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Universidad Austral de Chile.

Módulo: Sociedad y Modernidad.

Sub-módulo: Pensamiento Crítico e Historicidad.

UN ENSAYO SOBRE MODERNIDAD Y TERROR: SUS RAÍCES EN LA ILUS-


TRACIÓN Y LA INQUIETANTE INCERTIDUMBRE DEL CONOCIMIENTO.

Constanza Alvarez Jaramillo, 2013

n un mundo egoísta, dominado por el capital, por el dinero, por el interés desmesu-

E rado que solo busca el bienestar propio, el surgir piso-


teando a los demás y donde se ha perdido cualquier
tipo de valor moral, cuesta ya pensar en cómo podría haber
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sido en algún momento todo esto distinto. O quizás la facilidad “Dejamos de te-
y la mediocridad a la que nos han sometido las máquinas y la
mer aquello que
hemos aprendido
ciencia no nos hacen intentar siquiera pensar en estas cuestio-
a entender”
nes. ¿Habrá sido en alguna ocasión la sociedad un poco más
cálida, más solidaria, más virtuosa? Justicia, solidaridad, liber- (Marie Curie)
tad: los valores que buscaba realzar la Ilustración. El ideal de
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aquella fructífera época no alcanzó a florecer en su totalidad, ya que sola se autodestruyó.
La ciencia, en un rápido y precipitado progreso, se convirtió en un vicio que solo ha aporta-
do los materiales para la construcción de un titán monstruoso que nos tiene con los pies ya
dentro de su horrenda boca. Es el terrorífico día a día de la modernidad, la que ha racionali-
zado la vida y nos ha convertido en piezas de una máquina que fue construida por y para
nosotros, y que, sin embargo, funciona usándonos. Somos esclavos de lo que creamos, fi-
nalmente. Y cada día queremos más. ¿Terminaremos perdiendo toda humanidad a través de
los avances de éste titán? Con cada paso que él da, la sociedad pierde las cualidades nobles

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humanas y las transforma en huellas vacías en un suelo que hay que rellenar de alguna for-
ma. La modernidad es un vacío, y enfrentarnos a eso es lo que nos causa terror. Por eso
tememos a este monstruo, porque es la personificación de la incertidumbre y de lo desco-
nocido en lo que antes era cotidiano y seguro.

Terror, sensación que ha acompañado desde tiempos inmemoriales al ser humano, no fue
nada comparado con lo que hoy es. En la época pre-moderna su noción se remontaba a la
presencia de supuestos monstruos que servían como herramienta de prestigio para caballe-
ros y héroes épicos, quienes los enfrentaban poniendo a prueba su astucia, valentía y perse-
verancia. Pero hoy ya no se teme ni a Esfinges, ni a Cancerberos, ni a ogros. Hoy el terror
nace ante el monstruo, único, universal y abstracto. No tiene iguales, todos lo podemos pre-
senciar y no se presenta materialmente, por ende, es mucho más siniestro. Su capacidad de
angustiarnos puede llegar a consecuencias inimaginables, y ha sido muy bien representado
en la literatura desde el Romanticismo hasta nuestros días. ¿De quién o qué se trata? Freud
le dio un nombre: Unheimlich.

El terrorífico Unheimlich es parte de nosotros, dejando de ser monstruo, pero sin embar-
go, creando un pavor mucho mayor que el causado por todos los monstruos conocidos. El
hecho de ser familiar lo hace mucho más intimidante. Freud le da este nombre a partir de
eso: Heimlich es lo familiar, lo cotidiano; en cambio, Unheimlich es lo que deja de ser fa-
miliar, lo que no se conocía y sin embargo siempre estuvo ahí. Es la inquietante extrañeza.
El Unheimlich nunca deja de ser el Heimlich, sino que es una parte nueva que surge de lo
conocido. Una de las historias que mejor ilustra esto es “El extraño caso del Dr. Jekyll y
Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson (1886), donde Jekyll, cansado de la infeliz vida que
llevaba, durante la cual había reprimido su forma de ser para mantener un perfil adecuado
para ser el científico respetado que buscaba representarr, crea una pócima que lo ayuda a
sacar su otro yo: el señor Hyde. Este otro personaje representa su lado malo, lo oculto que
siempre existió en él: el Unheimlich: “(...) el hombre no es verazmente uno, sino verazmen-
te dos. Y digo dos, porque mis conocimientos no han ido más allá”, dice en su confesión
final el Dr. Jekyll. “La inquietante extrañeza es un caso de angustia en el que ‘eso que an-
gustia es algo reprimido que retorna’” (Krysteva 1988:360), como podemos observar en el
relato de Stevenson. Ahora, ¿Por qué este ente siniestro nos ataca ahora, y no lo hizo antes?

