Los graves ataques informáticos registrados ayer en decenas de países --muy
similares, y probablemente con el mismo origen-- recuerdan de nuevo la enorme
importancia de dotar de seguridad a las redes telemáticas. Hoy, ni los servicios básicos en la vida cotidiana de las personas ni, por descontado, la actividad económica son concebibles sin la conexión instantánea y a rápida velocidad entre servidores situados en todo el planeta. La ciberdelincuencia ha adquirido a estas alturas del siglo XXI un peligro acorde con el peso del desarrollo tecnológico en el mundo. La dialéctica entre la virtud (o la ley) y la maldad (o el crimen) es tan antigua como la humanidad, y las redes informáticas no son una excepción. Los tiempos iniciales de internet, a mediados de los 90, en los que la puesta en circulación de un virus era algo casi anecdótico y con daños relativamente menores, han quedado atrás, y hoy las conexiones y los archivos digitales son objetivo directo de bandas organizadas, por motivos económicos o de otro tipo. Y como no es previsible que este riesgo vaya a disminuir, la prevención es el arma más efectiva para disponer de un umbral mínimo de seguridad ante el ordenador, la tableta o el smartphone. Un antivirus potente, un software actualizado y sentido común al navegar por internet deben ser reglas de oro para los particulares. Y para empresas y corporaciones, proteger debidamente los datos de sus clientes es inexcusable. La mayoría de personas no entendemos de seguridad informática. Sabemos que mantenerla es importante, pero no comprendemos cómo funciona ni cuáles son sus aspectos relevantes. Para la gente normal, “seguridad informática” significa usar aplicaciones que hablan un idioma misterioso y que requieren efectuar extraños rituales. El resultado es lasuperstición: limpiamos cookies, escaneamos archivos y cambiamos contraseñas sin saber muy bien qué estamos haciendo. Acciones que al final no consiguen evitar desastres como el robo de datos o el secuestro de archivos a cambio de una recompensa. Un ejemplo de aplicación misteriosa es el antivirus. Sabemos que es un programa que evita que pasen cosas malas. Cuando nos avisa, sabemos que hay que preocuparse. Si navegamos por un sitio web y el antivirus se queja, cerramos el navegador y esperamos a que la cartulina roja se vaya. El antivirus es un guardián incomprensible que produce más miedo que sosiego, pero nos han dicho que es necesario tenerlo, así que obedecemos. Pero si mañana el antivirus desapareciera de nuestros PC, no lo echaríamos de menos, porque es un agente molesto y gritón, un dóberman que ladra por cualquier cosa. Además de molestar, nunca nos explica por qué actúa como lo hace.
Las aplicaciones de seguridad suspenden en comunicación
La seguridad informática no es difícil de entender porque sea compleja. Es difícil de entender porque quien la representa se explica muy mal. En lugar de emplear un lenguaje llano y accesible, muchos autores de antivirus, cortafuegos y programas de seguridad quieren que usemos su jerga y aprendamos palabras como “rootkit” o “escaneo de puertos”. Quien no las aprende se queda excluido de la conversación. Y se asusta.