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Amal Hodja.

Ciudadana del mundo desde la frontera.

¿Cómo convertir un castañero cansado en un torero triste?


Era la última noche que Nuno salía con su carrito de castañas a la Ribera de O Porto. Trabajar de
madrugada durante tantos años lo habían convertido en un hombre hastiado. Los jóvenes que se
acercaban en las frías noches de invierno al carrito para calentarse, lo conocían como Don cansado.
No sabía cuando había comenzado a arrastrar los pies, el carro y el alma, pero si que en aquellos
ratos en que la juventud venía con el cuerpo de fiesta y ganas de charla y le preguntaban cómo esta-
ba o por su nombre, él decía: “cansado”. Su vocabulario casi se había reducido a una sola palabra,
aparte de las justas y necesarias para gestionar la compra-venta. Era joven para estar tan cansado.
No había reparado en eso hasta dos años atrás, hasta aquella noche en que conoció a Antonio Urqui-
jo de Montalbán, un joven torero español que había venido a Portugal a aprender y practicar el esti-
lo de las “touradas portuguesas” que consistían en una especie de baile en que no se mataba al toro.
El castañero siempre había tenido afición por ese arte, y aquella noche empezó la transformación.
Durante casi un mes, Antonio Urquijo de Montalbán se pasaría cada madrugada por la plaza de la
Ribera, y jugarían hasta el alba haciendo del carrito el toro más bravo jamás toreado. La juventud,
que por aquel entonces poco o nada atendía los espectáculos taurinos, empezó a sentir cierta afición.
Los vecinos se despertaban enfadados en mitad de la noche, pero pronto se fueron sumando al pú-
blico entusiasmado, rodeaban al torero -hora el castañero, hora Antonio Urquijo- y al acabar el es-
pectáculo aplaudían y lanzaban monedas. El espectáculo del carrito le dio en algunas semanas más
beneficio que las castañas en los últimos meses, era tal la maestría del castañero que el propio An-
tonio Urquijo quedó tan admirado que le abrió el camino en el mundillo. Era impresionante verse
enfundado en aquel traje, sentir la muerte tan cerca en el rato que duraba el baile, lo convertía por
unos minutos en todos los héroes de las tragedias antiguas, aunque no tardó mucho tiempo en perca-
tarse del postín y el vacío vital que realmente sentía. Ahora amasaba dinerillos y se paseaba en un
Rolls Royce, pero las mujeres que le atraían se espantaban solo de verlo, y si conseguía hablar con
alguna, la cosa acababa en sorna. Era el torero con menos sex-appeal del orbe taurino, y mira que
los había brutos y feos! Nuno Alves do Douro se sumía en la tristeza cada tarde, hacía su papel ante
las multitudes, pero el sentimiento de soledad podía con él, tanto así que en más de una entrevista
confesó sus más íntimos sentimientos, pasando a ser conocido como Nuno Alves, el Tristao, “muy
triste”, en Portugués.

Los barcos acababan de llegar al puerto, una brisa fresca hacía bailar y tintinear las cadenillas y los
mástiles de los barcos. En las terrazas, los grupos de amigos, familiares y niños de distintas edades
disfrutaban de otra tarde de verano en el puerto. Luisa y sus amigas habían decidido quedarse en la
barra. Un ligero roce en el hombro le hizo girarse. Una sonrisa perfecta y un guiño casi impercepti-
ble asomaban bajo aquella gorra un poco ladeada, como la cadera del muchacho que se le insinuaba
con aquel guiño sutil.


No quería que acabase la estación de los días largos, la ropa ligera y el tacto de la piel y los pies
desnudos como criaturas recién nacidas. Aquella lluvia crujiente a sus pasos anunciaba su fin. ¿Y si
pudiese, de una pedrada, romper el correr de las horas?

Conforme los ganadores bajan del podio, agua pasada es su logro.

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