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EL ZAR DE LAS ESMERALDAS DE COLOMBIA BURLÓ LA LEY

El famoso “Zar de las Esmeraldas” de


Colombia, Víctor Carranza, ha muerto
por causas naturales. Como quedó claro
cuando lo entrevisté, Carranza, más que
cualquier otra figura del hampa en la
historia de Colombia, sabía cómo jugar
al malo sin ser condenado o asesinado.
Cuando conocí a Carranza en 2000, él
estaba detenido en una base de
entrenamiento del gobierno en el
extremo norte de Bogotá, mientras que era investigado por homicidio,
secuestro y la creación de grupos paramilitares de derecha.
Una pared de ladrillos de 20 metros de altura rodeaba el complejo, pero no
había mucho más que evocara el sentimiento de estar en una prisión. En el
interior, las autoridades utilizaban un campo de césped para sus ejercicios.
Había varias estructuras que parecían edificios escolares de primaria,
donde la unidad de seguridad tenía varios salones. Uno de estos edificios,
hacia la parte trasera del complejo, era donde se encontraba Carranza.
Carranza era conocido como el “Zar de las Esmeraldas” debido a su estricto
control sobre el negocio de las esmeraldas del país. Fue uno de los mayores
terratenientes del país y había sobrevivido a casi cualquier guerra
imaginable del hampa. Fue uno de los pocos que se enfrentó a Pablo Escobar
y su mano derecha, Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “El Mexicano”, y vivió
para contarlo. Más recientemente, también lo hizo con Daniel Barrera
Barrera, alias “El Loco“. Todos estos rivales están muertos o en prisión. En
el apogeo de su poder, supuestamente contaba con ejércitos privados que
circulaban por todo el país, pero nunca fue condenado por un delito.
En las instalaciones provisionales, la falta de seguridad parecía no molestar
a Carranza. Entró en una habitación pequeña, donde había sillas de mimbre y
cojines para que él recibiera a sus visitantes, con un aire de invencibilidad.
Había estado en custodia desde 1998, pero aún recibía decenas de llamadas
y visitas a la semana. Su esposa iba a visitarlo los jueves y sábados. No
había renunciado a su control sobre su negocio, y expresó la esperanza de
salir muy pronto. Su deseo sería concedido.
Carranza era pequeño, alrededor de 1.67 metros. Como dijo un colega que
visitó las minas con él, era la altura perfecta para evitar golpearse la cabeza
en los túneles de las minas. Estaba en forma para un hombre de 60 años. A
medida que nos acomodamos en las sillas, dijo que había comenzado una
dieta y un régimen de ejercicio desde que fue encarcelado, pero que aún así
había ganado peso. Él tenía el colesterol alto debido a su alto consumo de
carnes rojas y comida pesada. Estaba usando una caminadora y tomaba
caminatas alrededor del complejo todos los días para quemar algunas
calorías. Cuando se sentía mal, tomaba una pastilla. Cuando no tenía la
píldora, me dijo, bebía aguardiente, el licor local de Colombia.

EL MODESTO COMIENZO EN UN COMERCIO VIOLENTO


Carranza nació en Muzo, un pueblo minero en el departamento (provincia) de
Boyacá, en 1935. Tenía tan solo 7 años de edad cuando comenzó a hacer
recados para los mineros. No había ninguna regulación estatal para la
minería, lo que se representó en un tipo de fiebre del oro para la
empobrecida región. Los aspirantes a mineros reunían los instrumentos que
podían y empezaban a picar los lados de las montañas. Las joyas que
encontraban iban a parar a pequeños mercados en lugares como Muzo. Allí,
los intermediarios compraban las piedras para llevarlas a Bogotá. Carranza
jugó de mensajero durante unos años antes de dirigirse hacia las minas. Su
madre, él dijo, se molestó con su decisión, pero poco pudo hacer para
detenerlo.
Carranza y algunos amigos se convirtieron eventualmente en mineros.
