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n un mundo egoísta, dominado por el capital, por el dinero, por el interés desmesu-
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humanas y las transforma en huellas vacías en un suelo que hay que rellenar de alguna for-
ma. La modernidad es un vacío, y enfrentarnos a eso es lo que nos causa terror. Por eso
tememos a este monstruo, porque es la personificación de la incertidumbre y de lo desco-
nocido en lo que antes era cotidiano y seguro.
Terror, sensación que ha acompañado desde tiempos inmemoriales al ser humano, no fue
nada comparado con lo que hoy es. En la época pre-moderna su noción se remontaba a la
presencia de supuestos monstruos que servían como herramienta de prestigio para caballe-
ros y héroes épicos, quienes los enfrentaban poniendo a prueba su astucia, valentía y perse-
verancia. Pero hoy ya no se teme ni a Esfinges, ni a Cancerberos, ni a ogros. Hoy el terror
nace ante el monstruo, único, universal y abstracto. No tiene iguales, todos lo podemos pre-
senciar y no se presenta materialmente, por ende, es mucho más siniestro. Su capacidad de
angustiarnos puede llegar a consecuencias inimaginables, y ha sido muy bien representado
en la literatura desde el Romanticismo hasta nuestros días. ¿De quién o qué se trata? Freud
le dio un nombre: Unheimlich.
El terrorífico Unheimlich es parte de nosotros, dejando de ser monstruo, pero sin embar-
go, creando un pavor mucho mayor que el causado por todos los monstruos conocidos. El
hecho de ser familiar lo hace mucho más intimidante. Freud le da este nombre a partir de
eso: Heimlich es lo familiar, lo cotidiano; en cambio, Unheimlich es lo que deja de ser fa-
miliar, lo que no se conocía y sin embargo siempre estuvo ahí. Es la inquietante extrañeza.
El Unheimlich nunca deja de ser el Heimlich, sino que es una parte nueva que surge de lo
conocido. Una de las historias que mejor ilustra esto es “El extraño caso del Dr. Jekyll y
Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson (1886), donde Jekyll, cansado de la infeliz vida que
llevaba, durante la cual había reprimido su forma de ser para mantener un perfil adecuado
para ser el científico respetado que buscaba representarr, crea una pócima que lo ayuda a
sacar su otro yo: el señor Hyde. Este otro personaje representa su lado malo, lo oculto que
siempre existió en él: el Unheimlich: “(...) el hombre no es verazmente uno, sino verazmen-
te dos. Y digo dos, porque mis conocimientos no han ido más allá”, dice en su confesión
final el Dr. Jekyll. “La inquietante extrañeza es un caso de angustia en el que ‘eso que an-
gustia es algo reprimido que retorna’” (Krysteva 1988:360), como podemos observar en el
relato de Stevenson. Ahora, ¿Por qué este ente siniestro nos ataca ahora, y no lo hizo antes?
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La modernidad dispersó las semillas para que Unheimlich germine. Nos hemos percatado
de la presencia de la X del relato cartesiano. Pero, ¿cómo ha llegado este monstruo que no
es monstruo a instalarse en la vida moderna?
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contrar las soluciones a los problemas que obstruyen nuestro progreso si cada vez que ha-
llamos una respuesta surgen más dudas?
Para Kant, el ferviente deseo del Yo por encontrar la verdad radica en un cuarto persona-
je que siempre ha estado presente pero que no había aparecido: lo incondicionado, la X
cartesiana. Ese personaje es el origen de los otros tres y explica cómo funciona la máquina
racional, sin embargo, no nos está permitido descubrirlo. Lo que propone Kant es mante-
nerlo como una X, y criticar lo que intente descifrarlo, ya que finalmente intentar hallar
respuesta a la incógnita era imposible, y por tanto, una pérdida de tiempo y una confusión.
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del lugar, para protegerse, se encierra en una de sus más fortificadas abadías junto a unos
cuantos súbditos y amigos: “Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretan-
to, era una locura afligirse o meditar. El príncipe había reunido todo lo necesario para los
placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino.
Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.” ¿Qué
ocurre? En una fiesta de disfraces aparece un tipo extrañamente ataviado. Todos lo obser-
van asombrados por su valentía al reencarnar a la temible peste y asustados por el horror
que les causaba la misma. El príncipe se enoja por aquella intervención fuera de lugar, pero
al acercarse al sujeto descubre espantado que el personaje no estaba disfrazado, sino conta-
giado por la Muerte Roja. La irrupción en el seguro refugio de la desconocida y temida
enfermedad marca el clímax de la historia, siendo lo más terrorífico del relato. Ante la
Muerte Roja no había solución y eso la hacía digna de temer. Y el descubrir que estaba den-
tro de lo que se suponía era seguro, y no lo era realmente, es lo que asusta más.
¿Será que la modernidad y sus vacíos nos asustaran cada vez más, ya que día a día vamos
descubriendo más preguntas para las preguntas ya existentes? El hombre creyó que podía
usar el mundo como instrumento para defenderse y sobrevivir. Buscó la forma de transfor-
mar su entorno en herramientas, pero solo terminó descubriendo que mientras buscaba so-
luciones más complejas, y a veces innecesarias, se iba metiendo cada vez más dentro de la
boca del monstruo del conocimiento que busca solo atormentarnos.
Bibliografía.
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• Poe, E. (1842) La máscara de la Muerte Roja. En Narraciones extraordinarias. En
línea, disponible en:
http://literaturaylibros.bligoo.cl/media/users/14/728068/files/112052/narraciones
-extraordinarias.pdf
• Serrano, V. (2010) Soñando Monstruos. Terror y delirio en la Modernidad. Plaza y
Valdés Ediciones. Madrid.
• Stevenson, R. (1886) El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En línea, disponi-
ble en:
http://nuestraslecturasdotcom.files.wordpress.com/2013/03/robert_louis_stevens
on_-_el_extra_o_caso_del_dr-_jekyll_y_mr-_hyde.pdf