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creador de la novela moderna, fue más un hombre de teatro que de narrativa. Al menos a dicha
conclusión puede llegarse si recordamos, entre muchos posibles, dos pasajes de su obra: el
prólogo a sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados, en el cual a
nuestro autor le bastan tres páginas para sintetizar y analizar unos 60 años de teatro en España;
así como la melancólica reflexión que remata el prólogo de la Adjunta al parnaso, cuando
Cervantes, ya viejo y al fin convencido de que no iba a triunfar en las tablas, asegura:
De los dineros no hago caso […]; más preciaría la fama que cuanto hay, porque es cosa de
grandísimo gusto y de no menos importancia ver salir mucha gente de la comedia, todos
contentos, y estar el poeta que la compuso a la puerta del teatro recibiendo parabienes de
todos. (1049)
Si bien los dos pasajes antes citados evidencian el gran valor teorético y anímico que el
teatro tenía para Cervantes, y a pesar de que el teatro fue un fenómeno vital en la configuración
olvidemos que La destrucción de Numancia y Los tratos de Argel, dos dramas cervantinos,
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Ponencia leída por el autor en la Universidad Nacional de Colombia el 4 de noviembre de 2016, durante el congreso
internacional “Cervantes y su Obra 400 Años Después”.
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fueron publicados por primera vez casi 200 años después de haber sido escritos; Astrana Marín en
su monumental biografía sobre nuestro autor le dedica a las tablas solo uno de los 44 capítulos
que la componen; el primer estudio de largo aliento sobre el teatro cervantino, escrito por
Casalduero, tiene apenas 50 años. Mejor dicho: por siglos hemos sido sordos a las carcajadas de
Cervantes como espectador de la commedia dell’arte, ante sus elogios a Lope de Rueda, ante sus
pullas cifradas a Lope de Vega por “haber hecho de las comedias mercadería vendible” (Don
Quijote 555), y hasta ante sus declaraciones de amor en voz de su personaje emblemático:
“Desde mochacho fui aficionado a la carátula y en mi mocedad se me iban los ojos tras la
Cervantes identifica a los demás por lo que representan y no por lo que son a los ojos de los
demás; en su delirio ve personajes ahí donde hay personas: Sancho es escudero y no labrador, el
ventero es caballero, las meretrices son doncellas, etcétera. Para el hidalgo, cómo no, todos los
hombres son actores del gran teatro del mundo; por eso el personaje actúa en la realidad como si
esta fuera un espectáculo teatral que “tiene en sí encerrados secretos morales dignos de ser
advertidos, entendidos e imitados” (Don Quijote 384). Recapitulando, el montaje es así: gallardo
con su atavío de trastos viejos y acartonados, convencido de su papel como el mejor de los
actores, don Quijote sale al mundo para verlo con los ojos de la representación a fin de encontrar
aquellas verdades sobre la experiencia subjetiva del mundo que solo la literatura puede brindar.
Para ponernos en contexto, agrego un indicio cronológico: tanto la segunda parte de Don Quijote
como las Ocho comedias y entremeses nuevos fueron publicadas el mismo año: 1615. Entonces,
cabe suponer que el vaivén entre la escritura narrativa y dramática explica que en la segunda
parte de la novela haya capítulos construidos a manera de entremés y, como correlato, que “el
entremés haya sido fecundado por la novela” (Asensio 110). Dado todo lo anterior, y para no
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agotar la paciencia de quienes me escuchan, es momento de formular la hipótesis de lectura que
validaré en esta ponencia: los elementos escénicos estrafalarios, la parodia a los personajes
Quijote como en el entremés “La guarda cuidadosa”, ponen en evidencia la relación dialéctica
Una de las características del entremés que de manera atinada aunque escueta señala Jesús
G. Maestro es “la prioridad de la representación frente al texto” (205). Conviene recordar que el
entremés cumplía dos funciones: entretener al público aligerando las tensiones de la comedia
principal y dilatar la ejecución de la pieza mayor. Dado lo anterior, el ejercicio histriónico tenía
una importancia vital en el género, pues su éxito o fracaso dependía esencialmente de dos
cuestiones: por una parte, las habilidades de los actores para mantener la atención del público y
estimular los efectos cómicos de la pieza; por otra, la capacidad del autor para idear situaciones y
Al respecto, las primeras réplicas de “La guarda cuidadosa” pueden resultar confusas o
Soldado. Pues, con todo eso, por la fuerza de mi desgracia, te conjuro que me
digas quién eres y qué es lo que buscas por esta calle. (171)
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En “La guarda” no hay ninguna indicación escénica explícita sobre el vestuario, pero el
referente implícito es claro: la sotana blanca que debe llevar el Sacristán al entrar en escena lo
hace pasar por fantasma a los ojos del Soldado, detalle que despierta temor en el escenario
mientras, antes de que los personajes empiecen a hablar, genera curiosidad y extrañeza en el
público. Por el otro lado, exactamente la misma atmósfera espectral nos encontramos al inicio del
capítulo 48 de la segunda parte de Don Quijote, cuando doña Rodríguez irrumpe en la habitación
del héroe vestida con su traje blanco de dormir, de noche, y con una vela encendida en las manos,
cuyos reflejos tenebrosos conviene imaginar proyectados sobre las paredes. Por eso la primera
intervención del coloquio aludido, en voz del Caballero de la Triste Figura, es: “—Conjúrote,
fantasma, o lo que eres, que me digas quién eres y qué es lo que de mí quieres” (Don Quijote
1015).
