Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
5
Véase en este sentido la 5ª parte de El arte de la novela, de Milán Kundera, que lleva por título “En
alguna parte, ahí detrás”.
“Méxiko”, como se escribía la palabra “Amerika”
en el libro de Kafka, para que se comprenda que
se trata de países distintos a pesar de compartir
muchas de sus tragedias. Y es justo que así sea, ya
que esta idea revela la trascendencia de lo
kafkiano en Carlos Fuentes.
La importancia dada por el escritor mexicano al
patriarca checo de la novela moderna se sustancia
en el hecho de que la obra de Kafka se constituye
en sólida plataforma para denunciar la
monstruosidad del estado hegeliano, que parirá
sus propios monstruos (el nazismo). Es ese
estado que pretende que comulguemos con una
utopía ilustrada de progreso inacabable el que ha
quedado desenmascarado. Hoy día hablamos de
“desarrollo sostenible”. Las viejas utopías han
quedado obsoletas. Cada vez más, por desgracia,
vamos conociendo cuáles son nuestros límites. El
planeta echa humo por sus costuras, los mares
están esquilmados, el cambio climático avanza
imparable y todo ello en un contexto de pérdida
de las selvas como pulmones planetarios y
reservas de la biodiversidad. Si hace 100 años le
hubiéramos contado a los contemporáneos de
Julio Verne que en el futuro habría países que se
venderían unos a otros los derechos de emisión
de toneladas de CO2 habrían pensado que
estábamos locos o que era algo de ciencia-ficción.
Hoy todas estas problemáticas son una realidad.
La incardinación del mito, teoría de un presente
que es eterno, en el universo de lo kafkiano y su
incompatibilidad con el tiempo visible de la ley,
hace patente el conflicto que subyace en la
modernidad, como apunta Fuentes en su artículo
“Un mar de hielo”, publicado en el centenario de
Kafka (se incluye al final completo junto con su
continuación, escaneado de una página del diario
ABC publicada el 10 de diciembre de 1983).
En este artículo Fuentes nos muestra una vez
más esa concepción casi sacerdotal de la literatura
que hay en Franz Kafka, pues “al escribir, el
escritor usurpa las funciones de la ley, del poder y
de la religión”. En esta suplantación se funda una
nueva historia en la que las utopías del futuro
germinan con savia nueva. Por eso afirma el gran
prosista mexicano que “la compensación de la
escritura es no sólo recordar sino crear el otro
tiempo, el tiempo capaz de recibir todas las
ausencias del presente”.
Es ese tiempo mítico, colectivo, arquetípico, el
que acoge al individuo y promueve a la auténtica
existencia su verdad, su realidad última. Y en la
creación de ese tiempo mítico el artista de la
palabra es un mediador individual. La
recuperación del mito es también, por medio de
un proceso de desciframiento, la reparación del
sentido fragmentado y ocultado por las artimañas
de los poderosos y de los artífices de la
impostura. Volver a la matriz primordial exige
figuras como Kafka, que acaban siendo
devoradas sacrificialmente por el monstruo. Se le
ha exigido a este sacerdote de la literatura una
lucha prometeica y él ha cumplido con su
cometido.
Será la libertad enunciada trágicamente por
Kafka, desde el cansancio que genera esta lucha
desigual, la que aportará una lucidez nueva al
hombre del futuro. La fascinación del olvido, la
aspiración, muy “bartlebiana”, a la desaparición
total, manifestada en el deseo final de quemar su
obra (del que como sabemos hizo caso omiso
Max Brod) hacen de Kafka un paradigma de
modernidad literaria. El escritor como “médium”
entre los fantasmas del pasado y los avatares del
futuro, así entiende Fuentes la función del
escritor en la persona y en la obra de Kafka. Por
eso mantiene que “Kafka es un mensajero entre
el mundo del mito –el eterno presente- y el
mundo de la ley –el eterno futuro- en paciente
espera de sus víctimas”.
De nuevo lo verdaderamente asombroso de
Kafka es su capacidad para mostrar la
degradación de la figura del escritor en un mundo
en el que la alienación del sistema, encarnada no
sólo en la figura del padre tiránico, egoísta y
autoritario, sino también el trabajo castrador y
burocrático en la compañía de seguros, en la
imposición del matrimonio como meta-aspiración
imposible desde el superego paterno como figura
ideal…, como bien dejaron entrever Deleuze y
Guattari en “Kafka.Por una literatura menor”,
gravita sobre su persona asfixiándolo:
“si en el antiguo mundo mítico el escritor, el que
cuenta la historia, es la figura central y el
elaborador del mito, en Kafka es sólo el escriba,
el copista, un mensajero desplazado, privado de
sus atributos, sin prestigio, humillado: una
cucaracha” 6.
La obra de Kafka queda configurada, desde la
perspectiva con que la enfoca Carlos Fuentes,
como un viaje a los “infiernos del olvido”. Es
desde ahí desde donde brota el arte de la
modernidad, no desde un origen celeste tal como
la venía concibiendo el arte tradicional y su teoría
de las musas como estimuladoras de la
inspiración del artista. En Kafka las musas no
inspiran al poeta, son más bien un estorbo u
obstáculo para la creación literaria y de ahí las
continuas e interminables dudas sobre el
proyectado matrimonio que nunca se celebrará.
