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Intacto
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T odo lo que existe está vivo. Esas palabras se habían convertido en un
Aspiró una bocanada del frío y neblinoso aire de la marisma y le pidió que le
proporcionara valor para afrontar el reto que ante él se presentaba.
Observó las expresiones serias de los diversos draenei cuyas desdeñosas miradas
de superioridad estaban fijas en él.
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Después de todo él era un Krokul: “Tábido".
Ser Tábido era ser un infame y un paria. No estaba bien y no era justo, pero era
la realidad que se había visto obligado a aceptar. Muchos de sus hermanos y hermanas
no afectados no podían comprender cómo había tenido lugar el deterioro de los Krokul,
especialmente en el caso de Nobundo. ¿Cómo podía haber caído tan bajo alguien tan
favorecido por la Luz y con tanto talento?
A pesar de que el propio Nobundo no sabía cómo, sí que sabía cuándo había
sucedido. Recordaba con claridad apabullante el momento exacto que había marcado el
inicio de su propia decadencia personal.
***
Habían pasado muchos largos meses desde que la lluvia había bendecido las
tierras de Draenor, pero ahora unas nubes negras enturbiaban el cielo, como si de una
protesta ante la batalla que se avecinaba se tratara. Leves chubascos empapaban la
ciudad y al ejército que se encontraba fuera de sus murallas, convirtiéndose
progresivamente en un constante aguacero mientras ambos bandos observaban y
esperaban.
Telmor había caído, al igual que Karabor y Farahlon. Muchas de las ciudades
draenei, otrora majestuosas, yacían ahora convertidas en ruinas. Shattrath era la única
que resistía.
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No es que se suponga que vamos a sobrevivir.
Sabía perfectamente que tanto él como los demás que se hallaban allí reunidos
aquella noche no eran más que un sacrificio. Se habían ofrecido voluntarios para
quedarse atrás y luchar su última batalla. Su inevitable derrota aplacaría a los orcos, de
modo que estos darían por hecho que los draenei habían sido diezmados hasta la
extinción. Aquellos que habían buscado cobijo en otros lugares sobrevivirían para
volver a luchar en otro momento, cuando la balanza estuviera más equilibrada.
Que así sea. Mi espíritu continuará vivo, volviéndose uno con la gloria de la
Luz.
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De hecho, ocurrió algo después, pero que nada tenía que ver con los sagrados
poderes de la Luz.
Los hermanos de Nobundo lanzaron algunos ataques contra el enemigo, pero por
cada enemigo que eliminaban los draenei aparecían otros dos. La sección dañada de la
muralla había comenzado a desmoronarse por completo. Una avalancha de orcos
enloquecidos gritaba al otro lado, escalando unos encima de los otros en el frenesí de la
sangría.
Había llegado el momento. Nobundo alzó su martillo hacia el cielo, cerró los
ojos y eliminó la insoportable cacofonía de la batalla de su cabeza. Su mente invocó a la
Luz y su cuerpo sintió su calor apoderarse de él. El martillo resplandeció. Se concentró
en sus intenciones y dirigió sus sagrados poderes hacia los ogros de abajo.
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la sagrada Luz los quemaba, dejándolos sin palabras y deteniéndolos durante tiempo
suficiente para que varios guerreros draenei pudieran concentrarse en eliminar a uno de
los ogros gigantes.
¡Kra-kum!
¡Kra-KABUM!
Esta vez no había sido el ogro, sino una explosión originada debajo, pero fuera
de su campo de visión, que hizo que Nobundo perdiese el equilibrio. Rodó hacia un
lado, miró por el borde y vio una ligera niebla roja que cubría el Bajo Arrabal. Los
pocos defensores que aún resistían comenzaban a tener arcadas y a asfixiarse. Se
agachaban, muchos de ellos dejando caer sus armas. Los bárbaros orcos se deshicieron
rápidamente de los guerreros enfermos, deleitándose en la matanza.
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Cuando terminó la carnicería, miraron hacia arriba, rabiosos y deseando
destrozar a los defensores en lo alto de la muralla, arrancándoles las extremidades una a
una. Algunos orcos se subieron a la espalda de los ogros, intentando escalar la escarpada
superficie con sus manos desnudas. Su agresividad y desenfrenada ferocidad resultaban
asombrosas. La neblina se había extendido por todo el Bajo Arrabal y comenzaba a
elevarse, oscureciendo poco a poco el tumulto inferior.
Nobundo escuchó un alboroto detrás de él. Varios orcos que habían logrado
atravesar las defensas del círculo interior se dirigían hacia la colina.
¡Kra-kum!
La pared tembló de nuevo y Nobundo maldijo al ogro de abajo que, sin duda
alguna, había comenzado a golpear el contrafuerte de nuevo. Una segunda salva de
meteoritos ardientes cayó del cielo al tiempo que Nobundo se preparaba para enfrentarse
a la nueva oleada de atacantes.