Cuando encontraban un área rentable, luchaban contra otros grupos. La
región minera era como el salvaje oeste. Las primeras minas fueron
legalizadas por el gobierno en 1953, y apareció la maquinaria, junto con más
gente. El bandolerismo fue algo común, pero el gobierno aún se mantenía
alejado. Los mineros debían resolver sus disputas por su cuenta, lo que por
lo general hacían con armas de fuego. Es una tradición que continúa hasta
hoy en día.
Carranza me dijo que siempre llevaba un arma de fuego consigo, pero nunca
la usaba. “Sólo jugando con amigos”, dijo. “Tres o cuatro tiros a las latas y
cosas por el estilo.” Las cosas se pusieron más complicadas cuando la
industria esmeraldeña se convirtió en un negocio internacional grande. A
principios de los años ochenta, no eran más que un puñado de grandes
actores los que controlaban toda la operación. Carranza fue uno de ellos, en
colaboración con Gilberto Molina, el jefe de la región en ese entonces.
Los narcotraficantes fueron atraídos naturalmente al negocio de las
esmeraldas, ya que representa grandes ingresos, poco involucramiento del
estado y una buena forma de lavar dinero. Molina traficó con drogas. Las
autoridades dicen que Víctor lo hizo también, pero él lo negó. Gonzalo
Rodríguez Gacha trató de monopolizar el negocio, pero el grupo Molina-
Carranza resistió. La lucha que se desató se conoció como la Guerra de las
Esmeraldas.
El mexicano mató al sobrino de Carranza en Bogotá. En 1988, hombres
vestidos con uniformes militares irrumpieron en la casa de Gilberto Molina
durante una fiesta y dispararon descontroladamente contra los invitados.
Carranza a duras penas escapó del baño de sangre, y sabía que tenía que ser
más cuidadoso en el futuro. Reunió a un grupo grande de guardias armados y
envió a algunos de ellos para obtener entrenamiento de mercenarios
israelíes – estos hombres se convertirían en uno de los grupos paramilitares
de Colombia, colaborando con las fuerzas armadas para combatir a las
guerrillas izquierdistas.

LOS “CARRANZEROS”
Uno de los que asistió al curso fue Camilo Zamora Guzmán. A Guzmán le
gustaba la música disco, y bailaba como John Travolta, señalando con el
dedo al suelo, luego de vuelta al cielo. “Travolta”, como se le conoció, fue uno
de los primeros en testificar en contra de Carranza. Más tarde se retractó
debido a las amenazas, pero sus declaraciones dieron una buena idea de
cómo operaba el grupo de Carranza.
Según Travolta, poco después de unirse fue enviado a entrenar en La
Reforma, la hacienda de Víctor Carranza en Puerto López. Durante el curso
de un mes, aprendió a manejar rifles AK-47 y R-15, lanzar cohetes y
granadas, y disparar una pistola 9 milímetros desde un auto en movimiento.
Travolta dijo que el jefe de entrenamiento era un coronel israelí retirado
que se había vuelto mercenario, a quién llamaban simplemente “Daniel”.
Daniel estaba con frecuencia en la finca de Carranza, según testificó
Travolta. Su asistente era sobrino de Carranza, a quien todos conocían como
“Rambo”.
Poco después, Travolta conoció a todo el clan. Los paramilitares también le
presentaron a la policía y a la red de inteligencia del gobierno en el Meta.
Había políticos, concejales, diputados, alcaldes y sus asistentes. Los
grandes terratenientes, y en particular los ganaderos, también estaban allí
para ayudar con santuarios de seguridad y dinero. Le dijeron que trabajaban
juntos; estaban en el mismo equipo. Intercambiaban armas, compartían
autos y, al final del día, compartían unas cuantas cervezas.
