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Salud ambiental en la historia de la salud pública peruana: 1535-2005, Carlos Bustíos y Col.
CONTENIDO
Página
INTRODUCCIÓN 5
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Salud ambiental en la historia de la salud pública peruana: 1535-2005, Carlos Bustíos y Col.
ANEXO Nº 1 266
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Salud ambiental en la historia de la salud pública peruana: 1535-2005, Carlos Bustíos y Col.
INTRODUCCIÓN
La “salud ambiental” constituye actualmente un tema de creciente importancia en la teo-
ría y la práctica de la Salud Pública mundial, debido a que los efectos del crecimiento
demográfico, el deterioro social y la degradación del mundo natural se presentan a una
escala y con una intensidad sin precedentes en la historia humana. Hoy un clima cada
vez más inestable, la acelerada pérdida de especies biológicas y crecientes inequidades
económicas plantean un desafío a la tolerancia y resistencia de los sistemas naturales.
Un reciente estudio de la OMS confirma que alrededor de la cuarta parte de la carga
mundial de morbilidad y, específicamente, más de un tercio de la carga de morbilidad
infantil son consecuencia de factores ambientales modificables. Problema que se hace
más acuciante en países en desarrollo, como el Perú, donde los estudios han revelado
que las carencias de ese tipo de servicios se relacionan directamente con la desnutri-
ción crónica del niño.
Además, en cualquier tiempo y espacio histórico los rasgos de la salud ambiental están
condicionados por las tendencias vigentes tanto en los sistemas sociales como en el am-
biente natural. Tendencias que dependen de los cambios y/o continuidades tanto en el
uso que hacen las personas de los recursos naturales y los desechos que producen, co-
mo en las orientaciones y realizaciones de las políticas de desarrollo. A los cuales, se
pueden sumar los efectos históricos de los desastres naturales y sociales. Así planteado
el problema, resulta evidente que la adecuada comprensión de los vínculos entre am-
biente-salud-desarrollo solo es posible en perspectiva histórica. Cada sociedad, en efec-
to, tiene una salud y un ambiente que le son particulares, y que resultan de una trayecto-
ria en su desarrollo, casi siempre conflictivo, tanto de las relaciones que guardan entre sí
los grupos que la integran, como de las que mantienen con el mundo natural.
En lo que se refiere específicamente a los trabajos historiográficos previos sobre este te-
ma en el Perú, ellos son escasos y descriptivos. Todos con un horizonte temporal de
corto plazo, destacando los publicados por el historiador Marcos Cueto, los profesores
del Instituto de Medicina Social y del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pú-
blica de la UNMSM. La única excepción, en tanto utiliza un horizonte a largo plazo, es
el trabajo contenido en el Volumen 16, Saneamiento Ambiental, de la colección "Histo-
ria de la Salud en el Perú", publicado por la Academia Peruana de Salud el año 2009.
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Salud ambiental en la historia de la salud pública peruana: 1535-2005, Carlos Bustíos y Col.
Los resultados finales de este estudio se presentan en los siete capítulos de esta publica-
ción. En los seis primeros se trata por separado cada uno de los estadíos del proceso en-
tre 1535 y 2005, mientras que en el último se analiza la política de salud ambiental ac-
tual y se presentan las principales conclusiones que resultan del análisis de todo el pro-
ceso como totalidad.
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
CAPÍTULO Nº 1
POLICÍA SANITARIA URBANA EN LA HIGIENE
PÚBLICA DEL PERÚ COLONIAL Y VIRREINAL
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Los primeros siglos del Perú como parte del mundo occidental
“La ocupación del territorio andino se inicio, desde luego, con un proceso de adaptación a
las variadas condiciones del medio: unos poblaron bosques húmedos siempre verdes; otros,
los varios pisos cordilleranos, con sus hábitat de estepas, páramos, sabanas o quebradas,
otros más, los desiertos. Cada uno de esos territorios contiene recursos distintos, por lo que
es preciso crear procedimientos diferentes para aprovecharlos. Así fue, la ocupación de ca-
da territorio fue en realidad un progresivo aprendizaje de sus singularidades y una constan-
te búsqueda de los procedimientos más apropiadas para su aprovechamiento”. (G. Lumbre-
ras, 1992, p. 203)
Pero esa situación de progreso autónomo y exitoso del mundo indígena no podía ser
apreciada como tal por los conquistadores, cuyo fin era colonizar un “nuevo mundo”
percibido, desde una perspectiva española y católica, como un conjunto de pueblos “pri-
mitivos” e “idólatras” que debían ser “civilizados” cristianamente, de acuerdo con los
designios de la Corona de España. En el proceso de transculturación que se inició con el
encuentro de esos dos mundos, los conquistadores impusieron saberes, instituciones y
costumbres hispanas, y trataron de eliminar las experiencias acumuladas por el mundo
indígena, convertido –bajo la percepción hispana – en la antítesis de la civilización y del
progreso. “Esto se tradujo muy pronto en segregación y marginalidad de costumbres y
gentes aborígenes… al congelar el mundo indígena por atrasado y primitivo se congeló
también la experiencia que aquí había sido acumulada” [1].
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
beneficio, en contraste con la visión andina que encontraban un continuo entre la natura-
leza, la vida espiritual y el mundo humano.
Concordando con la política española, el Perú colonial tuvo una organización social que
se caracterizó por ser estamental, jerarquizada, racialmente discriminatoria y corporati-
va. Según las leyes existían formalmente en el Perú dos repúblicas o estamentos: la Re-
pública de los Españoles y la República de los Indios. El Rey gobernaba ambas aunque
con leyes distintas, que señalaban los derechos y obligaciones particulares de cada es-
tamento. Mientras la primera estaba constituida por “cristianos viejos” que se destaca-
ban por su “limpieza o pureza de sangre” (no tenía ascendencia negra, judía ni morisca),
la segunda estaba conformada por indios conquistados que tenían un origen “gentil”. En
esta sociedad colonial, los españoles debían encargarse de cristianizar a los indios, re-
cibiendo a cambio servicios de sus conquistados [2, 3, 4].
La mita era un sistema de trabajo prehispánico autóctono que fue adaptado a los intere-
ses de los conquistadores. A través de este sistema renovado, cada pueblo de indígenas
aportaba a la Corona un número determinado de trabajadores durante varios meses del
año. Se establecía cuotas laborales que debían cumplir la población nativa tributaria se-
gún asignación que hiciese el corregidor, tanto para el servicio del encomendero como
del hacendado o poseedor de mercedes de tierra. Se sorteaba a dicha población, para
que trabajara como mitayo durante un plazo determinado, debiendo éste recibir el pago
de un salario que estaba bajo control de las autoridades. Los propietarios de encomien-
das debían deducir de este salario la cantidad que el mitayo debía pagar por concepto
de tributo a la Corona. La duración de la mita minera se fijó en diez meses dentro de ca-
da año, y el número de indios destinados a estas labores no podía exceder de un tercio
del total de la población tributaria permanente. La explotación de estos mitayos, en con-
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
diciones laborales inhumanas, causó mucho daño a la salud de los indígenas, y provo-
có cientos de miles de víctimas mortales, sobre todo entre los que laboraban en las mi-
nas. Las normas de protección del indígena que dictó la Corona fueron incumplidas de
manera abierta e impune, tanto por los encomenderos como por las mismas autoridades
encargadas formalmente de hacerlas cumplir [3, 4, 5, 6, 7].
El proyecto colonial original de las dos repúblicas, no había considerado a los esclavos
negros, que empezaron a llegar al país hacia 1528, con los primeros conquistadores.
Tampoco había considerado la aparición de un nuevo segmento demográfico que sería
el resultado de la interacción sexual entre españoles, indios y negros. Desde muy tem-
prano, se produjo en la colonia un proceso de mestizaje biológico y cultural entre las
tres “razas”. Proceso que dio origen a una franja poblacional considerable, formada por
gente de color mixto. A esta gente se le llamó, despectivamente, “castas”. Finalmente, en
la realidad peruana, el mestizaje se impuso sobre los designios originales de la Corona,
orientados a la separación entre españoles e indios [2, 3, 4, 5, 7].
El sacerdote e historiador José Tamayo [5], distingue en esta etapa de la historia peruana
cuatro períodos: el de la conquista, el expansivo, el de la hegemonía religiosa, y el de
crisis y reforma. Los tres primeros transcurrieron, casi totalmente, bajo el reinado de la
Casa de los Habsburgo (1519-1700), mientras que el último lo hizo durante el reinado de
la Casa de Borbón (1700-1821). En este devenir colonial de tres siglos, se desarrollaron
en la sociedad peruana los rasgos económicos, políticos y culturales que “definieron las
bases de la futura peruanidad republicana” [3].
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
En el Perú, la fundación de las ciudades coloniales fue uno de los elementos esenciales
de la conquista. Estas ciudades comenzaron a erigirse, por lo general, sobre los más im-
portantes poblados indígenas: se hacía indispensable la ocupación permanente y contro-
lada del territorio conquistado. De allí que las primeras consideraciones territoriales de
los conquistadores tuvieron que ver con la constitución de una serie de escalones de con-
trol militar e ideológico de los conquistados. En apenas diez años, entre 1532 y 1542,
Pizarro autorizó la fundación de nueve ciudades peruanas, sin contar Guayaquil (1535).
Ellas fueron la base de las futuras capitales regionales: Piura (1532), Jauja (1533), Cuzco
(1534), Lima (1535), Trujillo (1535), Chachapoyas (1538), Huamanga (1539), Arequipa
(1540) y Huanuco (1542). Estas ciudades fueron edificadas sobre estructuras habitacio-
nales indígenas. Los españoles superpusieron sobre templos y palacios prehispánicos sus
casas de gobierno, cabildos e iglesias [6, 7, 8].
Por otro lado, a pesar del desarrollo urbano alcanzado en algunas de las culturas prehis-
pánicas, en el momento de la llegada de los españoles la mayor parte de la población
indígena estaba dispersa en los campos, cuidando sus chacras o pastando sus animales,
y las concentraciones demográficas eran escasas. Esta dispersión poblacional dificultaba
a los conquistadores el control de los conquistados, por ello las autoridades coloniales
establecieron la necesidad de reunir o “reducir” a los indígenas en pueblos. A partir de
1570, con el virrey Toledo, se efectuó la reubicación forzada de los indígenas dispersos
en las “reducciones”, creadas cerca de las nuevas ciudades coloniales. Estos pueblos de
la “República de Indios” surgieron como una replica de los pueblos españoles, con un
trazado urbano donde había una plaza central en la que se ubicaba la iglesia frente al
cabildo. El pueblo dividido en manzanas y con casas que tenían puerta de calle para ser
visitadas por el sacerdote, el protector de indios y el corregidor. De esta manera, se fa-
cilitaba el control militar y de la mano de obra disponible, el cobro del tributo y la evan-
gelización de los conquistados. El cabildo de estas reducciones tenía sus propias autori-
dades elegidas por sus pobladores: dos alcaldes, cuatro regidores, un alguacil mayor, un
procurador, un mayordomo del pueblo, otro del hospital, y un secretario. Un caso
ejemplar de estas “reducciones” fue el pueblo de Santiago, que pronto adquirió la de-
nominación de “Pueblo de Indios del Cercado” por los altos muros que la rodeaban [9]:
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Urbanización de Lima
En sus primeros años la ciudad de Lima solo era un conjunto de viviendas grandes y mal
construidas con techos de madera. Luego, se inició la construcción de casas más grandes
y mejor acabadas – para la elite española – , las iglesias y parroquias, así como las prin-
cipales oficinas públicas. La evolución de la ciudad seguiría los patrones urbanísticos y
arquitectónicos establecidos en España, pero con influencias propias del entorno limeño.
La escasez de canteras en la zona obligaba a usar adobe y madera para la construcción,
mientras que la falta de lluvias permitía construcciones sencillas con techos planos.
Además, la pronta experiencia de temblores y sismos limitó la construcción de edificios
que tuvieran más de dos pisos. Posteriormente, los roles político-administrativo y eco-
nómico asignados a Lima permitieron que la ciudad estableciera relaciones de domina-
ción patrimonial y burocrática con el resto del virreinato [11].
Durante el siglo XVI el desarrollo de Lima continuaría dentro del patrón de la “ciudad
damero”, con una plaza central donde se ubicaban las más importantes edificaciones pú-
blicas y religiosas, y muchos espacios y lotes abiertos para jardines, huertas y bosques.
La mayor o menor proximidad de las residencias a la plaza mayor reflejaba la jerarquía
social de los jefes de las familias. Las más alejadas eran las que correspondían a las casas
y huertas de los ciudadanos comunes. Más allá de estas últimas propiedades se extendían
los límites algo imprecisos de la ciudad y sus terrenos agrícolas.
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
El primer ciclo de expansión de esta ciudad fuera de los límites de la “ciudad damero”
inicial fue un proceso lento y desordenado que iniciándose a mediados del siglo XVI no
concluiría sino en la primera mitad del siglo XIX. En los espacios intermedios entre el
damero y los núcleos urbanos de concentración indígena (El Cercado) y negra (San Lá-
zaro), se desarrollaron dos de los principales ejes de crecimiento de Lima hasta fines del
siglo XIX. El Pueblo de Indios del Cercado ya citado, en dirección este y hacia los An-
des, y el Arrabal de San Lázaro, de negros e indios, en dirección norte [9, 11, 12].
El Arrabal de San Lázaro, segundo núcleo urbano de expansión, fue inicialmente una
zona habitada por indígenas dedicados a a la pesca de camarones. En 1563 se desató en
Lima una epidemia de lepra entre los esclavos negros, quienes huyendo del apedrea-
miento del que eran objeto en la ciudad, buscaron refugio al “otro lado del río”. Ese
mismo año, se establece en dicha zona un hospital para leprosos y una parroquia llama-
da San Lázaro (1563). Alrededor de estas construcciones se formó un arrabal habitado
por negros enfermos, sus familias expulsadas de la ciudad por temor al contagio, y sa-
cerdotes a cargo del hospital y la parroquia. Entre 1573 y 1592, otros grupos de esclavos,
negros libertos, indígenas, artesanos y blancos pobres convergen en esa zona constitu-
yendo el arrabal de San Lázaro, donde se ubica el barrio de Malambo. En 1711, se crea
en Malambo el hospicio de ciegos, mancos y tullidos. Todo esto daba al barrio el estigma
de miseria y el dolor, y al malambino el de ser pobre, sucio, enfermo y “carachoso”. Más
aun, este lugar ya tenía la indeseable distinción de haber sido el área del primer basurero
de la ciudad de Lima. En verano, cuando el río Rímac se desbordaba todo el basural que
arrastraba se empozaba en Malambo [9, 11, 12].
Desde el siglo XVII el crecimiento del área territorial de la “ciudad damero” fue más
lento que el de la población, lo que provocó un proceso de densificación demográfica y
urbanización de los lotes que se habían destinado originalmente a huertas y bosques. Se
comenzaron a edificar nuevos conventos y monasterios, oficinas públicas y palacios
particulares que reflejaron la transición al barroco, no sólo en la arquitectura sino tam-
bién en la planificación urbana. La rígida forma cuadrangular de las calles se alteró con
la construcción de avenidas diagonales, algunas de las cuales siguieron el trecho de las
antiguas carreteras incaicas. La adición de estas diagonales se complementó con la crea-
ción de numerosas plazas y glorietas pequeñas. Además, la frecuencia de los sismos,
estimularon la sustitución del adobe por la “quincha” como material de construcción de
las estructuras de las casas. La “quincha” reducía el excesivo peso y aumentaba la flexi-
bilidad de dichas estructuras; sin embargo, aumentaba el riesgo de incendios, en tanto
era común que se cocinara utilizando leña [11, 12, 13].
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Posteriormente, las obras para la reconstrucción de la ciudad de Lima, después del te-
rremoto de 1746, marcaron el inicio de una nueva etapa del desarrollo urbano de la capi-
tal del Perú, en el marco de las reformas borbónicas. Reconstrucción que comenzó con
José Antonio Manso de Velasco, Conde de Superunda, virrey del Perú entre 1745 y
1761. En este proceso de reconstrucción y urbanización, no se siguió la rígida orienta-
ción del damero, sino que la ciudad creció alrededor de construcciones muy localizadas:
parroquias, iglesias, hospitales. Lima estaba todavía en plena reconstrucción en 1761,
cuando llegó el virrey Manuel Amat y Juniet, quien se empeñó no sólo en la rehabilita-
ción de la ciudad, sino también en cambiar su aspecto general, modificándola en formas
que perduran hasta la actualidad en la llamada “Lima antigua” [9, 10, 14].
Emulando los mejoramientos urbanos llevados a cabo en España por el rey Carlos III, el
estilo asumido en aquel proceso fue similar al utilizado tanto en la Metrópoli como en
las demás ciudades coloniales hispanoamericanas: paseos públicos o alamedas, coliseos
de gallos, plazas de toros, cementerios, cuarteles, almacenes militares, hospicios, edifi-
cios administrativos diversos. Las alamedas permitieron articular los barrios periféricos
(San Lázaro, Malambo y Acho) con la ciudad amurallada, así como con el entorno rural,
el valle y el puerto del Callao, como fue el caso de la Alameda del Callao. Además, el
virrey Amat auspició la edificación de nuevas iglesias y el embellecimiento de parques y
plazas, e hizo instalar un sistema de alumbrado en las calles principales, Sus iniciativas
agregaron 58.8 hectáreas nuevas al área total de la ciudad [11, 15].
Por otra parte, no obstante el desastre natural de 1746 la población de Lima había se-
guido creciendo. De acuerdo a los resultados de los empadronamientos y cálculos, efec-
tuados por las autoridades, el número de limeños alcanzaba, en los años 1790 y 1812, a
los 52.627 y 63.900 habitantes, respectivamente. Además, al final de esta etapa colonial
limeña, no existía una clara diferencia en la ocupación del espacio residencial por parte
de la aristocracia y la “plebe” urbana. Al lado de las grandes casonas, se ubicaban calle-
jones de esclavos, indios y castas. Y junto a ellos talleres de artesanos, chinganas y
construcciones de propiedad de la Iglesia. En el año 1785, bajo la autoridad del Inten-
dente Jorge Escobedo, la ciudad había sido sectorizada en cuarteles y barrios, aunque
la población mantenía esa distribución heterogénea en el espacio limeño [16].
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Las insuficiencias y deficiencias del saneamiento básico urbano era especialmente evi-
dente en la ciudad capital al final del siglo XVIII, cuando tenía una población estimada
en alrededor de 60.000 habitantes. No obstante las Ordenanzas que se habían dictado al
respecto y que se detallarán más adelante, su situación sanitaria era terrible y peligrosa:
acumulación de basuras; acequias abiertas en las calles principales, portadoras de todo
tipo de desechos; jirones polvorosos, sin empedrar; falta de canalizaciones del agua y
desagüe; plagas de gallinazos, simulando servidores de la baja policía, en todos los te-
chos y en todas las aceras; focos de infección en todos los hogares, con los silos abiertos;
falta de baños públicos y particulares, etcétera [18]. En el año 1792, Hipólito Unanue
[19], describía y explicaba esta situación ambiental de la manera siguiente:
Los territorios de la costa y la sierra peruana, ligados por la geología y el clima, se ca-
racterizan por ser afectados con frecuencia por una serie de fuerzas y fenómenos natu-
rales con una potencialidad considerable para la destrucción, cuando se combinan con
poblaciones en especiales condiciones de vulnerabilidad. Al respecto, el registro ar-
queológico y etnohistórico nos permite afirmar que los pueblos precolombinos habían
desarrollado una serie de adaptaciones relativamente efectivas a esas amenazas natura-
les, que les permitieron alcanzar el crecimiento demográfico y la complejidad cultural
que actualmente se les reconoce [20].
Sin embargo, conforme pasaban los años de la etapa colonial aquellas condiciones de
vulnerabilidad se incrementaron en las incipientes ciudades virreinales peruanas. Éstas
fueron semidestruidas, varias veces, por grandes sismos. Lima en los años 1586, 1630,
1687 y 1746; Arequipa lo fue sucesivamente en 1582, 1600 y 1784; la ciudad imperial
del Cuzco en 1650; Trujillo en 1619, 1725 y 1759. Los daños materiales provocados por
estos fenómenos fueron cuantiosos debido a que las construcciones eran inadecuadas
para resistir los violentos movimientos del suelo. Se construía aprovechando los materia-
les de cada región y de acuerdo con las condiciones climáticas, primando las construc-
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ciones de adobe y de quincha en la costa, las de piedra en las regiones altas. Los efectos
de estos sismos motivaron en la ciudad de Lima un cambio arquitectónico relevante, así
como que la devoción por el Señor de los Milagros en Lima y el Señor de los Temblo-
res en el Cuzco aumentara [20].
Otro fenómeno natural que se presenta con ciertos intervalos en el litoral y territorio
peruano es El Niño. Consiste en grandes perturbaciones de las corrientes oceánicas en
forma de masas de aire y aguas cálidas, que bajan de la costa del Ecuador y alteran radi-
calmente el régimen pluvial; producen lluvias torrenciales, inundaciones y huaycos en la
costa y, como secuela, sequías prolongadas en la sierra. Existe evidencia geológica de
los efectos ocasionados por este fenómeno en las comunidades costeras peruanas desde
hace trece mil años. Los Incas hablaban del tinpu llatu (tiempo caliente) para aludir al
proceso que ocurría, sin intervalo fijo de aparición y cuya intensidad dependía de la can-
tidad de desequilibrio que hubiese sembrado el hombre en la Pachamama (la madre tie-
rra). Además se cuenta con crónicas escritas sobre la ocurrencia de este fenómeno en los
años 1578 y 1721. De acuerdo a los estudios de Lizardo Sainer [20], se encuentran evi-
dencias que en la época colonial habrían ocurrido en el Perú, por lo menos 29 eventos
tipo El Niño, de los cuales diez han sido calificados como “muy fuertes” y 19 como
“fuertes”. Los primeros habrían ocurrido en los años 1567, 1578, 1624, 1652, 1687,
1701, 1720, 1728, 1791 y 1803.
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menor medida el oro. Para ello se procedió a la explotación del indígena convertido en
trabajador minero. Por lo general, donde afloraba una veta metálica se ponía el resto al
descubierto o se le seguía abriendo socavones. Estas galerías seguían las vueltas y re-
vueltas de las vetas sin considerar la seguridad o el desagüe. Para procesar el oro se em-
plearon los sistemas de bateas y de lavado; en este último se empleaba, al igual que con
la plata, el molino y la amalgamación. La Corona mantuvo un gran control sobre la mi-
nería a través de los impuestos, los envíos de azogue y la regulación de la mano de obra
obligatoria [24].
La mortalidad de los operarios libres y los mitayos que trabajaban en la minería era
muy alta. Inundaciones de los socavones, envenenamientos por azogue, caídas y neu-
monías contribuyeron a incrementar sus riesgos de muerte. Este problema del ambiente
minero se presentaba con mayor intensidad en los mitayos de las minas de azogue de
Huancavelica, en la sierra central. Tadeo Haënke, explorador que visitó el Perú en el si-
glo XVII, al referirse a la situación de estos trabajadores comenta [25]:
Por el lado de la agricultura, desde el siglo XVII emergió una generación de latifundis-
tas o terratenientes que, aprovechando los altos precios agrícolas, establecieron grandes
haciendas productoras de caña de azúcar. En estas haciendas trabajaban esclavos negros
que tenían como vivienda ranchos o galpones, donde eran recluidos con sus familias en
condiciones de hacinamiento y de gran insalubridad. Las jornadas de trabajo de los es-
clavos eran por lo general agotadoras. “No era raro que los esclavos fueran obligados a
empezar a trabajar a las 2,30 de la mañana y recién pudieran descansar al ponerse el sol”.
En una muestra de cuatro haciendas jesuitas se observan cifras reveladoras sobre los
altos riesgos de muerte de tales familias: entre los años 1714 y 1778 nacieron 1.289 es-
clavos y murieron 1.245. Entre estos últimos, 45,3% eran menores de 15 años [26].
En el Perú colonial, al igual que en todo aspecto o práctica de la vida cotidiana, el carác-
ter y la disposición de los entierros y ritos funerales expresaban el estamento y el rango
social, así como la capacidad económica que había tenido el difunto. Los cadáveres de
los españoles, criollos o autoridades étnicas eran inhumados en un “campo santo” que
tenía cada hospital o en las bóvedas de las iglesias o conventos. De manera distinta, los
cadáveres de los indios pobres o de las “castas” eran sepultados clandestinamente en
simples fosas cavadas en la tierra, o eran arrojados a los atrios de la iglesia por familia-
res que no podían asumir los gastos funerarios. Las inhumaciones se realizaban siguien-
do rituales funerarios legitimados en la particular cultura de cada uno de esos estamen-
tos. Hasta el siglo XVIII sería aceptado oficialmente sepultar los cadáveres de persona-
jes ilustres en las iglesias y conventos, costumbre venida de España y que se había con-
servado con celo religioso [27, 28].
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En la ciudad de Lima, la costumbre era que los difuntos fueran dejados a disposición de
la Iglesia y enterrados en los conventos, parroquias y hospitales. Según Adam Warren
[29], desde la segunda mitad del siglo XVI se excavaron bóvedas de sepulcros bajo el
pavimento de casi todas las iglesias. Los principales cementerios de Lima eran las cata-
cumbas de las Iglesias, espacios administrados por las diversas cofradías que se organi-
zaban en los altares más representativos de cada templo. La católica población limeña
tenia la esperanza que de esa manera podía estar, después de morir, bajo la protección
de la Iglesia y más cerca a Dios hasta el día del juicio final. El cementerio colonial más
conocido y de uso más difundido era el del Convento Grande de San Francisco.
“Reconstruida después del sismo de 1746, la Catedral se convirtió en un lugar de entierro no solo pa-
ra lo eclesiásticos y los ciudadanos más distinguidos de Lima sino también para parte de la población
menos privilegiada. El Patio de los Naranjos, ubicado entre la Catedral y el Palacio Arzobispal, se
convirtió en un lugar de entierro de prisioneros, mendigos y los más pobres de la ciudad, cuyos cuer-
pos eran abandonados en la Catedral por los familiares que no podían afrontar los gastos del entie-
rro…. Los miasmas también se esparcían desde el improvisado cementerio a la sacristía de la Cate-
dral y al mercado de la Plaza Mayor, donde los residentes se quejaban de una atmósfera fétida”. (A.
Warren, 2009 , p.54)
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Producida la conquista de las Indias Españolas, la Corona tuvo que enfrentar un pro-
blema clave: la organización del gobierno colonial de poblaciones dispersas en extensos
territorios alejados de la metrópoli europea. Por ello, el esquema político-administrativo
del Virreinato era muy complejo, con un sistema de mutua fiscalización entre las diver-
sas autoridades coloniales, designadas directa o indirectamente por la Corona (Virreyes,
Audiencias, Corregidores) o por el nivel político local (Cabildo de españoles, Cabildo
de indios). Esquema administrativo que, obedeciendo a un pacto implícito de respeto
mutuo entre la autoridad metropolitana y la elite criolla, pretendía evitar la desconcen-
tración del poder central y la ruptura del equilibrio político.
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Por otro lado, el movimiento filosófico de la Ilustración había conquistado a España du-
rante el siglo XVIII, pero diferenciándose de la francesa por su defensa a la iglesia cató-
lica. Sus cultores eran “ilustrados cristianos” que defendían a la iglesia por su esencia:
“la fe en Dios y en Cristo salvador”. La ilustración peruana se originó en la española y,
por ende, sus cultores también eran cristianos ilustrados. En el umbral del siglo XIX, los
libros de los ilustrados franceses – entre ellos los relacionados con la Higiene Pública y
la Sanidad – pudieron ser leídos y difundidos por un grupo selecto de médicos criollos,
liderados por Unanue. Ellos pudieron coincidir, entonces, con las autoridades colonia-
les en la conveniencia de adoptar las innovaciones higiénico-sanitarias que la Corona
Española estaba promoviendo en sus dominios, siguiendo los ejemplos exitosos de
Francia e Inglaterra. En ese mismo sentido, desde 1805, pocos años después de publica-
do el Informe de Jenner, se estaba masificando en dichos dominios, entre ellos el del
Perú, la vacunación contra la viruela. La participación de estos ilustrados cristianos,
preocupados por el destino nacional, iba a ser esencial en la fundamentación y legitima-
ción de la práctica sanitaria en la futura República Peruana.
El Cabildo o Ayuntamiento
El primer Cabildo de Lima fue presidido por sus alcaldes Nicolás de Ribera el Viejo y
Juan Tello, que de esta manera se constituyeron en los primeros funcionarios de la bu-
rocracia colonial que actuaron como autoridades en el campo del cuidado de la salud en
el Perú. La primera preocupación de los españoles al fundar nuevas ciudades era selec-
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cionar los espacios donde éstas serían ubicadas, asegurando que tuvieran las condicio-
nes higiénicas y ecológicas para tal fin. Luego de fundar la ciudad, se procedía a cons-
truir una iglesia, una casa de gobierno y un hospital. En efecto, al tomar sus primeras
disposiciones, después del fundar Lima, eligieron la ubicación de la futura catedral y la
del Palacio de Pizarro y, luego, reservaron una manzana para la construcción de un hos-
pital, que fue construido algunos años después [30].
La "policía sanitaria" constituía una de las funciones administrativas básicas del Cabildo.
Desde el año 1611, el Cabildo de Lima nombraba entre sus capitulares a un Juez de
Aguas, que cuidando de su distribución, “esté a la mira de la limpieza de la atargea y
demás fuentes del público abasto, siendo la judicatura de las de campo, una comisión que
por su importancia toca y pertenece a un señor Ministro de la Real Audiencia”. Los ban-
dos de buen gobierno dictados por los cabildos intentaban regular las acciones destina-
das a “vigilar el aseo de la ciudad, cuidar de la reparación de las calles, inspeccionar los
camales, inspeccionar los establecimientos de asistencia social y organizar la baja poli-
cía...interviniendo principalmente en la fijación de los precios de los alimentos y las
mercancías (incluyendo medicamentos) necesarias para la vida en la ciudad” (R. Morse,
1964, p. 144). Además, resguardaba a la ciudad contra las epidemias; así, por ejemplo, el
Cabildo de Lima tuvo que ordenar varias veces la cuarentena para los barcos que venían
de Panamá. Al respecto, Lastres cita a José Riva Agüero, cuando éste comenta que los
cabildantes de Lima trataban todo lo vinculado con “...las tasas y ordenanzas de... gana-
dos, víveres, aguas, barcos que entran al Callao, gremios, etc. (...) Las precauciones hi-
giénicas y cuarentenas contra la peste bubónica, como la establecida contra la epidemia
que devastaba México por los años de 1560 y contra los valles del Norte en 1589” [25].
Con relación a los Cabildos, es necesario recordar, durante los Habsburgo, dos asuntos.
El primero, es que no nacieron como expresión de una aspiración cívica de autonomía
local, sino que se establecieron por imposición de la ley hispana; más aún, en la elección
de sus autoridades intervenían el Virrey y consideraciones económicas. El segundo, es
que si bien los cabildos de las ciudades de la República de los Españoles llegaron a tener
una administración local, relativamente autónoma, los municipios de los pueblos de la
República de los Indios nunca alcanzaron esa situación [3, 5].
Como ya se informó, desde la llegada de los Borbones a la Corona se produjo una serie
de cambios en la relación entre España y el resto de su Imperio. A partir de estos cam-
bios los virreinatos pasaron a depender directamente de la metrópoli. Su estructura so-
cial y económica fue modificada en el sentido de una dependencia absoluta de España, y
se intentó activamente reducir las competencias de las autoridades locales. A fines de la
etapa colonial, mientras se instauraba el sistema centralista a imagen del sistema francés,
los cabildos ya habían perdido gran parte de sus prerrogativas. En el curso de ese proceso
se asistiría a grandes conflictos entre el Virrey y las autoridades del Cabildo de Lima que
disputaban el control de las atribuciones políticas y administrativas. En las memorias de
los últimos virreyes se leen juicios muy duros sobre la composición, así como la actua-
ción deficiente de los cabildos en el cumplimiento de sus funciones vinculadas con el
desarrollo e higiene urbana [3, 5, 32, 33].
“Los políticos no tenían en sus puestos otros deseos que la codicia y el afán constante de
lucro y la celebridad… y es difícil encontrar gobernantes que se muevan por motivos más
nobles (…) los cabildantes, en vez de ser los Padres de la República son estafadores y
usurpadores de los propios y arbitrios sobre rentas y solo se dicen desean nombrarse Ex-
celentísimo Cabildo (…) Compran las varas con el solo objeto de beneficiarse y tienen
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
sus cargos permanentes sin nueva elección; lo justo sería que solo hubiese dos plazas
permanentes; la de Alférez Real y Alguacil Mayor…” (Memorias del Virrey Abascal y
Sousa, p. XVIII) [33].
En 1513 se habían dictado en España los Reglamentos del Rey Fernando el Católico,
que varias décadas después serían complementadas con la ordenanza de 1523 dictada por
Carlos V, la que después sería incluida como la ley I, título VII del Libro IV, “sobre las
calidades que habían de tener las poblaciones”, en la Recopilación de las Leyes de las
Indias. Ordenanza que normaba la elección de espacios para el asentamiento de las nue-
vas ciudades coloniales, así como la higiene y policía urbana, y que tuvo su mejor cum-
plimiento en las primeras poblaciones fundadas por los conquistadores, Lima entre ellas.
Paz Soldán [34] reproduce parte de esta ordenanza de la manera siguiente:
“…El agua debería próxima a fin de acarrearla con facilidad al pueblo y la altura de los
terrenos no ser muy grande, por la molesta de los vientos, ni demasiado bajos, porque
suelen ser enfermos y por último, habíase de evitar las nieblas, procurando observar la
ubicación que fuera más conveniente a la salud. En caso de que la edificación se hiciere
en las riberas de un río, debería procurarse que saliendo el sol, diera primero en el pueblo
y después en el agua”. (C. E. Paz Soldán, 1957, p. xiii)
Para precisar y ampliar esas orientaciones generales, el rey Felipe II expidió, en 1571 y
1573, las llamadas Ordenanzas de Poblaciones. En éstas se establecían las condiciones
higiénicas y ecológicas que debían tener los espacios donde se ubicarían los nuevos pue-
blos: “aire puro y suave, sin exceso de calor o frío”, “aguas muchas y buenas para beber
y regar”, “que no tengan cerca lagunas, ni pantanos en que se críen animales venenosos,
ni haya corrupción de aires, ni de aguas”. La proximidad de los ríos debía ser buscada y
en sus riberas, instalarse las carnicerías, pescaderías, tenerías y “los otros oficios que
causen inmundicias y mal olor”. Los lugares libres, destinados a asegurar la ventilación
de la ciudad también merecieron atención de estas disposiciones. De ser posible la ciu-
dad debía estar cerca del mar [34].
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Asimismo, en las Ordenanzas de Toledo de 1573 se incluyen reglas sobre policía urba-
na; las cuales establecían las obligaciones en cuidado de la higiene de: los molinos y mo-
lineros, las carnicerías y mataderos, las tabernas del vino, la ribera y río que pasa por la
ciudad, las “alhóndigas” (depósitos de granos y legumbres), el agua pública que viene o
ha de venir a la ciudad, etc. Además, se detallan las reglas para regular la utilización de
las acequias; entre las principales: tener licencia para cerrarlas, abrirlas o reformarlas;
tenerlas limpias, bajo pena; no echar estiércol, ni tener caballerías sobre ellas, bajo pena;
cubrir las que están o atraviesan las calles, bajo pena; ninguna persona podía atreverse a
romper ninguna de las que atraviesan las calles [23].
Todos los historiadores coinciden en afirmar que el contenido de las Leyes de las Indias
alcanzó, para la protección de los indígenas, perfiles admirables. Pero la casi totalidad
de los mismos enfatizan que en esa época existía, en mayor medida de lo que sucede
actualmente, una contradicción entre la intención de la norma y su aplicación por los
empleadores y las autoridades encargadas de hacerla cumplir. Era evidente que las
normas aludidas, pese a su origen y a su espíritu caritativo o paternal, significó apenas
un conjunto de enunciados de buenas intenciones que, por lo general, nunca se concre-
taron cuando afectaban los intereses de dichos empleadores y autoridades. En páginas
anteriores, ya nos hemos referido a las terribles condiciones de insalubridad en que la-
boraban los indígenas en las minas; en este mismo sentido, H. Unanue criticaba la au-
sencia de una policía minera y los desgraciados efectos de dichas condiciones en la sa-
lud de los trabajadores: “...En Europa, para remediar semejantes desgracias, se cuida de
que los asientos de minas están proveídos de profesores, peritos y de auxilios. En el Pe-
rú se carece de todos” [19].
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Francisco Pizarro fundó Lima con el nombre de Ciudad de los Reyes, sobre la margen
izquierda del río Rímac. Inicialmente, los pobladores de la nueva ciudad bebían agua
directamente de las orillas del río. Fue recién el 15 de enero de 1552, durante el go-
bierno del Virrey Conde de Nieva, que el Cabildo de Lima trató por primera vez el tema
de efectuar obras para traer, desde los manantiales de La Atarjea, agua limpia destinada
al consumo doméstico. En 1556 se creó el Juzgado Privativo de Aguas, encargado de de
atender la distribución del vital líquido en las acequias y pilas de la ciudad. En 1563, se
comenzó a construir el primer acueducto de cal y ladrillo que desde esos manantiales
dotaría de agua a la pila de la Plaza Mayor y, luego, a unos contados conventos. El
domingo 21 de diciembre de 1578, durante el gobierno del Virrey Francisco de Toledo,
llegó por primera vez el agua de La Atarjea a la pila de la Plaza Mayor [38].
Más precisamente, la ciudad de Lima se abastecía de agua del río Surco, un brazo del
Rímac, desde dos manantiales ubicados en el valle de Ate a seis kilómetros más arriba
de la capital: uno en los Puquios y el otro en La Atarjea. Los manantiales fueron ence-
rrados en una caja, con el fin de protegerlos y mantener la pureza de sus aguas. “La Caja
de Agua estaba compuesta por dos cubos de mampostería, construcciones que encerra-
ban entre paredes estos ‘surtidores’, formando una especie de estanque” (A. Fuentes,
1866, p. 468) [39].
“Este acueducto atravesaba las chacras y huertas de Ate, pasaba por delante del Cemente-
rio General y se introducían a la ciudad por debajo de las murallas que la rodeaban…, has-
ta culminar su recorrido en las Cajas de Agua establecidas en los conventos de Santa Clara
y Santo Tomás… El agua que llegaba a la Cajas… era posteriormente distribuida por cañe-
rías de barro subterráneas hasta las pilas y fuentes públicas de la ciudad. Los conventos,
hospitales y los pocos habitantes que poseían pilones propios al interior de sus domicilios
recibían el agua directamente de alguna de las Cajas”. (J. Lossio, 2002, p. 26-27)
Conforme pasaban los años se fue acrecentando en la ciudad de Lima el número de pile-
tas públicas y de “atanares” (cañerías de barro cocido) que conducían el agua a piletas
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
privadas de algunas casas particulares. Sin embargo, la gran mayoría de los habitantes de
Lima continuaron obteniendo el agua para su uso doméstico por intermedio de los
“aguadores”. Éstos eran comerciantes ambulantes que recogían el agua de las fuentes
públicas, las cargaban en contenedores, las “pipas”, y la transportaban a pie o en sus mu-
las para ofertarlas por los diversos barrios de Lima. Estos “aguadores” eran miembros
de un gremio y, por tanto, estaban sujetos a pragmática o reglamentación; es así, que por
el derecho a comerciar el agua se comprometían a cumplir con algunas labores sanitarias.
Entre ellas, regar una vez a la semana la plazuela de donde obtenían el agua, así como
matar cada dos semanas a los perros que encontraran vagando. Usaban, para esta última
tarea, un garrote reforzado con plomo [18, 39].
Desde la segunda mitad del siglo XVIII, el agua de bebida utilizada en Lima ya era cali-
ficada como insalubre. Para H. Unanue, tal agua era “cruda e indigesta” y contenía mu-
chas impurezas materiales, las cuales aumentaban conforme se alejaban de sus fuentes de
origen. En realidad, estas deficiencias eran provocadas por la escasa policía de las pilas
de la ciudad y de la mala conservación de las cañerías que conducían el agua desde las
fuentes originales. Atanares subterráneos que pasaban a poca distancia de la superficie
del suelo y que eran maltratadas por el traqueteo de los carros que transitaban en su tra-
yecto hacia las pilas. “Eran frecuentes y recurrentes, especialmente en Lima, las filtra-
ciones y las rupturas de las cañerías, los aniegos y la contaminación [17, 23, 35].
Fuera de Lima, en las demás ciudades coloniales, los vecinos debían abastecerse de
agua de bebida transportándolas en cántaros de barro desde los ríos y vertientes más
cercanos. En algunas de ellas se instalaron piletas públicas, abastecidas desde un río
aledaño por “atanores” muy frágiles o, con más frecuencia, a través de simples acequias
abiertas para tal fin por las autoridades locales.
Desde varios siglos antes de la conquista, en el ámbito de los principales valles perua-
nos ya existía una red de señoríos indígenas y un complejo agrícola, que se mantenía a
través de un sistema de canales o de acequias usado por los curacas locales para fertili-
zar las tierras. Con la llegada de los españoles, estos valles acogerían a las nuevas ciu-
dades coloniales, así como a los pueblos rurales y a las haciendas, las cuales continua-
rían siendo regadas por afluentes o canales que se derivaban del río principal.
En Lima y en otras ciudades del país hasta muy entrada la República, persistiría la cos-
tumbre de arrojar los residuos domésticos a los ríos aledaños y/o las acequias que atrave-
saban sus territorios, creando uno de los principales focos de infección y propagación de
la disentería, la fiebre tifoidea y otras enfermedades diarreicas. En el caso de Lima, de
manera casi paralela al progreso urbano y crecimiento de su población, se dotó a la ciu-
dad de un sistema de acequias abiertas en el medio de la calle, por la que corría un cau-
dal de agua que no siempre tendría la fuerza suficiente para arrastrar las basuras y resi-
duos de las casas y calles, que eran conducidas fuera de la población por medio de otras
acequias de mayor tamaño que desembocaban en el río Rímac [23]. En 1629, el Padre
Cobo hacía el siguiente comentario sobre el río Rímac y las acequias [40].
“Y así, dejado aparte este principal beneficio de hacer fértil y fructuosa con sus aguas la co-
marca y la campiña de esta ciudad, la provee también abundantemente de agua, encontrán-
dose por medio de ella y con las muchas acequias que la sangran, y corren con tal orden re-
partidas por las casas, que no hay cuadra ni sola que no alcance a participar de ellas. Valen
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Con relación a la disposición final de los desechos domésticos, no obstante las prohibi-
ciones contenidas en las ordenanzas que al respecto se dictaban (leer páginas anteriores),
la población limeña acostumbraba arrojar los residuos domésticos en los lotes vacíos o
canchones que abundaban en la ciudad o eran lanzados a las acequias que corrían por las
calles principales, lo que provocaba con frecuencia aniegos y olores nauseabundos.
Al respecto de las respuestas de las autoridades coloniales a los sismos u otros desastres
naturales, los historiadores han señalado los diferentes caminos que tomaron los procesos
de recuperación de las ciudades hispanoamericanas tras fenómenos naturales peligrosos.
Había tres opciones: (i) la refundación de la ciudad; (ii) la reconstrucción de la ciudad
con su trazado original; (iii) el traslado del asentamiento y la reedificación de la ciudad.
Después del sismo de 1746 en Lima y Callao, las autoridades virreinales, al decidir el
camino a seguir en la reconstrucción, eligieron la segunda opción para el caso de Lima,
y la tercera para el Callao. En este último caso, no hubo lugar para la segunda opción; el
impacto del sismo apenas dejó huella del puerto, levantándose una nueva ciudad militar
sobre los rastros y vestigios de un centro urbano mercantil y portuario [41].
“El Director de la Biblioteca Nacional, señor Carlos A. Romero, me ha mostrado una or-
denanza rígidamente punitiva, respecto al funcionamiento de los Rastros. En su texto figu-
ran los decomisos que sufrieron los contraventores de la venta de carnes. Estos alimentos
que se les quitaban servían para las cárceles, hospitales, etc.”. (E. Ego Aguirre, 1935, p. 6)
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Las calles de las ciudades coloniales no estuvieron pavimentadas. C. Jaramillo [23] cita
al costumbrista Manuel Atanasio Fuente cuando dice que no existen al respecto crónicas
que indiquen la fecha en que se empedraron por primera vez las calles de Lima. Se pre-
sume que se comenzó con el empedramiento de las veredas centrales. Sin embargo, si
existen muchos testimonios sobre los viajeros que llegaban a Lima y se sorprendían de lo
desaseadas que estaban las calles y veredas de la ciudad.
Carlota Casalino [28] cita a Phillipe Ariés (1977, p. 49) cuando este autor explica las ra-
zones por las cuales, alrededor de 1760, la costumbre de enterrar a los muertos dentro de
las Iglesias había comenzado a convertirse en algo intolerable para los ilustrados perua-
nos: “…Por una parte, la salud pública se veía comprometida por las emanaciones pesti-
lentes y los hedores infectos procedentes de las fosas. Por otra, el suelo de las iglesias, la
tierra saturada de cadáveres de los cementerios y la exhibición de osarios violaban cons-
tantemente la dignidad de los muertos. Se recriminaba a la Iglesia que hubiera hecho to-
do lo posible por el alma y nada por el cuerpo, y de cobrar el dinero de las misas sin
preocuparse de las tumbas…”.
Por su parte, Adam Warren [29] comenta que, desde la década de 1770 médicos y fun-
cionarios públicos comprometidos con la ilustración habían iniciado una campaña para
reformar tanto el sistema de entierros como los rituales funerarios usados en el virreina-
to, con el propósito de evitar sus excesos que, de acuerdo a la higiene ambientalista,
incrementaban el riesgo de la presentación de las enfermedades pestilenciales. Esta
campaña reformista sería fortalecida por el temor despertado por la aparición de una se-
rie de epidemias que, a finales del siglo XVIII, afectaron a la población de Lima.
En la Europa del siglo XVIII, la Higiene Pública auspiciada por la Ilustración Francesa,
había generado grandes cambios en la concepción del diseño y desarrollo de las ciuda-
des. Es así, que en España se habían iniciado, desde mediados de dicho siglo y como par-
te de las reformas borbónicas, cambios importantes en su realidad urbana. El proyecto
higienista ilustrado exigía que esos cambios garantizaran, además de la belleza urbana, el
orden, la comodidad y la seguridad en la ciudad. Ello implicaba una suficiente disponibi-
lidad de medios de saneamiento básico; limpieza, iluminación, empedrado de las calles;
así como reubicación de los cementerios, prisiones, hospitales, mataderos y otros centros
fabriles fuera del casco urbano [30, 31].
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
“Es acreedor S.E. a la más tierna gratitud de… por empezar a remediar estas causas morta-
les. La primera, con los carros de limpieza establecidos desde el año anterior; lo segundo,
con la supresión de acequias inmundas y formación de silos, que además de servir para el
aseo de las casas, podrán ser muy útiles en los terremotos a que está expuesta Lima... So-
bre la tercera… a fin de que se formen los sepulcros y osarios fuera de las ciudades...Por
estos cuidados la salud del ciudadano gozará de mejor suerte. Como las capitales dan
siempre el tono a las ciudades de su dependencia, ya el Cuzco se hace libre de sus inmun-
dicias, Arequipa con una hermosa Alameda y Tarma con otra igual...”. (H. Unanue, 1792,
nota 1ª en Decadencia y Restauración del Perú)
En 1789 había llegado a Lima desde Madrid el primer Decreto Real prohibiendo los en-
tierros al interior de las iglesias y ordenando la construcción de cementerios extramuros.
En las páginas del Mercurio Peruano, bisemanario publicado entre 1791 y 1795, los ilus-
trados cristianos apoyaron dicha orden, explicando que las epidemias tenían dos razones
unidas entre sí como dos caras de una misma moneda: en lo moral, son castigos del cie-
lo; mientras que en lo físico, son casi siempre efectos de efluvios corruptos, entre ellos
los que se desprenden de aquellos entierros. Se afirmaba que la salud de los vivos estaba
comprometida por “las emanaciones pestilentes que provenían de la multitud de cadáve-
res amontonados en los sótanos de las Iglesias”. Además de presentar los argumentos de
carácter higiénico que sustentaban dicha prohibición, en esas mismas páginas se narran
los avances y las limitaciones iniciales en el cumplimiento de la misma.
En realidad, no obstante la fuerza de esa orden real y de tales argumentos, trasladar los
entierros de las iglesias a cementerios generales ubicados en las afueras de la ciudad
sería un largo y lento proceso. Las mentalidades populares y religiosas conservadoras
se resistirían, por mucho tiempo, a renunciar a la idea que los difuntos debían quedar al
cuidado de la Iglesia. Es así, que recién hacia fines del siglo XVIII se empezaron a
construir en el país los primeros cementerios generales y que fuera necesaria la llega-
da de otros Decretos Reales, en 1803 y 1804, para que se finalizaran dichas construc-
ciones en los extramuros de las ciudades Lima y Cuzco.
Casalino [28] nos hace conocer que en el año 1796, a partir de la decisión de la Corona
para la creación del Cementerio General de Lima, se realizó un estudio cuyos resulta-
dos ratificaron la opinión, ya generalizada en la ciudad, sobre el estado deplorable de
los entierros en las iglesias y los hospitales. Estudio que incluyó el testimonio del ve-
cino de uno de estos hospitales, publicado en el Mercurio Peruano (Nº 47. 26/05/
1791): “… y por la de vivir yo en la misma calle en que se halla, situado en el centro de
la ciudad, he visto y presenciado con la mayor consternación, más de una vez, exhuma-
dos los cadáveres por los perros y hechos pasto de su hambre…”.
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Obra importante para la higiene de Lima fue la construcción del Cementerio General,
inaugurado en 1808 por el virrey Abascal y con el auspicio del Arzobispo de Lima don
Bartolomé de las Heras. El día de su inauguración fue transferido allí el cuerpo del difun-
to Arzobispo Gonzáles de la Requena, uno de los principales promotores del Cementerio
que hasta entonces había reposado en el Panteón de la Catedral. Los planos y ejecución
de las obras estuvieron a cargo del arquitecto Presbítero Matías Maestro. El cementerio
fue ubicado en la Portada de Maravillas, fuera de las Murallas de Lima. En este mismo
año se dio el Reglamento sobre los entierros y los ritos funerarios, reiterando la prohibi-
ción de sepultar cadáveres en las Iglesias. Estos hechos significaban una alianza, algu-
nas veces tensa, entre el Estado Colonial y la Iglesia en bien de la higiene pública. Se
mantuvieron las misas de difuntos y toda la pompa fúnebre, pero se optó por dejar de la-
do las iglesias y las parroquias como sitios de sepultura y se comenzó a construir cemen-
terios en todo el país [18, 27, 28, 29].
Por otro lado, la eficacia del sistema de acequias de Lima para la eliminación de los resi-
duos domésticos era muy inferior a la descrita, 167 años antes, por el Padre Polo. Entre
otras razones, la población limeña se había multiplicado y el terremoto de 1746 había
provocado un deterioro importante de ese sistema. En la recopilación de escritos de esa
época [43] se transcriben parte de las memorias del virrey Gil de Taboada y Lemos so-
bre su gestión, en ellas se lee lo siguiente:
“Aunque el plano de esta capital y los varios arroyos que la riegan influya a su formal lim-
pieza, la falta de policía… la tenía constituida en un general desaseo. Atendiendo al daño
y a los medios de impedirlo, después de impuesto los fondos… dicté cuantas providencias
consideré conducentes a este propósito. En efecto, compuestas las alcantarillas de las ace-
quias, se evitarán las repetidas inundaciones, que, formando diversas lagunas en las calles,
hacían respirar un aire nocivo a estos habitantes, y ordenándose que los presos de las
Reales cárceles salgan a limpiar diariamente los cauces respectivos, transportando sus fan-
gos y basuras las seis carretas que tiradas por bueyes se han establecido, se mira el centro
de esta capital libre de las materias inmundas y corrompidas, que tanto molestaban el olfa-
to como perjudicaban la salud. La sustitución de silos a las acequias interiores, acordada
por el acta capitular desde el año 1785, se había hecho ilusoria a pesar de su utilidad” (Gil
de Taboada y Lemos, citado en H. Unanue, 1975, p.78).
En el periódico peruano El Investigador, uno de los más influyentes en los últimos años
de la colonia, aparecen entre los años1813 y 1814 una serie de denuncias y comentarios
sobre el ambiguo tratamiento que las autoridades del Cabildo de Lima utilizaban en sus
relaciones con los sectores populares, así como sobre las dificultades para la difusión
e internalización de las nuevas ideas higiénicas ilustradas entre las autoridades locales y
dichos sectores. El periódico informaba constantemente de inundaciones, de calles fé-
tidas en donde el agua se encontraba estancada y con restos descompuestos de diversos
animales muertos. Además, denunciaba la ausencia de médicos capaces de controlar las
epidemias y enfermedades que ocasionaban esta situación de insalubridad. Igualmente,
sus críticas señalaban el hecho que en Lima el alumbrado público se encontraba estro-
peado, lo que propiciaba la presencia en las calles de gente de mal vivir, ociosos y va-
gabundos que incrementaban la inseguridad ya existente de la ciudad [44].
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Es de resaltar la fuerte crítica que El Investigador hacía a las autoridades del Cabildo de
Lima por no poder controlar esos problemas de higiene y limpieza que eran de su com-
petencia. "En la capital del Perú se hacen nulos vuestros decretos, no hay policía, sani-
dad, ni nada". "No parece sino que las leyes han callado, los magistrados olvidado los
sagrados deberes de su respetable ministerio, y los encargados de la persecución de los
malhechores, hecho tregua con ellos, o concediéndoles un par de meses de saqueo gene-
ral" (Nº 27, Lima, 27 de julio 1814). Incluso afirma el periódico: "los jueces de policía,
los de aguas, los empleados, y todos los que ejercen cargos públicos se burlan de las
quejas de El Investigador; todos se desentienden, sacuden los hombros, se ríen, y cada
día van las cosas de mal en peor" (Nº 4, Lima, 4 de julio 1814).
Según Daniel Morán [44], este discurso crítico sobre el Cabildo y la Audiencia de Lima
se expresaba cuando, precisamente, estas instituciones desafiaban las medidas de refor-
ma urbana impulsada por el virrey, por lo que se podría interpretar que Abascal y cierto
sector de la élite habrían propiciado aquel discurso periodístico, con el objetivo de con-
trarrestar las opiniones discrepantes que, al respecto, tenían el Cabildo y la Audiencia.
En el mundo occidental
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Posteriormente, en los años del medioevo y del renacimiento, los seguidores de la “me-
dicina astrológica” reinterpretaron el “aerismo hipocrático” desde un punto de vista as-
trológico y, por tanto, especulativo. Destacaron como principal causa de las enfermeda-
des epidémicas la influencia cósmica de las conjunciones astrológicas generadoras de
una “alteración del aire” que actuaba “a modo de un veneno”, en los organismos que
asimismo habían sido alterados por ellas. La “enfermedad” adquiría un carácter colecti-
vo o masivo cuando una “maligna” conjunción de planetas, astros o estrellas provocaba
una corrupción atmosférica que afectaba a todo un territorio. Hasta el siglo XVIII la
medicina y la astrología mantenían lazos estrechos, siendo el estudio de la astrología
parte – como una asignatura más – de la formación médica y el componente esencial en
la práctica médica. Se pensaba que las partes del cuerpo estaban regidas por determina-
dos planetas y signos cósmicos, que a su vez estaban asociados a determinadas enfer-
medades. La noción del hombre como microcosmos regido por las mismas leyes que
gobiernan el macrocosmos o universo, y en el que se reproducen en pequeño las mismas
dinámicas que mantienen la armonía de las esferas celestes, llevó a atribuir a cada signo
zodiacal y a cada planeta una influencia directa sobre una determinada parte del cuerpo
humano, al mismo tiempo que sobre los cuatro humores corporales (sangre, flema, bilis
amarilla, bilis negra).
En el siglo XVII, Thomas Sydeham a partir de su propia lectura de los escritos hipocrá-
ticos, precisó el concepto de “constitución epidémica” en su obra “Observationes medi-
cae” (1676). Con este concepto hacía referencia a un estado particular del aire, que da
origen a ciertas enfermedades agudas masivas; las cuales, se difunden en la extensión
que dicho estado se prolonga y lo permite. Las manifestaciones, la difusión y la evolu-
ción de tales enfermedades están determinadas por: la índole de la materia “morbífica”
(miasmáticas), la localización somática de esta materia en la sangre, la mayor o menor
vitalidad del paciente y la fatalidad en su aparición. Sin embargo, no parece haber acuer-
do, entre los intérpretes de dicha obra, respecto al verdadero alcance de esa pretendida
precisión. Así mientras para Lain Entralgo puede reducirse al "aspecto meteorológico del
año", para otros autores tiene un sentido más amplio. Pero, más allá de esas discrepan-
cias contemporáneas, lo cierto es que del concepto de Sydeham se derivó una doctrina
que servirá de fundamento, desde el siglo XVIII, a varias teorías que la moderna histo-
riografía las agrupa bajo la denominación de “constituciones epidémicas” [45, 46. 47].
