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LOS “CARRANZEROS”
Uno de los que asistió al curso fue Camilo Zamora Guzmán. A Guzmán le
gustaba la música disco, y bailaba como John Travolta, señalando con el
dedo al suelo, luego de vuelta al cielo. “Travolta”, como se le conoció, fue uno
de los primeros en testificar en contra de Carranza. Más tarde se retractó
debido a las amenazas, pero sus declaraciones dieron una buena idea de
cómo operaba el grupo de Carranza.
Según Travolta, poco después de unirse fue enviado a entrenar en La
Reforma, la hacienda de Víctor Carranza en Puerto López. Durante el curso
de un mes, aprendió a manejar rifles AK-47 y R-15, lanzar cohetes y
granadas, y disparar una pistola 9 milímetros desde un auto en movimiento.
Travolta dijo que el jefe de entrenamiento era un coronel israelí retirado
que se había vuelto mercenario, a quién llamaban simplemente “Daniel”.
Daniel estaba con frecuencia en la finca de Carranza, según testificó
Travolta. Su asistente era sobrino de Carranza, a quien todos conocían como
“Rambo”.
Poco después, Travolta conoció a todo el clan. Los paramilitares también le
presentaron a la policía y a la red de inteligencia del gobierno en el Meta.
Había políticos, concejales, diputados, alcaldes y sus asistentes. Los
grandes terratenientes, y en particular los ganaderos, también estaban allí
para ayudar con santuarios de seguridad y dinero. Le dijeron que trabajaban
juntos; estaban en el mismo equipo. Intercambiaban armas, compartían
autos y, al final del día, compartían unas cuantas cervezas.
También llevaban “recados” junto con 7ª Brigada del Ejército, atacando
aldeas locales para obtener suministros, reunir información de inteligencia e
intimidar a sus enemigos. Dos miembros de la Unidad de Inteligencia B-2
sirvieron como intermediarios y coordinaron acciones conjuntas. En algunas
zonas, se dividían las tareas: 20 soldados de la 7ª Brigada y 20
paramilitares, en viajes que duraban hasta 20 días. Pero nadie en la
organización de Carranza tenía muchas ganas de ir a estas incursiones.
Querían asesinar gente, porque esa era la forma en que podrían subir en los
rangos.
La organización paramilitar de Carranza se dividió en varias regiones: Puerto
López, Acacias, El Dorado y Bogotá. Cada región tenía un grupo de unos 15
sicarios. Algunas zonas estaban más organizadas que otras. En el municipio
de El Dorado, la mayoría de los funcionarios públicos trabajaban o
simpatizaban con Carranza: la policía, los jueces, el ejército. Cualquiera que
no simpatizara tenía que irse. Los hombres en Puerto López se
especializaron en asesinatos. Eran llamados “pistoleros”. Pero el centro de
coordinación de la organización se encontraba en la ciudad de Villavicencio
donde Carranza compró una casa para sus hijos. Los comandantes de la
región se reunían allí todos los días para organizar sus estrategia.
El grupo de El Dorado se llamó la “Autodefensa Obrera Campesina”. Algunos
de los grupos asumieron nombres más salvajes como “Serpiente Negra”,
mientras que otros eran conocidos simplemente por el nombre de su jefe,
los “Carranzeros”. También hubo grupos que operaron en los departamentos
vecinos de Casanare y Vichada. Don Víctor y otros contribuyentes
importantes tenían fincas y haciendas ahí que necesitaban protección.
El esquema de protección más antiguo y sofisticado de Carranza estaba en
la región de producción esmeraldeña, a unos cientos de kilómetros al norte
de Bogotá. Él y Molina tenían decenas de hombres armados en las
carreteras que conducen a los pueblos. Estos hombres comunicaban por
radio cualquier movimiento extraño en la zona minera. También sacaban a la
gente de las minas a punta de pistola si don Víctor creía que había muchos
mineros independientes excavando “su oro”.
UN “CAMPESINO” Y PACIFICADOR?
Carranza tenía una manera muy tranquila y alegre de expresarse. Era como
un vecino parlanchín sin nada mejor que hacer. “Yo no soy una persona de
caviar o champán”, me dijo. “Soy una persona de yuca y de fincas y
campesinos.” Sin embargo, él tenía una manera sutil de mantener el control
de la conversación, para que yo no quisiese interrumpir. Rara vez mostraba
su enojo. Él nunca dijo que odiaba a Rodríguez Gacha, pese a que había
matado a su sobrino y su socio de negocios. Esto también podría ser debido
a que él ganó la “Guerra de las Esmeraldas” cuando El Mexicano fue
asesinado a tiros por la policía en 1990.
No obstante, la guerra con Rodríguez Gacha había cobrado su precio.