También llevaban “recados” junto con 7ª Brigada del Ejército, atacando
aldeas locales para obtener suministros, reunir información de inteligencia e
intimidar a sus enemigos. Dos miembros de la Unidad de Inteligencia B-2
sirvieron como intermediarios y coordinaron acciones conjuntas. En algunas
zonas, se dividían las tareas: 20 soldados de la 7ª Brigada y 20
paramilitares, en viajes que duraban hasta 20 días. Pero nadie en la
organización de Carranza tenía muchas ganas de ir a estas incursiones.
Querían asesinar gente, porque esa era la forma en que podrían subir en los
rangos.
La organización paramilitar de Carranza se dividió en varias regiones: Puerto
López, Acacias, El Dorado y Bogotá. Cada región tenía un grupo de unos 15
sicarios. Algunas zonas estaban más organizadas que otras. En el municipio
de El Dorado, la mayoría de los funcionarios públicos trabajaban o
simpatizaban con Carranza: la policía, los jueces, el ejército. Cualquiera que
no simpatizara tenía que irse. Los hombres en Puerto López se
especializaron en asesinatos. Eran llamados “pistoleros”. Pero el centro de
coordinación de la organización se encontraba en la ciudad de Villavicencio
donde Carranza compró una casa para sus hijos. Los comandantes de la
región se reunían allí todos los días para organizar sus estrategia.
El grupo de El Dorado se llamó la “Autodefensa Obrera Campesina”. Algunos
de los grupos asumieron nombres más salvajes como “Serpiente Negra”,
mientras que otros eran conocidos simplemente por el nombre de su jefe,
los “Carranzeros”. También hubo grupos que operaron en los departamentos
vecinos de Casanare y Vichada. Don Víctor y otros contribuyentes
importantes tenían fincas y haciendas ahí que necesitaban protección.
El esquema de protección más antiguo y sofisticado de Carranza estaba en
la región de producción esmeraldeña, a unos cientos de kilómetros al norte
de Bogotá. Él y Molina tenían decenas de hombres armados en las
carreteras que conducen a los pueblos. Estos hombres comunicaban por
radio cualquier movimiento extraño en la zona minera. También sacaban a la
gente de las minas a punta de pistola si don Víctor creía que había muchos
mineros independientes excavando “su oro”.
UN “CAMPESINO” Y PACIFICADOR?
Carranza tenía una manera muy tranquila y alegre de expresarse. Era como
un vecino parlanchín sin nada mejor que hacer. “Yo no soy una persona de
caviar o champán”, me dijo. “Soy una persona de yuca y de fincas y
campesinos.” Sin embargo, él tenía una manera sutil de mantener el control
de la conversación, para que yo no quisiese interrumpir. Rara vez mostraba
su enojo. Él nunca dijo que odiaba a Rodríguez Gacha, pese a que había
matado a su sobrino y su socio de negocios. Esto también podría ser debido
a que él ganó la “Guerra de las Esmeraldas” cuando El Mexicano fue
asesinado a tiros por la policía en 1990.
No obstante, la guerra con Rodríguez Gacha había cobrado su precio.
Carranza perdió a decenas de hombres y algunos familiares. Él tenía el
control, pero la lucha continuaría unos años más. La paz en la región
esmeraldeña sólo vendría cuando un sacerdote local intervino y llevó a
ambas partes a la mesa de negociación. “Lo que encontramos,” me dijo
Carranza, “es que todo el mundo estaba pensando en el pasado. ‘Él le hizo
esto a fulano y así, por lo que yo iba a vengarme’, decían. Pero teníamos que
mirar al futuro”. Carranza y el sacerdote pusieron las piezas en su lugar, y
se alcanzó un acuerdo en 1993.
La tregua se mantuvo por el resto de la década, sobre todo porque Carranza
fue capaz de consolidar su control sobre el negocio de las esmeraldas.
Incluso fue capaz de limpiar su imagen. En 1995, representantes de la
embajada de Estados Unidos visitaron al legendario “Zar de las Esmeraldas”
en sus minas de Muzo para hablar de los últimos avances en la industria. La
prensa local se enteró de la visita y de la nota de agradecimiento de la
embajada a Carranza.