Por otra parte, Giovanni María Lancisi (1654-1720) publicaría De noxius paludum efflu-
vis (1717), sobre las emanaciones nocivas de los pantanos. Lancisi creía que los pantanos
producían la malaria a través de dos modalidades de emanación: la animada y la inani-
mada. La primera era la nube de mosquitos capaces de transportar y trasmitir la materia
patogénica, la segunda se identificaba con los “miasmas” [45, 46, 47]. El contagio era
interpretado como proveniente de la expulsión o exhalación de humores corruptos a tra-
vés de los poros o de la respiración de los organismos enfermos, siendo entonces capaces
de corromper el aire. Al respecto, el padre jesuita J. Gumilla [48], Superior General de
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
Al final del siglo XVIII, el centro de la educación médica europea pasó de la Universi-
dad de Padua a la Universidad de Leyden, donde Hermann Boerhave (1668-1738) enfo-
caba el estudio de los problemas clínicos médicos a partir de la observación, siguiendo
la ruta marcada por T. Sydeham en el siglo anterior. Además, como exigencia lógica de
la hegemonía que adquiere la doctrina de la constitución epidémica del mismo Sy-
deham, en el estudio de la enfermedad colectiva, surgen las publicaciones de Topogra-
fía o Geografía Médica, en las que se insertan diversas consideraciones estadísticas y
cualitativas acerca del origen y desarrollo de las epidemias y sobre la morbilidad en ge-
neral. Estas monografías médicas suelen ceñirse a ciudades, localidades y comarcas o
regiones concretas, tratando de validar su tesis básica: la génesis y evolución de las en-
fermedades están fuertemente determinadas por el clima y el medio local. En los inicios
del siglo XIX encontraremos en esas publicaciones, además de una sistemática preocu-
pación por los vientos – “ya que a través de ellos se dispersan los miasmas” – una per-
sistente atención sobre aquellos lugares concretos que son considerados como focos de
pestilencias: pantanos, mataderos, ciudades, estercoleros, etc. y que, por tanto, debían
ser objeto de vigilancia y ordenación. Se desarrolla así, desde el campo higienista, una
reflexión propia sobre el espacio urbano. No se tienen dudas que de acuerdo a los resul-
tados de la observación sistematizada se pueden indicar los lugares sanos y enfermos,
las zonas en que es posible habitar y aquéllas que deben evitarse. Más aún, se espera
que una vez determinadas las variables meteorológicas (temperatura, humedad, presión
atmosférica, orientación del viento) y climáticas de un área, podrá establecerse un rela-
tivo acoplamiento entre estos datos, las "fiebres" del lugar, y el "temperamento" de sus
habitantes, posibilitando así una acción profiláctica y terapéutica eficaz [49].
Además, en esos mismos años se desarrollaba en Francia e Inglaterra una nueva co-
rriente del pensamiento sanitarista – el “higienismo” – impulsada por médicos compro-
metidos con la Ilustración y que, por ende, rechazaban la “medicina astrológica”. Nueva
corriente que aceptando la existencia de la influencia del entorno físico en el desarrollo
de las enfermedades, también enfatizaba el papel del medio social en dicho desarrollo.
Los higienistas criticaban tanto la falta de salubridad en las ciudades industriales, como
las condiciones de vida y trabajo de los obreros, proponiendo diversas medidas de tipo
higiénico-social, que podrían contribuir a la mejora de la salud y las condiciones de vida
de la población. Para sustentar sus afirmaciones, estos médicos realizan una serie de in-
vestigaciones empíricas de tipo sociológico y geográfico.
Esas ideas sustentaron en Europa las acciones de una policía médica o de una medicina
urbana encargada de “sanear”, “ventilar” y “limpiar” las ciudades y sus entornos físicos.
También legitimarían los esfuerzos coactivos de los ayuntamientos o cabildos a evitar o
eliminar de los núcleos urbanos todo efluvio miasmático que fuera nocivo a la salud.
Las medidas de saneamiento básico y de limpieza, iluminación y empedrado de las ca-
lles; así como, de reubicación de cementerios, prisiones, hospitales, mataderos, curtiem-
bres y otros centros fabriles, son muestras del proyecto higienista ilustrado. Esfuerzos
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
que al generar resistencias de los afectados económicamente por los mismos, pusieron
en evidencia los conflictos entre los intereses económicos y los sanitarios.
Según destaca Juan Lastres [25], la bibliografía médica peruana de los siglos XVI y
XVII, al igual que en Europa, esta plagada de trabajos sobre la llamada “astrología mé-
dica”, y la importancia que tenía el buen estudio de la posición de los astros, para diag-
nosticar y pronosticar acerca de las enfermedades, un ejemplo de ello es el Opúsculo de
astrología en medicina y de los términos y partes de la Astronomía necesarias para el
uso de ellas, publicado en Lima por Juan de Figueroa, al final de la década de 1660.
“En el Prólogo, Figueroa da una explicación basada en la filosofía de Santo Tomás que
sostiene, que nada pasa en el cuerpo humano, que no esté escrito en el libro de los cie-
los… (insistiendo) en que para comprender mejor las causas de las enfermedades, es ne-
cesario estudiar la posición de los astros (…) Como se ve… es un verdadero tratado de
Astrología Médica… en una época en que estos conceptos estaban finiquitados en el vie-
jo mundo y el panorama de la Medicina, marchaba ya a iniciar los cauces científicos de
Sydenham, y más tarde con Bichat y Laennec” (J. Lastres, 1951, pp.226-228).
Como únicas evidencias del interés científico en el Perú colonial, cabe citar la fundación
de la Universidad de San Marcos y del Protomedicato, así como la creación del puesto
de “cosmógrafo”, cargo ejercido por el catedrático de Matemáticas de la Universidad de
San Marcos. Entre las más importantes funciones que el cosmógrafo desempeñó en el
Perú estuvo la observación astronómica; con ella daba cuenta de la marcha de los astros
para así determinar la influencia que estos tendrían sobre los seres humanos. En 1753 se
inicia en Lima una serie interrumpida de registros meteorológicos hechos bajo respon-
sabilidad del Cosmógrafo Mayor, información que fue dada a conocer en El conoci-
miento de los tiempos, publicación anual que corría bajo responsabilidad del menciona-
do funcionario y que con otros nombres siguió publicándose hasta 1873. Publicación
que contenía informes de observaciones meteorológicas, astronómicas, demográficas y
políticas [50].
Pedro de Peralta Barnuevo y Rocha, Cosmógrafo Mayor del Reino, entre 1732-1743,
continuó haciendo en El conocimiento de los tiempos, juicios y pronósticos de la enfer-
medad con base a la Astrología. Era común que la base fáctica de la astronomía se con-
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
jugase con el vaticinio astrológico; la posición de los planetas generaba múltiples vati-
cinios, especialmente los que se vinculan a la salud. Al igual que otros cosmógrafos de
esa época fundamentaba sus pronósticos constitucionales con datos resultantes de la ob-
servación de las estrellas [51]. Es así, que al hacer sus pronósticos sobre la salud de la
población de Lima en cada una de las estaciones (estío, otoño, invierno y primavera)
del año 1732, escribía, por ejemplo lo siguiente:
“Estío: Y aunque la Luna en Libra amenaza algunas muertes, las desvanece Júpiter con
que está en exacta conjunción. Sin embargo recelo dolores de ojos (…) Otoño: Será esta
fructífera estación más enferma que sana, por que Mercurio y Marte, como si fueran ves-
tíbulo de Abysmos sus Espheras se traen consigo séquito de enfermedades, bien molestas
Toses, dolores de oydos, de vientre y orina, con amenaza de Viruelas y Sarampión…” (P.
Peralta, 1732, citado por H. Valdizán , 1928).
Al respecto, Luis Ángel Ugarte [52], después de analizar las transcripciones de los
contenidos de las obras médicas publicadas en el Perú virreinal hasta el final del siglo
XVII, concluye que éstas parecen demostrar categóricamente el atraso de la medicina
peruana con relación a la dominante en Europa: “Hipócrates y Galeno imperan en abso-
luto y sin restricciones en el pensamiento médico… la Astrología Médica, que interpreta
la influencia de los astros sobre la salud humana por acción que podría decirse sobrena-
tural y en cierto modo mágica, es creencia predominante”.
El médico español Cosme Bueno (1711-1798), sucesor de Rehr como Cosmógrafo Ma-
yor, incluía en El conocimiento de los tiempos una sección, denominada Juicio del
año, en el que adelantaba opinión sobre el comportamiento climático de cada estación a
presentarse en el año venidero, influido directamente por la posición de los planetas.
Además, preparó los Almanaques, publicación donde se analizaba anualmente el estado
del clima, las enfermedades causadas por los cambios atmosféricos y los sismos suce-
didos en Lima y en el Perú [50]. Cosme Bueno, según comenta Lastres [25], fue profe-
sor de Hipólito Unanue, y en sus numerosos escritos se evidencia una marcada influen-
cia del pensamiento de H. Boerhaave y de Sydenham. Por su parte, Luis Ángel Ugarte
[52] hace un comentario sobre su lectura de seis obras publicadas por Bueno, en el que
después de celebrar que con ellas se comenzó a vencer el menosprecio que la intelectua-
lidad peruana sentía por las ciencias físicas, reitera el retraso de dicho contenido, con
relación a los avances médicos que se producían en Europa: “Casi todos los autores que
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Cap. 1. Policía sanitaria urbana…: 1535-1821, Carlos Bustíos y Col.
cita han florecido en siglos anteriores o muy al comienzo del siglo XVIII… Recién en
1796 hace referencia a la teoría del flogisto de Stahl publicada antes de 1734”.
En ese contexto protocientífico, al final del virreinato del Perú, los más importantes mé-
dicos que actuaban en el país – Unanue, Tafur, Váldez, Dávalos, Peset, Devoti, etc. –
estaban influenciados por el pensamiento médico de Sydenham. En este sentido, no te-
nían dudas que el inicio y el curso de las enfermedades se relacionaban íntimamente con
la constelación metereológica y el suceder estacional, así como de la existencia domi-
nante de una enfermedad en cada estación, de la cual se derivaban otras. Al respecto de
esta influencia se pueden leer los escritos de los médicos mencionados [30, 31], entre
ellos hay que ubicar la principal obra de Hipólito Unanue: Observaciones sobre el cli-
ma de Lima y sus influencias en los seres organizados, en especial el hombre (1806).
Unanue fue el principal divulgador en el Perú de las enseñanzas de H. Boerhaave; cuyo
libro Instituciones Médicas, fue el texto obligado de consulta académica en el Colegio
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
CAPÍTULO Nº 2
SANEAMIENTO URBANO EN LA SANIDAD
PÚBLICA PERUANA DEL SIGLO XIX
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Aspectos políticos
Durante casi tres siglos, los españoles habían establecido en el virreinato del Perú un
sistema de explotación servil, una organización social estamental, discriminatoria y
corporativa, y una estructura político-administrativa patrimonial que habían terminado
por fragmentar los intereses sociales existentes y bloquear la formación de una identidad
social común [1]. Esta fragmentación significó un problema a los líderes criollos de las
luchas independistas: ¿cómo construir una nación con los indios, con quienes no tenían
nada en común? Los criollos se rebelaron contra los españoles peninsulares no por ser
diferentes a ellos, sino por sentirse postergados de las estructuras de poder virreinal. La
solución adoptada, en la práctica, por tales líderes fue tratar de construir una república
de la cual quedarían excluidos los indios y los negros, no obstante que los primeros
constituían la gran mayoría de la población [2].
Según el sociólogo Julio Cotler [1], el Perú atravesó a partir de su declaración de inde-
pendencia, y hasta fines del siglo XIX un proceso aparentemente paradójico: “el esta-
blecimiento de una ‘situación’ oligárquica, sin conformar una fracción hegemónica. De
lo contrario, ¿cómo explicar la permanente inestabilidad política que a partir de esa de-
claración persistiera a lo largo de todo el siglo?...Si, por el contrario se cuestionara la
existencia misma del régimen oligárquico neocolonial, el carácter censitario del voto, la
concentración de la propiedad, el mantenimiento de la esclavitud hasta mediados del
siglo y el tributo indígena y su condición colonial bastarían para eliminar cualquier duda
al respecto” (1978, p. 69-70). Efecto y causa de esa inestabilidad sería la debilidad del
Estado de la República Temprana.
Esa debilidad del Estado se expresa, hasta casi el final del siglo XIX, en la sucesión de
siete situaciones político-económicas distintas en el curso de apenas 74 años: (i) primer
caudillismo militar, en una economía colonial en proceso de desarticulación; (ii) neo-
patrimonialismo autoritario, durante la “prosperidad falaz”, que tuvo como base la ex-
portación del guano; (iii) República Práctica del primer civilismo, que termina con la
bancarrota fiscal de 1874; (iv) la Guerra con Chile y la destrucción de las primeras ba-
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
ses económicas del país; (v) segundo caudillismo militar, en una economía en recesión;
(vi) “pax cacerista”, que finaliza con la cruenta guerra civil de 1894; y, (vii) los inicios
de la “República Aristocrática”, en una economía en ascenso.
En 1894, Manuel González Prada [4] manifiesta en sus Páginas Libres un sentimiento
nacional generalizado de rechazo al carácter colonial que aún mantenía, en los hechos,
la nueva República. Enfatizando, además, que los militares, terratenientes y comercian-
tes eran los responsables de la derrota frente a Chile y del escaso progreso del país, en
tanto siempre colocaban sus intereses particulares por encima de la Nación, constituida
por “nuestros indios”. Seis años antes, en su discurso en el teatro Polietama, ya había
denunciado la persistencia en las provincias del interior del país de la “tiranía del juez
de paz, del gobernador y del cura, esa trinidad embrutecedora del indio”; así como la
existencia de una enorme “distancia entre el país legal y el país real, en el que las condi-
ciones coloniales de explotación no habían variado, mientras las constituciones y las le-
yes disponían lo contrario”
En marzo de 1895, las montoneras populares del país, con el apoyo de los terratenientes
del sur, llevaron al poder a Nicolás de Piérola. Hecho que pocos años después marcaría
el inició de la consolidación de la “oligarquía” como la fracción hegemónica del bloque
dominante en el escenario político y económico de la que sería llamada por Jorge Basa-
dre: la “República Aristócrata”.
Aspectos económicos
Muchas y muy variadas han sido las causas de estos ciclos, entre las que se incluyen fa-
llas políticas, de mercado e institucionales, así como amenazas y presiones sobre la ba-
se de recursos naturales del país. Sin embargo, debemos remarcar el hecho que, en este
período, la idea del control de la naturaleza por el hombre se había consolidando en el
mundo occidental a través de los siglos, en particular con la Ilustración, la Revolución
Industrial y los avances científicos modernos. No es el hombre como parte de la natura-
leza sino el hombre que puede y debe dominarla, una concepción subyacente en muchas
intervenciones en el medio natural. Y así lo han atestiguado las modalidades depredado-
ras que han acompañado la explotación de aquellos recursos.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Por otro lado, existe consenso que durante la segunda mitad del siglo XIX los cambios
significativos en la dinámica poblacional de los pueblos y ciudades tuvieron su origen
en la variación del sentido de las migraciones internas, antes que en cambios del com-
portamiento de las otras variables demográficas. Un ejemplo de este hecho es lo obser-
vado en la época del auge del caucho en la Selva, entre 1885 y 1915, cuando la bonanza
de su exportación se acompañó de una fuerte inmigración andina y extranjera que pro-
vocó un incremento temporal de gran magnitud de la población de Iquitos y, en menor
medida, de las poblaciones de Tarapoto, Moyobamba y Lamas.
El papel de las ciudades durante el siglo XIX, al igual que en la colonia, fue siempre el
de centralizar las decisiones sobre las actividades económicas y político-administrativas,
mientras que la capacidad productiva quedaba siempre radicada en las zonas agrarias o
rurales. El reconocimiento oficial que un centro poblado tuviera la condición de ciudad,
le permitía disponer a ésta de una municipalidad, así como de otras autoridades locales,
como un juez de paz y, eventualmente, un subprefecto, lo que incidiría en su mayor
desarrollo.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
peridad falaz” del país (1850- 1879) posibilitó el financiamiento de ese mejoramiento
físico. En 1855 la ciudad comienza a tener sus primeras construcciones en granito, se
construyeron edificios públicos de gran tamaño para reemplazar los antiguos estableci-
mientos virreinales, entre ellos el Mercado Central, el Camal General, el Asilo Mental,
la Penitenciaría y el Hospital Dos de Mayo.
Hacia el año 1862, Lima estaba constituida por dos distintos núcleos de edificación y
población: el núcleo primitivo de la ciudad, todavía cercado por las murallas terminadas
de construir en 1687; y el núcleo no amurallado, o sea el barrio de San Lázaro, deno-
minado también de Abajo el Puente. Ambos estaban divididos por el río Rímac. Con
anterioridad, desde el año 1568, hubo otro núcleo independiente el barrio de Santiago de
Cercado que ya a mediados del siglo XVII se había unido en parte de su perímetro al
núcleo urbano inicial. Respecto de la división de la ciudad, en ésta se delimitaban cinco
cuarteles, los cuales se subdividían en diez distritos con 46 barrios (Reglamento de Poli-
cía de 1839); cada cuartel estaba a cargo de un gobernador, mientras que los inspectores
se encargaban de los barrios. La alta policía se ocupaba de la vigilancia por medio de
los serenos, en tanto que la baja policía se encargaba de la limpieza, del agua y del
alumbrado.
Aspectos epidemiológicos
Entre los siglos XVII y XIX, la fiebre amarilla o “vomito negro” constituyó una en-
fermedad que asoló las zonas tropicales de América causando epidemias de alta letali-
dad. Entre 1740 y 1860 la fiebre amarilla urbana fue endémica en el sur de EEUU y
México. Estas epidemias, con epicentro en el Caribe, se extendieron en varias direccio-
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
nes, vía marítima o fluvial, para llegar al resto de América. En la década de 1870, una
de ellas se propagó del Brasil al Paraguay, Uruguay y la Argentina. En Buenos Aires,
mató a casi 14.000 personas, es decir, al 8% de la población, estimada en ese año en ca-
si 190.000 habitante; el terror por el contagio provocó un éxodo masivo que dejó a la
ciudad desolada. En 1878, esta misma epidemia, a través de diversos contactos maríti-
mos, desencadenó un importante brote en el valle del río Missisipi, registrándose más
de 100.000 casos y 20.000 defunciones [13].
Con relación a la fiebre amarilla en el Perú, Julián Arce [14] hace una revisión histórica
de su presencia en la costa y dice que se comienza a hablar de ella en 1781 en casos es-
tudiados por el Dr. J. B. Leblend en el Callao. Además, opina que solamente hubo dos
epidemias de esta enfermedad en Lima: la de 1852-1856 y la de 1868-1869. Los casos
etiquetados como fiebre amarilla en otros años sólo habrían sido de malaria en su mo-
dalidad de fiebre biliosa hemoglobinúrica. En esas oportunidades, la Junta Suprema de
Sanidad tuvo que ser reactivada para que repitiera las viejas “recomendaciones” de po-
licía sanitaria, en circunstancias que la higiene de la ciudad eran deplorables. Se preten-
día cambiar durante la epidemia los antiguos malos hábitos y costumbres de los limeños
con relación a las medidas de higiene y limpieza urbana. Aunque se desconocía el papel
del mosquito Aedes Aegypti en la transmisión de la enfermedad, así como la reproduc-
ción de sus larvas en aguas estancadas, la Junta puso énfasis, a partir del enfoque mias-
mático, en recomendar que se mantuvieran “limpias” las acequias interiores y exterio-
res que surcaban toda la ciudad; las cuales, en algunas zonas y temporadas, se convertía
en un gran pantano, por causa de atoros u obstrucciones en su curso [15, 16].
“(La fiebre amarilla) se cebaba casi exclusivamente en las personas de la sierra y en los
europeos… alemanes, ingleses, franceses italianos morían en número aterrador… Al prin-
cipio… trataron las autoridades de ocultarlo, por lo menos, de disminuir las cifras de las
víctimas que diariamente hacía la fiebre. Pero… todos veíamos caer a deudos, amigos y
conocidos a nuestro alrededor y podíamos fácilmente deducir la gravedad de la situa-
ción… Por todas partes se miraban cruzar los fatídicos calesines (vehículos que se utiliza-
ron para transportar a los enfermos a los lazaretos) con sus cortinillas verdes, detrás de las
cuales se entreveían los amarillos y macilentos semblantes de los moribundos o el espec-
táculo más triste y aterrador de algún convoy fúnebre; y a todas horas del día y de la no-
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Solo después de las frustraciones nacionales a raíz de la derrota en la Guerra del Pacífi-
co empieza a tomar centralidad social y política la cuestión de las vinculaciones de la
salud de la población peruana con las posibilidades de progreso del país. Es así, que
muchos intelectuales de la época afirmaban que mejorar las condiciones de la salud era
clave para el progreso del país, y que tanto el atraso del Perú como aquella derrota mili-
tar podrían atribuirse principalmente a la creciente prevalencia de la “enfermiza debili-
dad” física y espiritual de la población nacional [21], provocada por costumbres antihi-
giénicas, insalubres e inmorales. Estas últimas se expresaban en un aumento de la fre-
cuencia de “niños nacidos fuera del matrimonio, de la prostitución y de la caída de la
tasa matrimonial”. Afirmaciones que, casi siempre, estaban cargadas de viejos prejui-
cios culturales y raciales contra los sectores populares. En el año 1899 se escribía en un
semanario radical limeño lo siguiente:
“Debido a nuestra falta de higiene, ¿no estamos acaso palpando decadencia física?... En
nuestro desarrollo orgánico hay tal perversión… Ya pequeños, encorvados, enclenques,
ya desbordando de grasa, estamos convirtiéndonos, a prisa, en verdaderas caricaturas…
Las conquistas de la civilización no fueron nunca producto de organismos nutridos por
sangre impura y miserable. Nuestra enfermiza debilidad: he ahí donde reside el mal que
nos aqueja. Ella trae consigo la falta de carácter, la mediocridad…, las cobardes transac-
ciones con la maldad, la inconsistencia…, la pereza incurable, que nos ha hecho derrotar
en todas las luchas por la vida”. (Germinal, 1.1, 1-1-1899, p. 2)
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Según Jorge Basadre [19], en el año 1841 el abastecimiento de agua a la ciudad de Li-
ma continuaba haciéndose fundamentalmente, al igual que en la Colonia, a través de ca-
ñerías de barro cocido, muchas de ellas deterioradas, que iban del río hasta las pilas y
pilones públicos. Luego, en el año 1855, se informó que la ciudad de Lima había co-
menzado a disponer de cañerías de hierro para conectar el abastecimiento de agua a
domicilio. Posteriormente, se intensificaría discretamente, en ciertos sectores de la ciu-
dad de Lima, el empleo de estas tuberías para los servicios de agua a domicilio. Sin
embargo, al final de este siglo XIX, la mayoría de la población limeña continuaba de-
pendiendo del servicio de aguadores para el abastecimiento domiciliario de agua.
Además de esa baja cobertura de cañerías de hierros para el servicio domiciliario, el sis-
tema de abastecimiento de agua disponible continuaba enfrentando problemas que afec-
taba seriamente la disponibilidad y la salubridad del agua, entre los principales: la esca-
sez recurrente del flujo del agua en los meses de invierno, las frecuentes roturas de las
cañerías de barro, los aniegos y la contaminación. En el invierno, la principal causa de
la escasez del agua en Lima era el decrecimiento estacional del caudal del río Rímac. A
esta causa natural se sumaba, en esos meses de relativa sequía, la acción de los propieta-
rios de chacras y huertos ubicados en las inmediaciones de la Atarjea, quienes solían
desviar las aguas desde los manantiales hasta sus tierras, disminuyendo, aún más, el
caudal que llegaba a la ciudad. Pablo Patrón describía al Rímac como: “un torrentoso
río en el verano y un humilde riachuelo en el invierno” [22].
Por otro lado, el problema de la escasez era acompañada de serias dudas de la población
sobre la salubridad del agua proveniente de La Atarjea. Esto último, debido a que esta
agua destinada a la bebida no recibía ningún tipo de tratamiento, desde su captación y
hasta su destino final, que garantizara su potabilidad. Más aún, según refiere Lossio [9],
durante los períodos de escasez, “las autoridades se veían obligadas a suplir el agua pura
de los manantiales desviando hacia el acueducto de la Atarjea el agua inmunda de las
acequias”.
Los problemas de las acequias urbanas, descritos para el final de la época colonial, se
agravaron en los inicios de la República, por la acumulación de los efectos de las activi-
dades bélicas desarrolladas durante la lucha por la independencia, los desordenes cívi-
cos durante el primer militarismo y la incapacidad de las autoridades para mantener la
salubridad de las ciudades. Para ejemplificar esta situación, J. Lastres [23] cita a dos
viajeros que visitaron nuestro país en las dos primeras décadas del Perú republicano:
“S. Haigh, que visitó al Callao poco después de la Independencia, refiere que la ciudad es-
taba demolida y que los habitantes sufrían inauditas privaciones: el hambre con su cortejo
natural de pestilencias los diezmó… B. Hall escribe: ‘Por cada medio de calle (de Lima)
corre una acequia en que se ordena arrojar desperdicio; pero como esto rarísima vez se
cumple, las calles se convierten en receptáculos de suciedad de un extremo a otro’. El tra-
bajo de carguío se hacía en burros y mulas” (J. Lastres, 1954, p. 63-64).
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
En la década de 1850, no obstante haber mejorado la situación del país, las acequias de
Lima seguían atravesando los barrios de la ciudad, con aguas fétidas que arrastraban las
basuras de los hogares limeños. Acequias descubiertas en medio de la calle, con deriva-
ciones al interior de los domicilios, todas ellas conectadas entre sí y dependientes del río
Huatica. Eran estrechas, sin cauce de mampostería, y sólo construidas por simple exca-
vación del terreno. Con frecuencia formaban pantanos, que recibían como único trata-
miento la desecación natural de los ardores del verano [24, 25, 26].
“El conjunto de todas las acequias que recorren la ciudad en todas direcciones, … son el
único depósito de todas las inmundicias de la población, no sólo de las que provienen de
casas particulares que sea por medio de desagüe o por medios más primitivos y menos de-
centes, arrojan a ellas todas las materias orgánicas susceptibles de putrefacción… (ade-
más) reciben todas las inmundicias y podredumbre que arrojan los hospitales, los cuarte-
les, colegios, hoteles, fondas… Sin embargo, las dimensiones de las acequias no son su-
ficientes para permitir arrastrar rápidamente estas materias, la cantidad de agua es también
insuficiente para poder facilitar el descenso rápido de las inmundicias, … Agrégase á este
inconveniente, que a ciertas épocas del año, las acequias están desprovistas de agua, sobre
todos las acequias interiores. De esto resulta que las materias fecales y otras susceptibles
de putrefacción, se hallan estancadas en toda la extensión de la ciudad… Tenemos , pues,
que en el centro de la ciudad existe un foco de corrupción, cuya superficie… no es menos
de 20,000 varas cuadradas; no parecerá, pues, extraño que está sea la causa de las emana-
ciones pútridas, cuya existencia se hace notar en la atmósfera que respiramos…” (H. Eu-
cher, 1860, pp. 3-4)
Eduardo Zárate [27] destaca la campaña que la elite médica, al regresar de sus estudios
en Francia, desarrolló a través de la revista Gaceta Médica de Lima, órgano de la So-
ciedad Médica de Lima, denunciando los efectos negativos de la falta de higiene urbana
sobre la salud de la población y reclamando el liderazgo médico en la conducción de
las acciones de sanidad urbana a ser realizadas. En tanto dicha elite, consideraba que tal
liderazgo solo podría ser ejercida con la “autoridad ilustrada por la ciencia” de la salud.
En las publicaciones de los años 1856 y 1857, médicos tan distinguidos como Mariano
Arosemena Quesada, José Casimiro Ulloa, y Francisco Rosas escribieron sobre el tema,
criticando la falta de preparación, en el campo sanitario, de las autoridades que hasta
entonces se encargaban de aquella conducción, así como presentando propuestas para
una nueva organización de la higiene y de la sanidad públicas. Todos ellos, catedráti-
cos de la Facultad de Medicina de San Fernando, coincidían en afirmar que los hedores
desprendidos del sistema de acequias era la “causa principal de las terribles intermiten-
tes, de los tabardillos, de las graves disenterías y de otras enfermedades que diezman a
la población, especialmente en el otoño”.
Al final del siglo XIX, las condiciones de higiene y sanidad urbana continuarían sien-
do calificadas como “espantosas” y los resultados de los esfuerzos de las autoridades
responsables de su mejoramiento eran calificados como “casi nulos”. El ingeniero Julio
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
E. Ribeyro [28], Jefe de la Sección de Agua del Concejo Provincial de Lima comentaba,
después de efectuar una revisión exhaustiva de la canalización efectuada en la ciudad
entre 1859 y 1901, que la mortalidad por fiebre tifoidea había aumentado desde los úl-
timos años del siglo pasado y que con ocasión de la epidemia de 1902, se había forma-
do una corriente de opinión que señalaba a los defectos de esa canalización como la
causa más importante de la misma: “… son múltiples las causas de obstrucción y sedi-
mentación que se observan en los albañales y que son muchas las materias orgánicas
que no son evacuadas sino que permanecen in situ, dando lugar a toda clase de fermen-
tación y malos olores”.
Además de la preocupación de los limeños por las emanaciones derivadas de una mala
canalización, también estaba presente la referida a la existencia de los pantanos y las
aguas estancadas aledañas a la ciudad: los pantanos de Villa y los del Callao. Ambien-
tes que eran considerados entre los principales focos de infección en la capital. Uno de
los reclamos más frecuentes de los higienistas del siglo XIX fue el de “…secar los pan-
tanos que rodean la ciudad” (A. Fuentes, Estadística General, 1866, pp. 57.59). El temor
a los efectos morbíficos de las emanaciones de los pantanos era manifestación de una
creencia, antigua en la cultura occidental, sobre el peligro general de habitar cerca de
aguas turbias estancadas [9].
En la Lima republicana del siglo XIX, los desechos e inmundicias de todo tipo siguieron
siendo arrojados, al igual que en la Colonia, a las calles y acequias: desde los mercados
instalados en las principales plazas; desde los mataderos, curtiembres, fondas y pulpe-
rías; por los numerosos vendedores ambulantes que recorrían a diario la ciudad; así co-
mo desde las viviendas familiares. Además, un amplio sector de la población no cum-
plía con sacar la basura doméstica fuera de su hogar a la hora determinada y en los es-
pacios establecidos por la baja policía limeña. Ello daba lugar a que al interior de sus
viviendas, en los corrales y los techos, se acumularan desechos de todo tipo [9, 24, 26].
“De la totalidad de calles que componen la capital, que son por todo 333, solo hay 130
con acequias de por medio; es decir, que quedan todavía un inmenso número de 203 lla-
nas… la cuarta parte de su superficie total, como una de las tantas áreas de exhalaciones
pestilenciales, por la cantidad de aguas sucias y materias fecales que se arrojan diariamen-
te en ellas, y que desaparecen por su propia evaporación, pues solo lo que recogen los ca-
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
rretones de baja policía son los desmontes y materias sólidas… Más de doscientas mil va-
ras de superficie de evaporación, lo que representa como un pantano de nueve cuadras de
superficie constante en exhalación, en medio de la capital. No están comprendidas en esta
cuenta, los muladares de inmundicias a inmediaciones de la ciudad, el gran número de te-
chos y azoteas convertidos en basurales, los patios de cuarteles y conventos vueltos en le-
trinas públicas verdaderos focos de infección…”. (H. Eucher, 1860, p. 6)
Los desperdicios que llegaban a ser recogidos por la baja policía eran transportados a
grandes basurales en las orillas del Rímac, en las inmediaciones de las portadas de Mar-
tinete y en el Tajamar y, en general, alrededor de todas las murallas que rodeaban la
ciudad: “Lima habría contado con dos murallas. Una de barro construido durante el
mandato del duque De la Palata y la otra, de mayor magnitud: de basura, contigua a la
anterior y generada por la desidia de las autoridades y de los vecinos” [24].
Las defecaciones y los orines en los lugares públicos fue otro problema de higiene sani-
taria en Lima. Cumplir con ciertas necesidades básicas al aire libre era una costumbre
bastante arraigada y muy extendida. En ese mismo sentido, el constante deambular de
mulas, caballos y ganado por las calles de la capital, sin que se realizasen las necesarias
labores de limpieza que este rastro generaba, contribuyó a incrementar el problema de
las basuras. Al interior de las viviendas no existía un cuarto especial para cubrir estas
necesidades. Las defecaciones se hacían en bacines o en espacios comunes como los
patios interiores, los corrales, o en las azoteas. Estas últimas servían, muchas veces, de
depósitos fecales. En las casas más acomodadas y en las casas hacienda existían silos,
letrinas de precaria construcción, generalmente cavadas sin mucha profundidad. Estos
silos eran construidos alejados de la vivienda y ubicados de manera que la dirección de
los vientos alejara los “malos olores” [9, 24].
Durante este período los conflictos militares y civiles fueron frecuentes y cruentos,
produciendo – además de sus efectos demográficos, económicos y fiscales – daños am-
bientales severos (contaminación del agua y de la tierra, mayor flujo de desechos, etc.),
y destrucción de la infraestructura urbana y sanitaria. Nos referimos a las consecuencias
de las guerras por la Independencia, de las incursiones y enfrentamientos bélicos duran-
te el militarismo y, sobre todo, de la Guerra con Chile. Al final de esta última, el país
estaba en ruinas, paralizado por la bancarrota y falta de capitales, la destrucción de la
infraestructura ferrocarrilera, portuaria y sanitaria, la devastación de las haciendas de la
costa norte y una cuantiosa deuda externa. Muchas familias, incluso de la elite, pasaban
hambre, cientos de funcionarios estatales sobrevivieron impagos y la pobreza de los sec-
tores populares fue realmente espantosa [30].
Por el lado de los desastres naturales, desde los primeros años de la República, los go-
biernos han registrado los fenómenos catastróficos sucedidos en el país. Entre 1821 y
1857, por ejemplo, el cosmógrafo fue el funcionario encargado de registrar dichos even-
tos, centrando sus observaciones en Lima. A partir de esos registros, A. Giesecke y E.
Silgado [31] destacan la ocurrencia en el siglo XIX de tres grandes sismos.
El terremoto del 30 de marzo de 1828 que causó grandes daños en la ciudad de Lima,
causando 30 muertes y numerosos heridos, con pérdidas calculadas en seis millones
de pesos; además afectó al puerto del Callao, Chorrillos, Chancay y Huarochirí.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
El sismo del 13 de agosto de 1868. Su epicentro estuvo cerca del puerto de Arica,
afectando seriamente en un área de 700 km2. Causó gran destrucción en la ciudad de
Arequipa, así como en las ciudades de Moquegua, Tarata, Tacna y Arequipa; se esti-
ma que provocó la muerte de 180 personas. Este terremoto fue seguido por un gran
tsunami en Arica y salidas de mar que arrasaron gran parte del litoral peruano, desde
Pisco hasta Iquique, causando cerca de 330 muertes.
El terremoto del 9 de mayo de 1877, que destruyó las poblaciones de Mollendo, Ilo y
Arica. Fue seguido de un tsunami que inundó los puertos de Ilo y Arica.
Además, de acuerdo a Lizardo Sainer [32] se encuentran evidencias que entre el año
1821 y 1902 habrían ocurrido en el Perú, por lo menos 24 eventos tipo El Niño, de los
cuales siete han sido calificados como “muy fuertes”, dos como “fuertes” y 15 como
“moderados”. Los primeros habrían ocurrido en los años 1828, 1844, 1864, 1871, 1877,
1884 y 1889. Los efectos de las grandes lluvias, las altas temperaturas y los cambios
climáticos que caracterizan a este fenómeno afectaron la agricultura y la ganadería en el
norte del país, así como a la infraestructura física de las ciudades y pueblos.
Para el año 1839 Córdova y Urrutia reportó la existencia de 247 callejones en Lima,
Manuel Fuentes registra 466 para 1857 y 471 para 1860. De acuerdo a estas cifras, en
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
poco más de una década su número estuvo cerca de haberse duplicado. Sin embargo, la
urbanización de las chacras ubicadas al interior de las murallas había sido casi nula.
Además, la mayor cantidad de los callejones se encontraban en el tercero y quinto cuar-
tel limeño. J. Ramón [24] estima que los callejones alojaban por lo menos a la mitad de
la población de Lima, la cual tenía como rasgo común: la pobreza. Opinando al respecto
que era la expresión de una “segregación ecológica de los estratos sociales”.
El mismo Ramón [24], nos informa que el callejón ya era en tiempos coloniales una
forma popular de vivienda, descrita como un pasaje central estrecho, sin techo, que
permitía el acceso a cuartos independientes diminutos de dos a tres habitaciones, donde
vivían personas indeseables: “Para el siglo XVIII Fray Francisco de Castillo describía
los callejones limeños como lugares estrechos ocupados por ladrones y meretrices don-
de el delito era cotidiano”. En el año 1859 los callejones limeños seguían siendo repu-
tados como sitios de alta peligrosidad, el callejón de la Venturosa era el más conocido.
Según versiones de la época, la Venturosa contaba con mil habitaciones y más de 30
callejuelas en todas direcciones, siendo un lugar donde sucedían “horribles crímenes”
(El Comercio, 8 de noviembre de 1859).
En 1860 continuaban los temores coloniales sobre los efectos morbíficos de los efluvios
que se desprendían de las sepulturas, incluso de aquellas ubicadas en los Cementerios
Generales. Temores presentes no solo en la mentalidad popular sino en algunas autori-
dades gubernamentales. Henry Eucher [26], nos informa que en el año 1860, el Supre-
mo Gobierno había enviado una nota a la Dirección de Beneficencia, indicándole que
“en atención a las exhalaciones que provienen de las sepulturas en el panteón y a la si-
tuación de dicho establecimiento en las inmediaciones de la ciudad, se debía atribuir a
estas causas la existencia de las enfermedades que se han hecho endémicas en el tempe-
ramento de esta capital, y que de consiguiente debía la Dirección de Beneficencia trans-
portar el establecimiento del panteón en otra situación donde no podrían sus emanacio-
nes producir los efectos mortíferos que se señalan”. La dirección de Beneficencia, sin
negar la existencia de dichas emanaciones ni su carácter nocivo, demostró que, la posi-
ción del panteón a sotavento de la ciudad y colocado a una altura muy superior a la de
ésta, no daba lugar a que dichas emanaciones tuviesen la influencia que se les atribuía.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
maciones) de las zanjas con el objeto de realizar nuevas inhumaciones, siendo aquellos
restos humanos quemados…”. (M. A. Olaechea, 1893, pp. 608 y 613)
Desde el año 1826, por iniciativa de los ilustrados peruanos se institucionalizaron las
Juntas de Sanidad, encargadas de evitar el ingreso al país de las enfermedades “exóti-
cas” importadas – fiebre amarilla, el cólera, la peste – o, si fuera el caso, controlarlas en
su evolución junto con otras pestilenciales, como la viruela, que ya eran endémicas en
el país. Superando la antigua concepción de Higiene como una acción de responsabili-
dad de las autoridades de la policía local o municipal, los nuevos gobiernos considera-
ron a la Sanidad Pública como una práctica estatal policiaca destinada a mantener el or-
den en el espacio público nacional.
De acuerdo con las políticas de sanidad vigentes en el período, los asuntos guberna-
mentales vinculados con la Higiene Pública y la Sanidad estaban a cargo del Ministerio
de Gobierno y Policía, cuyos funcionarios presidían las Juntas de Sanidad y muchas ve-
ces estuvieron a cargo de las Municipalidades. Estos asuntos eran considerados asuntos
policíacos vinculados con la conservación del orden y de la higiene en el espacio públi-
co y, por tanto, debían estar a cargo de las autoridades del Ministerio de Gobierno y Po-
licía: prefectos, intendentes o gobernadores. Las cuales debían recibir, para una mejor
toma de decisiones, el apoyo técnico, primero, del Protomedicato, luego, de la Junta
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Aquellas ideas centradas en el orden e higiene del espacio público para la conservación
de la salud de la población, serían enfatizadas y ampliadas en la normatividad dictada,
como una condición para el logro de la felicidad social, por Ramón Castilla y los gober-
nantes que se sucedieron a lo largo del siglo XIX (leer páginas siguientes).
La base legal de la organización del cuidado de la salud en el Perú entre los años 1826
y 1902 estuvo constituida inicialmente por los decretos que se promulgaron durante los
primeros años de nuestra República; entre ellos, el ya citado Decreto Supremo del 1º
de septiembre de 1826, que crea las Juntas de Sanidad. En la segunda mitad del siglo
XIX se amplió y se precisó la base legal de la organización sanitaria, a través de las le-
yes de Municipalidades de 1856 y de 1861, del Servicio de Médicos Titulares de 1872,
la Ley de Municipalidades de 1873, el Reglamento del Servicios de Sanidad de 1887 y
la nueva Ley Orgánica de Municipalidades de 1892.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Las primeras constituciones políticas del Perú republicano, con excepción de la del año
1839, coinciden en dar personería legal a los municipios. La Constitución de 1823 en
su Art.138° reconocía las “Municipalidades electivas”; el denominado “poder munici-
pal” tenía su origen en los colegios electorales de parroquia y tenía a su cargo el control
del orden público, la educación, la beneficencia, la salubridad, el ornato y recreo loca-
les, así como el desarrollo de la agricultura y de las industrias. La Constitución de 1828
creó las Juntas Departamentales señalándoles como objetivo principal, promover los in-
tereses generales del departamento y la de las provincias en particular. Disueltas las
municipalidades en 1836, serán reemplazadas por las intendencias de policía a nivel de-
partamental y por las subprefecturas en las provincias (Basadre, 1983, II: 192) La Cons-
titución de 1839 suprimió formalmente las municipalidades, encomendando la adminis-
tración local a los llamados intendentes de policía y a los “síndicos procuradores”, de-
jando a la ley el cuidado de definir sus atribuciones y medios de acción. Luego, las mu-
nicipalidades fueron reestablecidas por la Constitución de 1856. Recién, el 14 de octu-
bre de 1892 se dicta la primera Ley Orgánica de Municipales.
Finalmente, conviene enfatizar que solo a partir de la década de 1860 se fue creando
una verdadera administración municipal, que antes no había tenido sino una estructura
muy incompleta. Asimismo, durante el resto del siglo XIX la aún imperfecta organiza-
ción y la permanente falta de recursos de esta administración no permitieron, a la ma-
yoría de las municipalidades, dar a sus servicios el impulso necesario. Estando éstos re-
ducidos, aún en la capital del país, a lo más elemental e indispensable.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
“La Higiene Pública, que en los pueblos civilizados recibe esmerado culto, así de parte de
la administración local como del pueblo, ha sido entre nosotros sumamente desatendida…
Nuestras autoridades, así como nuestros hombres públicos…no se han preocupado de la
salubridad del vecindario… nada o casi nada se ha hecho en el sentido de organizar un
Servicio de Higiene Pública…, confiados en la bondad de nuestro clima, no creían urgen-
te preocuparse de la salud pública, empeñados ante todo en luchas políticas… Que se cre-
yera hasta inútil ocuparse de la salud pública lo prueban: que el Servicio Médico Munici-
pal, apenas ensayado, fuera suprimido bajo pretexto de economía; que los servicios quí-
micos y metereológicos hubieran sido y hoy mismo continúen tan pobremente instalados;
que la policía de salubridad no existe aún; que el Servicio Demográfico Estadístico sea
tan imperfecto e independiente de la Sección de Higiene; finalmente, que esté aún por
crearse un verdadero Servicio de Salubridad…”. (A. Alarco, 1886, p.329)
Desde 1887, las Municipalidades debían ejercer sus funciones, en el campo del cuidado
de la salud, siguiendo los procedimientos señalados en el nuevo Reglamento General de
Sanidad. En las Municipalidades de las capitales de departamentos, estas funciones de-
bían ser ejecutadas, siempre bajo la dependencia de las Municipalidades, por las Juntas
o Comisiones organizadas y reglamentadas por aquellas, conforme a sus recursos. En
las demás capitales de provincia o de distrito, el Servicio estaba a cargo de las mismas
Municipalidades y su Comisión de Higiene. Pero, en la realidad administrativa munici-
pal nacional estos procedimientos solo pudieron aplicarse parcialmente en Lima y en
algunas de las principales ciudades del país.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
nidad Provincial”, “Del servicio sanitario de la provincia”, y “De las rentas y gastos de
Sanidad”. Casimiro Ulloa [37], criticaba el número exagerado de funciones que la
nueva norma asignaba al médico municipal:
“Según el artículo 8º de dicho Reglamento, la ejecución del servicio sanitario queda con-
fiado a cinco médicos y a un número indeterminado de químicos municipales . Los cinco
médicos municipales, uno por cada distrito, tendrán a su cargo todas las funciones del
servicio, con exclusión de la inspección de los alimentos y bebidas, que está encargado a
los químicos permanentes…Una acumulación… tal de funciones…(en) cada médico mu-
nicipal… es un imposible material…”. (C. Ulloa, 1889, p. 241-244)
Según todos los testimonios conocidos, las débiles autoridades de la Junta Suprema de
Sanidad y de las municipales nunca estuvieron en condiciones de cumplir o hacer cum-
plir lo dispuesto en las normas de sanidad terrestre contenidas en el Reglamento del
Servicio de Sanidad, ni siquiera cuando existía el peligro inminente del ingreso al país
de una epidemia [38].
Desde el año 1856 se dieron atribuciones a los municipios para nombrar “celadores”,
quienes se encargaban de velar por el estricto cumplimiento de las ordenanzas dictadas
por el gobierno local relacionadas con la higiene, el orden y la seguridad en el espacio
público. En 1858 se establecen normas para cautelar la paz, el orden y aseo en la ciudad
de Lima, así como la reglamentación de los carruajes. Éstos debían tener ruedas y ejes
con determinadas dimensiones; se reglamentó el peso que debían transportar, el número
de bestias que servían para el tiro, etc. [10].
El 4 de Junio de 1866 durante el gobierno de Ignacio Prado, se publica por primera vez
en el diario oficial, el Reglamento de la Policía Municipal de Lima, con la finalidad de
establecer los procedimientos para el cumplimiento de aquellas normas. Reglamento
que es, sin duda, un fiel reflejo de lo que se consideraba necesario para mejorar el orden
y la seguridad en el espacio urbano, pues establece las reglas sobre arquitectura, salu-
bridad, comodidad y aseo, mercado, aguas, artesanos, jornaleros, sirvientes, toques de
campana, funerales, policía de campo, etc. Sin embargo, muchas de estas ordenanzas,
al entrar en conflicto con las tradiciones, fueron motivo de duras quejas y rebeliones,
encabezadas por las mujeres principales de la ciudad, así como por sacerdotes, algunos
de los cuales llegaron incluso a manifestar su desacato explícito a las órdenes del go-
bierno, motivo por el cual no pocos fueron encarceladas hasta que el Arzobispo tuviese
que solicitar su liberación (C. Casalino, 2002) [10].
Años después, Paz Soldán [39], comentaría que esas ordenanzas “resultan letra muerte
por causa de una mala inspiración doctrinal o por falta de elementos administrativos ca-
paces de hacerlas efectivas”. Comentario que se sustentaba en el conocimiento del in-
cumplimiento de las siguientes normas u ordenanzas aprobadas, entre los años 1871 y
1901, por el Concejo Provincial de Lima:
Reglamento de Policía Municipal, de 12 de julio de 1872, bastante atrasado en sus
disposiciones sanitarias.
Ordenanzas sobre suministro urbano: la de venta de carne de chancho (1891), venta de
margarinas y mantequillas artificiales (1901), venta de carne (1901).
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Debemos recordar que recién al inicio del régimen patrimonialista castillista (1845), se
pudo establecer sobre bases organizativas y económicas relativamente sólidas la admi-
nistración pública nacional. El Decreto de 15 de mayo de 1847 dispuso los fondos para
el desarrollo de obras públicas en los departamentos. La circular de 12 de octubre de
1848 dirigido por el Ministro de Gobierno a los prefectos y gobernadores litorales seña-
ló la preferencia que debía darse a obras convenientes a la agricultura y al comercio, ta-
les como los canales, caminos, muelles. Puentes, acueductos, casas prefecturales, adua-
nas, escuelas, cuarteles, cárceles, pilas, plazas de abastos y otras obras públicas fueron
erigidas en las provincias durante el subperíodo 1845-1851.
Para tratar de organizar de manera más eficiente a la función constructora del Estado, se
creó en diciembre de 1852 la Comisión Central de Ingenieros Civiles, conformada por
ingenieros extranjeros, polacos y franceses, contratados al efecto por el Gobierno y a la
que se le encomienda la dirección, ejecución e inspección de trabajos e informes relati-
vas a empresas dedicadas a la realización de obras públicas, “no obstante, a pesar de sus
esfuerzos, la labor de los ingenieros no se articulaba dentro de un plan promovido por el
Estado. Además, su competencia se vio entorpecida por obra de los prefectos, a quienes
usualmente el gobierno central encomendaba la puesta en marcha de dichas obras” (L.
Seiner, 2012, p. 44) [40].
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
chas obras. Recién en el año 1876 fue fundada, por iniciativa del gobierno de Manuel
Pardo, la Escuela de Construcciones Civiles y de Minas de Lima o Escuela Especial de
Ingenieros de Construcciones Civiles y de Minas, conocida tradicionalmente como Es-
cuela de Ingenieros, conducida por el ingeniero polaco Eduardo de Habich. El surgi-
miento de la Escuela con esas especialidades obedeció, como se indica en su acta de
creación, a “las necesidades del país”. Entre 1876 y 1909, Habich fundó y condujo la
Escuela, dejando 276 ingenieros egresados y 37 peritos agrimensores, así como Escue-
las de Capataces en varios asientos mineros [41, 42].
Los Concejos Municipales del país estaban formalmente encargados del financiamiento
de las obras de provisión, conservación y distribución del agua para bebida, así como
de los servicios de desagüe, la limpieza de las calles, la vigilancia de los mercados y
alimentos, la recolección y depósito de basuras, así como de otros servicios de higiene
urbana [43, 44]. Pero, tal como ya se indicó en páginas anteriores, estos Concejos eran
administrativa y financieramente muy débiles. Recién a inicios del siglo XX comenza-
rían a formar una pequeña burocracia con regidores especializados en el cobro de tribu-
tos, e inspectores entre los que se encontraba uno de higiene.
“Pero las condiciones de nuestros poblados, desde el punto de vista municipal, fueron,
después de decenios de proclamada la república, las mismas que durante el virreinato, es-
to es, de tipo rural, y por lo tanto con los modos sanitarios correspondientes. Sólo en
aquellos con calidad de ciudades había variantes, las que consistían, por una parte, en que
el agua de bebida se obtenía principalmente de pozos, pero perforados en la vecindad de
pozos sépticos (silos); y, por la otra, en que las aguas negras eran arrojadas a las calles y
discurrían por éstas en acequias a cielo abierto. La baja policía, al igual que en villorrios y
chacras, estaba confiada a gallinazos, cerdos, perros, gallinas y patos. Es de notar que las
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
condiciones descritas en este párrafo existen aún en gran parte de nuestros poblados” (F.
Valega, 1979, p. 9-10)
En 1861 había en Lima tres mercados de abastos: el que ocupaba el antiguo Convento
de Santo Tomás; el situado en la Plazuela de las Nazarenas, y el de la Plazuela del Bara-
tillo. El Mercado Central o el de la Concepción estaba entonces en obras y, terminado
su edificio, el cual se mantendría hasta 1903, en que fue totalmente reedificado. Exis-
tían, además, ocho molinos; así como apreciables extensiones de terrenos rústicos, en-
tre las edificaciones de la ciudad. Once años después, en el plano de la ciudad de Lima
de 1872 se muestra la existencia, entre otros, de los siguientes establecimientos públi-
cos: el Palacio de Gobierno, la Cámara de Senadores, la Cámara de Diputados, el Con-
greso, trece hospitales y siete cuarteles militares. Como instituciones comerciales apare-
cen siete molinos, un matadero, así como otros diez lugares de producción industrial.
Además, más de 60 iglesias, capillas y conventos. Definitivamente, la ciudad había su-
frido grandes transformaciones.
En los años de la bonanza del guano, el Gobierno contrató con Manuel M. Basagoitia el
tendido de tuberías de fierro fundido para dar servicios de agua potable a las pilas públi-
cas y a los inmuebles de particulares que lo solicitasen. Éstas reemplazarían a las ante-
riores, construida de barro cocido, y debía tener respiraderos en diferentes lugares, para
poder regar las calles con facilidad. Los trabajos comenzaron en 1857, modificándose
y ensanchándose las obras antiguas y haciendo otras nuevas consistentes en galerías co-
lectoras abiertas en los puquios de la Atarjea. Esas galerías conducían el agua a un co-
lector general de donde partían las cañerías madres que entraban a la ciudad por el ba-
rrio de Santa Clara. En 1860, ya se ofrecía al público la instalación de cañerías en casas
particulares y los servicios pertinentes (El Comercio,10 de marzo de 1860) [24]. Al po-
co tiempo, se unirían a Basagoitia otros inversionistas peruanos, y juntos establecerían
la Empresa del Agua de Lima, que en 1864 obtuvo el privilegio exclusivo – como enti-
dad privada – de explotar el suministro de agua de esta ciudad por 50 años.
La Empresa del Agua de Lima instaló, entre 1857 y 1893, unos 73 kilómetros de tube-
rías de fierro. En este último año, los 115 mil habitantes de la ciudad de Lima disponían
de 36’296.256 litros de agua cada día. Aun así, el suministro se consideraba insuficiente
por las autoridades y el público usuario, que se quejaba también por el mal servicio de
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
la Empresa. Cabe mencionar que las zonas más alejadas de la ciudad como Magdalena,
Miraflores o Barranco no estaban incluidas en la red de distribución de agua que proce-
dente del río Rímac abastecía a la ciudad de Lima [47, 48].
Con relación al cuidado del río Rímac, hubo mucha preocupación en mantener su pure-
za y evitar se convirtiera en un “foco de corrupción”, para lo cual se trató de erradicar
los basurales que se formaban en las inmediaciones del mismo, provenientes de las acti-
vidades de los pobladores de la zona. Sin embargo, cuando las basuras del muladar del
Tajamar alcanzaban una magnitud considerada excesiva, eran los mismos inspectores
municipales quienes arrojaban esos desechos al río [9, 24].