Dirigió la furia de la Luz al primer orco que se le acercaba de frente. Los ojos de
la bestia verde se enturbiaron y él se encogió. Nobundo golpeó el cráneo del orco de
lleno con el martillo, después lo levantó y lo movió hacia la izquierda, sintiendo un
crujido muy satisfactorio cuando oyó cómo se le rompían las costillas al orco. Se giró y
trazó una curva descendiente con el martillo, golpeando el lateral de la pierna de otro
orco y destrozándole la rótula. La bestia gimió de dolor y se precipitó desde la muralla.
Una sombra se acercó. Nobundo intentó ver algo mientras su cuerpo se retorcía
por los espasmos. Intentó por todos los medios contener la respiración, cuando, de la
densa niebla granate, surgió un ser terrorífico lleno de tatuajes y de ojos fieros… un
orco gigantesco cubierto del reconocible color azul de la sangre draenei, sin aliento,
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blandiendo un hacha a dos manos y de aspecto perverso. El pelo de color cuervo le caía
sobre los hombros y el pecho, y se había pintado la mandíbula inferior de negro,
dotando a su cara del semblante de una calavera.
¡Kra-kum!
La pared tembló una vez más. El temible orco cargó. Nobundo se inclinó hacia
atrás. La hoja le hizo un profundo corte en el pecho, desgarrando su armadura y
entumeciendo su costado izquierdo. Nobundo respondió con un golpe de su martillo que
destrozó los dedos de la mano derecha del orco, inutilizándola al igual que el hacha que
sujetaba. Y entonces, para horror de Nobundo, la terrible criatura sonrió.
El orco le agarró con su mano buena y las calderas gemelas de sus ojos lo
penetraron… lo atravesaron. Nobundo se vio obligado a jadear. Al hacerlo, sintió que le
arrancaban la voluntad. Era como si algún tipo de magia oscura o demoníaca estuviera
surtiendo efecto, como si parte de su propia esencia estuviera siendo destruida y ese era
un ataque para el que no tenía respuesta.
¡Kra-kum!
Nobundo vomitó sangre espesa sobre la cara y el pecho del orco. Cerró los ojos
y frenética y desesperadamente aclamó a la Luz, suplicándole que neutralizara al orco
durante tiempo suficiente como para organizar una defensa. Gritó…
Y por primera vez desde que había entrado en contacto con la Luz y había sido
bendecido por su sagrado resplandor…
No hubo respuesta.
Aterrorizado, abrió los ojos y miró a las maníacas órbitas de fuego del orco,
quien abrió su gran boca y bramó, ahogando todos los demás sonidos y amenazando con
destrozar sus tímpanos. Era como si de repente hubiera entrado en algún tipo de terrible
sueño silencioso. La bestia se echó hacia atrás y le golpeó la cara con la cabeza.
Nobundo cayó hacia atrás, sacudiendo los brazos, la lluvia le golpeaba, esos ardientes
ojos abrasaban los suyos mientras caía… hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo a través
de la niebla, sobre algo alargado que gimió antes de ceder bajo él.
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muralla superior cayó, bloqueando la lluvia y el cielo, y atrapando a Nobundo en un
mundo de sosegada oscuridad.
Ahí tumbado pensó en los que se habían refugiado, rezaba para que ellos
escaparan de la matanza, aquellos a quienes amaba y respetaba, aquellos por los que
había entregado su…
Nada.
No hubo respuesta.
Luz estaba fuera de su alcance y moría ahí, ¿qué sería de su espíritu? ¿No lo
recibiría la Luz? ¿Quedaría su esencia condenada a pasar la eternidad vagando por el
vacío?
Había vivido honorablemente. Sin embargo… ¿podía esto ser algún tipo de
castigo?
Giró hacia su derecha y respiró hondo, intentado ignorar el dolor de sus costillas
y de su pierna. No podía sanarse sin recurrir a la Luz, así que, de momento, tendría que
soportar el dolor. Al menos volvía a sentir el lado izquierdo. Y… podía oír los sonidos
apagados causados por sus movimientos, así que también había recuperado el oído.
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El hecho de que estuviera respirando significaba que, por algún lugar, estaba
entrando aire. Mientras sus ojos continuaban acostumbrándose a la oscuridad vio un
agujerito, no de luz, sino un punto donde la oscuridad era más clara que la que le
rodeaba. Intentó alcanzarlo y su mano aterrizó sobre un objeto cilíndrico familiar: el
mango de su martillo.
Con la poca fuerza que le quedaba, Nobundo agarró el mango justo bajo la
cabeza, lo levantó y golpeó en la dirección del agujerito. Trozos de mampostería
cedieron, revelando vagamente un pasillo creado por enormes bloques de piedra y los
ángulos en los que habían caído.
A juzgar por los lamentos cada vez más altos del ser de debajo de los escombros,
Nobundo adivinó que se trataba de un ogro y que estaba tratando, por todos los medios,
de salir de allí. Nobundo giró sobre su espalda y caminó con los codos hacia el aire
nocturno mientras el ogro hacía otro esfuerzo. Nobundo podía ver el montículo de
cascotes ahora. El ogro rugió con rabia una última vez y toda la masa se colapsó,
enviando una nube de polvo en todas las direcciones y poniendo fin al arrebato.
