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“Segunda Meditación”
El prejuicio aristotélico
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cualitativas de los objetos, puesto que solo existen los corpúsculos geométricos que
conforman la sustancia extensa. Gueroult lo llama “variante numérico”, es decir, solo se
toman en cuenta las cualidades físicas. Pero la física cartesiana no da cuenta de la
dimensión científica de las cosas del mundo, porque ignora otras cualidades como las
cualidades químicas.
En tercer lugar, Descartes logra identificar la relación de desemejanza entre
nuestras sensaciones y los objetos mismos. Siendo para él un dogma que existe una
diferencia entre las características cualitativas percibidas por la sensibilidad humana y
las características cuantitativas del objeto. Así, se une a los principales representantes de
la revolución científica que se oponían a la teoría escolástica de las especies. Esta teoría
afirma que de los objetos emanan pequeñas imágenes que llegan a la visión, pero, para
el filósofo francés, la imagen es una construcción de la mente. Por lo tanto, entiende que
existe una desemejanza entre el sujeto que construye el mundo y lo que el mundo es.
Para comprender esto, es importante tener en cuenta la inversión copernicana
llevada a cabo por los filósofos modernos. Esta consiste en “poner la mirada” en el
sujeto, en cómo conoce y cómo configura el mundo a partir de sus facultades
cognoscitivas. Es decir, el mundo se abre con una teoría del conocimiento. Esto se
extiende a las sensaciones que son sentidas por un sujeto y no están en el objeto mismo.
Como lo afirma Galileo: las cosquillas no son una propiedad de la pluma ni de la mano,
sino de la mente que las padece y esto vale para todas las sensaciones.
El sujeto que observa la cera y sus cambios tiene que hacer un juicio sobre las
sensaciones que esta le provoca, por ello, busca la constante en el cambio, su extensión,
para hacer un juicio correcto. Esto ocurre de una manera similar al tratar de imaginar
una figura de mil lados, como no se pueden contar todos sus lados, se entiende de una
forma cuantitativa con una fórmula matemática. Sin embargo, esta visión matematizada
del mundo deja por fuera la vida, pues es claro que no solo existen los eventos naturales,
sino que también existen los eventos humanos que no pueden ser reducidos a
comprensiones cuantitativas.
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La cera se percibe con la sola mente, porque para tener conocimiento de ella se
debe juzgar algo sobre ella, en este caso que es extensa. De la misma manera que al ver
pasar hombres por la calle se juzga que son hombres, aunque puedan ser autómatas bajo
sus vestidos. Pero ¿los juicios que se emiten son equivalentes?
La respuesta es negativa, puesto que en el juicio sobre la cera se tiene
conocimiento de su esencia, mientras que en el de los hombres no se tiene conocimiento
del hombre en sí. Los ejemplos no funcionan de la misma manera. En el segundo se
afirma que son hombres y se usa el concepto de hombre, pero no se “ve” la esencia del
hombre. Esto es el caso porque la esencia de hombre es la unión sustancial y no
podemos ver “uniones sustanciales caminando por las calles”.
Cuando se miró la cera por primera vez se la conocía por el sentido común. En
este punto es importante una aclaración: no se debe confundir al sentido común con el
buen sentido. El primero tiene que ver con un sentir común de una comunidad que
considera las cosas de una determinada manera, es algo que tiene que ver con lo
empírico. Mientras que el buen sentido es la razón, es la capacidad de juzgar y permite
conocer el mundo, no es lo que se dice por ahí. El sentido común sería el equivalente a
la doxa platónica, es decir, a la opinión que es un grado de conocimiento. Aunque, para
Descartes, no hay conocimiento allí porque sólo existe el conocimiento científico, es
decir, conocimiento claro y distinto.
Retomando la cera, en aquella primera vez se tenía una percepción que casi no
difería de la percepción de cualquier animal. Después de haber investigado con más
detalle lo que era la cera y como se la conocía, distinguiéndola de sus formas externas y
quitándole sus vestidos, solo puede ser percibida por la mente humana. Por ello, el
hombre percibe la cera con los sentidos, como lo hacen los animales, pero no puede
obtener conocimiento de la cera mediante estos porque no le permiten conocer la
esencia. Para obtener conocimiento se necesita de un juicio que “proviene” de la
facultad de juzgar que está en la mente.
Por esta razón, es imperfecto y confuso que se diga que la cera es amarilla o que
tiene un olor. Este error en la primera etapa en que vimos la cera depende, en la filosofía
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cartesiana, de un desfase entre voluntad e intelecto, puesto que la primera es infinita y el
segundo es finito. Por consiguiente, se puede querer conocer más de lo que da evidencia
la propia mente y se emite un juicio erróneo.
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puede ser que eso que veo no sea en verdad cera o puede ser que no tenga ojos
con los cuales ver, pero de ninguna manera puede ser que cuando veo o pienso
que veo, lo que no distingo, yo mismo que pienso no sea algo (AT, VII, 33).
Este movimiento en el que el ver es igual al pensar que se ve, tiene en el fondo
un mirarse mirar, una duplicación de la mirada.
Bibliografía
Descartes, R. “Segunda Meditación”, en Meditaciones acerca de la Filosofía Primera.
Seguidas de objeciones y respuestas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2009.
Gueroult, M. Descartes según el orden de las razones, Tomo I y II. Monte Ávila
Editores, Bogotá, 1995.