En esas circunstancias, según Basadre, las obras de canalización de las acequias y desa-
gües en la ciudad de Lima se iniciaron en 1868 y se prolongaron hasta 1872, bajo la di-
rección y la administración de la Municipalidad, pero sufragando los gastos los propie-
tarios. Los canales eran de ladrillo y debían ser lavados dos veces a la semana; los
principales medían 1,20 x 0,75 metros, los subsidiarios 0,90 ó 0,66 m. de alto. A partir
de 1870 comenzaron a establecerse canales subterráneos profundos y cubiertos que,
además de dar curso a las aguas de las acequias que atraviesan la ciudad, recibían tam-
bién las aguas residuales caseras. El diámetro de estos canales era más ancho en los ji-
rones que en las calles transversales, siguiendo los primeros la dirección de las cañerías
del agua potable, de este a oeste (Guía del Viajero, Lima, 1898) [19]. En relación con
el financiamiento de esas obras, durante la alcaldía de don Manuel Pardo (1869-1870)
había fracasado un intento de lograr un empréstito para canalizar toda la ciudad de Li-
ma. Ello obligó a trabajar lentamente los albañales en ciertos sectores de la ciudad, a
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
“En los siguientes años (de 1895 a 1901) se siguieron construyendo otros albañales, siem-
pre sin plan de conjunto y para satisfacer las necesidades de tal o cual calle, o a lo sumo
necesidades de barrio… Cada vecino o grupo de vecinos, querían tener su calle canaliza-
da; cada concejal entusiasta o empeñoso, quería dejar huella de su paso por el Concejo,
mediante una obra de canalización, de este modo al cuerpo principal de albañales se fue-
ron agregando otros, así al azar a menudo, sin desagües apropiados, sin pendientes, sin
agua por lavar o con niveles tomados en tal forma que impedían la construcción de la ca-
lle siguiente. Los vecinos por su parte no se apuraban por establecer sus conexiones al al-
bañal público, todos preferían las comodidades de la acequia interior al gasto de una obra
de desagüe particular… Faltó pues un plan general y ordenado para la construcción… y
nació de ella la realización de una gran obra fragmentariamente ejecutada y por lo tanto
defectuosa” (J. Ribeyro, 1934, p. 7-8)
Siendo Alcalde de Lima don Federico Elguera e Inspector de Higiene el Dr, A, Agnoli
se contrató el Ingeniero Sanitario ingles, D. W. Ross, miembro del Instituto de Ingenie-
ros Civiles de Londres, para que estudiara la canalización de Lima y presentara un pro-
yecto de posibles mejoras. Ross presentó los informes pertinentes el 27 de octubre de
1902 [49]. En lo que se refiere a la situación del sistema drenaje de la ciudad concluía
que se hallaba en “un deplorable estado antihigiénico”. Conclusión que sustentaría ha-
ciendo la siguiente descripción de aquel sistema:
“Debido a la carencia de lluvia de Lima, se hace necesario regar la tierra para cultivarla, y,
por lo tanto, corren a á través de la ciudad varios cequiones… Todos éstos se alimentan del
Rímac; de manera que, á excepción de unas cuantas semanas en el año, existe el citado río
casi nominalmente, pues que solo lo constituye un lecho de piedras secas y movedizas. Esto
no obstante, muchos albañales continúan descargando sus aguas deletéreas en ese río casi
hipotético! De los cequiones de irrigación ya mencionados, se bifurcan innumerables ace-
quias abiertas que, después de correr sobre los terrenos de cultivo, van a vaciar el agua que
les queda en los canales públicos. La gente que habita en la proximidad de estas acequias,
las hace servir a manera de albañales y también de conductores de basura, tanto que en la
actualidad tales acequias forman en todo Lima una verdadera red de cloacas abiertas! Las
aguas de todos los albañales de la ciudad descienden, por su propio declive, desde los sitios
en donde comienzan las cloacas hasta sus bocas de descarga, muchas de las cuales se en-
cuentran situadas en el mismo centro de Lima!. (D.W. Ross, 1902, p. 9).
Son nueve las reformas que propone Ross [49] en su proyecto de mejoramiento del sis-
tema de canalización presentado a la Municipalidad. Entre ellas:
“1,º Separar la red de acequias y cequiones de irrigación de la red de albañales (…) 2,º
Prohibición de regar con aguas de albañal tierras que se hallan dentro de la ciudad (…) 3,º
Prohibición de que las aguas de regadío penetren en los albañales públicos (…) 4,º Supre-
sión de las bocas de albañal que descargan su contenido en el Rímac y en los cequiones
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
que atraviesan la ciudad (…) 5,º Prohibir el que conviertan en albañales las acequias y
cequiones que corren por la ciudad (…) 6,º Supresión de todas las acequias de los cuarte-
les 1º, 2º, 3º y 4º (…) 7,º Todas las acequias abiertas que corren por las calles deben cu-
brirse”. (D.W. Ross, 1902, pp. 11-12).
El médico Francisco Graña [29], al inicio del siglo XX, coincidía de manera general
con la conclusión diagnóstica de Ross, calificando los avances del servicio de canaliza-
ción de Lima como insuficientes y defectuosos. Lo primero, porque no había podido
compatibilizar el crecimiento del área de la ciudad con el de la red cloacal. Lo segundo,
porque a los defectos de construcción (dimensiones excesivas, nivelación inadecuada de
los canales), se agregaban los provenientes del abandono en que se había tenido el man-
tenimiento de esa obra tan costosa, así como de la desidia con que se atendió este servi-
cio. Por otro lado, debido al papel exagerado que se había querido asignar a los defectos
del alcantarillado sobre la insalubridad de la ciudad, la nueva Municipalidad había de-
cidido comenzar su labor higiénica concentrando su acción en la ventilación de las al-
cantarillas. Esta decisión era criticada por Graña, en tanto consideraba que tal ventila-
ción tendría un efecto muy escaso sobre la insalubridad.
Según J. Lossio [9], el sistema de recojo de basuras en Lima era efectuado, desde me-
diados del siglo XIX, por la baja policía; servicio de responsabilidad municipal, puesto
en contrata pública por la Municipalidad. La subasta de este servicio de limpieza públi-
ca se hacia por distritos, y quienes obtenían la licitación se comprometían a “barrer per-
fectamente todos los días las calles”; a mantenerlas “en perfecto estado de aseo”; a re-
coger diariamente “todas las basuras, inmundicias y animales muertos”; y a “secar los
aguasales” provocados por el desborde de las acequias. Cuando no se lograba subastar
algún distrito, era la misma Municipalidad la que asumía la administración. Asimismo,
las empresas ganadoras de la licitación se comprometían, una vez recogidas las basuras,
a trasladarlas en carretones hacia los muladares municipales ubicados en extramuros –
en Tajamar, Martinete y Maravillas – para depositar estas materias corruptibles a dis-
tancia conveniente de la ciudad. De esa manera, se pretendía evitar que sus emanaciones
pudieran ser nocivas a la población. Finalmente, estas basuras acopiadas y acumuladas
“fuera de las portadas” eran quemadas, enterradas, o arrojadas al río.
De conformidad con los contratos municipales, los trabajadores de baja policía estaban
obligados a recoger diariamente, en carretones, las “basuras sencillas” que debían ser
colocadas por los vecinos en puntos específicos designados por la Municipalidad. Sin
embargo, de acuerdo a los subastadores y la Municipalidad, era frecuente que los veci-
nos no cumplieran con esa indicación, optando por acumularlas en sus casas, botarlas
desde las ventanas y puertas hacia las calles, o arrojarlas a las acequias [24, 26]. Por
otro lado, la Prefectura y los vecinos coincidían en denunciar que el sistema de Baja Po-
licía mostraba una serie de insuficiencias y deficiencias en el cumplimiento de sus co m-
promisos con la ciudad. Entre las mencionadas con más frecuencia por los vecinos se
encuentran las siguientes: el reiterado incumplimiento del recojo diario de la basura, los
carretones pasaban por lo general “una vez a la semana”; la acumulación de desecho en
las plazas y mercados, ubicadas en el centro de la ciudad; la displicencia de tales traba-
jadores para evitar la formación de nuevos basurales; y las escasas veces en que se ba-
rrían las calles [9].
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
De acuerdo con la información recogida por Lossio [9], el control del buen funciona-
miento del servicio de la baja policía fue un tema muy sensible de la relación entre Mu-
nicipalidad y Prefectura. Si bien la primera estaba comprometida formalmente a realizar
tal función, la Prefectura intentó asumirla imponiendo, además, multas a los administra-
dores de la Baja Policía si es que el recojo de la basura no se cumplía de manera cabal.
La Prefectura, asimismo, hizo públicas sus críticas a la Municipalidad por la manera de-
ficiente en que supervisaba la ejecución de dicho servicio.
Las campañas educativas de las autoridades locales y las advertencias sobre las conse-
cuencias sobre la salud en el caso que no se atendiera la higiene urbana, así como las
multas aplicadas a los infractores de las normas pertinentes, no tuvieron mayor éxito. En
esas campañas se promovía un concepto moderno de higiene total que incluía elementos
tanto individuales, como de vivienda y del espacio público. Finalmente, las autoridades
constataron las dificultades que siempre existirán para impulsar un proceso dirigido a
modificar hábitos de higiene, enraizados en las mentalidades populares [9].
En 1902, el ya citado Ingeniero Sanitario D. W. Ross [50], recibió del alcalde Elguera la
indicación de que propusiera la manera “más conveniente y económica de destruir y ha-
cer desaparecer de la ciudad las basuras de las casas y de la vía pública, a fin de evitar la
formación de los muladares”. En su informe final al Concejo Provincial de la Munici-
palidad de Lima, Ross comienza afirmando que:
Con relación a la manera en que se debería destruir las basuras recogidas, estimadas en
70 toneladas diarias, Ross afirma que sólo hay una forma de eficaz y económica de ha-
cerlo: “su incineración en crematorio ad hoc y á alta temperatura”. Sin embargo, pro-
pone al Concejo Provincial que, por ahora, se queme la mitad de esa cantidad y que, se
deposite la otra mitad en las afueras de la ciudad. Además, señala que el sitio más ade-
cuado para ubicar el crematorio de basuras sería junto al muladar de Tajamar, que reci-
bía casi la mitad de todas las basuras de la ciudad.
Al inicio de la República, fue necesario que San Martín dictara el Decret0 Protectoral
del 27 de octubre de 1821 reiterando la prohibición de los enterramientos en las iglesias,
debido a que éstos continuaban haciéndose en todo el país. Esta norma trató de ser com-
plementada por Decreto de la Junta de Gobierno, encabezada por don Hipólito Unanue,
el 25 de mayo de 1825, en el que se ordenaba la construcción de cementerios en todos
los pueblos y ciudades del país. Lo que no se pudo llevar a cabo por el estado de postra-
ción financiera que se encontraba la economía nacional después de las guerras indepen-
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Al final del siglo XIX, existía un consenso general sobre el fracaso de las Juntas de Sa-
nidad en el logro de sus fines formales. Todos los testimonios de esa época coinciden en
criticar duramente la escasa efectividad de esta modalidad de organización del cuidado
de la salud. El Reglamento General de Sanidad de 1887 que precisaba las funciones de
los escalones del Servicio de Sanidad nunca pudo ser cumplido ni siquiera aceptable-
mente. En palabras de Francisco Graña: “Nuestra ‘Junta Suprema de Sanidad’ y sus
dependencias, tal como están constituidas, con los recursos y atribuciones que poseen,
no desempeña, en realidad, ningún papel… Su labor se encuentra reducida a dictar una
u otra medida administrativa de carácter eventual, naturalmente inaplicable, por falta de
toda organización, porque ni tiene a quien encomendar su cumplimiento…. Es un edifi-
cio ruinoso y defectuosamente construido desde sus cimientos, que precisa derribar por
inútil y perjudicial, a fin de levantar el que reclama la nación, como medida inaplaza-
ble” (F. Graña, 1902, pp. 89-90) [29].
El fracaso de las Juntas creadas en 1826 era previsible. La escasa continuidad en sus
cargos de los miembros de las Juntas, en tiempos de gran inestabilidad política; la efec-
tividad real de organismos colegiados y consultivos en cuya constitución predominaban
los elementos no técnicos; así como la conducción de los mismos por funcionarios del
Ministerio de Gobierno con una concepción policiaca, eran las más importantes razones
de su fracaso. Entre 1826 y 1887, la normatividad sobre las Juntas Superiores se mos-
tró totalmente insuficiente para garantizar su creación en todas las provincias del país y,
mucho menos, su funcionamiento continuo en el caso que se llegaran a establecer. En
muchas de las provincias nunca funcionó una Junta.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Tal como se ha descrito en páginas anteriores, en la década de 1870 se produjo una gran
epidemia de fiebre amarilla en América Latina; la cual se extendió, luego, a Estados
Unidos (1878). Es sólo en esta situación epidemiológica, que el Congreso de los Esta-
dos Unidos autorizó al Presidente a convocar la Quinta Conferencia Sanitaria Interna-
cional (Washington D.C, 1881), “con el fin de instituir un sistema internacional de noti-
ficación sobre la situación sanitaria real en los puertos y lugares…” [53].
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
En el mundo occidental
Desde el final del siglo XVIII, el pensamiento de los higienistas comenzó a desplazar su
centro de atención desde el clima hacia la salubridad del espacio urbano. Este giro se
verifica en el uso de la noción de foco miasmático: tanto en las disposiciones municipa-
les como en las reglamentaciones policiales, lo que legitimaba la intervención – más o
menos coercitiva – de una autoridad, era la supuesta presencia de focos miasmáticos.
Todo factor que se presumía como tal debía ser retirado, aislado y eventualmente elimi-
nado. Sin embargo, los principales elementos indicados como causales de enfermedad
(el agua y el aire) no eran factores sobre los cuales se pudiera intervenir con igual facili-
dad. No bastaba construir obras de provisión de agua corriente y cloacas. El aire mal-
sano y sus miasmas pútridos solo podrían combatirse interviniendo sobre la totalidad de
la trama urbana. Al respecto, Michael Foucault [55] comenta:
“Los médicos eran entonces en cierta medida especialistas del espacio. Planteaban cuatro
problemas fundamentales: el de los emplazamientos (climas regionales, naturaleza de los
suelos, humedad, y sequedad: bajo el nombre de ‘constitución’, estudiaban la combina-
ción de los determinantes locales y de las variaciones de estación que favorecen en un
momento dado un determinado tipo de enfermedad); el de las coexistencias (ya sea de los
hombres entre sí: densidad y proximidad; ya sea de los hombres y las cosas: aguas, alcan-
tarillado, ventilación; ya sea de los hombres y animales: mataderos, establos; ya sea de los
hombres y los muertos: cementerios); el de las residencias (hábitat, urbanismos); el de los
desplazamientos (emigración de los hombres, propagación de las enfermedades). Los mé-
dicos han sido con los militares, los primeros gestores del espacio colectivo…Los médi-
cos han pensado sobre todo el espacio de las residencias y el de las ciudades” (M. Fou-
cault, 1976, p. 4-5).
Las ideas de los higienistas europeos fueron rápidamente incorporadas a las políticas
urbanas implementadas por el barón Georges-Eugéne Haussmann, prefecto del Sena
en 1853. El barón, dirigió la reforma urbana de Paris y dotó a la capital francesa de una
nueva fisonomía. Ordenó el derribo de los viejos e insalubres barrios obreros y eliminó
las estrechas callejuelas, y en su lugar trazó grandes avenidas, a lo largo de las cuales se
edificaron casas uniformes; planificó los Grandes Boulevards, introdujo zonas verdes e
instaló los grandes parques. A partir de este modelo urbanístico, proyectos que tenían
como objeto la intervención sobre el ambiente degradado del espacio urbano fueron
formulados y ejecutados en otras ciudades del mundo [56].
Para la higiene clásica del siglo XIX, cada uno de los hombres, y consecuentemente ca-
da sociedad, debían ser pensados con relación al medio, al terreno en el que habitan, al
modo como circulan el agua y el aire que transporta miasmas o gases nocivos. Era nece-
sario conocer los efectos que el ambiente podía tener en el cuerpo, en las fibras de los
habitantes y también en su modo de acción, en su moralidad: “para muchos higienistas
prepasteurianos la lucha contra la miseria podía significar, al mismo tiempo, dos cosas:
por un lado, un reconocimiento explícito y estadísticamente fundamentado de la urgen-
cia en modificar las desigualdades sociales, pero, por otro, la necesidad de multiplicar
estrategias de control sobre el modo de vida de las clases populares” (S. Caponi, 2002,
p. 1667). Influida por descubrimientos químicos, la medicina prestará especial atención
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
De acuerdo con las ideas de la época, producida la enfermedad, ésta se transmitía por
“infección” o por “contagio”. Estos conceptos eran definidos de manera diferente a lo
que es hoy usual, y hacían referencia a las distintas formas de propagación de una en-
fermedad. En el primer caso era una materia o un miasma el elemento transmisor; en el
segundo era el sujeto enfermo mismo, ya sea por contacto mediato o inmediato. En un
libro de consulta de la época publicado en 1842 y citado por Eyzaguirre [58] en 1908, se
hacía la siguiente distinción entre ambos conceptos:
“La infección es el modo según el cual se propagan ciertas enfermedades debidas a la ac-
ción tóxica o morbica, que ejercen las materias vegetales o animales en descomposición y
los miasmas exhalados por el cuerpo humano sano o enfermo, sobre uno o varios indivi-
duos colocados en una oportunidad particular para recibir su influencia (…) El contagio
es un modo de propagación de las enfermedades en virtud del cual, un individuo afectado,
comunica su mal a uno o varios individuos que se hallan colocados en una oportunidad
particular para recibirle, y que ellos mismos sirven de elementos de propagación de esta
enfermedad, cuyos caracteres, quedan por lo demás, siempre idénticos”. (Compendium,
1842)
Las nuevas ideas higienistas tardaron en llegar y, sobre todo, ser aceptadas por la comu-
nidad médica peruana. Al iniciarse la República Peruana y a lo largo del siglo XIX, las
teorías atmosféricas-miasmáticas continuaron siendo hegemónicas en la Sanidad oficial.
La explicación de las causas de las enfermedades colectivas era básicamente la que ha-
bía dado Hipólito Unanue; es decir, se sustentaba en el concepto de “constitución epi-
démica” de Sydenham y consideraciones metereológicas. Es así, que la estructura del
Informe oficial sobre el Estado sanitario de Lima, en abril de 1884, presentado a Junta
de Sanidad de la Municipalidad de Lima, por los Drs. J. C. Ulloa, Julio Becerra y Ma-
nuel Artola [59], tenía tres componentes: constitución atmosférica, constitución médica
(epidémica), y profilaxis.
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Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Tal como se informó en el capítulo anterior, en 1753 se había iniciado en Lima una serie
ininterrumpida de registros meteorológicos que se mantuvo hasta 1857, bajo la respon-
sabilidad del Cosmógrafo Mayor. Información que era dada a conocer en las publica-
ciones anuales a cargo del mencionado funcionario. El Cosmografiato fue, primero, de-
bilitado y, luego, desactivado en 1873. “A fines de la década de 1850, el Cosmografiato
distaba de cumplir con suficiencia sus funciones de antaño; en tal sentido no pareciera
exagerado el juicio ofrecido por Manuel Atanasio Fuentes al referirse al Cosmografiato
como un cuerpo sin vida” (L. Seiner, 2004, p. 22) [60].
Por su parte, Henry Eucher [26] había tratado de explicar el incremento progresivo de
las enfermedades infectocontagiosas en la ciudad de Lima utilizando argumentos deri-
vados de la teoría miasmática. “La práctica y la ciencia están acordes… que la putrefac-
ción de las materias orgánicas da origen a la sutilización de átomos o miasmas deleté-
reos que difundiéndose hasta mezclarse en el ambiente desnaturalizan su calidad, lo ha-
cen impropios a la respiración y de consiguiente originan perturbaciones en la economía
animal y algunas veces enfermedades cuya gravedad cuesta la vida a sus víctimas”.
Luego, señala las muchas costumbres insalubres que existían en la ciudad, desde los
años coloniales, para terminar haciendo la siguiente reflexión: “Cierto es que en tiempos
anteriores existían estas costumbres… y que no se hacían sentir tan reciamente los ma-
les… Esto es debido a dos causas: la primera es, aumento considerable de la población,
sin que se haya ensanchado la extensión de la parte habitada…por el contrario, se au-
mentan las construcciones elevadas de varios pisos sobrepuestos unos de otros, hacien-
do así más difícil la circulación del aire. La segunda es que, habiéndose desarrollado el
movimiento industrial… y como consecuencia una crecida… en el consumo, sobre todo
en cuanto a los elementos que originan las excreciones de materias corruptibles; desde
luego es muy notable una enorme desproporción entre el estado actual y el de antaño.
Es, pues, fácil comprender que, lo que bastaba en otros tiempos, hoy día llega a ser del
todo insuficiente” (H. Eucher, 1860, p. 3-4). A partir de la hegemonía de estas ideas, el
saneamiento urbano era percibido por los higienistas peruanos como el único “reme-
dio” efectivo para el tratamiento de las enfermedades infecciosas.
No obstante, al final del siglo XIX, si bien se continuaba explicando el origen de las
epidemias con las teorías miasmáticas, ahora ésta había sido complementada y renovada
con una interpretación de los efectos de la pobreza. La enfermedad ya era considerada
un mal asociado tanto a las variaciones meteorológicas y la inmundicia del ambiente
urbano, como al comportamiento incivilizado (antihigiénico e inmoral) de los pobres.
68
Cap. 2. Saneamiento urbano…: 1821-1902, Carlos Bustíos y Col.
Los médicos percibía al Perú como “estancado en los umbrales de la civilización”, vi-
viendo una prehistoria” de donde solo podría salir cumpliendo los mandatos de la higie-
ne: “Ordenarlo, limpiarlo y educarlo eran requisitos para abandonar el estado de barba-
rie” (M. E. Mannarelli, 1999, p.45) [61].
En cuanto a la esfera familiar, la mirada de los higienistas se dirigió -como nunca antes-
hacia los callejones y las casas con cuartos de inquilinato, asociando pobreza con en-
fermedad e inmoralidad. En las ordenanzas municipales serían frecuentes, aunque in-
eficaces, las regulaciones al respecto. Esta Higiene Pública renovada estaba ampliando
el ámbito de sus acciones: de uno sólo físico, vinculado con “pestilencias” derivadas
de materias orgánicas putrefactas, había devenido a otro que incluía, también, lo social
y lo moral. En el discurso de los higienistas peruanos ya estaba adquiriendo especial
relevancia las “pestilencias” sociales derivadas de la pobreza, el exceso de trabajo, el
hacinamiento en barrios y viviendas insalubres, y otros factores de tipo social. Es en
este sentido que uno puede entender los dos tipos de argumentos utilizados por M. A.
Olaechea [33], miembro de la Sociedad de Medicina de Lima, cuando pretende explicar
el curso de una epidemia de viruela en Lima en el año 1893:
“Para resolver tan complicado problema habría necesidad de conocer perfectamente las
variaciones meteorológicas de la capital, las constituciones epidémicas reinantes de año
en año y la estadística correspondientes a algunas epidemias…el médico se halla en la
obligación de estudiar constantemente no sólo la naturaleza de la enfermedad sino las
condiciones de localidad y clima para evitar el desarrollo de ciertos estados mórbidos…y
remover todas las causas que directa o indirectamente vengan a alterar sus funciones or-
gánicas (…). Pero todas esas medidas se han estrellado contra la acción del miasma que
con un poder vertiginoso se ha propagado en la atmósfera, descomponiendo los elementos
del aire que respiramos por la falta completa del ozono y por la presencia del viento no-
roeste (…) La miseria que soporta el pueblo, la mala alimentación de la clase media y po-
bre, los malos hábitos, los abusos… de los alcohólicos…que viven en habitaciones pe-
queñas, reducidas y húmedas y casi sin abrigo, son causas que influyen de un modo pode-
roso sostener una epidemia cualquiera, y favorecer su propagación, más aún, cuando ellas
reconocen su origen miasmático contagioso.” (M. A. Olaechea, 1893, 591-595).
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72
Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
CAPÍTULO Nº 3
SANEAMIENTO AMBIENTAL EN LA SALUBRIDAD
PÚBLICA PERUANA: 1903-1934
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Desde el año 1895, la “oligarquía” estableció un dominio casi absoluto sobre la socie-
dad política peruana. Dominio que se caracterizó por una fuerte tendencia a monopoli-
zar el poder real con la consiguiente neutralización de las capas medias y la casi exclu-
sión de las clases populares. Uno de los instrumentos empleados para este propósito fue
el Partido Civil. A partir de ese año y hasta 1919, el Perú experimentó un período de
estabilidad política y de crecimiento económico sin precedentes que será recordado co-
mo el de la “República Aristocrática”. En este contexto se concretó la alianza entre la
oligarquía agro-exportadora, a cargo de la conducción del aparato estatal central, y los
terratenientes serranos, que seguían ejerciendo el dominio político en las zonas rurales.
Alianza oligárquica-civilista que se sustentó en la complementariedad de los intereses
de los que dirigían el proceso de penetración del capitalismo financiero en el país, con
la persistencia de las relaciones pre-capitalistas en el campo. En lo que se refiere a este
proceso de penetración, la clase dirigente sirvió de nexo entre el país y las metrópolis
centrales del mundo occidental, Inglaterra y Estados Unidos principalmente.
El dominio político y social que ejerció aquella alianza en el país fue facilitado por la
pasividad o debilidad de la clase media u otros grupos sociales, que estaban recién ini-
ciando un proceso de reconocimiento de su identidad y de sus propios intereses. Este
dominio permitió el sometimiento cruento de las rebeliones indígenas – que se multipli-
caban desde el año 1905 – contra la expansión de las haciendas a costa de las propieda-
des comunales. Sólo la conjunción de la crisis de las exportaciones de 1919, al final de
la primera guerra mundial; la crisis política que provocó el mensaje de la “Patria Nue-
va” del Leguía; y, la gran sublevación campesina que convulsionaba a todo el sur an-
dino, pudo dar fin a la República Aristocrática.
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
bierno (1919-1922) se aprobó una nueva Constitución que reconoció la propiedad de las
comunidades indígenas, se inició una política pro-indígena, se legitimó la jornada de
ocho horas y se establecieron normas orientadas a resolver conflictos laborales. Con
estas medidas políticas destinadas a desarticular la oligarquía-civilista, Leguía consiguió
en esos tres años el apoyo de los sectores medios y populares, así como de nuevos gru-
pos industriales, lo que le permitió excluir de su gobierno a los agro-exportadores y a
los terratenientes. Pero, lograda aquella desarticulación daría, en los siguientes ocho
años de su gobierno, un nuevo sentido autoritario a su política.
Para Alberto Flores Galindo [3], el “oncenio” de Leguía fue el intento sistemático, a
veces temerario, de construir la “Patria Nueva” quitando el poder político a la oligarquía
civilista y entregándolo a un nuevo grupo que iba surgiendo y ampliándose a medida
que avanzaba el proceso leguiísta. Por su parte, Julio Cotler [1] lo define como el pe-
ríodo de la consolidación de la dominación imperialista y emergencia de las fuerzas po-
pulares antioligárquicas, en el que nace el Perú moderno.
Hacia finales del “oncenio”, las contradicciones del nuevo bloque dominante con los
sectores populares provocaron numerosas movilizaciones obreras, impulsadas por nue-
vas corrientes ideológicas, a ellas se sumaron las de los sectores medios empobrecidos y
postergados por los procesos de concentración monopólica. Surgieron así numerosas
organizaciones sindicales, políticas y culturales que de manera casi inevitable, desarro-
llaron tendencias antiimperialistas y antioligárquicas, que generaron la “eclosión de una
conciencia nacional en el Perú” [1]. La respuesta del gobierno de Leguía fue endurecer
las medidas represivas.
Finalmente, los efectos en el país del crack financiero de Wall Street (1929) desenca-
denaron una profunda crisis económica en el Perú, la que precipitó la caída del régimen
de Leguía el 22 de agosto de 1930. Al caer el régimen de la “Patria Nueva”, a la crisis
económica se sumó una gran crisis política que paralizó al país. Se destituyó a todas las
autoridades de dicho régimen y se creó un Tribunal especial para juzgar la supuesta co-
rrupción de los funcionarios del régimen de Leguía.
Luego, el triunfo del Coronel Sánchez Cerro en los comicios electorales de octubre de
1931, lejos de restablecer el orden social agudizó la polarización de las masas popula-
res. Los movimientos políticos anti-oligárquicos se fortalecen, liderados por Mariátegui
y Haya de la Torre. Se producen los hechos sangrientos de Trujillo. El 30 de abril de
1933, menos de un mes después de promulgarse la Constitución Política de 1933, el
presidente Sánchez Cerro fue asesinado. En esta coyuntura, la Asamblea Constituyente
eligió al General Oscar Benavides para completar el período presidencial de Sánchez
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Es en las dos primeras décadas del siglo XX, que la actividad minera comienza a con-
vertirse, nuevamente, en el ramo más importante de la economía nacional. El Código de
Minería de 1900, que entró en vigencia el 1901, estableció el principio de accesión por
el cual el propietario del suelo era también `propietario de los recursos minerales conte-
nidos en él. Estableció, también, la propiedad a perpetuidad que podía ser objeto de li-
bre disposición, salvo por caducidad. Estos cambios normativos dinamizaron el arribo
de inversiones foráneas. Aparecen las empresas norteamericanas Cerro de Pasco Mi-
ning Corporatión (1902) y la Standard Oil (1913); esta última adquirió las propiedades
en manos de intereses británicos y formó la International Petroleum Company. Después
de la primera guerra mundial, la penetración de inversiones norteamericanas se intensi-
ficó, principalmente en los ramos minero, petróleo y textil. La regulación estatal era
casi inexistente en los ámbitos territoriales de las grandes empresas extranjeras, que se
convirtieron en verdaderos enclaves [7, 8].
De acuerdo a los datos recogidos en estudios publicados por Alberto Flores Galindo
[3], en el Censo de 1876 la población de la provincia de Lima apenas superaba los
120.000 habitantes, mientras que en los siguientes empadronamientos – siempre con
resultados imprecisos – se informaba sobre un crecimiento significativo: 172.927 en
1908; 230.807 en 1920; y 376.097 habitantes en 1931. Otras ciudades también crecían
aunque a un ritmo mucho menor; según el censo de Rivero (1917), Arequipa, por ejem-
76
Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
plo, tenía más de 30 mil habitantes; Trujillo, llegaba a los 20 mil; Ica, sumaba 15 mil; a
Cajamarca se le calculaba 14 mil y Abancay apenas a cinco mil habitantes, según cálcu-
los del viajero Paul Walle. El Censo realizado en Cuzco por Alberto Giesecke, informa-
ba sobre 25 mil habitantes. Además, la Costa y la Sierra en conjunto ocupaban menos
del 40% del territorio peruano. El resto estaba constituido por la Selva, con una pobla-
ción estimada –alrededor de 1906 y 1907 – en apenas 450.000 habitantes, lo que arro-
jaba una densidad de 0,39 hab. por k2: “un vasto espacio casi deshabitado”.
Fuera de Lima, lo rural seguía predominando sobre lo urbano en el país. Las haciendas
tradicionales y las comunidades andinas se ubicaban en su mayoría en la Sierra. En el
mundo rural, la hacienda era la entidad central o el eje articulador de la vida social y
económica. Aunque no se disponía de cifras para las primeras décadas del siglo XX, en
el Censo de 1876 se había informado de la existencia de 3.867 haciendas, con una po-
blación que representaría el 77,4% de la población rural. Las cifras sobre el número de
comunidades indígenas y el tamaño de su población eran aun más imprecisas. Abelardo
Ortiz hacia 1925 calculó la existencia de 1.562 comunidades, cifra que fue considerada
“demasiado” corta por Hildelbrando Castro Pozo [3],
La modernización que, desde la segunda década del siglo, experimentaron ciudades co-
mo Lima no alcanzó a las zonas rurales, donde una buena parte de la población vivía
alrededor de los centros mineros o dentro de las grandes haciendas, sometidos a una re-
lación de subordinación y servidumbre hacia sus “patrones”. Al interior de las hacien-
das, por ejemplo, era posible encontrar sectores destinados para las viviendas de los tra-
bajadores (misérrimas la mayoría), almacenes o “tambos” (cuyas mercaderías se ven-
dían a elevados precios) y a veces hospitales. En algunos casos, el tránsito por estos lu-
gares era imposible sin la autorización de los propietarios de la hacienda, como si se tra-
tase de un feudo medieval. Otro tanto sucedía con los campamentos mineros.
La población de Lima estaba creciendo en las primeras décadas del siglo XX en forma
que escapaba a toda previsión. “El crecimiento demográfico comenzó a rebasar las po-
sibilidades de previsión y ordenamiento urbano. Lima comienza a convertirse en una
ciudad populosa y agitada” [3]. Ahora bien, durante los años de la década de 1890 y,
luego, en los de la República Aristocrática se reinició el proceso de modernización y
desarrollo urbano de Lima. En 1906 se pone en funcionamiento el tranvía eléctrico con
siete rutas y 40 km. de vía. Se asiste a la pavimentación de las calles con asfalto y al
inicio del alumbrado público eléctrico. En términos urbanísticos se abren nuevas aveni-
das (La Colmena, Alfonso Ugarte y Grau) que se expanden fuera de los límites de las
murallas coloniales ya derruidas, se inauguran espacios públicos como las Plazas Grau,
Bolognesi y el Paseo Colón. También aparecen las primeras urbanizaciones tanto en te-
rrenos baldíos de la vieja ciudad, como en huertas y chacras ubicadas después del anti-
guo límite de las murallas, en dirección de los balnearios del sur.
Entre 1910 y 1920 la ciudad no estaba divida en barrios exclusivamente ricos y pobres.
Es cierto que la elite tenía su zona de preferencia en el centro de la ciudad, mientras que
las familias pobres se agrupaban con mayor densidad en los Barrios Altos, alrededor
del Mercado Central, o en los distritos del Rímac y La Victoria. En la década de 1920,
los ricos u pobres seguían siendo vecinos, y al lado de la mansión elegante coexistían
decorosas viviendas de clase media y el callejón. Así pues, no era el barrio sino el tipo
77
Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
de vivienda lo que contribuía a marcar el estatus del limeño. Pero al reorientase el cre-
cimiento de Lima hacia el mar, parte de la elite limeña se traslada a los balnearios del
sur o a los nuevos barrios que surgen en la periferia del casco urbano.
Según Aldo Panfichi [9], recién con la reorientación del crecimiento de Lima hacia el
sur se iniciaría un intento de los ricos para vivir separados de la “plebe”, dinamizando
la ocupación y construcción de sus nuevas viviendas en terrenos de los balnearios del
sur. Pero éstos no eran espacios vacíos. Chorrillos era una villa de pescadores con exis-
tencia previa. Lo mismo en Miraflores, Barranco y lo que hoy es Magdalena, ya exis-
tían pequeñas propiedades y núcleos urbanos. Las grandes residencias y casas moder-
nas que se construyeron allí tuvieron que ubicarse cerca a vecinos de otra condición so-
cial; los cuales, además, fueron reclutados para trabajar como sirvientes, cocineras, do-
mesticas, peones, por lo que tampoco se pudo lograr la segregación a la que la elite as-
piraba como símbolo de exclusividad. Ello no impidió, sin embargo, que el jirón de la
Unión se convirtiera en el centro de la vida social, y que el barrio de La Victoria fuera
estigmatizado, en esos años, como barrio de pobres y delincuentes.
Según el censo de las provincias de Lima y Callao de 1920, en los alrededores de Lima
se situaban 238 fundos, extensos espacios agrarios que seguían rodeando a los antiguos
distritos. Fue solo a partir de 1920 que estos espacios agrarios comenzaron a ser inva-
didos rápidamente. A fines del siglo XVIII, Lima había ocupado apenas una superficie
de 456 has. En 1908 esta superficie se había triplicado a 1.293 has., y en 1931 llegó a
2.037 has; es decir, que en los últimos 11 años había tenido un aumento de 55,6 hectá-
reas por año o un incremento total de 611 has., que en conjunto representaba casi el 43
% del área ocupada en 1920 [11].
78
Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
De manera concordante con esa opinión de Palma, desde inicios del siglo XX las doc-
trinas racistas europeas tuvieron que ser reprocesadas en el Perú, para fomentar el mes-
tizaje equilibrado. Se hace evidente para los dirigentes políticos civilistas que la acepta-
ción del darwinismo social europeo significaría el rechazo al mestizaje y, por tanto, la
negación de un porvenir nacional. En consecuencia, el racismo radical fue proscrito
formalmente de la ideología oficial y matizado en el discurso público, aunque en los he-
chos fue el “fundamento invisible” que continuó legitimando la exclusión política y for-
taleciendo el sentimiento aristocrático [14].
Aspectos epidemiológicos
Durante muchos siglos la peste humana había sido el ejemplo de una enfermedad mor-
talmente peligrosa. En 1896 apareció una gran epidemia de peste en Asía y la India, y
en 1904 ésta ya se había extendido en todo el mundo occidental y había provocado un
millón de muertes por año. Las ratas de los barcos y sus pulgas transportaban esta plaga
a todos los principales puertos del mundo, y en muchos países el bacilo de la peste se
establecería como parásito de la población local de roedores. En diciembre de 1902, el
Perú fue el primer país de la costa este de Sur América que fue invadido por aquella
gran epidemia de la peste [17].
La peste invadió el puerto del Callao a fines de 1902 con más de 10 mil sacos de arroz
para el Molino Milne; entre esos sacos también viajaban cientos de ratas infectadas.
Ocasión en que los problemas de la salud ambiental urbana (leer más adelante) se evi-
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Por sus antecedentes de alta letalidad, especialmente en sus formas “neumónica” y “sep-
ticémica”, la presencia de la peste humana en el Perú provocó el pánico en la población.
Aunque en realidad, la mayor parte de los casos registrados en el país fueron de la for-
ma “bubónica” de baja letalidad. De acuerdo a lo registros de 1904-1907, menos del 3%
del total fueron de la forma neumónica. Según señala el epidemiólogo Eskay: “desde su
aparición hasta el año 1923 ha producido 16,665 casos, de los cuales fueron fatales
8,565” [18]. Por otro lado, según destaca M. Cueto [19], mayor alarma causó en la oli-
garquía-civilista la noticia de que la peste provocaría una estricta cuarentena en el puer-
to del Callao, que aislaría comercialmente al país.
Entre 1903 y 1905 la peste se extendió hasta Lima y los principales puertos del país.
Para enfrentar la epidemia se crearon dos instituciones – la Dirección de Salubridad
Pública y la Junta Directiva de la Campaña contra la Peste Bubónica de la Provincia de
Lima – y se fortaleció el recientemente creado Instituto Municipal de Higiene. De estas,
fue la Junta la que alcanzó mayor notoriedad, teniendo como presidente al médico ita-
liano Juan B. Agnoli, Inspector de Higiene de la Municipalidad de Lima [20]. La Junta
Directiva de la Campaña fue organizada al estilo de las que se formaban durante las
epidemias del siglo XIX y fue financiada por el Estado. Las prioridades reales de la
campaña fueron: la identificación de los casos, el aislamiento de los enfermos y la rápi-
da inhumación de los cadáveres. La cacería de roedores y la incineración y reconstruc-
ción de locales no llegaron a ser importantes durante la campaña. La distribución del
suero antipestosa y de la vacuna Yersin fue objeto de resistencia y polémica. Los efec-
tos inmediatos de la campaña fue el de un decrecimiento de la incidencia de la peste en
Lima y Callao: de 405 casos nuevos en 1904 a 118 casos en 1906; sin embargo, tales
logros eran, a criterio del mismo Agnoli insuficientes:
“Cuando en 1906 Agnoli evaluó esta primera campaña confesó que la peste seguía una
‘marcada tendencia hacia la endemicidad’. Algo que le llamó la atención fue que después
de un año y medio el número de ratas capturadas era más o menos el mismo. Atribuyó es-
te resultado a las limitaciones económicas de la campaña, la ignorancia de la población y
sus deplorables condiciones de vida y de vivienda, donde el deterioro de las mismas esta-
ba en relación directa con la reproducción de las ratas: ‘Mientras cerros de basura se ha-
llen a pocos metros de los barrios más poblados, mientras la gente viva aglomerada en ca-
llejones húmedos, estrechos y desaseados, mientras en las construcciones se sigan usando
materiales inaparente e higiénicamente condenables, sería irrisorio hablar de saneamien-
to’…” (J. Agnoli, 1906, comentado y citado por M. Cueto, 1997, p. 73)
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Al mismo tiempo, sin embargo, todas esas experiencias estaban distorsionadas por las
ideas racistas hegemónicas en la comunidad médica. Es así, por ejemplo, el hecho de
que cantidades desproporcionadas de indios y asiáticos vivieran – y murieran – en las
peores y más insalubres viviendas de Lima confirmaba, en opinión de esos médicos, su
atraso o inferioridad biológica con relación a las personas blancas y “decentes”. Sólo en
la zona comprendida entre la Avenida Abancay y la Plaza Italia, en el sector de Barrios
Altos, la densidad era de más de 357 habitantes por hectárea, con callejones como el
"Callejón Otaiza", en el cual vivían cerca de mil asiáticos repartidos en cien habitacio-
nes-cuarto (Burga y Flores, 1981, p.14). Pocas veces los higienistas asignaron especial
importancia a la presencia en tales viviendas de la pobreza; para ellos, ésta era apenas
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
otra más de las características que junto con las biológicas, la ignorancia y la inmorali-
dad contribuían en la elevada mortalidad de las razas inferiores. Para estos higienistas,
la causa principal de que las viviendas fueran mugrientas y malsanas era que las habi-
taban personas que “naturalmente” eran mugrientas y malsanas [22].
“En las capitales de departamento, así como en las ciudades que sean capitales de provin-
cia ó que tengan una población de 3,000 habitantes o más, las municipalidades respectivas
expedirán ordenanzas relativas a la inspección y vigilancia de la alimentación de niños por
medio de nodrizas... Las Municipalidades de los lugares de que trata el artículo primero
expedirán ordenanzas relativas a los servicios de abastecimientos y venta de leche de va-
ca... procurarán estimular la formación de sociedades que tengan por objeto efectuar la
pasteurización de la leche...” (arts. 1º y 6º). “El Ministerio de Fomento dispondrá que los
médicos titulares verifiquen la propaganda de los conocimientos relativos a la alimenta-
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
ción y a la higiene de los niños de la primera infancia…” (arts. 2º, 3º y 4º). “El Ministerio
de Justicia e Instrucción, de acuerdo con el de Fomento, establecerá, en los colegios oficia-
les superiores de niñas, la enseñanza de la Puericultura…(art. 5º). “La Sociedad de Benefi-
cencia Pública de Lima ampliará sus servicios de asistencia profiláctica de la infancia, es-
tableciendo, en cuanto sea posible, nuevos dispensarios y ‘Gotas de Leche’ en la capital”
(art. 12º D. S. 23 de junio de 1916).
En los inicios del año 1919, el Gobierno nombró a una Comisión Encargada del Estudio
de las Causas de la Mortalidad Infantil en Lima [26], la cual debía proponer, al final del
estudio, las medidas que debía ponerse en práctica para conseguir la reducción de esa
mortalidad. La Comisión estuvo conformada por Abel S. Olaechea, Adolfo Solf y Muro,
Rodolfo Neuhaus, Enrique León García y Constantino J. Carvallo. En cumplimiento de
la primera parte del encargo, la Comisión efectuó un estudio estadístico del nivel y de la
composición de la mortalidad según las variables “distrito” y “raza”. Como resultados
del mismo se constató la existencia de una alta mortalidad infantil y grandes diferencia-
les en función de las variables citadas:
“4ª.- La mortalidad es mayor en los distritos 3.0 y 5.0, es decir, en los que hay mayor su-
perpoblación, mayor insuficiencia de las habitaciones y más representantes de las razas
de color (Censo de 1908) (…) 5ª.- La mortalidad... guarda estrecha relación con las razas.
Así, la mortalidad, da... Para los blancos: 16 por mil (igual a la general de Buenos Aires).
Para los negros: 27 por mil. Para los mestizos: 32.7 por mil (el doble que los blancos). Pa-
ra los indios: 54 por mil (más que triple que los blancos) (...) 7ª.- La mayor mortalidad in-
fantil corresponde a los hijos ilegítimos en todas las razas, en todos los distritos y para to-
das las enfermedades” (Comisión Ad-hoc, 1919, p. 191).
Del análisis de los resultados del estudio, la Comisión concluye que las causas inme-
diatas de esa altísima mortalidad se encuentran en: “la ilegitimidad del hogar, la miseria
general y la ignorancia de los padres que se aúnan para embotar o hacer degenerar el
sentimiento instintivo de la maternidad…”. Al lado de estas causas sociales y morales
enumeran otras, como “la insalubridad de la habitación, la mala alimentación, las en-
fermedades contagiosas y la falta de protección de la mujer embarazada”. De esta mane-
ra, la Comisión enfatiza la asociación de la mortalidad infantil por “enfermedades evita-
bles” con la insalubridad de la vivienda, la ignorancia y la inmoralidad de los padres.
Se continuaba utilizando la variable “raza” en el estudio de las diferenciales de la
mortalidad infantil en Lima [26]. En el año 1922, el Gobierno de Leguía, por Resolu-
ción Suprema del 7 de abril, dio el primer paso oficial para la organización unitaria de
la protección de la infancia en el Perú, creando la Junta de Defensa de la Infancia, en
base a las recomendaciones y medidas propuestas por la Comisión [27].
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agua de bebida”. Además, la mayoría de localidades urbanas del país seguían teniendo
acequias abiertas que recorrían la vía pública; las principales contaban con un sistema
de alcantarillado cerrado pero precario, y las viviendas, en el mejor de los casos, tenían
silos de poca profundidad que eran criaderos para las ratas. Por otro lado, los mercados
se continuaban improvisando en las orillas de los ríos donde contaminaban el agua y el
ambiente, y las calles eran estrechas y tortuosas y no tenían pavimentación.
Hemos tomado la información que se presenta – de manera casi textual – en los dos
párrafos siguientes del excelente trabajo del historiador Marcos Cueto [19] sobre la
peste, para destacar la magnitud del problema de la insalubridad de la vivienda en el
país al inicio de este período.
Un gran número de las viviendas y edificios de puertos y ciudades habían sido construi-
dos en los años coloniales y al inicio de la República, y estaban en pésimas condiciones
sanitarias. En la ciudad de Lima, capital de la República, la mayoría de las casas se ca-
racterizaban por tener paredes huecas, cavidades amplias entre el entablado de las habi-
taciones y el suelo, adobes en la planta baja y paredes de quincha en la planta alta, es
decir condiciones propicias para el refugio de las ratas y otros parásitos.
Las condiciones higiénicas de la vivienda en el resto del país eran peores que las de Li-
ma. En los poblados de la costa, especialmente en el centro y el sur, las casas eran de
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adobe; en tanto que en los del norte, la quincha era el material de construcción más ut i-
lizado. Las casas de quincha, a menudo de doble pared, eran viviendas llena de tabiques,
huecos, perforaciones del suelo e intersticios imposibles de vigilar. Hechas de material
frágil y perforable, ofrecían un fácil refugio a los insectos y óptimas madrigueras a las
ratas y otros roedores. Además, las viviendas estaban tugurizadas, tenían depósitos de
alimentos y granos, así como tenían silos de poca profundidad, facilitando la prolifera-
ción de las ratas y otros vectores y huéspedes de enfermedad. En la sierra y la selva, la
población rural sobrevivía en tambos, galpones u chozas, en los que la totora, la caña y
el barro eran los principales materiales de construcción. Las acciones para la higieniza-
ción de las viviendas rurales se reducían, a las de control de roedores durante las cam-
pañas sanitarias. Además, a la ausencia de un sistema eficiente de baja policía se suma-
ba la ausencia o pésima condición de los servicios básicos de agua potable y desagüe.
En los poblados más pobres, las viviendas consistían en una reducida habitación alzada
con barro o caña.
“ Es en los callejones y casas de vecindad de los distritos que he citado, donde mueren
más que en otra clase de alojamiento … bien se podría señalar hasta los números de las
casas de mayor mortalidad… serán las más insalubres en su construcción, las más aglo-
meradas, con sujetos más pobres, más ignorantes de la higiene, y con raza más inferior…
Pero también creo que con lo apuntado basta para poder decir: ahí están los culpables: el
callejón y la casa de vecindad. Estos que ahí viven tienen derecho al aire, á la luz, á la ha-
bitación salubre; pero también tiene la obligación de vivir fuera de ese cuasi amontona-
miento que acostumbran y que ellos mismos pueden evitar, si no les aquejara tanta porfia-
da ignorancia y tanta incuria y tanto alcohol que consume el salario que debieran emplear
en vivir vida higiénica, aumentando así las probabilidades de mayor existencia, y de me-
jor porvenir á su país”. (R. Eyzaguirre, 1906, p. 18)
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Dos años antes, el 1º de julio de 1904, durante el gobierno de José Pardo, se había dictó
un Decreto Supremo” [30] nombrando una comisión encargada de llevar a cabo un es-
tudio de las condiciones sanitarias de las casas de “inquilinato y de obreros” de Lima,
tomando como guía los datos censales obtenidos por el Concejo Provincial. En los con-
siderandos del Decreto se afirma: “Que la morbosidad y mortalidad de las ciudades re-
conocen como causa principal las condiciones anti-higiénicas de las habitaciones y de
los centros y lugares de reunión; (…) Que no sólo la salud física sino también la morali-
dad de los individuos depende en mucho de la salubridad y cuidado del hogar, cualidad
que la hace atrayente y que aleja a sus moradores del alcoholismo y de los vicios, y con-
tribuyen por lo tanto al mejoramiento de la raza y de la higiene social…”.
Cuatro años después de dictado este último decreto, el médico Leonidas Avendaño y el
arquitecto Santiago Basurco, miembros de aquella comisión, presentaron al Gobierno un
Informe (1907) sobre las casas de “vecindad” de Lima; resaltando que el 66,7 % de los
habitantes de la capital vivían en viviendas sobrepobladas e insuficientes y que todas
las enfermedades evitables, endémicas o no, hacían grandes estragos en los callejones,
solares, casas de vecindad y lugares análogos porque allí encontraban a sujetos debili-
tados “por el alcoholismo, la miseria, la ignorancia, la desidia” [31, 32].
El Ingeniero Julio E. Ribeyro [34], Jefe de la Sección de Agua del Concejo Provincial
de Lima informaba en 1912, después de efectuar una revisión exhaustiva de la canali-
zación efectuada en la ciudad entre 1859 y 1901, que la mortalidad por fiebre tifoidea
había aumentado desde los últimos años del siglo pasado y que con ocasión de la epi-
demia de 1902 de esa enfermedad, se había formado una corriente de opinión que seña-
laba a los defectos de esa canalización como la causa más importante de la misma: “…
son múltiples las causas de obstrucción y sedimentación que se observan en los albaña-
les y que son muchas las materias orgánicas que no son evacuadas sino que permanecen
in situ, dando lugar a toda clase de fermentación y malos olores”. Finalmente, el mismo
Ribeyro [35], en otra publicación, hacía el siguiente comentario:
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“La canalización hizo desaparecer muchas acequias públicas e interiores pero quedaron
no poco de ellas, que no se han podido extinguir, sino cuando los diferentes barrios de
Lima, ss han urbanizado, y en otros casos cuando el Municipio los ha clausurado después
de no pocos esfuerzos y grandes desembolsos. Pero con todo, si la mayoría… se han clau-
surado, quedan aún más de noventa, existiendo tan solo en el Cercado cuarenta y dos. Ha
nacido, pues, de aquí, una notable mezcla de aguas de regadío y aguas de albañal, pu-
diendo decirse que todas las huertas, jardines públicos, avenidas y fundos cercanos de
Lima, se riegan con aguas de albañal. Esta es una de las primeras casas de insalubridad y
de enfermedades… La insuficiencia de agua potable, agrava este daño por otra parte, pues
el vecindario se sirve para ella de usos doméstico de esta clase de agua… contaminadas
hasta un punto tal, que parece inverosímil” (J. Ribeyro, 1912, p. 9)
Al final del año 1934, las condiciones de salubridad de la ciudad de Lima no llegaron a
alcanzar – pese a las obras de modernización urbana emprendidas por Leguía - los ni-
veles deseados por las autoridades del gobierno para la prevención de las fiebres del
grupo tífico. Ello sucedía, en gran medida, debido al escaso control del cumplimiento de
las ordenanzas municipales que, para tal efecto, habían sido dictadas en años anteriores
[29, 36]. Así, por ejemplo, la situación de las redes cloacales y los canales de regadío en
Lima era prácticamente la misma que la descrita, 31 años antes, por el Dr. Francisco
Almenara Butler, Presidente de la Academia de Medicina y ex-ministro de Fomento:
“Con excepción de los canales longitudinales por donde corren las aguas motrices, pode-
mos decir que en materia de desagüe nos echamos unos a los otros nuestros propios des-
perdicios, y que si estos se alejan a corta distancia, no es sino para volver sobre nosotros
mismos, por los vientos en unos casos, por el estancamiento y la infiltración del suelo en
otros, y de un modo más positivos y eficaz, por intermedio de las más sabrosas frutas y las
más exquisitas legumbres. Todo esto autoriza a decir, sin recelo, que el suelo y la atmós-
fera de Lima están infectados, explicándose así la patogenia de las enfermedades reinan-
tes, las fiebres tifoideas de todos los grados, el paludismo e infecciones, e intoxicaciones
aisladas o asociadas de todo género” (F. Almenara, 1903; citado por M. M. Valle editor,
1934, p.25).
Los sismólogos A. Giesecke y E. Silgado [37] destacan en este período de la historia del
Perú la ocurrencia de ocho terremotos. El sismo del 4 de marzo de 1904 en la ciudad de
Lima y aledaños, con una intensidad moderada. El sismo del 6 de agosto de 1913, que
destruyó Caravelí y afectó a los pueblos del valle de Majes. El violento sismo del 4 de
noviembre de 1913 en la provincia de Aimaraes, que destruyó varios caseríos, ocasio-
nando la muerte de alrededor 150 personas. El sismo del 11 de octubre de 1922 que
afectó, nuevamente, al pueblo de Caravelí, así como a Arequipa, Mollendo y otros pue-
blos de Ica. El sismo moderado del 11 de marzo de 1926 que afectó Lima, el Callao,
Chosica y Cañete. El sismo del 9 de abril de 1928, que afectó seriamente una vasta re-
gión de la provincia de Carabaya (Puno). El gran sismo del 14 de mayo de 1928, que
trajo desolación y muerte, destruyendo totalmente a la ciudad de Chachapoyas (Amazo-
nas) y afectando seriamente a las ciudades de Huancabamba (Piura), Cutervo, Chota y
Jaén; se estima que el movimiento fue destructor en un área cercana a los 100 mil km2.
Por último, el 18 de julio de 1928 se produjo en el norte del país una fuerte replica del
sismo del 14 de mayo.
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Por otra parte, los estudios de Lizardo Sainer [38] muestran evidencias que entre los
años 1903 y 1934 habrían ocurrido en el Perú por lo menos diez eventos tipo El Niño, de
los cuales solo uno, el de 1925-1926, podía ser calificado como “muy fuerte”; tres como
“fuertes” (1911, 1917 y 1922); y seis como “moderados”. El de 1925-1926, por su inten-
sidad produjo cambios drásticos de las precipitaciones y la temperatura en el país; las
continuas lluvias causaron el desborde de los ríos del litoral, con derrumbes en Piura y
Lambayeque e inundaciones en Chiclayo. El río Rímac aumentó su caudal y destruyó la
hidroeléctrica de Yanacoto en marzo de 1926.
Además, el Dr. Ing. Vidal Taype Ramos [39] informa que durante la década 1925-1935
sucedieron un total de 894 fenómenos geodinámicos externos: 859 huaycos, 20 inunda-
ciones, dos deslizamientos y dos aluviones. Para la década un promedio anual de 86
huaycos. En el año 1925, las pérdidas económicas por estos fenómenos en la costa fue-
ron estimadas en 162 millones de dólares.
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En 1924, los desechos de los humos de la recién construida fundición de la Oroya, as-
cendieron a 32.500 toneladas de gases tóxicos. En 1925, los humos de La Oroya origi-
naron la muerte de unos 8.500 vacunos y más de 10 mil ovinos. Se contaminaron las
principales lagunas y los tres ríos de la sierra central, San Juan, Mantaro y Rímac. Y
peor aún, con la construcción de las represas para obtener energía eléctrica, se embalsa-
ron los lagos en las épocas de lluvias y se dispersaban los tóxicos a más terrenos gana-
deros. Efectos que no generaron respuestas oportunas de parte del Estado Peruano,
siempre complaciente a los intereses económicos de dicha empresa [3, 5].
“Los humos venenosos de la fundición afectan grandes áreas de tierras agrícolas y gana-
deras: la extensión total afectada por los humos fue de 700,000 has. En estas circunstan-
cias los propietarios, campesinos, comuneros o hacendados, no tuvieron otra alternativa
que vender sus tierras a la ‘Compañía’: entre 1924 y 1929, la Cerro compró 231,542
has… La presencia del voraz capitalismo y su ‘racionalidad’ económica había deteriorado
la flora, la fauna y la vida humana en general. La ‘renguera’ de los ovinos y el ‘saturnis-
mo’ que afectaba a los campesinos eran las consecuencias más lamentables... El Estado,
servil patrocinante de los capitales extranjeros, discutió y estudió incansablemente el pro-
blema de los humos de la Oroya, pero no pudo imponer sus reglas de juego a la ‘Compa-
ñía’ americana. En 1925, el Estado ‘obligo’ a la Cerro a instalar recuperadores de metal
tipo Cotrell, pero recién será en 1942, cuando los precios de los metales recuperados ha-
cen rentable esa operación, que el problema de los humos quedará prácticamente resuelto”
(A. Flores Galindo, 1994, pp 119-120).
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con ese enfoque, la burocracia estatal debía ser pequeña y de bajo costo, aunque se pre-
tendía que hiciera una “administración científica” más eficiente. En cumplimiento de
ese papel, el Gobierno dictó normas, creó instituciones y financió obras públicas (edifi-
cios, carreteras, pavimentación de calles, alumbrado, transportes, etc.) destinadas a esta-
blecer la infraestructura legal, administrativa y física requeridas para dicho fomento.