Nobundo se giró y observó algo que no podría olvidar jamás, sin importar
cuánto lo intentara a partir de aquel momento.
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El corazón de Nobundo palideció al ver a niños entre los muertos. A pesar de su
juventud, muchos de ellos se habían ofrecido voluntarios para quedarse con sus padres,
quienes sabían perfectamente que los orcos sospecharían de una ciudad draenei en la
que no viviera ningún niño y entonces perseguirían a los demás miembros de su raza
hasta extinguirlos. Aun así, una parte de Nobundo esperaba y rezaba con todas sus
fuerzas para que pudiesen defender a los niños y permanecieran a salvo en los
escondites que habían sido cavados a toda prisa en las montañas. La esperanza de un
loco, lo sabía, pero aun así se aferraba a ella.
De nuevo llegaron a sus oídos los gritos de una mujer, acompañados de mofas y
abucheos. Los orcos estaban de celebración, regodeándose en su victoria. Mirando hacia
arriba identificó la fuente del jaleo: en lo alto, sobresaliendo por Las Colinas Barrera,
los draenei habían construido el Alto Aldor. Allí los orcos estaban torturando a una
pobre hembra draenei.
¿Pero cómo? Solo, con una pierna rota, uno contra cientos… sin la bendición de
la Luz y armado tan sólo con su martillo. ¿Cómo podía detener la locura que se extendía
sobre él?
Se arrastró frenético sobre los cadáveres, resbalando con los fluidos, intentando
ignorar el hedor y las vísceras. Avanzó por el círculo exterior del Bajo Arrabal hacia la
base de las colinas donde la muralla se juntaba con la montaña. Encontraría un modo de
escalar hasta allí. Lo encontraría…
Los gritos cesaron. Miró para ver las sombras de las siluetas a la luz de la luna.
Llevaban un objeto inmóvil hacia el borde del muro y entonces lanzaron la mercancía
inerte a las profundidades. Aterrizó con un ruido sordo, no muy lejos de donde Nobundo
yacía inmóvil.
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Se escuchó otro grito desde arriba, la voz volvía a ser femenina. La rabia emanó
de Nobundo. Rabia y frustración acompañadas de un irrefrenable deseo de venganza.
Algo en su interior le instó a salir de allí lo antes posible, a buscar a los que
estaban escondidos, a vivir… para cumplir algún propósito mejor algún día.
Pero en su interior Nobundo sabía que esa batalla había terminado. Si realmente
le esperaba algún destino mejor, debía huir en aquel instante. Si intentaba subir, moriría
sin sentido alguno. Los gritos de angustia volvieron a perforar el aire nocturno.
Nobundo fijó la vista en una sección del muro exterior que yacía parcialmente en ruinas.
Era un obstáculo peligroso, pero no insuperable y no estaba vigilado.
El largo lamento resonó de nuevo, pero esta vez fue piadosamente cortado en
seco. El sonido de voces orcas detrás de la esquina del muro interior llegó hasta él.
Sonaba como si los orcos estuvieran deambulando entre los cadáveres, buscando algo o
a alguien. Se le había acabado el tiempo.
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Rolc era sacerdote y su amigo desde hacía tiempo. Curó las heridas de Nobundo
y estaba realmente contento de volver a verlo, pero le resultaba difícil comprender por
qué Nobundo insistía en que había perdido el favor de la Luz.
—Nos bendice a cada uno de una manera. Cuando llegue el momento volverás a
encontrarla.
—Espero que sea verdad, viejo amigo. Es sólo… que ya no me siento igual.
Algo dentro de mí ha cambiado.
—Tonterías. Estas cansado y confuso, y después de todo por lo que has pasado,
no se te puede culpar. Ve a descansar.
Los ojos de Nobundo se abrieron de golpe. Llevaba varios días aquí, en uno de
los campamentos ocupados por los que se habían escondido antes de la batalla, pero aun
así no podía escapar de los gritos descorazonadores de las mujeres a las que había
abandonado a la muerte. Le llamaban cada vez que cerraba los ojos, suplicándole que
las ayudara, que las salvara.
No tuviste elección.
Los orcos siempre habían evitado los pantanos, y con razón. Toda la región
estaba cubierta por aguas salobres y poco profundas; la mayoría de la fauna y la flora
era venenosa si no se preparaba correctamente y muchas de las criaturas más grandes
del pantano se comerían cualquier cosa que no se las comiera primero.
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Se apresuró a ver qué ocurría. Tres draenei heridos, dos hombres y una mujer,
eran asistidos por miembros del campamento dentro del perímetro protegido por los
guardas.
Nobundo lanzó una mirada interrogadora a uno de los guardas, que respondió a
la pregunta jamás formulada:
—Supervivientes de Shattrath.
