Sei sulla pagina 1di 21

La concepción de Kafka en Carlos Fuentes

Decía Carlos Fuentes, el maestro mexicano


recientemente desaparecido, que “Europa sigue
siendo Kafka”. Para él aquellos tres grandes
escritores de la literatura moderna, Franz Kafka,
Samuel Beckett y William Faulkner coinciden en
la idea de que en la verdadera, en la buena
literatura no hay buenos ni malos: del
antagonismo es de lo que nace la gran literatura.
Del valor que otorgaba a Kafka da fe el hecho de
que lo consideraba “el escritor indispensable del
siglo XX”.
¿Por qué lo kafkiano sigue estando plenamente
vigente? Por su capacidad profética de mostrar la
invisibilidad del poder. Hoy, en que se habla
tanto del Club Bilderberg, de los Illuminati y de
todas esas teorías sobre el poder oculto de los
masones, de los judíos, de la banca internacional,
del gran capital (que tiene a Suiza, especialmente
a ciudades como Zurich, como centro de
peregrinación, pues allí ocultan sus capitales y los
blanquean), el ciudadano de a pie en estas
democracias occidentales observa perplejo cómo
son otros los que mueven los hilos a distancia,
una minoría que decide, sin preguntarle, cuál va a
ser la verdadera cuantía de su pensión de
jubilación y a qué edad ha de jubilarse, qué tipo
de seguro médico va a poder disfrutar y otras
muchas particularidades que van a alterar y en
ocasiones mermar su calidad de vida y hacer
retroceder derechos ya adquiridos. Pues todo eso
se percibía ya en “El Castillo” de Kafka, en la
imposibilidad del protagonista de esa novela de
llegar a esos poderes superiores que se instalaban
en lo remoto y mantenían una distancia
abrumadora y alienante, la misma que mantienen
hoy nuestros líderes políticos jugando al ratón y al
gato con la ciudadanía, dando entrevistas en
televisión a unos periodistas que les son adictos, y
practicando una política de hechos consumados
amparándose en necesidades económicas.
En su artículo “Kafka no va a la playa”1,
Fuentes afirma rotundamente que las novelas de
Kafka muestran un Estado “que hace eficaz su
propia ficción”, es decir, que es hábil en
mostrarse como una criatura invisible o
1
Carlos Fuentes, “Kafka no va a la playa”, La Jornada Semanal, N°284. México, D.F - domingo 13 de
agosto de 2000. Publicado en la siguiente página web: http://www.letras.s5.com/fk190106.htm
inexistente, pues lo ficticio pertenece al reino de
lo fingido y lo fingido, por contraposición a lo
real, carece de entidad propia. El monstruo de
Hobbes, el Leviatán tiránico de la razón de estado
renacentista, se nos ha convertido, con el paso del
tiempo, en una criatura mitológica que se asemeja
a los camaleones, pasa desapercibida.
La contraposición entre los protagonistas de las
novelas kafkianas y el sistema que los oprime y
explota es palpable en estas palabras de Fuentes:
“los protagonistas de las novelas son héroes de la
razón. Sufren por estar marginados de la razón.
Pero no entienden las "razones'' que los
marginan. Su "racionalidad'', entonces, consiste
en disolverse en un sistema indiferenciado y verse
a sí mismos fuera de los procesos de
formalización de la vida social”2.
Será la escenificación de las relaciones entre
individuo y poder, ese melodrama de la
modernidad, lo que llame especialmente la
atención de Carlos Fuentes, pues es en este
ámbito en el que sobresale la extrema lucidez de
Kafka, su capacidad premonitoria para atisbar en
2
Ibidem.
un futuro que ahora estamos viviendo. Glosando
el libro del pensador chileno Martin Hopenhaym
“Crítica de la razón irónica” en el artículo antes
mencionado, nos revela que dicho ensayista
concibe al individuo como un parásito “malgré
lui” y que sirve de elemento catalizador para
poner en solfa el mundo de parásitos que el
sistema requiere para ejercer el poder, esas
correas de transmisión infames que sirven para
someter al ciudadano de a pie, hombres de paja,
meras figuras de relleno, que se prestan con sus
servilismos y omisiones a que las disposiciones
encubiertas de los poderosos se vean santificadas
por la costumbre y el olvido de las conductas
semidelictivas o claramente mafiosas. La tesis
mantenida, a fin de cuentas, por Fuentes, en
relación con el personaje de Joseph K.,
protagonista de El castillo, es que “el "héroe''
kafkiano, gracias a su torpeza, no a su
inteligencia, revela el fondo arbitrario del poder”.