El primer Ministro de Fomento fue don Eduardo López de la Romaña, quien tres años
después sería elegido Presidente de la República. Luego le sucederían en el cargo de
Ministro de Fomento cuatro médicos, profesores de la Facultad de Medicina de San
Fernando: Francisco Almenara (1898-1899), David Matto (1902-1903; 1909), Manuel
C. Barrios (1903-1904) y Belisario Sosa (1915-1917).
Con respecto a las políticas sociales, los gobernantes del segundo civilismo no tuvieron
una actitud indiferente. Pensaron que el Estado debía empezar a cumplir un rol modera-
dor, promotor e integrador en el progreso del país, y que el Ejército, la educación y la
salud pública debían servir para integrar y formar a la población indígena. Esto último
significó la concepción de la educación y la salud como instrumentos civilizadores,
formadores de ciudadanos y una mayor ingerencia del Gobierno Central en la sociedad
a costa de las atribuciones que en parte tenían las municipalidades. Además, superando
la antigua concepción de Sanidad como una acción policiaca, la elite civilista consideró
a la protección sanitaria de los puertos, de las ciudades y de la población como una res-
ponsabilidad del Estado y como un requisito para la marcha normal de la economía de
exportación, la intensificación de la productividad de una escasa fuerza de trabajo, así
como la atracción de las inversiones y de los inmigrantes extranjeros.
Es a partir de esa consideración, que por Ley del 6 de noviembre de 1903, promulgada
por Manuel Candamo, se crea la Dirección de Salubridad Pública como nuevo órgano
de línea del Ministerio de Fomento y Obras Públicas, en dependencia directa del Minis-
tro. Se formaliza, así, la existencia una estructura estatal permanente de fomento de la
salubridad, de ámbito nacional, ubicada en un segundo nivel político-administrativo;
que reemplazó a las Junta Suprema de Sanidad. Años antes, entre 1896 y 1903, la Sec-
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El régimen de Leguía continuó con el proceso de modernización del Estado, ahora des-
de la perspectiva de los dirigentes de la “Patria Nueva”. Para ello se incrementó los im-
puestos a la exportación, se pactó empréstitos en el exterior, se expandió la burocracia y
la infraestructura estatal y se realizó acuerdos técnicos con agencias y expertos norte-
americanos para modernizar las concepciones y las tecnologías sanitarias, educativas,
agrícolas y otras de carácter público utilizadas anteriormente. En el campo del cuidado
de la salud se continuó con la misma organización establecida por los civilistas, aunque
ampliando las atribuciones formales de la Dirección de Salubridad Pública. La Consti-
tución de 1920 había institucionalizado las nuevas ideas sobre la organización del Esta-
do, introduciendo los principios de centralización de la administración pública y de au-
tonomía del Estado.
Durante el oncenio, la burocracia estatal creció notablemente por las necesidades crea-
das por la política de modernización y de obras públicas que se estaba instrumentando,
así como por razones de clientelismo político. Las inversiones públicas destinadas a
obras físicas se multiplicaron y el personal de la administración pública creció en un
544% de 1920 a 1931. Las funciones estatales se ampliaron y el presupuesto público se
cuadriplicó en los once años. Con los recursos financieros provenientes, básicamente,
de empréstitos se emprendió una agresiva política de construcción de costosas obras pú-
blicas: carreteras, obras de saneamiento urbano, urbanizaciones, obras de irrigación, etc.
Todo ello implicó un importante proceso de urbanización, el que conjuntamente con
otros cambios de tipo cultural, llevaron a cierta modernización del país.
Desde sus inicios la Dirección de Salubridad Pública tuvo grandes dificultades para
actuar como la autoridad política en el campo del cuidado de la salud poblacional. Entre
otras razones, debido a que su ley de creación no estableció las vinculaciones que esta
nueva estructura debía mantener con otras entidades que aún tenían responsabilidades
en dicho campo, especialmente las Municipalidades y las Beneficencias Públicas. Los
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El Dr. Abel Olaechea [44] al dar su testimonio sobre esas dificultades, comenta que
cuando la amenaza a una epidemia pasaba o se amortiguaba y se hacía necesario sentar
de modo estable las bases de la Salubridad, venía la inercia del vecindario y se suscita-
ban, a la vez, franca o disimuladamente, los conflictos institucionales, provocados, ya
sea por la oposición de las Juntas Departamentales para cooperar pecuniariamente a las
labores sanitarias, o ya por los Concejos Provinciales, que sin poder llevar a cabo por sí
mismos las medidas higiénicas a que están autorizadas por la Ley de Municipalidades,
encontraban dañoso para sus fueros que las ejecutase la Dirección de Salubridad.
Quince años después de estar vigente, el citado Decreto de 1905 fue derogado expresa-
mente por otro del 20 de febrero de l920, que ordenaba: “Todas las cuestiones relativas
a la provisión de agua potable, canalización de desagües y eliminación de basuras corre-
rán en lo sucesivo por la Dirección de Obras Públicas del Ministerio de Fomento y
Obras Públicas…”. Pero, este Decreto Supremo fue rápidamente modificado, en lo
que se refiere exclusivamente a la competencia sobre los proyectos relativos a la dota-
ción de agua y su purificación, por uno nuevo aprobado el 8 de noviembre de 1921. Este
último ordenó que todos esos proyectos debían ser sometidos a la aprobación de la Di-
rección de Salubridad antes de dar comienzo a las obras. El argumento que prevaleció
fue el siguiente: “La cantidad y la calidad de agua que se suministra para el consumo
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Con relación a la preocupación del Gobierno por la higiene de los alimentos, debemos
mencionar las Resoluciones Supremas, aprobadas el 18 de agosto de 1911 y el 8 de sep-
tiembre de 1922, que prohíben los cultivos de los vegetales de tallo corto, que se con-
sumen crudos, en terrenos irrigados con aguas excluidas o abonados con basura; así co-
mo, la Resolución Suprema del 1º de enero de 1930, que hace obligatoria la pasteuriza-
ción de la leche antes de su venta. También, se debe mencionar la Resolución Suprema
de 17 de junio de 1925, que ordena la supresión de los muladares.
Dos años después, por Resolución Suprema del 22 de agosto de 1924, se aprobó el Re-
glamento de Urbanizaciones, que en su art. 48º señala que todo proyecto de urbaniza-
ción debe comprender: el trazado de la nueva población o barrio, así como los estudios
de agua potable, de desagües y canalizaciones, de obras de pavimentación y aceras, de
instalación de alumbrado público, de obras de ornato y de vías de comunicación, res-
ponsabilizándose a la Dirección de Salubridad Pública la aprobación del proyecto. Para
controlar el cumplimiento de lo establecido en el Reglamento se crea la Inspección
Técnica de Urbanizaciones y Construcciones, como dependencia de la Subdirección y
Sección de Higiene de la Dirección de Salubridad Pública.
Luego, por Ley Nº 6159 del 20 de marzo de 1928, se prohibió la habilitación de zonas
sin el cumplimiento de lo establecido en el citado Reglamento, la misma ley confiere a
la Inspección Técnica del Ministerio de Fomento el control urbano. Asimismo, la Ley
Nº 6186 del 28 de abril de 1928 ordena que la implantación de tuberías de agua potable
en las calles de toda zona urbanizada en formación o en urbanizaciones ubicadas en los
alrededores de las poblaciones de la República, se ejecutarán necesariamente con la in-
tervención directa del Gobierno y con la sujeción a las especificaciones que éste formu-
le. Finalmente, desde el año 1930 el Ministerio de Fomento, a través ahora de su Direc-
ción de Obras Públicas, asumió la responsabilidad de encargarse “en toda la República
de las obras de urbanización”.
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Más adelante, por R. S. del 31 de diciembre de 1926, se aprobó el contrato entre el Di-
rector de Salubridad y la Compañía, por el cual ésta cedió al Gobierno la administra-
ción y todo el material de su propiedad, de acuerdo con las cláusulas establecidas en di-
cho contrato. Apenas cuatro meses después, por Resolución del 22 de abril de 1927, se
anularon dos cláusulas del contrato, lo que devolvió la administración de la Compañía a
sus dueños primitivos. Al mes siguiente de esta anulación, por otra Resolución del 20 de
mayo de 1927, se ordenó que todos los establecimientos que por la índole de su catego-
ría o comercio están expuestos a la contaminación pública, deben ser desinfectados
mensualmente. Luego, se reconoció a la Compañía, por R. S. del 7 de agosto de 1927,
como la entidad oficial encargada para el cumplimiento de las disposiciones sanitarias
relativas a las fumigaciones y desinfecciones obligatorias en el territorio nacional.
Muy pronto se hizo notar la falta de una entidad que atendiera las demandas de accio-
nes de desinfección, lo que determinó la dación de la R. S. del 29 de enero de 1931, que
ordenó a la Dirección de Salubridad organizar un nuevo Servicio de Desinfección. Des-
pués de varios ensayos y con la opinión del Consejo Consultivo de Salubridad, se dictó
la R. S. del 17 de junio de 1931 que creó la Inspección Sanitaria en reemplazo de la
Compañía. Una nueva Resolución del 16 de setiembre de 1931, señaló que esta nueva
entidad debía denominarse Servicio de Higiene y Profilaxia de las Enfermedades Infec-
tocontagiosas. Este Servicio inició sus actividades en julio de 1931, organizado en seis
Secciones: Higiene Urbana, Higiene Rural, Higiene de Vivienda, Higiene de Alimenta-
ción, de Estadística y Control de las Enfermedades Infecto contagiosas, y Servicio de
Desinfección.
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
“… estos órganos de ejecución técnica llevan una vida lánguida, por no decir nula. (lo)
Demuestra… el estado de abandono absoluto en que se halla la higiene urbana… La des-
conexión en que viven con relación a la autoridad sanitaria central; la falta de elementos
científicos de combate contra las plagas…; la total incompetencia de los problemas mo-
dernos de la edilicia y razones políticas que intervienen para convertir al Municipio, en
posición de predominio caciquil con menosprecio de las altas funciones de bien público,
todo contribuye para que nuestra vida sanitaria urbana yazga en la penuria y ruina en que
se encuentra” (C.E. Paz Soldán, 1918, p. 211-212)
El Servicio de Higiene Pública del Concejo Provincial de Lima, efectuó entre 1901 y
1908, siendo alcalde don Federico Elguera, una importante labor de urbanización e hi-
gienización de la capital. Durante su gestión se inauguró el Instituto Municipal de Hi-
giene, que estuvo a cargo del Dr. Juan B. Agnoli que cumplió un destacado papel en la
lucha contra la peste bubónica en Lima [47, 48]. El control sobre las ordenanzas sobre
suministro de sustancias alimenticias y bebidas, se efectuaba por un cuerpo de siete
pesquisadores municipales; mientras que las operaciones bromatológicas eran ejecuta-
das por el Instituto Municipal de Higiene.
95
Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Entre 1930 y 1934, la Inspección de Higiene del Concejo Provincial de Lima estuvo a
cargo de Guillermo Almenara. Durante su gestión se creó el Departamento Municipal
de Sanidad, lo que permitió la ampliación de los servicios prestados, modificándose los
procedimientos, seleccionando y aumentando el personal e incrementando las campañas
de saneamiento comunal, sobre todo en relación con el expendio de alimentos y bebi-
das, de preferencia la leche, cuya producción y expendio adolecían de gravísimas defi-
ciencias. Posteriormente, Almenara ocuparía los cargos de Director General de Salubri-
dad (1936-1938) y Ministro de Salud Pública (1938-1939) [42].
Las limitaciones de las autoridades municipales y prefecturales para hacer cumplir las
normas nacionales y municipales de higiene y saneamiento vigentes, se expresan muy
bien en el Oficio, del 16 de enero de 1930, que el Director General de Salubridad, Dr.
Sebastián Lorente [29], envió al Sr. Alcalde del Concejo Provincial de Lima. En el Ofi-
cio se afirma que la disminución de los casos de fiebres tíficas y paratíficas que se ob-
servó cuando la purificación de agua de bebida quedo establecida en Lima se ha deteni-
do y que existe una tendencia al aumento de esos casos, y que “Es, pues, necesario ac-
tuar sobre otras causas tifógenas ya señaladas y, como algunas de las medidas que a ella
se refieren corresponden a los servicios municipales, me dirijo a Ud. para precisar los
puntos en que la campaña antitífica exige la cooperación de los municipios y para pedir-
le que por el Despacho de su digno cargo se procesa en la forma más activa posible, a
realizarlas”. Entre estas medidas menciona aquellas establecidas por las normas vigen-
tes pertinentes a: (i) la prohibición del cultivo de vegetales de tallo corto en terrenos
irrigados con aguas excluidas o abonados con basura; (ii) la higiene de las viandas que
se comercializan en la ciudad; (iii) la pasteurización y la higiene de la leche durante su
comercialización; y, (iv) las campañas contra las moscas. Superar aquel descuido im-
plicaba, de parte de la Municipalidad, una mayor exigencia en el cumplimiento de las
ordenanzas municipales sobre la supresión de los muladares, la destrucción rápida de las
basuras, la vigilancia constante de los establos, caballerizas y demás lugares en los que
se cría o se conserva animales domésticos, así como la exclusión absoluta de las aguas
de albañal en el riego de los jardines públicos y privados.
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Posteriormente, durante el oncenio de Leguía, el Instituto tuvo que subordinar sus ini-
ciales actividades de investigación a la atención de la demanda de servicios tales como
el análisis bacteriológico de agua potable y de comestibles, exterminio de ratas y pro-
ducción de sueros y vacunas. Esta demanda desbordó las capacidades institucionales,
porque las necesidades de la ciudad estaban creciendo rápidamente mientras el personal
y recursos del Instituto iban disminuyendo. Las sucesivas Memorias de la entidad indi-
can que el otrora mejor laboratorio bacteriológico de Lima estaba en franco deterioro
desde el año 1920. La situación del Instituto, al igual que las demás entidades públicas,
empeoró con la crisis de los años treinta.
Alrededor del año 1900 se hizo cargo de la Municipalidad Provincial de Lima una nue-
va administración, presidida por Federico Elguera, con el compromiso programático de
impulsar la “higienización de nuestra capital”. Cumpliendo dicho compromiso se cons-
truyeron mercados modernos, se inició la pavimentación de las calles y se instaló el
alumbrado eléctrico; asimismo, se preparó la ampliación de la ciudad mediante la aper-
tura de nuevas vías (Paseo Colón, Avenida de la Colmena) y se dispuso su ornato. Co-
mo parte de esa higienización, entre 1895 y 1919 se mejoró la red cloacal de la ciudad,
aunque con interrupciones. En el año 1904, fue contratado el Ingeniero B. Bingham
Powell, quien dirigió la canalización de 43 calles; luego quedó a cargo de las nuevas
obras el Ingeniero Julio E. Ribeyro, hasta el año 1916, a quien le correspondió dirigir
la canalización de 142 calles con una longitud de 17 kilómetros más o menos.
Por otra parte, en lo que se relaciona al problema de las basuras continuaban los mismos
procedimientos del final del período anterior. Los desperdicios y residuos que lo servi-
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
cios de baja policía recogían de las casas y vías públicas, se arrojaban en diferentes mu-
ladares que seguían ubicados en los alrededores de la ciudad. En la ciudad de Lima, por
ejemplo, gran parte de las toneladas de basura que se producían diariamente eran lleva-
das a muladares ubicados en los márgenes del río Rímac En el de Tajamar cerdos se
alimentaban de desperdicios y cerca del muladar de Monserrate existía un matadero.
En las otras ciudades del país los Concejos Municipales estaban a cargo de financiar las
obras de provisión, conservación y distribución del agua para uso común, así como los
otros servicios de higiene urbana [4]. Pero, estas Municipalidades eran administrativa-
mente muy débiles. Recién a inicios del siglo XX habían comenzado a formar una pe-
queña burocracia con regidores especializados en el cobro de tributos, e inspectores en-
tre los que se encontraba uno de higiene.
Durante la primera fase del Gobierno de Leguía, se otorgó una alta prioridad al desarro-
llo de las obras públicas de saneamiento e “higienización” de las principales ciudades
del país. La Ley Nº 4126, del 12 de mayo de 1920, facultó al Poder Ejecutivo para que
contratara la ejecución de las obras necesarias a fin de dotar a las ciudades de Lima, Ca-
llao y otras 30 ciudades del interior del país, de apropiadas instalaciones de agua y
desagüe, pavimentación y eliminación de basuras aprovechando en lo posible, las insta-
laciones existentes y los estudios realizados sobre la materia. Fijó, además, las rentas y
fuentes de financiamiento correspondientes. Parte de esas rentas había pertenecido a las
Juntas Departamentales y Concejos Provinciales. Además, la Ley facultó al Poder Eje-
cutivo para proceder al saneamiento de otras poblaciones importantes, en la oportunidad
y forma que se juzgase conveniente. [51].
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
Por otro lado, la ejecución de las obras contratadas a la Fundation Company no fue to-
talmente satisfactoria, no obstante que muchas de ellas estuvieron bajo el control de la
Sección de Obras Sanitarias de la Dirección de Obras Públicas. Las obras de saneamien-
to e higienización urbana realizadas fueron desbordadas en su capacidad de servicio en
las ciudades principales; entre otras razones por defectos en su planificación y ejecu-
ción. Además, los trabajos se habían desarrollado en forma incompleta y dispersa. En el
caso de la ciudad de Lima, por ejemplo, no se llegaron a concluir instalaciones impor-
tantes para el abastecimiento de agua potable, lo que tempranamente determinó una
disminución de la cuota personal de agua potable, llegando en 1932 a 290 litros y en
1933 a 260 por cada 24 horas. En un balance de los resultados de la aplicación de la
Ley 4126 [11], se concluye de la manera siguiente:
El 25 de enero de 1924 se promulga la ley Nº 4946 que destina impuestos locales para
el saneamiento de la ciudad de Huaraz y en 2 de diciembre de 1935 se promulga la ley
Nº 8122 que reglamenta y complementa la ley anterior. El 3 de noviembre de 1932 se
promulga la ley Nº 7661 que dispone aplicar fondos especiales a las ciudades de Huan-
cayo, Huánuco, Cerro de Pasco, Tarma, Jauja y Abancay. El 23 de agosto de 1933 se
promulga la ley Nº 7797 que aplica fondos al saneamiento de las ciudades de Ica, Pisco
y Chincha Alta. El 24 de julio de 1934 se promulga la ley que aplica fondos para el sa-
neamiento de las ciudades de Casma y Chimbote. El 10 de diciembre de 1934 se pro-
mulga la ley Nº 7947 que destina impuestos locales al saneamiento de Chiclayo y Lam-
bayeque. Posteriormente, en los dos primeros años del siguiente subperíodo, se promul-
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
garían las leyes Nº 8078 (27 de marzo de 1935), Nº 8217 (20 de marzo de 1936) y Nº
8286 (28 de mayo de 1936) que aplican determinados impuestos locales para el sanea-
miento de la ciudad de Chachapoyas, de la provincia de Tacna y de la ciudad de Caja-
marca, respectivamente. Todas estas leyes tenían como único propósito el realizar obras
de agua, desagüe y pavimentación, cuya ejecución se llevó a cabo en la medida que los
impuestos creados lo permitieron.
En las ciudades no cubiertas por la Ley Nº 4126, las acciones municipales referidas al
saneamiento consistían, generalmente, en captar el agua de un manantial o río cercano y
en distribuir esta agua a la población. En cuanto al desagüe, se limitaban, casi siempre,
en reunir a las “aguas negras” en un colector que las conducía al río más cercano si la
ciudad está en el interior o al mar si esta en la costa; pero en ningún caso se depuraban
tales aguas.
Como ya se informó al inicio de este capítulo, la ciudad de Lima crecía de manera des-
ordenada y cada vez a más velocidad, incrementando paralelamente sus necesidades y
demandas de servicios de higiene y salubridad. Nuevos barrios se agregarían al períme-
tro de la vieja ciudad colonial y nuevas agrupaciones exigían agua y condiciones de ha-
bitabilidad. Las demandas desbordaban largamente y de manera creciente las ofertas
reales de dichos servicios.
Por otro lado, los estudios sismológicos en el Perú pasaron por un lento periodo de insti-
tucionalización que data de 1922 hasta 1947. Antes se había creado el Observatorio
Geofísico de Huancayo hacia 1920, inicio de tal institucionalización, bajo la administra-
ción del Departamento de Magnetismo Terrestre de la Institución Carnegie de Washing-
ton. En 1947, el Observatorio pasó a convertirse en un organismo autónomo del go-
bierno Perú, tomando el nombre de Instituto Geofísico de Huancayo, que posteriormen-
te sería llamado Instituto Geofísico del Perú.
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
diferencia con que las instituciones dueñas de fincas han acogido esta ordenanza y a que
no ha sido posible a esta inspección obligarlas a su cumplimiento... La Sociedad de Bene-
ficencia Pública (dueña de una proporción enorme de casas de inquilinato en Lima), des-
graciadamente no ha colaborado hasta hoy en esta campaña...el número de fincas de al-
quiler de la Sociedad de Beneficencia que amenazan ruina y cuyas condiciones de higiene
me obligan a pedir su clausura, llega a 71. Los conventos y las comunidades religiosas,
cuyos bienes forman hoy la Sinecatura Eclesiástica, tampoco han cumplido con la orde-
nanza...También es causa de dificultad en esta campaña la escasez de recursos pecuniarios
de esta inspección y del concejo... Es además indispensable... que haga notar, la urgencia
que existe de que se apruebe el plan general de saneamiento... , sobre agua potable, cana-
lización y pavimentación...” (C. Carvallo, 1919, p. 225-228)
Al final del año 1933, los resultados insatisfactorios de la aplicación de esta modalidad
de organización del cuidado de la salud son descritos y enjuiciados en nuestro país, de
manera dura aunque desapasionada, por el destacado sanitarista peruano Luis Ángel
Ugarte [55], entonces Médico Sanitario Departamental del Cuzco. Esta descripción y
enjuiciamiento se presenta a continuación de manera casi textual. Con relación a la es-
tructura central de la Dirección de Salubridad Pública: “… organismo esencialmente
burocrático… Los funcionarios de la sanidad llegan al cargo sin preparación especial,
muchas veces sin aptitudes y sin concepto de la importantísima misión que les enco-
mienda; por otra parte, concientes de su irresponsabilidad técnica y de su situación pre-
caria esencialmente supeditada a la política personalista que los ha llevado al cargo,
convierten a su vez la repartición que les está encomendada, en una agencia de coloca-
ciones para poder servir mejor los intereses de los gobernantes y del partido que usu-
fructúa el poder. En los últimos años esta situación se ha agravado…”. Con relación a
las Oficinas Sanitarias Departamentales: “En el resto del país, el servicio sanitario esta-
ba representado teóricamente por las Oficinas Sanitarias Departamentales… que nunca
han tenido ni tienen existencia real, pues un médico con el título de Sanitario Departa-
mental no puede constituir por sí solo una Oficina Técnica si carece de personal auxiliar
y los más elementales medios para realizar la labor sanitaria más insignificante… En las
provincias la sanidad está encomendada a los Médicos Titulares Provinciales, con las
atribuciones múltiples que ya conocemos… En el mejor de los casos supervigilan el
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
servicio de vacunación para el que cuentan a veces y otras no, con un personal de vacu-
nadores. Hay todavía muchas provincias que carecen de todo tipo de servicio sanitario o
que lo tienen sólo por cortas temporadas, pues el estado cultural de ellas es tal, que no
es posible conseguir que haya médicos que quiera permanecer en ellas por largo tiem-
po”. Con relación a las Municipalidades: “Los Consejos Municipales están encargados
de la higiene personal de las poblaciones, de los servicios demográficos y estadísticos, y
en parte de la vacunación antivariólica. Con excepción tal vez de Lima y, a veces, de
alguna otra ciudad importante, carecen en la generalidad de los casos del más elemental
concepto de su misión al respecto; en el mejor de los casos se limitan a dictar ordenan-
zas aisladas en determinados aspectos de higiene local, sin preocuparse posteriormente
de hacerlas cumplir”.
Luego, en la “IV Conferencia Sanitaria Internacional” (San José de Costa Rica, diciem-
bre 1909-enero de 1910), se destacó que los nuevos conocimientos sobre la patología y
la epidemiología de las enfermedades transmisibles revelaba la importancia que, para la
solución de ese tipo de problema tenía la buena organización de los servicios de salud
local [57]. En esos años, ya era evidente que el mejor conocimiento sobre las enferme-
dades transmisibles y el desarrollo de los servicios de salud local eran dos condiciones
para el control efectivo de las endemias en los nuevos territorios económicos. Endemias
que elevaban los gastos de producción y reducían la productividad de la fuerza de traba-
jo [58].
Según Sandra Caponi [59], el análisis de las Actas y Anales de los Congresos Médicos
Latinoamericanos de 1904 a 1913 parece contradecir la tesis, sostenida por diversos his-
toriadores de la ciencia, de un cambio radical en las estrategias de control sanitarias re-
feridas a la vivienda popular.
“Estas afirmaciones parecen desconsiderar que, por ejemplo, en relación a la vivienda po-
pular, muchas de las estrategias defendidas por los higienistas pre y pos pasteurianos se
mantuvieron idénticas (desinfección, saneamiento, control de las "islas de insalubridad"),
que la salud pública no se limitó a una medicina de las epidemias, pues muchas preocupa-
ciones con los hábitos y conductas populares (alcoholismo, prostitución, sexualidad, etc)
se mantuvieron constantes desde los estudios de Villermé de 1840 hasta las estadísticas
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
que Emilio Coni presenta en el tercer Congreso Médico Latinoamericano de 1913. Esos
documentos parecen indicar que muchas preocupaciones persistieron con la introducción
de la microbiología en el discurso médico-sanitario. Las preocupaciones con los pantanos,
los mataderos, los espacios de insalubridad y la falta de higiene y moralidad de la vivien-
da popular parecen haber tenido una clara prioridad sobre los escasos esfuerzos por trans-
formar las condiciones de vida de los trabajadores tanto en las últimas décadas del siglo
XIX como en las primeras décadas del Siglo XX (S. Caponi, 2002) .
En los subsiguientes años, las actividades de los Departamentos de Salud de los países
latinoamericanos reorientaron sus prioridades: de la corrección de las condiciones insa-
lubres de los puertos al enfrentamiento de los problemas endémicos que afectaban a la
población asentadas en áreas de producción agrícola. Progresivamente, los intereses de
los países y, en consecuencia, de la Oficina se diversificaron. Según el informe anual
del Director para 1922, las áreas de responsabilidad se limitaban a la ingeniería sanita-
ria, las conferencias de instrucción médica, la vacunación contra la viruela, los materia-
les de educación sanitaria, la fumigación de embarcaciones y la incineración de
desechos sólidos. Cinco años después, además de estos temas, el informe del Director
para 1927 advierte sobre las nuevas preocupaciones continentales: adicción a las drogas,
enfermedades venéreas, administración sanitaria, tuberculosis, parásitos intestinales, le-
pra, tracoma, malaria, puericultura, clima y enfermedad e inmigración” [60]. Además,
en la VII Conferencia Sanitaria Panamericana (La Habana, 1924), el Dr. Long y otros
funcionarios norteamericanos presentaron un proyecto de Código Sanitario Panameri-
cano, cuya traducción en español fue aprobada el 14 de noviembre de l924; el Código
reemplazó a la Convención Ad Referéndum de l902. [56].
Por otro lado, con relación a la protección al ambiente, a finales del siglo XIX y princi-
pios del siglo XX, aparecieron en varios países de la Región de las Américas nuevas
legislaciones sobre la explotación y uso de los recursos naturales renovables así como
agencias públicas especializadas en su administración. Las últimas con frecuencia se
conformaron como divisiones o entes adscritos a un ministerio, muchas veces a los de
agricultura y obras públicas [61].
En el mundo occidental
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
ciones de los Departamentos de Higiene Pública o Sanidad. Reforma que implicaba es-
tructuras, procesos y personal orientados por la nueva modalidad biologicista y, por lo
tanto, distintos a los utilizados anteriormente. Ahora, se trataba de supervisar la higiene
biológica de los alimentos y de la leche; crear y desarrollar servicios de laboratorios
públicos; impulsar las inmunizaciones, el saneamiento del ambiente biológico (desin-
fecciones, desinfectaciones, lucha contra los vectores), la educación sanitaria; y garanti-
zar el compromiso de los médicos, en su práctica privada, con las actividades de pre-
vención y control de las enfermedades transmisibles. Había que conducir, administrar y
aplicar una nueva tecnología orientada a la lucha contra los agentes y vectores biológi-
cos de las enfermedades transmisibles.
Sin embargo, ese dominio del pensamiento biologicista no era absoluto en el campo
del cuidado de la salud poblacional. Es así, que los términos de “fomento” de la salud,
así como el de “comunidad” aparecen en los glosarios académicos de la segunda déca-
da del siglo XX. C. E. Winslow [62] propone una nueva definición de “Salud Pública”,
en ella se pretende precisar los fines e instrumentos básicos de la práctica contemporá-
nea del cuidado de la salud poblacional. El “saneamiento del medio” aparece como el
primero de estos instrumentos; se estaba perfilando, además, una nueva especialidad, la
Ingeniería Sanitaria, que recién llegará a nuestro país al final de la década de 1930.
“La salud pública es la ciencia y el arte de: 1) impedir las enfermedades; 2) prolongar la
vida, y 3) fomentar la salud y la eficiencia mediante el esfuerzo organizado de la comuni-
dad para: a) el saneamiento del medio, b) el control de las infecciones transmisibles, c) la
educación de los individuos en higiene personal, la organización de los servicios médicos
y de enfermería para el diagnóstico temprano y el tratamiento preventivo de las enferme-
dades, e) el desarrollo de un mecanismo social que asegure a cada uno un nivel de vida
adecuado para la conservación de la salud, organizando estos beneficios de tal modo que
cada ciudadano se encuentre en condiciones de gozar su derecho natural a la salud y a la
longevidad”. (C.E. Winslow, 1920, citado en J. Hanlon, 1963, p. 5)
Por otra parte, el desarrollo de las nuevas obras y acciones de salud ambiental en los
países desarrollados había planteado problemas cada vez más complejos a los
ingenieros y técnicos responsables de las mismas. Problemas que exigían recurrir
con frecuencia a las ciencias básicas, en especial a la química y a la biología, para
intentar resolverlos. En respuesta a estos problemas, en Estados Unidos y desde la
década de 1880 ya había comenzado a perfilarse la Ingeniería Sanitaria, como
una rama de la Ingeniería Civil claramente demarcada. Pero su constitución como
una especialidad solo se concretaría a inicios del Siglo XX, gracias al reconocimiento
que le dieron las grandes universidades (Harvard, Massachusetts Institute of Tech-
nology, Johns Hopkins). George C. Whipple, de la Universidad de Harvard, y su su-
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
En América Latina
“Podemos decir entonces que la cuestión de la vivienda popular "higienizada", que apa-
rece de modo insistente hacia fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, parece surgir del
encuentro de, por lo menos, tres series discursivas: (a) la emergencia de la microbiología
y su relación (no necesariamente de oposición) con el higienismo y con las explicaciones
aeristas; (b) la generalización de la estadística como recurso capaz de poner en evidencia
la relación entre las desigualdades sociales y las diferencias en la mortalidad de la pobla-
ción; (c) la preocupación sanitaria y jurídica de controlar y moralizar las conductas de los
sectores menos privilegiados de la población, o, dicho de otro modo, la persistencia de la
antigua asociación entre condiciones físicas y condiciones morales (S. Caponi, 2002, p.
1669).
A los tres discursos que, según Caponi, confluyeron para explicar la importancia asig-
nada, en esos años, a la “higienización” de la vivienda popular habría que agregar uno
más: el discurso eugenésico. Durante las primeras décadas del siglo XX, ningún miem-
bro de la comunidad científica latinoamericana cuestionaba la supuesta relación biológi-
ca entre “raza” y enfermedad. Afirmaban que las “razas” inferiores y degeneradas te-
nían una debilidad intrínseca que las hacían más susceptibles de contraer enfermedades,
y los predisponía a vivir en viviendas tugurizadas e insalubres. Los higienistas enfatiza-
ban que la moral relajada de los miembros de estas razas – alcohólicos, promiscuos,
miserables – impedía que éstos conocieran o comprendieran la importancia de la hi-
giene de la vivienda para la conservación de su salud [22].
En los inicios de la década de 1920 ya existían en América varias Escuelas de Salud Pú-
blica que habían sido organizadas bajo las concepciones de Higiene y Medicina Preven-
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Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
En el Perú
Desde fines del siglo XIX la influencia del positivismo en la Facultad de Medicina de
San Fernando facilitó la recepción de los avances de la Bacteriología en el país. David
Matto, fundador de la cátedra de Bacteriología y Técnica Microscópica (1890), y Julián
Arce, fundador de la cátedra de Medicina Tropical (1916) en esa Facultad, fueron capa-
citados en el The London School of Higiene and Tropical Medicine.
Los resultados de la campaña contra la peste, así como la difusión de los descubrimien-
tos hechos por los bacteriólogos franceses y alemanes al final del siglo XIX, hacen ra-
zonable pensar que las enfermedades infecciosas pueden ser controlables. En el pensa-
miento médico-sanitario se introduce la noción de “enfermedades evitables”. Sin em-
bargo, la transición del pensamiento higienista de la Sanidad Pública al pensamiento
biologicista de la Salubridad Pública se desarrollaría en la mentalidad de los médicos
peruanos de manera similar a la descrita por Caponi para América Latina.
“Todas las enfermedades evitables, endémicas o no, hacían grandes estragos en los calle-
jones y solares, porque allí encuentran ambiente propicio para su pululación, sujetos debi-
litados por el alcoholismo, por la miseria, por la permanencia en un medio infecto; indivi-
duos en plena decadencia física y en no menor decadencia moral, sugestionados por estú-
pidos prejuicios, la mas crasa ignorancia y la más completa desidia” (E. León García, Las
razas en Lima, 1909, p.35) [65].
108
Cap. 3. Saneamiento ambiental…: 1903-1934, Carlos Bustíos y Col.
01. Cotler, Julio. 3. La formación capitalista dependiente: la República Aristocrática y el enclave capita-
lista. En Clases, Estado y Nación en el Perú, Perú Problema 17. Instituto de Estudios Peruano. Lima,
1987, p. 119-184.
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03. Flores Galindo, Alberto. El Estado Oligárquico. En Obras Completas II. SUR Casa de Estudios del
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
CAPÍTULO Nº 4
PROTECCIÓN AMBIENTAL EN LA SALUD
PÚBLICA POPULISTA. PERÚ: 1935-1968
4.5. Marco Institucional II: Ministerio de Fomento y otras entidades públicas: 1935-1968
Ministerio de Fomento, Saneamiento y Vivienda: 1935-1968
Órganos de Saneamiento Municipal: 1935-1968
113
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
El historiador José Tamayo Herrera [1] distingue entre los años 1933 y 1968 cuatro
subperíodos que los denomina y caracteriza de la manera siguiente. El primero, es el de
(i) dictaduras militares y civiles (1933-1945), incluye los años de los gobiernos de Os-
car Benavides y Manuel Prado. El segundo, es del intervalo democrático (1945-1948)
de José Luis Bustamante, años cruciales de la lucha política entre las fuerzas que apo-
yaban al proyecto reformista, encabezado por el APRA, y las que se identificaban con el
orden oligárquico-liberal; lucha en la cual resultaron, en octubre de 1968, derrotados
los reformistas. El tercero, es el del “ochenio” (1948-1956) del régimen dictatorial del
general Manuel A. Odría, que gobernó el país con el lema de “Obras y no palabras”. El
cuarto, es el subperíodo de la Democracia Demoliberal sin contenidos sociales (1956-
1968), incluye los años de los gobiernos de Manuel Prado (su segundo), de la Junta Mi-
litar de Pérez Godoy-Lindley, y el del arquitecto Fernando Belaúnde.
114
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Como correlato de esa nueva política social se produjo, durante casi todo el período, un
incremento sostenido del gasto público social, que llegó a un máximo del 41% del gasto
fiscal en 1966. Las crisis económicas de 1947-1948, 1953-1954 y 1958-1959 no
impidieron el incremento de este gasto; aunque a partir de la crisis de 1967-1968 tuvo
que comenzar a decrecer. En 1968, como resultado de esta política, el Sector Público en
Salud se había convertido en el mayor propietario de los medios de producción de
servicios médico-sanitarios en el país y el mayor empleador de la fuerza de trabajo
médica disponible [2].
Por otro lado, desde el decenio de 1920 los líderes de los movimientos anti-
oligárquicos denunciaban que la distribución del ingreso en el Perú era una de las más
inequitativas en el mundo occidental. El primer estudio sistemático y cuantitativo sobre
la distribución del ingreso personal en el país fue desarrollado utilizando datos del año
1961. Estudio que evidenció la validez de estas denuncias. Además, con relación a las
políticas redistributivas aplicadas por los gobiernos populistas, los autores R. Webb y
A. Figueroa coinciden en opinar que sus resultados no fueron los esperados. El primero
señala que la distribución del ingreso empeoró entre 1950-1966, en tanto que muchos
campesinos y otros trabajadores independientes sufrieron una disminución en sus ingre-
sos reales y “quienes más necesitaban han sido los menos favorecidos” [3]. El segundo
hace el siguiente comentario sobre las estimaciones de Webb:
“Este período (1950-1966) fue de rápido crecimiento: 2.5% per capita anual. El cuartil más
rico aumento su ingreso real en una proporción mucho mayor que el resto de la población
(4%). La población rural aumentó su ingreso en sólo 1.3% y el grupo más pobre, formado
de pequeños propietarios campesinos (el 30% más pobre del país) se mantuvo práctica-
mente estancado. Luego, el cuartil más rico fue el grupo que se benefició relativamente del
crecimiento… los grupos más pobres son preferentemente personas que viven en el cam-
po; y el cuartil más rico es preponderantemente urbano” (R. Webb, A. Figueroa, 1975, p.
159, 161).
115
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Superada la crisis del final del período anterior, la organización del Gobierno se
reorientó tratando de dar cumplimiento lo prescrito en la nueva Constitución Política de
1933, donde se explicitaba las responsabilidades del Estado en el campo social. Es en
este sentido que se reinició el curso expansivo del aparato estatal que ya había
comenzado con Leguía. Para ello, se efectuó un nuevo diseño de la estructura del
aparato ejecutivo creando nuevos ministerios o modificando, según otros ramos de
actividad gubernamental, los ya existentes. Además, la presencia del Estado en el
campo económico financiero se había incrementado, en especial con las Corporaciones.
Entre 1950 y 1955 la Misión Klein asesoró al gobierno de Odría en asuntos
administrativos y financieros. En 1960 el gobierno de Prado contrató a la Misión A. D.
Little y se le encargó un Programa de Desarrollo Industrial y Regional para el Perú.
Asimismo, desde la década de los cincuenta, por influencia de las ideas de la CEPAL
(Comisión Económica para la América Latina) y deI ILPES (Instituto Latinoamericano
de Planificación Económica y Social), se debatió en el Perú la conveniencia del uso de
la planificación como función pública y como herramienta gubernamental para el
desarrollo económico y social. El debate termina en el escenario oficial, cuando en
agosto de 1961 el Gobierno peruano firma la Carta de Punta del Este y se compromete,
con otros países latinoamericanos, en “impulsar y fortalecer sistemas de preparación,
ejecución y revisión periódica de los programas nacionales de desarrollo económico y
social”. Luego, buscando recibir asistencia financiera de la Alianza para el Progreso, el
Gobierno encarga al Banco Central de Reserva formular el Plan Decenal de Desarrollo
1962-1971, cuya elaboración fue interrumpida por el golpe de la Junta Militar de
Gobierno Pérez Godoy-Lindley.
Finalmente, el crecimiento económico registrado para el país durante este periodo, con
excepción de los años de crisis, permitió incrementar significativamente el gasto público
y, en consecuencia, desarrollar los servicios públicos y la infraestructura estatal – espe-
cialmente de educación, salud y fuerzas armadas – pero al costo de contrariar las fórmu-
116
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
las de equilibrio fiscal recomendado por los asesores económicos. Se asistió, entonces, a
un crecimiento sostenido, aunque desordenado, del tamaño del Sector Público: en 1967
la PEA estatal ya representaba el 6,1% de la PEA total, así como la participación del
Estado en el valor agregado alcanzó el 10,6% del PBI.
En los años del “ochenio”, se aplicó una política intervencionista para impulsar el cre-
cimiento económico, en un contexto internacional de elevación de los precios de los mi-
nerales y de una mayor demanda de alimentos, que promovió la producción pesquera.
En este contexto, se promovió la diversificación de las exportaciones y se estimuló las
inversiones extranjeras, con la aprobación de nuevos códigos en los sectores de minería
(1950), petróleo (1952) y electricidad (1955). Según Bardella [4], el incremento del PBI
entre 1949 y 1956 fue “equivalente a un promedio de 8.4% anual, cifra que no ha vuelto
registrase, en un plazo similar”. A partir de 1953, concluida la guerra de Corea, la si-
tuación económica se deterioro y el nivel de ingresos del Estado disminuyó.
En este período se asiste a la tercera etapa del desarrollo de la gran minería peruana.
Hay dos a tres décadas de expansión de la economía hemisférica donde se reactiva y
acelera la demanda internacional de minerales. El incremento de la actividad minera
privada transnacional generó la aparición y/o desarrollo de nuevos centros. Tales fueron
los casos de Cerro de Pasco, La Oroya, Marcona y Talara. Por otro lado, las necesidades
de movilización de recursos en apoyo de estas actividades implicaron la construcción de
117
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
vías de comunicación en lugares antes inaccesibles, así como el desarrollo del comercio
y de los servicios. Por el lado del Sector Público, en el año 1943 el Estado peruano creó
la Corporación Peruana del Santa, cuya fin era la de explotar los recursos de carbón y
hierro, y el establecimiento de una siderúrgica en Chimbote [2, 8, 9].
A pesar del dinamismo económico que provocaba la actividad minera en algunas re-
giones del país, las relaciones entre las empresas mineras, el Estado y los trabajadores
y/o pobladores de zonas aledañas o antes agrícolas y ganaderas no fueron cordiales. Es-
tas se caracterizaron por la falta de respeto a los derechos de las comunidades sobre sus
tierras, la sobreexplotación de la mano de obra e innumerables conflictos sobre propie-
dad, condiciones de trabajo y, finalmente, contaminación. Una constante en estas situa-
ciones de conflicto fue el apoyo que las compañías mineras extranjeras tuvieron por par-
te de los sucesivos gobiernos, caracterizando los reclamos de los trabajadores y/o co-
muneros como subversivos, revueltas sin sentido o animadas por cuestiones políticas en
lugar de reconocer la naturaleza real de tales conflictos [2, 9, 10, 11].
Entre 1940 y 1970 el tamaño de la población nacional se duplicó (6,4 millones en 1940
y 13,2 en 1970). “En la milenaria historia de nuestra patria nunca se había dado un fe-
nómeno igual, y es muy improbable que un fenómeno semejante vuelva jamás a produ-
cirse. Es la explosión demográfica peruana” (J. Wicht, 1986, p.14). Un incremento de-
mográfico tan significativo y rápido significó una verdadera explosión de potencialida-
des y exigencias de la población, que se manifestó en un extraordinario aumento de
mano de obra en demanda de empleo, y un incremento similar de los requerimientos de
alimentos, bienes y servicios, entre ellos los de transporte, educación, salud, vivienda,
saneamiento básico [12]. Demanda y requerimientos que no pudieron ser atendidos
apropiadamente en la realidad del Perú de esos años.
118
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
urbana del orden del 3,7%, frente a la del 1,2% para la población rural. Durante el si-
guiente período intercensal, 1961-1972, esas nuevas tendencias se marcarían aún más;
la población urbana crecería a una tasa promedio anual de 5,1%, mientras que la rural
lo haría apenas a un ritmo del 0,5% anual. De esta manera, a mediados del año 1972, la
población urbana concentraría el 60% del total nacional. Habían comenzado a crecer
notablemente, además de la ciudad de Lima, otros 47 centros urbanos [1, 5, 6].
Luego, entre los censos de 1940 y de 1961 se registraron altas tasas de crecimiento de-
mográfico promedio anual en algunos centros urbanos: Chimbote (13,4%), Chiclayo
(9,7%), Lima (8,2%), Trujillo (8,1%), Callao (7,2%) y Huancayo (6,7%). Los cambios
en la variable migración interna explicaban, en gran parte, tales incrementos. En el caso
de Chimbote, había sido consecuencia del desarrollo de la siderúrgica y de la hidroeléc-
trica del Santa, así como del auge de la pesca. Tales ritmos de crecimiento desbordaron
todas las posibilidades reales de una expansión paralela de servicios sociales.
El Censo Nacional de 1961 dio cuenta que el Perú presentaba un perfil urbano más
desarrollado que 21 años antes. En 1940 la ciudad capital concentraba el 9,7% de la
población total del país; en 1961 ese porcentaje subió al 17,1%, que representaba a su
vez el 43,4% de la población urbana nacional. Entre los años 1940-1961 el sistema de
ciudades pasa de 10 a 27 conglomerados de 20.000 o más habitantes, con un proceso
migratorio interno de gran intensidad, que se presenta coincidiendo con dos hechos im-
portantes: (i) el apogeo del modelo de sustitución de importaciones que beneficia sobre
todo a las zonas urbanas de la costa del Perú, lo que es reforzado por la guerra entre Co-
rea y Estados Unidos; y, (ii) la explosión de la crisis del campo, sobre todo serrano, que
presiona a esas migraciones.
En el año 1961, cuatro ciudades superaban los 100.000 habitantes: Lima (1 487.673),
Callao (204.990), Arequipa (158.685) y Trujillo (100.130). Ese perfil urbano sería más
nítido, luego de once años, en el Censo Nacional de 1972 cuando eran diez las ciudades
con más de 100.000 habitantes, las cuales acumulaban en conjunto la tercera parte de la
población nacional total. En 1940 la ciudad capital concentraba el 9,7 % de la pobla-
ción total del país; en 1961 y en 1972 ese porcentaje subiría al 17,1% y al 24,4%, res-
pectivamente. En 1961, en la ciudad de Lima se concentraba el 43,4 % de la población
urbana nacional.
119
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
En Lima, entre 1948 y 1956 se formaron más de 50 barriadas (17 tan sólo en 1950), y se
ampliaron las ya existentes. En 1955 se registró un total de 79 barriadas en Lima, y se
estimó que, en conjunto, acumulaban el 10 % de la población de Lima Metropolitana.
En estas barriadas se comenzaron a multiplicaron las actividades comerciales, el peque-
ño comercio y las actividades informales [15, 16, 17, 18].
El modelo de ocupación y el tipo del terreno invadido, fueron cambiando en sus carac-
terísticas a partir de 1954, con la invasión de la llamada Ciudad de Dios. Las barriadas
de Lima se empezaron a emplazar lejos del casco urbano de la ciudad, en terrenos de
muy bajo o nulo valor del mercado – la mayoría en arenales o terrenos eriazos – de pro-
piedad del Estado. En la década de 1960 el propio Estado comenzó a reservar terrenos
no agrícolas para efectuar allí los programas de urbanización popular, tratando de ade-
lantarse a la formación espontánea de barriadas. Es el caso de Condevilla y de Tahuan-
tinsuyo [18, 19].
Esos nuevos terrenos, a diferencia del pasado, eran extensos y de superficies en suave
pendiente. Las grandes invasiones que originaron asentamientos como Comas y Colli-
que por el norte, y Pamplona por el sur, ocuparon terrenos similares. Estos eran más fá-
ciles de urbanizar, pudiendo esperar, entonces, un desarrollo futuro del barrio en mejo-
res condiciones. Además, no mucho después del momento de la ocupación del suelo,
empezaban las acciones de mejoramiento físico con participación del Estado y la pobla-
ción, con una importante presencia de la organización vecinal. La nueva masa popular
urbana comenzaba a organizarse para presionar su acceso a la propiedad de los terre-
nos, a la vivienda, a los servicios básicos urbanos, a la educación y al trabajo [18, 19].
Las primeras de estas invasiones fundaron nuevos polos de expansión desde los cuales
se fueron ocupando los espacios que los separaban del casco urbano, formando lo que
ahora son los conos sur y norte de la ciudad.
Ahora bien, el fenómeno de las barriadas hay que interpretarlo como un proceso que
formaba parte de los grandes cambios que anunciaban el final del dominio histórico de
la presencia de la oligarquía tradicional en el escenario económico y político nacional.
120
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Proceso que siendo inicialmente un efecto de esa presencia, luego, se convertiría en una
de las causas de dicho final. En palabras del sociólogo Julio Cotler [21]:
“La migración hacia las ciudades agudizó los sentimientos de desprecio y temor de los
tradicionales sectores medios urbanos y de la clase dominante hacia los sectores populares
campesinos. En la medida que la ‘indiada’ bajaba de las serranías rodeando tumultuosa-
mente las ciudades costeñas, inundando con sus hábitos campesinos y su extraño hablar
las ciudades ‘blancas y criollas’, abriéndose paso y destruyendo ‘el puente, el río y la
alameda’ colonial, desdibujando rápidamente la ‘Lima que se va’. Temor y desprecio con-
jugaban los sentimientos de esas clases, que veían en esa marea un peligro contra la pro-
piedad y las ‘buenas costumbres de la gente decente’. A los intereses clasistas se sumaban
los sentimientos étnicos de los que consideraban tener ‘limpieza de sangre’. Por otro lado,
la masiva migración a las ciudades… hizo patente que ni el Estado… ni la burguesía se
encontraban en capacidad de satisfacer las exigencias de educación, salud, vivienda y tra-
bajo de quienes llegaban a radicarse en las ciudades… Esta incapacidad… para absorber
las exigencias populares en el nuevo contexto urbano provocó el desarrollo de un nuevo
tipo de lucha social, que se agregó a la que ocurría en el campo, en tanto los migrantes
adquirían conciencia de sus derechos ciudadanos, determinando así que el carácter oligár-
quico de la dominación social entrara en crisis” (J. Cotler, 1978 , pp. 289-292)
En el ámbito nacional
En la ponencia del Dr. Miguel Ángel Delgado [22] – alto funcionario del Ministerio de
Salud Pública y Asistencia Social(MSPAS) –, leída en la Primera Convención Médica
Peruana, realizada en junio de 1947, se destaca su relato sobre las malas condiciones de
saneamiento en el interior del país, y las deficiencias en el cumplimiento de las respon-
sabilidades sanitarias, de parte de las autoridades nacionales y locales. Algunos párrafos
de este desconsolador Informe son los siguientes:
“Pueblos sin agua potable, desagüe, pavimento, luz eléctrica, mataderos y mercados; y
donde no existe control sobre el recojo, transporte y eliminación de basuras, manipulación
y venta de productos alimenticios, salud de expendedores y manipuladores, vigilancia del
trabajo y la vivienda desde los puntos de vista de la higiene y retribución, concurrencia de
personas a servicios públicos..., son casi todos (los pueblos) del Perú o cuando menos
ninguno de ellos, incluso la capital de la República, ha llegado a resolver íntegramente
121
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
cualquiera de estos problemas en forma que satisfaga la higiene pública...”. (M. A. Del-
gado, 1947, p. 277)
En 1947, durante los viajes de inspección hechos a lo largo del país por el personal del
Departamento de Ingeniería Sanitaria del MSPAS, se volvieron a verificar la persisten-
cia de las pésimas condiciones de higiene urbana en el país: el 70% del total de servi-
cios de agua potable estudiados estaba contaminado; las aguas residuales se arrojaban a
campos de cultivo sin ningún tratamiento previo; el 60% de los canales observados fun-
cionaba en malas condiciones higiénicas; el 50% de las poblaciones visitadas arrojaba
sus basuras en forma totalmente inadecuada; la carencia casi absoluta de hornos crema-
torio. Asimismo, se constató que casi el total de los establecimientos lecheros visitados
no cumplía condiciones mínimas de higiene y salubridad; y, que no se realizaba el con-
trol sanitario en hoteles y restaurantes (C. Bustíos, 2005, p. 221) [2].
La ocupación ilegal y desordenada de terrenos sin habilitar por las familias más pobres
– muchas veces, migrantes sin experiencia urbana – estaba indicando la voluntad de
estas familias de obtener una vivienda, aunque tuvieran que empezar su vida urbana en
chozas de esteras, sin ningún tipo de servicios de agua y de saneamiento básico. El
orden del proceso de urbanización se había invertido. Primero se invadía, luego se cons-
truía y, finalmente se iniciaba un largo proceso de habilitación urbana. La ocupación
inicial de los terrenos era acompañada, por lo común, con la aparición de un camión que
vendía esteras y palos para construir las chozas. Casi simultáneamente aparecían otros
camiones vendiendo agua para uso doméstico.
122
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
A partir de los años 30, comenzaron a consolidarse los distritos de Miraflores, San Isi-
dro y Magdalena que albergaban gran parte de la población de clases altas y medias, que
dejaban el centro de Lima; mientras que los distritos como Surquillo, Lince y La Victo-
ria recibían a las clases populares. Las mansiones dejadas en el centro de Lima cuadrada
se pusieron en alquiler o venta para fines de comercio o habitación. Algunas de ellas se
convirtieron en sedes de grandes empresas, otras fueron demolidas para construir edifi-
cios de oficinas o bancos, la mayoría fueron alquiladas. En este último caso muchos de
los propietarios dividieron las grandes casonas para alquilarla a varios inquilinos y ob-
tener mayores rentas. Con el tiempo y con el problema de la crisis de vivienda, son los
inquilinos que las subdividirán y subarrendarán, provocando tugurización e insalubri-
dad, así como la degradación de esa parte de la ciudad [23].
En los distritos populares de Lima, los problemas descritos para el período anterior au-
mentaron en el curso de estas tres décadas. Uno de los problemas centrales seguía sien-
do el deficiente abastecimiento de agua y servicios de desagüe de los “callejones de un
solo caño”. Otro grave problema era el de las filtraciones ocasionadas por la albañilería
utilizada para eliminar las aguas servidas que deterioraban las bases de los muros y la
superficie de las vías públicas. En el libro editado por C. E. Paz Soldán, Lima y sus
suburbios, se presentan las 21 primeras tesis sobre este tema, redactadas por alumnos
de la Facultad de Medicina de San Fernando; en todas ellas se describen las pésimas
condiciones de vivienda en esos lugares alrededor del año 1957. Como ejemplo, presen-
tamos parte de la descripción que hace el médico Alberto Mur Martínez [24] sobre la
vivienda de los pobres en la parte antigua del distrito de La Victoria:
Los principales problemas ambientales priorizados por las autoridades sanitarias en este
período seguían siendo la baja cobertura y la escasa calidad de los servicios de agua y
de eliminación de excretas en el país. Muchos de los sistemas de agua existentes eran
insalubres, inapropiados e inseguros, además que solo disponían de ellos una pequeña
parte de la población, mientras que la mayoritaria obtenía agua en fuentes inseguras o
distantes de sus hogares. Era reducido el número de lugares con sistemas que garantiza-
ran agua sanitariamente segura. Aún era más reducido el número de sistemas en condi-
ciones financieras para asegurar la cobertura de sus costos de operación y de manteni-
miento. En la ciudad de Lima, el crecimiento inusitado y desordenado de las barriadas
determinó que los problemas ambientales alcanzaron niveles críticos [25].
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
En el año 1959, una Comisión del Ministerio de Fomento y Obras Públicas y del Servi-
cio Cooperativo Internacional de Salud Pública (SCISP) hizo un estudio sobre las con-
diciones sanitarias existentes en 1.418 capitales de distrito del país, sin incluir Lima ca-
pital. En el Informe de la Comisión, publicado por el MSPAS [26], se afirma lo si-
guiente: sólo 21 (1,4 %) capitales de distrito poseen servicios completos de agua, 218
(15,4 %) capitales de distrito tienen servicios, pero son deficientes, y el resto de las ca-
pitales de distritos – donde vive una población de aproximadamente 2’000.000 de habi-
tantes - no poseen servicios de agua potable. Esos datos no incluyeron a la población
rural que residía en anexos, villorrios o de manera dispersa, y que sobrevivía en peores
condiciones sanitarias. Al final del citado Informe se concluye:
“El complejo problema de las enfermedades gastrointestinales que incluye las transmiti-
das por el agua contaminada y las enfermedades diarreicas y otras trasmitidas por falta de
higiene personal ocupa un lugar muy importante en el Perú como consecuencia de las de-
ficiencias de las condiciones que se acaban de indicar... En lo que respecta a la disentería,
ésta muestra en el año 1960 una tasa nacional de 282 por cien mil, llegando a alcanzar en
la Selva una tasa de 698, siendo más frecuente, en la población infantil y juvenil…”
(MSPAS, 1962, p.9).