Nobundo se preguntó si todo saldría bien de verdad. Los grupos orcos de caza ya
habían descubierto y borrado del mapa uno de los campamentos. Y, ¿cómo habían
sobrevivido esos tres? ¿De qué horrores había sido testigo la mujer? ¿Qué había
provocado su actual estado catatónico? Es más, la forma en la que se comportaba y el
aspecto que tenía… Nobundo se preguntó si sus heridas iban más allá de lo puramente
físico: parecían disecados, inanimados.
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hombres que se habían ofrecido a defender nuestro grupo fueron asesinados, aunque
ellos también mataron a muchos orcos. Al final sólo quedaron Herat y Estes. Mataron al
resto de las brutales criaturas. Eran bestias salvajes. Y aquellos ojos, aquellos terribles
ojos…
Estes habló:
Herac respondió:
—Veinte. Quizá más. La mayoría mujeres, algunos niños. Otros fueron llegando
después, como el que está inconsciente en las cuevas… Dijeron que se llama Akama.
Según nos han contado, inhaló una mayor dosis de gas que los demás supervivientes.
Rolc aún no sabe si volverá a…— Herac interrumpió y se quedó en silencio.
Estes continuó:
—No puedo hablar por Akama, pero Estes y yo sólo éramos artesanos, poco
acostumbrados a blandir armas de ningún tipo. Por eso nos enviaron a las cuevas, para
servir de última línea de defensa.
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—Cuando escapaste, ¿alguien más huyó contigo? ¿Hubo algún otro
superviviente? Oímos a los orcos en los niveles inferiores, pero no queríamos
arriesgarnos a que nos descubrieran, así que huimos.
Nobundo pensó en los cuerpos apilados en el Bajo Arrabal, escuchó las súplicas
desde el Alto Aldor e intentó aislar los tortuosos gritos de su mente.
Velen, su líder profeta, les había visitado hacía dos días… ¿o eran cuatro?
Últimamente a Nobundo le costaba recordar algunas cosas. Velen había venido desde
uno de los campamentos vecinos. Su emplazamiento exacto se mantenía en secreto por
si alguien era capturado vivo y torturado. Los draenei no podían transmitir información
de la que no disponían. Velen les había hablado sobre el futuro, sobre la necesidad de
pasar desapercibidos durante algún tiempo, probablemente años, para esperar y observar
qué ocurría con los orcos.
Según Velen, los pieles verdes habían comenzado a construir algo que parecía
ocupar todo su tiempo y recursos. Aparentemente, este proyecto había desviado su
atención de los draenei supervivientes, al menos por el momento. Lo que estaban
construyendo los orcos, no muy lejos de su ciudadela principal en las tierras agostadas,
parecía ser algún tipo de portal.
Velen parecía saber más de lo que contaba, pero al fin y al cabo era un profeta,
un vidente. Nobundo pensó que el noble sabio debía saber muchas cosas, cosas que él y
los demás no eran lo suficientemente inteligentes para comprender.
Herac y Estes se acercaron y Nobundo podría haber jurado que notaba las
mismas transformaciones en ellos. Echó un vistazo a sus propios antebrazos. ¿Era su
imaginación o parecían hinchados? No había vuelto a sentirse bien desde… desde
aquella noche, pero había dado por hecho que se recuperaría con el tiempo. Ahora
estaba empezando a preocuparse cada vez más.
Korin se le acercó.
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—He terminado por hoy. Necesito tumbarme. — Le entregó la lanza a Nobundo.
Nobundo se sentó con los ojos cerrados en lo alto de las montañas que tenían
vistas a la Marisma de Zangar. Se sentía cansado, cansado hasta el alma. Había venido
aquí para estar solo. Hacía varios días que no había visto a Korin. Ella y los otros dos se
habían enclaustrado en una de las cuevas y cuando preguntaba sobre su estado, todo lo
que recibía a modo de respuesta eran hombros encogidos que no sabían nada.
Algo iba drásticamente mal. Nobundo lo sabía: había visto los cambios en él y
en los demás supervivientes, incluido Akama. El resto del campamento también lo
sabía. Parecían hablarle cada vez menos, Rolc también. Y el otro día, al volver al
campamento con algunos peces pequeños, le habían dicho que ya tenían suficientes, que
debería comérselos él… como si la enfermedad que se estaba apoderando de él pudiera
ser contagiada a los demás si tocaban la misma comida que él.
Al menos las patrullas orcas se habían vuelto menos frecuentes. Habían recibido
informes de que fuera lo que fuera lo que estaban construyendo los orcos casi estaba
terminado. Y parecía ser algún tipo de portal, tal y como Velen había dicho.
Bien, pensó Nobundo. Espero que lo atraviesen y que les conduzca directos a su
perdición.
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Se levantó lentamente y volvió al campamento pausadamente, agradecido por el
apoyo que le proporcionaba el martillo que se había vuelto tan pesado en las últimas
semanas. Lo llevaba con la cabeza hacia abajo, usándolo la mayoría de las veces como
bastón.
—¡Lo he intentado!
