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CANTO XXXIII

CIELO X: ÁNGELES Y BIENAVENTURADOS


La Santísima Trinidad. Oración de San Bernardo a la Virgen. La visión de Dios.
Invocación a la Gracia. Unidad y trinidad de Dios. Iluminación suprema a la Gracia.

Oh virgen madre, hija de tu hijo,


humilde y alta más que otra criatura,
del consejo eternal término fijo, 3
tú ennobleciste a la humanal natura
hasta tan alto grado, que su autor
no ha desdeñado hacerse su factura. 6
En vientre encendióse aquel amor
cuyo calor hizo en la eterna paz
que germinase esta cándida flor. 9
Aquí nos eres meridiana faz
de caridad; y abajo, a los mortales,
hontanar de esperanza eres vivaz. 12
Mujer, tú eres tan grande y tanto vales,
que quien pidiendo gracia a ti no corre
sin alas volar quiere a sus caudales. 15
No tu benignidad sólo socorre
tras pedir, pues con santa libertad
antes del ruego mil veces acorre. 18
En ti misericordia, en ti piedad,
en ti magnificencia, en ti se aduna
cuanto en la criatura hay de bondad. 21
Éste, que desde la ínfima laguna
del universo hasta esta beatitud
vio las vidas del alma una por una, 24
por gracias, te suplica tal virtud
que con los ojos pueda desde aquí
levantarse hacia la última salud; 27
y yo, que por mi ver jamás ardí
más que por su mirar, bueno es que ruegue
y que mi ruego te complazca a ti, 30
para que toda nube le despegue
de su mortalidad el ruego tuyo
y así el sumo placer se le despliegue. 33
Y aún pedirte deseo, oh reina cuyo
desear es poder, que guardes sanos,
tras tanto ver, su amor y el celo suyo. 36
Venza tu guardia a móviles humanos:
ve a Beatriz que con todos los beatos
tiende hacia ti, por mi oración, las manos.» 39
Y los ojos a Dios santos y gratos,
mirando al orador, nos demostraron
cuánto ama los devotos alegatos; 42
luego a la eterna luz se enderezaron,
en la que ojos tan claros, digo y creo,
jamás de criatura se internaron. 45
Y yo, que de mi anhelo al apogeo
me aproximaba, tal como debía,
en mí extinguí el ardor de mi deseo. 48
Me hizo señas Bernardo, y sonreía,
porque mirase arriba; mas yo era
ya por mí mismo tal cual él quería; 51
pues mi mirada, haciéndose sincera,
más y más por el rayo penetraba
de la luz en sí misma verdadera. 54
Mi ver, desde aquel punto, superaba
a nuestro hablar, que tal visión domeña,
y a la memoria tanto exceso traba. 57
Como aquel que está viendo mientras sueña,
que tras el sueño la pasión impresa
queda, mientras el resto se desdeña; 60
así soy, pues casi toda cesa
mi visión, y en el pecho me destila
el dulzor que probé en la santa mesa. 63
Y como nieve a la que el sol deshila,
así al viento, en las hojas arrastrada,
se perdió la sentencia de Sibila 66
Oh suma luz que estás tan elevada
sobre el mortal concepto, da a mi mente
algo de lo que diste a mi mirada 69
y haz a la lengua mía tan potente
que una chispa tan sólo de tu gloria
pueda dejar a la futura gente; 72
que por tomar un algo a mi memoria
y por sonar un poco con mi verso,
más se concebirá de tu victoria. 75
Creo que por la luz del rayo terso
y viviente me habría yo perdido
si mi mirar le hubiese sido adverso. 78
Recuerdo que por ello más ardido
fui contemplando, tanto que quedóse
mi mirar al valor eterno unido. 81
¡Gracia abundante en la que audaz lanzóse
mi rostro a sostener la luz eterna,
tanto que allí mi vista consumióse! 84
En su profundidad vi que se interna,
con amor en un libro encuadernado,
lo que en orbe se desencuaderna; 87
sustancias y accidentes, todo atado
con sus costumbres, vi yo en tal figura
que una luz simple es lo por mí expresado. 90
La forma universal de esta atadura
creo que vi, pues siento que es más largo
mi placer, al decirla, y mi ventura. 93
Un punto sólo me es mayor letargo
que veinticinco siglos a la ardida
empresa, que admiró a Neptuno, de Argo. 96
Así la mente mía, suspendida,
miraba inmóvil, fija y tan atenta
que, mirando, poníase encendida. 99
Tanto en aquella luz el gozo aumenta,
que volverse a buscar distinto aspecto
no es posible que nunca se consienta; 102
sino que el bien, objeto del afecto,
todo se acoge en ella, y de ella aparte
es defectivo lo que allí es perfecto. 105
Menos aquí, lector, podré contarte,
de aquello que recuerdo, que un infante
cuya lengua en la teta ejerce su arte. 108
No porque más que un único semblante
viese en la viva luz que yo miraba,
que tal es siempre cual será adelante; 111
mas por la vista que se avaloraba
en mí, mirando sólo su apariencia
que, cuando yo cambié, se me cambiaba. 114
En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres giros distinguía
de tres colores y una continencia; 117
cual iris de iris, uno parecía
reflejo de otro, y el tercero un foco
que de uno y otro por igual venía. 120
¡Corto es mi verbo, y no llega tampoco
a mi concepto! Y éste, si a esas llamas
se compara, no basta decir ‘poco’. 123
Oh eterna luz que en t sola te inflamas,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendedora, te complaces y amas. 126
En la circulación que concebida
lucía en ti cual lumbre reflejada,
por mis ojos un tanto circuida, 129
dentro de sí, por su color pintada,
me parecía ver nuestra figura
y de ella no apartaba la mirada. 132
Lo mismo que al geómetra le apura
el círculo medir, pero no acaba
de encontrar el principio que procura, 135
ante la vista, así me hallaba:
ver quise de qué forma convenía
la efigie al acero, y cómo en él estaba; 138
mas mi vuelo tal fuerza no tenía:
sino que golpeaba fue mi mente
de un fulgor que colmó la avidez mía. 141
Y la alta fantasía fue impotente;
mas a mi voluntad seguir sus huellas,
como a otra esfera, hizo el amor ardiente
que mueve al sol y a las demás estrellas. 145

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