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Hasta esos años, el énfasis de la acción de la autoridad local sobre el control los resi-
duos sólidos había sido el de trasladarlos “lejos" de las zonas habitadas. No se había
previsto que en este nuevo período, las mayores ciudades del país, especialmente Lima,
se caracterizarían por una desordenada expansión de su territorio, muchas veces de ma-
nera informal y en terrenos sin habilitación urbana. Expansión provocada por el creci-
miento demográfico descrito en páginas anteriores, así como por cambios en las actitu-
des y las conductas de la población. En esta nueva situación, los residuos generados en
la vida doméstica y cotidiana aumentaron enormemente en cantidad, así como cambia-
ron significativamente en su composición, desbordando las capacidades de los servicios
de baja policía disponibles en esas ciudades.
Una consecuencia inevitable de esa situación fue el agravamiento de los problemas del
recojo y de la disposición final de los residuos sólidos, que se han comentado en el capí-
tulo anterior. Un indicador de ese agravamiento fue el incremento, en tales ciudades,
de los botaderos informales, muchas veces clandestinos, donde se amontonaban los re-
siduos generados en la vida doméstica, sin ningún tipo de tratamiento final. Peor aún,
cerca de estos botaderos se ubicaban chancherías, donde se alimentaba al ganado por-
cino, sin ninguno o muy escaso control de las autoridades responsables, poniendo en
grave riesgo a la salud de las poblaciones.
En la década del 60, como consecuencia de la magnitud alcanzada por esos problemas,
el Estado dictó los primeros dispositivos legales con relación a la disposición de los re-
siduos sólidos. Dispositivos que serán comentados más adelante.
“cada aglomeración urbana de la región limeña ha construido sus albañales, pero con el
sorpresivo desarrollo de la capital, que en 1919, tenía una área urbanizada de 1,400 hectá-
reas, en 1940, de 3,800 y en la actualidad de 4,100, ha resultado que llegando a unirse es-
tas distintas aglomeraciones urbanas, los colectores más bajos no están preparados para
recibir la descarga de los que vienen de arriba, resultando que, o se vierten en las acequias
de regadío o recargan con exceso a los colectores de dimensión insuficiente. Además,
125
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
existen emisores, a todo lo largo de la costa, que producen contaminación... Se hace im-
prescindible establecer un sistema único de desagües, con grandes troncales” (A. Jocha-
movitzc, 1945, p. 147-148)
Según comenta el Ingeniero Sanitario Oscar Cáceres [29], en ese entonces funcionario
del MSPAS, a mediados de la década de 1950 el problema de la ausencia de plantas de
tratamiento de aguas servidas en Lima ya era una preocupación de las autoridades sani-
tarias: no había plantas de tratamiento de aguas servidas. Entonces, todos los desagües
de Lima terminaban en el gran colector final, un poco antes de la playa de la Herradura.
Donde se disponía de un triturador enorme, “para que triturara todo lo que eran los só-
lidos, es decir el excremento, papel higiénico lo que sea y así triturado” se descargara,
finalmente al mar. “Eso era lo único que podía tenerse, digamos, como tratamiento de
las aguas servidas, aún no se había iniciado la construcción de las lagunas de oxidación
de San Juan”.
Los relaves de las actividades mineras formales o informales son desechos tóxicos sub-
productos de procesos mineros y concentración de minerales, usualmente una mezcla de
tierra, minerales, agua y rocas. Contienen altas concentraciones de químicos y elemen-
tos que alteran el medio ambiente. Al inicio de este período ya estaban contaminados,
por estos relaves, todos los ríos de las ciudades cercanas a centros mineros del Perú,
especialmente los ríos Rímac, Mantaro, Santa, el lago de Junín.
Además en opinión de Elizabeth Dore (1986) el nuevo Código Minero de 1950 – pro-
yectado por una comisión de representantes de firmas nacionales y extranjeras del sector
– aparece con el propósito de facilitar la introducción y expansión de la minería a cielo
abierto o tajo abierto en Perú. Es así, que seis años después de su promulgación se inició
la explotación a tajo abierto en Cerro de Pasco, lo que implicaría la destrucción progre-
siva de la estructura urbana que se había ido consolidando en esa ciudad a través de los
siglos. A los conflictos de la empresa con las comunidades indígenas por la concentra-
ción de tierras y la contaminación ambiental, se sumarían los provocados por una ex-
pansión minera que afectaba al afianzamiento urbano de la ciudad [30, 31].
Por otro lado, en1959 el Perú aparece en las estadísticas como el primer productor
mundial de harina y de aceite de pescado. Pero el crecimiento de esta industria no tuvo
ningún control sobre su sostenibilidad, así como sobre su potencialidad contaminadora.
Esta ausencia de control llevó a esta industria a una situación de crisis profunda a
inicios de la década del setenta, así como provocó graves problemas de contaminación
que, inicialmente, se manifestaron por olores desagradables y la putrefacción de las
aguas costeras, especialmente en la bahía de Chimbote [32].
“…el altísimo nivel de contaminación que alcanzó la bahía de Chimbote a fines de los años
sesenta e inicios del setenta, cuando el mar parecía hervir continuamente por la emisión de
las materias orgánicas de las descargas de agua de cola y de sanguaza, hizo que figurara
como una historia de horror en la Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente que se
realizó en Estocolmo en 1972”. (Agenda-Perú, 2000, p. 176).
126
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
previsiones suficientes para evitar esa contaminación. Es así, que con su aplicación
“toda empresa industrial cuyas instalaciones estuvieran frente a un curso de agua, ya
sea terrestre o marítima, se les permitía botar sus desagües directamente en esas aguas,
porque se suponía entonces que la autopurificación de los cursos de agua, iba ser lo su-
ficientemente poderosa para eliminar todos los elementos contaminantes”.
“En esos años cincuenta, yo todavía recuerdo que todos los ríos de la costa estaban lle-
nos de camarones, donde uno iba, al río Cañete, al rio Huaral, más abajo, a los de Are-
quipa, en fin, todos esos; porque la minería todavía no había entrado en la forma en la que
después ingresó. Además, la bahía de Chimbote era una bahía preciosa, y ahí se bañaba
todo el mundo. Donde vino a malograrse todo eso, fue cuando en el año 1959 se dio la
famosa Ley de Promoción Industrial, que permitía a toda empresa industrial botar direc-
tamente sus desagües en él curso de agua que estuviera más cercano… Es ahí donde em-
pieza malograrse todo….” (O. Cáceres, 2012).
En el estudio realizados por los sismólogos Giesecke y Silgado [33] se destacan, entre
los terremotos que se sucedieron entre 1935 y 1968, los siguientes:
127
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Según los estudios de Lizardo Sainer [34] han ocurrido en el Perú, entre 1935 y 1968,
ocho eventos tipo El Niño: ninguno “muy fuerte”; solo dos calificados como “fuertes”
(1911, 1917 y 1922); y cinco como “moderados”. Por otro lado, el Dr. Ing. Vidal Taype
Ramos [35] informa sobre los efectos provocados por otros desastres naturales de alta
frecuencia en nuestro país: los fenómenos geodinámicos externos. De acuerdo a los re-
gistros de Taype habrían ocurrido, durante el período 1936-1970, un total de 2.480 de
esos fenómenos, distribuidos de esta manera: 2.280 huaycos, 84 inundaciones, 85 desli-
zamientos y 21 aluviones. Para la década un promedio anual de 65 huaycos.
La Resolución Suprema del 5 de abril de 1944, resolvió que los Concejos Municipales
de lugares donde existan sistemas de dotación de agua potable y de desagües, puestos al
servicio del público, no concederían licencias para la utilización de casas habitación u
otro tipo de construcción, sino cuando éstas tengan instaladas las respectivas redes de
conexión a los indicados servicios. Tres meses después, por Resolución Suprema No.
759, se aprueban los Reglamentos Generales para la Instalación de Conexiones Domici-
liarias de Agua Potable y Desagüe y para la Administración de los Servicios. Esos re-
glamentos fueron el sustento jurídico y administrativo para la gestión de los servicios
mencionados en las áreas urbanas del país.
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
obras de abastecimiento de agua potable. Luego, por Resolución Suprema Nº 701, del 6
de diciembre de 1948, se ordenó a los Municipios de Lima y Callao no dar licencia de
construcción de ninguna clase en los lugares que por lo menos no tengan instaladas las
obras de agua y desagüe.
Por Decreto Supremo Nº 6-STN, del 9 de enero de 1964, se aprobó el “Reglamento pa-
ra la disposición final de residuos sólidos bajo el método de relleno sanitario”; en ella se
asigna a las municipalidades la responsabilidad de efectuar la recolección de los resi-
duos en su jurisdicción y realizar su disposición final utilizando como método el relleno
sanitario. Además, se señala que los planes y las especificaciones correspondientes se-
rán aprobados por los Servicios de Saneamiento Ambiental de las respectivas Áreas de
Salud, de conformidad con las instrucciones que, para el efecto, recaben de la División
de Ingeniería Sanitaria del MSPAS.
Luego, en una reunión de Alcaldes de la ciudad de Lima, auspiciada por el MSPAS, lle-
vada a cabo el 17 de marzo de 1967 se formulan recomendaciones técnicas que fueron
recogidas y concretadas en el Decreto Supremo Nº 90-67-DGS del 16 de junio del mis-
mo año. En esta última norma – “Disposiciones sobre relleno sanitario en la provincia
de Lima” – se establecieron los terrenos cedidos por el Estado en la carretera Paname-
ricana Sur para dicho fin, los métodos a utilizar y los aspectos administrativos y técnico-
financieros correspondientes. Además, comprometía al Ministerio de Fomento y Obras
Públicas a compactar y rellenar la basura en aquellos terrenos. Tres años después, el 14
de julio de 1967, se aprobó el Decreto Supremo Nº 106-67-DGS, que regula el uso futu-
ro de las áreas que han sido empleadas como depósitos de residuos. Específicamente
disponen que estas áreas solo puedan ser usadas como parques y jardines.
Al final del año 1959, se promulgó la ya comentada Ley Nº 13720, de Promoción In-
dustrial, en cuyo artículo Nº 160 de su Título “X” se prescribe lo siguiente: “El funcio-
namiento de establecimientos industriales no deberá afectar a la salud pública ni a la ex-
pansión urbana. La licencia para la construcción o instalación de dichos establecimien-
tos, se expedirá previo informe favorable de la Dirección de Salud Pública u de la Ofi-
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Por otro lado, por Decreto Supremo Nº 98 del 7 de octubre de 1960, se aprobó el “Re-
glamento para el control sanitario de playas y establecimientos conexos”. Eran las pri-
meras normas relativas a la polución y contaminación de las playas y zonas costeras a
causa de los desagües industriales que se habían incrementado con el desarrollo de la
industria de la pesca.
En febrero de 1961 el gobierno estableció una Comisión encargada del estudio de los
problemas de contaminación ambiental, conformada por nueve miembros, uno de los
cuales era el delegado de la Dirección de Salud Ocupacional del MSPAS. Comisión que
adquirió un carácter permanente y nacional en cumplimiento de lo dispuesto en el art. 4º
de la Ley 14084, Ley de Control de Emanaciones y Residuos Nocivos o Ley de la Con-
taminación, promulgada el 8 junio de 1962. En esta norma se prescribe: “los estableci-
mientos tales como plantas de productos químicos o que manufacturan harina de pesca-
do y cualquier actividad que por sus características, ya sean o no de orden fabril conta-
minan la atmósfera, playas, desagües, ríos, lagos, propiedad privada o pública, estarán
sujetas a las disposiciones de control que esta Ley establece”. Fue con esta Ley, que se
introduce por primera vez en la legislación peruana la protección del medio ambiente
por arrojo de residuos nocivos o emanaciones. Dispositivo que luego fue reglamentado
por el Decreto Supremo del 12 de septiembre de 1962.
El 8 de febrero de 1965, casi seis años después de promulgada la Ley 13720 de Promo-
ción Industrial, el Decreto Supremo Nº 029-65-DGS aprobó el “Reglamento para la
apertura y control sanitario de plantas industriales”, precisando que correspondía a las
Áreas de Salud del MSPAS, que ejercían jurisdicción en el litoral, el control sanitario
del lanzamiento al mar de los desagües industriales. Sus Oficinas Técnicas de Sanea-
miento Ambiental debían vigilar que los establecimientos industriales procedan a tratar
sus desagües antes de verterlos al mar o en todo caso efectuasen los “lanzamientos sub-
marinos de aguas servidas”. Dos años después, se dicta el Decreto Supremo Nº 88/67-
DGS, del 18 de junio de 1967, que amplía dicho Reglamento y establece una “tarifa de
derechos”, en pago de inscripción y renovación del Pase Sanitario, de acuerdo con el
capital declarado por el industrial. La norma que es refrendada por los Ministros de Sa-
lud y Asistencia Social, de Gobierno y Policía y de Fomento y Obras Públicas, se sus-
tenta en nueve considerandos, en las cuales se reconoce oficialmente la existencia de
problemas vinculados con la contaminación ambiental:
“Que las condiciones ambientales de los establecimientos industriales no son siempre los
mismos y que en innumerables oportunidades se han encontrado problemas salud pública
en industrias que ya poseían el pase sanitario”. “Que el desarrollo industrial del país exige
que se incrementen cada vez más las acciones que desarrolla el Ministerio de Salud Públi-
ca, para evitar que las condiciones ambientales sean modificadas desfavorablemente para
los humos, Descargas de desechos industriales y descargas de aguas servidas, que conta-
minan la atmósfera, el suelo, cursos de agua y playas del litoral”.
En otras áreas
Entre 1935 y 1947 hubo una preocupación especial del Gobierno para racionalizar la
acción de los Ministerios de Fomento y de Salud Pública en la formulación y aplicación
de los reglamentos de las estaciones balnearias minero-medicinales, concesión y explo-
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Por otro lado, por Decreto Supremo Nº 1, del 3 de febrero de 1961, se crea con el carác-
ter de permanente el Comité Nacional de Defensa contra Siniestros Públicos (CNDSP).
En la norma se explicita que es deber del Gobierno “prevenir las medidas necesarias pa-
ra el caso de producirse en el país calamidades públicas, tales como terremotos, inunda-
ciones, sequías y otros siniestros”. El CNDSP debía ser presidido por un General del
Ejército a ser nombrado por el Ministerio de Guerra y conformado, además, por nueve
delegados: cuatro de las Fuerzas Armadas y Policiales y cinco de otras entidades oficia-
les (Ministerios de Fomento, de Agricultura y de Salud Pública; Cruz Roja Peruana y
Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Perú). Las atribuciones del Comité eran: estudiar
las medidas preventivas; dirigir, controlar y coordinar las acciones de auxilio; y, super-
vigilar y controlar el adecuado uso de todos los medios y recursos de auxilio. La regla-
mentación fue encargada a los Ministerios de las Fuerzas Armadas. Como es bien cono-
cido, el Comité nunca llego a funcionar de la manera prevista [40].
Desde antes del año 1935, la dispersión en las responsabilidades públicas – tanto de
conducción, como de gestión, operativas y de inversión – ya era un problema que
atentaba contra el cumplimiento de la normatividad vinculada con la protección del am-
biente. Problema que persistiría en el curso de las siguientes décadas, especialmente en
las áreas de inversión. Es así, que al inicio de este período, en cumplimiento de la norma
que crea el MSPTPS, la Dirección de Salubridad Publica del Ministerio de Fomento fue
transferida al nuevo Ministerio; sin embargo, la Dirección General de Fomento y Obras
Pública que permaneció como una estructura del Ministerio de Fomento asumió la res-
ponsabilidad de estudiar, proyectar y ejecutar obras de saneamiento en el área urbana.
Por otro lado, los Municipios continuaron con sus responsabilidades de gestión, ejecu-
ción y mantenimiento de los servicios locales de saneamiento, de acuerdo con la Ley
Orgánica de Municipalidades de 1892.
Alrededor del año 1939, antes de la creación de la Dirección de Ingeniería Sanitaria del
MSPTPS, el Jefe del Departamento de Sanidad Municipal de Lima comentaba [41] las
dificultades de coordinación que generaban dicha dispersión:
“…en Lima se da el caso insólito que los asuntos de agua y desagüe los tengan a su cargo
cuatro entidades: dos del Ministerio de Fomento, el Municipio en tercer lugar y la Junta
Departamental Pro-Desocupados en último término. En efecto, el suministro de agua de
bebida está a cargo del Servicio de Agua Potable, que depende del Ministerio de Fomen-
to, en virtud de la Ley expedida en 1920… es la única entidad que puede ejecutar la insta-
lación de los servicios de agua y desagüe de la ciudad, cobrando, como es notorio, los de-
rechos respectivos (…) La conservación de los desagües ha quedado a cargo de la Muni-
cipalidad (…) Atraviesan Lima diversos cursos de agua… del río Rímac que van a regar
las tierras de cultivo… están vigilados por la Inspección de Aguas de Riego del Ministerio
de Fomento (…) La cuarta entidad… es la Junta Departamental Pro-Desocupados… po-
see cuantiosos recursos (…). Todas son distintas y están desvinculadas, como está desar-
ticulada en general toda la Administración Pública y ninguna de ellas es sanitaria por su
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
técnica…El Ministerio de Salud Pública, existente en el país desde 1935, no tiene inje-
rencia directa en los asuntos de agua de bebida y retiro de aguas negras, tal como sucede
en países donde existe una mediana organización nacional con directivas técnicas” (C. A.
Bambarén, 1940, p. 193-200.).
Continuando con la tendencia hacia una dispersión institucional, por Resolución Su-
prema del 16 de noviembre de 1948, se autorizó a la Dirección de Ganadería del Minis-
terio de Agricultura para que formule el reglamento de beneficio e inspección de carnes,
al que se sujetaría la apertura y el funcionamiento de los camales y centros industriales
de productos alimenticios; dispositivo que tenía como fin: “evitar la transmisión de zoo-
nosis, mejorar el abastecimiento de carnes y fomentar el desarrollo ganadero”. Asimis-
mo, por Resolución Suprema del 12 de julio de 1956, modificada por otra del 17 del
mismo mes, se reglamentó la instalación y funcionamiento de carnicerías, proveedurías
de carne y puestos de venta de carne y menudencias, en Lima, Callao y Balnearios [36].
Esta dispersión institucional en el campo de la salud ambiental fue una constante duran-
te todo el resto del siglo XX y sería una de las muchas razones de la escasa viabilidad
de las decisiones gubernamentales que se explicitaban formalmente en las normas co-
mentadas en páginas anteriores. Éstas solo fueron expresión de las intenciones técnicas
y formales de las autoridades del ramo de salud, por lo tanto su aplicación efectiva estu-
vo siempre subordinada a las necesidades de una mayor inversión de capitales en los
sectores productivos. Esta subordinación quedó ilustrada por la debilidad o relajación
del control del cumplimiento de tales disposiciones, así como por la regulación, siem-
pre favorable a las grandes empresas, en cuestiones de políticas salariales, laborales y
mercados de tierras. Al respecto de esta escasa viabilidad política, el Ing. Oscar Cáceres
[42], haría el siguiente comentario:
“Frente a esta situación, a inicios de la década del 60, los Ingenieros Sanitarios que traba-
jábamos en el Ministerio de Salud… pensamos candorosamente que se requería legisla-
ción anticontaminante y que si ella llevaba la firma del Presidente de la República, todo el
mundo, tirios y troyanos, de inmediato iban a empezar a corregir la malsana actitud con-
taminadora. Así, el 23 de agosto de 1961, se expidió el Decreto Supremo Nº 25, que
‘prohibía la contaminación atmosférica a través de las emanaciones gaseosas de los es-
tablecimientos industriales’, encargándose al Ministerio de Fomento el cumplimiento de
dicho dispositivo. Lo que no se tuvo en cuenta, es que en el mismo ministerio se encon-
traba la Dirección de Industrias y la de Minería también, de manera que dicha norma que-
do en nada… (además) el entonces Ministro de Fomento era un industrial, a quien de nin-
guna manera le iba a interesar o convenir, ponerle trabas al desarrollo de su actividad”
(O. Cáceres, 2005, p.4).
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Seis años después de la creación del MSPTPS, las autoridades del Gobierno Central -
considerando que los problemas ambientales directamente vinculados con el cuidado de
la salud, requieren la intervención especializada de ingenieros sanitarios - crearon el
Departamento de Ingeniería Sanitaria del MSPTPS y reglamentó sus actividades por el
Decreto Supremo Nº 3476 de noviembre de 1941. Estructura que dependía directamente
de la Dirección General de Salubridad, luego, Dirección General de Salud.
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trucción y conservación de estas obras [43, 44]. Atribuciones que debían ser ejercidas
en estrecha cooperación con el Ministerio de Fomento y las Municipalidades.
En el mes de julio de 1962, como resultado de la desactivación del SCISP, este Pro-
grama pasó a ser administrado por el Servicio Especial de Salud Pública (SESP), man-
teniendo su dependencia técnica del MSPAS. Como Jefe del Programa continuó el
Ing. Alfonso Zavala. El Programa tenía, ahora, dos Divisiones como órganos de línea: la
de Saneamiento Básico Rural, y la Normativa de Saneamiento Ambiental. Estaba a car-
go del Plan Nacional de Agua Potable Rural, en cumplimiento de los compromisos de
Punta del Este y con financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que
se había iniciado en el año 1964. Mantenía relaciones de coordinación con las Jefaturas
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
de las Áreas y Unidades de Salud del MSPAS y, más directamente, con las Oficinas
Técnicas de Saneamiento de dichas Áreas y Unidades [46].
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En octubre de 1962, la División de Ingeniería Sanitaria del MSPAS [48], efectuó una
evaluación de las acciones ejecutadas por las Oficinas Técnicas de Saneamiento, utili-
zando para tal fin un conjunto de estándares mínimos. Las acciones que alcanzaron los
porcentajes más altos en el cumplimiento de los estándares fueron las siguientes: ins-
pección de establecimientos públicos (40,2%); control de potabilidad del agua (26,19
%) y el control de bebidas gasificadas y jarabeadas (13,78 %); siendo casi insignificante
el porcentaje alcanzado en las otras actividades. Los resultados del estudio indicaban,
en esencia, que las labores estaban casi totalmente concentradas en las zonas urbanas, y
que eran de carácter rutinario y de control; salvo contadas excepciones en que se desa-
rrollaban algunos programas de mejoramiento de ambiente en coordinación con las Mu-
nicipalidades locales, o alguna otra entidad estatal ó privada interesada en tal ó cual as-
pecto del saneamiento del medio.
Tres años después de esa evaluación, el Ing. Alfonso Zavala [49], Jefe de la División y
del Programa Nacional de Ingeniería Sanitaria, opinaba que la ejecución de esas accio-
nes debía ir pasando progresivamente a las municipalidades, reservándose las Áreas y
Unidades de Salud los aspectos correspondientes a la vigilancia del cumplimiento de las
normas que para tal efecto se dictaran. El mismo Zavala, al enumerar los factores que
limitaban los resultados de las acciones de saneamiento del MSPAS en el nivel local
destacaba tres: la escasez de recursos, los defectos en la organización de las Oficinas
Técnicas y los problemas de coordinación con otras entidades. Con relación a la escasez
de recursos, informaba que, alrededor del año 1962, se disponían de 26 plazas de Inge-
nieros Sanitarios y de 140 inspectores sanitarios, calculando, en consecuencia, un déficit
(con relación a los estándares establecidos) de 18 y de 475 plazas, respectivamente.
Además, enfatizaba que los presupuestos asignados apenas alcanzaban para cubrir los
sueldos y haberes del personal, no quedando recursos para efectuar trabajos de campo.
Asimismo, que se carecía de movilidad o vehículos propios de transporte, talleres sani-
tarios y equipo topográfico.
En 1968, el ingeniero sanitario Alejandro Vinces [50] comentando los resultados de las
supervisiones realizadas en esos años por la División de Ingeniería Sanitaria, coincidía
con los comentarios de Zavala, lamentándose de la falta de una legislación que respalda-
ra de manera efectiva las decisiones técnicas en el nivel operativo. Así por ejemplo, se-
ñalaba que apenas en el 20,55% del total de 18.672 inspecciones sanitarias realizadas
en 1967 por las Oficinas de Saneamiento de la zona sur se había podido subsanar las
deficiencias detectadas; que el 56,5% de los locales donde se expenden alimentos y be-
bidas mantienen deficientes condiciones sanitarias y que, sin embargo, solamente se han
logrado superarlas en el 35,5% de los inspeccionados y notificados; y, que en materia de
viviendas el 80,3% de las visitas tienen la calificación de insatisfactorias.
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Las primeras labores realizadas por el SCISP fueron una campaña sanitaria en la
selva y trabajos de saneamiento ambiental en Chimbote (1943), que comprendían el
control de los vectores de la malaria por medio de la desecación de pantanos y dre-
naje de siete pantanos que ocupaban 887.000 metros cuadrados, la instalación de
sistemas de agua potable y de desagüe y la construcción de un moderno hospital.
En el año 1956 el Programa de Ingeniería Sanitaria del SCISP tenía un Jefe de Progra-
ma, Ing. Enrique Jimeno; un Jefe de Sección de Estudios de Proyectos, Ing. José Arri-
sueño; y, un Jefe de Sección de Saneamiento, Ing. Alfonso Zavala. Además, en cada
una de las Unidades Sanitarias que administraba – La Libertad, Rímac, Santa, Tingo
María y San Martín – tenía una sección local, a cargo de un ingeniero y de varios ins-
pectores sanitarios. En total trabajaban en el Programa 11 ingenieros sanitarios o civiles
y 34 inspectores sanitarios.
En los últimos años de funcionamiento del SCISP los principales programas o proyectos
a su cargo, vinculados con la salud ambiental, fueron los siguientes: de Capacitación de
Personal, creado en 1961; de Ingeniería Sanitaria, creado en agosto de 1960, dependien-
te del MSPAS, pero administrado por el SCISP; y, el Programa Nº 106. Este último,
denominado, Inventario y Estudio Nacional para el Desarrollo de Agua Potable en Ciu-
dades y Pueblos de la República., fue un proyecto que se concretó en 1961, siendo fi-
nanciado por la International Cooperation Administration (ICA), el Fondo Nacional de
Desarrollo Económico y el Fondo Nacional de Salud y Bienestar Social; administrado
por el SCISP; y ejecutado bajo la dirección técnica de dos ingenieros: Bonifaz, desig-
nado por el Ministerio de Fomento, y Arrisueño designado por el SCISP. El estudio
fue para localidades con una población superior a 500 habitantes.
El Servicio Especial de Salud Pública (SESP) fue creado mediante la Ley Nº 13908 del
13 de enero de 1962. Esta Ley instituyó al SESP como persona de Derecho Público In-
terno, y lo crea para remplazar, con una estructura netamente nacional, al SCISP. Ade-
más, de esta manera se pretendía mantener las condiciones de trabajo establecidas por el
SCISP y retener en el Sector Salud personal sanitario de alta calificación y de experien-
cia. El 5% de la renta del Fondo Nacional de Salud y Bienestar Social estaba destinado
a su funcionamiento. El SESP se mantendría en operación hasta el año 1969.
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
El SESP continuó administrando los programas cuya ejecución había iniciado el SCISP
en sus últimos años de operación en el país, con los cambios que se señalan a continua-
ción. El Programa de Capacitación de Personal, continuó operando hasta el año 1964,
cuando se convirtió en la Escuela de Salud Pública del Perú. El Programa “Inventario y
Estudio Nacional para el Desarrollo de Agua Potable en Ciudades y Pueblos de la Re-
publica”, pasó a ser conducido por el Ing. Enrique Berninzon, como jefe Ejecutivo, y
los ingenieros Augusto Parro, por el Ministerio de Fomento, y. Javier Bacigalupo, por
el MSPAS, debido a la renuncia de los Ingenieros Bonifaz y Arrisueño.
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Los servicios de agua potable y alcantarillado de las ciudades del país de más de dos mil
habitantes, con excepción de Lima, Arequipa y Trujillo, estuvieron a cargo de la Sub-
Dirección de Obras Sanitarias, quien formuló y ejecutó, a partir del año 1956, el Plan
Nacional Urbano de Agua Potable y Alcantarillado. Este plan se orientó en su primera
etapa a las capitales de provincia y, en su segunda etapa, a las capitales de distrito. Creó
así un mercado de servicios de saneamiento que cubría gran parte del país y cuya di-
mensión permitía economías de escala, subsidios cruzados entre localidades y la provi-
sión de asistencia técnica, características éstas que contribuyeron en la época a la soste-
nibilidad de los sistemas locales, que en algún momento llegaron a ser más de 160.
Por la magnitud que llegaron a tener sus operaciones, la Sub-Dirección de Obras Sanita-
rias fue elevada, al final del período, a la categoría de Dirección de Obras Sanitarias.
Posteriormente, en el año 1969, cuando se produce la reforma del Estado del Gobierno
del General Velasco, y se crea el Ministerio de Vivienda y Construcción, la mencionada
Dirección pasó a este nuevo ministerio donde se le dio el rango de Dirección General de
Obras Sanitarias.
Por otro lado, los servicios de agua potable y alcantarillado de Lima siguieron a cargo
de la Superintendencia del Servicio de Agua Potable de Lima, creada en 1930 como de-
pendencia del Ministerio de Fomento y Obras Públicas. El 6 de setiembre de 1955. el
gobierno del General Odría, suscribió un contrato con la Sociedad Francesa Degrémont,
para ejecutar en un plazo de once meses, el diseño, equipamiento y la construcción de la
primera Planta de Tratamiento de Agua Potable en La Atarjea, cuyo volumen de pro-
ducción era de cinco metros cúbicos por segundo, la de mayor capacidad del mundo en
esos años. La moderna Planta de Filtros Rápidos, que abastecería de agua potable a la
Gran Lima, fue inaugurada el 23 de julio de 1956 con gran pompa por los funcionarios
del Ministerio de Fomento.
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
subsuelo de los terrenos de propiedad privada y las fuentes de agua. Por lo tanto, se fa-
cultó a COSAL solicitar expropiaciones y la constitución de servidumbre, así como el
derecho preferencial al aprovechamiento de las aguas para los servicios a su cargo.
Como siempre, el Concejo Provincial de Lima estaba mejor implementado que los otros
concejos. En este caso específico, el Departamento Municipal de Sanidad de Lima era el
más desarrollado en el país. En el año 1938, se distinguía en la estructura organizativa
de este Departamento un total de cinco unidades o secciones operativas: Higiene Social,
Sección Médica, Ingeniería Sanitaria, Control de Alimentos y Bebidas, y Desinfectorio
Municipal. La sección Ingeniería Sanitaria debía cumplir las siguientes funciones o ta-
reas: estudiar los métodos de incineración de basuras; controlar el alcantarillado y las
“aguas negras”; estudiar la canalización de los ríos Huática y Magdalena; vigilar la hi-
giene de las piscinas, así como la clase de agua empleada en el riego de cultivos; desra-
tizar los albañales; vigilar las condiciones higiénicas de las casas de vecindad y de las
construcciones. Para el apoyo de las acciones de aquellas secciones disponía de tres la-
boratorios: de Bacteriología, de Química y de Leche [54].
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Antes de la Ley 13517: 1935-1961 [2, 15, 16, 17, 55, 56].
El Estado fue tomado por sorpresa cuando el Perú rural empezó a poblar las ciudades y
no podría evitar el incremento del déficit en cantidad y de calidad de la vivienda en las
grandes ciudades del país. En Lima y durante la década de 1930, la demanda de vivien-
das de los hogares con menos recursos fue atendida, esencialmente, por el sector priva-
do a través de la construcción de callejones y casas de vecindad o quintas en los secto-
res menos privilegiados de la ciudad, con la finalidad de alquilarlas. Por su lado, el Go-
bierno de Benavides construyó, a través del Ministerio de Fomento y Obras Públicas,
algo más de cuatro mil unidades de vivienda para los obreros, como parte “sustancial”
de un plan que pretendía neutralizar la violencia social. Como parte de este programa
estatal se construyeron los Barrios Obreros del Frigorífico (Callao), de la Victoria y del
Rímac. Este programa quedó cancelado en 1939 con la llegada al poder de Manuel Pra-
do, quien dejó a la iniciativa privada la construcción de viviendas y barrios para los sec-
tores más pobres de Lima.
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
De esa manera, la Ley 13517 era un compromiso del Estado con los pobladores de las
barriadas – ahora barrios marginales – para establecer un trámite, al final del cual se
concedería la titulación de cada lote, que les otorgaría el pleno derecho a la propiedad
privada. A la vez, la ley anunciaba que no se volverían a permitir las invasiones. Se tra-
taba a las barriadas como excepciones; aquellas existentes serían regularizadas, pero no
se volverían a tolerar. La ley aceptaba implícitamente que el Estado no construiría vi-
vienda sino que ésta sería levantada por la propia población, basada en el principio de la
autoayuda. Pero también ordenaba que la CNV diseñara la remodelación de los barrios
marginales y apoyara la construcción de la infraestructura de los servicios y espacios
públicos mínimos que debían disponer estas urbanizaciones populares. El Estado se
comprometía a identificar los terrenos urbanizables para habilitarlos y construir las Uni-
dades Populares de Interés Social (UPIS). Pero, rápidamente se presentaron problemas
en la aplicación de esa Ley, el plazo para regularizar la condición de poseedores infor-
males se amplió un sinnúmero de veces. Los habitantes de muchas zonas tugurizadas de
Lima dejaron de pagar alquileres con la esperanza de que éstas fueran reconocidas como
barrios marginales. En muchos casos, como algunos asentamientos no llenaban los re-
quisitos señalados en la Ley, el gobierno resolvía los litigios ofreciéndoles tierras en ur-
banizaciones populares.
Luego, la Junta Militar de Gobierno estuvo interesada, durante su corta gestión, en cui-
dar que el crecimiento de las barriadas se materializase dentro de los canales legales
previstos en la Ley 13517, lo que se reflejó en el desalojo violento de los nuevos invaso-
res de terrenos. Además, apoyó el rol del sector privado en el desarrollo habitacional,
con la formación del Banco Nacional de la Vivienda, y fusionó la CNV y el INV en la
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Junta Nacional de Vivienda (JNV). Pero, la JNV no recibió el apoyo necesario en los
siguientes años para cumplir con los compromisos que se habían formalizado con la
Ley 13517. El ritmo de construcción de UPIS fue lento, y los precios de venta nueva-
mente no fueron asequibles para los pobres.
“Al final de la década del 60, las JNV era odiada en las barriadas, gracias al notorio con-
traste entre las expectativas estimuladas por la Ley 13517 y el fracaso de esta institución
para desarrollar, como se había planeado, el programa de urbanizaciones populares y la
remodelación y legalización de las barriadas existentes (…) Una de las principales preo-
cupaciones, a partir de 1968, fue precisamente tomar en cuenta estos problemas del fraca-
so y la desilusión…” (D. Collier, 1978, p. 101 y p. 104 )
Sin embargo, a pesar de que el gobierno no había terminado de urbanizar los terrenos
escogidos para los UPIS ya los había identificado y separados varios de ellos para su
construcción. Ante la incapacidad del gobierno de satisfacer sus necesidades en térmi-
nos de urbanización de tierras, la población menos favorecida optó por invadir dichos
terrenos. Luego, al ocuparse todos los terrenos separados, la población comenzaría a
buscar alternativas análogas en los conos norte y sur de la ciudad, que no estaban desti-
nados a vivienda. Las invasiones seguirían siendo la modalidad más frecuente de for-
mación de urbanizaciones.
Participación del Fondo Nacional de Salud y Bienestar Social: 1951-1968 [2, 39, 57]
Confrontado el Gobierno del “ochenio” con la exigüidad de los recursos financieros or-
dinarios asignados, por los mecanismos propios de la fuente Tesoro Público, al gasto
social, y existiendo la firme voluntad política de impulsar la política social, sus autori-
dades enviaron al Congreso el Proyecto de la Ley correspondiente. El 21 de diciembre
de 1951 fue promulgada la Ley Nº 11672 que crea el Fondo del Fondo Nacional de Sa-
lud y Bienestar Social (FNSBS). El FNSBS contribuía desde 1956 con el 25% de su
renta al financiamiento del presupuesto del Fondo Nacional del Desarrollo Económico
y, adicionalmente y desde 1962, con el 5 % al financiamiento del SESP; dedicando el
resto de los recursos recaudados por su ley de creación a diversas actividades que se
ubican en el ámbito del ramo Salud.
La importancia asignada por ese Gobierno a los problemas del agua y saneamiento se
expresa en uno de los objetivos del Fondo: “construir y mejorar los servicios de abaste-
cimiento de agua potable y eliminación de aguas cloacales”; así como explica el sentido
de la Resolución Suprema del 20 de febrero de 1952 y del Decreto Supremo del 22 de
enero de 1953. En la Resolución se dispuso que el Ministerio de Fomento pusiera a dis-
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posición del MSPAS todos los proyectos de obras de saneamiento de zonas insalubres
de Lima, donde se concentraban trabajadores asalariados; incluyendo los proyectos de
servicios de agua potable. Además, en el Decreto, se estableció que cuando una obra
sanitaria hecha por el Fondo beneficiara a entidades que perciban rentas provenientes de
leyes especiales, tales entidades devengarían dichas rentas a favor del Fondo, hasta can-
celar el costo total de las obras. Las obras a ser financiadas por el Programa de Sanea-
miento del Fondo debían, previamente, tener informes favorables emitidos por el De-
partamento de Ingeniería Sanitaria del MSPAS y el Comité de Saneamiento del Fondo.
Las obras del Programa de Saneamiento que el Consejo Superior del FNSBS acordó fi-
nanciar, total o parcialmente durante casi todo este período, estuvieron ubicadas en el
área urbana. Recién en 1964 y ante el contrato de préstamo del Gobierno Peruano con el
BID, aparece el FNSBS aportando recursos financieros para el saneamiento rural.
Participación del Fondo Nacional de Desarrollo Económico [2, 26, 48, 57, 58]
El Fondo Nacional de Desarrollo Económico (FNDE), creado en 1956 por Ley 12676 y
reglamentado por Decreto Supremo del 17 de mayo de 1957, tenía como funciones ge-
nerales realizar estudios y obras reproductivas o de interés social; incluyendo, obras de
salud. El FNDE integraba en su organización, a las “Juntas Departamentales de Obras
Públicas”. En el período 1957-1962, el 24,2 % de sus inversiones se destinaron a obras
de saneamiento, con obras de instalación de agua potable en capitales de distritos. El
FNDE convocó a una licitación pública para la ejecución de obras de agua potable,
desagüe y plantas de tratamiento en 79 ciudades de Cajamarca, Lambayeque, La Liber-
tad, Ancash, Amazonas, Loreto, San Martín, Piura y Tumbes, por una suma cercana a
los 200 millones de soles; la Buena Pro fue adjudicada, por D.S. Nº 9 del 3 de mayo de
1961, a la Empresa Consorcio-Corporación Saneamiento del Nor y Nor-Oriente. En
realidad, el FNDE tenía recursos para la ejecución de obras de saneamiento básico en un
monto que sobrepasaba en mucho a los asignados, para tal fin y en conjunto a los Minis-
terios de Fomento y de Salud Pública.
En el período 1957-1965, gran parte de las inversiones del FNDE se destinó a obras de
instalación de agua potable y de desagüe en capitales de distritos, con poblaciones com-
prendidas entre 200 y 200.000 habitantes. En el trienio 1963-1965, se invirtieron en esas
obras 443 millones de soles.
“… durante el año 1964 destinó la suma de S/. 26’000,000 para instalación de servicios
de agua y desagüe que benefician a 124 mil habitantes... casi exclusivamente para pobla-
ciones de más de 2,000 habitantes. Además han llevado a cabo ampliación y mejoramien-
to de servicios de Agua Potable y Desagüe en grado diverso, con una inversión de más de
S/. 6’000,000 para una población de 257,000 habitantes (...) Con la creación de una Divi-
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El FNSBS contribuyó desde 1956, para tal propósito, parte de su renta al financiamien-
to del presupuesto del FNDE. Adicionalmente a las obras que el FNDE efectuaba en el
área urbana, el 9 de febrero de 1962 se promulgó la Ley 13997 o de Saneamiento Bási-
co Rural, que tenía la finalidad de “dotar de sistemas de suministro de agua potable y
disposición de excretas y aguas servidas a las poblaciones del medio rural", entendién-
dose como tales a las poblaciones menores de 2.000 habitantes.
La ingeniería sanitaria peruana fue una de las primeras en Sudamérica en introducir las
técnicas del tratamiento y reúso de las aguas servidas para transformar los ecosistemas
áridos de la costa. El “Proyecto Ecológico de San Juan de reuso de aguas servidas, re-
lleno de basuras, forestación y mejoramiento ambiental” se ejecuto entre 1959 y 1968,
bajo la dirección técnica del Ingeniero Sanitario Alejandro Vínces Araoz, quien había
regresado de Estados Unidos después de hacer estudios sobre control de contaminación
de cuerpos de agua. El Proyecto tuvo un costo total de 20 millones de dólares [50, 59].
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Casi tres décadas después, en 1996, el mismo Vinces [59] se lamentaría que, con el cur-
so de los años, el Proyecto de San Juan había perdido gran parte de su valor, debido a
que parte de sus áreas reservadas para fines agrícolas estaban ocupadas por viviendas
construidas durante invasiones que las autoridades no quisieron impedir, incluyendo
una parte de los bosques ubicados en 40 hectáreas de relleno sanitario, trabajo que había
demorado 10 años. No obstante, por su reconocida importancia los resultados del pro-
yecto fueron filmados por la OPS/OMS en 1990, para su presentación en la Conferencia
Anual de la Enviromental Water Federation de los Estados Unidos como uno de los tres
mejores proyectos de defensa ambiental de la América Latina.
Hasta antes de la promulgación de la Ley Nº 13997, todas las solicitudes para instala-
ción de servicios básicos de saneamiento en las poblaciones del medio rural debían ser
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atendidas por la Subdirección de Obras Sanitarias del Ministerio de Fomento, pero sólo
en contados casos y, generalmente con ayuda de la representación parlamentaria del
Departamento en que se ubicaba la localidad, se consignaban las partidas correspon-
dientes en el Presupuesto de la República. Los precarios resultados de esta modalidad de
gestión se expresan en el hecho de que en 1961, existiendo en el país 1.205 capitales de
distritos con menos de 2.000 habitantes (total acumulado de 817.058 personas), apenas
100 capitales (con un subtotal de 80.000 habitantes) tenían servicios de agua potable; es
decir, apenas el 0.9 % de la población rural contaba con tales servicios [58].
Con la intención de superar ese problema de cobertura, el Gobierno del Perú se había
comprometido con cumplir el punto siete de la Carta de Punta del Este de 1961, donde
se señala la meta regional de proporcionar agua potable para lo menos al 70 % de la po-
blación urbana y el 50 % de la rural de América Latina en el próximo decenio [62]. El
Gobierno Peruano, buscando el cumplimiento de ese compromiso promulgó, el 9 de fe-
brero de 1962, la Ley 13997 de Saneamiento Básico Rural, que encarga al MSPAS la
responsabilidad de la ejecución y administración de un Plan de Saneamiento Básico Ru-
ral, y faculta al Poder Ejecutivo para contratar los créditos necesarios y disponer la or-
ganización conveniente, para llevar al medio rural los beneficios del agua potable y de
la disposición final de excretas. Estableciendo como condición que las comunidades
participen con sus aportes económicos y laborales, en la financiación de sus sistemas.
En el art. 2º de la Ley se prescribe que el MSPAS “a través del Programa de Ingeniería
Sanitaria, proveerá los recursos económicos, materiales y equipo necesario para la reali-
zación de los estudios necesarios para la realización de los estudios, proyectos y ejecu-
ción de las obras de Saneamiento Básico Rural”. Fue promulgada por el Presidente Pra-
do y el Ministro de Fomento, Ing. Jorge Grieve. Era Ministro de Salud, el Ing. E. Wat-
son. Seis meses después, se aprobó el Reglamento de la Ley a través del Decreto Su-
premo Nº 125-62-DGS, del 13 de agosto de 1962.
Luego, por Decreto Supremo del 13 de noviembre de 1963 se encargó al Programa Na-
cional de Ingeniería Sanitaria del SESP la conducción del Plan Nacional de Saneamien-
to Básico Rural, que contaba con recursos propios para tal fin, que se reforzarían con
créditos gestionados ante el BID. Las Áreas de Salud, así como las Unidades de Salud,
deberían otorgar la primera prioridad a este Plan, apoyando la labor de sus Oficinas
Técnicas de Saneamiento Básico que, a su vez, recibirían apoyo logístico del SESP.
Desde el año1962, el Jefe del Programa Nacional de Ingeniería Sanitaria del SESP, Ing.
Zavala [48], ya advertía que sumaban varios millones de soles las inversiones que en
saneamiento básico hacía el FNDE , a través de sus Juntas de Obras Públicas Departa-
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mentales, y que se imponía una coordinación a nivel central con la Secretaría General
del Fondo y a nivel local con las citadas Juntas, para evitar superposiciones y dar cabal
cumplimiento a lo dispuesto en la Ley de Saneamiento Básico Rural y el Reglamento de
Construcción y Protección de Abastos Públicos de Agua Potable de agosto de 1947.
Recién en 1964 y ante el contrato de préstamo del Gobierno Peruano con el BID para la
ejecución del Plan de Saneamiento Básico Rural en su Primera Etapa, el FNSBS co-
mienza a efectuar aportes directos, que en este caso alcanzó un monto equivalente al
10% del costo de esa etapa, es decir una suma cercana a nueve millones de soles. Ade-
más, el Fondo quedó a cargo del pago de la amortización y servicio de la deuda contraí-
da con el BID para este propósito. En 1965, tres años después de la promulgación de la
Ley 13997, el mismo Zavala [49], hacía el siguiente comentario:
La Primera Etapa del Plan hacía referencia al programa 1965-1966, cuyas metas eran las
de beneficiar a un total de 205 localidades. En un subtotal de 150 localidades, las obras
fueron financiadas mediante un préstamo con el BID y recursos aportados por el
FNSBS, las Juntas de Obras Públicas Departamentales y la propia comunidad; y en las
55 restantes con recursos del Tesoro Público. En junio de 1966, datos oficiales sobre
los avances del programa informaban: (i) la conclusión de los estudios y diseño de125
proyectos, encontrándose en trabajo 25, habiendo ya sido 55 construidas; (ii) el término
de la construcción de sistemas de agua potable para 74 localidades, encontrándose en
trabajo 103, debiendo quedar a fines del año concluidas todas las obras programadas
para las 205 localidades; (iii) la estimación de la contribución de las comunidades, en un
10 % del costo de las obras; (iv) la organización de Juntas Administradoras en 54 loca-
lidades de las 74 obras construidas, encontrándose en organización las 20 restantes; y
(v) la formación del Fondo Rotatorio Aporte de Comunidades, cuyo objetivo es la for-
mación de un capital que permitiría otorgar préstamos a las Juntas Administradoras, pa-
ra la instalación de conexiones domiciliarias [63]. Al culminar la Primera Etapa del Plan
se habían construido y puesto en funcionamiento 191 sistemas de agua potable, de las
cuales 153 correspondían al Contrato con el BID y 38 a proyectos con financiamiento
nacional, y que beneficiaban a 180.000 personas.
La Segunda Etapa del Plan, correspondía al bienio 1967-1969, y se realizó con el apoyo
financiero del BID y las fuentes nacionales utilizadas en la primera etapa, teniendo co-
mo meta beneficiar a 307 localidades. La crisis económica y fiscal iniciada en 1967 im-
pediría el cumplimiento de la meta. En junio de 1968, en medio de dicha crisis, se in-
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Un aspecto importante del Plan era la organización de las comunidades para su partici-
pación en el proceso de saneamiento básico. Para ser beneficiaria del Plan, la comuni-
dad debía cumplir los siguientes requisitos: (i) contribuir a la construcción de la obra
mediante la mano de obra, la contribución económica de la comunidad y las facilidades
de transporte; (ii) aceptar el pago de una tarifa de servicio; (iii) constituir una entidad
responsable representativa de la comunidad – que podría ser un Comité pro-agua pota-
ble, una Junta de Agua Potable, una Junta Comunal – cuya misión será conseguir la in-
tervención de la comunidad en el proceso de aceptación y ejecución de la obra. Para la
construcción de las obras, el Plan había previsto tres modalidades: (i) por contrato, en
el caso de obras de cierta envergadura, aunque bajo la supervisión de los ingenieros de
las Áreas y Unidades de Salud; (ii) por administración o ejecución directa, con partici-
pación de la comunidad; y, (iii) combinación de contratos y administración.
Dispersión institucional
Al final del año 1968, teniendo como entidad central al MSPAS, se había establecido el
Subsector Público Nacional en Salud, que incluía en su ámbito a numerosas entidades
estatales y paraestatales vinculadas con el cuidado de la salud en su modalidad de Salud
Pública. De acuerdo a criterios establecidos en la normatividad vigente, en su ámbito
estaban incluidas las entidades y dependencias públicas que se detallan a continuación.
GOBIERNO CENTRAL
Entidades prestadoras de servicios de salud
Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social
Sanidad Militar, del Ministerio de Guerra
Sanidad de la Marina, del Ministerio de la Marina
Sanidad de Gobierno y Policía, del Ministerio de Gobierno y Policía
Dirección de Coordinación de Sanidad Escolar, del Ministerio de Educación Pública
Servicios Médicos de otros Ministerios.
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GOBIERNOS LOCALES
Entidades prestadoras de servicios de salud
Servicios de Salud de los Concejos Provinciales y Distritales.
Al final de la década de los sesenta, aquella dispersión institucional del Subsector Pú-
blico en Salud, así como las desigualdades en los índices de cobertura legal y consumo
de servicios de atención médica según entidades de salud expresaban objetivamente las
discriminaciones y exclusiones existentes en la sociedad peruana. De acuerdo con la
información oficial, se estimaba que en el año 1969 alrededor de tres millones de la po-
blación nacional carecía de atención médica. El resto de la población nacional (77,2%)
tenía una provisión de servicios médicos desigual y a veces discontinua. El MSPAS y
las Beneficencias Públicas cubrían a la población indigente o de escasos recursos, sien-
do responsables de la atención del 66% de la población accesible; además, el Ministerio
era responsable de prestar servicios de protección de la salud a casi toda la población
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nacional y era la única entidad que mantenía programas de penetración en el área rural,
a través de atención no profesional y de provisión de servicios de saneamiento básico.
El Sector Privado dirigía fundamentalmente su producción a la atención de la demanda
económica de los grupos de mayores ingresos y complementaba la atención del Seguro
Social del Empleado a través del sistema de libre elección [2, 27]. Además, existía una
notoria superposición de responsabilidades de estas entidades en la atención del adulto,
de los residentes en el área urbana y de los grupos de mayores ingresos, que contrastaba
con las limitadas responsabilidades institucionales en el cuidado de la salud de los ni-
ños, de los residentes en el área rural y de los grupos de menores ingresos.
Los hechos demostraron que las intenciones reales de las políticas sociales populistas
eran las de satisfacer las demandas de las agrupaciones populares, laborales y territoria-
les con mayor presencia en el escenario político, antes que atender de manera igualita-
ria o equitativa a los requerimientos de la ciudadanía. En un contexto de escasos recur-
sos frente a tales requerimientos, se aplicaron políticas diferenciadas en la prestación y
en el financiamiento de los servicios sociales con fines de mayor gobernabilidad. Para
asegurar el apoyo político de sus bases sociales y cooptar los actores sociales emergen-
tes se mantenía o se incrementaba aquella dispersión institucional, en tanto que de esta
manera se podía garantizar la prestación de mejores servicios – en términos de cobertu-
ra, de calidad y de costo – a esas bases y actores sociales. Comportamiento guberna-
mental que marginó o postergó a la población rural, especialmente indígena, de la pres-
tación de los servicios sociales básicos.
Como consecuencia de ese mayor gasto, al final de este período, el Sector Público
Nacional en Salud se había convertido en el mayor propietario de los medios de
producción de los servicios médico-sanitarios en el país, y el mayor empleador de la
fuerza de trabajo médica disponible. Pero tales cambios, solo habían beneficiado a los
grupos laborales urbanos y, desde la década de 1950, a la población urbano-marginal
hacinada en las “barriadas”; debido a que obedecían a políticas clientelísticas o de
cooptación. Además, los gastos de inversión se habían orientado a crear medios de
producción de carácter asistencial, especialmente hospitalarios, sin haberse previsto el
financiamiento futuro de sus costos operativos y de mantenimiento. De todas maneras
en comparación con los alcances de la política social aplicada por el Estado Oligárquico
en el período anterior, la instrumentada en estos años aparecía como progresista.
152
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
Saneamiento ambiental
Una de las metas más específicas y directas de la Carta de Punta del Este de 1961 fue la
propuesta para el saneamiento ambiental: “suministrar agua potable y servicios de al-
cantarillado por lo menos al 70% de la población urbana y al 50% de la población rural
en el próximo decenio, como mínimo”. De esta manera se reconocía plenamente la im-
portancia de esta meta para la salud de la población y el desarrollo económico de la
América Latina. El reconocimiento de esta importancia se reiteraría en la Declaración
de los Presidentes de 1967[66], donde se insta a:
En las tareas que demanda el cuidado de la Salud Ambiental, el Perú contó durante el
período 1935-1969 con la cooperación de diversas entidades internacionales, entre las
cuales se deben destacar – además de la OPS y la AIDIS – al Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), creado en 1959, y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fo-
mento (BM). El primer préstamo del BID fue otorgado al Perú para el proyecto de me-
joramiento del abastecimiento de agua y alcantarillado de la ciudad de Arequipa, que
153
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
estuvo a cargo del Ing. Jorge Pflucker. También fue importante, en los campos operati-
vos y de capacitación, la cooperación de la Fundación Rockefeller y el Instituto de
Asuntos Interamericanos, a través del SCISP [67].
En el quinquenio 1961-1965, el BID concedió préstamos por cerca de US$ 12,5 millo-
nes, para obras de agua potable, y US$ 1,2 millones para obras de alcantarillado en el
Perú. A su vez, la USAID y el EXIMBANK aportaron US$ 8,6 millones y US$ 6,6 mi-
llones, respectivamente, para programas de agua y alcantarillado; y el gobierno peruano
concedió US$ 13,5 millones como fondo de contrapartida. La población beneficiada se
estimó en 2’930.000 personas [67].
La visión del aprovechamiento racional de los recursos naturales tomó un nuevo impul-
so en 1949, en la Conferencia de las Naciones Unidas (NU) sobre la Conservación de
los Recursos Naturales, convocada para intercambiar experiencias y hacer recomenda-
ciones para la reconstrucción de las áreas devastadas por la Segunda Guerra Mundial.
En ella se determinó la competencia de las NU sobre los asuntos ambientales y condujo
en este sentido a las siguientes Conferencias de Estocolmo y Río de Janeiro. Después
de esa conferencia, en la cual participaron varios países de Latinoamérica, las Naciones
Unidas y sus agencias desarrollaron actividades que condujeron a diversos tratados, al-
gunos de ellos ratificados por los países de la región [68].
En el mundo occidental
Desde la segunda mitad del período anterior, miembros de la comunidad médica del
mundo occidental comenzaron a presentar argumentos sobre las limitaciones de una
Epidemiología que por su carácter naturalista, impedía su utilización para el estudio de
“patologías sociales”, generadoras de desigualdades y conflictos. Las debilidades teóri-
cas de la Epidemiología de Frost y Stallybrass ya estaban evidenciadas, y la aplicación
de los postulados de Koch había perdido su rigidez cognitiva inicial. Se proponía retor-
nar al punto de vista holístico de la Salud Pública, entendiendo a la salud sobre la base
de las relaciones entre el hombre y los diversos elementos de su ambiente. Es desde esa
posición contrahegemónica que, a partir de la década de 1930, el concepto de “homeos-
tasis” había comenzado a ser utilizado para definir a la salud [69].
154
Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
En la década del 50, el modelo explicativo biologicista entró finalmente en crisis cuan-
do intento explicar, de manera lineal y unicausal, el origen de las enfermedades cróni-
cas, las “nuevas epidemias” de la postguerra. Además, ya existían evidencias empíricas
que vinculaban las conductas individuales con las enfermedades crónicas y se estaba
construyendo un marco teórico basado en la ideas de multicausalidad. Gordon (1950) y
Leavell y Clarck (1953) recogen esas ideas y evidencias y proponen un nuevo enfoque
de la Epidemiología, como ciencia centrada en la “historia natural de la enfermedad”.
Luego, se plantearían los conceptos de “cadena de causalidad” y de “red de la causali-
dad”, este último formalizado por Brian MacMahon. Desde la década del 60, con la in-
troducción de la computación electrónica en el campo de la Epidemiología, se comenza-
ron a utilizar modelos matemáticos que posibilitaron el análisis cuantitativo de las rela-
ciones de esos múltiples factores de riesgo [69].