—Tiene que haber algo que pueda… algún modo de…— Nobundo intentó
comunicar sus pensamientos correctamente. —¡Tenemos que hacer algo! —, esputó al
fin.
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—Me preocupan, al igual que tú. Hemos recibido informes que afirman que los
supervivientes de Shattrath de los otros campamentos están sufriendo las mismas
transformaciones. Sea lo que sea no responde a ningún tratamiento y no se cura. A
nuestra gente le preocupa que, si no tomamos medidas, podamos estar todos perdidos.
Rolc suspiró.
Reunieron a Nobundo, Korin, Estes y Herac ante los miembros del campamento.
Algunos portaban expresiones adustas, otros parecían tristes, otros no mostraban
ninguna expresión. Por su parte, Rolc parecía tener un conflicto personal, pero aun así,
su expresión era resuelta, como la de un cazador que prefiere no matar, pero que sabe
que debe comer y se está preparando para asestar un golpe mortal a su presa.
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—¡Eso es exactamente lo que están haciendo! ¡No pueden solucionar nuestro
problema, así que… así que esperan poder ignorarlo! ¡Sólo quieren que nos vayamos!
—Se quedará bajo mi cuidado hasta que despierte— respondió Rolc antes de
añadir —si despierta.
Rolc dijo:
—Te has estado preguntando si la Luz te había castigado con su silencio por tu
fracaso en Shattrath.
—¡Lo di todo en Shattrath! ¡Estaba dispuesto a morir para que todos ustedes
pudieran vivir!
Ha sido un error venir aquí. Nada ha cambiado. Aún eres un Krokul, aún eres
un Tábido.
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No. Le escucharían. Él les obligaría a escucharle. Después de todo había tenido
una epifanía. Nobundo apartó sus ojos de la asamblea y los fijó en la fuente en el centro
de la pequeña plaza. Pidió lucidez al Agua.
Nobundo se giró para marcharse y miró a los plácidos ojos del profeta, su líder,
Velen.
***
Nobundo se sentó en lo alto de una de las colinas que daban a las tierras
agostadas. No habían cambiado mucho en los últimos… ¿Cuánto hacía que había
venido aquí por primera vez? ¿Cinco años? ¿Seis?
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en la base de aquellas colinas estaban los campamentos de los no afectados, una región
a la que “su especie" no podía acercarse.
Así que se aventuró aquí a través del calor sofocante. Se encontraba en los picos
que dominan las tierras más baldías de Draenor: tierras que habían sido claros
exuberantes antes de la política de odio y genocidio de los orcos, y que ahora no eran
más que baldíos creados por los brujos y su retorcida magia.
Al menos los orcos ya no eran un problema tan grave. Algunas patrullas orcas
aún se dejaban ver de vez en cuando y mataban a los draenei que encontraban. Pero el
número de orcos se había reducido: muchos de los salvajes de piel verde habían
atravesado su portal años atrás y aún no habían vuelto.
Lo había estado aplazando porque una parte de él sabía que esta vez no sería
diferente. Pero lo haría de todos modos, tal y como lo había hecho cada día durante los
últimos años… porque, de algún modo, en algún lugar, una parte de él aún mantenía la
esperanza.
Cerró los ojos, eliminó todos los pensamientos irrelevantes de su mente e invocó
a la Luz. Por favor, sólo por esta vez… deja que me regodee en tu radiante gloria.
Nada.
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Vuelve a intentarlo.
—Nobundo.
El corazón estuvo a punto de salírsele por la boca, abrió los ojos de golpe y
extendió una mano para recuperar el equilibrio. Miró a su alrededor, al cielo.
—¡Te encontré!
Nobundo esperó algo más, pero Korin sólo miraba fijamente el árido panorama.
Sin que ninguno de los dos la viera, una silueta espiaba desde un cúmulo
cercano de piedras dentadas, observando. Escuchando.
—¿Brujo?
—Sí, creo que era eso—. Korin se levantó y se adelantó, quedando a unos
centímetros del borde del acantilado. Estuvo callada durante mucho tiempo.
No muy lejos, la silueta tras las piedras se marchó tan discretamente como había
llegado.
Los ojos de Korin se mostraban distantes, al igual que su áspera voz al hablar,
como si no estuviera del todo allí.
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—¿Qué crees que pasaría si diera un par de pasos más?
—Sí, mi cuerpo caería. Pero a veces creo que mi espíritu… ¿volaría? No, esa no
es la palabra. ¿Cuál es la palabra? ¿Subir y subir como volando?
Nobundo pensó.
—¿Alzarse?
***
Decidió aventurarse a salir y ver si quedaba algún pez de la comida del día
anterior.
Al salir de la cueva, se dio cuenta de que los demás estaban reunidos mirando
hacia arriba con los ojos protegidos. Salió de debajo de una seta gigante, alzó la vista y
también tuvo que proteger sus ojos. Se quedó boquiabierto.