Quiero insistir: la secuencia espectacular y verbal que abre ambas piezas es idéntica tanto
genera curiosidad en el público o el lector; luego, tan pronto hablan, los protagonistas corroboran
la identidad fantasmal de su interlocutor al usar el verbo “conjurar”, que denota más invocar la
presencia de espíritus que llamar la atención de personas; por último, tanto el Soldado como don
Quijote increpan verbalmente al supuesto fantasma con el objetivo de saber quién es y qué
quiere, dos preguntas que en el teatro de la época de Cervantes servían para evidenciar lo más
pronto posible dos aspectos fundamentales de las obras: la rápida identificación de los personajes
en escena e incrementa las risas del público o el lector, que gracias al equívoco ya sabe qué tipo
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El ser como diálogo de apariencias
acto, de tema jocoso, insertada en una obra mayor y en la cual “no aparecen personajes sino
tipos” (133). Al respecto, conviene recordar la definición que Pavis en su Diccionario del teatro
morales conocidas de antemano por el público y constantes a lo largo de toda la obra” (481). De
lo anterior se deduce que los tipos aparecen sobre todo en obras sencillas, en las cuales no suelen
considerarse las transformaciones u honduras de la psique; los tipos son personajes que apenas
función se limita a llevar a cabo acciones según sus sobrentendidos dictámenes de consciencia.
Ahora bien: a medida que transcurre “La guarda” nos vamos enterando de las
características del protagonista (quien, además, carece de nombre propio): se trata de un soldado
viejo, pobre, acusado de loco, supuestamente valiente y con ínfulas de poeta que, a pesar de todos
sus defectos y limitaciones, no duda en considerarse “el más galán hombre del mundo”
(Cervantes, “La guarda” 189). En cuanto a don Quijote, sabemos que se trata de un hidalgo
empobrecido, viejo y enclenque que ha perdido el juicio, pero a pesar de todo eso él no tiene
ningún reparo en asegurar: “Soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés,
Quijote 571). Nótese bien: tanto el Soldado como don Quijote, al hablar de sí, aluden a dos
personajes tipo: el galán y el valiente, respectivamente. Sin embargo, Cervantes va más allá, pues
el Soldado y don Quijote no se agotan en estas dos categorías porque comparten una
característica en la cual reside su particular comicidad: son ridículos. A ambos protagonistas les
resulta imposible captar la distancia insalvable que hay entre sus aspiraciones y sus condiciones,
es decir, entre la imagen que ellos tienen de sí mismos y la que proyectan a los ojos de los demás.