El emperador está desnudo y esto se percibe por
el hecho de que es imposible aclarar o descifrar
cuáles son los designios de los poderosos: en ello
se nos muestra la máscara más impúdica y
ominosa del poder, en el hecho de que ejerce sus
prerrogativas complaciéndose en aparecer como
enigmático a sus sojuzgados para una mayor
eficacia en el dominio. De vez en cuando pueden
aparecer unos Wikileaks que hacen salir a la luz
parte de esa información oculta y airean sin
tapujos las acciones de gobiernos totalitarios o
incluso de gobiernos “democráticos” del primer
mundo. Pero esto es la punta del iceberg: ¿qué es
lo que podemos esperar que haya oculto?
Infinitamente más de lo que hemos conocido.
¿No estamos asistiendo en los países
occidentales, cada dos por tres, a escenificaciones
políticas en que los poderosos se mantienen en
sus poltronas ahondando en la ineficacia de sus
acciones? Las autoridades del Castillo
permanecen siempre intactas, a salvo, porque son
sólo potenciales, meramente virtuales, viene a
decirnos Carlos Fuentes. Trasladémoslo todo ello
a la situación actual, pues no se trata de hacer
política-ficción: cuando los ciudadanos pedimos
que los políticos actúen, los poderes públicos se
cruzan de brazos y no hacen nada. Nada de
retirar subvenciones a partidos políticos y
sindicatos, nada de suprimir la configuración del
estado de las autonomías, que ha creado una
legión de políticos provincianos que son
auténticos parásitos, sanguijuelas que se
alimentan de la sangre de los ciudadanos a través
de los impuestos. Y si estos políticos
manipulados a distancia por la gran banca hacen
algo, lo único que hacen es salvaguardar los
intereses de las clases privilegiadas, entre ellos el
gran capital, la alta burguesía, que especulan con
la compra de deuda pública a los gobiernos con el
fin de obtener los intereses lo más elevados
posibles en el mercado de capitales. Todo este
baile de cifras de las primas de riesgo o, en
términos técnicos, el llamado “riesgo-país”, en
Europa, que en los momentos actuales perjudica
a España, ¿a quién beneficia? A los banqueros
alemanes, ingleses, norteamericanos, que son los
que prestan el dinero a los gobiernos en
dificultades. Esto es lo que se llama hacer leña del
árbol caído o aprovecharse de la debilidad
ajena…
Si “la regla de la regla del poder es la
incertidumbre respecto a su aplicación”, cuanto
menos transparencia informativa, mejor para los
poderosos; cuanto menos se diga sobre lo que se
piensa hacer, cuanto mayor secretismo recaiga
sobre cómo se va a actuar a medio o largo plazo,
tanto mejor...
Por otra parte, en el apartado dedicado a Kafka
en su libro “En esto creo” Fuentes viene a repetir
que “el poder es virtual y la víctima del poder
actualiza una fuerza que, de otra manera, sería
inexistente”. Somos nosotros los que damos
fuerza a los poderosos con nuestra inercia y
nuestras omisiones, con ese ir a votar de modo
irreflexivo como borregos manipulados por los
“mass media” cada cuatro años. Sí, somos
nosotros los que con nuestro silencio
respaldamos las arbitrariedades que sufrimos,
damos por buenas y concedemos carta de
legitimidad a las injusticias. “El que calla otorga”
dice el antiguo brocardo.