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La modernidad dispersó las semillas para que Unheimlich germine. Nos hemos percatado
de la presencia de la X del relato cartesiano. Pero, ¿cómo ha llegado este monstruo que no
es monstruo a instalarse en la vida moderna?

Durante el Renacimiento se comenzó a fomentar un interés brutal por el hombre y la na-


turaleza que lo rodeaba, dándole fin a aquel excesivo teocentrismo propio de la Edad Me-
dia, con todos sus mitos, relatos, leyendas. Siglos después, con la Ilustración, las personas
dejaron de creer en lo que les decían y comenzaron a buscar las respuestas por su propia
cuenta, imponiéndose la razón por sobre la fe. Así pensaban que alcanzarían el tan ansiado
progreso que traería la felicidad a la sociedad, a través de valores como la libertad, la justi-
cia y la solidaridad. “La razón humana se había elevado sobre la ignorancia, el engaño, las
falsas creencias y a través de un nuevo modo de saber prometía un mundo mejor. La cien-
cia, el progreso, los avances técnicos, la nueva consideración del papel del hombre en el
cosmos, todo ello contribuía a generar un tipo de sociedad en la Europa que va del siglo
XVI hasta el XIX donde el optimismo y la esperanza iban de la mano” (Serrano 2010:19).
Este modo de pensar, el racionalismo, comenzó a colocar en duda todo lo existente, tal co-
mo Descartes lo señala en el “Discurso del Método” y en “Reglas para la Conducción del
Espíritu”. Principalmente lo que se propone es ver al mundo como si fuera una máquina a
la que hay que aprender a manejar -donde el “Discurso del Método” vendría siendo su ma-
nual de instrucciones-, ya que los conocimientos respecto a la naturaleza son la herramienta
para alcanzar los objetivos ilustracionistas. A la vez, todo se coloca en duda, ya que pre-
viamente existe un personaje, Dios, el genio maligno que intenta engañarnos para que no
obtengamos la verdad sobre el mundo. Dice: “(…) procuraré al menos con resuelta deci-
sión, puesto que está en mi mano, no dar fe a cosas falsas y evitar que este engañador, por
fuerte y listo que sea, pueda inculcarme nada.” (Descartes, en Serrano 2010:43) Así, son
tres los protagonistas de la razón: el Dios engañador, el Yo y el Mundo. Por desgracia, este
constante deseo de manejar todo a nuestro al rededor fue haciéndose cada vez mayor, y con
el tiempo el hombre ilustrado se fue dando cuenta de que no acabaría nunca. Existía algo
que no podía conocerse y que era parte de todo. Era desconocido, incógnito y siempre esta-
ba ahí. El paso de la Ilustración a lo que conocemos como Modernidad radica en la apari-
ción de esta incógnita que ha deshecho todo los sueños de un posible progreso. ¿Cómo en-

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contrar las soluciones a los problemas que obstruyen nuestro progreso si cada vez que ha-
llamos una respuesta surgen más dudas?

Adorno y Horkheimer en la “Dialéctica de la Ilustración” (1997) intentaron comprender


el porqué del retroceso de la Ilustración. La humanidad iba avanzando, realmente era un
“Siglo de las Luces”, ¿cuál fue el error que cometió el hombre ilustrado entonces? Intentar
descifrar lo indescifrable: la Ilustración no soportó lo desconocido. “La Ilustración se rela-
ciona con las cosas ‘como el dictador con los hombres’: las conoce en la medida en que
puede manipularlas, someterlas” (Adorno y Horkheimer 1997:64). El mismo deseo de co-
nocer fue transformando todo en mito, en algo de lo que hay que dudar. “La enfermedad de
la razón radica en su propio origen, en el afán del hombre de dominar la naturaleza”.
(Horkheimer 1973). El hombre se obsesionó con la idea de conocerlo todo hasta el punto de
perder el equilibrio entre lo real y lo mítico. ¿Qué era verdadero y que no? Dudaría de todo,
se contradeciría, seguiría sacando nuevas conclusiones, proponiendo nuevas teorías, dando
vueltas al mismo asunto.