Había aparecido una brecha en el rojizo cielo del alba. Era como si se hubiera
abierto una costura, destrozando el tejido de su mundo, permitiendo la entrada a unas
luces deslumbrantes y una poderosísima energía sin refinar. La brecha temblaba y
bailaba como una gigantesca serpiente de luz pura.
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en la parte trasera de un carro que se había puesto en movimiento repentinamente. Él y
los demás salieron despedidos al barro y allí se quedaron mientras todo seguía
temblando.
Nobundo dirigió la vista una vez más hacia el escenario de pesadilla que se
extendía ante él y se preguntó si el final de todo lo conocido iba a tener lugar en un
futuro cercano.
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pantanos. Hervían el agua y buscaban cobijo de tormentas como jamás habían visto,
pero sobrevivían. Y a medida que las estaciones pasaban, los animales comenzaron a
regresar. Algunos pertenecían a especies que antes no existían, pero los animales
volvieron. Cuando los Tábidos eran lo bastante afortunados como para tener éxito en la
caza, se alimentaban de carne. Sobrevivían.
Al menos la mayoría. Hacía unos días Herac había desaparecido. Durante largos
meses había estado distante y confundido y, a pesar de que Korin nunca hablaba de ello,
tanto ella como Nobundo sabían que había estado a punto de unirse a los Perdidos.
Herac era el último de los defensores de Korin en Shattrath y Nobundo sintió su
pérdida.
Ese grito no tardaba mucho en desvanecerse como los demás y no quedaba nada
más que silencio. Nobundo se apartaba de las puertas, mirando a su débil, deformado e
inútil cuerpo. Temblaba y lloraba esperando el inevitable despertar.
Hubo un crujido y las puertas se abrieron lentamente. Nobundo miró hacia arriba
estupefacto. Esto nunca había ocurrido antes. Esto era nuevo. ¿Qué podía significar?
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Las enormes puertas revelaron un Bajo Arrabal vacío, los muros y contrafuertes
interiores iluminados por una sola hoguera dentro del anillo interior.
Nobundo entró, atraído por el calor de las llamas. Miró alrededor, pero no había
ningún cuerpo, ninguna señal de la masacre que había tenido lugar, salvo unas pocas
armas abandonadas esparcidas alrededor del fuego.
Al principio sonrió, encantado de ver que uno de los suyos había sobrevivido,
pero su sonrisa pronto se desvaneció al ver el sangriento corte de su garganta, los
moratones de su cuerpo. Su brazo izquierdo colgaba de su cuerpo inútilmente y sin
fuerzas. Le observaba con la mirada perdida y, aun así, su expresión era… acusadora. Al
acercarse, se dio cuenta de que era Shaka. Pronto se le unieron las demás, decenas de
ellas arrastrándose hacia delante desde todos los lados, con los ojos nublados y los
cuerpos llenos de horripilantes heridas.
¡Quería salvarlos! ¡No pude hacer nada! Quería gritar, pero no le salían las
palabras. Sus movimientos parecían lentos, restringidos.
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Y se despertó. Se sentía agotado, más cansado que cuando se fue a dormir. Los
sueños le estaban minando.
Decidió que la brisa de la mañana podría sentarle bien. A lo mejor Korin estaba
despierta y podían hablar.
Fue hasta donde desayunaban reunidos algunos de los demás y preguntó a uno
de los miembros más nuevos dónde se encontraba Korin.
—Se ha ido.
Nobundo corrió tan deprisa como sus piernas se lo permitieron. Cuando llegó a
la cima de la montaña, sus pulmones parecían arder, estaba tosiendo una espesa
mucosidad verde y su pierna temblaba descontroladamente.
—¡Korin! ¡Detente!
Ella se giró, ofreció algo parecido a una sonrisa y entonces se arrojó en silencio,
despareciendo en una densa nube de vapor.
Nobundo llegó hasta el borde y miró hacia abajo, pero sólo vio un lívido brillo a
lo lejos.
Había vuelto a fracasar, exactamente igual que había fracasado cuando no pudo
salvar a las mujeres de Shattrath. Nobundo cerró los ojos con fuerza e invocó
mentalmente a la Luz: ¿Por qué? ¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué sigues
atormentándome? ¿Acaso no te serví fielmente?
Seguía sin obtener respuesta alguna. Sólo una suave brisa secando las lágrimas
en sus mejillas.
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Quizás Korin tuviera razón. En el fondo Nobundo sabía por qué había hecho
aquello: no quería convertirse en uno de los Perdidos. Quizá había encontrado la única
salida.
No le quedaba nada en el mundo. Sería tan fácil dar esos últimos pasos, saltar
desde el borde y poner fin a su sufrimiento…
No muy lejos una silueta salió de detrás de unas rocas que sobresalían, lista para
llamarle…
Pero incluso en este momento, exiliado por su gente, ignorado por la Luz,
atormentado por las almas de aquellas a las que no había podido salvar… Nobundo
descubrió que no podía rendirse.
