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EL SONIDO Y LA FURIA: LA MÚSICA Y LOS MUNDOS AUDIBLES EN LA

RELIGIÓN SERRANA OTOMÍ EN EL ESTADO DE MÉXICO

Ginger Jabbour Abboud


Carlos Arturo Hernández Dávila

Cita de Certeau

Este texto no dirige su atención prioritaria a descripción y vindicación de la música otomí


de una región específica del Estado de México, sino a una exposición lo más clara posible
sobre los diversos mundos audibles que en la sierra de Las Cruces y Montealto no son sólo
patrimonio sonoro de tradiciones musicales específicas, sino además vehículos que diversos
existentes (diversas humanidades) utilizan con para curar, ofrendar, enfermar, manifestarse,
transformarse. Así, más que un asunto de acordes, armonías e instrumentaciones, nos
interesa aquí describir las formas en las que lo audible adquiere formas materiales que la
convierten en comida, en alimento, en don y en causa de bienes o desgracias.

***

En la sierra de Las Cruces y Montealto lo audible es inestable, poroso, indistinguible a la


primera. En el monte, cuando un carbonero divisa a la distancia a algo que parece gente, le
saluda con respeto: -buenos días tío, si es mayor; -buenas tardes tía, si es una señora; es
necesario asegurarse que la respuesta del otro encontrado en el sendero sea reconocible, en
otomí o castellano. Una mirada como respuesta, desprovista de palabras, es un grave riesgo
que indica haberse encontrado con un muerto, un aire, un ser del mundo majin’tsi, el
inframundo otomí, con las sabidas consecuencias de la dolencia, el sufrimiento, la
desgracia y la enfermedad como consecuencia de ser capturado, agarrado en medio de la
espesura. Otros indicios que indican la condición delicada del bosque se reflejan cuando en
medio de él el caminante escucha, nítido y sin errores, a un invisible violinista tocando los
sones de cuatrovientos o la palomita o la santa rosita o el levantamiento. Y al tiempo de oír,
el capturado (la presa) huele a copal emanado de un sahumerio imposible de ubicar. Los
“agarrados” juran en sus narraciones que en su desesperación, la búsqueda de las fuentes
del sonido y el aroma se convierten en una tarea prioritaria para saber exactamente las
consecuencias de estos funestos encuentros, sin conseguirlo. Ante ellos se despliegan, o
mejor dicho, se replican las condiciones del majin’tsi: la música agraciada, olor
conveniente: un estado anómalo en toda regla. Cuando la música se convierte en vehículo
de la enfermedad, el mismo vehículo puede convertirse en el canal de la curación, pero esto
implica distraernos así sea brevemente, sobre lo que implica enfermarse y curarse en la
tierra.
Enfermedad
La curación

¿Es acaso que la música enferma?

El taco de palabras

Los violines del monte

Voces del monte

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