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El Soldado y don Quijote desconocen algo fundamental que sí saben Cervantes, los demás
personajes de sus obras y que a veces recordamos nosotros mismos: el ser no es una certeza sino
Si confiamos en Díez Borque (Los géneros 33), desde el siglo XVI existía una especie de
subgénero llamado el entremés de figura, que se caracterizaba por establecer un tipo lo más
esquemáticamente posible y ponerlo en situaciones en las cuales pudiera lucir lo más típico de su
ser: un vizcaíno ante una afrenta, un hidalgo ante una deuda, un gallego ante una treta, etc. En
“La guarda” y el coloquio de la novela, Cervantes se inscribe en el entremés de figura pero solo
con el objetivo de parodiarlo, pues no se trata de un galán que derrocha sus encantos ni de un
valiente que valida su pundonor, como cabría suponer, sino de dos personajes que terminan
siendo ridículos porque, a los ojos de los demás, sus acciones negativas desmienten
sistemáticamente la imagen positiva que ellos tienen de sí. El Soldado de “La guarda”,
Soldado. Pues lléguese vuesa merced a esta parte, y tome este envoltorio de papeles; y
advierta que ahí dentro van las informaciones de mis servicios, con veinte y dos fees de
veinte y dos generales debajo de cuyos estandartes he servido, amén de otras treinta y
cuatro de otros tantos maestres de campo que se han dignado de honrarme con ellas. (183)
ni maestres de campo de infantería española de cien años a esta parte!” (183), y ante la insistencia
del Soldado sobre su supuesta condición gallarda, a todas luces desatinada, concluye el Amo:
“Vuesa merced lo ha de los cascos más que de otra parte” (184). Como si esta acusación no
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delirante, el Sacristán resulta todavía más incisivo que el Amo: “Como es proprio de un soldado /
que es sólo en los años viejo, / y se halla sin un cuarto / porque ha dejado su tercio, / imaginar
que ser puede / pretendiente de Gaiferos…” (191). Mejor dicho: el ridículo del soldado es tan
hiperbólico como la distancia que hay entre un soldado raso, retirado y pobre y un leyendario
caballero carolingio.
habitación de don Quijote —no sabemos si para burlarlo u honrarlo— con el objetivo, ese sí
claro, de instarlo para que vengue el honor su hija, mancillado por el hijo de un labrador que
Rodríguez, a quien convendría imaginar hoy con el envés de la mano puesto sobre su frente,
¡Querría, pues, señor mío, que vuesa merced tomase a cargo el deshacer este agravio o ya
por ruegos o ya por armas, pues, según todo el mundo dice, vuesa merced nació en él
para deshacerlos y para enderezar los tuertos y amparar los miserables! (Cervantes, Don
Quijote 1021)
Nada más propicio para un valiente caballero que una aventura como la que propone doña
Rodríguez, pues pone a prueba la palabra y la espada, los dos símbolos de la caballería. Sin
embargo, qué tan valiente, de veras, puede resultar un viejo enclenque aún convaleciente por el
ataque de unos gatos que, además, termina esta escena “doloroso y pellizcado, confuso y
pensativo” (Cervantes, Don Quijote 1022) por la paliza que, a oscuras, le propinan la Duquesa y
Altisidora. Don Quijote derrocha coraje ante leones dormidos, carneros, galeotes con grilletes,
pastores y títeres… e incluso, recordemos que contra algunos de los mencionados rivales pierde
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sus colosales batallas. Por más memorable que resulte como personaje, hay que admitirlo: el
psicológicas e intelectuales del género. Aquí se podría pensar que la estrategia archisabida del
burlador burlado no es ya solo un recurso escénico concreto, sino un principio poético abstracto:
acá el burlado no es ya solamente un personaje (el galán o el valiente), sino también el género
entremesil, y especialmente el público o el lector que espera encontrarse con un tipo para reírse
de él y, por ingenio del autor, termina cuestionándose entre risas: qué tan lejos están la
consideración que tengo de mí y aquello que los demás ven en mí, es decir, ¿qué tan ridículo soy?
