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Universidad Sergio Arboleda

Escuela de Filosofía y Humanidades


Monografía I
Cristian G. Rodríguez Carvajal

PROYECCION Y FUNCIÓN SOCIAL DEL SABER FILOSÓFICO: UNA


LECTURA DESDE SUS RELACIONES CON LA CIENCIA Y LA TEOLOGÍA

Desde que la significación de tradición filosófica y teológica, en la esfera de la común


experiencia humana, fue progresivamente sustituida por la lógica metodológica de las
ciencias exactas y por la racionalidad instrumental configurada a partir del surgimiento de la
técnica moderna, la cuestión sobre el valor social de las humanidades ha ido adquiriendo una
importancia capital en el marco de una cultura de cuyos horizontes intelectuales, dominados
casi por entero por una interpretación de la acción humana como necesaria y a veces como
esencialmente referida al ámbito de la producción, la dimensión contemplativa y sapiencial
de la razón han desaparecido casi por completo. En la era del auge de las disciplinas
científicas y de la especialización de los saberes, donde la búsqueda del conocimiento tiene
como finalidad la aplicación al ámbito práctico y poiético, la reflexión filosófica, que durante
mucho tiempo jugó un papel determinante en el curso de la historia del pensamiento
occidental, ahora ve sustituida su función trasformadora de la cultura por los criterios
orientadores del desarrollo humano derivados de la confianza ingenua y exacerbada en el eje
mercado-ciencia-tecnología que, como advierte M. Nussbaum, constituye uno de los factores
que han distorsionado la visión de la experiencia humana real de organizaciones
internacionales al momento de diseñar políticas orientadas a solucionar los problemas
económicos y sociales de las naciones más podres del mundo (2017, pág. 13).

Ante este panorama, el Dr. Jorge Aurelio Díaz insiste en la necesidad de rehabilitar el papel
central de la filosofía, especialmente en la enseñanza media, como uno de los mayores
desafíos que la actual configuración del sistema educativo, que privilegia la adquisición de
habilidades técnicas para el trabajo, plantea al cultivo del pensamiento crítico que permite la
apertura de horizontes intelectuales potenciadores de la capacidad personal para orientar la
propia vida con base en referentes y paradigmas existenciales, exentos de toda justificación
utilitaria, y evitan la inmediatez e irreflexión que atan la dimensión del pensamiento a las
necesidades materiales de la vida en una sociedad de consumo.

Para Díaz, desde su nacimiento en la antigua Grecia, la filosofía conservó como una de sus
tareas fundamentales plantear y responder la pregunta fundamental acerca del origen y el
sentido de todo lo que existe apelando a la pura reflexión racional. Pero, en su visión, el
origen de la pérdida del valor central del alcance de ese nuevo modo de percibir y abordar la
realidad, que continua como una tendencia generalizada en nuestros días, hay que rastrearlo
desde la entrada en decadencia de la cultura y de la filosofía clásica y la aparición del
cristianismo. Es un lugar común para muchos historiadores de la filosofía afirmar que el
devenir histórico de la ciencia y la filosofía, como un proceso gradual de realización y
progreso, fue frenado por la escatología cristiana que propició la muerte del espíritu crítico
(Dampier, 1997, pág. 95). La lectura que ofrece Díaz sigue este planteamiento, pero, con
todo, no hace justicia a realidad de los hechos.

Aunque algunos de los primeros pensadores cristianos reelaboraron muchos de los elementos
del pensamiento antiguo y de las escuelas helenísticas contemporáneas, no es cierto que
desplazaron la reflexión filosófica precedente, sino que la integraron en magistrales síntesis
conceptuales a través de las cuales heredaron un valioso legado en donde la filosofía apareció
siempre como preambula fidei, como preparación para la aprehensión de las verdades
divinas. Durante el periodo siguiente al ocaso de la antigüedad tardía la teología no desplazó
a la filosofía, y con ella a la ciencia, a un “lugar marginal” dentro de la cultura, sino que, por
el contrario, esta conservó toda su vigencia en los centros de estudio medievales cuando
asumió la doble pretensión de ser “libre servidora de la fe” y de mantener una función
arquitectónica respecto de las ciencias particulares (Scheler, 2011, pág. 26). La teología
ocupó un lugar hegemónico mientras se supuso que las capacidades más elevadas de la razón
estaban en la contemplación y que todos los intereses derivados de la vida activa eran
secundarios e instrumentales, y en esa lógica, reservó a la filosofía un papel fundamental para
el descubrimiento de la verdad. Sin embargo, con la modernidad, la relación fundamental de
la filosofía con la teología sufrió una inversión radical que hizo de la razón una enemiga de
la fe pasando de ancilla theologiae a ancilla scientiarum. Desde entonces, la filosofía tomó
como tarea fundamental la crítica del conocimiento científico, es decir, la de fijar sus métodos
y justificar sus pretensiones. Hoy, las ciencias exactas y la visión del mundo que de ellas
deriva terminaron no solo desplazando sino negando a la filosofía. La imagen del sabio ha
sido sustituida por la del científico y muchos de los temas que antes eran competencia de la
reflexión sapiencial son ahora objeto de estudio de muchas disciplinas científicas. En este
sentido, la invitación del filósofo colombiano J. Díaz constituye un muy valioso llamado a la
recuperación de la filosofía, no solo como bagaje cultural, sino como un saber liberal capaz
de hacer elevar nuestra mirada desde lo temporal y transitorio hacia lo infinito.

Referencias
Dampier, W. C. (1997). Historia de la cienca y sus relaciones con la filosofía y la religión. Madrid:
Tecnos, S.A.

Nussbaum, M. (2017). Crear capacicidades. Propuesta para el desarrollo humano. Trad., Albino
Santos. Bogotá: Planeta Colombia S.A.

Scheler, M. (2011). La esencia de la filosofía y la condición moral del conocer filosófico. Ed., y Trad.,
Sergio Sanchez-Migallón. Madrid: Ediciones Encuentro S.A. .

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