El viento volvió a tomar fuerza una vez más Todo lo que existe…
Más palabras. ¿Qué locura era aquella? Esto no era obra de la Luz. La Luz no
“hablaba": era un calor que le impregnaba el cuerpo. Esto era algo nuevo, algo distinto.
Una última ráfaga de viento sopló en la meseta, obligando a Nobundo a sentarse.
Nobundo había escuchado historias sobre prácticas orcas que relacionadas con
los elementos: Tierra, Viento, Fuego y Agua. Su gente había sido testigo de algunos de
los poderes que estos “chamanes" poseían antes de la campaña de asesinatos, pero los
draenei desconocían la mayoría de estas habilidades.
Los días siguientes, Nobundo volvió a la colina, donde oía los susurros del
Viento: alivio, promesas y tentadoras pistas de que le aguardaba la riqueza del
conocimiento. A veces la voz del Viento era tranquila y aplacadora, y otras era
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insistente y poderosa. Pero en la mente de Nobundo aún existía la duda de si, después de
todo, se estaba volviendo loco.
El quinto día, cuando estaba sentado cerca del borde del acantilado, escuchó un
ruido sordo, como un trueno, a pesar de que el cielo estaba despejado. Abrió los ojos y
vio una gran columna de Fuego estallar en la grieta del acantilado, elevándose desde la
fisura de abajo. Las llamas se extendieron y en sus parpadeantes destellos pudo
distinguir rasgos nebulosos que cambiaban. Cuando habló por primera vez, sonó como
una poderosa tormenta.
Nobundo pensó en ello y respondió: “Para llegar allí, tendré que pasar por los
campamentos de los no afectados, donde mi gente tiene el acceso prohibido".
No muy lejos, aquel que tanto tiempo llevaba observando a Nobundo volvió a
agacharse en su escondite. Y, aunque no podía oír a los elementos como Nobundo,
había visto las llamas y sus rasgos parpadeantes. Si Nobundo hubiera podido mirar a los
ojos del observador, habría visto asombro absoluto.
Durante los dos días siguientes Nobundo hizo el arduo camino con el Viento en
la espalda, susurrándole al oído. Aprendió que los chamanes orcos estaban en comunión
con los elementos, pero su conexión se cortó cuando los orcos empezaron a practicar
magia vil. Podría haber aprendido más cosas, pero a veces a Nobundo le resultaba difícil
entender, como si la comunicación estuviera siendo filtrada o aguada.
En varias ocasiones a lo largo del camino, tuvo la sensación de que oía pasos
detrás de él. Cuando miraba hacia atrás, sentía que lo que le seguía se acababa de
ocultar. Se preguntó si serían los elementos. O producto de su imaginación.
Cuando por fin llegó a los campamentos de los no afectados, hacía tiempo que el
sol había abandonado el cielo. No cabía duda de que los vigilantes le habían visto
acercarse, pues dos guardias le estaban esperando cuando llegó al perímetro del
campamento.
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—¿Qué te trae por aquí? — preguntó el mayor de los dos guardias.
—Te he dicho…
Nobundo observó los acontecimientos con los ojos como platos por el asombro.
—Así que esto es lo que pasa—, pensó en voz alta —cuando los elementos están
de tu lado.
Sonrió.
Los miembros del campamento buscaron cobijo en las cuevas. Los guardias
miraron a Nobundo aterrorizados. Por su parte, Nobundo simplemente avanzó,
apoyándose en su bastón mientras caminaba lentamente por el campamento hasta llegar
a la falda de las montañas al otro lado, dejando a los residentes del campamento
sorprendidos, asustados y confundidos.
La figura que había seguido a Nobundo salió de su escondite tras una de las
setas gigantes. No se atrevía a continuar, pues al fin y al cabo era un Krokul.
Pero los acontecimientos de los que Akama acababa de ser testigo habían
plantado una semilla en su interior. Desde que se había despertado de su largo sueño, no
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había sentido nada más que desesperación y punzante miedo al futuro. Pero ver lo que
este Krokul acababa de hacer, ver los elementos salir en su defensa, agitó un
sentimiento en Akama que él creía muerto.
Sintió esperanza.
Nobundo invocó la poca fuerza que le quedaba y subió a un montículo con vistas
exuberantes. Aquí Draenor era como en el pasado: fértil y sereno, un bello refugio
ajardinado lleno de cascadas y vibrante vida.
La voz que le respondía era, a la vez, clara y relajante, fuerte y robusta. Sí. Quizá
yo fui la menos afectada, pero siempre ha sido así. Es necesario que yo me adapte
rápidamente, ya que yo proporciono los cimientos para la vida.
—Agua.
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Bienvenido. Aquí, en este silencioso refugio, los elementos coexisten en relativa
paz. Así nuestra conversación contigo será más fácil, especialmente en las primeras
fases de tu viaje, cuando aún no sepas sentir nuestras intenciones sin pensar. El
verdadero conocimiento y su comprensión te llevarán años. Pero si sigues el camino,
con el tiempo estarán a tu disposición… aunque nunca bajo tu mando. Si nos respetas y
tu motivación no se vuelve egoísta, nunca te abandonaremos.