¿Cómo se configura el diálogo de apariencias en torno a mi propio ser? Cervantes, por medio de
sus tipos burlados, en humildes entremeses, confronta a los espectadores y lectores ante nada más
Díez Borque (Los géneros 77), sea esta la oportunidad para jalarle las orejas
públicamente, subsume todos los matices del teatro breve a la definición general de comedia y,
como si fuera poco, de aquel no precisa nada más que su carácter de acompañamiento. Además,
cualquier lector o espectador asiduo del género cómico —tal parece que salvo Díez Borque—
sabe que, al menos desde Aristófanes hasta Molière, su tendencia burlesca y moralizante
A propósito, la España de principios del siglo XVII, la de Felipe III, estaba empezando a
vivir los primeros indicios de crisis tras el esplendor económico del siglo anterior. Según Lynch:
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Las ciudades, numerosas y en expansión, al no ser centros de producción industrial, eran,
aproximaban, aunque fuera en un sentido espacial y simbiótico, a los que vivían de cargos
teatro 121)
resulta siendo el criterio rector de Cristinica a la hora de escoger entre sus dos pretendientes:
gracias a su renta escasa pero cierta, el Sacristán le gana al Soldado, quien no tiene más que
hidalguía supuesta y bríos del corazón. Para el Soldado, Cristinica prioriza los dictámenes del
estómago —“del bolsillo”, diríamos hoy— y no los del corazón; su desazón sentimental proviene
consciencia de que incluso los sentimientos se han mercantilizado, el Soldado expresa así su
a cualquier merecimiento.
Ya no se estima el valor,
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La crisis socioeconómica y sus repercusiones éticas también ocupan un lugar
preponderante en el relato que doña Rodríguez le hace a don Quijote acerca del agravio que ha
sufrido su hija:
en una aldea del duque mi señor, no muy lejos de aquí. En efecto, no sé cómo ni cómo no,
quiere cumplir; y aunque el duque mi señor lo sabe, porque yo me he quejado a él, no una,
sino muchas veces, y pedídole mande que el labrador se case con mi hija, hace orejas de
mercader y apenas quiere oírme, y es la causa que como el padre del burlador es tan rico y
le presta dineros y le sale por fiador de sus trampas por momentos, no le quiere
Del anterior pasaje se pueden hacer algunas inferencias pertinentes que complementan la
idea de Lynch: la lógica monetaria se ha impuesto sobre la del honor incluso en los sectores
rurales, no solo en las ciudades, y en contubernio con la aristocracia. Lo anterior implica también,
y esto es lo más importante aquí, que se han invertido las relaciones de poder: el labrador, por ser
riquísimo, obliga a que el Duque module su conducta ante un posible reclamo de faldas que iría
en contra de sus arcas. Así, entre burlas y veras, el entremés y el coloquio de la novela ponen en
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De la escena a la vida: una pasión incomprendida
Hace siete años, Aurelio González, el áureo profesor del Colegio de México, nos visitó en
la Universidad de los Andes; allí ofreció una conferencia cuyo título se me hace perfecto: “Una
comedias y el descuido de la crítica durante casi 350 años, tal parece que solo hasta ahora
estamos entendiendo que la poética cervantina, su idea de la literatura, resulta incomprensible sin
lo teatral. Es más: considero que la muy celebrada cualidad autoparódica que según Bajtin
pertenece exclusivamente a la novela como género, y aquí me permito refutar al sabio teórico
ruso, proviene originalmente del teatro y la brillante fascinación que Cervantes sentía por este.
Lo entremesil cervantino, sea en “La guarda cuidadosa” o en Don Quijote, hace reír por
sus estrafalarios equívocos, nos asoma al misterio del yo y echa luces sobre los conflictos habidos
en el sistema axiológico del siglo XVII español. Si, insisto, solo cuatrocientos años después
estamos entendiendo esto, conviene afirmar que Cervantes es tan contemporáneo como
cualquiera de nosotros y que la crítica cervantina aún tiene mucho por decir, revisar y enmendar.
Ojalá no se nos haga tarde, como me está ocurriendo a mí para ponerle punto final a esta
ponencia.
Referencias
Asensio, Eugenio. Itinerario del entremés. Desde Lope de Rueda a Quiñones de Benavente.
Gredos, 1965.
Astrana Marín, Luis. Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Instituto
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Bajtin, Mijail. “Épica y novela. Acerca de la metodología del análisis novelístico”. Teoría y
pp. 449-485.
Cervantes, Miguel de. Prólogo al lector. Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca
---. “Adjunta al parnaso”. Obras completas II. Edición de Ángel Valbuena Prat, Aguilar, 2003, pp.
1048-1053.
Díaz Plaja, Guillermo. “El Quijote como situación teatral”. En torno a Cervantes, Universidad de
Díez Borque, José María. Sociedad y teatro en la España de Lope de Vega, Bosch, 1978.
Iberoamericana/Vervuert, 2000.
Pavis, Patrice. Diccionario del teatro. Dramaturgia, estética, semiología, Paidós, 2007.
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