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Un paisaje nunca está allí. Percibir ria del paisaje es, también, la historia
y representar un territorio es conver- de la mirada. Eso que el siglo XIX lla-
tirlo en un paisaje, es encontrar las ma desierto argentino nunca estuvo
palabras para narrarlo o las imágenes allí, apareció en “La cautiva”, el poe-
que estabilizarán una serie de signos ma romántico que Esteban Echeve-
confusos en el espacio ordenado de rría publicó en 1837.
la placa fotográfica. Por eso, la histo- “La cautiva” narra dos historias. La
primera transcurre sobre el fondo de
los conflictos históricos y políticos
que, luego, darán lugar a la oposición
entre civilización y barbarie. Es la his-
toria de un recorrido de ida, cuando
una mujer, capturada por un malón,
cruza las fronteras hacia el más allá
de la civilización y se transforma lue-
go, en el relato de una vuelta que fra-
casa cuando la mujer decide hacer el
recorrido inverso e intentar regresar
al espacio urbano. La otra historia, es
un relato quieto que ahonda la rela-
ción entre el sujeto estético y la
Naturaleza, entre la representación y
sus materiales. Lo que enmarca
ambas historias es la relación con el
paisaje. En el entramado necesario
entre una y otra historia, se construye
ese dispositivo geográfico, estético,
político y cultural que el siglo XIX lla-
Paleta insomne cuando de rojos se subvierte, pastel tiza, 47 x 32 cm , 1999. mará el desierto argentino.
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El abismo fatal
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¡Qué pincel podrá pintarlas fuente de saber y horizonte de la 3. El romanticismo supone un quiebre en el modo
sin deslucir su belleza! representación artística. en que se piensa la relación entre la Naturaleza y el
¡Qué lengua humana alabarlas! Ahora bien, ¿dónde está colocado sujeto que la percibe. En la tradición que se inicia
Sólo el genio y su grandeza ese sujeto estético? Para responder con la Crítica del juicio, la dupla clásica entre esencia
puede sentir y admirar (p. 63). esta pregunta es necesario volver a y apariencia –entre lo que se percibe y la verdad del
recorrer la lógica temporal de “La objeto percibido–, se reformula para dar lugar a la
El desierto constituye una paradoja cautiva”. Postulado en el título que pregunta por el fenómeno y su sentido, o por lo que
visual y epistemológica. Por un lado, abre la primera parte del poema, el aparece y las condiciones de su aparición. El sujeto,
es aquello hacia lo cual el artista diri- desierto está ahí, incluso antes de entonces, ya no es previo e independiente del
ge su mirada –es fuente de saber y que la voz poética irrumpa en el hecho de percibir, sino que es parte de las condicio-
un objeto privilegiado de representa- blanco de la página. Por eso, ante la nes que hacen posible la aparición de un fenómeno.
ción estética– y por otro lado, se defi- primera irrupción humana, ante la El sujeto romántico “es constituyente de las condi-
ne como una superficie infinita que aparición del malón, la voz poética ciones bajo las cuales lo que le aparece le aparece”
no puede ser vista, es decir, no pue- se pregunta: (Deleuze, pp. 5-6). Es un sujeto que se define preci-
de ser percibida, ni conocida ni samente como sujeto de la percepción, como aque-
representada. El desierto es la Natura- ¿Qué humana planta orgullosa llo que percibe la Naturaleza y se percibe a sí mismo.
leza romántica por excelencia, lo se atreve a hollar el desierto Por eso, no es ajeno al carácter sublime del objeto
sublime inabarcable, que escapa al cuando todo en él reposa? (p. 65). que contempla. De hecho, “la verdadera sublimidad
saber y a la representación y, a la vez, debe buscarse sólo en el espíritu que juzga y no en
la moviliza. La voz poética describe el desierto el objeto de la naturaleza cuyo juicio ocasiona esa
Todo este conjunto de caracterís- y luego señala el atrevimiento de una disposición” (Kant, §26).
ticas que se atribuye al paisaje es pisada humana sobre el territorio
también definitorio de la subjetividad
que lo percibe3. ¿Quién es capaz de
ver, de aprehender, de acceder a esta
Naturaleza sublime? ¿Desde qué
lugar se la puede percibir? Son pre-
guntas que se dirigen a las condicio-
nes de posibilidad del paisaje –a las
características del ojo que lo mira– y
trazan analogías entre la voz poética
y el punto de vista de una cámara, de
las cuales no quedan rastros en la
imagen, excepto el establecimiento
de una mirada, el recorte de un cam-
po de representación y la condición
de posibilidad para la existencia mis-
ma de la fotografía.
Tal como lo indica el fragmento
anterior, el desierto puede ser perci-
bido como un objeto estético sólo
desde el punto de vista del genio,
que es el único capaz de “sentir y
admirar” el paisaje y de representarlo
pictórica o verbalmente. Percibido
desde una subjetividad estética, el
desierto deja de ser un espacio vacío
(calladas soledades) o una naturaleza
hostil (abismo fatal) para presentarse
como pura Naturaleza romántica, Con las patas hundidas en la cascada, 35 x 48 cm, 1996.
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4. Así, el “caos deviene orden por la mediación virgen que –por lo visto– permanecía Pareciera, entonces, que esa mira-
del logos que vuelve al pueblo, debidamente vacío antes de que apareciera el da estética coincide con el punto de
compuesto, por una segunda mediación, la que el malón. Si antes del atrevimiento del vista aéreo, de manera tal que el testi-
intelectual cumple, precisamente, entre el logos y indígena, la naturaleza permanece go puede contemplar el paisaje subli-
el pueblo” (Matamoro, p. 41). El lugar del intelec- deshabitada, incluso mientras la voz me como tal, sin posar los pies en el
tual en la estética romántica es exactamente el de poética la contempla y la describe, es territorio, sin ocuparlo y sin interrum-
una doble mediación: es poseedor de una palabra evidente que esa voz que formula la pir su natural reposo. Nos encontra-
que da inteligibilidad al mundo, pero es también pregunta no pisa el territorio o sus mos aquí con una nueva paradoja que
mediación necesaria entre la colectividad y el len- pies no son humanos o su presencia anuda paisaje y mirada. La percepción
guaje. O, dicho en otros términos: lo que media no constituye una disrupción en el estética entonces, es la única que, sin
entre el territorio y la percepción colectiva no es reposo del desierto. El desierto habitar el espacio –es decir, sin trans-
sólo el lenguaje que convierte una geografía en formarlo en otra cosa– es capaz de
un paisaje sino también una percepción estética gira en vano, reconcentra percibir, representar y conocer el pai-
capaz de leer ese paisaje. su inmensidad, y no encuentra saje. Dicho en otros términos, la mira-
la vista, en su vivo anhelo, da “desde las alturas” del poeta se
do fijar su fugaz vuelo, vuelve una lente indispensable que,
como el pájaro en el mar colocada sobre una geografía particu-
(p. 62, el destacado es mío). lar, nos permite ver el desierto4.
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Transparente palacio
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