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La lucha de Carlos V contra el imperio otomano fue un duro enfrentamiento que no

acabó con buenos resultados para el emperador. La lucha contra los no cristianos era una
prioridad para el rey de España, pero las distintas luchas que tenía en Europa le impidieron
poner todos los recursos disponibles para la defensa del Mediterráneo. Por otro lado,
también tendrá que frenar la expansión turca por Europa central, viendo amenazada incluso
Viena, capital de Austria y una de las más preciadas posesiones de los Habsburgo.
El imperio otomano había conquistado en 1453 Constantinopla, el último reducto
del Imperio Romano. Fue un golpe para la Cristiandad, ya que veía como el enemigo
musulmán entraba en Europa por Oriente. La conquista era un golpe de prestigio para las
turcos, que veían como sus territorios se ampliaban, conquistando Grecia, Bulgaria,
Albania, Serbia y Bosnia y Herzegovina. El mar Negro era un lago otomano y las repúblicas
italianas de Venecia y Génova iban perdiendo posesiones en el Mediterráneo Oriental,
claves para su comercio con Oriente. Con la llegada como sultán de Solimán el
Magnífico en 1520 se llega a la culminación de su proceso de expansión y al momento
máximo del poderío turco en esta época. Una época donde coincidió con el emperador
Carlos V y su hermano Fernando de Austria, contra quienes se enfrentó en diversas
ocasiones.
Solimán el Magnífico contará con la inestimable ayuda en el mar Mediterráneo de
Barbarroja, llamado Jeireddín, cristiano renegado convertido en corsario al servicio del
turco. Barbarroja establecería su base principal en Argel, en el Mediterráneo occidental,
próximo a las posesiones españolas, donde los piratas de Berbería se habían puesto bajo las
órdenes del sultán Solimán desde 1518.
La guerra de Carlos V contra el imperio otomano no tuvo resultados positivos para el
emperador. En Europa Central no consiguió que su hermano Fernando, que se convierte en
rey de Hungría, consiga recuperar los territorios conquistados por los otomanos en la primera
mitad del siglo XVI. En el Mediterráneo no solamente no consiguió recuperar territorio, sino
que perdió posesiones estratégicas. Solamente los problemas de los turcos con Persia y la
lejanía con España aliviaron la presión otomana sobre España.

Los piratas berberiscos, aliados del imperio otomano, amenazaban la seguridad del
Mediterráneo occidental, amenazando el comercio entre España e Italia y realizando razias
en las costas levantinas. La conquista de Córcega por parte de Francia en 1556 no ayudó
tampoco a que hubiera una comunicación segura entre los territorios españoles de la
Península Ibérica e Italia.

Carlos V, cuyo sueño era incluso la recuperación de la perdida Constantinopla por


manos cristianas encabezadas por el emperador del Sacro Imperio romano Germánico, no
consiguió la pacificación en el Mediterráneo. Las distintas luchas en Europa, la falta de
financiación y la falta de una flota naval poderosa en el Mediterráneo impidieron al
emperador cumplir sus objetivos. Tendrá que ser su hijo Felipe II quien tome la iniciativa
para frenar la expansión del turco en el Mediterráneo.

La lucha de Carlos V contra el imperio otomano también despertaría un recelo en


la sociedad española cristiana contra los moriscos que vivían en el antiguo Reino de Granada.
Los cristianos creían que los moriscos eran un enemigo interno que podía aliarse con el
imperio otomano. Fruto de estas tensiones se producirá la insurrección de las Alpujarras en
1568, que llevaría a una guerra interna en esta región durante 3 años. Tras esta rebelión el
problema morisco no mejoró y solamente se solucionará con la expulsión de los moriscos de
España en 1609.

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