Por otro lado, Luis Mantilla Fernandini se graduaba en 1939 de ingeniero sanitario en
las universidades de Harvard y North Carolina; y al regresar al país, recibió el encargo
de la Escuela Nacional de Ingeniería para participar en la revisión del programa de for-
mación de ingenieros sanitarios que, en cumplimiento de aquella Ley, se estaba formu-
lando. Posteriormente, se le nombró catedrático de la Escuela de Ingenieros en dicha
especialidad. Terminado aquel encargo, Mantilla fue nombrado en el MSPTPS como
Jefe del Departamento de Ingeniería Sanitaria. Jefatura que le permitió contribuir en la
organización y la puesta en funcionamiento de una red nacional de servicios locales de
saneamiento ambiental orientada por nuevas concepciones sanitarias [39, 61].
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Cap. 4. Protección ambiental…: 1935-1968, Carlos Bustíos y Col.
“Durante el período 1943-1959 la producción de ingenieros fue en promedio seis por año,
aumentando a 25 por año durante el período 1960-1963. En 1964 había en actividad en el
sector público un total de 83 sanitarios, de los cuales 29 estaban en el MSPAS, 49 en otras
instituciones nacionales y municipales relacionadas con aspectos de saneamiento ambien-
tal. El número que trabajaba en el sector correspondía al 41% de los graduados…”. (T.
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
CAPÍTULO Nº 5
SALUD AMBIENTAL EN LA SALUD PÚBLICA
DESARROLLISTA. PERÚ: 1969-1992
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
En la primera fase del GRFA (1968-1975), bajo el comando del General Juan Velasco
Alvarado, se aplicó un Proyecto Nacionalista inspirado en una nueva concepción de Es-
tado Desarrollista y en la implantación de una reforma económica basado en la nacio-
nalización y socialización de la propiedad de los medios de producción, aunque sin
abandonar totalmente la política fiscal del pasado. Otra característica del Proyecto re-
formista era su corporativismo inclusivo, expandiendo su base popular y renunciando a
respaldar los intereses de la oligarquía nacional. Se trataba de efectuar reformas estruc-
turales para construir una “democracia social de participación plena” [1]. Durante los
primeros años de este GRFA, el Perú entró en una etapa de crecimiento económico que
duraría solo hasta el año 1974. Luego, las contradicciones internas del régimen, agrava-
das por la acumulación de errores en el manejo de lo económico y de lo político, provo-
carían una crisis económica y el término del proyecto reformista militar. Al final de esta
primera fase, el Estado controlaba la mayor parte del sistema bancario y había naciona-
lizado todas las refinerías de petróleo, la minería y las empresas de servicios públicos;
las fabricas de harina de pescado, cemento y la siderurgia.
En el año 1975, en medio de esa crisis económica, se inicia la llamada segunda fase del
GRFA (1975-1980), ahora dirigida por el General Francisco Morales Bermúdez. En esta
fase se retrocede o se abandonan las reformas establecidas en la primera. Corresponde a
los que fueron cinco años de inestabilidad económica y política, que acabarían, en lo
económico, con la adopción de un plan de estabilización ortodoxa bajo los auspicios
del Fondo Monetario Internacional (FMI); y, en lo político, con un llamado a la
161
Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
162
Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
El rasgo más destacado de la economía peruana entre el año 1969 y 1992 fue su estan-
camiento. Entre 1974 y 1988 la economía peruana creció a una tasa promedio anual de
solo 1,5%. El sector económico más golpeado fue precisamente aquél que orientó el
desarrollo desde los años 50 en adelante: la industria substitutiva de importaciones. La
tasa de crecimiento industrial descendió del 6,86% en el subperíodo 1950-1967, al
4,08% entre 1967-1974 y al 0,95% entre 1974-1988. La minería, por su parte, bajó su
tasa de crecimiento de 6,39% a 2,03% y a 3,79% en los mismos subperíodos. La agri-
cultura, declinante desde los años 50 tuvo, sin embargo, un decrecimiento más lento: de
2,39% a 1,91% y a 1,61% para dichos subperíodos. Los graves desequilibrios macro-
económicos experimentados desembocaron, al final del período, en un extraordinario
déficit fiscal (en 1990 alcanzó el 6,8 % del PBI), una devastadora hiperinflación (alcan-
zó más del 2.400 % de promedio anual durante el periodo 1986-1990) y una deuda ex-
terna que pasó a representar cerca del 56 % del PBI. Como resultado, el producto per
cápita se contrajo en una tasa promedio anual del 3,5 % [2].
Durante las décadas de 1970 y de 1980 el desarrollo minero peruano estuvo principal-
mente a cargo de empresas estatales, centradas en la exportación de metales como el
hierro, el cobre y la plata. Hasta principios de la década de 1990 el cobre, el cinc, el
plomo, la plata y el hierro representaban alrededor de 97% de las exportaciones minera-
les, lo que le permitía tener una estructura de exportaciones de minerales diversificada y
cierta estabilidad frente a las fluctuaciones de precios de los productos primarios [2].
163
Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
mo año el 20% más rico concentraba el 46,6% del ingreso en el Perú, mientras que el
50% más pobre recibía solo el 21% [5, 6].
Por otro lado, los indicadores de pobreza estimados por GRADE a partir de los datos
de la Encuesta Nacional de Consumo de Alimentos (ENCA) 1971-1972 y los de la En-
cuesta Nacionales de Niveles de Vida (ENNIV) 1985-86 y 1991[5], nos muestran que
la pobreza (medida a través de líneas de pobreza comparables) ha tenido un comporta-
miento pautado por la dinámica económica. Primero, con un decrecimiento de la po-
breza entre 1972 y 1986, que coincide con los primeros años del régimen aprista y,
luego, un incremento de 16 puntos, coincidente con la crisis económica iniciada en el
año 1987 y agravada con el shock económico de 1991. En este último año, la pobreza
se había extendido: es así, por ejemplo, que “si analizamos, los hogares por niveles de
pobreza y carencia en Lima Metropolitana para los años 1985, 1990 y 1991, nos damos
cuenta que la pobreza se ha masificado, durante 1985 el 16% de los hogares consumían
por debajo de la línea de la pobreza, en 1990 el 44,4% y para 1991 el 48,9%” [4],
La Reforma Agraria fue uno de los principales propósitos de las guerrillas de 1965, pero
éstas, al no recibir el apoyo campesino, fueron derrotadas militarmente por las Fuerzas
Armadas. Pocos años después, durante la primera fase del GRFA se aplicó una política
pro-indígena: se oficializó la lengua quechua, se proclamo la primera ley de comuni-
dades nativas y campesinas que permitía titular tierras indígenas, y se realizó una refor-
ma agraria de gran magnitud disolviendo las grandes propiedades agrícolas a nombre de
las comunidades campesinas. La intención era poner a fin a la secular explotación del
indígena campesino. De manera concordante con este sentido de la reforma, las “comu-
nidades indígenas” comenzaron a denominarse “comunidades campesinas y nativas”.
Pero los resultados económicos de la reforma agraria estuvieron muy lejos de los espe-
rados. Indicadores de este fracaso fueron, como es conocido, el decrecimiento significa-
tivo de la producción agropecuaria, la masificación de la emigración de campesinos ha-
cia la ciudad, y el incremento de las importaciones de alimentos. No obstante, un resul-
tado importante de ésta y otras reformas del GRFA fue la liquidación de la arcaica oli-
garquía terrateniente y financiera – el núcleo del grupo que Carlos Malpica denominó
“los dueños del Perú” –, así como de los viejos enclaves extranjeros. Hechos que contri-
buirían de manera significativa a modernizar la economía nacional.
El historiador Nelson Manrique [7], hace un comentario sobre las barreras que impidie-
ron, primero, la consolidación de las reformas de la primera fase del GRFA y, luego, el
escaso éxito de las medidas que los siguientes gobiernos trataron de aplicar para su-
perar la postergación o marginación de los campesinos andinos y selváticos.
“Las bases objetivas sobre las cuales históricamente se había producido y reproducido
el orden oligárquico habían sido removidas. Pero las mentalidades y el imaginario oli-
gárquico sobrevivieron al fin de la oligarquía. El racismo y el corporativismo seguían
vivos en las subjetividades y cerraban a los imprescindibles cambios que la realidad
demandaba. Los intentos de abrir la estructura social a la movilidad social fueron resis-
tidos por esas cárceles de larga duración que son las mentalidades. Y la incapacidad de
abrir el camino para el despliegue de la nueva realidad sentó las bases para el estallido
en los año ochenta de una de las peores crisis de la historia peruana” (N. Manrique,
2004 p. 50)
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
No obstante esos avances normativos, entre 1980 y 2000, durante la guerra del Estado
Peruano contra Sendero Luminoso: "el 75% de las víctimas fatales del conflicto armado
interno tenían el quechua u otras lenguas nativas como idioma materno" y de la totali-
dad de víctimas reportadas, “el 79% vivía en zonas rurales y el 56% se ocupaba en ac-
tividades agropecuarias" (Conclusiones Generales de la CVR, p. 1) [8],
Casi todo el período analizado corresponde al del ordenamiento de las entidades públi-
cas a partir de la definición y delimitación de los ámbitos sectoriales de la actividad pú-
blica. Ordenamiento que obedeció a lo dispuesto en el artículo 20º de la Ley de Ministe-
rios, Decreto Ley Nº 17271, dado el 3 de diciembre de 1968 [9]. Ley que, iniciando la
ejecución del Plan de Reestructuración Integral de la Administración Pública, delimitó
sectores de actividad pública, cada uno con un ámbito particular en el que se ubicaba un
ministerio, así como organismos públicos descentralizados y empresas públicas. En es-
ta nueva norma, se define al Ministerio como la institución central de cada Sector, y
al Ministro como el funcionario que le compete la función primordial de dirigir el Sec-
tor, de acuerdo con una política previamente establecida. “Cada Ministro formula y di-
rige la política que corresponde a su respectivo sector en armonía con la política general
y los planes de gobierno” (art. 10º). En el treceavo considerando de esta Ley, se elimi-
na el Ministerio de Fomento y Obras Públicas, con el fin de mejorar la ubicación de sus
distintas dependencias en nuevos ministerios especializados, los cuales son creados por
esta norma; entre ellos, el Ministerio de Vivienda y Construcción. Además, el Ministe-
rio de Salud Pública y Asistencia Social fue reemplazado por el Ministerio de Salud.
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
su cargo los servicios públicos en los asuntos que les corresponden, así como la supervi-
sión y control de los organismos públicos descentralizados y de las empresas estatales
del Sector o Sectores que les compete”.
“Los Ministerios son organismos administrativos del Poder Ejecutivo que formula, en
coordinación con los Gobiernos Regionales, las políticas sectoriales de su competencia
Les corresponde dictar las normas sectoriales de alcance nacional en los asuntos de su
competencia y prestar a través de los organismos públicos descentralizados que se reser-
van expresamente el nivel central de Gobierno, bienes y servicios sectoriales; así como
supervisar y evaluar la ejecución de las políticas sectoriales. Tiene a su cargo la supervi-
sión y control de las instituciones públicas descentralizadas que conformen el Sector co-
rrespondiente. Asimismo ejecutan las acciones e inversiones en los casos que le son re-
servados al Gobierno Nacional”. (art. 19 del D. Legislativo Nº 560)
Sin embargo de esa declinación, a partir de 1980 la migración interna del campo a la
ciudad tomó un nuevo impulso debido a la coincidencia de dos fenómenos coyunturales:
(i) el fracaso de un modelo desarrollista y centralizador, que privilegió la economía de
la capital y la costa sobre la del resto del país; y, (ii) el conflicto armado interno, que
provocó el desplazamiento forzoso de grandes contingentes de campesinos andinos a
ciudades que presentaban mayores niveles de seguridad [13].
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Además, de acuerdo a los estudios de Matos Mar [16], el crecimiento de los pueblos jó-
venes y de su población siguió siendo muy alto en la Lima de esos años. En 1990, el
número de barriadas sobrepasaban el millar, con una población de 3,3 millones de habi-
tantes. La proporción de esta población con relación a la total de Lima Metropolitana
continuaba elevándose: 17,2 % en 1961; 24,4% en 1972; 36,4% en 1981; y, 51,4% en
1990. Matos concluye diciendo que si a esta última cifra se suma la de los pobladores
de tugurios y de barrios tradicionales en deterioro, de igual o parecido origen migrante,
el 85% de la población de Lima Metropolitana vive en espacios urbano de dudosa salu-
bridad. Por último, el autor nos informa que en las demás principales ciudades del Perú
también continuaba incrementándose el número de pueblos jóvenes; nueve ciudades que
en la década de 1970 casi no tenían pueblos jóvenes, vieron el surgimiento y la expan-
sión de éstos en la década de 1980.
“Así, en 1986, Arequipa tenía 93 barriadas, con 42,845 habitantes; Chiclayo 54 y 27,866
habitantes; Chimbote 50, con 27,476 habitantes; Cuzco 32, con 6,095 habitantes; Huanca-
yo 13 y 2,242 habitantes: Ica 17, con 27,534 habitantes; y finalmente Trujillo con 32 ba-
rriadas que reunían a 38,394 pobladores”. (J. Matos Mar, 1990, p. 11)
167
Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Para fundamentar esa afirmación se argumenta que ese deterioro mantiene una estrecha
relación con el estilo de desarrollo nacional, caracterizado históricamente, desde la épo-
ca colonial, por sustentarse en una selectiva explotación de recursos naturales dentro de
un modelo exportador primario impuesto por la economía del mercado. Estilo de desa-
rrollo que determinó una estructura productiva nacional, con una peculiar dinámica y
funcionalidad que motiva un diferente y deficiente aprovechamiento de los recursos na-
turales, ocasionando una degradación o agotamiento de los mismos, así como el des-
equilibrio y cambios sustanciales en la estructura de los ecosistemas naturales. A estas
causas vinculadas con el estilo de desarrollo, se añade la alta frecuencia de desastres na-
turales que contribuyen a dicho deterioro, debido a la destrucción de viviendas, equipa-
miento urbano e infraestructura productiva que provocan [17].
Tugurización de la vivienda
La misma ONERN informaba que en 1979, de las 45 ciudades más pobladas del país, el
mayor índice de densidad poblacional se ubicaba en los tugurios de Huancayo, con 7,8
habitantes por vivienda. Además, que los datos de una encuesta realizada en 1981 por
el MVC – en 471 familias de Lima Metropolitana residentes en 21 tugurios – informa-
ban lo siguiente: siete de los tugurios eran callejones, cuatro solares y los diez restantes
eran quintas y edificios de departamentos. Las familias muestreadas eran inquilinos le-
gales con un promedio de cinco miembros y una correspondencia de 3,4 personas por
cuarto. El 84% de los tugurios tenían servicios colectivos de agua y desagüe [18].
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Además, Hernando De Soto [20] señala que en el año 1982, del total de viviendas en
Lima Metropolitana, el 42,2% pertenece a los asentamientos informales, el 49,2% a los
barrios formales y el 8,2% restante a áreas tugurizadas. En estas últimas, las casonas
subdivididas se encontraban en pésimo estado de conservación por el tiempo que tienen
de existencia y por el excesivo hacinamiento de sus habitantes. De acuerdo con el mapa
de tugurización, en Lima las zonas de mayor hacinamiento se encuentran en Barrios Al-
tos (parte del distrito del Cercado) y el distrito del Rímac; en ellas sobrevivían aproxi-
madamente 30.000 familias que habitaban en más de 600 predios – callejones, quintas,
corralones, casonas y azoteas – con habitaciones precarias, cuyas características princi-
pales son el hacinamiento y la ausencia de servicios básicos elementales.
Los datos de los últimos censos sobre la proporción de viviendas con conexión domi-
ciliaria para agua potable mostraban, a nivel nacional, un incremento lento pero cons-
tante de este indicador: de 21,1% en 1961 a 29,9% en 1972 y a 37,9% en 1981. El año
censal de 1981, el 59 % de las viviendas ubicadas en el área urbana tenían servicios de
agua potable y el 57% tenían alcantarillado. De manera muy distinta, en el área rural
solo el 10% del total de viviendas tenían agua potable y apenas el 0,2% disponía de
alcantarillado [22].
El precio pagado por el agua de bebida es un indicador de las dificultades que enfrenta
la población que carece de los servicios domiciliarios de agua potable. En las zonas ru-
rales de la Región Central solamente el 3% de la población servida pagaba una tarifa
adecuada. En Lima Metropolitana y en abril de 1991, por ejemplo, mientras que la tarifa
por conexión domiciliaria cobrada por SEDAPAL bordeaba los 15 centavos de dólar
por m3 de agua, en las áreas urbano-marginales, abastecidos por camiones cisternas, se
pagaba entre tres y cuatro dólares por m3 (Del Agua-Perú, 1991) [26].
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
El Ministerio de Salud reportó que, durante 1986-1988, en las áreas rurales de los depar-
tamentos de Junín, Huancavelica y Pasco, solamente el 33% de la población consumía
agua de buena calidad. Para la zona urbana, reportó que en la Provincia del Callao el
40% de la población consumía agua con contaminación fecal. Las fuentes de agua cru-
da se continuaban deteriorando y el agua que llegaba a las plantas potabilizadoras tenía
características inferiores en calidad a aquellas para las cuales habían sido diseñadas. Al
final del trienio se estimaba que menos del 20% de los servicios de agua urbanos y me-
nos del 1% de los rurales cuenta con desinfección permanente [24, 26].
Al final del período, la situación de los servicios de aseo urbano seguía siendo muy in-
satisfactoria, sólo se notaban algunos avances en las ciudades de mayor tamaño y un
gran atraso en las ciudades medianas y pequeñas. Los problemas de aseo urbano eran
graves a nivel de Lima Metropolitana y de las ciudades que habían tenido un crecimien-
to demográfico acelerado como Chimbote, Trujillo, Piura, Sullana, Arequipa y otras, en
las que el movimiento migratorio determinó la aparición de pueblos jóvenes y áreas
donde la situación de insalubridad era crítica. Se estimaba que en la ciudad de Lima y
para el subperíodo 1985-1987, la producción diaria de residuos sólidos podría llegar a
las 4.500 toneladas, alcanzando la recolección a unas 3.600 toneladas por día, de las
cuales solo se transportaban unas 3.000 toneladas diarias a lugares de disposición final
autorizados; o sea 1.500 toneladas por día, quedaban depositadas en la vía pública, en
terrenos baldíos y en los llamados basurales [25].
Al final de la década de 1980, en las demás ciudades del país se estaba produciendo
aproximadamente 6.800 m3 de residuos sólidos diariamente, con un porcentaje de reco-
lección de apenas el 40%. Sin considerar Lima, Arequipa y Trujillo, existían en el país
más de 300 localidades de más de 2.000 habitantes, de las cuales sólo 55 contaban con
servicios públicos de recolección de basuras. En las poblaciones de más de 10.000 habi-
tantes, casi el 90% de la disposición final se realizaba en botaderos a cielo abierto [26].
Contaminación ambiental
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
En el año 1986, la ONERN [26] informaba que la calidad del aire en el país “presenta
un progresivo deterioro”, por falta de un control efectivo de la emisión de contaminan-
tes (humos, gases, partículas en suspensión, polvos y malos olores), generados por
procesos utilizados por industrias ubicadas de manera inapropiada en el espacio urbano
y que, además, no efectúan dicho control; por la combustión de los motores de explo-
sión de las unidades de transporte; y, en menor medida, por los desechos domésticos.
171
Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Paralelamente al desarrollo minero, los efectos nocivos que generaban las antiguas ex-
plotaciones mineras y fundiciones (pasivos ambientales mineros), diseminadas en gran-
des extensiones del territorio peruano, ya constituían un serio problema ambiental y de
salud. La mala contención de residuos y los inadecuados métodos de gestión de la
enorme cantidad de materiales peligrosos y contaminantes asociados a la explotación
minera ya habían provocado filtraciones generalizadas, vertidos de ácidos y contamina-
ción de agua, así como otros efectos perjudiciales para la biodiversidad y los ecosiste-
mas. Ejemplos de este problema era la contaminación de ciertas cuencas hídricas cla-
ves, como la del río Rímac, del Mantaro, Pisco, Madre de Dios, Llaucano y Santa. Los
riesgos de contaminación se veían agravados por la propensión del Perú a los movi-
mientos sísmicos [27, 28].
Los sismos
La alta vulnerabilidad del país a los desastres naturales se hizo evidente, nuevamente,
con el terremoto del 31 de mayo de 1970. Como consecuencia del movimiento, un blo-
que del nevado Huascarán se desprendió y sepultó bajo la nieve a la ciudad de Yungay.
El sismo destruyó la capital y las principales ciudades del departamento de Ancash;
calculándose que murieron 67.000 personas, que desaparecieron 20.000 y quedaron he-
ridos 150.000. Los servicios de agua potable y alcantarillado de esas localidades, y su
infraestructura urbana en general, fueron afectados en mayor o menor grado [29].
El fenómeno El Niño
De acuerdo a Lizardo Sainer [30], ocurrieron en el Perú, entre 1969 y 1992, cuatro
eventos tipo El Niño: uno calificados como “muy fuerte” (1982-1983), otro como “fuer-
te” (1972); y dos como “moderados” (1976, 1987).
172
Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Otros desastres
.
El Dr. Ing. Vidal Taype Ramos [34] informa que durante el período 1971-1981 sucedie-
ron un total de 1.373 fenómenos geodinámicos externos: 1.161 huaycos, 95 inundacio-
nes, 106 deslizamientos y 11 aluviones. Para la década un promedio anual de 105 huay-
cos. Las inundaciones en las llanuras amazónicas y los huaycos o aluviones que ocurrían
anualmente entre diciembre y marzo continuaron produciéndose de manera devastadora;
para citar un caso, en marzo de 1989 se registraron 14 huaycos en un solo día en las que-
bradas de los ríos Santa Eulalia y Rímac, afectando asentamientos humanos en Chosica
que dejaron 6.750 afectados. Por otra parte, las sequías afectaban principalmente al sur
andino con una periodicidad promedio de 7 u 8 años (CAF, 2000, p. 186) [33]
“En un lapso de 57 años (1925-1982), se han producido 4,747 desastres naturales en el te-
rritorio nacional; de los cuales 4,300 corresponden a huaycos, 209 inundaciones, 45 a alu-
viones y 193 a deslizamientos… pudiendo apreciarse… la pérdida de vidas humanas
(46,279 personas) así como de tierras de cultivo (61,600 Ha.)… el huayco de mayor des-
trucción ocurrió el 12 de febrero de 1981, destruyendo parte de la Carretera Central… vía
férrea y campos de cultivo… estimándose los daños económicos en aproximadamente cua-
tro mil millones de soles (US$ 8’190,000)…”. (ONERN, 1986, p.219) [18]
A inicios del período 1969-1992, se aprobó el Decreto Ley N° 17505, Código Sanita-
rio, dado el 18 de mayo de 1969. En la Sección Cuarta del Libro Segundo de este Códi-
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
“Artículo 143°.- El Saneamiento Ambiental comprende: (i) el control sanitario del aire,
los ruidos, las aguas, las tierras, y los desperdicios; (ii) la higiene de los locales de pro-
ducción y expendio de alimentos y bebidas; y, (iii) la lucha contra los animales y el con-
trol de los productos químicos o físicos dañinos a la salud humana”. “Artículo 147°.- Los
planes de desarrollo de las ciudades guardan estrecha relación con los aspectos de Sanea-
miento Ambiental, como son: agua potable, alcantarillado, disposición de aguas servidas,
aseo urbano, disposición de desechos sólidos y contaminación atmosférica…”. “ Artículo
148°.- Cualquier planteamiento de desarrollo de servicios relacionados con el Saneamien-
to Ambiental, cuando la magnitud y jerarquía de éstos lo justifiquen, debe ejecutarse bajo
la debida coordinación y aprobación de la Autoridad de Salud”. “Artículo 149º.- La Auto-
ridad de Salud coordina y aprueba los planes y proyectos en materia de aprovechamiento
de los recursos de agua en todos los aspectos que se relacionen con la salud pública y bie-
nestar de la colectividad” (Código Sanitario, Minsa, 1978, p. 25).
El Código Sanitario reiteraba, siete años después haberse promulgado Ley Nº 13997, de
Saneamiento Básico Rural, que los sistemas de suministro de agua potable y disposi-
ción de excretas y aguas servidas a poblaciones del medio rural constituyen aspectos
específicos de saneamiento que guardan estrecha relación con la salud.
A inicios del período 1969-1991 se formalizó la Ley General de Aguas, por Decreto
Ley Nº 17752 del 24 de julio de 1969 [36]. Para esta ley, las aguas, sin excepción algu-
na, son de propiedad del Estado, y su dominio es inalienable e imprescriptible. El uso
justificado y racional del agua sólo puede ser otorgado en armonía con el interés social
y el desarrollo del país (art. 1º). El orden de prioridades señala que, en primer lugar, está
el consumo de la población; luego el consumo de los animales, el del sector agrícola y,
por último, los usos energéticos, mineros e industriales.
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
el Decreto Ley Nº 17523, Ley Orgánica del Sector Salud, [39], donde se reitera que co-
rresponde al Ministerio de Salud: planear, dirigir, coordinar y controlar las actividades
de salud y de asistencia social del Sector Público, y orientar, regular y estimular las ac-
tividades privadas del Sector Salud. Entre esas actividades se encuentran las correspon-
dientes al saneamiento ambiental, así como otras vinculadas con la promoción y la pro-
tección de la salud ambiental.
Al final del Gobierno de García, se formaliza por Decreto Legislativo Nº 560, del 28
de marzo de 1990, una nueva Ley del Poder Ejecutivo [11], que deroga la anterior. En
la nueva norma se mantienen a los Ministerios de Salud y de Vivienda y Construcción,
ahora con funciones fundamentalmente normativas, debiendo coordinar sus planes y
programas con los nuevos Gobiernos Regionales.
“Art. 27.- Corresponde al Ministerio de Salud formular y evaluar las políticas de alcance
nacional en materia de salud y supervisar su cumplimiento. Norma las actividades de
promoción, protección y recuperación de la salud y de la rehabilitación. Ejecuta las co-
rrespondientes al cuarto nivel de atención. En coordinación con los Gobiernos Regionales,
formula los planes y programas que le corresponden en las materias de su competencia”.
“Art. 30º.- Corresponde al Ministerio de Vivienda y Construcción formular, evaluar y su-
pervisar las políticas de alcance nacional en materia de normalización, investigación,
desarrollo urbano y edificación. Igualment6e formula normas sobre protección del medio
ambiente y el patrimonio público de la Nación…. En coordinación con los Gobiernos Re-
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
gionales, formula los planes y programas que le corresponden en las materias de su com-
petencia. (Decreto .Legislativo Nº 560).
En 1977 se crean las Direcciones Regionales de Vivienda, y la DGOS pasa a ser un or-
ganismo técnico normativo y coordinador del Plan Nacional Urbano de Agua Potable y
Alcantarillado. Asimismo, se emprendió la reforma de la estructura de la administración
de 182 servicios de agua potable y alcantarillado en el país, agrupándolos en diez Ofici-
nas Zonales, de acuerdo a su proximidad geográfica. Estas Oficinas fueron las respon-
sables de administrar los diferentes sistemas de saneamiento que operaban en su juris-
dicción. Además, se les entregó la administración de las rentas de los servicios, resultan-
tes del pago de las tarifas correspondientes [25]. Poco después, buscando reactivar el
sector vivienda, se creó el Fondo Nacional para la Vivienda (Decreto-Ley Nº 22591, del
23 de enero 1979).
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
tuyó en una empresa estatal, que proveía de servicios de agua potable y alcantarillado a
toda el área urbana del país, a través de sus 10 unidades operativas y 15 empresas filia-
les, que tenían su sede en las ciudades con mayor desarrollo demográfico. El propósito
de su constitución era la de fortalecer las ventajas que en términos de dimensión del
mercado atendido y consecuentes economías de escala había tenido la DGOS [25]. Sin
embargo 200 ciudades del país (20%) quedaron fuera de SENAPA y administraron la
provisión de sus propios servicios.
Finalmente, en abril de 1990, a través del Decreto Legislativo Nº 574 [40] se modificó
el marco normativo del MVC, tratando de adecuarlo al proceso de regionalización en
marcha. Se dispuso la transferencia, a título gratuito, de todas las empresas filiales y
entidades operativas del SENAPA a las Municipalidades Provinciales y Distritales. Por
otro lado, el órgano de línea del Ministerio, la Dirección General de Saneamiento Am-
biental, mantuvo sus funciones normativas, y su empresa estatal, SENAPA, se convir-
tió en Organismo Público Descentralizado del Sector Vivienda, conservando su rol de
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
asistencia técnica a las municipalidades “en los campos del planeamiento, programa-
ción, financiamiento, preparación de proyectos y ejecución de obras” que éstas le solici-
ten, participando, además, en la formulación de políticas, planes y programas nacionales
de saneamiento, e interviniendo en la ejecución de proyectos y obras reservadas al Go-
bierno Nacional Sin embargo a lo dispuesto en el Decreto Legislativo N° 574, com-
plementado por el Decreto Legislativo N° 601, ese proceso de transferencia fue parali-
zado durante el gobierno de Fujimori.
Al inicio del período, en el Reglamento del Decreto Ley N° 17523 se identifica a la Di-
rección del Programa de Ingeniería Sanitaria como una dependencia de la Dirección
General de Programas Especiales de Salud del MINSA. Esta Dirección se constituye en
el órgano encargado de dirigir, coordinar y controlar el desarrollo de los programas de
saneamiento ambiental de competencia del MINSA. En la apertura programática del
Presupuesto del MINSA para el bienio 1971-1972, se identifica el Programa Presupues-
tario N° 2376. Agua Potable, Alcantarillado Rural y Promoción de Recursos de Agua; el
mismo que, seis años después, en el Presupuesto para el bienio 1977-1978, se identifica
como el N° 1108. Ingeniería Sanitaria [1, 25].
Con relación a los recursos financieros del DIGEMA y del área de Saneamiento Am-
biental en el nivel central se identificaron, en la apertura programática presupuestal del
Ministerio de Salud para el año 1984, dos programas presupuestales: el Programa ope-
rativo del Medio Ambiente, ejecutado a nivel central por DIGEMA; y, el Programa de
inversiones del Medio Ambiente, con cinco Entidades Ejecutoras Presupuestales ( Di-
rección del Medio Ambiente, Apoyo al Sector Salud I, Sistema de Agua Potable Sierra,
Plan Nacional de Agua Potable Rural y Proyecto Medio Ambiente).
En el año 1985, con ocasión de la reorganización del Ministerio de Salud, dentro del
marco del Decreto Legislativo Nº 351, la DIGEMA fue reemplazada por la Dirección
Técnica de Saneamiento Ambiental (DITESA), que asumió las responsabilidades técni-
co-normativas que en este campo le correspondían al MINSA. La DITESA debía cum-
plir tales responsabilidades vinculándose estrechamente con los Institutos Nacionales,
particularmente con el Instituto de Salud Ocupacional. Además, la Dirección de Sanea-
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Años después, en 1990, de acuerdo al art. 24° del Decreto Legislativo N° 584, Ley de
Organización y Funciones del Ministerio de Salud [42], la DITESA fue reemplazada
por la Dirección General de Salud Ambiental (DIGESA), a la cual “le compete el sa-
neamiento básico, la salud ocupacional, higiene alimentaria, zoonosis y promoción del
ambiente”. Esa misma Ley se transfirió a los Gobiernos Regionales las funciones de
equipamiento, rehabilitación y conservación de equipos, construcción de infraestructura
física y saneamiento básico rural. DISABAR quedó encargada solamente de la aún no
formada Región Lima/Callao y de acciones de consultoría técnica en el resto del país.
Sin embargo, con el cambio del gobierno en 1990 y los hechos posteriores al autogolpe
de 1992, esa transferencia quedaría suspendida [25].
Esa acción supletoria del nivel operativo local del MINSA en el campo del saneamiento
ambiental se efectuaba y se efectuaría, en el curso de los años, cada vez con más dificul-
tad y, por tanto, de manera deficiente e insuficiente. Los problemas señalados en los pe-
ríodos anteriores se agravaban. Los ingenieros sanitarios renunciaban para ocupar pues-
tos mejor remunerados, y la demanda de apoyo de las Direcciones Regionales del MIN-
SA para la formación de inspectores de saneamiento a la Escuela de Salud Pública del
Perú disminuía sensiblemente. Peor aún, como consecuencia de los avances del terro-
rismo en las áreas rural y suburbana, el trabajo de campo estaba abandonado.
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En el año 1985, la Ley Nº 24305 facultó al Poder Ejecutivo la creación del Consejo
Nacional de Protección del Medio Ambiente, pero cuando el Consejo de Ministros revi-
só el Proyecto de Decreto Legislativo correspondiente, recibió objeciones de parte de
los Ministros de Minería, de Industrias y de Marina, por lo que se cambió su denomina-
ción por el de Consejo Nacional de Protección del Medio Ambiente para la Salud (CO-
NAPMAS), con el fin de precisar los límites de su ámbito de competencia [44].
Por tal razón, en el Decreto Legislativo Nº 354, Ley del CONAPMAS [45], se precisa
que esta entidad es un Organismo Público Descentralizado del MINSA, y que su crea-
ción tiene por objeto establecer las políticas, normas y planes para la protección de la
población frente a la contaminación del medio ambiente. Se le encarga proponer, nor-
mar y evaluar las Políticas Nacionales de Salud en relación con el Medio Ambiente y
velar por su cumplimiento; debiendo, además, actuar como órgano de consulta de la
Presidencia de la República, a través del Ministro de Salud. Asimismo, se le reconoce,
por delegación del Ministro de Salud, como la máxima autoridad y última instancia en
la materia. El Consejo Nacional, presidido por el representante del Ministro de Salud,
estaba conformado por: la Asamblea del Consejo, máximo organismo deliberativo y re-
solutivo; el Comité Ejecutivo del Consejo; y la Secretaría Ejecutiva.
El Día Mundial del Medio Ambiente, 5 de julio de 1986, el Ministro de Salud juramentó
al Ing. Sanitario Edmundo Elmore como Presidente del Consejo, y, a través de él, al
Comité Ejecutivo. Al renunciar Elmore, a inicios de 1987, el cargo sería ocupado, suce-
sivamente, por los Ingenieros Sanitarios Augusto Navarro y Mauricio Pardón. Todos
ellos en condición de ad-honorem. El primer Secretario Ejecutivo del CONAPMAS fue
el Ing. Sanitario Manuel Villanueva Lara, quien ejerció tal cargo entre enero de 1986 y
octubre de 1987, siendo reemplazado por el Ing. Jorge Ruiz Botto [44].
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Con todo, los municipios seguían siendo los únicos responsables de la gestión de la
limpieza pública en el nivel local, aunque se mantuvieron las limitaciones existentes en
otros aspectos de la salud ambiental, como la disposición de los residuos sólidos. la hi-
giene de los alimentos y la inspección de establecimientos. MINSA debía asumir en esta
área solo funciones normativas, de asesoramiento y fiscalización. Sin embargo, la ges-
tión municipal seguía con los problemas descritos para períodos anteriores; además de
los derivados de la escasez de recursos, sufría de los resultantes de la lenta incorpora-
ción de prácticas modernas de gestión. Por ejemplo, la producción diaria de residuos
sólidos en Lima, para el período 1985-1987, podría llegar a las 4.500 toneladas, alcan-
zando la recolección a unas 3.600 toneladas por día, de las cuales solo se transportaban
unas 3.000 toneladas diarias a lugares de disposición final autorizados [31].
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
dios. Aceptando este hecho, el Estado adoptó una política orientada por la idea que era
mejor facilitar y convalidar dicha toma, siempre cuando se realizaran en y se ubicaran
en zonas donde no se provocara conflictos con las tendencias de los urbanizadores pri-
vados, así como de acuerdo a regulaciones establecidas al respecto por las autoridades.
Así, la reivindicación por urbanizaciones se fue limitando a reclamos por los terrenos.
Incluso, más adelante, comenzaron a fundarse nuevas barriadas divididas en “lotes ti-
zados”, es decir terrenos baldíos en que se habían marcado con tiza las manzanas y lo-
tes (sin área construida), que correspondían a un plano de urbanización. En solo tres
años se distribuyeron cerca de 13.000 lotes tizados. Los grandes asentamientos humanos
creados durante el Gobierno Militar, así como los programas municipales desarrollados
en la década de los 80, no fueron otra cosa que programas de este tipo [15, 22, 47, 48].
De acuerdo a Ramírez y Riofrío [14], si bien las urbanizaciones populares de los se-
senta y setenta empezaban desde la más absoluta precariedad, el hecho de estar asenta-
das según planos de urbanización y muchas veces con planes de desarrollo les dio el ca-
rácter de “barriadas asistidas”. El proceso de mejoramiento de estos barrios y en parte
los formados en los ochenta ha contado con los siguientes elementos distintivos:
Ha sido masivo, pues se pudo tener acceso al suelo en la mayoría de las grandes ciu-
dades del país en cantidades apropiadas para la demanda del explosivo crecimiento
urbano. Se urbanizaban las áreas eriazas que rodeaban la ciudad y no terrenos agríco-
las que tienen un valor comercial.
Contó con la seguridad en la tenencia del suelo, pues cada familia estaba asentada
dentro de un lote de terreno que aparecía dentro de un plano aprobado por la autori-
dad. Apenas iniciada una ocupación, se iniciaba el trámite “de reconocimiento legal”.
Las familias obtuvieron así una seguridad en la tenencia, que les permitió desplegar
sus esfuerzos en el mejoramiento de la urbanización y la vivienda.
Se efectuaron procesos masivos de dotación de agua y alcantarillado, servicio eléc-
trico y edificación de equipamientos esenciales tales como escuelas y puestos de sa-
lud. Estos procesos se efectuaron muchas veces como resultado de las iniciativas de
la población. Los movimientos de pobladores ya en los sesenta buscaban se dote
deservicios y equipamiento a los asentamientos. Ello se efectuó en porciones impor-
tantes de la ciudad durante los años setenta y parte de los ochenta.
El problema de la vivienda para los pobres (y su construcción) quedó reducido al
asunto del suelo y su mejoramiento. La política de vivienda en el Perú sacó provecho
de una situación en la que las familias solamente demandaban un espacio vital para
iniciar allí su esfuerzo propio en edificar la vivienda.
El respeto y diálogo con la organización vecinal y la seguridad en el proceso de me-
joramiento de la ciudad proporcionaron una ciudadanía parcial a un vasto sector de
pobres urbanos. Este modelo de atención a las necesidades urbanas de los pobres ha
tenido una serie de reglas, respetadas por poblaciones y autoridades. Se trató de una
especie de pacto social de la habitación popular, que empezó a resquebrajarse en los
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
ochenta y se ha roto y olvidado desde los años noventa. Dentro de ese pacto el asunto
de la entrega de suelo en vez de vivienda ha sido un elemento clave.
Asimismo, de acuerdo a los datos proporcionados por un estudio efectuado por Petrera y
Estrada [50], la inversión pública total en el mejoramiento del ambiente físico (ahora
medida en dólares constantes a precios de 1988) totalizó durante todo el sexenio 1985-
1990 un monto de 201,5 millones de dólares; con un promedio anual de 33,3 millones.
Monto total que representaba apenas el 0,1% del PBI y el 11,1% de la inversión pública
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
total. Su composición por objeto del gasto fue la siguiente: 74,1% para agua; 19,0% pa-
ra alcantarillado; y 3,5% para desechos sólidos. Por otro lado, la participación de las
instituciones públicas en esos gastos fue la que sigue: 52% para SEDAPAL; 28,9% para
SENAPA y 13,1% para el MINSA. El análisis comparativo temporal de esa inversión
total, ahora por trienios, mostró la disminución del gasto promedio anual de 40,0 mi-
llones para el trienio 1985-1987 a otro de solo 27,0 millones para el trienio 1988-1990.
El bajo nivel de esos gastos, impidió todo avance significativo en la cobertura de los
servicios de saneamiento básico. Más aún, afectó la capacidad de reposición de la in-
fraestructura urbana afectada en el año 1983 por el fenómeno de El Niño. Se estaban
acumulando las insuficiencias y deficiencias de dicha infraestructura que facilitarían el
ingreso de la epidemia del cólera a nuestro país. Para poner en perspectiva, las conse-
cuencias de la irracionalidad de ese comportamiento es pertinente comentar que, poste-
riormente, se estimó en mil millones de dólares lo que costó al Perú las primeras 10
semanas de la epidemia de cólera; así como que el Sector Salud tuvo que gastar, en ese
mismo lapso, 60 millones de dólares para el control de epidemia y el tratamiento de los
casos de cólera (El Comercio, 23 de abril de 1991).
El Ministerio de Salud siguió hasta 1990 a cargo del saneamiento básico rural. Las
obras de agua potable y de disposición de aguas servidas para las poblaciones en el área
rural, durante el período 1969-1980, las ejecutaba la Dirección de Ingeniería Sanitaria
del MINSA, con el aporte de la mano de obra comunal. Luego, desde 1981, la Dirección
de Saneamiento Rural (DISAR) quedó encargaba del planeamiento y la programación
de estudios y obras para la dotación de servicios de agua potable en el área rural. Final-
mente, la Dirección de Saneamiento Básico Rural (DISABAR), como dependencia de la
DITESA del MINSA, quedó en 1985 como el órgano encargado de normar, controlar,
fiscalizar y supervisar el Plan Nacional de Saneamiento Básico Rural [1, 25].
Por otro lado, tal como y se comentó en páginas anteriores, se había conformado en
1982 el CONCOSAB), de composición multisectorial, que en 1985 presentó el docu-
mento Plan Nacional de Saneamiento Básico para el decenio 1984-1995. Para la formu-
lación del Plan, el Comité contó con la cooperación técnica de la OPS, de la GTZ y del
Banco Mundial [24, 50]. El Plan establecía una inversión de 1.021 millones de dólares;
sin embargo, entre 1981 y 1988 solo se invirtieron 250 millones, de los cuales apenas el
5% se destinó al área rural. Asimismo, con el apoyo de la Agencia para el Desarrollo
Internacional, desde 1980 hasta 1989 DISABAR participó en un proyecto de sistemas
rurales de agua, facilitando la construcción de 980 de estos sistemas en pequeños pobla-
dos rurales a través de un modelo institucional descentralizado de saneamiento rural
185
Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
A fines del año 1979, el MINSA informaba que desde 1964 se habían realizado, bajo
esa modalidad, un total de 1.050 obras, favoreciendo a una población de 1’200.000 ha-
bitantes del área rural, cubriendo una meta del 20% de la población rural nacional. Para
lo cual se habían ejecutado tres planes nacionales de agua potable rural, financiados
parcialmente por el BID, además de otras acciones paralelas utilizando otros recursos de
cooperación externa, como los procedentes del UNICEF y CARE. Pero también, a fines
del año 1979, el mismo Ministerio debía informar sobre la existencia de defectos en el
funcionamiento administrativo de las Juntas de Agua Potable, y de debilidades en la su-
pervisión y asesoría a las mismas de parte del MINSA que pretendía actuar a nivel na-
cional, con recursos cada vez más limitados para cumplir su misión.
Aunque al inicio de las obras existía gran disposición de la comunidad para asumir la
tarea de operación y mantenimiento del sistema de agua, la evaluación señalaba como
uno de los problemas frecuentes la falta de mantenimiento del sistema instalado. La ma-
yoría de municipalidades se limitaba a realizar coordinaciones con donantes y participar
en la construcción de la infraestructura sin considerar de manera suficiente el fomento
de la participación de la comunidad en el sostenimiento del sistema. A estas deficiencias
de gestión, se sumaban otros factores como la política financiera orientada al subsidio,
ausencia de reconocimiento legal de los organismos de gestión comunal, construcción
de infraestructura separada de la educación en salud e higiene y ausencia de un marco
institucional consolidado.
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
los servicios de aseo en seis ciudades y asesoró a los Municipios para su implementa-
ción. Por otro lado, a través de DIGEMA, inició estudios de evaluación de la contami-
nación de los cursos de agua, que incluye catastro de usuarios y contaminadores.
En esa misma década hubo una iniciativa por parte de la Oficina Sanitaria Panamerica-
na de la Salud (OPS) de apoyar al Gobierno Central en la implementación de rellenos
sanitarios en algunas ciudades del norte del país (Piura y Trujillo). La OPS financió, en
cooperación con las municipalidades provinciales, la elaboración de los proyectos así
como su ejecución, acompañando por un corto tiempo la operación de los mismos. Sin
embargo, después de un corto período de transferencia a las municipalidades, decayó el
interés y la asignación de recursos, convirtiéndose los rellenos sanitarios en botaderos
[51]. Al final del período no existía en el Perú ningún relleno sanitario.
El Sistema de Defensa Civil desde su creación, por doctrina, misión y visión, responde
a un diseño para hacer frente a situaciones de emergencia y está estrechamente orienta-
do a la Defensa Nacional de la cual forma parte. El Sistema completó su estructura
institucional en Setiembre de 1987 con la dación del Decreto Legislativo Nº 442, que
crea el Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI) como una entidad pública con au-
tonomía presupuestal, administrativa y como organismo central, rector y conductor del
Sistema. El año 1991, el Sistema de Defensa Civil, pasa a denominarse Sistema Nacio-
nal de Defensa Civil (SINADECI). Desde su creación, el INDECI puso el mayor énfa-
sis en mitigar los impactos de un desastre natural y en los trabajos de auxilio que en
prevenirlo y adaptarse a él. Sin llegar a implementarse a plenitud [ 12].
Hasta fines del período, la educación en seguridad ambiental estaba orientada funda-
mentalmente por un conjunto de ideas elaboradas en los años 70, en el marco de la ocu-
rrencia de eventos de magnitud de aquel terremoto. Ese conjunto de ideas, conocido
como el “enfoque de desastre”, había puesto énfasis en la preparación de la población
para hacer frente a una situación de desastre ambiental (sismo, huayco, incendio, inun-
dación, etc.), en el supuesto de que el nivel del desastre dependía fundamentalmente de
la magnitud del fenómeno y de la capacidad de respuesta de la población.
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Según comenta Renán Póveda [27], antes del decenio de 1990 la mayoría de las empre-
sas mineras en el Perú operaban bajo el presupuesto de que su contribución al país y a la
sociedad debía limitarse a: (i) el desarrollo de la economía local mediante la creación de
empleo, la construcción de infraestructuras básicas, la ampliación de los mercados loca-
les (en especial en zonas pobres y remotas); y (ii) las contribuciones fiscales a través de
los impuestos y los pagos por las concesiones. Pocas empresas se enfrentaron a los pro-
blemas ambientales (y las que lo hicieron se las arreglaron para hacerlo de forma muy
limitada) durante y antes de la década de 1980. El marco regulador previo a la década
de 1990 no incluía ningún mecanismo que obligase a las empresas a cumplir con nor-
mas ambientales o sociales, o con la remediación/compensación de la degradación am-
biental. Incluso las empresas mineras extranjeras conocidas por su rigor en la garantía
de los adecuados efectos ambientales y sociales en sus países de origen, a menudo no
tuvieron una actitud decidida en la adopción de medidas concretas que garantizaran un
mayor respeto de las normas ambientales en el Perú
.
Control sanitario de los alimentos
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
La Escuela de Salud Pública del Perú continuó con sus actividades de capacitación de
posgrado y de formación de técnicos señaladas en páginas anteriores. A partir de 1983
un contingente importante del experimentado personal docente de la Escuela cesó en sus
funciones o se retiró voluntariamente a otros cargos mejor remunerados en el Sector Sa-
lud. Entre ellos el Dr. Mario León Ugarte, director general fundador de la Escuela,
quien se retiró por propia voluntad después de 19 años de brillante gestión al frente de
esta institución. De la misma forma, cesó a su solicitud el Ing. Carlos Mantilla Fernan-
dini, jefe fundador de la sección de formación de personal de mando medio y auxiliar de
la Escuela, y último docente ingeniero sanitario que quedaba en la misma.
Las políticas de salud que se aplicaron en el país entre los años 1969 y 1990 estuvieron
marcadas, en general, por el carácter desarrollista y, por lo general, voluntarista de las
políticas globales de desarrollo aplicadas desde el año 1969. En este período se sucedie-
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Por su parte, los estudios realizados por G. Hall [55], utilizando datos oficiales de los
años 1985-86 y 1990, y tomando como base los gastos del año 1985 (100%), muestran
resultados que corroboran el comentario hecho en el párrafo anterior, por lo menos en lo
que corresponde al subperíodo 1985-1990. De acuerdo con sus cálculos sobre la evolu-
ción de los gastos anuales en el sector salud: el gasto total habría decrecido de 100 en
1985 a 47 en 1990, el gasto corriente de 100 en 1985 a 53 en 1990, y el gasto en forma-
ción bruta de capital (inversión) de 100 en 1985 a apenas 9% en 1990. “Esta disminu-
ción implicó un deterioro aún más grande en el gasto per cápita y, dado el incremento
de la pobreza que acompañó a este período, también produjo una severa restricción en el
gasto de las personas pobres” (G. Hall, 1994, p. 299).
Por otro lado, a la escasez de recursos se sumó una severa crisis institucional del sector
público. El gobierno enfrentaba constantes paralizaciones de los trabajadores del sector
salud, desalentados por sus bajas remuneraciones. Durante los últimos años se registró
un promedio de 150 días anuales de paralización. Según la ENNIV de 1991, solo el
50% de la población nacional que se sentía enferma y deseaba recibir atención médica
logró acceso a un servicio de salud. El porcentaje en el área rural era mucho menor:
mientras que el área urbana el 65% de la población accedía a atenciones médicas, en el
área rural esta cifra no alcanzaba al 34% [54].
Los hechos sucedidos en el Perú entre 1969 y 1990 muestran el fracaso de las políticas
de organización e instrumentación de un modelo sectorial de cuidado de la salud, cuan-
do éstas se aplican de manera descontextualizada y como parte de políticas generales de
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
En otro ámbito, la Asamblea General de las Naciones Unidas (NU) acogió el 10 de no-
viembre de 1980, a través de la Resolución 35/18, la recomendación de la Conferencia
de las NU sobre el Agua (Mar de Plata, 1977) para que el período 1981-1990 fuera de-
signado el Decenio Internacional del Abastecimiento de Agua Potable y del Saneamien-
to. La recomendación aprobada otorgaba prioridad a “proporcionar a toda la población
agua de buena calidad en cantidad adecuada y servicios básicos de saneamiento para
1990, dando prioridad a los más pobres y a los menos favorecidos…” [57]. Adicional-
mente, en el año 1977, la OMS al aprobar la meta social "Salud para Todos en el Año
2000", que planteó la estrategia de la Atención Primaria de Salud, ya había reconocido
que uno de los ocho elementos esenciales de tal estrategia era contar con "un adecuado
abastecimiento de agua y saneamiento básico" [58],
Dieciocho después de formulado aquel Plan Decenal, los gobiernos de la Región eva-
luaron –en la Reunión de San Juan de Puerto Rico– los resultados obtenidos, conclu-
yéndose que: no obstante los esfuerzos efectuados en esos rubros, cerca de un tercio de
la población de los países de las Américas aún carecía de esos servicios básicos en el
año 1990; las ciudades continuaban teniendo un crecimiento sin precedentes y en mu-
chas de ellas la infraestructura básica se encontraba sobrecargada y a punto de desmo-
ronarse. Reconociéndose, además, una mayor demanda de agua sana y un deterioro de
la calidad de este recurso crítico. La aparición de una epidemia de cólera en las costas
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
del Pacífico de América del Sur, a menos de 40 días de concluido el Decenio aludido,
confirmaría este deterioro [57].
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Sin embargo, el debate sobre el cambio climático expresaría muy bien los intereses na-
cionales en torno del deterioro ambiental global. Se constituyó un escenario con más
intereses contrapuestos que acuerdos, aunque se compartiera la percepción de la grave-
dad del deterioro ambiental tanto por las sociedades nacionales como por la humanidad.
En este escenario el rol de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y del Banco
Mundial (BM) radicó en allanar el camino para un proceso global de modernización
tecnológica, construcción de instituciones e impulso a un campo de negocios alrededor
de la crisis ambiental [64, 65].
Cooperación externa
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
A nivel del Perú, puede decirse que entre los años 1969 y1985 se intensificó la coope-
ración técnica de las agencias internacionales en los esfuerzos hechos por el país para
superar sus problemas de salud ambiental. La OPS/OMS y su CEPIS contribuyeron a la
introducción de tecnologías adecuadas, a la difusión de información especializada, al
desarrollo de los laboratorios análisis del agua y a la formación de especialistas, entre
otros aspectos. El Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial siguieron
dando su apoyo, hasta el año 1985, en el financiamiento de los proyectos de inversión.
Se contó con la participación activa de otras agencias internacionales como la UNICEF,
la GTZ, AIDIS, CARE y ADRA/OFASA. Como ya se comentó anteriormente, durante
el quinquenio 1985-1990 esa cooperación fue restringida por la orientación heterodoxa
de la política económica del Gobierno Peruano [67].
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
Desde el inicio del período ya se estaban produciendo en la Región de las Américas, si-
guiendo las tendencias mundiales, cambios en los límites del campo de la salud am-
biental - más allá del saneamiento ambiental - , así como en los fundamentos de sus ac-
ciones prioritarias. Cambios que tenían como origen una mayor preocupación mundial
sobre los problemas ecológicos derivados del desarrollo de un sistema de producción
económica con escaso interés sobre sus efectos negativos sobre la salud. Es así que en el
año 1969 se expresaba, en el Informe Final de la Segunda Reunión Especial de Minis-
tros de Salud de las Américas [70], lo siguiente:
“En los años venideros, los Gobiernos tendrán que hacer frente a problemas ambientales
de mayor magnitud y complejidad. El adelanto de la tecnología dejará una estela de ten-
siones humanas más complicada. Aumentarán los contaminantes y abarcarán desde los
microbiológicos hasta aquellos que proceden de sustancias químicas… El crecimiento de
las ciudades agravará los problemas… Las mayores densidades de población y la vivienda
deficiente aumentarán los riesgos… En el futuro, los organismos de salud tendrán que
ampliar sus actividades a fin de tomar en consideración los barrios míseros, la pobreza y
la suciedad; la ignorancia y la delincuencia, y los efectos que estos factores tienen sobre la
salud…” (OPS, 1973, p. 8).
Tres años después, en el Informe Final de la III Reunión Especial de Ministros de Salud
de las Américas (Santiago, Chile, 2-9 octubre de 1972) [60], se reiteraba y de ampliaba
esa advertencia, anunciándose “el renacer de la ecología”:
“El renacer de la ecología – la antigua ciencia que Haeckel creara hace 100 años - ha ocu-
rrido con vigor en los últimos cinco años… Hablamos hoy de una concepción de la salud
que busca el conocimiento de los seres humanos en su integridad, en armonía con su me-
dio interno y externo. Lo sucedido en las sociedades industriales debe servir de adverten-
cia a los países en desarrollo. En efecto, la explotación de las riquezas naturales, la indus-
trialización y la urbanización no programada han producido la contaminación del aire,
del agua y del suelo que ha afectado el equilibrio favorable de las especies… así como la
producción y el consumo de alimentos, la salud y el bienestar. A estos componentes físi-
cos hay que agregar los de orden psicológico y social… Como nunca en el pasado las de-
cisiones de Gobiernos, instituciones y personas tienen consecuencias que trascienden, con
mucho, los efectos inmediatos. Procede pensar y actuar ecológicamente, modificar nues-
tros juicios de valor y nuestra conducta si queremos evitar o limitar el daño del medio
humano y de la salud en las comunidades” (OPS, 1973, p. 7).
En consonancia con aquellas nuevas tendencias, en los inicios de la década del 70, se
diseñaron varios modelos teóricos que pretenden explicar la situación de salud de una
población a partir de una concepción ecológica, para fines de definición de políticas de
salud. En los siguientes años, prevaleció uno de ellos que, con pequeñas diferencias de
los propuestos por otros autores, resultó aceptable para los fines prácticos de la defini-
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Cap. 5. Salud ambiental I: 1969-1992, Carlos Bustíos y Col.
ción de dichas políticas. Este modelo “campo de la salud” fue propuesto inicialmente
por H. L. Laframboise (1973), y utilizado por Marc Lalonde para plantear la nueva polí-
tica sanitaria de Canadá (1974), así como por Alan Dever como base de su propuesta de
“modelo epidemiológico para el análisis de una política sanitaria” (1976). Propuesta y
planteamientos que son coincidentes, en esencia, con las ideas de H. Blum (1968) [66].
El modelo aludido establece cuatro “divisiones primarias” entre los factores de riesgo
que pueden afectar a la salud, es decir, define cuatro “campos de fuerza” de los deter-
minantes de la salud: estilos de vida, ambiente, organización del sistema de salud y bio-
logía (población y su acervo genético). La crítica fundamental al modelo Laframboise-
Lalonde es su énfasis sobre los estilos de vida que hace regresar al individuo las respon-
sabilidades del cuidado de la salud. En respuesta a esta crítica, H. Blum propone el “pa-
radigma del bienestar en salud”, en el cual se define al ambiente como el principal cam-
po de fuerza, “el más presente y omnipotente”, en el cual incluye ambiente natural y ar-
tificial, educación, cultura, formas de gobierno político y paz. Además, los campos de
fuerza se relacionan mediante un círculo envolvente y continuo formado por “población
/ sistemas culturales / satisfacciones humanas (salud mental) / equilibrio ecológico / re-
cursos naturales” [68].