La hipersensibilidad kafkiana le impedirá llevar a
término su relación con Milena Jesenska y le
acabará pidiendo que no le vea más, que no le
escriba más, pues continuar por aquella senda de
una relación que veía como imposible era para él
como echar sal en la herida sangrante.
6
Vid. “Una oscuridad en llamas”, 2ª parte del artículo “Un mar de hielo” de Carlos Fuentes, del que se
adjunta copia escaneada al final.
La gran paradoja del arte de Kafka es que pese
a que, en su obra, las cosas son como son, el
castillo es un castillo, la aldea es una aldea y la
burocracia no es otra cosa que burocracia, sin
embargo, pese a ese tratamiento aparentemente
realista de estas realidades literarias, “una brutal
sensación de irrealidad” las acompaña… El
olvido del carácter opresor de estas realidades es
lo que nos deja enteramente a su merced,
preparados para ser las víctimas. Así también el
individuo moderno cuando escucha los cantos de
sirena del Estado del bienestar, en realidad un
Estado en plena operación de desmantelamiento
por la Banca Internacional, las multinacionales, el
gran capital y todos esos grupos de poder que
subyacen tras nombres como el Club Bilderberg
o los Illuminati…
El individuo reducido a la mera función que
desempeña en el engranaje social (lo veíamos en
la película de Chaplin, tiempos modernos, en
aquella parábola de Charlot a punto de ser
devorado por los enormes engranajes…), a un
número de la Seguridad social o en una
computadora del Ministerio de Hacienda, no es
considerado como persona, como ser humano.
El poder, nos aclara Carlos Fuentes en este
artículo que estamos comentando, “Una
oscuridad en llamas”, 2ª parte de “Un mar de
hielo”, es una maquinaria que ejerce con astucia el
arte de hacerse olvidar. Logra por arte de
birlibirloque que se olviden los desafueros y
arbitrariedades, se hace fuerte en el logro de pasar
desapercibido, de permanecer invisible a los
gobernados, a los manipulados, a los explotados.
Porque el supremo poder es el de ser olvidado. Y
el poder ejerce sus funciones sometiendo a los
gobernados al ninguneo del olvido. Ésta es la
tinta de calamar que deja a su paso para eludir sus
responsabilidades. Y en esa tinta humilla y
degrada a sus clientes. No creando lazos sino
disolviéndolos. Negar la existencia de los
gobernados es la táctica de quien desea pasar por
invisible para tomar distancia desde la que
manipular y humillar. El olvido de las propias
aspiraciones, en especial de la aspiración a una
vida digna y verdaderamente humana, es el
resultado final: el conformismo, la sumisión, el
silencio.
Como colofón, en esta dialéctica del olvido,
Fuentes nos señala de modo certero: “en la
extrema enajenación del mundo kafkiano es
doloroso recordar y es doloroso olvidar” 7. Y
pone algunos ejemplos de personajes de la novela
“El Castillo” que avalan esta tesis. Es doloroso
recordar porque la historia de la humanidad está
jalonada de guerras e injusticias en que los más
fuertes sacan tajada y se aprovechan de los más
débiles. Cada guerra es una enorme oportunidad
para que los banqueros se hagan de oro
vendiendo armas, alimentos y otros artículos “de
primera necesidad” (es ironía, claro) a ambos
bandos. Pero también es doloroso olvidar,
porque el olvido profundiza en la
despersonalización y en el desmoronamiento de
la persona, en la pérdida de toda defensa contra
los poderes opresivos. Sólo cabe añadir, para
concluir este artículo, que la memoria es un
vehículo importante de redención para los seres
humanos. Ya conocemos el dicho de que “los
7
Ibidem.
que olvidan la historia están condenados a
repetirla” (Santayana). Y no existe creatividad que
no se fundamente en la memoria. Por eso el
olvido kafkiano pone de relieve la existencia de
un proceso malintencionado, por parte de
aquellas instancias que dominan el mundo, para
que los pueblos y los individuos olviden todas
aquellas ocasiones en que han sido despojados de
sus derechos, desposeídos de sus oportunidades,
posesiones, herencias culturales y axiológicas,
para dejarlos como plantas con las raíces al aire,
porque debilitándolos y entonteciéndolos,
haciéndoles perder sus vínculos sociales, son más
manipulables, y así el lobo disfrazado de pastor
puede conducir al rebaño no al aprisco sino al
matadero de la Historia, que es el sometimiento y
la explotación de la inmensa mayoría de la
población mundial por una minoría que tiene en
sus manos el 90 % de los recursos del planeta. La
sociedad de masas en la que vivimos no quiere
que existan ciudadanos, va buscando que existan
súbditos, en una especie de esclavitud encubierta.
Y tenemos que defendernos de esto. La obra de
un humanista como Carlos Fuentes nos pone
sobre aviso y es un testimonio que no debemos
echar en saco roto. Otros deben tomar el testigo
que mantenga viva la llama de su voz
imperecedera.
© Juan Francisco Cañones Castelló