La Santísima Trinidad. Oración de San Bernardo a la Virgen. La visión de Dios. Invocación a la Gracia. Unidad y trinidad de Dios. Iluminación suprema a la Gracia.
Oh virgen madre, hija de tu hijo,
humilde y alta más que otra criatura, del consejo eternal término fijo, 3 tú ennobleciste a la humanal natura hasta tan alto grado, que su autor no ha desdeñado hacerse su factura. 6 En vientre encendióse aquel amor cuyo calor hizo en la eterna paz que germinase esta cándida flor. 9 Aquí nos eres meridiana faz de caridad; y abajo, a los mortales, hontanar de esperanza eres vivaz. 12 Mujer, tú eres tan grande y tanto vales, que quien pidiendo gracia a ti no corre sin alas volar quiere a sus caudales. 15 No tu benignidad sólo socorre tras pedir, pues con santa libertad antes del ruego mil veces acorre. 18 En ti misericordia, en ti piedad, en ti magnificencia, en ti se aduna cuanto en la criatura hay de bondad. 21 Éste, que desde la ínfima laguna del universo hasta esta beatitud vio las vidas del alma una por una, 24 por gracias, te suplica tal virtud que con los ojos pueda desde aquí levantarse hacia la última salud; 27 y yo, que por mi ver jamás ardí más que por su mirar, bueno es que ruegue y que mi ruego te complazca a ti, 30 para que toda nube le despegue de su mortalidad el ruego tuyo y así el sumo placer se le despliegue. 33 Y aún pedirte deseo, oh reina cuyo desear es poder, que guardes sanos, tras tanto ver, su amor y el celo suyo. 36 Venza tu guardia a móviles humanos: ve a Beatriz que con todos los beatos tiende hacia ti, por mi oración, las manos.» 39 Y los ojos a Dios santos y gratos, mirando al orador, nos demostraron cuánto ama los devotos alegatos; 42 luego a la eterna luz se enderezaron, en la que ojos tan claros, digo y creo, jamás de criatura se internaron. 45 Y yo, que de mi anhelo al apogeo me aproximaba, tal como debía, en mí extinguí el ardor de mi deseo. 48 Me hizo señas Bernardo, y sonreía, porque mirase arriba; mas yo era ya por mí mismo tal cual él quería; 51 pues mi mirada, haciéndose sincera, más y más por el rayo penetraba de la luz en sí misma verdadera. 54 Mi ver, desde aquel punto, superaba a nuestro hablar, que tal visión domeña, y a la memoria tanto exceso traba. 57 Como aquel que está viendo mientras sueña, que tras el sueño la pasión impresa queda, mientras el resto se desdeña; 60 así soy, pues casi toda cesa mi visión, y en el pecho me destila el dulzor que probé en la santa mesa. 63 Y como nieve a la que el sol deshila, así al viento, en las hojas arrastrada, se perdió la sentencia de Sibila 66 Oh suma luz que estás tan elevada sobre el mortal concepto, da a mi mente algo de lo que diste a mi mirada 69 y haz a la lengua mía tan potente que una chispa tan sólo de tu gloria pueda dejar a la futura gente; 72 que por tomar un algo a mi memoria y por sonar un poco con mi verso, más se concebirá de tu victoria. 75 Creo que por la luz del rayo terso y viviente me habría yo perdido si mi mirar le hubiese sido adverso. 78 Recuerdo que por ello más ardido fui contemplando, tanto que quedóse mi mirar al valor eterno unido. 81 ¡Gracia abundante en la que audaz lanzóse mi rostro a sostener la luz eterna, tanto que allí mi vista consumióse! 84 En su profundidad vi que se interna, con amor en un libro encuadernado, lo que en orbe se desencuaderna; 87 sustancias y accidentes, todo atado con sus costumbres, vi yo en tal figura que una luz simple es lo por mí expresado. 90 La forma universal de esta atadura creo que vi, pues siento que es más largo mi placer, al decirla, y mi ventura. 93 Un punto sólo me es mayor letargo que veinticinco siglos a la ardida empresa, que admiró a Neptuno, de Argo. 96 Así la mente mía, suspendida, miraba inmóvil, fija y tan atenta que, mirando, poníase encendida. 99 Tanto en aquella luz el gozo aumenta, que volverse a buscar distinto aspecto no es posible que nunca se consienta; 102 sino que el bien, objeto del afecto, todo se acoge en ella, y de ella aparte es defectivo lo que allí es perfecto. 105 Menos aquí, lector, podré contarte, de aquello que recuerdo, que un infante cuya lengua en la teta ejerce su arte. 108 No porque más que un único semblante viese en la viva luz que yo miraba, que tal es siempre cual será adelante; 111 mas por la vista que se avaloraba en mí, mirando sólo su apariencia que, cuando yo cambié, se me cambiaba. 114 En la profunda y clara subsistencia de la alta luz tres giros distinguía de tres colores y una continencia; 117 cual iris de iris, uno parecía reflejo de otro, y el tercero un foco que de uno y otro por igual venía. 120 ¡Corto es mi verbo, y no llega tampoco a mi concepto! Y éste, si a esas llamas se compara, no basta decir ‘poco’. 123 Oh eterna luz que en t sola te inflamas, sola te entiendes, y por ti entendida y entendedora, te complaces y amas. 126 En la circulación que concebida lucía en ti cual lumbre reflejada, por mis ojos un tanto circuida, 129 dentro de sí, por su color pintada, me parecía ver nuestra figura y de ella no apartaba la mirada. 132 Lo mismo que al geómetra le apura el círculo medir, pero no acaba de encontrar el principio que procura, 135 ante la vista, así me hallaba: ver quise de qué forma convenía la efigie al acero, y cómo en él estaba; 138 mas mi vuelo tal fuerza no tenía: sino que golpeaba fue mi mente de un fulgor que colmó la avidez mía. 141 Y la alta fantasía fue impotente; mas a mi voluntad seguir sus huellas, como a otra esfera, hizo el amor ardiente que mueve al sol y a las demás estrellas. 145