hace frecuente referencia, ha de comprenderse
en el marco de las misteriosas relaciones entre la libertad humana y la libertad divina.
Isaías tiene la conciencia de que la palabra de Dios no es neutra ni puede quedar sin efecto (véase Is
55,11). Si no produce la conversión, debe producir necesariamente el endurecimiento y preparar así
al sujeto para el castigo.

Isaías sabe también que una palabra de conversión no escuchada se vuelve palabra de condenación.
Como en las relaciones humanas, toda acción que no mejora dicha relación la empeora. El rechazo de
una invitación a la conversión hace más difícil que haya una nueva invitación, y que quien la rechaza
retorne sobre sus pasos para aceptarla.

Isaías, finalmente, tiene conciencia de la paradoja de su propia misión. Sabe, como Jeremías y
Ezequiel lo sabrán también, que su presencia y su palabra conduce tal vez a la conversión de unos
pocos, y al endurecimiento de muchos más.

La misión de Isaías define el carácter de toda su profecía. Todo el libro está organizado en torno al
tema del escuchar y ver, discernir y comprender. Véase antes Is 1,3.10.19; 5,12-13.19.21; y más
adelante Is 7,15; 11,1- 2; 19,12; 22,11; 28,7-13; 29,9-14; 30,9-11.

El pensamiento vuelve una y otra vez sobre la capacidad o incapacidad de comprender la palabra del
Señor y aceptar sus obras y proyectos.

En diferentes momentos de la vida del país, la profecía de Isaías aparece como una verdadera
teología de la palabra de Dios. El procura no solamente ni primeramente dar una solución a una
concreta situación de peligro o angustia del pueblo, sino sobre todo despertar en la gente, en
particular en aquellos que tienen la responsabilidad sobre el destino del pueblo, el deseo de escuchar
y poner en práctica la palabra del Señor.
Esa palabra se manifiesta frecuentemente en acusaciones, "ayes" y lamentaciones que denuncian una
situación de infidelidad, injusticia o transgresión; y en descripciones de la situación real de la gente,
que constituyen una revelación de las actitudes delante de Dios.
Pero el profeta no declara en nombre de Dios qué es lo que el pueblo debe hacer. El "conocimiento"
de Dios y de sus intereses solamente puede ser alcanzado por el discernimiento de las situaciones
históricas.
El endurecimiento que el profeta provoca con su palabra no es definitivo (Is 6,11-13).
La obstinación deberá concluir cuando la destrucción profunda del pueblo manifieste claramente el
camino que el Señor se propone recorrer con su pueblo. Los anuncios de obstinación por una parte, y
de salvación por otra, encuentran su punto de contacto en el pensamiento del "resto" de Israel, por
medio del cual la historia de condenación se cambia en historia de salvación.

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