Para Kant, el ferviente deseo del Yo por encontrar la verdad radica en un cuarto persona-
je que siempre ha estado presente pero que no había aparecido: lo incondicionado, la X
cartesiana. Ese personaje es el origen de los otros tres y explica cómo funciona la máquina
racional, sin embargo, no nos está permitido descubrirlo. Lo que propone Kant es mante-
nerlo como una X, y criticar lo que intente descifrarlo, ya que finalmente intentar hallar
respuesta a la incógnita era imposible, y por tanto, una pérdida de tiempo y una confusión.

Esta X es el Unheimlich de Freud. El ser humano se acostumbró a tener respuestas para


todo, por lo que descubrir que no siempre hay respuestas, y que aquello desconocido es
parte de nosotros, resulta espeluznante. ¿Cómo se reacciona ante lo no-conocido? El solo
pensar en la repentina aparición de algo que no sabemos qué es o como se soluciona parece
colocarnos los nervios de punta. Escuchar ruidos extraños y fuera de lo común en nuestro
hogar (lo cotidiano), por ejemplo, es algo clásico en el terror. Un relato de Edgar Allan Poe,
“La máscara de la Muerte Roja”, es un texto de aquellos que juegan con este terror a lo
desconocido que aparece repentinamente junto a nosotros: En un reino apareció una terrible
peste de la que no se conocía cura. La gente moría de forma sangrienta y sin que nadie les
prestara ayuda ante el temor de contagiarse con algo desconocido y mortífero. El príncipe

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del lugar, para protegerse, se encierra en una de sus más fortificadas abadías junto a unos
cuantos súbditos y amigos: “Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretan-
to, era una locura afligirse o meditar. El príncipe había reunido todo lo necesario para los
placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino.
Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.” ¿Qué
ocurre? En una fiesta de disfraces aparece un tipo extrañamente ataviado. Todos lo obser-
van asombrados por su valentía al reencarnar a la temible peste y asustados por el horror
que les causaba la misma. El príncipe se enoja por aquella intervención fuera de lugar, pero
al acercarse al sujeto descubre espantado que el personaje no estaba disfrazado, sino conta-
giado por la Muerte Roja. La irrupción en el seguro refugio de la desconocida y temida
enfermedad marca el clímax de la historia, siendo lo más terrorífico del relato. Ante la
Muerte Roja no había solución y eso la hacía digna de temer. Y el descubrir que estaba den-
tro de lo que se suponía era seguro, y no lo era realmente, es lo que asusta más.

¿Será que la modernidad y sus vacíos nos asustaran cada vez más, ya que día a día vamos
descubriendo más preguntas para las preguntas ya existentes? El hombre creyó que podía
usar el mundo como instrumento para defenderse y sobrevivir. Buscó la forma de transfor-
mar su entorno en herramientas, pero solo terminó descubriendo que mientras buscaba so-
luciones más complejas, y a veces innecesarias, se iba metiendo cada vez más dentro de la
boca del monstruo del conocimiento que busca solo atormentarnos.

Y al parecer no se rendirá en aquel empeño.

Bibliografía.

• Adorno, T. y Horkheimer, M. (1997) Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filo-


sóficos. Editorial Trotta. Madrid.
• Krysteva, J. (1988) Freud: Heimlich/Unheimlich. La inquietante extrañeza. Extran-
jeros para nosotros mismos. En línea, disponible en:
http://www.debatefeminista.com/PDF/Articulos/freudh761.pdf

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• Poe, E. (1842) La máscara de la Muerte Roja. En Narraciones extraordinarias. En
línea, disponible en:
http://literaturaylibros.bligoo.cl/media/users/14/728068/files/112052/narraciones
-extraordinarias.pdf
• Serrano, V. (2010) Soñando Monstruos. Terror y delirio en la Modernidad. Plaza y
Valdés Ediciones. Madrid.
• Stevenson, R. (1886) El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En línea, disponi-
ble en:
http://nuestraslecturasdotcom.files.wordpress.com/2013/03/robert_louis_stevens
on_-_el_extra_o_caso_del_dr-_jekyll_y_mr-_hyde.pdf

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