Carranza perdió a decenas de hombres y algunos familiares. Él tenía el
control, pero la lucha continuaría unos años más. La paz en la región
esmeraldeña sólo vendría cuando un sacerdote local intervino y llevó a
ambas partes a la mesa de negociación. “Lo que encontramos,” me dijo
Carranza, “es que todo el mundo estaba pensando en el pasado. ‘Él le hizo
esto a fulano y así, por lo que yo iba a vengarme’, decían. Pero teníamos que
mirar al futuro”. Carranza y el sacerdote pusieron las piezas en su lugar, y
se alcanzó un acuerdo en 1993.
La tregua se mantuvo por el resto de la década, sobre todo porque Carranza
fue capaz de consolidar su control sobre el negocio de las esmeraldas.
Incluso fue capaz de limpiar su imagen. En 1995, representantes de la
embajada de Estados Unidos visitaron al legendario “Zar de las Esmeraldas”
en sus minas de Muzo para hablar de los últimos avances en la industria. La
prensa local se enteró de la visita y de la nota de agradecimiento de la
embajada a Carranza.
“Fue un placer inesperado para nosotros ver a Víctor Carranza en acción en
las minas picando en la montaña en busca de más esmeraldas”, escribió uno
de los funcionarios. Además agregó que la embajada de Estados Unidos
alentaría a la compañía esmeraldeña estadounidense, Kennecott ,o a
cualquier otra empresa estadounidense interesada en formar una sociedad
con Técnicas de Carranza. “Nunca olvidaremos esta experiencia”, finalizó la
carta. La embajada más tarde emitió un comunicado diciendo que los
empleados no sabían quién era Carranza.
LA DEFENSA DE CARRANZA
Carranza nunca me dijo por qué odiaba tanto a la guerrilla. Mencionó que
habían empezado a acosarlo a principios de los años ochenta. “Ellos pedían
un poco de dinero, y luego un poco más. Muy pronto se hizo demasiado para
cualquiera.” Dijo que nunca les había dado nada, una afirmación difícil de
corroborar. Carranza fue el mayor terrateniente en el departamento del
Meta. Ocultó gran parte de sus tierras y explotaciones mineras a nombre de
terceros, haciendo difícil calcular su riqueza, pero sin duda era uno de los
hombres más ricos de Colombia.
Mencionó que los guerrilleros mataron a uno de sus sobrinos en 1985, pero
su retórica sobre la guerrilla fue sorprendentemente de bajo perfil para un
hombre que las autoridades acusaban de crear grupos paramilitares. “Ellos
tuvieron ideales. Ahora están es por el dinero”, me dijo en referencia a las
conexiones de los guerrilleros con el narcotráfico. “Hay que darles un mejor
negocio que en el que están para que digan, ‘Sí, de acuerdo. Vamos a
negociar.’ Pero, ¿qué negocio es mejor que en el que estamos? No hay uno.
Por eso es que la paz es tan difícil. Todos los días ganan dinero”.
Cuando me reuní con Carranza, su familia contaba con 35 guardaespaldas de
tiempo completo, además de la asistencia de los hombres, tanto en los
ranchos del Meta como en las minas. El Zar de las Esmeraldas no iba a
ninguna parte sin un gran contingente de personas. Me dijo que por eso la
gente lo confundía con un jefe paramilitar.
“Si vamos a salir de la zona, llamamos a algunos otros. Y decimos: ’vamos
mañana.’ Y van a decir, ‘¿Por qué no vamos juntos?’ Y luego vamos a tener un
montón de nosotros saliendo al mismo tiempo. Este es un grupo grande. Hay
cuatro, a veces cinco, coches. Todos nos vamos juntos. Y luego, ¿dónde
vamos a desayunar? En cualquier lugar donde haya un restaurante al lado de
la carretera. Así que vamos y tenemos los cinco o seis autos de la finca. Y
cuando todos llegamos, a veces tenemos 10 coches, y la gente se asusta y
dicen que somos paramilitares (…) Somos personas. Es sólo una coincidencia
que nos reunamos en la carretera y tengamos varios vehículos. Es lo mismo
que si vamos a almorzar. Hay 30 ó 40 personas, la mayoría de ellos con
revólveres, y la gente dice que somos paramilitares”.
No es de extrañar, que Carranza se describiera como un líder de la
comunidad. “Soy una persona trabajadora de la región minera”, dijo. “Todos
saben cómo soy. Nunca he estado en problemas. Sé cuál es la situación, y sé
cómo dar consejos (…) Incluso la gente me busca hoy en día. Ellos dicen:
‘Tenemos un problema. ¿Puede ayudarnos? (…) El gobierno ha estado por
aquí: jueces, la policía, el ejército, pero lo que pasa es que la gente no cree
en las autoridades. Es por eso que me buscan”.
Pocos meses después de que hablé con él, un juez desestimó los cargos en su
contra y Carranza fue liberado.