“Fue un placer inesperado para nosotros ver a Víctor Carranza en acción en
las minas picando en la montaña en busca de más esmeraldas”, escribió uno
de los funcionarios. Además agregó que la embajada de Estados Unidos
alentaría a la compañía esmeraldeña estadounidense, Kennecott ,o a
cualquier otra empresa estadounidense interesada en formar una sociedad
con Técnicas de Carranza. “Nunca olvidaremos esta experiencia”, finalizó la
carta. La embajada más tarde emitió un comunicado diciendo que los
empleados no sabían quién era Carranza.
LA DEFENSA DE CARRANZA
Carranza nunca me dijo por qué odiaba tanto a la guerrilla. Mencionó que
habían empezado a acosarlo a principios de los años ochenta. “Ellos pedían
un poco de dinero, y luego un poco más. Muy pronto se hizo demasiado para
cualquiera.” Dijo que nunca les había dado nada, una afirmación difícil de
corroborar. Carranza fue el mayor terrateniente en el departamento del
Meta. Ocultó gran parte de sus tierras y explotaciones mineras a nombre de
terceros, haciendo difícil calcular su riqueza, pero sin duda era uno de los
hombres más ricos de Colombia.
Mencionó que los guerrilleros mataron a uno de sus sobrinos en 1985, pero
su retórica sobre la guerrilla fue sorprendentemente de bajo perfil para un
hombre que las autoridades acusaban de crear grupos paramilitares. “Ellos
tuvieron ideales. Ahora están es por el dinero”, me dijo en referencia a las
conexiones de los guerrilleros con el narcotráfico. “Hay que darles un mejor
negocio que en el que están para que digan, ‘Sí, de acuerdo. Vamos a
negociar.’ Pero, ¿qué negocio es mejor que en el que estamos? No hay uno.
Por eso es que la paz es tan difícil. Todos los días ganan dinero”.
Cuando me reuní con Carranza, su familia contaba con 35 guardaespaldas de
tiempo completo, además de la asistencia de los hombres, tanto en los
ranchos del Meta como en las minas. El Zar de las Esmeraldas no iba a
ninguna parte sin un gran contingente de personas. Me dijo que por eso la
gente lo confundía con un jefe paramilitar.
“Si vamos a salir de la zona, llamamos a algunos otros. Y decimos: ’vamos
mañana.’ Y van a decir, ‘¿Por qué no vamos juntos?’ Y luego vamos a tener un
montón de nosotros saliendo al mismo tiempo. Este es un grupo grande. Hay
cuatro, a veces cinco, coches. Todos nos vamos juntos. Y luego, ¿dónde
vamos a desayunar? En cualquier lugar donde haya un restaurante al lado de
la carretera. Así que vamos y tenemos los cinco o seis autos de la finca. Y
cuando todos llegamos, a veces tenemos 10 coches, y la gente se asusta y
dicen que somos paramilitares (…) Somos personas. Es sólo una coincidencia
que nos reunamos en la carretera y tengamos varios vehículos. Es lo mismo
que si vamos a almorzar. Hay 30 ó 40 personas, la mayoría de ellos con
revólveres, y la gente dice que somos paramilitares”.
No es de extrañar, que Carranza se describiera como un líder de la
comunidad. “Soy una persona trabajadora de la región minera”, dijo. “Todos
saben cómo soy. Nunca he estado en problemas. Sé cuál es la situación, y sé
cómo dar consejos (…) Incluso la gente me busca hoy en día. Ellos dicen:
‘Tenemos un problema. ¿Puede ayudarnos? (…) El gobierno ha estado por
aquí: jueces, la policía, el ejército, pero lo que pasa es que la gente no cree
en las autoridades. Es por eso que me buscan”.
Pocos meses después de que hablé con él, un juez desestimó los cargos en su
contra y Carranza fue liberado.

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