Para Lalonde, los principales factores condicionantes de esas enfermedades eran los
ambientales, así como los comportamientos o estilos de vida. Sin embargo, éstos no te-
nían la misma prioridad que se asignaba en Canadá a los servicios médicos, aún cuando
eran responsables en su conjunto de más del 80% de la causalidad de dichas enfermeda-
des. De acuerdo a la lógica de Lalonde, había que convertir a la “promoción de la
salud” en un área de trabajo prioritaria; es decir, en una estrategia del gobierno orienta-
da a solucionar los problemas de salud a través del desarrollo de políticas públicas y ac-
ciones para el logro de cambio de comportamientos y estilos de vida. La propuesta in-
cluía el fortalecimiento de la acción comunitaria para poder actuar en los distintos esce-
narios en los que las personas desarrollan su vida cotidiana [68].
La creación de ambientes saludables, está muy relacionada, con las políticas públicas y
con estilos de vida saludables. Una de las acciones de la promoción de la salud es el me-
joramiento del entorno físico y psicosocial. En relación con la creación de ambientes
saludables es indispensable relacionarlos con los estilos de vida saludables. Es una es-
trategia que no debe desarrollarse sin la participación de las comunidades. Una política
de ambientes saludables no tiene el mismo impacto si no se consideran las necesidades
sentidas por las comunidades. La medida destinada a la creación de ambientes saluda-
bles está encaminada a trabajar en micro ambientes como; vivienda, edificios, escuelas,
universidades.
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Por otro lado, en la década de 1950 había nacido en los países industrializados una nue-
va profesión, la Ingeniería Ambiental, para enfrentar problemas ambientales vinculados
con las aguas residuales y residuos químicos peligrosos de la industria. En las siguientes
décadas el campo de acción de la nueva profesión se fue ampliando progresivamente
hacia el “control de la contaminación ambiental”, las responsabilidades corporativas y
aplicación de estrategias de control.
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
CAPÍTULO Nº 6
SALUD AMBIENTAL EN LA SALUD PÚBLICA
NEOLIBERAL Y NEOPOPULISTA. PERÚ: 1992-2005
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
mediante los cuales se hacían llegar “obras” y servicios a los sectores que habían estado
más desconectados con el Estado y el mercado. Se trataba de un mecanismo de inter-
cambio de intereses particulares, antes que de lealtad. El triunfo de Fujimori en las elec-
ciones de 1995 se debió, en gran parte, al fuerte gasto social invertido en aquellas redes
neoclientelares, especialmente a través de los programas de compensación social. En lo
que se refiere al segundo tipo de instrumentos, se utilizó una “lógica electoral mediáti-
ca” para promocionar – a través de la televisión y la prensa – los viajes del Presidente
por todo el país, mostrando lo “cerca” que estaba de la población; así como para difun-
dir “psicosociales”, cuando la coyuntura lo aconsejaba. El asesor presidencial Vladimiro
Montesinos pudo montar “un aparato de propaganda del que se beneficiaron tanto los
ejecutivos como los periodistas”. Finalmente, con relación a los instrumentos coactivos,
también se impuso una “política del miedo”, que consistió en imponer una draconiana
Ley de Huelgas, criminalizar la protesta pública y poner la etiqueta de “terrorista” a to-
da oposición incómoda. Como efecto de esta política coercitiva los conflictos sociales
se redujeron y por momentos desaparecieron del espacio público [3, 6, 7].
No obstante esos avances gubernamentales en el campo político interno, en marzo de
1996 la economía peruana presentó signos de crisis fiscal, lo que obligó al gobierno a
efectuar un reajuste de su programa económico, para lo cual tuvo que llegar a un acuer-
do con los países del Club de París en condiciones no muy favorables para el país. Para-
lelamente, desde agosto de 1996, comenzaron las acusaciones públicas de acciones de
corrupción cometidas por Montesinos, en su condición de asesor presidencial, y por los
mandos militares en las zonas cocaleras.
Dos años después de aquel reajuste, se produjo un claro punto de quiebre en la tenden-
cia del crecimiento del PBI nacional. Los estragos del fenómeno de El Niño 1997-1998
sumados a los efectos de la crisis económica asiática y rusa al comercio exterior provo-
caron un nuevo debilitamiento económico del país. En esta situación, el PBI peruano
creció apenas 0,3% en 1998, el menor avance en seis años, iniciándose una recesión
económica que debilitaría al régimen. Además, por el lado de lo político, la “interpreta-
ción auténtica” de la Constitución logró la viabilidad “legal” de la reelección de Fujimo-
ri a un tercer período presidencial consecutivo, y todas las decisiones del gobierno se
subordinaron a las necesidades de dicha reelección. Los resultados de las elecciones
generales efectuadas el año 2000 dieron nuevamente el triunfo a Fujimori. Sin embar-
go, a diferencia de su primera reelección, estos resultados fueron fuertemente cuestio-
nados en su legitimidad, a nivel nacional e internacional [2].
Luego, apenas 49 días después de juramentar como presidente reelecto por segunda vez,
Fujimori tomó la inesperada decisión de convocar a nuevas elecciones generales para
abril de 2001. Factor desencadenante de esta decisión, tomada el 16 de septiembre del
2000 fue el escándalo Montesinos-Kuori. La presión internacional, los escándalos de
corrupción, los conflictos internos del régimen y las grandes movilizaciones populares –
especialmente de los frentes provinciales, departamentales y regionales – provocaron la
interrupción del tercer gobierno de Fujimori. El 13 de noviembre de 2000, Fujimori
salió del Perú con destino a Brunei; seis días después renunció desde Japón a la
presidencia de la República. Al final del segundo milenio, nueve y medio años después
de iniciada la aplicación del PAE en el país, el Perú se encontraba nuevamente en una
situación de crisis económica, política y, especialmente, moral.
205
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Tres de esas políticas de Estado eran la décima tercera, la décimo novena y vigésima
primera, que tienen como objetivo, respectivamente, el “acceso universal a los servi-
cios de salud y a la seguridad social”, el “desarrollo sostenible y gestión ambiental” y el
“desarrollo en infraestructura y vivienda”. Con estos objetivos, el Estado se comprome-
tió a promover una cultura de la salud, ampliando el acceso a los servicios de agua y al-
cantarillado. Asimismo, se comprometió a facilitar el acceso a una vivienda digna, per-
mitiendo su densificación, abaratamiento y seguridad. Se comprometió también a con-
solidar un sistema habitacional integrado al sistema económico privado, con el Estado
en un rol subsidiario, facilitador y regulador de estas actividades. Finalmente, se com-
prometió a fomentar el saneamiento ambiental y a buscar mejorar la calidad de las vi-
viendas autoconstruidas. Para poner en práctica esta décimo novena política, el Estado
asumía ocho compromisos, que si bien no eran explícitamente mandatarios servirían de
marco de las acciones gubernamentales a adoptar en ese campo.
Durante el primer año del funcionamiento del Foro del Acuerdo Nacional se lograron,
en medio de grandes expectativas, importantes avances para el logro de sus propósitos,
entre ellos la definición por consenso de 31 políticas de Estado, 268 sub-políticas; 817
indicadores y 747 objetivos; así como la instalación de la Secretaría Técnica Autónoma.
[8]. Sin embargo, en los siguientes años la participación efectiva de dicho Foro en la
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
afirmación de un consenso para la instrumentación de esas políticas del Estado fue insu-
ficiente. A julio del 2003, los avances en el cumplimiento de la mayoría de las políticas
de Estado estaban estancados o eran muy discretos. La opinión generalizada es que el
Foro se había convirtió en una "plataforma mediática utilizada por los gobiernos de
turno para temas de coyuntura", en lugar de trabajar políticas de largo plazo.
Reformas que en el campo del cuidado de la salud y al final del año 2005 habían conso-
lidado la segregación de los diferentes grupos sociales peruanos al interior del sistema
nacional de salud, incluyendo dos componentes distintos del subsistema público. El de
la seguridad social financiada por un régimen contributivo, bien dotado de recursos,
que sirve a los trabajadores asalariados y sus familias; y el de la salud pública, finan-
ciado precariamente por un régimen no contributivo administrado por el MINSA, y que
debe atender a las personas pobres y vulnerables. El sustento político del nuevo modelo
de reforma en el campo de la salud se deriva de un concepto dual y contradictorio del
servicio de salud y de sus principales insumos (medicamentos, vacunas); por una parte,
bienes públicos esenciales para la realización del derecho a la salud y, por otra, mer-
cancías sujetas a las leyes del mercado, donde se producen con fines de lucro.
.
Vulnerabilidad a los desastres naturales en el Perú: 1992-2005
Estos eventos han tenido un costo significativo tanto en el capital humano como en el
capital físico del país. Se estima que más de dos millones de personas fueron afectadas
por los desastres naturales durante 2000-2004, con un costo anual de aproximadamente
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
un billón de soles o US$ 325 millones (Larsen y Strukova, 2006) [11]. Costos moneta-
rios elevados, aunque no tanto como en Bolivia o Colombia. La población pobre suele
ser la más vulnerable a los efectos de estos desastres, debido a varias razones: construc-
ción de sus casas donde la tierra es barata, frecuentemente cerca de la parte baja de los
ríos y laderas escarpadas; ausencia del control de uso de la tierra en estas áreas; pobre
calidad de la construcción; carencia de medidas básicas de alivio; medio de vida margi-
nal y limitada capacidad de estos grupos para recuperarse de los impactos económicos.
Las estadísticas del INDECI ponen de manifiesto un aumento gradual del total de emer-
gencias y daños por desastres naturales ocurridos entre 1995 y 2003. Se contabilizó
9.179 emergencias, 2.989 fallecidos, más de dos millones de damnificados; así como de
392.798 viviendas afectadas y 124.544 viviendas destruidas. Asimismo, informan que
las heladas han producido 80 fallecidos por enfermedades respiratorias agudas, así como
más de 190.000 damnificados, daños en 24 mil viviendas y pérdidas de más de 27 mil
hectáreas de cultivos [9, 10, 12].
Aunque estos desastres tienen orígenes naturales, muchos, principalmente las inunda-
ciones y los deslizamientos, son influenciados por las actividades humanas que modifi-
can las condiciones ambientales La erosión del suelo y la deforestación, han contribuido
a un riesgo mayor de inundaciones en áreas bajas y también contribuyen a crear condi-
ciones para movimientos de masa del suelo que resultan en deslizamientos y huaycos.
La urbanización y una mayor densidad demográfica han conducido a una mayor exposi-
ción a potenciales desastres en áreas específicas que concentran actividades socioeco-
nómicas.
Esos efectos negativos, tuvieron un impacto directo sobre la infraestructura de agua po-
table y de alcantarillado, provocando el colapso o afectando seriamente la prestación de
los servicios correspondientes. De acuerdo a estimaciones de las empresas prestadoras
209
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
de dichos servicios, la población afectada alcanzó a algo más de 3,2 millones de habi-
tantes, y los daños sufridos en su infraestructura ascenderían a los 71 millones de dóla-
res. Por otro lado, estas consecuencias, así como las provocadas directamente por las
elevadas temperaturas, determinaron una serie de situaciones favorables al desarrollo de
vectores y a la mayor incidencia de las enfermedades transmisibles Los departamentos
más afectados fueron los de la costa norte e Ica [9, 14].
Tal como ya se comentó, al final del período anterior los efectos fiscales y sociales de-
rivados de la aplicación de un drástico plan de estabilización económica había agravado
la crisis nacional que afectaba al país desde el año 1988. La pobreza extrema incidía
sobre el 22% de los habitantes del país, uno de cada cinco peruanos no lograba acceder
a una canasta básica compuesta sólo por alimentos. La fuerte reducción del gasto públi-
co en salud, en un contexto de severa contracción de los ingresos familiares, aumentaba
las limitaciones en el acceso a los servicios de salud y de saneamiento ambiental. Res-
pecto a estos últimos, apenas el 25% de la población rural tenía rudimentarios sistemas
de cañerías de agua; sólo el 35% de la población nacional tenía retretes y en áreas rura-
les ese número era de 2%. De éstos, ninguno tenía sistemas de cloacas. Aún cuando al-
gunas familias habían instalado letrinas de pozo ciego, más de tres cuartos de la pobla-
ción rural no tenía instalaciones formales de evacuación de excrementos. De la misma
manera, a nivel nacional, 42% de la población arrojaban su basura en un río o campo, y
en áreas rurales este porcentaje crecía a 78% [14, 15].
En Lima hacia 1990, entre 20 y 25% de la población no tenía agua corriente, y se pro-
veían principalmente mediante camiones de agua; suministro que se efectuaba sin nin-
gún control de calidad sobre el agua. Las aguas servidas de Lima eran arrojadas al mar a
través de tres colectores ubicados en las playas aledañas a la ciudad. En este mar exis-
tían reservorios de peces y mariscos que eran utilizados para el consumo humano. En
otras zonas del país las aguas servidas se descargaban sin tratamiento en ríos, lagos y
océanos. Se estimaba que cerca de 4.000 hectáreas de tierra agrícola de la costa perua-
na eran regadas con desagüe. En 1991, existían en el Perú las condiciones ecológicas
necesarias para la aparición de una epidemia de cólera y, potencialmente, convertir al
país en una zona endémica de esta enfermedad [14, 15].
El enero del año 1991 el Perú comenzó a ser azotado por una epidemia de cólera. Al fi-
nal del mismo año, los servicios de salud habían atendido a 322.562 sospechosos de
cólera, con un total de 2.909 defunciones (tasa de mortalidad 9 por 100.000), 15 de cada
mil habitantes acudieron a establecimientos de salud presentando síntomas del cólera.
Los primeros casos fueron informados casi simultáneamente en tres ciudades costeras
Chancay, Chimbote y Piura, luego se diseminó rápidamente a toda la costa y sierra,
siendo las poblaciones de los pueblos jóvenes y de las áreas rurales las más vulnerables.
En 1992, el número de casos de cólera en el Perú también fue alto, con 239.139 casos y
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
886 defunciones. Además, se ha calculado que esta epidemia provocó al país una pér-
dida de 770 a 1.000 millones de dólares americanos para 1991, por diversos rubros:
agricultura, pesca y turismo, casi la quinta parte de los ingresos normales de la exporta-
ción. En el curso del año 1991, la enfermedad se extendió a 14 países de América La-
tina y del Caribe sumando un total de 366.017 casos, siendo el Perú, el país, que agrupó
al 83% de total de casos presentados en la Región. Al final del año 1996 la epidemia se
había extendido a 21 de esos países, con más de un millón de casos y alrededor de
121.000 muertes [16, 17].
A partir del año 1993, la epidemia del cólera pudo ser controlada en el país por las auto-
ridades nacionales. Aunque éstas no pudieron evitar que se convirtiera en una nueva en-
demia nacional, debido a la persistencia de las deficientes condiciones de saneamiento
básico y de higiene personal. Sin embargo, en 1998 se produjo un brote epidémico, en
la costa norte y la selva del Perú, con un total de 41.717 casos (incidencia: 168,2 por
cien mil), como consecuencia de los cambios climáticos producidos por el fenómeno de
El Niño en ese año, los cuales se sumaron al efecto de aquellas deficiencias [15].
Diversos estudios muestran que las crecientes tensiones entre la sociedad peruana y su
entorno, en los últimos dos siglos, están asociadas fundamentalmente con un compor-
tamiento humano que expresa escasa conciencia ambiental. Este comportamiento ha si-
do tipificado como depredador, irresponsable y egoísta. Entre los aspectos culturales
que agudizan esas tensiones desde inicios de los noventa se mencionan a: el antropocen-
211
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
No obstante los avances normativos ambientales en este período –serán detallados más
adelante – era evidente que ellos se debían a razones distintas a una mejor conciencia
ambiental de las autoridades gubernamentales. Es así, que al poco tiempo de promulgar-
se el Código del Medioambiente, éste fue mutilado en todo su texto por el Decreto Le-
gislativo de Promoción de la Inversión Privada; debiendo remarcarse, además, que si
bien el nuevo Código Penal de 1991, en sus artículos 304 y 305 sancionan con penas
privativas de la libertad a quienes contaminan el ambiente, hasta el final del período no
había nadie en la cárcel por dicho motivo, a pesar de existir casos flagrantes. En opinión
del Ing. Oscar Cáceres [19], casos notables de infracciones ambientales cometidas por
consorcios privados quedaron impunes frente a la indiferencia de las entidades públicas
responsables de su control; más aún, se toman decisiones políticas “vergonzosas”, co-
mo el caso de la promulgación de la Ley que regula los pasivos ambientales de la acti-
vidad minera, promulgada el 2 de julio de 2004, por la cual el Estado se hace cargo de
los pasivos ambiéntales en abandono de los titulares no identificados o de aquellos que
cancelen su derecho a concesión minera
Por su lado, Francisco Bravo Alarcón [21], sociólogo de la Pontificia Universidad Cató-
lica del Perú, comenta que uno de los pocos instrumentos disponibles para apreciar el
estado de conciencia y educación ambiental en el Perú durante este período es la En-
212
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
cuesta Nacional de Medio Ambiente (Instituto Cuánto) cuyos resultados del año 2001
sugieren un escaso reconocimiento ciudadano sobre la importancia de la contaminación
del ambiente, por lo menos hasta ese año. De acuerdo con los resultados, la población
encuestada consideró que los principales problemas del país son la falta de empleo
(37,5%), la pobreza (20,8%) y los bajos ingresos (12,4%); a notable distancia el pro-
blema de la contaminación ambiental aparece con apenas el 2,7%.
En septiembre de 1990, en el segundo mes del gobierno del Ing. Fujimori, se aprobó el
Decreto Legislativo 613, Código del Medio Ambiente y Recursos Naturales [22]. Esta
norma marcó un hito formal importante en el diseño de políticas ambientales en el Pe-
rú, creando la posibilidad de establecer una serie de medidas legales para la gestión am-
biental, incluidos el enfoque de prevención de los daños, el principio de que el contami-
nador debe pagar por la reparación de los daños que causa y la obligación de realizar
evaluaciones de impacto ambiental. Sin embargo, aún no se habían iniciado las reformas
orientadas hacia la privatización del Estado, las cuales provocarían un nuevo reorde-
namiento legal e institucional del Sector Saneamiento con el propósito de impulsar la
comercialización y la privatización de los prestadores de los servicios pertinentes. De-
bido a estas reformas, el Código sufriría, durante el decenio de los noventa, una serie de
modificaciones, motivadas por las leyes de la promoción de la inversión privada, que
limitó su campo de aplicación y le restó fuerza hasta su derogatoria en el año 2005 [23].
En 1991, cuando se intentó derogar el citado Código, por considerarlo un obstáculo pa-
ra la promoción de las inversiones, se promulgó el Decreto Legislativo Nº 757 [24], de-
nominado Ley Marco para el Crecimiento de la Inversión Privada, publicado el 13 de
noviembre de 1991, en el que se destaca el rol de la inversión privada y la libre compe-
tencia como motores del desarrollo. En la nueva norma se incorporó un capítulo llama-
do “De la seguridad jurídica en la conservación del medio ambiente”, a través del cual
se modificó significativamente el Código disponiendo que las funciones ambientales
debían ser ejercidas por los ministerios, materializando lo que se ha llamado la “secto-
rialización de la gestión ambiental”. Modalidad organizativa en la que el Ministerio de
cada sector gubernamental es la autoridad ambiental para las actividades del ámbito de
su competencia, por lo que cada uno cuenta dentro de su estructura organizativa con una
dependencia a cargo de la gestión ambiental.
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
El 16 de diciembre de 1994 se promulgó la Ley N° 26410 [25], que crea el Consejo Na-
cional del Ambiente (CONAM) como organismo público descentralizado, dependiente
del Presidente del Consejo de Ministros: “Es el organismo rector de la política nacional
ambiental. Tiene por finalidad planificar, promover, coordinar, controlar y velar por el
ambiente y el patrimonio natural de la Nación. La política nacional en materia ambiental
que formula el CONAM, es de cumplimiento obligatorio” (art. 2º). Se le asignaron co-
mo objetivos: promover la conservación del ambiente a fin de coadyuvar el desarrollo
integral de la persona humana sobre la base de garantizar una adecuada calidad de vida,
protegiendo el equilibrio entre el desarrollo socioeconómico, el uso sostenible de los
recursos naturales y la conservación del ambiente. La máxima autoridad del CONAM
era su Consejo Directivo, integrado por siete miembros; tres de éstos eran representan-
tes del Gobierno Central, uno de los cuales presidía el Consejo .
“Artículo 103o.- La protección del ambiente es responsabilidad del Estado y de las perso-
nas naturales y jurídicas, los que tienen la obligación de mantenerlo dentro de los estánda-
214
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
res que, para preservar la salud de las personas, establece la Autoridad de Salud compe-
tente (…) Artículo 104o.- Toda persona natural o jurídica, está impedida de efectuar des-
cargas de desechos o sustancias contaminantes en el agua, el aire o el suelo, sin haber
adoptado las precauciones de depuración en la forma que señalan las normas sanitarias y
de protección del ambiente (…) Artículo 105o.- Corresponde a la Autoridad de Salud
competente, dictar las medidas necesarias para minimizar y controlar los riesgos para la
salud de las personas derivados de elementos, factores y agentes ambientales, de confor-
midad con lo que establece, en cada caso, la ley de la materia (…) Artículo 106o.- Cuando
la contaminación del ambiente signifique riesgo o daño a la salud de las personas, la Au-
toridad de Salud de nivel nacional dictará las medidas de prevención y control indispen-
sables para que cesen los actos o hechos que ocasionan dichos riesgos y daños (…) Ar-
tículo 107o.- El abastecimiento de agua, alcantarillado, disposición de excretas, reuso de
aguas servidas y disposición de residuos sólidos quedan sujetos a las disposiciones que
dicta la Autoridad de Salud competente, la que vigilará su cumplimiento” (Capítulo VII
del Título Segundo de la Ley General de Salud, 1997).
En el mes de julio del año 2000 se promulgó la Ley General de Residuos Sólidos (Ley
No. 27314), en la que se establecen “los derechos, obligaciones, atribuciones y respon-
sabilidades de la sociedad en su conjunto, para asegurar una gestión y manejo de los re-
siduos sólidos, sanitaria y ambientalmente adecuada, con sujeción a los principios de
minimización, prevención de riesgos ambientales y protección de la salud y el bienestar
de la persona humana” [27].
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
La Ley 28245 [29], Ley marco del Sistema Nacional de Gestión Ambiental, aprobada el
4 de junio de 2004, tiene por objeto asegurar el eficaz cumplimiento de los objetivos
ambientales de las entidades públicas que conforman el Sistema; fortalecer los meca-
nismos de transectorialidad en la gestión ambiental, el rol que le corresponde al CO-
NAM, y a las entidades sectoriales, regionales y locales en el ejercicio de sus atribucio-
nes ambientales a fin de garantizar que cumplan con sus funciones y de asegurar que se
evite en el ejercicio de ellas superposiciones, omisiones, duplicidad, vacíos o conflictos.
Con ese objeto, en el Título III de la norma, se define al CONAM como la Autoridad
Ambiental Nacional y ente rector del Sistema Nacional de Gestión Ambiental; que tiene
por finalidad planificar, promover, coordinar, normar, sancionar y supervisar las accio-
nes orientadas a la protección ambiental y contribuir a la conservación del patrimonio
natural; controlar y velar el cumplimiento de las obligaciones ambientales; dirimir y so-
lucionar las controversias entre las entidades públicas que conforman el Sistema; y eje-
cutar las acciones derivadas de las funciones otorgadas por la Ley. Asimismo, en su Tí-
tulo IV se precisa que las autoridades sectoriales ejercen sus funciones ambientales so-
bre la base de sus leyes correspondientes, de conformidad con la Política Ambiental Na-
cional y las políticas sectoriales, en el marco de los principios de la gestión ambiental
contenidos en el artículo 5 de esta Ley.
El artículo 9º de esa Ley señala que la política nacional del ambiente tiene por objetivo
mejorar la calidad de vida de las personas y el desarrollo sostenible del país, mediante el
aprovechamiento responsable de los recursos y el respeto de los derechos fundamentales
de la persona. Se enfatiza, de esta manera, la estrecha vinculación entre el ambiente y la
calidad de vida, en la medida en que las condiciones del ambiente físico permitan las
mejores condiciones posibles de salud para las personas y que, además, propicien su de-
senvolvimiento social. Asimismo, establece la vinculación entre las políticas ambienta-
les y las políticas públicas al señalar que los procesos de planificación, decisión y ejecu-
ción de políticas públicas en todos los niveles de gobierno deben incorporar los linea-
mientos de la política nacional del ambiente. La Ley General también hizo referencia al
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Actualmente, ese rol rector asignado al CONAM le corresponde al Ministerio del Am-
biente, creado en mayo del año 2008 por Decreto Legislativo Nº 1013 [32]. En esta
norma se dispone “la fusión del Consejo Nacional del Ambiente – CONAM - en el Mi-
nisterio del Ambiente, siendo este último el ente incorporante” y se precisa que “toda
referencia hecha al Consejo Nacional del Ambiente - CONAM o a las competencias,
funciones y atribuciones que éste venía ejerciendo, una vez culminado el proceso de fu-
sión, se entenderá como efectuada al Ministerio del Ambiente”.
“Las consecuencias de estas medidas configuran una política ambiental implícita que
apunta en una dirección contraria a la de las políticas explícitas. Asimismo, las agencias
gubernamentales encargadas del medio ambiente reciben recursos muy limitados del pre-
supuesto público y dependen de la cooperación internacional para realizar sus activida-
des…. Las inconsistencias y contradicciones entre las políticas ambientales implícitas y
explícitas crean confusión y hacen que la política resultante no favorezca el uso sustenta-
ble de nuestros recursos naturales, la conservación de la biodiversidad y de los ecosiste-
mas, y la protección del medio ambiente…”. (Agenda: PERÚ, 2000, p. 179)
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Los principales logros del CONAM, entre los años 2000 y 2005, fueron los siguientes:
(i) la creación del Marco Estructural de Gestión Ambiental, destinado a llevar a un
cumplimiento y conformidad las políticas sectoriales con la política ambiental nacional
existente y a resolver las duplicaciones de esfuerzos y carencias en las políticas; (ii) el
establecimiento de disposiciones multisectoriales para fijar los estándares y los límites
de calidad ambiental; (iii) la puesta en marcha de un sistema nacional de información
ambiental; y (iv) la formulación de la Ley General del Ambiente. Además, con el obje-
tivo de aumentar la coordinación local entre sectores en el ámbito regional, el CONAM
constituyó nueve comisiones ambientales regionales que gestiona a través de las corres-
pondientes secretarías ejecutivas ambientales regionales [9].
Pese a estos logros, el CONAM, en su calidad de agencia ambiental central, seguía en-
frentado, al final del año 2005, a muchas dificultades, entre ellas la de los escasos recur-
sos y personal para abordar adecuadamente la compleja problemática ambiental del
país. Además, la responsabilidad de implementar las herramientas claves de la gestión
ambiental, como la aprobación de las autorizaciones ambientales, y la capacidad para
exigir que se respeten, continuaba residiendo en ministerios sectoriales. Aunque se con-
sidera positivo disponer de unidades ambientales integradas en sectores claves, la im-
plementación de determinadas funciones presenta asimismo un conflicto de interés, ya
que el ministerio que tiene a su cargo la promoción de la actividad es responsable tam-
bién de garantizar el cumplimiento de las disposiciones ambientales. Este tipo de acuer-
do institucional (una gestión ambiental con un enfoque sectorial) produce a menudo la
desconfianza de la población y de los interesados directos en la eficiencia y neutralidad
de los ministerios en los procesos de gestión ambiental [9, 10, 34].
Ministerio de Salud
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Sin embargo, después de la crisis política del 2000, existía fuera del MINSA la opinión
generalizada de que la DIGESA había concentrado responsabilidades y funciones en
una magnitud que no correspondían a sus capacidades técnicas y administrativas efec-
tivas, siempre limitadas por su escasa disponibilidad de recursos humanos y presupues-
tales, por lo que habría sido conveniente que las desconcentrara [9, 10, 34].
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Por su parte, el mismo Villena [36] atribuía razones políticas a esa negativa opinión,
sobre los logros de la DIGESA, haciendo el siguiente comentario: “…emergieron nue-
vas oportunidades de inversiones que se acompañaron con la idea que los requisitos
sanitarios establecidos anteriormente por DIGESA creaban sobrecostos y trabas a las
inversiones. Luego, la difusión de esta nueva idea provocó una presión muy fuerte al
Estado de parte de nuevos inversionistas – que deseaban obtener ventajas inmediatas
en sus operaciones – para el debilitamiento de la participación normativa de la DI-
GESA. Lo que se tradujo en la repartición de muchas de sus competencias a diferentes
instituciones de otros sectores, que solamente ven estos requisitos de protección am-
biental como meros requisitos administrativos… de esta manera se ha tergiversado el
sentido inicial de incorporar el tema de salud ambiental en las actividades económicas,
con el fin de que los gastos que el Estado efectúa para el control de los riesgos ambien-
tales sean trasladados al sector privado, que es donde se generan tales riesgos”
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
ción al SENAPA (Decreto Ley Nº 25973). Además, en junio de 1992, mediante la Re-
solución Suprema Nº 349, se dispuso que el Servicio de Agua Potable y de Alcantarilla-
do de Lima (SEDAPAL) entrara en un proceso de privatización.
Para justificar esos cambios y los que se harían en el futuro en el campo del saneamien-
to ambiental, el Gobierno argumentó la insolvencia económica en que se encontraban
las empresas públicas de saneamiento, provocada fundamentalmente por una pésima
gestión. Hasta ese momento, no se había definido claramente las funciones de regula-
ción y de supervisión del Estado, no obstante de tratarse de servicios monopólicos. La
regulación de las tarifas de los servicios sólo se realizaba en Lima y Trujillo, aunque en
forma deficiente, en tanto no eran definidas con criterios técnicos. En el resto del país,
las tarifas eran directamente establecidas por las Juntas Empresariales, primando en mu-
chos casos el criterio político de los gobiernos Locales [37].
EL 11 de junio de 1992, a través del Decreto Ley Nº 25556, se aprobó la Ley Orgánica
del Ministerio de la Presidencia [38], en la que se precisa su finalidad: “atender las ne-
cesidades de la población a través del desarrollo de las obras de infraestructura básica y
programas sociales”, así como sus responsabilidades: “formula, evalúa y supervisa las
políticas nacionales cuya ejecución estará a cargo de las empresas, instituciones y orga-
nismos que lo integran”. Entre las trece funciones que correspondían al Ministerio de la
Presidencia debemos destacar dos:
En la citada Ley Orgánica se establecía que la Alta Dirección estaba constituida por el
Ministro y tres Viceministros, uno de ellos era el de Infraestructura. Entre otras entida-
des públicas ubicadas en el ámbito del Sector, dependían del Viceministro de Infraes-
tructura: la Empresa SEDAPAL y el Fondo Nacional de Vivienda (FONAVI). Depen-
dían del Viceministro de Desarrollo Social: el Fondo Nacional de Compensación y
Desarrollo Social (FONCODES) y el Programa Nacional de Asistencia Alimentaria
(PRONAA). Por último, conformaban el ámbito de competencia del Viceministro de
Desarrollo Regional: la Corporación Departamental de Desarrollo de Lima (CORDE-
LIMA) y la Corporación Provincial de Desarrollo del Callao (CORDECALLAO).
En diciembre de ese año de 1992, mediante el Decreto Ley 25965, se crearon, la Super-
intendencia Nacional de Servicios de Saneamiento (SUNASS) y el Programa Nacional
de Agua Potable y Alcantarillado (PRONAP), ambos dependientes del Viceministerio
de Infraestructura del Ministerio de la Presidencia, y se le transfiere a este viceministe-
rio el SENAPA y SEDAPAL. Luego, por Decreto Ley N° 25973, se declara en disolu-
ción y liquidación al SENAPA. El PRONAP debía realizar estudios de rehabilitación y
ampliación de sistemas de agua potable y alcantarillado de las principales ciudades del
país y ejecutar las obras correspondientes
El 1º de enero de 1994, por Ley Nº 26284, Ley General de la SUNASS [39], se precisa
que están comprendidas en el ámbito de la Superintendencia todas las “entidades pres-
tadoras” públicas, privadas y mixtas que brinden servicios de saneamiento de: agua po-
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Tal como ya se informó en páginas anteriores, con los cambios normativos producidos
en la década de 1990, las funciones de la DIGESA del Ministerio de Salud, en el campo
de la saneamiento ambiental, fueron reducidas a las de carácter técnico normativo, a
nivel nacional, vinculadas a la supervisión, control y evaluación del deterioro del medio
ambiente y su efecto en la salud humana, así como a la concertación, con los gobiernos
regionales y locales y otras entidades, de los aspectos referidos a la protección del am-
biente y saneamiento básico.
Entre esas funciones destacan dos. La primera, proponer y concertar los fundamentos
técnicos para la formulación de políticas y estrategias nacionales de salud ambiental. La
segunda, establecer las normas técnicas y supervisar el cumplimiento de las mismas en
el desarrollo de las acciones vinculadas con el agua y el saneamiento ambiental, así co-
mo la vigilancia y control de artrópodos vectores de enfermedades transmisibles y pla-
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
En el curso del período 1992-2005, a partir de la desactivación del SENAPA los muni-
cipios asumieron la administración de las empresas filiales o unidades ejecutoras que
tenía aquella organización; responsabilidad que en muchos casos superó sus capacida-
des. Asimismo, los municipios continuaron a cargo de los servicios de limpieza públi-
ca, cuyos problemas fueron aumentando con el crecimiento desordenado de las áreas
urbanas y muy poco pudieron hacer para desarrollar una adecuada la disposición final
de los residuos sólidos [34, 46].
El enfoque político utilizado por el gobierno peruano, desde el año 1992, para el trata-
miento del problema de la vivienda fue replanteado en marzo de 2002, en el marco de
los compromisos asumidos en el Acuerdo Nacional. Es así, que en julio del mismo año
se refunda el Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento, con el encargo de
sentar las bases y de conducir una reforma sectorial que tenga como objetivos: promover
las inversiones inmobiliarias con fines de vivienda, facilitar el acceso al suelo; y, contri-
buir al crecimiento ordenado de los centros poblados, el fortalecimiento de sus áreas de
consolidación, la recuperación de las áreas deterioradas y la supresión de la pobreza. En
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
marzo de 2003 esos objetivos, así como las políticas y estrategias pertinentes, son forma-
lizados en el Plan Nacional de Vivienda-Vivienda para todos: Lineamientos de Política
2003-2007.
El programa Crédito Mivivienda brinda incentivos y fondos para que instituciones fi-
nancieras privadas ofrezcan préstamos hipotecarios para la compra de una casa (que
cuestan entre 25 mil dólares y 50 mil dólares) por familias de ingresos medios. El pro-
grama Techo Propio está dirigido a la producción masiva para hogares de bajos ingre-
sos; opera a través de un subsidio de demanda directa para las familias – varía entre
1.200 dólares para la remodelación de la casa y 3.600 dólares para la compra de un nue-
vo hogar, que se complementa con un pago inicial y, de ser necesario, de un préstamo.
El Banco de Materiales (BanMat) fue creado en 1980, y a partir de 1993 tiene como
objetivo principal la construcción de viviendas en pueblos jóvenes, sus fondos proviene
de un fondo rotativo originado con los aportes del FONAVI, ENACE, Mivivienda entre
otros. Otorga créditos bajo dos modalidades: Vivienda Progresiva (individual); y Vi-
vienda Básica (grupal). Su finalidad no es tanto la adquisición de vivienda nueva sino
mejoramiento o ampliación. En el año 2005 el 41% de los créditos hipotecarios otorga-
dos por el Gobierno lo fueron a través del Banco de Materiales.
Titulación de tierras
Además, por el lado de la oferta vale la pena mencionar el programa de titulación de tie-
rras debido a su alcance e impacto. Se llevó a cabo un proceso de formalización de la
propiedad informal (del suelo) que responde a los planteamientos de Hernando de Soto.
Ese proceso que contó con el apoyo del Banco Mundial logró, a junio de 2004, la debi-
da titulación e inscripción, en registros municipales de propiedad, de alrededor 1,5 mi-
llones de lotes de terrenos en barriadas y habían sido emitidos alrededor de 920 mil títu-
los de propiedad. Sin embargo, los títulos proporcionados han sido para los terrenos y
no para los terrenos y las estructuras que se alzan sobre ellos, los cuales conforman, jun-
tos, los bienes raíces tal como usualmente se los entiende. Como la mayoría de estas es-
tructuras fueron autoconstruidas, no cumplen con las normas de construcción y no pue-
den, por ende, ser registradas como propiedad [43]. Además, tal como señala J. Calde-
rón Cockburn, está política no rompió el círculo vicioso de la informalidad, si bien cada
día hay más titulados, también hay más ocupaciones informales. Según información
oficial, en Lima durante el quinquenio 1996-2000 hubo medio millón de títulos nuevos,
pero entre 1994-2002 cerca de 1.6 millones de nuevos pobladores pasaron a habitar en
barriadas. Por ejemplo, entre 1992-2005 en el Cono Sur de Lima 40 mil lotes fueron
invadidos que sumaban un espacio de 844.2 Has. [47].
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Durante este período las políticas públicas de saneamiento ambiental, no obstante de los
problemas derivados de la desagregación de las responsabilidades institucionales, si-
guieron enfatizando la ampliación de la cobertura de los servicios de agua potable y al-
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
cantarillado en las áreas urbano marginales; así como de agua potable y disposición sa-
nitaria de las excretas en las áreas rurales. Era en estas áreas donde se presentaban las
mayores dificultades para superar los déficit de cobertura. A raíz de la epidemia del có-
lera se promovió intensamente la recuperación de las prácticas de desinfección del agua
en los sistemas de agua potable, que habían sido abandonadas en muchos casos. Por otro
lado, estas políticas públicas comenzaron a prestar mayor atención a los servicios de re-
siduos sólidos así como a los riesgos derivados de la contaminación ambiental [50].
De manera distinta, durante los años del subperíodo 2000-2005 las inversiones en el
sector saneamiento, según cifras presentadas por Marmarillo [50], mostraron una gran
volatilidad y una tendencia decreciente, en comparación con la inversión promedio
anual de la década de 1990. La tendencia decreciente se mantuvo entre el año 2000 (al-
rededor de 200 millones de dólares) hasta el año 2004 (cerca de 100 millones de dóla-
res), para recobrar en año 2005 el nivel registrado para el año 2000. Esta tendencia de-
creciente se dio en SEDAPAL y en el ámbito rural. En este último caso se invirtieron,
en promedio, 75 millones de dólares al año entre 1997 y 1999, para reducirse a 39 mi-
llones de dólares en 2002. Gran parte del problema de la volatilidad de las inversiones
estuvo relacionado con la dependencia de los prestadores de servicio de los recursos del
Tesoro para sus inversiones, incluso cuando el Estado asume el servicio de la deuda,
cosa que ocurre en la mayor parte de los casos. En realidad, según cifras la CEPAL, el
gasto en agua y saneamiento en el Perú fue uno de los más bajos de la Región América
Según Rengifo [34], en el subperíodo 2000 y 2005 se invirtió un total 833 millones de
dólares en ampliación de redes de agua y alcantarillado. El 45% de esta inversión co-
rrespondía a obras de ampliación de cobertura de SEDAPAL en Lima. En el área rural,
la inversión en el mismo período solo alcanzó a 123,3 millones de nuevos soles, que in-
cluía los programas de ampliación de cobertura de FONCODES, PRONASAR y los go-
biernos regionales; muchos de ellos fracasarían por que en su diseño no se contempla-
ron los intereses y las costumbres de las comunidades rurales. “Los resultados obtenidos
no corresponden a la magnitud de lo invertido en lo que se refiere a la calidad de los
servicios, dado que existe una notoria carencia de inversiones en el mantenimiento y
reposición de la infraestructura existente” (Rengifo, 2007, p. 47).
227
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Para superar los problemas de la insolvencia económica en que se encontraban las em-
presas públicas de saneamiento, principal argumentos para los intentos de su privatiza-
ción, se hizo un reordenamiento tarifario con el objetivo de lograr la viabilidad financie-
ra de nuevas empresas prestadoras de servicios. Según la campaña nacional por el dere-
cho humano al agua, tal reordenamiento tuvo un efecto contrario al pretendido, y la ta-
rifa promedia disminuyó de US$ 0.82/m3 en 1996 a US$ 0.56/m3 en 1999. Las empre-
sas tardaban en promedio 140 días en hacer efectiva la cobranza. En áreas rurales las
Juntas seguían aplicando tarifas fijas mensuales, independiente del uso del servicio; la
tarifa promedio esta estimada al equivalente de US$ 0.50 por mes, lo que no es suficien-
te para la operación y el mantenimiento de las sistemas. En el año 2005 solo 5% de las
empresas prestadoras de servicios y de los municipios contarían con la capacidad finan-
ciera para desempeñar su función [10, 34, 50].
Existe una alta ineficiencia de la SUNASS para cumplir con su rol fiscalizador y san-
cionador de las EPSS. En un estudio realizado a las 47 EPSS en el país solo tres de ellas
y nueve juntas administradoras de servicios de saneamiento cumplen con los parámetros
de calidad fisicoquímica y bacteriológica. El indicador de calidad de agua es el indica-
dor que menos se cumple, seguido por los de cobertura y continuidad, Ninguna EPSS
cumple con los cinco indicadores de calidad [50].
Participación de la población
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
agua segura y adecuada disposición de las excretas, sino también de otros igualmente
peligrosos como la falta de ventilación de las viviendas o la presencia en ellas o en sus
cercanías de vectores de enfermedades que pueden ser fatales. Se realizaron proyectos
con ese enfoque en diversas localidades, como Tacna, Suyo y Aguas Verdes. Con esa
misma estrategia el Ministerio realizó un proyecto de desinfección del agua y los ali-
mentos al nivel domiciliario, en localidades que carecían de sistemas públicos de abas-
tecimiento de agua. El proyecto permitía la producción de desinfectante in situ y su uti-
lización en la comunidad organizada. Se benefició a comunidades de cinco zonas del
país. Asimismo se realizó otro proyecto, dentro de la estrategia citada, para identificar
formas de mejorar las condiciones ambientales de las comunidades indígenas [45].
Las acciones de gestión de los residuos están a cargo de las municipalidades, bajo su-
pervisión del gobierno central. El MINSA, a través de la Dirección General del Salud
Ambiental (DIGESA) es el organismo nacional encargado de la supervisión de la pres-
tación de este servicio. Otros ministerios son encargados de distintas funciones normati-
vas pero las únicas entidades ejecutoras son las municipalidades [45, 52].
El MINSA realizó en 1995 un Diagnóstico Situacional del Manejo de los Residuos Só-
lidos de los Hospitales Administrados por el Ministerio de Salud en una muestra de seis
establecimientos hospitalarios. Los resultados de este estudio permitieron demostrar el
estado precario de dicha situación, así como la elaboración del documento técnico Tec-
nología de tratamiento de los residuos sólidos en establecimientos de salud, publicado
en 1998. Finalmente, sobre la base de esos y otros documentos técnicos, en el año 2004
el MINSA aprobó la Norma Técnica de Manejo de Residuos Sólidos Hospitalarios. Sin
embargo, ésta no es una norma exigible por la vía sancionadora, en tanto no contiene
sanciones en su texto. Por tal razón, entre otras, los hospitales no conceden especial im-
portancia al cumplimiento de la misma, y son frecuentes las denuncias respecto de resi-
duos hospitalarios presentes en chancherías de zonas cercanas a la ciudad [45].
En este período debe destacarse el esfuerzo hecho por el MINSA para preparar un Aná-
lisis Sectorial de Residuos Sólidos, que fue concluido en 1998 por la DIGESA, con la
colaboración de la Oficina Sanitaria Panamericana. El estudio señaló los aspectos críti-
cos de los sistemas de limpieza pública del país y los perfiles de los proyectos que ha-
bría que ejecutar para superar esos aspectos críticos. El desarrollo de este análisis secto-
rial sirvió de sustento para la formulación de la Ley General de Residuos Sólidos, pro-
mulgada el mes de julio del 2000 (Ley 27314) [52]. Luego de la promulgación de esta
229
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Según Rengifo y colaboradores [34], si bien deben reconocerse algunos avances, esas
disposiciones legales y los documentos de gestión derivados encuentran limitaciones en
su aplicación debido a restricciones presupuestales, a la ausencia de mecanismos lega-
les que hagan atractiva la adopción de medidas favorables al ambiente y a la falta de de-
cisión para el ejercicio de las funciones de fiscalización y sanción. El Plan Nacional de
Gestión Integral de Residuos Sólidos [54], elaborado por CONAM en el año 2004,
coincide en señalar tales limitaciones de gestión. Éstas Esas se evidencian, al final del
período 1992-2005, por las dificultades que tiene DIGESA para ejercer una adecuada
fiscalización de las 180 EPS de servicios de residuos sólidos y de las 236 empresas co-
mercializadoras de residuos sólidos registradas; así, por ejemplo, no se conoce de casos
de registros caducados por incumplimientos sanitarios.
No obstante los avances normativos señalados, los resultados de las acciones de manejo
de residuos sólidos efectuados por las municipalidades, en general, no fueron satisfacto-
rios. La gestión integrada de residuos sólidos aún era un tema pendiente en las autorida-
des municipales. En el año 2002, el uso de botaderos como lugares de disposición final
de esos residuos seguía siendo una práctica común. Solo cinco municipalidades (Lima,
Ilo, Cajamarca, Tacna y Huancayo) de un total de de más de 1.700 municipalidades dis-
tritales que tiene el país contaban con un adecuado sistema de disposición final de resi-
duos. Apenas el 12,5% del total de los residuos que se generan en el área urbana estaría
llegando a los dos únicos rellenos sanitarios que cumplen con todos los requisitos técni-
cos y sanitarios para tal fin a nivel del país [55].
En resumen, al final del año 2005 persistían los problemas que, en el anterior período,
impedían una adecuada disposición de los residuos sólidos en el país. Entre esos pro-
blemas se destacan la falta de institucionalidad del sector residuos sólidos, la falta de
una ley que articule a este sector, el manejo deficiente de los sistemas de limpieza pú-
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
blica por parte de casi todos los municipios y la ausencia de mecanismos de regulación
de su funcionamiento, el alto grado de morosidad en el pago de los arbitrios con que se
financian los servicios en referencia y la incidencia de enfermedades infecciosas y para-
sitarias relacionadas en diferentes medidas con las deficiencias de los sistemas de lim-
pieza pública [9, 56].
En el Informe Analítico-Perú -EVAL 2002 [53] se cita a los resultados de una evalua-
ción efectuada por la Municipalidad Metropolitana de Lima para sustentar su Plan de
Emergencia Ambiental para la Gestión de Residuos Sólidos a nivel provincial, [57] pa-
ra afirmar que la prestación de ser vicios de manejo de residuos sólidos municipales en
la provincia de Lima pasó en pocos años de ser fundamentalmente municipal a ser mixta
o privada “El fracaso de la gestión pública en los municipios y la apertura a la inversión
privada en el país en la última década creo el clima favorable para el ingreso de la ini-
ciativa privada al sector”.
De acuerdo a información de DESCO [58], en todos los casos, el ingreso generado por
el servicio de limpieza pública es cobrado directamente a los usuarios en un arbitrio es-
pecífico, pero existe una alta proporción de vecinos que no cumplen con el pago de esta
obligación. Esta situación produce que las municipalidades de distrito tradicionalmente
hayan estado preocupadas por el aseo de sus circunscripciones en detrimento de una
adecuada disposición final. Todavía queda la costumbre de las propias municipalidades
distritales de llevar sus residuos a botaderos cuando encuentran dificultades para pagar
por el servicio de disposición final a los lugares autorizados o cuando se presentan difi-
cultades logísticas.
El mercado del reciclaje de la basura en el Perú, en Lima en particular, tiene gran tama-
ño e importancia para el abastecimiento de la industria. Dentro del ámbito municipal,
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Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
Según Pulgar Vidal y Calle [59], los hechos más destacados vinculados con la evolu-
ción normativa de la gestión ambiental en el Perú, durante el período 1990-2005, han
sido los siguientes:
1990. Promulgación del Código del Ambiente y de los Recursos Naturales (Decreto-
Legislativo 613).
1991 Marco legal y político para la creación de incentivos a la inversión privada.
Marco legal para el crecimiento de la inversión privada (Decreto legislativo 757).
1992 Informe del Perú para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo
Sostenible. Estrategia Nacional de Conservación. Creación del PROFONANPE.
1993 Creación del Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA), tras la diso-
lución de la ONERN.
1994 Creación del Consejo Nacional del Ambiente (CONAM).
1996 Desarrollo del Plan de Reforzamiento Institucional.
1996-1997 Diseño y aprobación del marco legal sobre recursos naturales: Ley Orgá-
nica para la Utilización de los Recursos Naturales, Ley para la Conservación y Utili-
zación Sostenible de la Biodiversidad, Ley de Áreas Naturales Protegidas.
1996-1997 Inicio del diálogo ecológico y presentación del Plan Ambiental Nacional.
Creación del Marco Estructural de Gestión Ambiental (MEGA).
2000 Diseño y aprobación de los criterios políticos y fiscales forestales. Diálogo eco-
lógico regional.
2001 Aprobación de la Ley del Sistema de Evaluación del Impacto Ambiental y la
Ley de Residuos Sólidos.
2002 Aprobación de la Ley de Desarrollo Forestal.
2004 Promulgación de la Ley del Sistema Nacional de Gestión Ambiental (SNGA).
Sistemas regionales y locales para la gestión ambiental. Presentación del Proyecto de
Ley General del Ambiente.
2005 Eliminación progresiva de la gasolina con plomo. Aprobación del Plan Nacio-
nal Ambiental 2005-2007. Aprobación de la Ley General del Ambiente.
232
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
A fines de los años 90, la magnitud de los daños ocasionados por el Huracán Mitch en
América Central (1998), el fenómeno de “El niño” en el Perú (1998), los terremotos en
El Salvador (2001) y otros eventos similares, motivaron un serio debate sobre las condi-
ciones del riesgo de desastres antes que en el desastre mismo como factor explicativo
del nivel de los desastres. Investigadores estudiaron el conjunto de las condiciones eco-
nómicas, sociales y ambientales existentes en el momento de la presentación del evento
(patrones de crecimiento de las ciudades, degradación ambiental, corrupción, ineficien-
cia político-institucional, etc.) y llegaron a la conclusión que la dimensión de los desas-
tres en cada sociedad no dependía de la magnitud del fenómeno mismo sino fundamen-
talmente de su capacidad para controlar o manejar adecuadamente los factores de riesgo
(amenazas y vulnerabilidad). Desde esta perspectiva, el desastre ya no era concebido
como un producto de las fuerzas de la naturaleza sino como consecuencia de la inac-
ción, desidia, corrupción o incompetencia de las autoridades y poblaciones para manejar
sus niveles de riesgo. De acuerdo con este nuevo enfoque, conocido como el “enfoque
de la gestión del riesgo”, cada sociedad debía preocuparse para disminuir sus niveles de
riesgo desarrollando acciones específicas para mitigar el impacto de las probables ame-
nazas (naturales, sociales y socio-naturales) y reducir sus vulnerabilidades (organiza-
ción, preparación, etc.).
El nuevo enfoque tuvo también una rápida acogida en los círculos académicos y en di-
versas instituciones educativas del Perú, especialmente a partir del trabajo de las ONG,
de los acuerdos de Hyogo (2005) y del lanzamiento de la Movilización Social “Escuelas
Limpias y Saludables” por parte del Ministerio de Educación (2005).
En el año 1992, como consecuencia del Informe Brundtland, se llevó a cabo en Río Ja-
neiro la Conferencia de las Naciones sobre Medio Ambiente y Desarrollo (CNUMAD ó
Eco’92). “la mayor y más ambiciosa de las reuniones en una nueva comunidad global”.
En este evento se elaboró la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo,
que asume por primera vez, y a nivel mundial, el desarrollo sostenible como guía para la
formulación de políticas de desarrollo racional y regional, es decir, la integración entre
desarrollo y medio ambiente. En esta reunión se establecieron otros tres compromisos:
la Convención sobre la Biodiversidad, la Convención sobre el Cambio Climático y la
Agenda 21; además, de una Comisión para el Desarrollo Sostenible con el propósito de
impulsar el cambio de mentalidad necesario para implantar el desarrollo sostenible. Sin
embargo, el principal resultado obtenido de esta cumbre fue el documento titulado
Agenda 21, en el que se define una estrategia general de desarrollo sostenible para todo
233
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
el mundo, haciendo especial hincapié en las relaciones entre los países desarrollados y
los que están en vías de desarrollo. . Las ideas dominantes en la Conferencia habían sido
la “globalización y competitividad”, la “sustentabilidad”, y el “ambiente como factor
económico” [60].
En el primer Principio de la Declaración de Río se parte de reconocer que son los seres
humanos quienes constituyen el centro de preocupaciones relacionadas con el desarrollo
sostenible, y que ellos tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con
la naturaleza. Asimismo, en el Principio 11 se estableció el compromiso de los Estados
de promulgar leyes eficaces sobre el ambiente que reflejen el contexto ambiental y de
desarrollo en que se aplican. Igualmente, en el principio 14 se señala el compromiso de
cooperación de los Estados para desalentar o evitar la reubicación y la transferencia a
otros Estados de cualesquiera actividades y sustancias que causen degradación ambien-
tal grave o se consideren nocivas para la salud humana [61].
Al final de la década de los 90, era evidente que los compromisos adquiridos en la Con-
ferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo y en la Carta Pan-
americana sobre Salud y Medio Ambiente no habían podido ser cumplidos. En la prácti-
ca de las políticas nacionales, toda pretensión de aplicar dichas recomendaciones había
generado un conflicto entre la prioridad de la protección del ambiente y la que se asig-
nó a la producción económica. En esos compromisos se había obviado la contradicción
entre los intereses de las naciones más desarrolladas y las más pobres, obviamente con
necesidades y visiones diferentes, a pesar de los intentos de mostrar en el discurso que
los problemas y las soluciones son comunes. No obstante, el mercado ambiental mun-
dial tendió hacia su regulación, entendida ésta como la construcción de reglas e institu-
ciones que señalan los límites, los condicionamientos y las tendencias de la acción eco-
nómica y política alrededor de la crisis ambiental. Asomaba así una nueva geopolítica
basada en la racionalidad ambiental [60].
Insistiendo en esa nueva geopolítica, justo al finalizar el Siglo XX, en la Cumbre de las
Naciones Unidas del año 2000, se establecieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio
(ODM) para el 2015, que constituyen un compromiso asumido por todos los gobiernos
para luchar contra la pobreza y resolver los más graves problemas que afectan al desa-
rrollo humano. Entre esos objetivos está el Nº 7: “Garantizar la sostenibilidad del me-
dioambiente”, que tiene dos metas. La primera, reducir a la mitad para el año 015, la
proporción de personas que no cuentan con acceso sostenible a servicios básicos de sa-
neamiento. La segunda, haber mejorado considerablemente, para el año 2020, la vida de
234
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
En el año 2001, Nancy Krieger [66], señalaba la existencia de tres tendencias teóricas
en el campo de la epidemiología social: la psicosocial, de John Cassel; la producción
social de la enfermedad / economía política de la salud; y la tendencia ecosocial, con
las perspectivas vinculadas con la dinámica multinivel. Cuatro años después, se
distinguían, entre las diferentes opciones teóricas de la epidemiología social, las
siguientes:
La eco-epidemiología de Susser. La metáfora de las “cajas chinas”.
La teoría del capital social (Kawachi, Poundstone).
Perspectiva del curso de vida (Krieger, Davey-Smith y MacLeod, Marmot).
Producción social de la enfermedad (Laurell, Breil. Samaja).
La teoría ecosocial de Nancy Krieger.
235
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
que son determinadas por factores ambientales físicos, químicos, biológicos y psicoso-
ciales. También se refiere a la teoría y práctica de evaluación, corrección, control y pre-
vención de los riesgos ambientales” (Comisión de Salud y Medio Ambiente de la OMS,
1993) [67].