A Nobundo le parecía demasiado bueno para ser verdad. Pero, ¿qué pasaba con
la Luz? ¿La estaba traicionando si elegía este nuevo camino? ¿Le estaba dando la
espalda? ¿Era esto una prueba?
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obstáculo. La Tierra le concedió firmeza, una voluntad de acero y una determinación
inquebrantable. Del Viento adquirió el valor y la persistencia: cómo adentrarse y
presionar ante la adversidad.
Pero aún quedaba una lección de suma importancia que le evitaba. Lo notaba,
sentía que los elementos se estaban guardando algo, algo que él, simplemente, no estaba
preparado para entender.
Y… aún seguían las pesadillas. Se habían mitigado un poco, pero noche tras
noche Nobundo volvía a encontrarse golpeando las puertas de Shattrath, mientras los
gritos de los moribundos resonaban en sus oídos. Y ahora, cuando atravesaba las puertas
y permanecía junto al fuego, cuando las recriminadoras muertas aparecían, Korin las
acompañaba.
Sintió el calmante tono del Agua: Sentimos que aún estás… turbado.
El conflicto no reside en los espíritus de los que se han ido, sino en ti. Es un
conflicto que has de resolver tú solo.
Bien… muy bien. Ha llegado el momento de dar el siguiente paso, quizá el más
importante de todos.
—Estoy listo.
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Nobundo los cerró. Sintió como si la Tierra desapareciera bajo sus pies, sintió a
los elementos retirarse y durante un aterrador segundo su mente volvió a Shattrath,
abandonada en la oscuridad.
Entonces sintió… algo. Algo muy diferente a los demás elementos. Parecía
inmenso: frío pero no hostil. Y, en su presencia, Nobundo se sintió muy, muy pequeño.
Entonces notó que esta presencia hablaba con multitud de voces, femeninas y
masculinas, una armónica sinfonía dentro y alrededor de él.
Y de pronto Nobundo comprendió… algo que parecía tan simple y sin embargo
un concepto que había escapado a su mente: había incontables mundos más allá. Esto ya
lo sabía, ya que su gente había viajado a muchos mundos antes de asentarse en Draenor.
Pero lo que Nobundo no había logrado comprender era que el poder de los elementos
llegaba más allá también. Cada mundo tenía sus propios elementos y sus propios
poderes que invocar.
Y había más. Aquí, en el vacío, existía otro elemento, uno que parecía unir todos
los mundos, uno formando por una energía indescriptible. Si pudiera invocarlo…, pero
inmediatamente se dio cuenta de que, en esta fase, aún era demasiado inexperto para
entrar en comunión con este misterioso nuevo elemento. Esto no era más que un atisbo,
un regalo para su entendimiento…
Una epifanía.
***
Velen evaluó a Nobundo con sus cristalinos ojos azules. Nobundo protestó:
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El labio de Velen se curvó hacia un lado. Tenía esa expresión que hacía que
Nobundo tuviera la sensación de que el profeta sabía muchas cosas más allá de lo que él
podía comprender.
—No consigo que me vean como algo más que un Krokul, independientemente
de lo que pueda enseñarles.
Velen continuó.
—Una parte de ti sabía que era imperativo que sobrevivieras para abrazar tu
destino. Y desde aquel día, a pesar de todas las pruebas que tuviste que superar, nunca te
rendiste. Por eso te elegí. Nuestra gente te llama Krokul, Tábido, pero creo que tú nos
puedes mostrar nuestra mayor esperanza.
Era cierto. No era un cobarde. Una parte de él lo sabía, pero con todo lo que
había ocurrido desde entonces, esa parte se había perdido. Nobundo dejó escapar un
profundo suspiro y, de algún modo, supo que cuando se acostara esa noche, la pesadilla
no le estaría esperando. Sintió la alegría de los elementos; era como si estuvieran…
orgullosos.
Velen sonrió.
Nobundo volvió al alto. Los draenei reunidos conversaban entre ellos, sin prestar
atención a la débil figura de arriba.
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Levantó su bastón. Las nubes se reunieron en el cielo azul, proyectando una
oscura sombra sobre el asentamiento. Los draenei dejaron de hablar.
—Miren y escuchen.
Cayó un diluvio. Los rayos bailaron entre las lámparas que rodeaban la plaza,
destrozando los cristales. Los draenei reunidos observaban sobrecogidos.
—Han venido aquí a aprender y algún día obtener estos poderes: ¡los poderes
del chamán!
—Sí. Una práctica que ellos abandonaron para entrar en comunión con los
demonios. Ahora nosotros viajaremos por el camino del chamán, un camino que nos
llevará a un futuro en el que nadie matará a nuestras mujeres…
—Ni a nuestros hijos. Donde los Krokul y los no afectados colaborarán para
conseguir un sueño que nuestra gente olvidó hace mucho: la verdadera libertad.
Nobundo sonrió. Las nubes se agitaron. Los rayos formaron un arco. La lluvia
cayó.
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