En el pensamiento de Carlos Fuentes esta idea
de que “somos nosotros los que vestimos al
emperador desnudo” adquiere concreción y
eficacia en relación con Kafka. Viene a darnos a
entender que el escritor checo nos revela el
abismo que hay entre el poder real y el “relato” o
apariencia del poder. Si lo propio de la ironía “es
sacarnos de contexto y abrir un abismo entre el
mundo y el yo”, la ironía kafkiana cumple
plenamente con su cometido al poner el dedo en
la llaga en relación con esa distancia alienante que
separa a Joseph K, el agrimensor, de los poderes
del Castillo, que rechazan manifestarse al
individuo que sojuzgan y hacerse accesibles a él,
pues prefieren morar en lo enigmático,
sacralizarse en la ambigüedad y el disimulo.
Otros indicios sobre la visión de Fuentes sobre
Kafka podemos hallarlos en el artículo “La
novela moderna según Carlos Fuentes”, de Rafael
Jiménez Emán3, donde se viene a decir que “en la
obra de Franz Kafka ve, por ejemplo, “una
descripción de la universalidad de la violencia
como pasaporte sin fotografía de nuestro
tiempo”.
Como señalaba Julio Grande en el Diccionario
Sopena de Literatura, “la obra de Kafka es un
documento de desolación, de un nihilismo
llevado a las más extremas consecuencias, y, a la
3
http://www.letralia.com/267/especial02.htm
vez, expresión de una expresión prodigiosamente
directa del misterio de la existencia humana”4,
misterio que repetidas veces ha señalado Fuentes
no debe circunscribirse a sólo el realismo en la
novela, sino que debe abarcar otras facetas, como
lo fantástico, la dimensión imaginativa.
Para Carlos Fuentes, “nunca entenderíamos la
literatura de Kafka, es decir, no lo que Kafka
refleja, sino lo que Kafka añade, porque la novela
ni muestra ni demuestra al mundo, sino que
añade algo al mundo”. Milán Kundera, otro gran
escritor contemporáneo que denuncia la
irracionalidad de los usos y abusos del poder en
nuestra época, coincide con Fuentes en este
análisis cuando señala que “en Kafka, la
institución es un mecanismo que obedece sus
propias leyes programadas ya no se sabe por
quién ni cuándo” 5.
Pedro Ángel Palou en su artículo “Carlos
Fuentes, el presente de todos los tiempos”
propone que cada vez que se hable del México de
Carlos Fuentes se escriba con K, es decir,
4
Citado por Roberto A. Vélez Correa en “El existencialismo en la ficción novelesca”.

5
Véase en este sentido la 5ª parte de El arte de la novela, de Milán Kundera, que lleva por título “En
alguna parte, ahí detrás”.
“Méxiko”, como se escribía la palabra “Amerika”
en el libro de Kafka, para que se comprenda que
se trata de países distintos a pesar de compartir
muchas de sus tragedias. Y es justo que así sea, ya
que esta idea revela la trascendencia de lo
kafkiano en Carlos Fuentes.
La importancia dada por el escritor mexicano al
patriarca checo de la novela moderna se sustancia
en el hecho de que la obra de Kafka se constituye
en sólida plataforma para denunciar la
monstruosidad del estado hegeliano, que parirá
sus propios monstruos (el nazismo). Es ese
estado que pretende que comulguemos con una
utopía ilustrada de progreso inacabable el que ha
quedado desenmascarado. Hoy día hablamos de
“desarrollo sostenible”. Las viejas utopías han
quedado obsoletas. Cada vez más, por desgracia,
vamos conociendo cuáles son nuestros límites. El
planeta echa humo por sus costuras, los mares
están esquilmados, el cambio climático avanza
imparable y todo ello en un contexto de pérdida
de las selvas como pulmones planetarios y
reservas de la biodiversidad. Si hace 100 años le
hubiéramos contado a los contemporáneos de
Julio Verne que en el futuro habría países que se
venderían unos a otros los derechos de emisión
de toneladas de CO2 habrían pensado que
estábamos locos o que era algo de ciencia-ficción.
Hoy todas estas problemáticas son una realidad.
La incardinación del mito, teoría de un presente
que es eterno, en el universo de lo kafkiano y su
incompatibilidad con el tiempo visible de la ley,
hace patente el conflicto que subyace en la
modernidad, como apunta Fuentes en su artículo
“Un mar de hielo”, publicado en el centenario de
Kafka (se incluye al final completo junto con su
continuación, escaneado de una página del diario
ABC publicada el 10 de diciembre de 1983).