Agenda 21
“Agenda 21” es una expresión definida en la Cumbre de la Tierra (Río, 1992) para refe-
rirse al Plan de Acción que los Estados deberían llevar a cabo para transformar el mode-
lo de desarrollo actual – basado en una explotación de los recursos naturales como si
fuesen ilimitados y en un acceso desigual a sus beneficios – en un nuevo modelo de
desarrollo que satisfaga las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer la
capacidad de las generaciones futuras. Es lo que se ha denominado desarrollo sosteni-
ble, es decir, duradero en el tiempo, eficiente y racional en el uso de los recursos y equi-
tativo en los beneficios. El sustento del contenido de este documento se encuentra en
tres principios: la sostenibilidad medioambiental, la justicia social y el equilibrio eco-
nómico [69],
Desde la última década del siglo XX se hizo muy visible una diferenciación en el enfo-
que (sobre todo gubernamental) de los problemas ambientales. Por un lado estaba el en-
foque de la vertiente “verde” o “ambientalista”, preocupado por los efectos de la activi-
dad humana sobre el ambiente natural y con aspectos como el desarrollo sostenible, la
pobreza, la dinámica demográfica, el efecto de invernadero, el deterioro de la capa de
ozono, la deforestación, la desertización y sequía, la biodiversidad, la biotecnología, la
protección de océanos, mares y costas, etc. Por otro lado aparecía el enfoque de la ver-
236
Cap. 6. Salud ambiental II: 1992-2005, Carlos Bustíos y Col.
tiente “azul” o “sanitarista”, preocupada por los efectos del ambiente sobre la salud y
bienestar de la humanidad. Evidentemente los dos enfoques se hallan íntimamente rela-
cionados, con temas traslapados y resulta a veces difícil o artificial establecer una cate-
gorización de contenidos en cada una. Pero tal categorización es necesaria, dada la ac-
tual división del trabajo en el ámbito tanto nacional como internacional, en la que el
Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente encabeza la vertiente verde y la
Organización Mundial de la Salud (OMS) la vertiente azul.
Por otro lado, frente a la visión liberal sobre el desarrollo sostenible, actualmente domi-
nante en dichos ámbitos, se presentan visiones alternativas entre las cuales se mencio-
nan con frecuencia otras tres: la ecoculturalista, la biocéntrica y la ecosocialista. La
primera, es una aproximación culturalista que plantea la necesidad de rescatar el valor
de la naturaleza en sí misma, como fuente de vida espiritual y material. Es una perspec-
tiva que está en consonancia con la visión de las culturas tradicionales que ven una con-
tinuidad entre el mundo material, el espiritual y el humano, y que ha sido reivindicada
con fuerza por un amplio grupo de poblaciones indígenas y comunidades negras de
América Latina y el Caribe, así como en otras comunidades rurales, un fenómeno que
también se identifica en otras regiones del globo. La segunda, es una aproximación bio-
céntrica, que valora la naturaleza por sí misma, y la protege independientemente de su
utilidad para la especie humana, tiene puntos de contacto con la visión culturalista sin
que coincida totalmente con aquélla. La tercera, hace una crítica ecosocialista del dis-
curso liberal del desarrollo, y tiene muchos puntos en común con las observaciones de
los culturalistas: “se diferencia de éstas, sin embargo, por la mayor atención que presta a
la economía política como base conceptual de la crítica. El punto de partida es una eco-
nomía política reformada, centrada en la teorización de la naturaleza del capital en lo
que se ha dado en llamar su fase ecológica... para los ecosocialistas, las luchas contra la
pobreza y la explotación son luchas ecológicas” (Escobar, 1999) [70, 71].
Con relación a esas distintas visiones sobre el desarrollo sostenible, tanto estudiosos
latinoamericanos como de otras latitudes, coinciden en no aceptar la idea de que el cre-
cimiento económico y las fuerzas del mercado por sí mismas sean buenas para el am-
biente. Por el contrario afirman que existe un cúmulo de experiencias que muestran que
las fuerzas del mercado totalmente liberadas pueden degradar el ambiente a gran veloci-
dad. Algunos observadores han hecho énfasis en la poca prioridad que la Organización
Mundial del Comercio (OMC) le está adjudicando al tema, un asunto que de por sí con-
lleva implícita la visión según la cual los intereses comerciales de los países más ricos
predomina sobre el tema ambiental (Tandom, 2000). Como se ha observado: “es evi-
dente que la OMC tiene aún un largo camino por recorrer en el debate sobre comercio y
desarrollo sostenible: el fracaso de moverse hacia adelante tendría serias consecuencias
económicas y políticas. En el lado económico, significaría que los mercados abiertos no
produjeron los beneficios para el desarrollo esperados. En el lado político afectaría la
credibilidad de —y la fe— en el sistema de comercio internacional entre participantes
que son vitales para su éxito” (Runnals, 2000)` [71]
Como lo subraya Arturo Escobar [70] la teorización latinoamericana del desarrollo sos-
tenible se aparta de la visión liberal dominante sin que constituya una propuesta radical:
“La perspectiva latinoamericana del desarrollo sostenible comienza por afirmar la nece-
sidad de diferenciar los problemas ecológicos por regiones, sin caer en la peligrosa ho-
mogeneización del ambientalismo global. Se le da importancia a aspectos no tocados
por Brundtland en forma adecuada, tales como la deuda externa, la caducidad de los
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241
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
CAPÍTULO Nº 7
LA POLÍTICA DE SALUD AMBIENTAL EN EL PERÚ
A INICIOS DEL SIGLO XXI
242
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
En el mundo y en América
El estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) del 2008 sobre la carga mun-
dial de enfermedades subraya la importancia del hecho que el agua no apta para el con-
sumo, el saneamiento deficiente y la falta de higiene figuran entre las diez primeras
causas de enfermedades en todo el mundo. Cada año, al menos tres millones de niños
menores de 5 años mueren por enfermedades relacionadas con el ambiente, como infec-
ciones respiratorias y diarreas; y, en países con un índice de desarrollo humano (IDH)
bajo, cerca del 14% de la carga que suponen las enfermedades tienen causas ambienta-
les. Naciones Unidas señala, además, que seis de los 10 países con los mayores índices
de mortalidad atribuible a causas ambientales figuran también en la lista de los 10 países
con el índice de pobreza multidimensional (IPM) más altos [1].
243
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
En el Perú actual
Por otra parte, la percepción social sobre una creciente escasez de agua, en calidad y
cantidad, que están afrontando diversos lugares del país es un fenómeno que cada vez
más es considerado, por amplios grupos de la sociedad civil, como el principal proble-
ma ambiental del presente y el futuro. En algunos lugares de la sierra y de la selva es
una percepción que resulta del todo justificada dada las disponibilidades originales del
recurso, que han sido mermadas o deterioradas por su inadecuado manejo. Es previsible
que este tema adquiera un lugar mucho más prioritario en la agenda pública como con-
secuencia de las demandas sociales y que se requiera buscar soluciones más creativas a
los problemas que generan.
Las cargas de los impactos ambientales directamente relacionados con la salud recaen
especialmente en los menores de 5 años y en los más ancianos. Las enfermedades
transmitidas por el agua, la contaminación atmosférica y la intradomiciliaria siguen te-
niendo en el Perú una alta participación tanto en la composición de la mortalidad y
morbilidad general, como en la demanda y los costos de los servicios de salud. En fe-
brero de 2008, el grupo multisectorial encargado de preparar la propuesta para la crea-
ción del Ministerio del Ambiente [3] hacía, al respecto, las siguientes estimaciones:
“…cada año se producen cerca de 8 millones de casos de diarrea en niños menores de 5
años. Cerca de 4 000 personas mueren cada año por enfermedades producidas por la de-
244
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
ficiente calidad del aire. Cada año fallecen al menos 1 000 niños por enfermedades aso-
ciadas a contaminación intradomiciliaria. Cerca de 2 000 niños son afectados por la con-
taminación de plomo y sufren las consecuencias. Los problemas de enfermedades aso-
ciadas al agua y a la contaminación del aire tienen un costo estimado de 6 000 millones
de soles anuales”. (Grupo Multidisciplinario, 2008, p. 42)
Por otro lado, los costos económicos de la degradación ambiental en el Perú alcanzan
un monto de alrededor de 8.500 millones de nuevos soles anuales, es decir, aproxima-
damente 4% del PBI, y se debe sobre todo al aumento de la mortalidad y la morbilidad,
a la disminución de la productividad y a la degradación del suelo y de la infraestructura.
En este sentido, se estima que el 70% del costo total de la degradación ambiental en el
Perú corresponde a los efectos sobre la salud humana [6, 7]. Este último índice es más
alto que en otros países latinoamericanos con niveles de ingreso similares. Es así, por
ejemplo, que mientras en estos países el valor monetario de la elevada morbi-
mortalidad típicamente se encuentra por debajo del 2% del PBI, en el Perú este índice es
del 2,8% del PBI [3].
Las principales causas de la degradación ambiental –ordenadas por sus costos anuales
en millones de nuevos soles (en paréntesis) –, son las siguientes: (i) contaminación del
agua de bebida y enfermedades transmitidas por agua contaminada (2.300); (ii) conta-
minación atmosférica urbana (1.800); (iii) desastres naturales (1.100); (iv) exposición a
emanaciones urbanas de plomo, de origen diverso (1.000); (v) contaminación intrado-
miciliaria, sobre todo en zonas rurales (800); (vi) degradación del suelo, sobre todo en
las laderas orientales de la sierra (700); (vii) deforestación, sobre todo en las selvas tro-
picales; y (viii) recogida inadecuada de residuos municipales (100). Aunque se prevé
considerable, el costo del exceso de capturas en la pesca no puede obtenerse con los da-
tos disponibles estimados (Larsen y Strukova, 2006) [8].
En el Perú, las ciudades siguen creciendo en forma acelerada y desordenada, con una
serie de problemas ambientales de gran impacto sobre los pobladores y el entorno. Se
ha estimado (INEI, 2009) que la proporción de la población urbana en el país habría al-
canzado al 74,0% en el 2010 y alcanzaría al 81,5% en el año 2025. Entre los principales
riesgos ambientales que se identifican actualmente en las ciudades se destacan: la cre-
ciente acumulación de residuos sólidos peligrosos, la contaminación del aire por emi-
siones industriales y de vehículos, la contaminación de los recursos hídricos por las in-
dustrias y los desagües, el uso indebido de las sustancias químicas o radioactivas, los
accidentes de tránsito, la violencia, el tabaquismo y la drogadicción. En las poblaciones
urbano marginales, a los riesgos señalados se suman: el insuficiente acceso al agua po-
table, la eliminación inadecuada de excretas y basuras, la contaminación de los alimen-
tos con agentes patógenos, las condiciones inadecuadas de la vivienda y la presencia de
vectores. En Lima, muchas de estas poblaciones se encuentran ubicados en zonas vulne-
rables (en los cauces de ríos y quebradas, en zonas de altas pendientes o con fallas geo-
245
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
lógicas) que han sido urbanizadas ilegalmente. Finalmente, en los pueblos ubicados en
las áreas rurales del país se agrega, a estos últimos riesgos, la contaminación por el uso
inadecuado de plaguicidas y por los residuos mineros [2, 3].
Al final del año 2007, seguían prevaleciendo en el país los problemas que impedían
satisfacer de manera apropiada la demanda de viviendas. Ello sucedía, a pesar del cre-
cimiento que se venía produciendo desde el año 2002 en el negocio inmobiliario priva-
do, impulsado por el dinamismo de los programas habitacionales auspiciados por el Es-
tado. De acuerdo al diagnóstico efectuado en el año 2007 por el Ministerio de Vivienda,
Construcción y Saneamiento, con cifras del INEI, se calculó un déficit de 1’860.692
unidades, de las cuales se tiene un déficit cuantitativo de 389,745 viviendas por creci-
miento de nuevos hogares, y un déficit cualitativo que alcanza las 1’470.947 unidades
que corresponden a viviendas calificadas como incompletas o inadecuadas por condi-
ciones que afectan su estructura física y carencia de servicios básicos. Esta problemática
se evidenciaba a través de los siguientes indicadores de déficit: el 27,4% del total no
contaba con abastecimiento de agua mediante red pública dentro de la vivienda; el
43,5% no tenía conexión de servicio higiénico mediante red pública dentro de la vivien-
da; el 41,5% tenía piso de tierra; el 42,1% tenía paredes de adobe, tapia o quincha; el
68,1% no tenía techo de concreto armado [9, 10].
246
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
Detrás de los promedios nacionales aún se esconden situaciones críticas. Las brechas en
la cobertura de los servicios de agua y saneamiento afectan sobre todo a las zonas rura-
les, sectores pobres y poblaciones dispersas del país. La situación de las coberturas del
acceso a estos servicios es mucho más crítica en las comunidades indígenas nativas de
la selva. A pesar de su vulnerabilidad, estas comunidades han sido excluidas de los
principales programas de agua y saneamiento del Estado.
Con datos del Censo Nacional del año 2007, el INEI [13] comenta que en el Perú los
servicios de agua y saneamiento continúan siendo insuficientes, con una cobertura dife-
renciada entre las áreas urbanas y rurales, especialmente con relación a los servicios de
eliminación final de excretas.
La cobertura de agua potable alcanza al 69,2% de la población total del país, al
85,3% de la población urbana, y al 32,0% de la población rural. En los departamen-
tos de Loreto y de Ucayali, la cobertura de la población rural solo alcanza al 5,7 y
7,9%, respectivamente.
La cobertura del sistema de eliminación final de excretas alcanza al 57,9% de la po-
blación total del país, al 77,0% de la población urbana, y al 13,1% de la población
rural. En los departamentos de Loreto y de Ucayali, la cobertura de la población rural
solo alcanza al 4,8 y 7,1%, respectivamente.
También ha habido diferentes ritmos de cambio según ámbitos urbano y rural. De esta
manera se tiene que la cobertura de agua potable en la zona urbana (localidades con
población mayor a 2000 habitantes) aumentó 4,2 puntos porcentuales entre los años
censales 1993 y 2007, mientras que para la zona rural el aumento fue mucho mayor en-
tre los años 1993 y 2007: 25,1 puntos porcentuales. Por otro lado, la cobertura de sa-
neamiento en el área urbana aumentó en 17 puntos porcentuales del año 1993 al 2007,
mientras que en la zona rural se aprecia una disminución en la cobertura de 11.5 porcen-
tuales, pero debe tenerse en cuenta que la cobertura de saneamiento en el área rural del
Censo 2007 no considero pozo negro, ciego/ letrina a diferencia de su similar del Censo
1993 que si lo incluye, lo cual explica su reducción aparente.
Por otro lado, los indicadores de acceso a fuentes mejoradas de abastecimiento de agua
potable y a servicios de saneamiento mejorados, son determinados en función a la tec-
nología e infraestructura existente y no en base a la calidad del servicio prestado o al
estado de las instalaciones. El acceso a fuentes de abastecimiento de agua de la red pú-
blica no garantiza en la práctica que el agua recibida sea potable. Sobre todo en un de-
terminado número de sistemas de abastecimiento de agua de las pequeñas ciudades y
del ámbito rural, existen sistemas y entregando agua, pero esta no es potable por el mal
estado de las instalaciones o por las inadecuadas o inexistentes prácticas de operación y
mantenimiento.
Aunque la higiene inocuidad de los alimentos ha mejorado, los avances son irregulares
y persisten brotes de enfermedades transmitidas a través de alimentos contaminados por
247
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
“Luego hay otro punto, que esta tomando mucha importancia, que son los alimentos, que
van también a ocasionar problemas a la salud, porque va a ser vehículo no solamente de
riesgos biológicos, sino también, muchas veces, de riesgos químicos. Los alimentos ve-
getales van a ser regados con aguas que muchas veces jalan relaves, entonces vamos a te-
ner presencia de estos metales. Hace 40 años, estudios del Dr. Rodolfo Lozano, de la
UNMSM, demostró a presencia del cadmio y el plomo en vegetales como la papa, za-
nahoria, cebolla, rabanito. No es algo nuevo, este consumo a bajas dosis pero de forma
crónica, puede acarrear enfermedades que muchas veces todavía no hemos definido, y no
conocemos… la industria alimentaria también va a llegar con sus preservantes, aditi-
vos, colorantes y edulcorantes que puedes ser nocivos” (M. Gastañaga, 2012).
El Perú es uno de los países más proclives de la Región de las Américas a sufrir desas-
tres naturales. El “Trapecio Andino” es un área de confluencia e intensidad de factores
climáticos extremos que en los últimos años han afectado notablemente a la población y
los medios de vida. Particularmente, en esta zona que concentran los grupos sociales
con mayores niveles de pobreza, las sequías frecuentes y las recurrentes heladas extre-
mas y “friajes” han tenido un impacto adverso en la agricultura de subsistencia, han ge-
nerado un déficit de alimentos, han afectado la salud, la nutrición y destruido en muchos
casos los activos productivos (tierra, cultivos y ganado) de las comunidades rurales.
La alta vulnerabilidad del Perú los desastres sísmicos así como la debilidad institucio-
nal para dar una respuesta oportuna, en la emergencia y en el mediano plazo, a los efec-
tos de los mismos, se hizo evidente nuevamente frente al terremoto del departamento de
Ica, del 15 de agosto del año 2007. El siniestro, que tuvo una magnitud de VIII en la es-
cala de Mercalli, dejó 595 muertos, 1.800 de heridos, 76.000 viviendas totalmente des-
truidas e inhabitables y cientos de miles de damnificados. Provocando, además, daños
económicos superiores a los US$ 2.000 millones. Las zonas más afectadas fueron las
provincias de Ica, Pisco, y Chincha.
Sin embargo de esas grandes pérdidas, el mayor dolor, sufrimiento e impotencia vino
después del sismo. Indudablemente, hubo algo más que ausencia de planes de contin-
gencia, o incompetencia en la gestión. El desastre de Ica enseña que el aumento del ni-
vel de los riesgos en las sociedades actuales es el resultado de nuestros estilos vida, de
nuestras maneras de pensar, sentir, creer y hacer, de nuestras maneras de relacionarnos
con las demás personas y con nuestro entorno, del orden de nuestras prioridades como
sociedad, etc. En suma, enseña que nuestras formas actuales de relacionarnos con el en-
torno físico, social y cultural son inapropiados. Comportamientos que, en consecuencia,
debemos cambiar con la aplicación del enfoque ambiental en la educación.
248
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
En materia de calidad de agua, los principales problemas en el país son los vertimientos
de aguas residuales no tratadas adecuadamente, que pueden ser domésticas o provenien-
tes de actividades productivas. La mayoría de los ríos peruanos están contaminados por
el vertimiento incontrolado de elementos y sustancias nocivas, provenientes de las des-
cargas de usos minero-metalúrgico, industrial y agrícola. La minería informal está pro-
duciendo problemas en la salud de los trabajadores mineros y de la población que vive a
los alrededores de las minas. A este tipo de polución causada por la contaminación de
sustancias químicas peligrosas se añade la contaminación causada por la eliminación de
las excretas a ríos y lagos, sin ningún tipo de tratamiento.
“Alrededor de 1.500 centros poblados colindantes a los ríos de las tres vertientes descar-
gan sus aguas negras en los cursos de agua, contaminándolas en mayor o menor grado.
Los cálculos estiman que 86% de los vertimientos domésticos no reciben ningún tipo de
tratamiento. Las cargas domésticas que contaminan el mar peruano alcanzan los 20 millo-
nes de metros cúbicos al año. En la sierra se han monitoreado siete ríos contaminados.
Los casos más dramáticos son los ríos de las cuencas del Mantaro, Santa, Huallaga y
Hualgayoc, así como el lago de Junín y el del Titicaca. La cantidad de heces recolectadas
por la red de alcantarillado que se vierten directamente a los cursos del agua en el caso de
Lima es de 1.300 toneladas al día, esta cantidad de excretas humanas, junto con las aguas
servidas de los establecimientos hospitalarios y los industriales, se vierten al borde del
mar, contaminando el litoral” (H. Rengifo, 2007, p. 43-44)
Con el crecimiento de las ciudades, cada vez se hace más evidente el daño a la salud
que ocasionan los desagües dispuestos sin tratamiento y lo complejo y costoso que re-
sulta tratarlos. Según cifras oficiales en el Perú solo se trata el 22% de los desagües ur-
banos, nivel muy bajo si lo comparamos con Brasil (62,9%) y Chile (82,3%). La dispo-
sición de los desagües sin tratamiento y de los residuos sólidos en los cursos de agua,
las explotaciones industriales y agrícolas sin control de sus impactos ambientales y la
deforestación de las cuencas obligarán a tomar medidas para preservar las fuentes de
agua que utilizan las poblaciones, fuentes cuyo acceso se hace más difícil a medida que
crecen las ciudades, principalmente en la costa del país.
Por otra parte, la vida y la salud de los pueblos indígenas de la Amazonía están siendo
afectadas, directa o indirectamente, por la reducción y deforestación de los territorios
donde desarrollan sus actividades tradicionales de caza, pesca y agricultura, así como
por la contaminación del ambiente que está acompañando a la explotación minera y pe-
trolera. La contaminación de los ríos de la selva con metales pesados – mercurio, cad-
mio, plomo – y sustancias tóxicas como efecto de ese tipo de actividad minera es cada
249
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
vez más preocupante. Además, las crecientes operaciones relacionadas con la explota-
ción y transporte de petróleo y gas natural han estado aumentando el deterioro del am-
biente. Entre 2004 y el 2008 han aumentado, del 15 al 72%, las áreas cubiertas con lo-
tes petroleros en la Amazonía. Estos lotes están superpuestos sobre el 80% de los terri-
torios indígenas, incluyendo comunidades nativas y reservas territoriales para indígenas
en aislamiento. Por la magnitud de tales problemas se están produciendo cambios eco-
lógicos en la Amazonía, los cuales favorecen el incremento de los riesgos de enfermar y
morir, así como la reducción de la biodiversidad. Así por ejemplo, el número de espe-
cies de fauna amenazada en su existencia se elevó de 221 especies en 1990 a 301 espe-
cies en el año 2004.
250
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
Pero también existen casos concretos de contaminación por emisiones industriales. Los
sectores `productivos afectan la calidad del aire en el medio urbano y rural debido a la
quema de combustibles, esencialmente diesel y petróleo residual, y con emisiones fugi-
tivas en el caso del sector minero-energético. En el Perú, la actividad industrial minera
arroja a la atmósfera una variedad de sustancias tóxicas, entre las que se encuentran el
arsénico, el plomo, el cadmio, el cobre, el zinc, el dióxido de azufre atmosféricos, entre
otros. Muestreos realizados en La Oroya han confirmado la contaminación por plomo
de toda la población de dicha ciudad. Otro problema –que recién se está comenzando a
enfrentar – es la contaminación del aire intradomiciliario en las zonas rurales, debido a
que gran parte de los hogares en este ámbito utiliza leña, bosta y plásticos como insumo
energético para cocinar y para calentar las casas, las que suelen carecer de una ventila-
ción adecuada.
La Dra. Carmen Gastañaga [14] (CG) hace, al respecto, el siguiente comentario: “Nues-
tras probabilidades de inhalar aire contaminado van a depender de donde vivamos y tra-
bajemos. Entonces que pasa con una familia que vive en una gran avenida de alto transi-
to, o con poblados que viven cerca de una fundición o de una empresa minera. Que pa-
sa también con los limeños que viven en los cinturones de pobreza, los cerros, donde se
hace comida para las chancherias, donde se utiliza como combustible las llantas. Enton-
ces, tenemos el famoso negro de humo, que es lo que esta entrando a las casas”.
Para el Ing. Oscar Cáceres [19] la gran contaminación del aire en la ciudad de Lima se
manifiesta en la alta densidad del polvillo “que está flotando en el aire y comemos y
respiramos”. Refiere que hace tres años lo hizo analizar y encontró que su composición
era la siguiente: 50% de tierra, 30% de hollín y 20% de excremento de perro y de gente.
Este último componente tendría origen, primero, en la “pésima costumbre de la gente de
sacar a su perro a hacer sus deposiciones en la calle o parques, en lugar de recogerlas en
una bolsa de plástico”; y, en segundo lugar, a que los sistemas de desagüe llevan cada
día a las playas limeñas cerca de 1.400 toneladas de excremento humano. En el mar,
estos excrementos son triturados y pulverizados, levantados por la brisa marina y, fi-
nalmente, devueltos a la ciudad. Nadie hace caso a este hecho, a pesar de que es una de
las principales causas de las altas incidencias de enfermedades infecciosas y de alergias
respiratorias en la ciudad.
Pasivos ambientales
Pasivos Ambientales son las deudas que una empresa tiene por daños ambientales que
no fueron remediados oportunamente y siguen causando efectos negativos. Son muchas
las actividades que han originado estos pasivos, entre ellas la minería, la industria ma-
nufacturera, la extracción de hidrocarburos, la pesca, la agricultura y los residuos muni-
cipales. Son considerados pasivos minerales aquellas instalaciones, efluentes, emisio-
nes, restos o depósitos de residuos producidos por operaciones mineras que están, en la
actualidad, abandonadas o inactivas, y que constituyen un riesgo permanente y potencial
para la salud de la población, el ecosistema circundante y la propiedad. A este respecto,
el Fondo Nacional del Ambiente reporta que existen 2.1003 pasivos ambientales mine-
ros, de los cuales 233 están abandonados y 1.880 están inactivas. De la totalidad de es-
tos pasivos, más del 60% se encuentran en Cajamarca [5].
251
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
Desde julio del año 2008 se ha denunciado que los depósitos de relaves ubicados en la
falda del cerro Tamboraque, en la localidad de San Mateo de Huanchor, en el kilómetro
93 de la Carretera Central, podrían colapsar y desatar un desastre natural de grandes
proporciones. Unas 600 mil toneladas de residuos mineros, que contienen una gran car-
ga tóxica, podrían deslizarse hacia la vertiente del río Rímac, envenenando las aguas y
bloqueando la Carretera Central. Luego de que la minera San Juan, responsable del pro-
blema, cerrara sus puertas y se negara a hacerse cargo del mismo, la Presidencia del
Consejo de Ministros declaró la zona en situación de emergencia y formó un comité de
crisis, en que logró mitigar en algo la situación, aunque el peligro sigue latente. Las
obras de estabilización comprenden principalmente la construcción de un sistema de tú-
neles de drenaje de 400 metros, que permitiría dar estabilidad a la ladera del cerro.
Cambio climático
El proceso de cambio climático (CC) viene ocurriendo en nuestro planeta con una velo-
cidad e intensidad sin precedentes en los últimos 2.000 años de la historia humana. La
temperatura ambiental ha aumentado 0,74° C solo en los últimos cien años (1906-2005),
y en los últimos cincuenta años ha aumentado a razón de 0,13° C por década. Este in-
cremento trae enormes consecuencias en la precipitación y genera impactos notables en
los ecosistemas y sectores socioproductivos: aumento de las sequías, los fenómenos cli-
máticos extremos, las tormentas tropicales y las crecidas el nivel del mar [20].
Según estudios internacionales, el Perú es uno de los países con mayor vulnerabilidad
frente a los efectos del CC. Entre las principales razones de tal preocupante situación se
tiene que el 90% de la población vive en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas; un gran
porcentaje de esta se dedica a la agricultura, la pesca y otras labores que son afectadas
directamente por el clima; existe un alto porcentaje de pobreza y extrema pobreza, con
pocas posibilidades de adaptación; se cuenta con más del 70% de glaciares tropicales del
mundo; y la mayor parte de la energía se genera a partir de centrales hidroeléctricas. La
temperatura promedio en el país se ha elevado en 0,2 °C por década en los últimos cinco
decenios (Senamhi 2009). Se asocian al CC diversos fenómenos, tales como la subida de
los pisos ecológicos en la sierra, así como el retroceso de los glaciares tropicales en el
Perú. Junto con el aumento de la temperatura ambiental, se ha registrado cambios signi-
ficativos en la precipitación de las diversas regiones del país. Se ha incrementado la ocu-
rrencia de eventos climáticos extremos y cambios en diversos ecosistemas [20].
El Dr. Oscar Feo y sus colaboradores [21] informan que en la región andina hay eviden-
cias de una asociación entre El Niño y las epidemias de malaria y dengue, y otras en-
fermedades metaxénicas como Leishmaniosis, enfermedad de Carrión, entre otras. Se
calcula que para el 2100, el riesgo de adquirir malaria se habrá incrementado en 26% en
la población mundial y que en zonas templadas, los mosquitos incrementarán en 100
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Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
“El calentamiento global altera la distribución geográfica de las especies que transmiten
enfermedades. En un mundo más cálido y húmedo, los mosquitos, las garrapatas y los
roedores expanden su presencia a latitudes y altitudes superiores, cambiando los patrones
de transmisión y distribución estacional de muchas enfermedades. Por ejemplo los efectos
climáticos del Fenómeno del Niño, permitieron que la densidad de vectores de la malaria
y del mismo dengue aumentara y se hicieran más frecuentes los casos de estas enferme-
dades. Además las ratas silvestres se movilizaran hacia el sur, trasmitiendo sus pulgas a
la rata casera y, luego, al cuy de las viviendas de Lambayeque, donde comenzaron a regis-
trarse casos de peste. Asimismo, no podemos dejar de comentar el incremento de los epi-
sodios de olas de frío o de friaje en nuestro país, que en el año 2007 provocaron la muerte
de decenas de personas en el altiplano; además, ahora aparecen estos friajes en los depar-
tamentos de la selva, donde antes no existían” (Náquira, 2012).
Antes de la creación del Ministerio del Ambiente, había un consenso entre los especia-
listas sobre que el insuficiente desarrollo de la institucionalidad ambiental era una de las
principales causas del deterioro ambiental en el Perú, no obstante la existencia del Con-
sejo Nacional del Ambiente (CONAM) desde diciembre del año 1994.
253
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
En opinión de Manuel Pulgar Vidal [23], el CONAM nunca estuvo en condiciones para
actuar como la autoridad ambiental nacional y las autoridades sectoriales siguieron ejer-
ciendo las funciones que el Decreto Legislativo Nº 757, del año 1991, les había otorga-
do. En la práctica, todas las normas destinadas a fortalecer la autoridad del CONAM no
tuvieron efecto alguno, parecía que “no existieran”. Además, por el lado del nivel des-
centralizado, a los Gobiernos Regionales se les venía transfiriendo, con muy poco éxi-
to, determinadas funciones ambientales que en la práctica aparecían como marginales o,
en algunos casos, como cumplidas de manera displicente. Ejemplos de ello, son el insu-
ficiente o inadecuado ejercicio de las funciones regionales en el otorgamiento de conce-
siones, permisos y autorizaciones forestales, así como en el tratamiento en materia am-
biental minera, “limitado a los programas de adecuación y manejo ambiental de la pe-
queña minería y minería artesanal”
“La consecuencia negativa de esa sectorialización fue cada vez más evidente. Los sectores
actuaron… como ‘juez y parte’, lo que genera altos niveles de desconfianza ciudadana
sobre los niveles de exigencia en materia ambiental para las actividades que regulan. Ello,
por otro lado entre los distintos sectores…con evidentes signos de retraso y una preocu-
pante displicencia para dar avances significativos… Asimismo la sectorialización ha ge-
nerado en las últimas décadas una creciente pérdida de credibilidad en los instrumentos de
gestión ambiental… tales como estudios de impacto ambiental y los programas de ade-
cuación y manejo ambiental…” (M. Pulgar Vidal, 2008, p.39)
254
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
Por otro lado, en el año 2008, en una relación de 149 países ordenados según el “índice
de eficiencia ambiental”, el Perú se ubicaba en el puesto 60, muy distante de otros paí-
ses latinoamericano como Costa Rica (Puesto 5) y Colombia (Puesto 9) [3].
Una cuenca es una unidad geográfica que acarrea las aguas de un espacio geográfico
unificado por el flujo de las mismas, moldeando el territorio y labrando su propio ca-
mino. La cuenca constituye, entonces, una unidad en la que tanto la cadena trófica como
el manejo de la contaminación desencadenan procesos importantes para la gestión de
los recursos a lo largo de todo el espacio de la cuenca. El manejo de la cuenca y la dis-
tribución del agua expresan la existencia de una determinada estructura del poder, ya
que de aquellos depende la riqueza de los demás recursos naturales. Sin embargo, no
existe en el país todavía a un sistema de manejo que involucre en la distribución del re-
curso agua el volumen a ser utilizado por cada una de las localidades ubicadas a lo largo
del espacio de la cuenca, así como considere en la evaluación de sus costos los daños
por deterioro y contaminación en cada una de ellas. En la cuenca se puede encontrar la
explotación minera que al ser mal manejada puede repercutir en toda la cuenca, produ-
ciendo problemas de contaminación a lo largo de la misma [24].
Actualmente no existe una política general de las cuencas hidrográficas, ni una gestión
gubernamental integrada a nivel de cada una de ellas. Cada autoridad local tiende a cen-
trar el manejo de cuenca en su espacio específico de acción. Pretendiendo olvidar, a ve-
ces, que el agua no es propiedad de la población que ocupa la cabecera de cuenca, sino
un recurso a ser utilizado teniendo en cuenta los intereses de todos los habitantes de la
cuenca, de manera que permita el desarrollo sostenible e integrado del país. “El go-
bierno local debe devolver el agua por lo menos tan limpia como la recibió”. El Estado
Peruano nunca ejerció un rol protagónico en el manejo de la cuenca: fueron los terrate-
nientes en un caso, los caucheros o los mineros en los otros los que han decidido el uso
del agua y el manejo y la contaminación de la cuenca [24, 25].
“Uno de los principales problemas de salud ambiental es el problema del manejo de las
cuencas… En materia de cuencas quizás es donde tenemos menos avances en materia de
política ambiental. En el Perú se discutió mucho la necesidad de empezar a tener una ges-
tión del ambiente, más integral, más participativa, pero nuestra estructura institucional es
bastante sectorial, entonces tenemos muchos conflictos en materia de cuencas, porque hay
políticas mineras distintas a las políticas agrarias; las cuales, a su vez, son distintas a las
políticas sociales. Entonces, al no tener una visión de cuenca en la gestión del ambiente se
genera conflictos entre los diferentes sectores y poblaciones que tienen distintos intereses
en la cuenca” (J. Villena, 2012).
En la última década, en el Perú se han difundido ideas, sucesos, normas, iniciativas em-
presariales y políticas gubernamentales alrededor del tema ambiente. Los diversos acto-
res político han internalizado en sus discursos, y algunos en sus prácticas, las considera-
ciones ambientales. Pero, si bien existe un mayor conocimiento y una aparente buena
disposición hacia lo que significa un mayor cuidado de nuestros recursos naturales y
ecosistemas, eso no significa la existencia de una mayor conciencia ambiental que
comprometa a acciones decididas y convencidas. Las dificultades para este compromiso
tienen su origen en los distintos intereses que, al respecto del ambiente, tienen los dife-
255
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
rentes actores políticos, así como al hecho que éstos emiten pronunciamientos no siem-
pre coherentes y que desarrollan acciones que contradicen sus discursos.
En opinión del sociólogo F. Bravo [26, 27], las movilizaciones acaecidas ante los efec-
tos negativos del crecimiento de las industrias extractivas no son movimientos con
agendas ambientalistas; son más que nada respuestas en proceso de articulación, ante lo
que se consideran agresiones y amenazas a los recursos naturales y medios de vida de
las poblaciones que se sienten afectadas. Destacando que dichos movimientos están su-
peditados a la importancia de variables extra ambientales como pueden ser la salud pú-
blica, las presiones políticas e ideológicas.
Uno de los pocos datos disponibles sobre la preocupación ciudadana en torno a los pro-
blemas ambientales proviene de algunas encuestas de opinión pública. Ipsos Perú inclu-
ye en sus preguntas sobre los principales problemas del Perú, desde al menos el 2006, el
ítem “Destrucción/Contaminación del medio ambiente”. Es recién desde el 2008 que la
ciudadanía de Lima le confiere cifras relevantes a este ítem dentro del ranking de pro-
blemas nacionales; sin embargo, el 58% de los encuestados consideraban que en cuatro
años la situación ambiental sería igual o peor que la actual. El debate sobre la creación
del Ministerio del Ambiente, las recurrentes informaciones sobre los riesgos del cambio
climático, las menciones ambientalistas que acompañaron a las de los conflictos minero-
energéticos, podrían haber contribuido a que la gente ahora piense que los impactos
humanos en el ambiente constituyen un problema para el país, aunque a distancia de
otros “más importantes”, como la delincuencia, la corrupción, las deficiencias de la
educación pública o las malas condiciones laborales.
Por otro parte, con relación a la educación ambiental, solo a partir del año 2005, el Mi-
nisterio de Educación, conjuntamente con el Ministerio de Salud, y luego con el actual
Ministerio del Ambiente, han ido desarrollando acciones de articulación de proyectos y
programas con la finalidad de elaborar, promover y evaluar la aplicación del enfoque
ambiental en las instituciones educativas del país. El componente de educación en sa-
lud de esos proyectos y programas está vinculado con las acciones que ha venido desa-
rrollando el programa de Promoción de la salud en las Instituciones Educativas de la
Dirección General de Promoción de la Salud del MINSA. El propósito de este programa
es incorporar y fortalecer los comportamientos saludables. La promoción de la salud
tiene cuatro líneas de acción: promoción de comportamientos saludables, desarrollo de
entornos saludables, fortalecimiento institucional e implementación de políticas saluda-
bles [28].
256
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
la recursos naturales y del medio que los sustenta, que permita contribuir al desarrollo
integral social, económico y cultural de la persona humana, en permanente armonía con
su entorno, y así asegurar a las presentes y futuras generaciones el derecho a gozar de
un ambiente equilibrado y adecuado para el desarrollo de la vida” [29]
Hace apenas tres años, se aprobó el documento Política Nacional del Ambiente [4], por
Decreto Supremo del 23 de mayo de 2009, siendo Presidente de la República el Dr.
Alan García, y el Ministro del Ambiente el Ingeniero Antonio José Brack Egg. En los
considerandos del Decreto se precisa que la elaboración de la propuesta de política na-
cional fue elaborada por el Ministerio de Ambiente, la cual fue “sometida a consulta
pública mediante publicación efectuada en su portal institucional”, y que asimismo fue
materia de “talleres efectuados realizados en las ciudades de Lima, Arequipa, Iquitos,
Piura y Huancayo, en los que participaron funcionarios públicos de los niveles nacional,
regional y local representantes de los colegios profesionales, así como diversos agentes
e instancias de la sociedad civil y entes de Cooperación Internacional, Habiendo recibi-
do comentarios y observaciones que han sido debidamente merituados”.
El Objetivo General de la Política Nacional del Ambiente es: “Mejorar la calidad de vi-
da de las personas, garantizando la existencia de ecosistemas saludables, viables y fun-
cionales en el largo plazo; y el desarrollo sostenible del país, mediante la prevención,
protección y recuperación del ambiente y sus componentes, la conservación y el apro-
vechamiento sostenible de los recursos naturales, de una manera responsable y con-
gruente con el respeto de los derechos fundamentales de la persona”. El cual se des-
agrega en cinco Objetivos Específicos, que a continuación son enumerados:
La Política Nacional del Ambiente define esos objetivos en el marco establecido por
seis principios: transectorialidad, análisis costo-beneficio, competitividad, gestión por
resultados, seguridad jurídica y mejora continua. Asimismo, estructura su contenido
sobre la base de cuatro ejes de política temáticos, a saber: (i) conservación y aprove-
chamiento sostenible de los recursos naturales y de la diversidad biológica; (ii) gestión
257
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
Los objetivos temáticos definidos para el eje de política 2 son cinco: (i) lograr una ges-
tión sostenible de las actividades productivas, extractivas, de transformación, comercia-
les y de servicios para asegurar una adecuada calidad ambiental en el país; (ii) desarro-
llar y consolidar mecanismos de carácter técnico, normativo, económico y financiero,
para la prevención y control de los impactos ambientales negativos significativos de las
actividades de origen natural y antrópico; (iii) rehabilitar las áreas ambientalmente de-
gradadas, articulando las acciones de los sectores público y privado involucrados, de
acuerdo a sus competencias y responsabilidades; (iv) incorporar criterios de ecoeficien-
cia y control de riesgos ambientales y de la salud en las acciones de los sectores público
y privado; y, (v) lograr el control eficaz de las fuentes de contaminación y de los res-
ponsables de su generación, estableciendo instrumentos y mecanismos para la vigilan-
cia, supervisión, evaluación y fiscalización ambiental. Este eje se divide en seis temas:
control integrado de la contaminación; calidad del agua; calidad del aire; residuos sóli-
dos; sustancias químicas y materiales peligrosos; y calidad de vida en ambientes urba-
nos. Finalmente, para cada tema se definen entre 5 y 10 lineamientos de política [4].
Por otro lado, los objetivos temáticos definidos para el eje de política 3 son tres: (i) po-
sicionar el tema ambiental en las decisiones de Estado, articulando las capacidades na-
cionales, creando sinergias y promoviendo una activa participación ciudadana: (ii) lo-
grar que el Sistema Nacional de Gestión Ambiental ejerza, de manera eficiente y eficaz,
sus funciones en los tres niveles de gobierno, bajo la rectoría del Ministerio del Am-
biente; y, (iii) construir nuevos modos de producción y vida basados en los principios
de la sostenibilidad, la ética, la inclusión social y la justicia ambiental. Este eje se divi-
de en tres temas: institucionalidad; cultura, educación y cultura ambiental; e, inclusión
social en la gestión ambiental. Finalmente, para cada tema se definen entre tres y nueve
lineamientos de política [4].
El Plan Nacional de Acción Ambiental 2011-2021 (PLANAA) [30], aprobado por De-
creto Supremo Nº 014-2011-MINAM y publicado en el diario El Peruano el 9 de julio
de 2011, es un instrumento de planificación ambiental nacional de largo plazo, el cual
se formula a partir de un diagnóstico situacional ambiental y de la gestión de los recur-
sos naturales, así como de las potencialidades del país para el aprovechamiento y uso
sostenible de dichos recursos; del mismo modo, se basa en el marco legal e institucional
del Sistema Nacional de Gestión Ambiental. Se rige por los mismos objetivos, general y
específicos, determinados en la Política Nacional del Ambiente (comentada anterior-
mente). Las metas prioritarias del Plan Nacional de Acción Ambiental - PLANAA Perú:
2011-2021, a ser alcanzadas al año 2021 son las siguientes:
258
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
De acuerdo a lo afirmado en el Plan, las metas que se han definido como prioritarias
responden a la magnitud de los problemas ambientales y de gestión de los recursos natu-
rales identificados en el país; reflejan los cambios esperados al 2021 en materia de esas
siete materias; que por su repercusión en la calidad de vida y el desarrollo del país, re-
sultan de vital importancia. Se supone, con optimismo, que cada una de estas metas se
podrá alcanzar mediante acciones estratégicas y actividades que ejecutarán las entidades
responsables y la sociedad en su conjunto en los tres niveles de gobierno – nacional.
Regional y local –, las cuales serán evaluadas mediante indicadores de gestión e indica-
dores ambientales, bajo la supervisión del Ministerio del Ambiente .
259
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
Sin embargo, aquellos avances normativos solo explicitan lo que se debe hacer en polí-
tica ambiental, es decir las intenciones gubernamentales para enfrentar los desafíos am-
bientales que hemos descrito. Los primeros resultados de la aplicación de esa política
no son los esperados, en tanto su instrumentación y realización han encontrado grandes
limitaciones para su factibilidad y viabilidad. Estas limitaciones se explican, en una
primera aproximación, a defectos del contenido de la nueva normatividad de gestión
ambiental, que fue el resultado de un debate aun no finalizado, al interior del Go-
bierno, sobre las competencias que debían asignársele al MINAM y a los otros ministe-
rios e instituciones públicas en esa materia, fundamentalmente en torno al rol de fisca-
lización. Debe tenerse en cuenta que este debate se produjo en el contexto de un proceso
de descentralización que se reflejaba en gobiernos regionales con mayores competencias
ambientales, así como en medio de otro proceso orientado a facilitar el cumplimiento de
los compromisos que el Gobierno había adquirido con relación a la aprobación del TLC
con Estados Unidos. En esta situación, no se le dieron al MINAM funciones con rela-
ción a los bosques y el agua, aunque posteriormente se le otorgaron competencias en el
campo de los servicios ecosistémico. Tampoco se le señalaron funciones directas de fis-
calización en temas sectoriales – los otros ministerios siguen siendo los responsables de
los estudios de impacto ambiental – aunque se creó el Organismo de Evaluación y Fis-
calización Ambiental para fiscalizar temas ambientales transversales. Por último, no se
estableció el mecanismo para el ejercicio descentralizado de funciones ambientales.
En lo que se refiere específicamente a la Política Nacional del Ambiente, este documen-
to tuvo que ser formulado en concordancia con la legislación que actualmente norma la
administración pública, que recorta a la autoridad ambiental nacional sus competencias
a nivel sectorial y regional. Por último, con relación al Plan Nacional de Acción Am-
biental 2011-2021 (PLANAA), aprobado el año anterior, debemos comentar que solo es
un instrumento de planificación a largo plazo diseñado por un nuevo sistema de planifi-
cación estratégica que aún no se ha consolidado en el país.
260
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
La racionalidad que sustenta aquel estilo de desarrollo neoliberal tiene un carácter esen-
cialmente instrumental, y fue la utilizada por el Estado hace algunos años en la Ama-
zonía, para justificar las concesiones de territorios a la gran empresa petrolera, minera
y agroforestal, las cuales se superponen, en gran medida, a las tierras que son habitadas
ancestralmente por los pueblos indígenas. Ello, sin buscar el consenso o el consenti-
miento de estos pueblos, no obstante el carácter vinculante de lo dispuesto, al respecto,
en el Convenio 169 OIT. Conducta que inicialmente se trató de legitimar con un discur-
so político que parecía considerar a los pueblos indígenas como un obstáculo para el
crecimiento económico nacional.
1. En los casi cinco siglos del devenir nacional republicano, transcurridos entre 1535 y
2005, se identifican seis períodos sociopolíticos , en cada uno de los cuales se evidencia
la institucionalización de un particular estadio en el proceso de formulación y realiza-
ción de las políticas de organización del cuidado de la salud poblacional, entre ellas las
261
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
2. En cada uno de esos estadios, las autoridades gubernamentales utilizaron – con una
racionalidad esencialmente instrumental –, diferentes enfoques sociopolíticos y teóricos
para identificar, describir, explicar y enjuiciar los problemas de salud-enfermedad de
la población, entre ellos los vinculados con el saneamiento ambiental o la salud ambien-
tal, en un determinado contexto nacional e internacional.
262
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
existió una brecha entre las intenciones formales y las realizaciones concretas de dichas
decisiones gubernamentales. En los intentos de superación de esas brechas prevalecie-
ron los argumentos económico-financieros sobre los políticos, y éstos sobre los técni-
cos. Los morales estuvieron, por lo general, ausentes.
01. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Informe sobre Desarrollo Humano 2011. Sostenibi-
lidad y equidad: Un mejor futuro para todos. Ediciones Mundi-Prensa. PNUD. 2011.
02. Rodríguez-Becerra, Manuel; Espinoza, Guillermo; Wilk, David (Editores). Gestión ambiental en
América Latina y el Caribe Evolución, tendencias y principales prácticas. Banco Interamericano de Desa-
rrollo. Departamento de Desarrollo Sostenible. División de Medio Ambiente. Washington D. C. Diciem-
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03. Grupo de Trabajo Multisectorial Preparación del Ministerio del Ambiente. Diagnóstico ambiental del
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04. Ministerio del Ambiente. Política Nacional del Ambiente. Decreto Supremo Nº 012-2009-MINAM de
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Unidad de Desarrollo Sostenible Región de América Latina y el Caribe. Banco Mundial. Perú. Mayo,
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09. Gwinner, Willian. 15. Vivienda. En: Perú. La oportunidad de un país diferente: próspero, equitativo
y gobernable. Banco Mundial. M. Giugale, V. Fretes-Cibet, J. Newman. 2006, p. 353-364.
263
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
10. Fondo Mivivienda. 2006. Déficit habitacional. Lima: Fondo Mivivienda. Mimeo. Data ENAHO,
2003-INEI. Elaboración: Estudios económicos-Mivivienda.
11. Rengifo, Hugo y otros. Aproximación diagnóstica y propuesta de políticas generales en materia de
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12. Marmarillo, Iris. 14. Agua Potable y Saneamiento. En: Perú. La oportunidad de un país diferente:
próspero, equitativo y gobernable. Banco Mundial. M. Giugale, V. Fretes-Cibet, J. Newman. 2006, p.
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13. Presidencia del Consejo de Ministros. Objetivos de Desarrollo de Milenio. Informe de cumplimiento
-2008. Resumen Ejecutivo. Lima. Sistema de Naciones Unidas en el Perú. Abril 2010
14. Entrevista a la médica especialista en Gestión Ambiental y Salud Ocupacional María del Carmen
Gastañaga Ruiz, Asesora del Instituto Nacional de Salud, exdirectora general de DIGESA (2006-2007).
Efectuada el 12 de octubre del por las Magister Martha Martina y Ruth Arroyo.
15. Bernex, Nicole y otros. Hacia una gestión integrada de los recursos hídricos en el Perú. Global Water
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16. Buendía, José, Informe de la situación actual de la gestión de residuos sólidos municipales. Adjudica-
ción de menor cuantía Nº 073-2008-MINAM/OGAF. Octubre, 2008,
17. Ruiz, Albina y otros. Desde la basura, cambiando mentes y corazones, Lima. Ciudad Saludable. 2009.
18. Poveda, Renán. 20. Minería. En: Perú. La oportunidad de un país diferente: próspero, equitativo y
gobernable. Banco Mundial. M. Giugale, V. Fretes-Cibet, J. Newman. 2006, p. 445- 466.
19. Entrevista al Ingeniero Sanitario Oscar Cáceres López, consultor en Salud Ambiental y miembro del
Comité de Salud Ambiental del Consejo Nacional de Salud. . Efectuada el 7 de julio del 2012 por las
Magister Martha Martina y Ruth Arroyo.
20. Cancino, Ignacio; Mendoza, Armando; Postigo, Julio C. Políticas frente al cambio climático. Lima;
Perú. Consorcio de Investigación Económica y Social - CIES; 1 ed.; Mar.2011. 42 p. (Serie Aportes para
el Gobierno Peruano 2011 - 2016, 11).
21. Feo, Oscar, Solano, Elisa, Beingolea, Luis et al. Cambio climático y salud en la región andina. Rev.
perú. med. exp. salud publica, ene./mar. 2009, vol.26, no.1, p.83-92.
22. Entrevista al médico Dr. César Náquira, Presidente del Comité Permanente de Población y Ambiente
de la Academia Nacional de Medicina y ex Jefe del Instituto Nacional d S alud. Entrevista efectuada el 9
de agosto del 2012, por las Magister Martha Martina y Ruth Arroyo.
23. Pulgar Vidal, Manuel, La institucionalidad ambiental en el Perú: Ha llegado el tiempo de madurar.
En: Pobreza y Desigualdad en el Perú. Informe anual 2007-2008. Lima. Oxfam GB. Junio 2008, p. 32-
43.
24. Sabogal, Ana. Manejo del agua en el Perú desde una perspectiva de cuenca. Pontificia Universidad
Católica del Perú (asabogal@pucp.edu.pe).
25. Entrevista al Ingeniero Jorge Villena Chávez, Asesor del Ministerio del Ambiente y ex director gene-
ral de DIGESA (1998-2001). Entrevista efectuada el 9 de agosto del 2012, por las Magister Martha Mar-
tina y Ruth Arroyo.
26. Entrevista a Fernando Bravo, Sociólogo, magíster en Desarrollo Ambiental y docente del Departa-
mento de Ciencias Sociales de la PUCP.
27. Bravo, Fernando. Actores políticos y conciencia ambiental en el Perú. Ponencia presentada al V Con-
greso Nacional de Medio Ambiente, Ecología y Desarrollo Sostenible. Concepción, Junín. 12 al 15 de ma-
yo de 2004.
264
Cap. 7. Política de salud ambiental a inicios del siglo XXI, Carlos Bustíos y Col.
28. Calderón, René y otros. Editores. Educación ambiental. Huánuco. . Sistematización del I Congreso
Regional de Educación Ambiental Huánuco, 2010. Gobierno Regional de Huánuco. Primera edición, oc-
tubre 2011, Huánuco.
29. Decreto Legislativo Nº 1013. Creación del Ministerio del Ambiente, 2008.
30. Plan Nacional de Acción Ambiental- PLANAA-PERÚ 2011-2021. El Peruano de 14 de julio del
2011.
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Salud ambiental en la historia de la salud pública peruana: 1535-2005, Carlos Bustíos y Col.
ANEXO Nº 1
El Ing. Jorge Villena Chávez – actualmente Asesor Principal del Viceministerio de Ges-
tión del Ministerio del Ambiente, exdirector general de DIGESA (1998-2001) – prime-
ro, nos recuerda que en la 5ta. Disposición Complementaria Final de la Ley de crea-
ción del Ministerio del Ambiente se ordenó conformar una comisión intersectorial “en-
cargada de analizar la complementación que deben tener las funciones sanitarias y am-
bientales y proponer la delimitación de las funciones de la autoridad sanitaria a nivel
nacional, actualmente ejercida por DIGESA, y la función del Ministerio del Ambiente”.
Y, luego de cuatro años de ese hecho, ahora como asesor del Ministerio del Ambiente,
nos comenta lo siguiente:
“Lo que ha pasado ahora es que el Ministerio del Ambiente ha querido manejar para si,
todas las áreas programáticas que antes venía desarrollando DIGESA…, entonces me pa-
rece que ahí, lejos de potenciar el manejo de dos instituciones importantes como es el Mi-
nisterio de Salud y Ministerio del Ambiente, lo que se ha hecho es crear problemas de
competencia muy fuertes….. Si bien el Ministerio del Ambiente, tiene varias instituciones
vinculadas al tema ambiental, el de Salud siempre está por delante en lo que se relaciona
con la salud de las personas…Yo creo que más bien las dos instituciones le pueden dar al
país un nuevo enfoque de cómo debe ser el desarrollo sostenible. El problema es el posi-
cionarse, uno que vea del largo plazo con una visión más estratégica y el otro digamos vea
los problemas actuales de los riesgos de salud vinculados con el ambiente que estamos
viviendo actualmente” (J. Villena, 2012)
En opinión del mismo Ing. Villena, el enfoque ambientalista tiene un carácter más holís-
tico y estratégico, en tanto su interés se centra en la distribución de los recursos disponi-
bles entre las presentes y las futuras generaciones, a partir del concepto que la sosteni-
bilidad significa distribuir los recursos mirándolos como producto de los ecosistemas, y
no como recursos por si solos. De manera diferente, el enfoque sanitario, centra su inte-
rés en los riesgos a la salud humana que se derivan de las formas en que los distintos
grupos poblacionales utilizan los recursos en sus actividades productivas, para el desa-
rrollo socioeconómico. Entonces hay una connotación totalmente diferente.
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Salud ambiental en la historia de la salud pública peruana: 1535-2005, Carlos Bustíos y Col.
enfatiza que el tema ambiental recién ingresó con fuerza en nuestro escenario político
debido a las denuncias hechas, en los últimos años, por diversas ONG o autoridades
locales sobre el incumplimiento de tales compromisos. Denuncias sustentadas en los
resultados de estudios de impacto ambiental oficiales y no oficiales, pero con cambios
en el carácter de sus reclamaciones:
“El cambio que se esta viendo ahora, es que las poblaciones expuestas a los riesgos am-
bientales, derivados de las actividades extractivas o productivas, hace años exigían elimi-
nar esas actividades para mantener su salud, mientras que ahora exigen se le pague como
compensación por aceptar estar enfermo. Entonces la definición de salud, el concepto de
su valor está cambiando en esas poblaciones: ‘es cuanto cuesta, yo estoy enfermo págame
o yo hago mi denuncia a derechos humanos… entonces tu dices hay que tomar estas me-
didas para evitar esos riesgos, pero ello no les interesa, sino que se les pague. Por otro la-
do, el Ministerio de Salud, el Ministerio de Energía y Minas, y cualquier Ministerio no es-
tá en condiciones de validar o invalidar tales denuncias por que ‘sabemos que en los estu-
dios de impacto ambiental, el componente de salud solo se analiza cuando el caso lo ame-
rite y, si se analiza, se hace de manera insuficiente’…”. (C. Gastañaga, 2012)
“Hay que comenzar también a trabajar de manera distinta con la empresa privada, no
limitarse a decir a la empresa pagarás si contaminas el ambiente, sino dialogar con ella
sobre las ventajas prácticas de alcanzar en sus actividades el estándar ISO 26000, sobre la
responsabilidad social empresarial. Estándar que tiene tres componentes: la empresa co-
mo tal, la población con la que coordina para su desarrollo, y la parte laboral. Si no hay
buenos trabajadores, no hay buena empresa y si no hay buena empresa, no hay buena
coordinación con la población. Coordinación que no tiene un propósito filantrópico, sino
el de integrar el desarrollo de la empresa con el de la comunidad. Esto es lo que ofrece
ISO 2600, que no es requisito de nada, no es pre-requisito tampoco, sino que es una guía
para tratar que las empresas puedan asumir su responsabilidad social, como parte esencial
en su sistema de gestión” (C. Gastañaga, 2012).
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