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La técnica del fracking consiste en la perforación en horizontal del subsuelo para inyectar
a alta presión agua mezclada con arena y provocar la fractura hidráulica de las rocas de
baja permeabilidad o incluso de la roca madre. El propósito es que la potencia del chorro
de agua abra una grieta en la roca para que la arena la mantenga abierta y el gas natural
que está atrapado allí escape por los canales del pozo hacia la superficie para ser
capturado. El problema es que, para aumentar su poder corrosivo, esa agua ha sido
tratada con compuestos químicos que pueden contaminar los acuíferos y la violencia de la
fractura hidráulica aumenta los riesgos de actividad sísmica.
La fractura hidráulica para obtener gas y petróleo está enfrentando una fuerte
oposición en numerosos países. Las negativas consecuencias ambientales y
sociales que está teniendo la explotación realizada durante años en el país
pionero en esta técnica, Estados Unidos, han sido una herramienta muy potente
para movilizar a numerosos grupos sociales, poniendo en jaque la explotación
generalizada del gas de esquisto. En el artículo se realiza un balance de esta
situación, así como de las restricciones legales al ‘fracking” impuestas por diversos
Estados.
Otros informes de analistas económicos han hablado por su parte de una sobrestimación
de las reservas americanas de entre 400-500%. Según el informe de la EIA, Norteamérica
(EE UU, Canadá y México) dispone con creces de las mayores reservas de gas de
esquisto (1.685 tcf seguida de China (1.115), Argentina (802), Argelia (707), Australia
(437) o Rusia (287). Por su parte, Europa dispone en comparación de cantidades
sensiblemente menores (470 tcf), destacando los 148 de Polonia, los 137 de Francia o los
51 de Rumanía. España por su parte contaría, según el informe, con aproximadamente
unos 8 tcf –una octava parte de las ilusorias previsiones realizadas por las empresas del
sector en nuestro país