En este artículo Fuentes nos muestra una vez
más esa concepción casi sacerdotal de la literatura
que hay en Franz Kafka, pues “al escribir, el
escritor usurpa las funciones de la ley, del poder y
de la religión”. En esta suplantación se funda una
nueva historia en la que las utopías del futuro
germinan con savia nueva. Por eso afirma el gran
prosista mexicano que “la compensación de la
escritura es no sólo recordar sino crear el otro
tiempo, el tiempo capaz de recibir todas las
ausencias del presente”.
Es ese tiempo mítico, colectivo, arquetípico, el
que acoge al individuo y promueve a la auténtica
existencia su verdad, su realidad última. Y en la
creación de ese tiempo mítico el artista de la
palabra es un mediador individual. La
recuperación del mito es también, por medio de
un proceso de desciframiento, la reparación del
sentido fragmentado y ocultado por las artimañas
de los poderosos y de los artífices de la
impostura. Volver a la matriz primordial exige
figuras como Kafka, que acaban siendo
devoradas sacrificialmente por el monstruo. Se le
ha exigido a este sacerdote de la literatura una
lucha prometeica y él ha cumplido con su
cometido.
Será la libertad enunciada trágicamente por
Kafka, desde el cansancio que genera esta lucha
desigual, la que aportará una lucidez nueva al
hombre del futuro. La fascinación del olvido, la
aspiración, muy “bartlebiana”, a la desaparición
total, manifestada en el deseo final de quemar su
obra (del que como sabemos hizo caso omiso
Max Brod) hacen de Kafka un paradigma de
modernidad literaria. El escritor como “médium”
entre los fantasmas del pasado y los avatares del
futuro, así entiende Fuentes la función del
escritor en la persona y en la obra de Kafka. Por
eso mantiene que “Kafka es un mensajero entre
el mundo del mito –el eterno presente- y el
mundo de la ley –el eterno futuro- en paciente
espera de sus víctimas”.
De nuevo lo verdaderamente asombroso de
Kafka es su capacidad para mostrar la
degradación de la figura del escritor en un mundo
en el que la alienación del sistema, encarnada no
sólo en la figura del padre tiránico, egoísta y
autoritario, sino también el trabajo castrador y
burocrático en la compañía de seguros, en la
imposición del matrimonio como meta-aspiración
imposible desde el superego paterno como figura
ideal…, como bien dejaron entrever Deleuze y
Guattari en “Kafka.Por una literatura menor”,
gravita sobre su persona asfixiándolo:
“si en el antiguo mundo mítico el escritor, el que
cuenta la historia, es la figura central y el
elaborador del mito, en Kafka es sólo el escriba,
el copista, un mensajero desplazado, privado de
sus atributos, sin prestigio, humillado: una
cucaracha” 6.
La obra de Kafka queda configurada, desde la
perspectiva con que la enfoca Carlos Fuentes,
como un viaje a los “infiernos del olvido”. Es
desde ahí desde donde brota el arte de la
modernidad, no desde un origen celeste tal como
la venía concibiendo el arte tradicional y su teoría
de las musas como estimuladoras de la
inspiración del artista. En Kafka las musas no
inspiran al poeta, son más bien un estorbo u
obstáculo para la creación literaria y de ahí las
continuas e interminables dudas sobre el
proyectado matrimonio que nunca se celebrará.
La hipersensibilidad kafkiana le impedirá llevar a
término su relación con Milena Jesenska y le
acabará pidiendo que no le vea más, que no le
escriba más, pues continuar por aquella senda de
una relación que veía como imposible era para él
como echar sal en la herida sangrante.

6
Vid. “Una oscuridad en llamas”, 2ª parte del artículo “Un mar de hielo” de Carlos Fuentes, del que se
adjunta copia escaneada al final.
