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The Master (2012), de Paul Thomas Anderson.

Por Ricardo Pérez Quiñones, “Esculpiendo el Tiempo”

“Si consigues vivir sin servir a ningún amo, a ninguno, avísanos a los demás, porque

serás el primero en haberlo conseguido”.

Años 50. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), trastornado excombatiente de la Se-

gunda Guerra Mundial, es captado por Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman),

el carismático líder de un grupo religioso en expansión al que se conoce como “La

Causa”. Pronto se establece una relación especial entre ambos.

Extraña, sugestiva, enigmática, fascinante. Así es The Master, el mejor y más

complejo trabajo realizado hasta la fecha por el director estadounidense Paul Thomas

Anderson. Afirmar que este filme versa sobre los orígenes de la Iglesia de la

Cienciología, aun siendo cierto, resulta tan simplista como reducir Hamlet a la

historia de un hijo que desea vengar el asesinato de su padre. The Master me ha

recordado al Discurso sobre la servidumbre voluntaria de Étienne de La Boétie

(1576), al reflexionar de manera alegórica acerca de la ¿inevitable? tendencia na-

tural del individuo a someterse a los demás. Como señala en un momento deter-

minado de la película el ambiguo personaje de Lancaster Dodd, sucedáneo ficticio

del fundador de la Cienciología L. Ron Hubbard, “todos servimos a algún amo”. Los

hay que sirven a Dios, al dinero, a su jefe, a un gurú espiritual, a su mujer o


creen, equivocados, servirse a sí mismos. Todos sirven (servimos), de un modo u

otro, a alguien. Todos tenemos un amo. ¿Cuál es el suyo?

Mediante la relación entre Lancaster y Freddie, “el maestro y el animal”,

Anderson contrapone los intereses de cualquier institución organizada (obediencia)

frente a los del propio individuo (libertad). En este caso se trata de una secta,

pero bien podría haber sido un Estado, un partido político o una religión. Las

relaciones entre superiores e inferiores son básicamente las mismas. El personaje de

Freddie, un tipo violento, alcohólico, pervertido y poco cuerdo, representa ese

espíritu libre que rara vez se sujeta a otra cosa que no sean sus impulsos. Someterlo

constituye un reto para Lancaster, de ahí que decida hacer de él su “conejillo de

indias” y protegido. Acabar con sus instintos más primarios, con sus deseos y

pasiones desenfrenadas, supone el primer paso hacia la subordinación total que todo

líder requiere. Si lo consigue, demostrará a la sociedad su verdadero poder.

Para la filmación de la cinta se utilizó un formato de 70 milímetros, lo que

otorga a la imagen una textura más propia de un filme de los años cincuenta que

de una película actual. Excelente su fotografía. Nada se le puede objetar a The

Master en el plano estrictamente visual, donde emerge como un poderoso, apabu-

llante y embriagador ejercicio cinematográfico. Sin embargo, en lo narrativo sí se

detectan ciertas carencias, sobre todo en su tramo final, resuelto con una premura

que no encontramos en el resto del metraje.


Al igual que en There Will Be Blood, la banda sonora corre a cargo de Jonny

Greenwood, guitarrista de la banda de rock alternativo Radiohead. Su partitura es

turbadora, minimalista y rica en matices. Una joya.

La performance de Joaquin Phoenix bordea la genialidad. Su memorable com-

posición aparece bien flanqueada por unos sobresalientes Philip Seymour Hoffman

(sus cara a cara con Phoenix son impresionantes) y Amy Adams. Esta última

interpreta a la guapa e intransigente mujer de Lancaster, la que rige el control

sobre la organización en la sombra.

Reconozco no haber asumido por completo la densidad intelectual y filosófica

de The Master. Me parece imposible tras un solo visionado. Y creo que eso es lo

mejor que puedo decir sobre esta singular película.

Nota: 8/10

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