La gran paradoja del arte de Kafka es que pese
a que, en su obra, las cosas son como son, el
castillo es un castillo, la aldea es una aldea y la
burocracia no es otra cosa que burocracia, sin
embargo, pese a ese tratamiento aparentemente
realista de estas realidades literarias, “una brutal
sensación de irrealidad” las acompaña… El
olvido del carácter opresor de estas realidades es
lo que nos deja enteramente a su merced,
preparados para ser las víctimas. Así también el
individuo moderno cuando escucha los cantos de
sirena del Estado del bienestar, en realidad un
Estado en plena operación de desmantelamiento
por la Banca Internacional, las multinacionales, el
gran capital y todos esos grupos de poder que
subyacen tras nombres como el Club Bilderberg
o los Illuminati…
El individuo reducido a la mera función que
desempeña en el engranaje social (lo veíamos en
la película de Chaplin, tiempos modernos, en
aquella parábola de Charlot a punto de ser
devorado por los enormes engranajes…), a un
número de la Seguridad social o en una
computadora del Ministerio de Hacienda, no es
considerado como persona, como ser humano.
El poder, nos aclara Carlos Fuentes en este
artículo que estamos comentando, “Una
oscuridad en llamas”, 2ª parte de “Un mar de
hielo”, es una maquinaria que ejerce con astucia el
arte de hacerse olvidar. Logra por arte de
birlibirloque que se olviden los desafueros y
arbitrariedades, se hace fuerte en el logro de pasar
desapercibido, de permanecer invisible a los
gobernados, a los manipulados, a los explotados.
Porque el supremo poder es el de ser olvidado. Y
el poder ejerce sus funciones sometiendo a los
gobernados al ninguneo del olvido. Ésta es la
tinta de calamar que deja a su paso para eludir sus
responsabilidades. Y en esa tinta humilla y
degrada a sus clientes. No creando lazos sino
disolviéndolos. Negar la existencia de los
gobernados es la táctica de quien desea pasar por
invisible para tomar distancia desde la que
manipular y humillar. El olvido de las propias
aspiraciones, en especial de la aspiración a una
vida digna y verdaderamente humana, es el
resultado final: el conformismo, la sumisión, el
silencio.
Como colofón, en esta dialéctica del olvido,
Fuentes nos señala de modo certero: “en la
extrema enajenación del mundo kafkiano es
doloroso recordar y es doloroso olvidar” 7. Y
pone algunos ejemplos de personajes de la novela
“El Castillo” que avalan esta tesis. Es doloroso
recordar porque la historia de la humanidad está
jalonada de guerras e injusticias en que los más
fuertes sacan tajada y se aprovechan de los más
débiles. Cada guerra es una enorme oportunidad
para que los banqueros se hagan de oro
vendiendo armas, alimentos y otros artículos “de
primera necesidad” (es ironía, claro) a ambos
bandos. Pero también es doloroso olvidar,
porque el olvido profundiza en la
despersonalización y en el desmoronamiento de
la persona, en la pérdida de toda defensa contra
los poderes opresivos. Sólo cabe añadir, para
concluir este artículo, que la memoria es un
vehículo importante de redención para los seres
humanos. Ya conocemos el dicho de que “los
7
Ibidem.
que olvidan la historia están condenados a
repetirla” (Santayana). Y no existe creatividad que
no se fundamente en la memoria. Por eso el
olvido kafkiano pone de relieve la existencia de
un proceso malintencionado, por parte de
aquellas instancias que dominan el mundo, para
que los pueblos y los individuos olviden todas
aquellas ocasiones en que han sido despojados de
sus derechos, desposeídos de sus oportunidades,
posesiones, herencias culturales y axiológicas,
para dejarlos como plantas con las raíces al aire,
porque debilitándolos y entonteciéndolos,
haciéndoles perder sus vínculos sociales, son más
manipulables, y así el lobo disfrazado de pastor
puede conducir al rebaño no al aprisco sino al
matadero de la Historia, que es el sometimiento y
la explotación de la inmensa mayoría de la
población mundial por una minoría que tiene en
sus manos el 90 % de los recursos del planeta. La
sociedad de masas en la que vivimos no quiere
que existan ciudadanos, va buscando que existan
súbditos, en una especie de esclavitud encubierta.
Y tenemos que defendernos de esto. La obra de
un humanista como Carlos Fuentes nos pone
sobre aviso y es un testimonio que no debemos
echar en saco roto. Otros deben tomar el testigo
que mantenga viva la llama de su voz
imperecedera.
© Juan Francisco Cañones Castelló

Potrebbero piacerti anche